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Encrucijada. por NNK

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Capítulo XXII: Las dudas de Guillermo.

 

Maximiliano comenzo a poner la mesa para almorzar junto a sus primos, una vez que Renato le confirmó que iban en camino, los fideos salteados con carne y pollo, habían llegado hace solo unos minutos y el olor le estaba tentando a comerse todo, sin pensar en sus primos. Escucho como la puerta se abría, los llamo a comer y suspiro molesto cuando escucho los pasos de Renato acercarse, para cerrarle los ojos.

—Hace una de tus bromas y me las pagaras—murmuró, volteándose rápido, pero solo se sorprendió.

Miró a su padre perplejo, boqueó, mientras miraba a Renato y Felipe, quienes le sonreían entusiasmados. Guillermo rió y se acercó para cerrarle la boca a su hijo, viéndolo parpadear y palidecer, le acarició los cabellos, tirando de ellos, para que su hijo no terminara de desmayarse de la sorpresa. Este le miró molesto, llevando sus manos a la cabeza, negó con la cabeza, recuperando lentamente el color.

—No pensé que te iba a sorprender tanto—murmuró Guillermo, sintiéndose extraño. Nunca imaginó que iba a ver esa reacción en sus hijos.

—Se supone que estabas en algún lugar del mundo ayudando en un caso ¿Qué haces aquí?—habló, aún sorprendido, de ver a su padre en su propia casa. Pensándolo, bien ¿Cómo había conseguido su dirección?

—Vine por unas simples vacaciones familiares—comentó con una sonrisa, que no convenció a ninguno de sus hijos.

—Los chicos están en periodo de sus primeras pruebas, no puedes sacarlos—respondió Maximiliano, después de unos minutos.

—Ya lo sé, pero son mis vacaciones y quiero estar con mi familia ¿Porque seguimos siendo familia verdad?—preguntó incómodo ¿Por qué sus hijos le miraban como si fuera un extraño?

—Eso crees tú, porque a la familia no se le miente sobre tu ubicación—habló irónicamente Renato, ganándose una mirada de pocos amigos de sus hermanos — ¿Qué?

—Gracias Renato, siempre tan amable— murmuró Guillermo con una sonrisa.

—Ya no peleen, me ponen nervioso—habló Felipe, sentándose en una de las sillas de la mesa.

—Ven al menos a una persona de esta casa le agrada mi presencia—comentó alegre con una sonrisa, viendo como Maximiliano y Renato se sentaron en la mesa, los imitó.

—En realidad yo estoy igual de enojado que Renato porque no nos avisaste, pero también tengo hambre—explicó Felipe comenzando a comer.

—Mmm…. —dijo, poco convencido de la actitud de sus hijos.

—Mejor come, de seguro tienes hambre—animó Maximiliano.

Guillermo aceptó y empezó a comer del pato que Maximiliano le había servido, observo de reojo como Renato y Felipe comían en silencio, se sentía alegre de compartir ese momento en familia, pero no estaba en casa solo para disfrutar de ella, tenía algo importante que averiguar en esta ciudad. Giró su cabeza hacia Maximiliano, quien le miraba atento. Le dio una mirada y ambos terminaron de comer rápido.

Guillermo pronto ayudó a lavar los platos, mientras Renato y Felipe se ponían a jugar videojuegos, Maximiliano le ayudó a secar los platos, para acercarse a su padre. Este le sonrió la curiosidad de su hijo mayor no había disminuido en nada, en sus ojos seguía demostrando ese brillo que lo conquistó desde que lo conoció por primera vez en los barrios bajos, unos meses antes de que se convirtieran en familia.

Maximiliano retiró su mirada y se mantuvo en silencio, quería hacer una y mil preguntas, pero no iba a realizar ninguna, porque el espacio del departamento era muy pequeño y un solo susurró dirigido a su padre, llamaría la atención de sus hermanos. Ambos se miraron cuando terminaron, la complicidad entre ambos siempre había sido única, solo unas miradas y sabían que tenían algo serio que hablar.

—Te invito un café—apremió Guillermo a Maximiliano — ¿Chicos quieren que les traigamos helado?—cuestionó en la puerta.

—Yo quiero uno de chocolate con salsa de frambuesa—exclamó Felipe, concentrado en derrotar a su hermano.

—Yo quiero vainilla con salsa de chocolate—respondió Renato a su padre—Oye eso no es justo, Felipe.

Maximiliano asintió con la cabeza y siguió a su padre antes de que sus hermanos se dieran cuenta de que les habían dejado solos. Bajaron del ascensor en silencio, Guillermo se dejó guiar por las calles del vecindario, viendo como algunas jóvenes y mujeres se quedaban mirándole con una sonrisa, sonrió a cada una, ganándose una mirada de desaprobación de Maximiliano,

— ¡Deja de hacer eso!—pidió un poco molesto.

—Relájate hijo, no me meteré con ninguna mujer que puede ser mi hija, además no me gustan, son inmaduras—respondió con una sonrisa traviesa.

Maximiliano rodó los ojos, fastidiado, ambos se sentaron en una mesa, llamaron al mesero, Guillermo pidió dos cafés americanos y miró a su hijo esperando esa pregunta, que sabía que tenía en la punta de su lengua.

— ¿Cuál es la verdadera razón que estas aquí?—preguntó Maximiliano directamente—Creo que en parte viniste a ver a tu familia, pero en tus viajes siempre hay una razón de fondo.

—Tan inteligente como siempre—comentó con orgullo—Vine porque alguien ha estado buscando información sobre Renato—comentó sorprendiendo a Maximiliano—Tengo la sospecha de qué, pueden ser sus compañeros, profesores, amigos o en último caso, el mismo Renato ¿Has notado algo extraño en él?

— ¿Renato? Pues, ha estado un poco nervioso porque vienen las pruebas y no quiere reprobar, vienen un torneo en dos meses más, creo que le gusta un chico llamado Gabriel, Felipe ha comentado que se lleva mal con unas de sus compañeros, pero no se su nombre—hizo saber preocupado Maximiliano—Pasó la mayor parte del tiempo trabajando, tal vez Alejandro pueda darme un mayor detalle—dijo con nerviosismo.

— ¿Alejandro? ¿Tu novio? ¿Por qué él?—preguntó con una sonrisa picara.

Ambos guardaron silencio cuando el mesero se acercó y dejó los dos cafés con una sonrisa, que ambos correspondieron de manera discreta.

—Él es quien cuida de Renato y Felipe cuando yo trabajo, bueno cuida más de Felipe que de Renato, la verdad—dijo con una sonrisa alegre.

— ¿Puedes llamarlo aquí?— pidió Guillermo serio.

— ¿Ahora?— preguntó Maximiliano, luego de beber su café—Está bien—animo extrañado.

Guillermo bebió su café, viendo como su primogénito tomaba su celular y llamaba al chico, era la ocasión perfecta para conocerlo y la excusa perfecta. Pidió tres cafés para cada uno. Maximiliano fue a recibirla al verla entrar.

— ¿Para qué me llamaste aquí?—preguntó curioso.

Maximiliano sonrió nervioso unos segundos, viendo como el rostro de Alejandro se sonrojaba al ver que ese le señalaba la mesa, donde un hombre levantaba su mano con una sonrisa alegre.

Notas finales:

Gracias a todos por llegar hasta aqui. Nos vemos en la siguiente publicación.


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