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Cocina con el corazón por Mascayeta

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Notas del capitulo:

Esta historia ya la llevó bastante avanzada, por eso los capítulos serán publicados con mayor frecuencia.

La invitación al concurso de cocina en un mundo muy particular de Alpha, Betas y Omegas, con la Trifecta.

Soy consciente de que me enamoré conociendo que nunca sería correspondido, que el error fue sólo mío al creer las palabras que decía cuando lo cuidaba en los momentos más terribles de su depresión.

Pensé que, al hacerme indispensable para él, entendería mis sentimientos, pero "no hay peor ciego que el que no quiere ver", y el día que cruzamos la línea —en la estúpida novela romántica que me cree— asumí que nuestra relación por fin era oficial, que logró olvidar a su primer amor.

Una mentira más para vivir de las sobras de una ilusión, lo que me queda de consuelo es que no fui el único. Betas, Alpha y no sé cuántos Omegas, caímos en ese macabro juego..., no obstante, ninguno de nosotros logró tanto como el idiota de Haitini. Ese pelirrojo se le metió por los ojos, fue cercándolo hasta obtener en tres meses lo que yo no pude en tres años.

Agité el vaso de whisky antes de beberlo. Vaya excusa para estar embriagándome como un estúpido, rodeado de gente bulliciosa que me mira de reojo tal vez preguntándose quién va a un bar con una maleta y un gato.

—¡Suficiente muchacho!

—Eso lo decido yo ¡anciano! —respondí tratando de enfocar quien se atrevió a quitarme la bebida de la mano.

—¿Quieres que cierren el local por tener animales? —negué con la cabeza acercándome al cuello del hombre que despedía un delicioso olor a Canela—. Se buen niño y vuelve a casa.

¿Niño?¿Quién se cree este fulano?, indignado me alejé para ponerme de pie con la intención de golpearlo, al diablo las ganas que se despertaron en mi cuerpo, desafortunadamente perdí el equilibrio y caí armando un gran estruendo al llevarme dos o tres sillas conmigo. La carcajada de los presentes resonó fuerte y clara, para mi mala suerte el tipo tenía razón, era tiempo de buscar donde quedarme esa noche con Sorata.

Apoyándome en la barra mientras le escuchaba a ese desconocido pedir la cuenta de lo que consumí, me miré en el espejo que decoraba el fondo del mostrador.

Detallé mi rostro malhumorado enmarcado en el desorden de cabello que difícilmente podía peinar y mi cuerpo cubierto por un viejo gabán. El novio de Takano tenía razón, nadie en sano juicio podría fijarse en alguien tan insignificante como yo.

De repente mis piernas se movieron solas, me quité el abrigo y subí al madero desabotonándome la camisa para llamar la atención de los que allí bebían.

—¡Heeey! —todos incluido el tipo que me quitó el trago voltearon a verme—. ¿De verdad soy tan feo que no reconocen que soy un Omega?

Lo único que recuerdo fue un tirón, el olor que tanto me gustó y el calor de mi cuerpo avisándome que estaba entrando al celo, luego resbalé golpeándome en la cabeza.

Al despertar me encontraba en la cómoda cama de un hotel, el ruido de la calle y Sora-chan maullando desde la ventana semiabierta, me hicieron mirar la hora.

—¡Carajo! —tenía la entrevista de mi pasantía en menos de una hora.

Al mostrarme en el espejo pude notar las consecuencias de mi laguna etílica, en el cuello y el pecho tenía mordidas, y mi aroma se percibía un poco diferente. Eso era muy malo, desafortunada confirmación de que me había acostado con un fulano y que no me había protegido cuando sentí el líquido que escurrió por mis muslos.

Me bañé, metí a mi gato en su portable y corrí rumbo a la empresa donde haría mi ayudantía. Por ahora debía solucionar el último requisito para graduarme de Economía, ya tendría tiempo de reprocharme por la locura cometida.

 


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