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El Poder Para Proteger (Todo va a ir bien) por dominadaemoni

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 La habitación estaba impregnada con el intenso aroma del sudor y el sexo, el calor húmedo y los inconfundibles gemidos de dos amantes.

El Aura Roja fluyó como lava resplandeciente a través de las venas de Mikoto y alimentó su deseo. Disfrutó la sensación del delgado cuerpo presionado lujuriosamente sobre el suyo, y el ritmo sensual que los sacudía juntos. Sus labios se encontraron para un lento y agudo beso que casi le quitó el aliento. Los dedos de Mikoto se deslizaron suavemente sobre la piel reluciente y resbaladiza, y sobre el cabello oscuro y sedoso, y vio la lujuria en los ojos púrpuras. 

«Munakata» 

¡Maldita sea! Mikoto sacudió violentamente la cabeza para disipar la imagen que repentinamente había comenzado a nublar la realidad como en una bruma. Munakata no. Pale. El chico del bar.

Intentó enfocar su visión aunque no tuvo éxito. Pero, ¿realmente importaba? Probablemente no. Todo lo que importaba en éste momento era la forma en que el chico lo montaba, lo lascivo del movimiento de sus caderas y la profundidad con la que lo atrapaba dentro. Los pensamientos de Mikoto se volvieron vagos, al igual que su vista.

 

Sus manos amasaron el firme trasero, mientras que los dedos del niño se entrelazaron en su cabello. Pale se inclinó hacia él, lamiendo un camino caliente a lo largo de su cuello, mordisqueando con sus labios la sensible piel de su garganta. Mikoto gruñó cuando Pale finalmente le mordió el hombro. Ásperamente, lo empujó hacia abajo sobre su polla. Eso provocó un agradable suspiro y una sonrisa lasciva del chico, pero el ritmo constante y erótico persistió.

Algo estaba tirando de Mikoto o de algo dentro de él; estaba tirando de sus poderes. La sangre corrió por sus orejas y la cabeza de Mikoto se sintió ligera. Todo se sentía ligero. Fácil.

—Suéltalo, Mikoto—el chico ronroneó. A Mikoto no le molestó que lo llamara tan familiarmente por su nombre de pila, como si fueran algo más que sólo tipos teniendo sexo casual. Se concentró demasiado en sentir a Pale encerrándolo; caliente, apretado, aterciopelado y suave. Mikoto siguió sus palabras y se dejó ir directamente hacia su orgasmo.

Tal vez fue inquietante que el Aura Roja se encendiera entonces, lista para una pelea, sólo para volver a su subconsciencia un segundo después. Y tal vez también fue inquietante como sintió un dolor que se envolvía como un alambre metálico y caliente alrededor de su corazón, sólo para desaparecer en el olvido al instante siguiente.

Tal vez. Pero en ese momento Mikoto no tenía el menor deseo de preocuparse por todo eso. En ese momento, sólo quería enterrarse una vez más en ésta cálida y maravillosa opresión, cediendo a su clímax. Sus manos abrazaron el delgado cuerpo y con un fuerte gemido finalmente se vino.

—Sí, déjalo salir todo, Mikoto —susurró Pale. Y Mikoto cerró los ojos

Cuando los abrió de nuevo, parpadeó confundido. Estaba oscuro en su habitación, y no estaba seguro de qué lo había despertado.

Una fresca brisa nocturna y los sonidos de una ciudad despertando lentamente llegaron a través de la ventana entreabierta. Desde algún  lugar cercano podía escuchar el aullido de las sirenas y el ruido del rotor de un helicóptero. Pensó en que Scepter4 estaba de guardia e inmediatamente vino a su mente el rostro de Munakata.

Maldita sea. Mikoto hizo una mueca borrando esa imagen. Su recuerdo sobre la última noche con Pale regresó abruptamente. Un escalofrío recorrió su piel. Instintivamente, dejó que su mano se deslizara a un lado, sobre las sábanas frías, esperando encontrar una piel suave y cálida. Pero sus dedos no encontraron nada.

Mejor. El chico había sido un lindo pasatiempo, pero nada más. De esa manera ambos se ahorraban toda la vergüenza: las preguntas embarazosas, el silencio embarazoso y las miradas embarazosas, que solían seguir a este tipo de noches.

Mikoto le dio crédito al chico por juzgarlo correctamente y marcharse por su propia cuenta. Se encogió de hombros y se envolvió en su futón para ahuyentar los temblores.

Aunque el sexo fue bueno. O al menos eso creía recordar. Mikoto frunció el ceño. Cuando trató de traer algunos detalles de la noche anterior a su mente, todas las imágenes se tornaron borrosas frente a su ojo interior; se fueron haciendo cada vez más oscuras, hasta que se desvanecieron por completo. Lo que quedó fue sólo un vago recuerdo de un rostro delgado y andrógino y un dolor penetrante en sus sienes.

Con un gemido, cerró los ojos y presionó sus manos contra los lados de su cabeza. Esto no era por haber bebido demasiado whisky. Mikoto a menudo bebía mucho más y conocía los efectos de una resaca. Y ésto no se parecía a ninguno de ellos. Y si la sensación -como si alguien estuviera hurgando en su cerebro con una aguja recalentada- no fuera suficiente, su pesadilla estaba a punto de comenzar.

Mikoto no había prestado mucha atención al escalofrío. Ahora, sin embargo, se dio cuenta de que la razón no era el calor corporal faltante de su compañero de cama, ni el aire fresco que entraba por la ventana.

Muy diferente al día anterior, cuando el Aura de Munakata lo había golpeado, el frío de hoy no vino del exterior, sino del interior de Mikoto. Donde el Aura Roja usualmente estaba ardiendo, hoy no había nada más que un vacío helado.

Mikoto entró en pánico, se incorporó en la cama buscando desesperadamente su poder. Desde que fue elegido por los Dresden Slates para ser el tercer rey, el Aura Roja se hizo una parte permanente de su vida. Ella le pertenecía como el latido de su corazón. Ella era suya, y él de Ella. Siempre estaba allí: calor puro justo bajo su piel.

Por lo general, le tomaba una gran cantidad de esfuerzo suprimir las llamas, pero ahora Mikoto ni siquiera podía encontrar un leve indicio de calidez en él. Sin infierno rugiente, sin conflagración, sin llamas, sin brasas. Sin siquiera la chispa más pequeña. Nada.

«Suéltalo, Mikoto, déjalo ir...» 

Las palabras resonaban en su mente, acompañadas por recuerdos del dolor ardiente que había sentido en el momento mismo de su éxtasis.

Sus ojos se agrandaron. El horror que de repente lo invadió le secó la boca, le quitó el aliento, le apretó el pecho como un tornillo y provocó que le temblaran las manos. Su corazón latía salvajemente y sabía que la bilis amarga subía por su garganta haciéndolo ahogarse.

—¿Mikoto?

Silenciada, como si estuviera bajo el agua o enterrada debajo de una gruesa capa de algodón, una voz y un golpe en su puerta llegaron a sus oídos.

Mikoto desesperadamente jadeaba en busca de aire. El sudor frío cubrió su piel y tuvo la sensación de que se estaba congelando por dentro. Odiaba el Aura Roja, pero ¿qué era él sin ella? Su cuerpo entero dolía como si cada fibra de él llorara la pérdida de su fuego. Se sentía desgarrado, incompleto, como una cáscara vacía.

«¡¿Qué está pasando conmigo?!»   

— ¿Mikoto? ¿Estás despierto?

Mikoto se concentró en la voz. Era una voz familiar. Pertenecía a su mejor amigo, Izumo Kusanagi. 

Se encontraba aquí, en casa, en HOMRA; Kusanagi, justo frente a su puerta. Lentamente, la presión en su pecho se aflojó y logró respirar profundamente. La sensación de tener que vomitar se alivió, al igual que el dolor en sus sienes.

 

—Estoy despierto —gruñó. Su corazón aún estaba acelerado. Le dolía la garganta y las sílabas sonaban extrañas en sus oídos. Pero al menos volvía a tener aire suficiente en sus pulmones

—Alguien ha venido a buscarte.

No había un reloj en su habitación, pero a juzgar por el gris azulado de la ventana, apenas clareando, ni siquiera debían ser las 5:30 am.

—¡Dile que se largue!

 

Totsuka y Fujishima tenían el extraño hábito de traer a casa animales heridos o niños sin hogar. La mitad de HOMRA había venido por éste camino. Pero en este momento, Mikoto tenía que lidiar con un problema mucho más importante que cuidar de otro Strain, no importaba si fuese persona o animal. Además, era demasiado pronto para... todo...

—No creo que sea posible —escuchó la respuesta de Kusanagi.

—Si el bar no está en llamas, o el propio Munakata está en la puerta, ¡entonces tendrá que esperar!  

A Mikoto le agradó el silencio que siguió a continuación. Silencio que, desafortunadamente, sólo duró unos tres segundos.

—Uh… —balbuceó Kusanagi.

—¡Mikoto Suoh, abre la puerta!

¡Maldita sea! Ésa voz era familiar también. Nada más y nada menos que la de Munakata. ¡Qué jodidamente irónico!

Mikoto reprimió ambos impulsos: la repentina necesidad de agacharse y el impulso de volver a vomitar. No había esperado que una de las dos posibilidades resultara ser cierta. Jugó con la idea de simplemente recostarse de nuevo y actuar como si su vida no se hubiera salido del raíl la noche pasada. Pero sabía que Munakata no iba a desaparecer sólo porque lo deseara.

¿Por qué estaba ése bastardo arrogante aquí? ¿De alguna manera tenía que ver con su enfrentamiento de ayer? ¿Se extinguió por completo el Aura Roja? ¿Era ésa la razón por la que no podía sentir nada de ella en su interior? Nuevamente sintió que su pánico aumentaba.

No. Mikoto negó con la cabeza y rechazó esta inquietante sensación. Eso no podía ser. El hecho de que todavía estaba vivo era la señal más clara de que su Espada estaba intacta. O algo que se podría definir como 'intacto' de todos modos, agregó amargamente. En cualquier caso, Mikoto estaba bastante seguro de que se daría cuenta cuando cayera su Espada de Damocles, probablemente en un día no muy lejano.

Pero fuese lo que fuese lo que causó que el Rey Azul viniera aquí a éstas horas de la noche, seguramente sería inteligente escucharlo. Después, Mikoto todavía podría tratar de descubrir en qué consistía el problema con su Aura, o la ausencia de ella.

Lentamente se puso de pie. 

—Necesito un segundo para ponerme algo —dijo. Recogió su camiseta y sus pantalones vaqueros del suelo, donde habían aterrizado hacía unas horas. Rápidamente se vistió y se pasó las dos manos por el pelo. Necesitaba un cigarrillo.

Cuando finalmente abrió la puerta y vio a Munakata, con toda su elegancia real como siempre y mirándolo seriamente de arriba hacia abajo, Mikoto deseaba verse la mitad de mierda de lo que se sentía en éste momento.

—¿Qué quieres, Munakata? —preguntó.

—Mikoto Suoh —respondió éste—. De acuerdo con el número de protocolo ciento veintidós, quedas detenido bajo custodia temporal.

 

—¿Por qué? —preguntó Mikoto, tan pronto como se alejó el barman. Kusanagi no estaba genuinamente feliz por eso, pero finalmente obedeció el mandato de su Rey. 

Desapareció escaleras abajo, dejando al Rey Azul solo con Mikoto.

Reisi estaba preparado para ésta pregunta. 

—Porque has abusado de tu Sanctum con el propósito de ejecutar una violación no autorizada del tratado de paz de Tokyo, como se establece en la sección tres de la carta del Comité de Supervisión de la Pizarra de Dresden.

Mikoto lo miró fijamente por un segundo. 

—¿Qué?

—Porque has abusado de tu Sanctum con...

—Ya te oí la primera vez —interrumpió Mikoto poniendo los ojos en blanco—. ¿Pero qué rayos significa todo eso?

Reisi frunció el ceño, luego se dio cuenta de lo que Suoh quería decir y su postura se volvió un poco más suave. 

—Hay una diferencia entre que tú y yo luchemos con nuestros poderes de mutuo acuerdo, a que utilices el poder de las Pizarras para atacar a su dueño y protector.

—¿Atacar a su dueño y protector? ¿Te refieres a…?

—Exactamente. Daikaku Kokujōji no está nada contento del daño que causaste a su torre.

Mikoto se mantuvo en silencio y evitó la mirada del Rey Azul. 

Eso era extraño. Suoh no solía rehuir una confrontación. Inconscientemente, Reisi dio un paso hacia el Rey Rojo, hasta que el otro volvió a levantar la mirada. Parecía cansado. Pero, ¿cuándo no lo parecía?

—¿Qué pretendías al invocar a tu Espada de Damocles justo después de nuestra pelea de anoche? —preguntó Reisi. El pensamiento lo había molestado desde que se enteró de lo sucedido, manteniéndolo inquieto—. ¿Tan desesperadamente quieres morir?

Mikoto se mantuvo en silencio.

La evidente falta de interés de Suoh en su propio futuro golpeó a Reisi en algún momento, pero no estaba listo para pensar en ello. En este momento probablemente no habría mucho más que pudiera obtener de él.

Suspiró silenciosamente y sacó las esposas del bolsillo de su abrigo. 

—Muy bien. ¿Te opones a tu arresto?

Mikoto lo miró fijamente. Con los ojos entornados, negó con la cabeza. 

—Déjame ponerme las botas al menos…

”═♚【“‘♚═”

Poco después, bajaron de un helicóptero en el campo de aterrizaje frente a la Torre Mihashira, antes de que el helicóptero regresara a la sede de Scepter4.

—¿Aquí? —Suoh preguntó y levantó una ceja. Elevó la vista hacia la parte superior del brillante cristal de la torre.

 

Reisi siguió su mirada. La luz anaranjada del sol naciente se reflejaba en las innumerables ventanas, como si estuvieran brillando en conmemoración del Aura Roja. Pero en el exterior de la torre no había signos del poder destructivo que había estado haciendo estragos en ella a altas horas de la noche.

—Por supuesto, aquí. El Rey Dorado está muy interesado en éste caso —respondió Reisi—. ¿Qué pensaste?

—Uh... nada —respondió Suoh. Por primera vez desde que Reisi lo conocía, el Rey Rojo parecía estar intimidado.

Dentro de la torre, una unidad especial de Scepter4, bajo el mando de Fushimi, había tomado el puesto. Sus clansmen fueron asignados para evaluar las cámaras de vigilancia y asegurar la evidencia del incidente nocturno, bajo la supervisión de los Usagi.

Reisi sabía que sus resultados eran muy escasos hasta el momento. Aunque la Espada Roja había estado colgando sobre la torre durante el ataque, nadie se había encontrado cara a cara con el Rey Rojo.

Una vez más, se preguntó por qué Suoh había hecho esto después de todo. ¿Había sido el aburrimiento de nuevo? Reisi miró a su prisionero, quien observó pensativo los alrededores del vestíbulo. Ya había algunas señales del ataque aquí abajo: unas baldosas destrozadas, abolladuras del metal en los pasamanos de las escaleras, algo de hollín en las paredes. Pero los signos aquí, eran muy escasos en comparación con la destrucción en los niveles superiores que conducían a las cámaras privadas del Rey de Oro.

Mikoto parecía estar un poco sorprendido. Como si estuviera viendo todo esto por primera vez. Tal vez en realidad era la primera vez, pensó Reisi. Tal vez por primera vez, Suoh cobraba conciencia de los efectos destructivos de su poder.

—¿Ahora qué? ¿hemos echado raíces? —Mikoto preguntó lánguidamente.

De repente, Reisi ya no estaba tan seguro de que la angustiada mirada de Suoh de antes no fuera un producto de su imaginación. Tal vez simplemente no deseaba ver alguna otra reacción en el hombre cuya expresión, generalmente, nunca parecía afectada.

—No —respondió secamente—. Es por aquí.

Cuando pasaron por el vestíbulo de la torre en dirección a los ascensores, todos los ojos los siguieron. Aunque nadie les habló directamente, y aunque los empleados de Reisi se esforzaron por comportarse profesionalmente en presencia de su capitán, Reisi todavía podía sentir su tensión, incluso, sin el hecho de que hubiera algunas manos listas sobre las empuñaduras de los sables. Asintió con la cabeza hacia ellos, demostrando que tenía la situación bajo control.

Mikoto lo siguió sin oponer resistencia. Subieron al ascensor y Reisi seleccionó el último piso. Justo antes de que las puertas se cerraran, las palabras de desaprobación de su tercero al mando, Fushimi, llegaron a sus oídos:

—Tsk. Alguien está regresando a la escena del crimen.

—¿No están un poco nerviosos los miembros de tu Clan? —preguntó Mikoto.

Bajo diferentes circunstancias, Reisi quizás habría acogido con satisfacción el escalofrío causado por el tono profundo y burlón de Suoh, y el parpadeo divertido de sus ojos ámbar. Pero las circunstancias no eran diferentes, por lo que se obligó a mantener la calma. 

—Saben de lo que eres capaz —dijo. 

Suoh no respondió.

Cuando las puertas del elevador se abrieron dos minutos después, Reisi y su prisionero se pararon frente a las ruinas de un nivel superior casi quemado al completo, y frente a una fila de Usagi ocultando sus rostros detrás de máscaras sin expresión. Uno de ellos se salió de la línea y los acompañó por debajo de los pilares de hormigón ennegrecidos por el hollín y los soportes de acero medio deformados, conduciéndolos al corazón de la planta.

Solo allí, a las puertas de la sala de audiencias donde se guardaban las Pizarras de   Dresden, se había detenido el ataque. 

El hombre del clan dorado los llevó al interior de la estancia. Ni las llamas, ni el calor, habían afectado el brillo sublime de la Cámara de Oro, ni a las Pizarras que se encontraban debajo del piso de cristal.

Daikaku Kokujōji estaba parado en el medio del pasillo frente a ellos, con las manos cruzadas solemnemente detrás de su espalda, sumido en sus pensamientos.

—El tercer rey, Mikoto Suoh, y el cuarto rey, Munakata Reisi, están aquí —anunció el Usagi antes de retirarse, dejándolos solos con el Rey de Oro.

Pasaron unos momentos hasta que Kokujōji suspiró y se volvió hacia ellos.

Hoy, el Rey Dorado, había renunciado a la ceremonia estándar con la que el Rey Azul solía ser bienvenido. Reisi sospechaba, un poco frustrado, que Kokujōji normalmente mostraba toda esa pomposidad, principalmente para satisfacer su necesidad de formalidades.

Entonces se dio cuenta de lo incómodos que eran los movimientos de Kokujōji esta mañana: pausados, un poco lentos, extrañamente rígidos, como si cada paso lo lastimara. Pero aún así parecía desear mantener la impresión de fuerza. Reisi entrecerró los ojos. El ataque nocturno de Suoh obviamente había exigido mucho más poder del anciano, de lo que estaba dispuesto a admitir.

El Rey Dorado sólo le lanzó a Reisi una mirada rápida antes de caminar silenciosamente hacia Mikoto.

No quedaba ni siquiera un indicio de inseguridad en él, de la que Reisi había notado antes de la entrada a la torre. El Rey Rojo se mantuvo en una postura lánguida, sin pestañear, incluso cuando Daikaku Kokujōji alcanzó sus hombros con ambas manos, observándolo con atención y escrutinio, mientras que el Aura Dorada los rodeaba a ambos como una esfera luminosa.

Inconscientemente, Reisi contuvo el aliento. Pasaron algunos minutos, con los dos reyes todavía mirándose en silencio a los ojos, cuando Reisi decidió que Kokujōji probablemente no estaba friendo el cerebro de Suoh, y pudo relajarse un poco. 

Finalmente, el Rey de Oro soltó a Mikoto y el brillo dorado desapareció. 

—Tal como lo pensé —dijo y dio un paso atrás.

Reisi inclinó la cabeza. 

—¿Podría ser  más detallado sobre esto, majestad?

—Él no es responsable del ataque —contestó Kokujōji. No fue una respuesta realmente satisfactoria, más bien confundió a Reisi aún más.

—Pero la espada Roja de Damocles estuvo a la vista durante todo el asalto…—consideró el Rey Azul. Su mirada se encontró con la de Mikoto, quien sólo levantó una ceja y se encogió de hombros.

—Aún así —insistió Kokujōji—. Mikoto Suoh no tiene el Aura Roja a su disposición en éste momento, por lo tanto, el ataque no debe ser atribuido a él.

—No le sigo —dijo Reisi sin comprender—. ¿Cómo es eso posible? No hace ni doce horas que luché contra él y el Aura Roja estaba presente. 

Desde que Reisi se había enterado del asalto a la torre Mihashira, en secreto había esperado que sólo fuera un malentendido y que Suoh realmente no hubiera cometido ésa estupidez. Pero en éste momento, cuando el Rey Dorado aludía precisamente ésa posibilidad, la mente de Reisi se negaba estrictamente a reconocer ésta declaración absurda como una conclusión lógica.

Recapituló toda la información que tenía hasta ahora. Nada de ella tenía realmente sentido coherente. Sólo planteaba más preguntas. Si era cierto, y Suoh ya no poseía el Aura Roja, ¿qué había causado que la perdiera? ¿Acaso fue él mismo el que tuvo la culpa? ¿Suoh seguía siendo un Rey sin su Aura? Y sobre todo: si Suoh no poseía el poder para invocar a la Espada de Damocles Roja, ¿quién más lo hacía?

 

Como si hubiera escuchado las preguntas silenciosas de Reisi, Daikaku Kokujōji comenzó a hablar:

—Incluso después de décadas de estudio, gran parte de la funcionalidad de las Pizarras aún me es desconocida. Todo lo que puedo decir es que las Pizarras aún reconocen a Mikoto Suoh como un Rey, por lo que todavía tiene que haber algún tipo de conexión entre él y su Sanctum. Confío en que Scepter4 trabajará con la mayor prioridad para resolver las circunstancias actuales. Para encontrar y arrestar al verdadero invasor, y llevarlo ante la justicia.

—Entiendo —respondió Reisi. Al menos la última frase no dejaba lugar a dudas: el Rey Dorado le había transferido la responsabilidad de la rápida resolución de éste asunto personalmente.

—Un momento. Yo no lo entiendo en absoluto —dijo Mikoto de repente, después de todos los minutos en que había permanecido en silencio—. ¿Eso es todo? ¿Dónde está mi Aura ahora, cuando aparentemente todavía soy Rey? ¿Y cómo la recupero?

Una expresión de disgusto cruzó el rostro severo y arrugado del Rey Dorado. 

—Ésas son preguntas que deberá responder Scepter4, si no me equivoco. Pueden retirarse.

 


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