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EL PRÍNCIPE DEL INVIERNO por Madara-Nycteris

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Notas del fanfic:

Gracias por leer y comentar esta historia. La retroalimentación es el motor de los escritores. ¿Qué les parece este AU?

Las brasas de la fogata comenzaron a crepitar mientras Sarah Rogers colocaba un poco de madera seca en el centro. La reunión estaba en su apogeo y entre bromas y buenos deseos, los vecinos habían expresado su felicidad de encontrarse nuevamente con sus queridos amigos Sarah y Joseph Rogers después de tres largos meses de viaje. Cuando la encantadora mujer ocupó su lugar, sus amigos ya aguardaban ansiosos el relato que vendría a continuación.

-¿Y cómo es el lejano norte, señora Rogers? –El pequeño Peter fue el primero en preguntar, ansioso.

-Es una tierra de leyendas y grandes héroes. Cuando viajé como enfermera pude conocerlo bien. Imagina los bosques más verdes y profundos; los castillos más altos y los lagos más azules del mundo, Pete.

-¿Más azules que los ojos de Steve? –Inquirió el pequeño Bucky, incrédulo.

-No tanto, mi niño. –Sarah le dirigió una dulce sonrisa.

-¿Y habían fiordos? –Cuestionó su vecina May, con la cabeza apoyada en el hombro de su esposo Ben. Ella siempre había sido aficionada a las revistas de viajes y amaba los paisajes de tierras lejanas.

-Claro. Fiordos imponentes desde los que zarparon los dracarys a explorar nuevas tierras. –Añadió Sarah, mirando a Peter, que la contemplaba con la expresión de asombro que sólo un niño puede tener. –Son tan grandes que sus habitantes juran que fueron cortados por la espada de Odín.

Stevie imaginó asombrado el sitio. -¿Y conoces las leyendas de ese lugar? –Se atrevió a preguntar abriendo de par en par los ojos.

-Algunas de las más bellas, sin duda. –Prometió Sarah, anticipando una de esas largas veladas de relatos que a todos les encantaban. En medio del confortable silencio del campamento aclaró su voz. –Hay leyendas que hablan sobre los enanos del norte, y cómo cavaron sus minas hasta desenterrar la luna que hoy brilla en el cielo. Otro relato cuenta que algunas estrellas perdidas vagan en la tierra con forma humana. Se dice que su belleza es incomparable y que cualquiera que tenga la fortuna de ser amado por una tendrá una larguísima vida, llena de aventuras y suerte. Otras historias hablan de los grandes navegantes del oeste y las sirenas con trenzas de algas que los amaron hasta hacerlos perder la razón. Sin duda, las más comunes narran las andanzas de los dioses y los guerreros. El audaz Thor y la esplendorosa Frejya. Baldr, Loki y todos sus trucos, Sif, Tyr y Odín. Cada uno más poderoso que el anterior, pero mis favoritas son las historias de amor y aventura del reino de Valnadell.

-¿Y cuál es tu favorita de todas esas, mamá? – El pequeño Steve se acurrucó a un lado de Bucky.

-Mi favorita es la historia del príncipe del invierno y el guerrero tejón.

Bucky emitió una pequeña risa. –Un tejón sería un guerrero muy débil, Señora Rogers.

-Sería inteligente y hábil, Buck. –Afirmó Steve. –Mamá, ¿nos contarías la historia del príncipe del invierno por favor?

-Con gusto, mis niños.

Y entonces, comenzó.

Érase una vez un reino de navegantes y guerreros en los confines blancos del mundo. Los habitantes de Valnadell conocían todo sobre el hielo y la magia del bosque, pero vivían bajo el reinado de los crueles dioses del norte, quienes les concedían primaveras fugaces e inviernos llenos de muerte y oscuridad.

El rey de los Valnar, Alekzsander II era un hombre duro que había iniciado muchas guerras, y había terminado todas hundiendo su espada en el corazón de sus enemigos. Durante su juventud solía cabalgar por los bosques de su reino por las noches, sin temor a los osos o las criaturas de la oscuridad. Navegó los fiordos hasta los reinos del oeste, más allá de los dominios del hielo donde un día, sin proponérselo conoció a una bella princesa en una de sus travesías y eventualmente la trajo de vuelta como su esposa. Al tocar tierra en su reino, tras dos largos años de viaje, el rey fue recibido en los muelles por sus súbditos, quienes en medio de vítores contemplaban asombrados los tributos de las tierras lejanas y aclamaron a la nueva reina quien ya portaba orgullosa en sus brazos al heredero recién nacido. Era un bebé con los brillantes ojos de su madre y el suave cabello marrón de los Valnar.

Entre la multitud recién creada por el arribo del rey, los palafreneros del palacio se precipitaban a alistar los caballos para los nobles. Y allí, entre la algarabía, un pequeño no más grande que Stevie cepillaba a uno de los garañones reales cuando recibió la noticia. –Sarah hizo una pequeña pausa señalando a su niño, quien ahora estaba absorto en la narración. –El padre del niño lo llevó sobre sus hombros a ver a los monarcas, y cuando asomó sus ojos de color ámbar por encima de la multitud quedó asombrado al mirar al bebé.

-¿Papá. Ese es nuestro príncipe? –Preguntó.

-Así es, Brockchen*.

-¡Papá. No me digas tejoncito*! Ya tengo ocho años –Exclamó el pequeño, medio apenado, medio divertido.

-Para mí siempre serás mi pequeño tejón. –Respondió el hombre, tocando la punta de la nariz de su hijo con su índice. –Y sí. Ahora será nuestro deber servir al príncipe como hemos hecho por su padre. Sus caballos deberán estar siempre listos para las expediciones, las partidas de cacería y las batallas contra nuestros enemigos.

El corazón del pequeño Brock se estrujó al pensar que ese pequeño bultito de apenas algunas semanas de vida algún día tendría que volverse un guerrero y asesinar a otros reyes, quizás a pesar de su voluntad. Era una carga demasiado grande para cualquier niño.

"Ya crecerá" pareció decirle una voz muy en su interior. Y entonces Brock comprendió que él mismo también crecería algún día. Inmediatamente supo que cuando eso sucediera, su lugar no debía estar en un establo cepillando caballos.

El pequeño tejón permaneció en silencio durante el resto del evento.

Los años pasaron en medio de un periodo de paz y felicidad nunca antes disfrutado por el reino. La hegemonía de Valnadell era indiscutible; los mares estaban en calma, e incluso las primaveras parecían más largas y fértiles de lo habitual. Para el joven Brock esos años fueron felices y llenos de retos. Ya no era un pequeño asistente en las caballerizas, pues con el apoyo de su padre logró ser admitido como ayudante de los escuderos a los diez años. Su trabajo había sido limpiar incansablemente las armaduras de los caballeros y dar mantenimiento a las armas comunes. Durante ese periodo Brock aprendió a sostener un escudo, y en sus ratos libres solía jugar con su arco hasta que, sin darse cuenta se volvió un tirador bastante aceptable. A los trece años era lo bastante bueno para abatir un alce de un solo tiro mientras cabalgaba y procurar alimento extra para su padre y para él.

Durante una de sus expediciones de cacería, Brock volvía orgulloso con un saco lleno de perdices cuando se detuvo en uno de los lagos que rodeaban la fortaleza del rey. Suspiró suavemente ante el cansancio y decidió lavarse el lodo y la sangre antes de llegar a casa. Desmontó su caballo y se inclinó sobre la superficie del agua limpiando sus flechas cuando algo distrajo su atención. Entonces lo vio.

-¿Qué vio, Señora Rogers? –Bucky se moría de la curiosidad.

-A la criatura más linda que haya admirado jamás. Era un pequeñín con ropajes púrpuras y plateados que paseaba por la ribera del lago. Evidentemente era de alta cuna y tendría alrededor de unos seis años. A Brock le resulto rarísimo que alguien tan pequeño vagara sólo y sin miedo en un lugar tan apartado. Cuando aguzó el oído, le pareció escuchar voces a lo lejos que provenían del bosque. Probablemente serían sus padres y sin duda lo estaban buscando. Sin pensarlo dos veces, tomó su arco, y ató a una flecha uno de los jirones de tela empapados en aceite que llevaba en su alforja. Lo encendió con ayuda de su confiable pedernal y lanzó el proyectil encendido por encima del dosel del bosque para dejar una señal luminosa. Silbó con todas sus fuerzas para atraer la atención aún más.

-Hola pequeño. -Gritó él sonriéndole. –No te preocupes. Tus padres ya vienen por ti.

-El niño extendió ambas manos en señal de saludo desde el otro lado del lago, y avanzó feliz hacia Brock, como si no estuviera por entrar a uno de los lagos más profundos y fríos de la región.

-No. ¡No!. Nononono. –Tartamudeó el chico. –Quédate donde estás. ¡No avances más, niño! –Brock sacudió sus manos indicándole al pequeño que se alejara del borde fangoso del lago. Y entonces...

-¿Entonces qué pasó? –Stevie se veía genuinamente preocupado por el personaje de la leyenda. -¿Se cayó?

-No. Como era de esperarse, el pequeño apenas pisó el fondo fangoso del borde, y perdió el equilibro, pero se levantó completamente empapado y con el costosísimo traje lleno de barro. Al incorporarse miró a un asustado Brock con una sonrisa traviesa, como si acabaran de compartir un secreto. El pequeño tenía unos adorables ojos que reflejaban las aguas del lago. Brock lo contempló un instante y suspiró de alivio cuando el chico agitó su manita a manera de despedida, dio media vuelta y avanzó hacia tierra firme.

Pero justo entonces, de la nada, algo negro y amorfo surgió de la superficie del lago y tomó el tobillo del pequeñín, arrastrándolo como si se tratara de una brizna de pasto y desapareciendo junto con todo rastro de él en las profundidades. Brock palideció, horrorizado. -¡Auxilio! –Gritó mientras se arrojaba al agua helada sin pensarlo más. El chico nadó a toda prisa, cruzando en cuestión de segundos el lago pero en cuanto llegó al punto en el que el otro se había hundido no lo halló por ningún lugar. Desesperado, tomó todo el aire que pudo y se hundió en la profundidad azul, dispuesto a rescatar al pequeño.

Dentro del agua, Brock sólo podía escuchar su propio corazón palpitando como un enorme tambor. Mientras más descendía más difícil era moverse y notar cualquier cosa en la penumbra y el silencio. Poco a poco, comenzó a sentirse mareado. Era el frío. Cualquiera sabe que el cuerpo humano sucumbe después de unos instantes dentro de las aguas heladas del norte, y Brock no sería la excepción.

Siguió buscando. Cada vez más frenético. Más asustado. Su vista se nublaba y se dio cuenta de que debía subir o también perecería pronto, pero no podía dejar morir al pequeño de una manera tan horrible. Descendió un poco más hasta ver desaparecer toda la luz a su alrededor. Antes de dejar ir la última bocanada de aire en sus pulmones, un pensamiento final se apoderó de la voluntad de Brock. Era una plegaria. Un deseo y una declaración de guerra al mismo tiempo.

-Por favor. Por favor. ¡Por favor! Devuélvemelo ahora. –Exigió muy por dentro, aunque no sabía a quién o a qué.

Y entonces, contra toda lógica y toda esperanza. Alguien le respondió.

"¿A toda costa?" –Era un susurro. Era una voz y al mismo tiempo no lo era. Jamás había sido humana pero conocía los motivos de los hombres mejor que ellos mismos.

-¡Sí! –Brock apretó los ojos y abrió desesperadamente la boca en la respuesta más absoluta que hubiera dado en su corta vida, y entonces sintió el horror del agua helada llenando sus pulmones.

 


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