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El Poder Para Proteger (Todo va a ir bien) por dominadaemoni

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—Cuarto Rey, Reisi Munakata Sama —anunció el Usagi y dejó paso al Rey Azul para que entrara en la cámara de audiencias dorada.

Fue la primera vez en un mes que Daikaku Kokujōji lo convocaba ante él. El anciano se abstuvo de la demostración formal de sus poderes de nuevo y Reisi estaba bastante seguro de que la razón continuaba siendo la pérdida de una enorme cantidad de energía durante su pelea contra Himitsu semanas atrás.

No quedaba mucho de la dignidad del Rey Dorado. Su postura era encorvada, su piel estaba pálida y su rostro aparecía incluso más arrugado que durante su última entrevista. El anciano claramente tenía que luchar por mantener la postura erguida.

Lo que también irritó a Reisi ese día fue el zumbido profundo y monótono que sintió dentro de su cuerpo, como si cada fibra vibrara con una entonación desconocida. Y también el brillo etéreo en el aire: una especie de partículas de polvo verde azulado que danzaban a través de la luz del sol. El resplandor parecía emerger directamente de las Pizarras de Dresden situadas debajo del suelo de vidrio.

Reisi había estudiado el archivo del Rey Dorado una y otra vez y tenía una idea aproximada de lo que estaba sucediendo en ese momento. Pero no podía decir que le agradara aquello que implicaba. Para nada.

Se inclinó levemente.

—Su Majestad —dijo y se obligó a mirar a Kokujōji, que se encontraba en el centro del pasillo con las manos ligeramente temblorosas cruzadas frente a su vientre—. Como ya imagino que se habrá enterado, Scepter4 ha podido identificar al atacante. Desafortunadamente, no hay ningún progreso todavía en lo que a ponerlo bajo custodia se refiere, pero tenga la seguridad de que ya estoy trabajando en...

—Suficiente —dijo el Rey Dorado, levantando la mano—. No te llamé para eso.

—De acuerdo, Majestad.

—Vayamos directos al grano. Seguramente habrás notado los primeros signos. Las Pizarras comienzan a desplegar su verdadero poder, ahora que ya no puedo regularlas.

—Sí, lo he notado.

Reisi había esperado que su suposición resultara falsa; había esperado, a pesar de todo lo que sabía, que el Rey Dorado se recuperara con el tiempo. E incluso ahora, con la clara evidencia ante sus ojos, todavía se negaba a pensar en las consecuencias.

—No hace falta que te indique que la siguiente conversación no debe salir de esta habitación...

—Por supuesto —confirmó Reisi. Tenía un mal presentimiento sobre a dónde lo llevaría todo este asunto.

El Rey Dorado asintió lentamente como si no estuviera seguro de si podía o debía confiar en él. Finalmente dijo:

—Mis médicos me aseguran que me quedan dos meses de vida; siempre y cuando no use mis poderes. De lo contrario, menos.

Reisi se quedó callado. Ya lo había imaginado, pero aún así, no sabía cómo responder.

—He vivido una larga vida y he pensado mucho en mi muerte inminente —continuó Kokujōji—. No hay nada de lo que me arrepienta o tema. Mi mayor preocupación en este momento es únicamente la seguridad de las Pizarras.

—Entiendo.

—Por lo tanto, es hora de hablar sobre las medidas adecuadas para reprimir su poder desenfrenado. Soy muy consciente de que esto conlleva una gran responsabilidad, pero no veo otra opción que...

—¿Qué hay del Primer Rey? —interrumpió Reisi. Se sintió como si acabara de cometer un sacrilegio al cortar al Rey Dorado -un hombre moribundo- en seco. Pero no se veía en condiciones de escuchar hasta el final. No mientras hubiera una alternativa—. Adolf K. Weismann todavía reside en el dirigible Himmelreich; todavía está dando vueltas por la ciudad. Él ciertamente podría...

—Weismann escogió dar la espalda a este mundo hace mucho tiempo —respondió Kokujōji con un gesto severo—. No se preocupa por asuntos de esta naturaleza.

—Pero... él es el creador de estos 'asuntos'. Fue gracias a su investigación, debido a sus experimentos, que el sello de las Pizarras se rompió. Si Weismann no las hubiera activado, seguramente estarían olvidadas y enterradas en algún búnker alemán desde la Segunda Guerra Mundial; ¡nunca habrían desarrollado todo su potencial!

Kokujōji dio un paso atrás. Parecía conmocionado. Pero Reisi no sabía si fueron las palabras las que lo conmovieron, o más bien el hecho de que se hubiera atrevido a hablar de manera tan irrespetuosa. Casi de inmediato, se arrepintió de su arrebato.

—Le ruego que me disculpe. Eso fue inapropiado —dijo, haciendo una profunda reverencia.

El Rey Dorado se recuperó y suspiró.

—Es cierto, fue inapropiado. Pero cierto.

Reisi parpadeó sorprendido.

—Sin embargo, no tiene sentido seguir discutiendo este asunto. No podemos cambiar el pasado—. Kokujōji sonaba cansado—. Tenemos que lidiar con este problema solos. Los Weismann -más en concreto Klaudia Weismann, la hermana mayor de Adolf- dejó notas detalladas sobre los resultados de su investigación. Junto con el conocimiento que he acumulado a lo largo de los años, tendrás mucha información a tu disposición para que puedas ocupar mi lugar. Al menos hasta que aparezca un nuevo Rey Dorado elegido por las Pizarras.

Reisi miró en silencio al otro hombre.

«Así que finalmente hemos llegado a este punto», pensó.

Hubo momentos, no hacía mucho tiempo, en los que había tenido la ambición de lograr esta misma posición: en la cima del poder, moviendo los hilos, sin rendir cuentas a nadie y teniendo todas las posibilidades y los medios para modelar el futuro de la humanidad según su propia voluntad.

Pero de repente vio la imagen de una Espada de Damocles rota en su mente, y no era la Espada Roja de Suoh sino la suya. En ese instante, supo que si se hacía cargo de esta tarea, solo podría significar su prematura muerte.

«Pero no hay nadie más que pueda hacerlo».

El Rey de Plata ya no quería tener nada que ver con el mundo. El Rey Rojo había perdido sus poderes; por no hablar de que Suoh no estaba en condiciones ni contaba con la preparación necesaria para regular la fuerza de las Pizarras.

Después de la muerte de Ichigen Miwa, las Slates no habían elegido un nuevo Rey Incoloro. Lo mismo se aplicaba al 6º Rey, Seigo Ōtori: desde que el líder del Clan Catedral había muerto en el Incidente del Cráter Kagutsu, hacía trece años, no había aparecido otro Rey Gris.

Y luego estaba el Rey Verde, Nagare Hisui, quien -a juzgar por todo lo que habían descubierto- solo estaba esperando escondido hasta que sus enemigos mostraran algún signo de debilidad para poder usarlo contra ellos, y Reisi tenía la sensación de que este momento llegaría muy pronto.

«Así que seré yo quien tenga que asumir la responsabilidad de controlar las Pizarras de Dresden después del fallecimiento de Daikaku Kokujōji»

Por unos momentos Reisi permitió dejar que el miedo se apoderase de él al pensar en la enorme responsabilidad que venía con esa tarea. Se abrió al pánico que amenazaba con aplastarle el pecho y cortarle las vías respiratorias; permitió que la frustración y la desesperación lo carcomieran mientras se preguntaba:

«¿Cuáles serán las consecuencias si fallo?»

Después cerró los ojos y enderezó su postura. Exhaló. Inhaló. Instintivamente, su mano se desplazó hacia la empuñadura de su sable. No para desenvainar, sino para apoyarse en él. Aferrarse a los valores que Sirius representaba: honor, deber, orden.

Gracias al poder de las Pizarras de Dresden, Reisi se había convertido en el Rey Azul, en el Rey del Orden. Estaba firmemente convencido de que había una razón por la cual -de entre todas las personas- había sido él, el elegido. Quizás fuera su ingenio, su previsión, su determinación o sus habilidades tácticas. O quizás fuera, simple y llanamente, su terquedad.

Pero Reisi sabía que no iba a huir de su responsabilidad. Lucharía por mantener estos valores hasta el último suspiro, incluso si eso significaba que tenía que enfrentar su destino en forma de Damocles Down demasiado pronto.

—Lamento no poder prepararte mejor para mi sucesión —dijo el Rey Dorado, sacando a Reisi de sus reflexiones—, pero al menos he dado órdenes para que obtengas el apoyo necesario para cumplir con la tarea incluso después de mi fallecimiento.

—Entiendo, Majestad. Acepto mi deber.

El Rey Dorado asintió. Parecía aliviado y al mismo tiempo, parecía haber envejecido aún más. Como si el consentimiento de Reisi le hubiera quitado su preocupación pero también su voluntad de vivir.

—Es hora de calmar a las Slates antes de que los efectos de su poder se expandan más allá de estos muros.

Reisi no dudó más. Se colocó en el centro del pasillo y afirmó:

—Estoy listo.


Mikoto miró hacia el cielo nublado. Parecía que pronto iba a llover y Munakata aún no se había presentado.

Habían pasado dos semanas desde su primer beso. Durante ese tiempo se habían reunido varias veces a la semana. Primero iban a comer algo al tachigui-ya y luego entrenaban juntos en el gimnasio.

Todavía dedicaban una hora al combate cuerpo a cuerpo en el dōjō. Pero ganar ya no era el objetivo. Preferían pelear juntos que uno contra el otro, aunque ambos se divirtieran comprobando sus límites.

A veces iban al bar Karma para tomar una copa y fumar un cigarrillo para terminar la velada y Mikoto tuvo que admitir que disfrutaba de esas reuniones. No solo porque lo distrajeran de pensar demasiado en el Aura Roja, o porque su interés en el otro hombre crecía con cada encuentro, sino porque Munakata extrañamente no abrumaba a Mikoto con expectativas, como hacían todos los demás y como siempre había hecho en el pasado. Mikoto no necesitaba demostrar su valía ante el Rey Azul. Simplemente podía ser él mismo.

«¡Maldita sea! Si alguien me llega a decir hace un mes que voluntariamente iba a pasar tiempo con ese arrogante bastardo azul, habría quemado al idiota»

Pero ahí estaba, impaciente por su cita. Aunque sus reuniones siempre siguieran el mismo patrón, Mikoto no se aburría. En todo caso, disfrutaba descubriendo nuevas facetas de Munakata y buscando nuevas formas de desconcertarlo.

Además, sus mutuos avances también se sumaban a la satisfacción de Mikoto. Munakata, como siempre, no se lo ponía fácil, pero a Mikoto le gustaba el desafío.

Sintió una sonrisa curvar sus labios cuando recordó una situación en particular hace algunos días en este mismo puesto de tachigui...


—Munakata... —Mikoto gruñó sin apartar los ojos de la boca del otro.

El Rey Azul bajó su cuenco y la mano en la que sostenía sus palillos y le lanzó una mirada inquisitiva.

—Tienes algo ahí...

Incluso antes de que Mikoto supiera lo que hacía, pasó la mano por la barbilla de Munakata limpiando una gota de salsa de soja de la comisura de su boca.

Los ojos de Munakata se agrandaron de asombro. Más aún cuando Mikoto lamió su dedo lentamente y con deleite, sonriendo sugestivamente.

—O'ya... —fue todo lo que el Rey Azul -por lo general tan elocuente- logró pronunciar.

La sonrisa de Mikoto se amplió aún más cuando recordó

una situación muy similar dos días después

—Munakata... —Mikoto gruñó sin apartar los ojos de la boca del otro. Esa boca perfecta, que no se había manchado ni con una mísera gota de salsa de soja ese día.

La mirada del Rey Azul se encontró con la de Mikoto mientras bajaba su cuenco e inclinaba la cabeza con curiosidad.

No importaba que no hubiera nada que limpiar hoy, Mikoto aún así extendió la mano hacia la barbilla de Reisi...

...y fue atrapada por su dueño, quien rápidamente agarró su muñeca, antes de que Mikoto pudiera poner ese hermoso rostro al alcance de sus dedos.

¡Maldita sea! Obviamente, Munakata lo había descubierto. Mikoto debería haber supuesto que el Rey Azul no caería en esta trampa por segunda vez.

En el instante siguiente, fue la boca de Mikoto la que se abrió de sorpresa, cuando el otro hombre se acercó su mano a la cara. Observándolo fijamente, Reisi introdujo el pulgar de Mikoto entre sus labios imitando su propio gesto de hace unos días, enrollando su lengua alrededor de él con una lentitud hechizante.

Una sensación emocionante recorrió el cuerpo de Mikoto ante esa vista sugerente. Los ojos morados, detrás de las gafas, se oscurecieron de deseo y Mikoto involuntariamente imaginó que no era su pulgar lo que Munakata se encontraba lamiendo...

Su pene se revolvió en sus jeans. Pero tan rápido como su erección comenzaba a crecer, tan rápido pasaba el momento.

—Tenías algo ahí... —dijo Reisi empujando la mano de Mikoto hacia atrás y sonriendo gentil y engreidamente.

Esta situación a Mikoto le agradaba: ser el retador además de ser el desafiado. Cada vez que lograba sacar a Reisi de su caparazón, era sorprendido por una reacción inesperada del otro hombre. Cada vez que pensaba que tenía la ventaja, acababa descubriendo que había sido Munakata el que estaba moviendo los hilos.

Como en aquella ocasión, hace unos días...

Ya era tarde, y además de ellos dos, apenas quedaban otros tres usuarios más en el gimnasio. Cuando se dirigían a las duchas después de su sesión de pelea, Mikoto dejó que sus ojos se deslizaran sobre la espalda y el trasero de Reisi, mientras el otro hombre caminaba frente a él. Incluso la ropa de entrenamiento informal no era capaz de dañar la elegancia natural subyacente en cada movimiento del Rey Azul.

Reisi no parecía darse cuenta del efecto que tenía en Mikoto, porque cuando finalmente llegaron al vestuario, comenzó a quitarse la ropa sudada sin un atisbo de falsa vergüenza y sin siquiera mirar a Mikoto mientras se desnudaba.

«Éso o el bastardo sabe exactamente lo que está haciendo y está jugando conmigo», pensó Mikoto, cuando Reisi, con un gesto elegante, se quitó la camisa.

«Y aún así...»

Decidió aprovechar la oportunidad, se acercó a Munakata y lo sujetó de las caderas.

El Rey Azul dio la impresión de haber sido tomado por sorpresa cuando se encontró atrapado por su abrazo.

—¿Suoh?

—Llévame contigo... —susurró Mikoto, disfrutando de la sensación del pecho desnudo de Reisi contra el suyo. La piel bajo sus dedos se sentía suave, cálida, ligeramente húmeda por el sudor... Dejó que sus manos se deslizaran hacia arriba a lo largo de los costados de Reisi hasta que, casualmente, sus pulgares rozaron los pequeños y endurecidos pezones. Reisi recompensó el toque de Mikoto con un fuerte suspiro y la aceleración de su respiración. No hizo ningún amago para liberarse del abrazo, pero preguntó entre dos jadeos entrecortados:

—¿Llevarte conmigo? ¿A dónde?

—A tu ducha —respondió Mikoto, antes de inclinarse hacia adelante para enterrar su rostro en el hueco de su cuello, inhalando profundamente su aroma. Encontró su olor atractivo incluso después de una hora de entrenamiento. Embriagador, incluso adictivo.

Reisi metió sus dedos entre el cabello de Mikoto e inclinó su propia cabeza en una invitación silenciosa. Mikoto no dudó. Dejó que su lengua se arrastrara desde la clavícula de Munakata sobre su laringe hasta su oreja.

 

 

—Te deseo... —murmuró y sintió al Rey Azul temblar ante sus palabras.

—No creo, eso es... —Reisi tragó saliva y enmudeció cuando Mikoto reclamó sus labios. Por un minuto en los vestuarios solo se escucharon los sonidos de sus respiraciones aceleradas y los húmedos besos.

Sólo cuando Mikoto comenzó a buscar a tientas los cordeles de los pantalones deportivos de Munakata, el Rey Azul se puso rígido e impuso cierta distancia entre ellos.

—No lo hagas —dijo Reisi y levantó la mano en un gesto inequívoco de parada—. No creo que sea buena idea.

Su postura se volvió repentinamente inquebrantable, en contraste con sus labios enrojecidos y su cabello revuelto. Lanzó una fugaz mirada hacia la puerta del vestuario.

—Estamos en un lugar público. Éste no es el momento ni el lugar adecuado para algo así, Suoh.

Mikoto reprimió un aullido frustrado: «¡Tan cerca!»

—Pero diez puntos por intentarlo —agregó Reisi, con una suave risa en la voz, antes de desaparecer en una de las duchas, cerrando la puerta detrás de él de manera audible.


Incluso horas después, cuando Mikoto se encontraba acostado en la cama de su habitación, con su mano envolviendo su dura erección, las imágenes de esa escena no habían abandonado su mente.

Echó otro vistazo al cielo nublado. Poco a poco se iba impacientando. Llevaba casi una hora esperando y Munakata nunca llegaba tarde. Bueno, casi nunca. Pero Mikoto sabía que esa única vez, hace unas semanas en el dōjō, no había sido una tardanza, sino un movimiento inteligente hecho a drede para trastornarlo.

También sabía que Munakata siempre anteponía su trabajo a todo lo demás. Mikoto podría haberlo llamado para preguntarle si le había surgido algún imprevisto. Pero, por un lado, no se sabía su teléfono ya que todavía no habían encontrado una razón para intercambiar sus números. Uno de ellos generalmente determinaba la hora de su próxima cita y hasta ahora el sistema había funcionado bastante bien. Y por otro lado, Mikoto no estaba seguro de si realmente habría llamado al Rey Azul, de haber tenido su número.

No era como si uno de ellos tuviera alguna obligación con respecto al otro. Sus encuentros no eran citas de pareja. Ellos no eran un par de adolescentes acaramelados. Ni siquiera eran amigos de verdad; la época en la que lo fueron hace mucho que pasó. Ahora solo eran dos..., ¿qué eran exactamente?

Sólo eran dos Reyes rivales, físicamente atraídos el uno por el otro, que se encuentran a horas intempestivas para pasar un rato juntos.

«¡Maldita sea!»

De repente, un sabor amargo apareció en la boca de Mikoto. Parecía que Munakata no tenía muchas ganas de pasar el rato con su rival hoy.

Luchando para no ahogarse con la amarga decepción que le producía esa constatación, Mikoto pidió un tazón de ramen y se lo tomó apresuradamente, antes de partir hacia el gimnasio. Apenas logró llegar antes de que el cielo abriera sus compuertas y comenzara a llover a cántaros.


Reisi se encontraba en la alcoba separada de su oficina que usaba como salón para el té, sentado en seiza sobre sus talones, mirando el brasero y la tetera que hervía silenciosamente encima. Ni siquiera un tazón de té había logrado proporcionarle la satisfacción interior deseada.

Desde que había regresado de su audiencia con el Rey Dorado, sus pensamientos retornaban constantemente a la nueva experiencia que había tenido que superar hacía unas horas: la regulación de las Pizarras de Dresden.

Había sido una sensación extraña y extravagante, arrodillarse sobre la enorme losa, mientras era atravesado no sólo por sus propios poderes sino también por fracciones de los otros seis, igualmente calientes, electrizantes, calmantes, fríos, fervientes y estimulantes. Reisi tuvo la impresión de no ser más que un recipiente llenándose a rebosar de energía. El impulso de deshacerse de esta avalancha de diferencias, de esta abundancia de poder, lo había hecho temblar y temblar incontrolablemente. Se sintió aliviado cuando todo terminó y finalmente pudo cortar la conexión.

Había logrado cumplir con su deber esta vez. Las Pizarras descansarían ahora por un tiempo antes de que necesitara calmarlas nuevamente.

«En una semana volveré a estar expuesto a su energía».

Reisi se vería obligado a regular las Pizarras en estos intervalos, siguiendo las instrucciones del Rey Dorado. Daikaku Kokujōji no lo había mirado a los ojos después de que lo hiciera, ni siquiera una vez. Y Reisi sabía por qué. El Rey de Oro había perdido una parte de su supremacía. Dependía de él. Realmente no importaba que el Rey Azul no quisiera este poder, que ya no viera esta circunstancia como una oportunidad feliz sino más bien como una carga. El anciano simplemente se sentía atrapado en sus manos.

Pero ni Kokujōji ni el propio Reisi podrían cambiar las circunstancias a menos que decidieran abandonar las Pizarras o destruirlas. Esta última posibilidad se mencionaba repetidamente en las notas de los hermanos Weismann, pero tanto el Rey Dorado como el Azul habían acordado que ésta tenía que ser la última alternativa para proteger a la población si alguna vez se salían de control.

Reisi resistió la tentación de salir de la sede de Scepter4, subir al techo de uno de los rascacielos y sacar su Espada de Damocles, solo para asegurarse de que nada hubiera cambiado. Una gran parte de la energía había salido de él cuando cortó la conexión con las Slates, pero todavía le quedaba mucha más de la que debería manejar. Se sentía como si acabara de despertar de una semana de sueño y tuviera que ponerse a trabajar de inmediato.

Se obligó a mantener la calma, inmóvil. Porque cada vez que seguía su impulso de moverse, tenía la sensación de que todo su interior vibraba. Las vibraciones habían disminuido perceptiblemente en las últimas horas, desde que había regresado al Tsubaki-Mon, pero Reisi continuó permaneciendo tan estático como una estatua.

Tomó otro sorbo de té antes de volver a colocar el tazón en el tatami frente a él.

A medida que pasaban las 6 de la tarde, la sede se había vuelto más silenciosa. A veces, Reisi oía pasos frente a su oficina, pero el ajetreo del día ya había cesado.

Tras un rato, escuchó un golpe en su puerta.

—¿Capitán? ¿Puedo entrar?

—Por supuesto, Fushimi Kun—. Reisi había estado esperando el informe diario sobre el progreso relacionado con el caso de la Torre Mihashira de su tercero al mando. No se levantó, pero indicó al joven que se acercara—. ¿Té?

—Hmm... —Reisi estaba seguro de que rechazaría la oferta porque la inquietud estaba escrita en su rostro, pero Fushimi reconsideró, se encogió de hombros y dijo—: está bien.

Ninguno de los dos habló mientras el joven tomaba asiento y Reisi preparaba otro tazón de té verde. Aunque sabía que su tercero al mando la mayoría de las veces actuaba de manera errática e impaciente, una mirada de reojo le demostró que Fushimi también sabía apreciar un momento de paz y tranquilidad para variar.

—Y bien... —dijo, entregando el cuenco a Fushimi—. ¿Tienes alguna noticia para mí?

Fushimi lo miró fijamente por encima del tazón de té.

—Eso mismo iba a preguntarte yo...

Había un indicio de acusación en su voz, que Reisi no pudo correlacionar del todo. Por ello, alzó las cejas con sorpresa.

—Hm... ¿Qué ocurre?

El joven parecía indeciso sobre cómo abordar el asunto, pero su franqueza acabó ganando.

—Creo que debería estar informado sobre todos los detalles relacionados con el caso de la Torre Mihashira. No puedo trabajar de manera eficiente cuando ocultas información importante.

—Te aseguro que estás al tanto de todos los detalles relevantes —dijo Reisi con sinceridad. Le había contado todo lo digno de mención sobre Himitsu y el ataque del Rey Verde de hace siete años, excepto la condición personal del Rey Dorado y la regulación de las Pizarras; pero esa última información era confidencial y no iba a salir de su boca.

—¿De veras? —preguntó Fushimi, sus dudas, claramente audibles en cada palabra.

—Por supuesto.

«¿A dónde quieres llegar?»

Fushimi tomó un sorbo de su té.

—Sé que te has estado reuniendo repetidamente con Mikoto Sa... uh... con el Rey Rojo para discutir este caso.

Reisi se quedó sin habla por un momento. Aunque había anticipado que alguien le abordaría sobre este asunto antes o después, de alguna manera esperaba que fuera más tarde que temprano. No habían mantenido sus reuniones explícitamente en secreto, pero siempre actuaba con discreción con respecto a su vida privada; casi ninguno de sus clansmen sabía algo sobre sus actividades de ocio, siempre y cuando no los involucrara directamente. Pero Fushimi a veces era demasiado inteligente para su propio bien.

— ¡Y ni siquiera lo niegas! —exclamó su tercero al mando cuando Reisi no respondió de inmediato. En el azul de los ojos del joven había una extraña mezcla de asombro y decepción.

—No tengo que justificar mis acciones ante ti —respondió Reisi, deliberadamente compuesto en la superficie, aunque conmovido interiormente por el reproche implícito de Fushimi.

No había etiquetado esa... cosa... entre Suoh y él todavía y no estaba listo para lidiar con el asunto en este momento, por lo que desvió la discusión.

—Pero tú sí que creo que me debes alguna explicación. ¿Así que usaste tu recién extendida autoridad para seguir al Rey Rojo? —De repente, un pensamiento muy desagradable apareció en su mente—. ¿O a mi?

Una expresión de shock genuino apareció en el rostro de Fushimi antes de lograr contenerla.

—No he mandado seguir a Mikoto Suoh, ni a ti —dijo y la indignación en su voz estaba casi al borde del disgusto.

—Bueno, entonces explica cómo es que te enteraste de estas reuniones. Y será mejor que sea una muy buena explicación.

—No fui yo quien hizo que te siguieran—dijo rápidamente Fushimi—. Ya había alguien más haciéndolo.

—¿O'ya? La trama se complica. Continúa.

Reisi podía deducir por la mirada irritada en el rostro de Fushimi, lo poco feliz que lo hacía el hecho de tener que responder por sus acciones. Pero de mala gana comenzó su descripción.

—¿Recuerdas que quería vencer a Himitsu y sus amigos de en su propio juego? Encontré una manera. Ella es una mercenaria; su nombre es Douhan Hirasaka y está altamente clasificada en la extraña jerarquía del Clan Verde. Le estoy comprando información.

—Ya veo. ¿Y esa información se refería a una reunión entre Mikoto Suoh y yo?

—No exactamente —respondióFushimi vacilante—. Me enteré de sus citas por pura casualidad.

—Soy todo oídos.

Fushimi apretó los labios y Reisi podría haber jurado que estaba luchando contra el impulso de poner los ojos en blanco.

—Hirasaka fue asignada para proveerme de información y antecedentes sobre los miembros de rango J -que es como nombran los verdes a sus líderes-: quiénes son, su pasado, su paradero actual..., lo de siempre. Pero también me informó de una conexión interesante. El Rey Verde recibe apoyo financiero de altos niveles del Gobierno.

Las piezas del rompecabezas dieron un par de vueltas en la cabeza de Reisi antes de que comenzaran a caer en sus lugares para encajar la imagen.

—El Primer Ministro Samukawa —dijo y se ganó una mirada de asombro de Fushimi—. Bueno, esta conclusión es lógica considerando las circunstancias —explicó brevemente.

Deliberadamente no mencionó que había una pieza en este rompecabezas que, de ellos dos, solo Reisi conocía. Por lo general, estaba a tres o más pasos por delante de sus otros subordinados, pero con Fushimi se consideraba afortunado si era siquiera uno.

Aunque ya tenía una idea de cómo su tercero al mando se había enterado de las reuniones entre Suoh y él. Sólo necesitaba confirmación.

—Samukawa nunca ocultó el hecho de que no aprueba mi forma de dirigir Scepter 4.

«El tipo piensa que soy un mocoso intolerable con demasiado poder. ¿Cuánto tiempo llevará observándome?»

—No realmente, si entendí bien a Hirasaka... Oficialmente permanece al margen, no quiere convertir al Rey Dorado en un enemigo. Simplemente le dio cierta información a : Los Rojos y los Azules han resuelto sus diferencias y están trabajando juntos en un caso de máxima prioridad. Eso fue suficiente, y no fue particularmente difícil para el Clan Verde ponerse a monitorizar cada uno de tus movimientos. —Fushimi chasqueó la lengua con desaprobación—. Crecen en miembros cada día y todos y cada uno no dudan en empujarse los unos a los otros para obtener más puntos jungle y ascender a rangos superiores. Simplemente seguí sus huellas hasta el final.

—Entiendo.

Reisi asintió pensativo. Tal vez fuera pura coincidencia que Yori Amisaki -la secretaria del Primer Ministro- hubiera presenciado su reunión en el bar hace dos semanas. O tal vez no. Si hacía caso al juicio de Suoh, Amisaki tenía debilidad por él y no lo expondría a propósito, pero Samukawa era lo suficientemente astuto como para usar a su secretaria, sin su colaboración consciente, para obtener una ventaja sobre Reisi. Fuera lo que fuese, tendría que prestar más atención a su entorno a partir de ahora..., y también tener más cuidado de con quién se juntaba.

—Buen trabajo, Fushimi Kun.

—¿Eso es todo? —preguntó el mencionado, mirándolo con incredulidad—. ¿Sólo 'buen trabajo'?

—¿Hay algo más que quieras discutir?

Fushimi miró a Reisi como si se preguntara si no es que acababa de perderse el punto de una extraña broma.

—¡Por supuesto! Te acabo de revelar todo lo que he averiguado sobre este caso. ¡Ésta debería ser la parte en la que, a cambio, me muestres tu inquebrantable confianza haciéndome saber lo que Mikoto Sa... bueno, uh... el Rey Rojo te dijo durante vuestras siniestras reuniones!

Por primera vez desde que tuvo que regular las Pizarras, Reisi sintió que una sonrisa tiraba de sus labios. Había una razón por la que Saruhiko Fushimi era su favorito. El joven no solo era listo e inteligente, también poseía algo de encanto propio enterrado bajo esa gruesa capa de cinismo y comportamiento repelente.
«Aunque lo esconde perfectamente la mayoría de las veces»

—Aún disfrutas de mi confianza inquebrantable, Fushimi Kun —dijo finalmente.

—Pero...

Reisi ya no pudo disimular más su sonrisa.

—Pero no puedo darte más información sobre este tema de la que ya tienes. Simple y llanamente porque las reuniones entre Mikoto Suoh y yo no fueron para discutir este caso.

—¿Sobre qué fueron entonces? —preguntó Fushimi como si no pudiera pensar en otra cosa.

—Te estás sobrepasando, Fushimi Kun... —contestó Reisi con indulgencia.

Aparentemente, esa sí fue una respuesta suficiente porque los ojos de Fushimi se abrieron un poco y comenzó a murmurar con torpeza.

—Oh... ¡Oh! Bueno... si es eso entonces... eh... no importa... olvida que te lo he preguntado...

De repente pareció tener prisa por salir de la oficina. Dejó su taza de té y se puso de pie.

—Volveré al trabajo entonces...

—Sí, mejor haz eso. Esperaré tu informe mañana por la noche de nuevo, como de costumbre.

—Por supuesto, Capitán —respondió Fushimi, obviamente tratando de recuperar la distancia profesional entre ellos—. Y gracias por el té —añadió en el último momento antes de salir por la puerta.

«¡Vaya! Un 'gracias'», pensó Reisi, «las maravillas nunca cesan».

Permaneció quieto un rato más, sentado en su salón de té, escuchando el silencio de su interior. Ya no notaba las vibraciones de energía. Un vistazo al reloj de la pared le indicó que en realidad ya era hora de ir saliendo para ir a su cita.

Pero aunque su pulso se aceleró de alegría ante la idea de encontrarse con Suoh nuevamente, Reisi no se levantó.

La mirada de reproche de Fushimi hizo que se repensara su situación. Rojo y Azul habían estado enemistados desde mucho antes de que Mikoto y Reisi fueran reyes. Se sentía como si estuviera traicionando la confianza de sus clansmen, no solo buscando la compañía del rey rival, sino disfrutando de su cercanía mucho más de lo que jamás hubiera creído posible.

Este acercamiento, esta fascinación física, esta redescubierta... ¿amistad? no tenía un objetivo. No conducía a ninguna parte. Reisi debería haberlo visto mucho antes.

Para ser honestos, lo había visto mucho antes en realidad, pero simplemente había decidido ignorarlo. Era algo que debía cambiar.

«Como Rey Azul, tengo responsabilidades que deben estar por encima de mis deseos personales»

Cuando Reisi salió de su oficina esa noche, tenía la clara intención de evitar el gimnasio, el tachigui-ya y ciertos bares en el futuro. Comprometerse con el Rey Rojo no había sido una buena idea desde el principio.


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