Ese rasguño que oyes en tu cabeza es el monstruo que intenta salir
Su móvil empezó a sonar. Miró el contacto.
Marco mi bebé precioso
Se rió para él mismo.
–Hola bebé –respondió Ace, en tono burlesco.
–Joder… No vas a olvidar nunca eso, ¿verdad? –preguntó Marco, desesperado por tener que aguantar la misma broma durante un año. Y lo que le quedaba…
–Aunque quisiera no podría –dijo Ace, riéndose de él en su cara. – ¿Que hay? –preguntó finalmente.
–Quería saber si ya estabais de camino –preguntó Marco, ignorando al niñato cabroncete que tenía por novio.
–Estoy enfrente de casa, esperando a que Killer llegue con Kid y Law. –dijo Ace, tomando asiento en el suelo.
–Ya veo. ¿Cómo están esos dos? –preguntó su novio al otro lado de la línea.
Des del otro lado de la línea, Marco oyó un suspiro frustrado.
–Yo que sé… depende del día. Ya te diré cuando les vea. –respondió Ace, cansado, pensando en dos de sus mejores amigos.
Kid y Law llevaban saliendo unos meses. Y ni Ace, ni Marco, ni Killer entendían cómo podían seguir juntos. Ya habían perdido la cuenta de las veces que habían cortado y luego habían vuelto. Los dos tenían un carácter demasiado fuerte y les era completamente imposible ponerse al sitio uno del otro. Solo les importaba su propia visión de las cosas.
–Por su bien deberían cortar de una vez… –dijo Marco.
–Ya, pero mira, ellos no lo ven de la misma forma. Me sabe mal que estén así, son buena gente, pero entre ellos se portan como unos capullos. –se lamentó Ace.
Se llevaba muy bien con Kid, y Law era su mejor amigo. Les adoraba y le encantaba que estuvieran juntos. Se alegró mucho cuando empezaran a salir, hacían muy buena pareja y se veía que se complementaban muy bien.
Tanto Ace como Killer les habían hecho de celestinas, tenían demasiada tensión sexual no resuelta que tenían de aclarar de una vez. Cuando se liaron, tanto Killer como él lo celebraron por todo lo alto, y todo fue bien.
Al principio.
Hacía un par de meses las cosas habían empezado a torcerse. Las anteriores discusiones, esas que tenían cuando se conocieron, empezaron a volver. Primero eran pocas veces, luego no hubo día que no quedaran los cuatro y no hubiera guerra.
Y luego empezaron los corta-folla.
Un día cortaban, y al día siguiente volvían a acostarse. Ace incluso dudaba que no hubieran cortado alguna vez mientras follaban. Conociéndoles, no le sorprendería.
Le supo muy mal ver como su relación iba desgastándose más y más a medida que pasaban los días, pero puede que sencillamente no fueran compatibles.
Ni lo serían mientras siguieran siendo tan condenadamente orgullosos. Pero ni él ni Killer podrían intervenir ahí, era algo que debían superar ellos mismos. No solo por el bien de su relación, sino por su propio bien.
Por algo ambos tenían tan pocos amigos o, más bien, tan poca gente que les aguantara.
Un coche se paró enfrente de él.
Y los gritos se oían desde fuera.
–Te dejo, acaban de llegar. Parece que será un viaje movidito. –dijo Ace, apenado, levantándose del suelo y cogiendo su maleta con la mano.
–Sé fuerte, almenos tienes a Killer. Avísame cuando estéis llegando, saldré a recibiros y me uniré a vosotros. –respondió Marco, mandándole todo su apoyo.
–Gracias, bebé. –le respondió Ace, volviendo a su buen humor habitual y colgando antes que el otro pudiera mandarle a la mierda.
Killer salió a ayudarle con el equipaje. Que en verdad fue una excusa para salir del coche porque para nada hacían falta dos personas para colocar una mochila en el maletero.
– ¿Tan malo es? –le preguntó cuando le vió salir.
Killer era un tipo rubio, pelo largo y sedoso que muchas veces recogía en una cola, con unos hermosos ojos verdes y un rostro nada desagradable a la vista. Cuando Ace le conoció, alucinó con lo guapo que era.
Tontearon un poco un tiempo, pero nunca llegaron a nada. Algunos meses después, fue cuando conoció a Marco.
Law era su mejor amigo. En esos momentos compartían piso. Estaban muy unidos, por mucho que tuvieran un carácter tan diferente. Un día Ace se cortó la mano, por lo que fue al hospital donde Law estaba de prácticas como estudiante de medicina.
Ace empezó a pasearse por todo el hospital para encontrar a su amigo. Justo en uno de los pasillos del tercer piso se encontraba Law, en medio de un grupo de estudiantes escuchando a su tutor.
Se trataba de un hombre rubio con un peinado peculiar al que Ace no prestó un mínimo de atención.
Law, en cuanto le vió meterse en medio de su grupo y casi exigirle que le curara y que no se cortara con la anestesia, tuvo unas ganas locas de matarle y practicar la medicina forense con su cadáver. O mejor, vivo directamente.
Después de varias malas miradas por parte del tutor y disculpas y amenazas de Law, ese doctor tan serio se ofreció a tratarle él mismo, para hacer una demostración práctica de diversos tipos de costura para las heridas.
Fue en ese momento que Ace se dio cuenta de su existencia, y tuvo un flechazo. Sus manos eran fuertes, seguras y cálidas. Sentía la electricidad recorrerle cada vez que le tocaba.
Ace apenas se atrevía a mirarle a la cara. Cada vez que ese doctor dirigía los ojos de su herida hacia él, Ace desviaba su mirada hacia su placa.
MARCO
A partir de ese día, sus visitas al hospital fueron mucho más recurrentes, diciendo que iba a visitar a su amigo, pero Law quería matarle cada vez que aparecía para acosar a su profesor. Porque Law era muy observador y se dio cuenta desde el primer momento cómo Ace miraba a Marco.
¿Su peor momento como estudiante? Despertarse y encontrarse con su tutor en la cocina, desnudo, con Ace a su lado abrazándole.
–Con suerte, dentro de poco se quedarán afónicos y empezarán a ignorarse el uno al otro. –respondió Killer, desesperado.
Ace sacudió un poco la cabeza, intentando volver a la realidad y salir de sus recuerdos.
–Que bien… –respondió Ace con ironía –bueno, ignorémosles, ya se cansaran.
Ace se sentó en el asiento del copiloto.
Por suerte, cuando entraron, parecía que ya se habían cansado el uno del otro, porque reinaba un silencio sepulcral. Ace sentía que podría cortar la tensión con un cuchillo.
Arrancaron, rumbo al hotel.
Kid y Law estaban cada uno a un lado de los asientos de atrás, sin siquiera mirarse. Iba a ser un viaje duro…
–Law, ¿al final tu colega consiguió el puesto? –preguntó Ace, intentando acabar con ese horrible ambiente.
– ¿Qué? –preguntó Law, saliendo de su propio mundo. Un mundo en el que seguramente operaría a Kid a corazón abierto sin anestesia.
Hacía unas semanas, Law les había pedido ayuda para un amigo suyo, que necesitaba trabajo para seguir pagándose los estudios. Ace le habló del hotel, del pasaje del terror, donde sabía que necesitaban actores.
Se trataba de una semana de trabajo, pero era algo. Habló con Marco para pasarle el currículum y a ver si podía hacer algo.
–Tu colega. –repitió Ace.
La expresión de Law pareció suavizarse un poco. De furia helada a algo más relajado.
–Ah, Penguin. Sí, lo consiguió. Seguramente hoy nos lo encontremos, será el que no tenga ni puta idea de asustar a la gente. Podéis reíros de él –dijo con su sonrisa más cínica.
–Tsk… –respondió Kid.
– ¿Qué quieres ahora? –le dijo Law, girándose y volviendo a mirarle con la misma expresión de antes.
Que buen rollo… pensó Ace.
–Nada. –respondió Kid. Claramente “nada” no era ni mucho menos lo que le pasaba al pelirrojo. Law sencillamente no contestó y volvió a mirar por la ventana.
– ¿Cómo has dicho que se llama? –preguntó Killer.
–Penguin –respondió Law, con una sonrisa un poco más dulce al recordar al chico. –Le quiero mucho, pero es demasiado blando para ese trabajo. Seguro que se asusta de su propio reflejo –dijo riéndose con calma.
Pero Kid volvió a interrumpir.
–Vaya, si resulta que eres capaz de decir algo bonito de alguien y todo. ¿O solo me reservas esa lengua tan afilada a mí? –dijo mirándole con fuego en los ojos.
Esos dos volvieron a la carga y Killer subió el volumen de la radio, para evitar oírles otra vez. Tanto él como Ace se miraron con comprensión.
Pero no pasaba nada, Ace era un chico muy optimista. Vería a Marco después de dos semanas, tenía muchas ganas de que llegara ese momento. Le echaba de menos. De normal trabajaba como jefe de cirugía en el hospital donde estaba Law, pero en esta época siempre se iba a trabajar a ese hotel durante un mes, por un compromiso con un amigo o algo así.
Lo importante era que ya estaban en marcha, que iban al hotel.
Miró a través de la ventanilla. Ya se veían los bosques que lo rodeaban, dentro de poco entrarían al camino que llevaba a la entrada. Nunca había estado ahí, tenía curiosidad por ver cómo sería. Por lo que le dijo Luffy sobre el año pasado, se lo habían pasado en grande.
Cogió su teléfono y marcó el número. Su pareja tardó dos tonos en responder.
– ¿Marco? Ya casi estamos aquí.
*
El hombre rubio con bata blanca estaba enfrente del hotel, teléfono en mano, esperando a que llegaran su novio y sus amigos.
Enfrente de él, se extendía un claro con un camino en medio, que acababa perdiéndose en un bosque –el bosque en el que montaban su pasaje del terror cada año.
–Doctor –saludó una voz femenina detrás de él. –Te veo contento. ¿Les falta mucho? –preguntó en su habitual tono formal y sensual a la vez.
Marco se giró para mirarla con una sonrisa cálida.
–No mucho. Cinco minutos, por lo que Ace ha dicho. –respondió el hombre.
Suspiró para sus adentros.
Llevaban un par de semanas separados, y no se imaginaba que pudiera echar tanto de menos a ese chiquillo. Llevaban un año y dos meses saliendo, y se había vuelto totalmente indispensable en su vida.
La mujer le miró con ternura y un deje de lástima.
– ¿Vas a decírselo? –preguntó ella, lamentándose por su amigo.
El doctor se giró para mirar esos ojos azules, con un brillo morado. No pudo aguantarle la mirada, los ojos de su amiga siempre sabían verlo todo, como si se tratara de un libro abierto.
–No lo sé, Robin… tengo miedo de perderle cuando se entere. –respondió él, en tono abatido, con una sonrisa triste.
Para muchos, Robin podría tratarse de una mujer fría y distante, incapaz de mostrar emociones, y en cierto modo, así era. Solo si la conocías bien, como Marco, eras capaz de leer cada una de sus expresiones, cada uno de los gestos de su rostro que pasarían desapercibidos para cualquier persona.
Y, en esos momentos, le miraba con lástima.
–Pensaba que ya habíamos arreglado eso el año pasado –respondió ella, recordando el favor que le hizo al liberarlo de sus miedos y decirle al chico con el que se acostaba lo que sentía.
Marco le lanzó una mirada suspicaz, algo acusadora.
–Eso fue bien para formalizar lo nuestro, y para que Ace haya estado riéndose de mí todo un año. –respondió, molesto.
Robin se rió en voz alta.
–No es mi culpa que no aguantes el alcohol. –dijo ella como quien no quiere la cosa.
–Era absenta de un templo de Alabasta –se defendió él –y encima estaba bendecida. ¿Qué creías que iba a pasar?
Robin no respondió, solo le miró de forma algo traviesa. Marco y ella sabían de sobras lo que iba a hacerle ese alcohol, pero ella había querido pasárselo bien a su costa.
La absenta también era llamada licor de ajenjo, y esa hierba era muy tóxica para los de su especie. Era casi como un veneno para él. Si intentaran atacarle con ajenjo, saldría mal parado.
Por suerte, a los más antiguos, la absenta solo se les subía a la cabeza y les llevaba a un estado de embriaguez extrema. Ventajas de que el ajenjo hubiera estado tratado y no fuera puro. Aun así, a los neófitos, les enfermaría seriamente si bebieran solo un trago.
– Ahora en serio, ¿necesitas que te eche una mano para cuando le cuentes la verdad? –preguntó Robin, seria. Se veía que Marco estaba muy nervioso por eso.
–No –respondió el rubio, de forma tajante. –Es algo que debo hacer yo… aunque haga que lo pierda. Ya lo he alargado demasiado, merece saberlo.
Robin asintió, en silencio. Respetaba la decisión del médico de su hotel, aunque no la entendiera. Ella, aunque llevara eones viviendo entre humanos, nunca se había enamorado de uno. Sería como el lobo que se enamora de la oveja.
–Tengo curiosidad por conocerle. Saber quién ha derretido tu corazón de hielo, el hombre que ha conseguido que uno de los asesinos más sanguinarios que he conocido se enamore –dijo ella, en un tono natural.
Marco chasqueó la lengua. Sabía que Robin no lo decía con mala intención, pero no le gustaba recordar épocas pasadas, donde lo más importante era cuantos más humanos matara.
–Falta poco para eso –respondió. El coche aún no había aparecido por el camino, pero ambos eran capaces de verlo, gracias a sus sentidos súper desarrollados.
Suspiró, imaginando mil y un escenarios posibles en cuanto le contara la verdad a su novio. Iba a ser algo difícil, pero lo peor, es que era impredecible. Porque así era Ace, siempre te salía por donde menos esperabas. Era una cabra loca, igual que su hermano pequeño. Algo más centrado, pero igual de loco.
Aspiró el aire que le rodeaba, intentando detectar el dulce aroma de Ace. Siempre era capaz de olerle a quilómetros de distancia, pero ahora, solo podía oler el humo del tubo de escape y el aroma de multitud de seres sobrenaturales que habitaban la zona.
¿Habrá sido buena idea que venga? Huele demasiado bien. Demasiado.
Se sacudió la cabeza. No debía pensar en eso, desde que Robin se había asentado en el monte, se había hecho la jefa del territorio. Ningún ser osaría cazar en su territorio en su permiso, y sabía que ella no permitiría que nadie les hiciera daño –salvo ella misma.
Marco habló al cabo de unos minutos, cortando la extraña atmosfera que se había formado.
–Ah, que sepas que tus víctimas del año pasado me hicieron un exorcismo. –le tiró en cara.
Robin se rió en voz alta, a carcajada limpia.
–Los exorcismos no funcionan con los vampiros, solo con los demonios –respondió ella como si se tratara de una obviedad.
–Eso lo sabemos tú, yo, Jinbe y el resto, pero no los humanos –respondió Marco. –Doy gracias de que pensaran que podría ser un demonio, o la cosa no hubiera acabado bien…
Robin soltó una ligera carcajada, esperando a que el coche se acercara hasta donde ellos estaban.
Ambos seres estaban completamente quietos, sin mover un solo músculo. Al tratarse de seres sobrenaturales, tenían una elegancia y una quietud de la que no gozaban los humanos, haciendo que muchas veces tuvieran que disimular enfrente de ellos.
–Este año… –empezó a decir el doctor, después de un minuto de silencio –no secuestres a ninguno de ellos. Por favor. –dijo en tono algo abatido.
Robin chasqueó la lengua.
–Ya sabes que esto no funciona así –respondió, muy seria –yo no escojo las almas que acaban en mi cementerio. Son ellas las que llegan a él. Las que necesitan el contrato.
Marco suspiró, algo cansado. Lo sabía bien. Los demonios tenían su propio modo retorcido de hacer las cosas, y Robin no iba a ser una excepción. Al contrario.
Su primer nombre era Asmodeo, se trataba de una de las princesas del infierno, y era conocida como el demonio del deseo. Pero, como se solía decir, toda magia conlleva un precio.
Robin no cedía sus servicios sin más, su forma de trabajar era igual que la de todos los seres infernales.
Ella no les concedía sus deseos más ocultos, hacía que fueran ellos mismos quienes los consiguieran, mediante la superación de sus propios miedos. Ya que, en la mayoría de los casos, lo que se interpone entre el deseo de un humano y su realización, es su propio miedo.
Robin les vendía esa oportunidad, pero tenían que lograrlo. Si no aprovechaban la oportunidad, ella misma les arrastraba al infierno, donde se convertían en sus siervos para toda la eternidad.
Marco sabía muy bien el perfil de las almas que acababan en ese cementerio, y le venían a la cabeza dos nombres que tenían todos los números de perderse ahí.
–Lo sé… –respondió. –Pero… –intentó negociar.
–Sin peros, Marco. Lo lamento por los amigos de tu novio, pero si lo necesitan, haré un contrato con ellos. –dijo ella de forma tajante.
Los contratos de un demonio eran una norma casi tan antigua como el propio tiempo, y no había forma de poder cambiarla.
El doctor asintió con la cabeza, sabiendo que no había nada que hacer. Esperaba y deseaba que no acabaran a solas con Robin, porque Marco no tenía muy claro que consiguieran superar en una noche, lo que no habían hecho en meses.
Si hubiera sabido que estaban tan mal, nunca hubiera permitido que vinieran.
El coche se acercó hasta donde ellos estaban, aparcando. Marco iba a indicarles dónde se encontraba el parking.
Eso, claro, siempre que un torbellino con pecas no hubiera bajado como un resorte decidido a lanzarse a sus brazos.
Casi fue más rápido él que su olfato. Casi.
Marco se tambaleó hacia atrás, abrazando al chico, sonriendo de forma dulce.
–¡Marcooooooo! –gritaba él, con la cara escondida en su cuello, apretándole con fuerza.
–Estoy aquí –decía él, susurrando con cariño, abrazándole y acariciándole el pelo, escondiendo la nariz entre las hebras, aspirando.
También te he echado mucho de menos, Ace…
Robin ya no estaba ahí.
Antes de que los humanos pudieran llegar a verla, había decidido apartarse, subirse a la azotea del hotel de un salto y observarles tranquilamente desde ahí.
Así que ese es el chico… parece muy dulce. Alguien cálido y cariñoso para el destripador de Sphinx. Ese que resurgió como un fénix en el campo de batalla, y volvió con ansias de sangre y venganza.
Robin conocía a Marco desde hacía poco más de cien años. Había visto su muerte, y su renacimiento. Ella misma había hecho un contrato con él, y lo había cumplido con impredecibles consecuencias.
Su mirada se desvió de la feliz pareja hacia otros dos que no parecían tan contentos. Robin era capaz de notar la energía desde su posición. Se notaba la agresividad y la tensión, una complicidad agonizante, y un amor herido prácticamente de muerte.
Entiendo por qué Marco estaba preocupado… pero su destino no está en mis manos, sino en las suyas.
*
Marco abrazaba a su novio con el mayor cariño posible, con todo el que era capaz de demostrar. Le había echado mucho de menos, y veía que el más joven estaba igual. Ace siempre había sido un chico muy cariñoso, ese tipo de atenciones le hacían falta.
–Estoy aquí, cariño… –seguía diciéndole, relajando al menor.
Marco nunca había sido una persona especialmente cálida. Más bien al contrario, acostumbraba a tratar a todo el mundo con cierta distancia. Seguramente se debía a su naturaleza, porque ya no recordaba del tiempo en que había sido diferente.
Pero Ace, ese chiquillo, hacía que el corazón volviera a latirle. Solo él lo había conseguido, en sus ciento cuarenta y un años de existencia.
Law miraba un poco desde lejos la escena que tenía lugar enfrente de él.
Nunca me acostumbraré a esto…
Para Law, el rubio no era Marco el novio de Ace, era el doctor Phoenix, su tutor en el hospital y, uno de sus jefes en la actualidad. Y se le seguía haciendo terriblemente incómodo.
Claro que, por suerte, ya había aprendido a disimularlo un poco.
–Doctor Phoenix –saludó a su jefe con un gesto con la cabeza en cuanto acabó de besarse con su mejor amigo.
Aunque seguían abrazados como un par de koalas.
–Vamos, Law. Llámame Marco, no estamos en el trabajo. –respondió este, con una sonrisa de oreja a oreja, mirando a su trabajador.
Law le miró con cara de susto y sintió un escalofrío recorriéndole.
–No –respondió casi con miedo.
Marco suspiró para sus adentros. Si él era frío, qué decir de su antiguo alumno.
–Que pasa, Marco –saludó Kid, dándole un manotazo en el hombro.
Kid aplicó la fuerza justa para tirar al suelo a una persona de gran tamaño, pero Marco ni siquiera tembló un poco. Al pelirrojo seguía pareciéndole fascinante la fuerza que tenía ese doctor, que parecía un enclenque a primera vista.
–Que hay, Kid –respondió en tono jovial. Su manera de hablar con Kid y con Law era absolutamente diferente.
Era curioso, porque conocía mucho más al moreno que al pelirrojo. Pero así como Law parecía mantener siempre una actitud profesional, Kid era todo lo contrario. Parecía de esas personas que ni siquiera respetaban a sus padres.
Y, por supuesto, tampoco lo haría con el jefe de su novio.
Law le lanzó una mala mirada que, por supuesto, Kid ignoró deliberadamente. Estaban cabreados, y uno conseguía sacar lo peor del otro. Lo que significaba que, Kid iba a hacer todo lo posible para molestar a Law.
E, igualmente, Law haría lo posible para molestar a Kid.
Acaban en el cementerio seguro…
–Buenas, Marco –saludó Killer, el último que faltaba y que había acabado de sacar las mochilas del coche.
Marco no pudo evitar apretar un poco más a Ace entre sus brazos, casi como si estuviera marcando territorio.
–Hola, Killer. –saludó. Tuvo que contenerse para no enseñar los colmillos.
Maldito supermodelo, como te acerques a Ace te arranco la garganta de un mordisco.
Marco no le había mirado mal, pero seguía teniendo un instinto asesino difícil de reprimir. Y Killer conseguía sacárselo casi sin quererlo.
No era que el doctor estuviera celoso, solo protegía lo que era suyo.
Bueno, vale, puede que estuviera un poquito celoso. Pero los vampiros eran muy territoriales, y el hecho que uno de los mejores amigos de su novio fuera increíblemente guapo, y hubieran tonteado un tiempo, no ayudaba.
Killer tuvo un escalofrío, sin saber identificar del todo el motivo. Tenía la sensación de que un tigre de bengala le estuviera observando y valorando diferentes formas de cargárselo. Se rascó la nuca, algo incómodo, y volvió con las maletas.
No le caía mal Marco, le parecía buen hombre, pero siempre que le miraba le acompañaba una extraña sensación de peligro que no sabía muy bien como describir.
Nunca le había dicho nada raro, ni siquiera una mala mirada, pero no podía evitar sentirse incómodo cuando él estaba por ahí.
Eso, por supuesto, no se lo había dicho ni siquiera a Kid. El pelirrojo era un maldito bocazas, y seguro que se lo soltaba a Law sin darse cuenta. Y Law era demasiado directo a veces, hasta decir basta.
Sería capaz de preguntar en medio de todo el mundo qué le pasaba a Killer con Marco, enfrente de él. Y, por dios, no quería vivir ese tipo de situación. Otra vez.
Le caía muy bien Law, pero en ocasiones tenía ganas de matarle. No entendía para nada el concepto de “discreción”, y le había hecho vivir más de una situación incómoda, de esas de “tierra trágame”.
No porque no lo pillara o porque no supiera leer el ambiente. Al contrario, era realmente bueno en eso. Y enfocaba ese talento hacia el mal, Killer estaba convencido de ello.
Podía ser muy buen tío, pero cuando quería, era un maldito psicópata que disfrutaba puteando al resto. Y cuanta más confianza te tenía, peor.
Killer suspiró, cogiendo todas las mochilas de los del grupo. Desventajas de ser el que tenía más fuerza física, igualado con Kid.
Cuando se estaba poniendo la segunda en el hombro, notó como su peso desaparecía en un segundo.
–Esta es la de Ace, déjala, ya la cargo yo –dijo Marco, detrás suyo.
¿Pero cómo coño ha llegado tan rápido? ¿Y cómo puede cogerla tranquilamente con una mano?
Killer volvió a sentir esa misma sensación de peligro.
Miraba sin creerse del todo que una mochila tan pesada como la de Ace –porque el tío cogía medio armario para una noche –que él había tenido que usar la fuerza de su brazo para levantar, Marco la cogiera tranquilamente con la mano por una de las asas sin el mayor esfuerzo.
Qué quieres que te diga, a mí este tío me da mal rollo.
–Eh… sí, claro. Como no –dijo sin darle más importancia.
Killer era un chico muy impresionable, muy sensitivo. Exagerado, por lo que decían sus amigos, pero siempre notaba cosas raras.
Y llevaba notando esa sensación desde que bajaron del coche. Fuera lo que fuera, de ese sitio, había algo que le daba mala espina. Claro que, pasaba de decir nada. Seguro que se ganaba burlas por parte de todos y cada uno de los cabrones de sus colegas.
Como siempre.
A la mínima que podían, aprovechaban para reírse de Killer por ese motivo. Kid el primero, era el que más se metía con él, con diferencia. Y eso que los otros no se cortaban ni un pelo.
Kid, por su parte, estaba más callado que de costumbre. Pelearse con Law le ponía de mal humor, y sabía que lo mejor por su bien era quedarse calladito. Ya que tenía la santa mala costumbre de pagar la frustración con todo lo que hubiera a su alrededor.
Y no quería eso, almenos no ese fin de semana.
Le miró de reojo, algo dolido, pero Law ni siquiera le miraba. Estaba pendiente de su teléfono, como si estuviera mandando algún mensaje.
Suspiró con frustración, mirando hacia otro lado.
¿Cuándo cambió todo?
Kid estaba hasta las trancas por Law. Le quería con locura, como nunca había querido a nadie. Haría lo que fuera por él, se lanzaría al mayor peligro con los ojos cerrados si era necesario. Pero claro, eso no significaba que supiera hacerle llegar lo mucho que sentía por él.
Porque, si había alguna área que Kid no dominara para nada, era la emocional. Era un total inepto en ese tema.
Kid, aunque pudiera no dar esa sensación, era un tipo muy inteligente. No tenía tanta sangre fría como su novio para depende de qué situaciones y era demasiado impulsivo, haciéndole cometer estupideces más de una vez, pero eso no quitaba que no tuviera cabeza.
Se había sacado la carrera con notas mediocres, eso era cierto, pero lo consiguió sin abrir un puto libro. A diferencia de muchos de sus compañeros, atendía en clase.
No como en el instituto, que suspendió más de una asignatura por no prestar atención. A Kid no le interesaban para nada las asignaturas humanistas, a él le iba todo el tema tecnológico y mecánico, y ahí daba lo mejor de su cerebro perezoso.
Por eso, únicamente atendiendo en clase, conseguía sacar la lógica de los problemas que planteaban los profesores y la manera de resolverlos. Desde su punto de vista, hacía falta razonar, no estudiar.
Fuera lo que fuera, se sacó ingeniería mecánica sin suspender ni una vez. Cosa por la que Killer –iban juntos a clase –le tenía cierta envidia, pero no era culpa suya.
Todo de listo que tenía en el ámbito científico, lo tenía de tonto en terrenos de relaciones sentimentales. Sencillamente, no entendía sobre eso.
No sabía leer a la gente, no comprendía el ambiente, no sabía cuándo se pasaba con algo o cuando se quedaba corto en depende de qué. Las matemáticas y la ciencia tenían una base sólida, los sentimientos y las emociones no.
Y por eso se le hacía tan complicado. Si no se entendía ni él, ¿cómo entendería al resto?
–Eh, Trafalgar… –quiso llamar su atención, con un tono de voz algo brusco.
–Qué quieres ahora, no estoy de humor. –respondió el chico, en el mismo tono que su pareja, dándole a entender que no quería seguir peleándose.
Seguía mirando a la pantalla de su teléfono, buscando cobertura. El mensaje que había mandado a su amigo no había forma de que se enviara.
¿Es que no hay cobertura en este sitio o qué?
Kid chasqueó la lengua, picado.
Desde su punto de vista, él estaba intentando disculparse con Law, y éste le hablaba mal y le ignoraba.
–Que te jodan –respondió molesto.
Law se giró para mirarle en redondo, sorprendido por la contestación y mandada a la mierda de su novio, sin venir a cuenta de nada.
Para Law, Kid seguía teniendo ganas de fiesta, y a él no le apetecía seguir peleándose. Ya habían dado suficiente el cante durante el trayecto, solo quería pasar un fin de semana tranquilo.
–Igualmente, cariño –respondió con el tono más hiriente que pudo.
Kid gruñó, se fue hacia Killer, cargado con las mochilas, y cogió la suya, avanzando hacia el hotel.
Law le observó irse, sin que este le mirara ni una sola vez. Chasqueó la lengua, molesto, yendo a por su propio equipaje. Fingió mirar el móvil, como si no le importara.
¿Cuándo empezó a ir todo tan mal? Te quiero, gilipollas, pero me pones de los nervios.
Law empezó a avanzar, ignorando todo a su alrededor.
Al igual que su novio, también tenía muchos problemas en el tema emocional. Él sí sabía leer a la gente, podía entender a la perfección todo lo relacionado con el corazón y siempre hacía lo posible por respetarlo.
Eso, claro, siempre y cuanto no intercediera con su orgullo.
Y Kid, precisamente, era una de las personas más orgullosas que conocía, igual que él. Por eso les costaba tanto avanzar como pareja. Se les hacía completamente imposible empatizar el uno con el otro, ponerse en su lugar.
Ambos chicos tenían un carácter muy fuerte, y veían que su situación como pareja iba de mal en peor, pero no tenían ni idea de cómo remediarlo.
No quiero dejarlo… pero no sabemos estar juntos.
Este mismo pensamiento, les había llevado a un círculo vicioso del que no sabían como salir. Su relación estaba llegando a unos puntos de toxicidad extremos. Todos a su alrededor coincidían en que estarían mejor cada uno por su lado, y había momentos que ellos también lo creían así.
Lo habían intentado. Law fue quien rompió por primera vez, él mismo lo veía que solo conseguían dañarse mutuamente, pero algo siempre les empujaba a volver.
Quizá esta vez.
Será diferente.
Seremos mejores.
Promesas vacías que nunca llegaban a cumplirse. Ninguno de los dos era capaz de ceder a la hora de la verdad, y mucho menos de disculparse cuando tenían que hacerlo.
Debería hacerlo… deberíamos dejarlo de una maldita vez. Esto ha dejado de ser divertido.
Miró la ancha espalda de Kid, alejándose, avanzando sin él, decidido. Le entró miedo.
Pero joder, no puedo… no puedo, no puedo, no puedo…
Kid se giró un momento, mirando de reojo detrás de él. Le había parecido notar algo. Pero solo estaba Law, a unos metros de él, aún con el teléfono en la mano, ignorando a todo y a todos. Siempre a su bola.
Es incapaz de dar su brazo a torcer, aunque haya empezado él esta vez… claro que, yo le he mandado a la mierda hace menos de un minuto… No, se lo merecía. Es un cretino. Que se disculpe él.
Dolido, siguió avanzando con ese pensamiento en mente.
Te quiero, joder, solo quiero que estemos bien. ¿Por qué no puedes verlo?
Ace y Marco avanzaron en segundo lugar, y Killer, con todo su morro, dejó el coche ahí aparcado y fue con ellos. Los tres chicos coincidían en que la experiencia sería mala, teniendo en cuenta que ahora Law y Kid estaban en el tiempo de pelea.
Killer se detuvo un momento para llegar a la altura de Kid.
–Eh –saludó.
–Eh –respondió el otro.
Hablarse a base de fonemas era su manera de interactuar muchas veces.
–Oye… –empezó Killer. Y Kid supo perfectamente lo que quería decirle.
–No me toques los cojones, que no estoy para tonterías. –dijo con su habitual simpatía.
Killer chasqueó la lengua, algo molesto. Entendía a su amigo, le quería y haría lo que fuera por él, pero no le aguantaba cuando se ponía en ese plan. Y, la única manera que tenía de hacérselo saber, era mediante más brusquedad.
–¿Sabes por qué te llevas tan mal con Trafalgar? –preguntó Killer, muy molesto. Claro que eso, Kid no lo notó. Le era difícil poder notar el sarcasmo o las ironías.
–¿Por qué? –preguntó con curiosidad. Quizá su amigo Killer encontraba la fórmula matemática que él no conseguía descifrar.
Y a Killer se le hincharon más los huevos al ver lo sumamente idiota que podía ser Kid. ¿En serio me hablas de esta forma y ahora me vas de buenas?
–Que sois igualitos –respondió, avanzando más rápido y poniéndose en cabeza de la cola.
Kid se detuvo, quedándose algo perplejo por la respuesta de su amigo. Realmente, no entendía a qué se refería.
Miró de reojo hacia su novio, que subía justo detrás de él.
Él es moreno, y yo pelirrojo. Él es un cretino y yo sé razonar, cuando no me tocan la polla. Él es prepotente, yo no demasiado. Él tiene un orgullo desmedido, y yo solo me hago respetar. Él es terriblemente borde, yo solo hablo como me sale en ese momento.
No, definitivamente Kid no veía ninguna semejanza.
*
Ya estaban instalados, cada uno en su habitación. Kid y Law dormían –o se mataban –en la misma, Killer tenía otra y Ace dormiría en la de Marco.
Kid seguía dándole vueltas a lo que Killer le había dicho, sin encontrarle el sentido.
Estaba encima de la cama de su habitación, tumbado, mirando al techo y pensando sobre ello. Lo cierto era que ya apenas recordaba su enfado con Law, ni siquiera se acordaba ni del motivo.
–Trafalgar –dijo en voz alta, intentando llamarle la atención.
Law seguía con su teléfono, sentado en la repisa de la ventana. Parecía que se había enviado ya su mensaje, pero Penguin todavía no lo había recibido. Quería hablar con él un rato antes del pasaje del terror, pero empezaba a ver que sería imposible.
Entre que la cobertura era mala, y que al chico no le faltaría demasiado para tener que ir a prepararse…
–Dime –respondió, en tono neutro.
–¿Crees que nos parecemos? –preguntó Kid. A ver si entre dos hacían uno.
Law giró su cara, mirándole con el ceño fruncido.
–¿A qué viene eso? –era una pregunta un tanto curiosa, y más viniendo de alguien como su pareja.
–Lo ha dicho Killer antes. Que nos peleamos tanto porque nos parecemos. –respondió este, de forma simple.
Law se quedó un tanto pensativo. Nunca había pensado en esa posibilidad, pero lo cierto era que tenía sentido.
–Puede ser. En psicología, nos explicaron que cuando hay algo que te molesta mucho de una persona, es porque tienes ese mismo defecto y te ves reflejado en él. –comentó.
Esta vez fue el turno de Kid de fruncir el ceño.
–Pues yo creo que son gilipolleces. Tú y yo no nos parecemos en nada. –respondió Kid.
Law le miró con las cejas levantadas, algo sorprendido.
–A ver, algo en común tenemos que tener, sino no estaríamos juntos. –respondió Law, como si se tratara de una obviedad.
¿Y por qué coño tiene que decirlo en ese tono tan despectivo? ¿Tan malo sería parecerse a mí en algo?
Kid se levantó de la cama, algo animado. Definitivamente, no había captado el tono de Law, y se lo había tomado de forma literal.
Se acercó hacia él, rodeándole con los brazos, por la espalda, dándole suaves besos por el cuello.
–Claro que sí… –dijo en tono grave, con los labios pegados a la piel de su cuello –que tu culo es el mejor que he probado nunca, y encaja a la perfección con mi polla –susurró en su oído, antes de morderle la oreja.
Para Kid, esto era un halago precioso y muy romántico.
Law, que al principio estaba dejando que Kid le calentara, esperando llegar al de reconciliación, se giró a mirarle, visiblemente furioso. Tanto que hasta alguien tan torpe como Kid lo notaría.
–¿Disculpa? –Preguntó, muy enfadado – ¿Eso es lo que soy para ti? ¿Un agujero donde meterla en caliente?
Kid se apartó un poco de él, ofendido por que Law le hubiera malinterpretado de esa forma.
–¿A qué viene eso? Sabes de sobras que no. –respondió algo brusco, aun abrazado a él.
–Pero lo único que tenemos en común es que congeniamos en la cama. –respondió, repitiendo lo que había interpretado por el tono y las acciones de su novio.
Kid le miró algo confundido.
–¿Y que lo pasemos bien en la cama es malo? –preguntó sin entenderlo del todo bien.
–Yo no he dicho eso –dijo Law volviendo a desviar la mirada hacia la ventana.
Kid volvió a sonreír, volviendo a empezar su recorrido de besos por su cuello, sabiendo lo mucho que eso excitaba a Trafalgar.
–Vamos, Trafalgar. Sabes que eres lo más importante para mí… –empezó a decirle, cubriéndole de halagos.
Kid intentaría no enfadarse. Estaba cariñoso, y le tenía ganas. A su forma, Kid era un chico muy cariñoso, que necesitaba de caricias y abrazos.
Pasó las manos por sobre de su estómago, apretando un poco, sintiendo esos abdominales bien formados debajo de su sudadera amarilla.
–Trafalgar… –susurró su apellido, suavemente. En ese tono que solo reservaba para él, para esos momentos en los que estaban bien.
Law aún seguía algo picado, pero Kid era capaz de derrumbar sus defensas en menos de medio segundo si se lo proponía. Aun haciéndose el digno, giró la cabeza, dándole acceso a su cuello, para que siguiera besándole.
¿Esto está bien? Estamos mal, Killer tiene razón. Somos una pareja horrible…
Soltó un leve jadeo al notar otro mordisco por parte de Kid en su oreja. Sus dedos empezaron a colarse por debajo de su sudadera, resiguiéndole el contorno de su cuerpo, subiendo por su torso hasta su pecho, presionando entre sus dedos uno de sus pezones.
Sus pensamientos se vieron nublados por las palabras y las caricias de Kid.
–Trafalgar, te quiero tanto… –le decía una y otra vez. Palabras sinceras, salidas directas de su corazón –eres el mejor… me encanta como eres, joder me pones tanto…
Kid pasó a lamerle el cuello, sintiendo lo bien que reaccionaba su novio a sus atenciones. Era cierto lo que había dicho antes, nunca había congeniado con nadie tan bien como con Law. Y, aunque le pusiera de los nervios, le encantaba su forma de ser.
Porque aunque tuvieran malos momentos, los buenos eran los mejores que había vivido nunca. Adoraba a su Trafalgar, le adoraba como si fuera una especie de dios, un ángel caído directamente hacia él.
–Te quiero mucho… y claro que me gusta el sexo contigo, pero me gustas más tú… –susurraba halagos sin parar, queriendo hacerle llegar sus sentimientos, lo puros que podían llegar a ser.
Law se dejó llevar. El Kid gallito era insoportable, pero le encantaba el Kid dulce. Era capaz de hacerle temblar, y casi siempre que hacían el amor salía a flote, haciéndole sentir la persona más especial del mundo.
Y Law era totalmente adicto a él. En sus momentos bajos, le odiaba, pero en los buenos, haría todo lo que le pidiera sin siquiera pensarlo. Estaba totalmente sometido a él, haría lo que fuera por él.
Justo como ahora.
¿Cómo no voy a querer esto, a quererle a él? Es demasiado bueno. No quiero separarme de ti. Odio pelearme contigo, solo quiero que estemos bien. Como ahora…
Law llevó una mano hacia la nuca de Kid a la vez que giraba la cara, buscándole con los labios.
A diferencia de Kid, él no solía hablar durante el sexo. No le gustaba la charla erótica, no le salía de dentro decir nada. Él prefería hablar con acciones, y estremecerse por las palabras del pelirrojo.
–Eustass… –susurró hacia él, mientras le besaba, sintiendo las manos calientes de Kid levantando su sudadera, dejándole el pecho tatuado al descubierto.
–Trafalgar, quiero comerte enterito… –dijo mordiendo su cuello una y otra vez –me pones muy cachondo, Trafalgar…
Law correspondió las atenciones de Kid, dejándose arrastrar por su lujuria y por su pasión, haciendo el amor, dejando atrás todas y cada una de las peleas estúpidas que habían tenido ese día.
En esos momentos, eso no era importante. Solo importaban ellos, darse lo mejor, ofrecer todo lo que pudieran para el otro, sentir el máximo placer hasta llegar al éxtasis. Quererse tantas veces como aguantaran hasta que tuvieran que volver a reunirse con el resto.
Simulando que su relación no era una mierda. Que ambos no estaban atrapados en un círculo vicioso de euforia e ira, que sabían cómo quererse y darse lo mejor el uno al otro.
En esos momentos, ambos chicos realmente llegaban a creer en esa ilusión.