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El Poder Para Proteger (Todo va a ir bien) por dominadaemoni

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Incluso antes de que las puertas de la sala de audiencias estuvieran completamente cerradas detrás de ellos, Suoh extendió sus manos para que Reisi le quitara las esposas. Mudo de asombro, Reisi sacó la pequeña llave de uno de los bolsillos de su abrigo y liberó al Rey Rojo. Observó a Suoh frotándose las muñecas con una cara sombría.

—Me has dejado llevarte bajo custodia, aunque sabías todo el tiempo que no eras responsable de éste ataque. Tengo que decir que no esperaba esto —dijo Reisi, ocultando su confusión interna como hacía la mayoría de las veces, detrás de muchas palabras.

La confusión y el alivio, pero también la ira a causa de su propia ignorancia, formaron un enfrentamiento salvaje en contra de su razón y su actuar deliberado. Ahora que lo pensaba con calma, tenía que admitir que había notado cierto cambio en el comportamiento de Suoh, al que no había prestado suficiente atención. En realidad cuando, conscientemente, trajo a la superficie su Aura Azul hace un rato, pudo sentir con claridad la falta de la Roja, siempre inquieta, siempre rivalizando con su poder.

—Si ésa es tu forma de disculparte, es una idiotez —respondió Suoh sin verse afectado y avanzando hacia los ascensores. Reisi lo siguió.

—Tienes razón, Suoh —admitió Reisi caminando al lado del Rey Rojo —. Me disculpo formalmente. Debería haberte dado al menos la oportunidad de defenderte de las acusaciones y justificarte a ti mismo.

Suoh se volvió hacia Reisi. No había ira en sus ojos ámbar, ni siquiera decepción, sino un brillo sorprendido, de alguna manera divertido.

—Nah... de todos modos, no habría cambiado nada.

Reisi asintió. La orden de Daikaku Kokujōji había sido muy clara: Trae al Rey Rojo, Mikoto Suoh, hasta mí Inmediatamente. Y aunque tenía una gran libertad para actuar de forma independiente en función de sus intereses y los de Scepter4, la mayor parte del tiempo, había algunas cosas que no podía permitirse rechazar: las órdenes del Segundo Rey, por ejemplo, caían en ésta categoría.

—¿Así que no tienes el Aura Roja a tu disposición en éste momento? —Reisi preguntó para lamentarlo casi de inmediato, cuando vio las mandíbulas de Suoh apretándose.

Sólo un momento después se percibió una sonrisa en la cara del Rey Rojo. Reisi se preparó para el golpe bajo que supuso que seguiría.

—¿Por qué? ¿Quieres asegurarte de que no pueda defenderme cuando estés a punto de acabar conmigo?

—Estoy seguro de que puedes defenderte bastante bien incluso sin tu Aura —Reisi respondió con dignidad—. Y no tengo la intención de... aniquilarte, ni a ti ni a nadie, en ningún caso.

Suoh se encogió de hombros como si quisiera decir "¡Qué lástima!".

—Scepter4 trabajará arduamente para encontrar al verdadero agresor —aseguró el Rey Azul Rey Azul cuando llegaron a los ascensores. Sintió un ligero escalofrío de anticipación elevándose en él. Este caso era como un rompecabezas que esperaba a ser armado—. Pero sería beneficioso si cooperases con nosotros en éste asunto.

—Sí claro… —respondió Suoh despectivamente. Lo que quedaba muy claro era lo que pensaba acerca de los métodos de Scepter4... o de Scepter4 y Reisi en general.

Antes de que Munakata pudiera responder, uno de los Usagi se acercó.

—Cuarto Rey, Munakata Reisi Sama —se dirigió a él el miembro del clan Dorado con una reverencia—. El Rey Dorado desea verle otra vez. En privado —agregó, mirando de reojo a Suoh.

Reisi no mostró su sorpresa. Pensó que era inusual que Kokujōji le ordenara regresar solo, pero no podía negarse.

—Por supuesto.

—¿Es eso todo, Munakata? —Mikoto arrastró las palabras subiendo al ascensor.

—Eres libre de irte, Suoh.

Reisi esperó hasta que el Rey Rojo hubiera seleccionado el nivel de su piso y las puertas estuvieran cerradas antes de seguir al Usagi de vuelta a la sala de audiencias.


Cuando Mikoto entró en el bar se encontró con la mirada aliviada de Kusanagi.

—... parece que el asunto se ha resuelto por ahora. No, está bien... sí, acaba de llegar. Gracias por tu ayuda de todos modos ... —murmuró el barman a su PDA, apurado por terminar la llamada. Aunque Kusanagi no mencionase un nombre, no fue particularmente difícil para Mikoto adivinar quién había estado en el otro extremo de la línea. Ese tono cálido y favorecedor de la voz de su mejor amigo estaba reservado exclusivamente para la Teniente tetona de Scepter4.

Mikoto echó un vistazo al interior del garito. Excepto por un par de chavales, la mayoría de los miembros de su clan estaban reunidos en el bar. Eso era más que infrecuente a una hora tan temprana de la mañana. Después de todo, no eran ni las 10:00 a.m. y en HOMRA lo de madrugar no se llevaba.

Antes de que Mikoto pudiera dar otro paso, todas las conversaciones enmudecieron y el total absoluto de atención del numeroso grupo de gente se dirigió hacia él

—Mikoto San —tomó la palabra Yata, con un tono extremadamente enfadado—. Escuchamos que los Azules te sacaron de aquí esposado. ¿Que pasó?

Mientras Mikoto se sentaba en la barra y encendía un cigarrillo sus amigos se reunieron a su alrededor, todos empezando a hablar a la vez.

—Sí, ¿qué pasó, Mikoto San?

—Los Azules están muy audaces últimamente...

—¡Deberíamos ir a por ellos para recordarles con quién están metiéndose!

—¿Pero cómo es que pudieron arrestarte, Mikoto San?

Sólo Anna permanecía en silencio. Se sentó en un taburete a su lado, con sus pequeñas manos dobladas sobre el regazo mientras lo observaba ansiosamente con sus grandes y profundos ojos rojos.

Mikoto tenía la sensación de que ella estaba mirando en su interior, viendo que algo ahí andaba horriblemente mal... Y considerando las cosas que sabía sobre sus poderes de Strain, era muy probable que así fuera.

—¿Mikoto...? —preguntó ella tímidamente.

—Ahora no, Anna—. Ya no podía soportar su mirada confusa y ansiosa, así que se apartó de ella. No podía contestar las silenciosas preguntas de sus ojos, porque ni él sabía las respuestas.

Y más allá de eso, sólo quería disfrutar de su cigarro, del humo cálido que llenaba sus pulmones, recordando un poco a como su Aura se sentía. Aunque ya había superado tras varios días de sufrimiento, el ataque de pánico que lo sobrecogía al despertar, a primera hora de la mañana, el vacío dentro de él todavía le desgarraba los nervios. Sabía que los miembros de su clan querían saber qué estaba pasando con él. Pero no había nadie más interesado en averiguar qué sucedió, que el propio Mikoto.

—¡Oi, Oi, Muchachos! ¡Chicos! —Kusanagi elevó el tono para hacerse oír—. ¡Calmaos de una vez y dejen que Mikoto tenga la oportunidad de hablar!

Sí, tienes razón.

¡Bien, Kusanagi San!

Sí, estaremos en silencio …

Lentamente las preguntas y comentarios se transformaron en murmullos, hasta que se calmaron del todo; aunque Mikoto todavía podía sentir la tensión como un resplandor visible en el aire.

— Ahora cuéntanos, Mikoto, ¿qué querían los Azules de ti? — preguntó Kusanagi mientras los demás esperaban ansiosos.

—¿No te ha puesto al día ya, la segunda al mando de Munakata? —replicó el Rey Rojo, levantando una ceja. Era probable que su amigo estuviera aún mejor informado que él mismo. Su mano derecha había tomado claramente mucho afecto por la mano derecha de Rey Azul.

Por un momento pareció que Kusanagi se avergonzara, pero luego se encogió de hombros. —Ella no me podía decir gran cosa. Scepter4 ha declarado toda la información sobre este caso como material clasificado. Y bien...¿Por qué te arrestó Munakata esta mañana?

«Interesante...» Así que su caso no debía hacerse público.

Mikoto dio otra calada al cigarrillo y exhaló el humo, suspirando.

—Porque al parecer he abusado de mi Sanctum con el propósito de... un ...propósito… Mikoto trató de recitar la acusación formal que Munakata le soltó por la mañana, pero se trabó y se detuvo frunciendo el ceño.

No podía recordar el resto de la perorata; en retrospectiva debía admitir que había estado bastante alucinado por la capacidad de Munakata para recitar perfectamente esa asesina sentencia llena de legalismos, incluso por duplicado. Especialmente teniendo en cuenta que su mente no estaba ni siquiera a medias presente en ése momento, ocupada en preocuparse por la desaparición de su Aura.

«¡Joder!»

—¡Mierda! No importa... La torre Mihashira fue atacada.

Mikoto finalmente dijo algo que los demás pudieron asimilar. No había necesidad de mencionar que las oficinas centrales del Clan Dorado estaban allí, eso era algo que sabía todo el que formara parte de un clan.

—Y el primer lugar al que se dirigen los Azules cuando hay lío es HOMRA—. Kusanagi sonrió, pero su voz estaba impregnada de sarcasmo.

—Sí. Siempre que algo sale mal en esta ciudad, nos echan la culpa a nosotros —agregó Yata indignado, mientras los demás asentían con la cabeza.

—Al parecer la torre fue atacada usando mi Aura Roja.

Al terminar Mikoto de relatar los hechos hicieron falta varios segundos de estupor y silencio para que sus clansmen asimilasen la magnitud de lo sucedido.

Entonces el bullicio comenzó de nuevo.

— ¿Realmente atacaste al Rey Dorado?

— ¿Por qué no nos dijiste, Mikoto San?

— Sea lo que sea, siempre estamos ahí para respaldarte, Mikoto San

— Me hubiese encantado estar a tu lado... ¡siempre quise prender fuego a algún culo de conejo!

— ¡Jajaja... sí, es cierto! ¡No blood! ¡No Bone...

Ninguno de sus compañeros puso en duda que Mikoto realmente había atacado la torre. No solo no les extrañaba, sino que lo aplaudieron.

¿Y por qué no iban a hacerlo? Conocían bien el lado destructivo de Mikoto.

Él todavía era su Rey, por lo que los miembros del clan todavía poseían sus poderes de Aura. Nada ha cambiado para ellos ni tenían forma de saber que Mikoto había perdido su fuego.

Sólo Kusanagi se abstuvo de jactarse o alabar. Detrás de las gafas tornasol, su penetrante mirada se cruzó con la de Mikoto.

—Pero estuviste en tu habitación toda la noche... junto con … —comenzó a exponer sus dudas antes de vacilar y frenar. De repente, recordó que Anna estaba escuchando la conversación y había ciertos temas de los que no se habla frente a una niña. Ni siquiera aunque se tratase de una extraña, clarividente y sobrenatural niña Strain.

Pero Mikoto sabía lo que Kusanagi no pudo comentar en voz alta...

«.. junto al jovencito que te ligaste en el bar»

Asintió hacia su amigo.

En su camino de regreso de la Torre Mihashira, había tenido tiempo suficiente para pensar en lo sucedido durante la noche anterior. Todos los recuerdos, desde el momento en que abandonó el bar y hasta el de levantarse por la mañana, estaban borrosos y confusos, cubiertos por un velo de niebla que los oscurecía.

Pero incluso sin los detalles, podía recordar claramente la cara de ése chico.

Mikoto estaba seguro de que Pale tenía algo que ver con todo este asunto. Probablemente el chico fuera un Strain que poseyera algún tipo de poder que le permitía hacerse con el Aura de otras personas.

Aunque Pale pronto iba a descubrir que había elegido al tipo equivocado para hacer ésas bromas.

—¿Recordáis al tipo moreno y pálido que estuvo aquí conmigo anoche? Encontrad a ese chico y traedlo aquí.

Munakata le había dicho que Scepter4 se ocuparía de éste asunto, pero Mikoto confiaba más en su propia gente, que en esa panda de tensos burócratas. Reisi tal vez contase con algún ingenioso sistema de información ultramoderno a su disposición, pero Mikoto tenía su propia red de confianza: HOMRA.

Aunque el Rey Rojo no estaba especialmente interesado en las cosas que no le afectaran directamente, a él o a los que consideraba familia, eso no significaba que su gente no supiera de donde sacar información. Shizume City era territorio HOMRA. Nada de lo que sucedía en esta ciudad se mantendría en secreto si Mikoto había ordenado que se averigüe.

—Usa tus conexiones, Izumo. Y Anna también debería rastrearlo— terminó de dar sus instrucciones sin mirar directamente a la niña.

La confusión de Kusanagi era claramente perceptible, pero no dudó y asintió con formalidad.

—Sí, Mikoto.

«Nadie cuestiona las órdenes de un Rey»

Ese pensamiento fue tranquilizador. La cháchara de sus hombres se había calmado también y toda su atención era dirigida a atender sus instrucciones. A partir de este momento, todo Clansman Rojo se mantendría alerta en todo momento, con los ojos y oídos abiertos a cualquier pista que sirva para dar con el paradero de Pale.

La pérdida del Aura Roja no implicaba que Mikoto fuera impotente. Dio una última calada al cigarrillo y lo apagó en el cenicero.

«Ese crío pronto deseará no haber puesto jamás el pie en este bar»


«Damocles Down»

Reisi se sentía mágicamente atraído por éstas palabras, que al mismo tiempo lo asustaban como ninguna otra cosa en el mundo. El fin de un rey. Probablemente su propio fin algún día.

Apartó el documento que había estado leyendo y se recostó en su asiento. Se quitó las gafas con una mano y se frotó el puente de la nariz con la otra. La conversación privada con el Rey Dorado no había hecho nada por aliviar su dolor de cabeza. Más bien, al contrario.

Daikaku Kokujōji no había intercambiado muchas palabras con Reisi, pero las cosas que no había mencionado eran más importantes que las que dijo.

Las manos temblorosas del Segundo Rey mientras le entregaba una delgada carpeta, tenían significado por sí mismas. Reisi no se había equivocado en su suposición: luchar contra el desconocido atacante había dejado a Kokujōji completamente agotado.

—Durante más de sesenta años ha sido mi deber controlar y vigilar la Pizarra de Dresden —le dijo el Rey de Oro—. En todo éste tiempo sólo hubo una ocasión en la que alguien se atrevió a desafiarme, hasta anoche. La anterior vez sucedió hace siete años. Puedes encontrar todo sobre el incidente en estos documentos.

A Reisi no le sorprendió que apenas ahora supiera de la existencia de tal ataque. Era sorprendente que lo estuvieran informando de un asunto tan confidencial, incluso ahora. Probablemente el Rey Dorado pensaba que habría alguna información del último incidente que fuera esencial para resolver el caso actual.

—En su opinión, Majestad, ¿hay posibilidades de que ambos ataques estén relacionados de alguna manera?

El Rey Dorado ignoró la pregunta. En cambio, se dio la vuelta acercándose a las enormes ventanas panorámicas para contemplar la deslumbrante metrópolis bajo la torre.

El anciano parecía perdido en la profundidad de sus pensamientos cuando continuó:

—Siempre me he preguntado cuán diferente habría sido el mundo si los nazis no hubieran encontrado las Pizarras, y si Adolf K. Weismann no las hubiera activado. ¿Qué tan atrasado estaría nuestro país a día de hoy? ¿Cuántos éxitos y adquisiciones no habríamos logrado? Pero también, ¿cuánto sufrimiento y dolor nos hubiéramos ahorrado?

Reisi sabía que el ataque nocturno causó no solo algunas lesiones graves, sino que también le había costado la vida a tres Usagi. La consternación en la voz del Rey Dorado, mostró a Reisi que sus muertes afectaron incluso a un hombre como Daikaku Kokujōji, quien seguramente se vio en situaciones peores durante su tiempo como soldado en la Segunda Guerra Mundial.

—Tal vez sea la hora…—dijo el Rey de Oro.

—¿Majestad? —preguntó Reisi cuando el hombre no continuó—. ¿La hora? ¿De qué?

—Nosotros como reyes somos responsables de la humanidad. No debemos permitir que sufran los efectos de las Pizarras —dijo finalmente el Rey Dorado y se volvió para enfrentar a Reisi con una expresión severa e intransigente—.No debe haber más tragedias.

Reisi supuso que sabía a qué se refería Kokujōji: Un día, hace más de trece años, el anterior Rey Rojo, Genji Kagutsu, había perdido el control sobre sus poderes. Ese día, cientos de miles de personas perdieron la vida y la topografía de Japón cambió para siempre. Damocles Down.

Reisi se sobresaltó por el repentino golpe en su puerta.

—Capitán, ¿puedo entrar? —escuchó decir a su tercero al mando.

—Por supuesto, Fushimi-kun.

Volvió a ponerse los anteojos y cerró el archivo que había estado leyendo. La información contenida allí era estrictamente para los ojos de un Rey.

Un segundo después, la puerta se abrió y Saruhiko Fushimi entró.

—Quería que se le informara cuando tuviésemos noticias sobre el incidente de la Torre Mihashira —dijo, mientras caminaba hacia el escritorio de Reisi—. Bueno, encontramos algo que debería ver.

—Adelante —dijo Reisi apoyando los codos sobre la mesa y juntando las manos.

Fushimi tecleó algunos comandos en la tableta que sostenía. Una pantalla holográfica brillante apareció frente al escritorio y comenzó la reproducción de un video.

—Éstas son tomas de las imágenes que hemos obtenido de la escena del crimen.

El video mostraba un corredor de oficina común, como muchos otros en cada piso de la Torre Mihashira. Pinturas de buen gusto en las paredes, baldosas de piedra oscura... El foco de la cámara se dirigió al final del pasillo, donde se encuentra una elegante puerta de madera de doble ala.

Se encontraba.... Reisi tuvo que corregirse a sí mismo. De repente apareció una gran llama en el aire, intensa y poderosa como una explosión. Había visto éste tipo de fuego en innumerables ocasiones, pero siempre vinculado a Mikoto Suoh. No pasaron ni unos segundos apenas antes de que las llamas se apagaran. Todo lo que quedaba tras su paso eran paredes ennegrecidas y un pasaje irregular hacia la habitación contigua. Entonces el video se detuvo.

El siguiente clip mostraba una imagen muy similar: ésta vez la cámara estaba ligeramente más cerca del punto de la explosión, pero como antes, el fuego parecía surgir de la nada.

La situación se repitió varias veces con ligeras diferencias en los siguientes clips: un ángulo diferente de cámara o un interior distinto. Lo único que todos tenían en común, era el hecho de que el origen de las llamas no podía verse en ninguna de las grabaciones. Y eso no era porque el material fuese insuficiente, sino simplemente porque las explosiones parecían no salir de ninguna fuente.

Cuando se detuvo el último video y apareció el logotipo de Scepter4 en la pantalla, Reisi se dirigió a Fushimi. No había visto nada nuevo hasta ahora, pero no habría sido su tercer al mando si Fushimi no hubiera hecho algún progreso serio. La conducta deliberadamente lánguida de Fushimi sólo reforzó su suposición.

—¿Y bien..? ¿No piensas compartir tus averiguaciones, Fushimi Kun? —dijo apoyando la barbilla en sus manos cruzadas.

—Hm... Cuando nos enfocamos en el video, notamos algunas irregularidades con respecto a la refracción de la luz justo antes de cada explosión —explicó Fushimi—. A primera vista, no hay nada inusual, pero después de varias repeticiones hemos detectado algún tipo de parpadeo en el aire... similar al espectro de calor.

Fushimi tecleó de nuevo en su tableta y apareció otro clip.

—Hemos filtrado las imágenes a través de algunos espectros de color, como el infrarrojo, ultravioleta, visión nocturna y varias combinaciones de ellos. Hasta que obtuvimos esto...

La nueva versión del video parecía una imagen psicodélica negativa del original, pero en los lugares donde antes no había nada más que una habitación vacía, Reisi ahora podía ver los contornos de una forma humana ardiendo a través de la torre.

—Increíble —dijo—. ¡Un Strain invisible!

Aunque las circunstancias no eran motivo de alegría, Reisi tuvo que admitir que sentía una gran emoción por los poderes sobrenaturales de ésta persona, que obviamente era capaz de fusionarse con su entorno y obtener la habilidad de adquirir el poder de un Rey y utilizarlo.

—¿Podemos averiguar quién es, basándonos en éste material?

Fushimi chasqueó la lengua, pero tan silenciosamente que Reisi no lo tomó como una falta de respeto.

—Ya lo hicimos. Y no es un Strain invisible

«Qué pena»

—¿No lo es? Pero...

—No, no lo es.

Tras unos pocos comandos más en la tableta, una imagen de un hombre joven de cabello oscuro -de unos veinte años- apareció en la pantalla. Era irritantemente familiar para Reisi. No había visto ésta cara en mucho tiempo.

—¡O'ya! ¿No es ese...?

Fushimi asintió.

—Kensuke Himitsu. Ex alumno y miembro del clan del fallecido Rey Incoloro, Ichigen Miwa —confirmó—. Realizamos un seguimiento del paradero de los otros estudiantes de Miwa; Yukari Mishakuji y Kuroh Yatogami. Pero después de la muerte de Sensei, no existía ni un sólo rastro de Kensuke Himitsu. Scepter4 asumió que el niño había muerto junto con su rey. —Fushimi se encogió de hombros—. Supongo que nos equivocamos.

Reisi había conocido a Himitsu hace unos años en presencia de Ichigen Miwa, poco después de que hubiera sido elegido como Rey Azul. En aquel entonces, el chico no le había impresionado demasiado. El arte de la espada de Himitsu era, en comparación con el de sus hermanos, mediocre en el mejor de los casos, y no tenía otro talento notable. Al menos así pensaba hasta ahora.

¿Por qué el chico aparece ahora, después de todo este tiempo en que se estuvo escondiendo? Reisi estaba seguro de que el Rey Dorado había llegado a las mismas conclusiones al respecto. Además de cierta información inquietante, con la que Reisi no quería tratar hasta que fuese necesario, el archivo que Daikaku Kokujōji le había entregado contenía muchos detalles y medios de datos sobre el asalto de hace siete años... y sobre el ex atacante, el Rey Verde, Nagare Hisui.

Por supuesto, podría ser una coincidencia que sucediese otro ataque contra el Rey Dorado, mientras el Clan Verde se volvía más y más activo durante los últimos meses. Sin pasar siquiera tres días sin que hubieran informes sobre incidentes relacionados con ellos.

Pero Reisi no creía en tales coincidencias.

—¿Conocemos su ubicación actual? —preguntó.

—Enomoto ya está trabajando en la sincronización de la foto con nuestra base de datos y la está incorporando a nuestro sistema —respondió Fushimi—. Himitsu consiguió un buen truco allí, pero no puede permanecer invisible para siempre. Tan pronto como muestre su rostro a una de las cámaras de tráfico, lo atraparemos.

Reisi asintió. Las calles de Tokio estaban llenas de cámaras. No llevaría mucho tiempo encontrar a Himitsu. Le gustó lo rápido y suavemente que este caso estaba llegando a su fin. En estos momentos, claramente sabía por qué había hecho todo lo posible por conseguir a éste joven cínico, por lo demás no muy sociable, para Scepter4. Saruhiko Fushimi tenía una mente aguda y sabía definitivamente cómo usarla para su propósito.

—Buen trabajo, Fushimi Kun. Por favor, arma una unidad de operación cualificada.

— ¿Tomará el mando la teniente Awashima?

Aunque el tercero al mando de Reisi trató de ocultar su furiosa sospecha, ésta fue visible para el Rey Azul.

—Ha sido tu caso hasta ahora, Fushimi Kun —dijo sonriendo levemente Reisi—. No veo ninguna razón para cambiar eso. Yo estaré detrás tuya, por supuesto, cuando vayas a capturar a Himitsu. Después de todo, tenemos que lidiar con el poder de un Rey. Pero todo lo demás queda a tu discreción.

—Bien —respondió Fushimi, asintiendo satisfecho mientras salía de la oficina.

Un "gracias" no habría sido necesario, ni Reisi lo habría esperado de Fushimi, pero pensó que hubiera sido apropiado.

Pero, en cualquier caso, lo que era más importante: el dolor de cabeza sordo de Reisi, que había estado allí desde la noche anterior, desapareció repentinamente.


Izumo dejó que el encendedor en su mano se cerrara con un clic, antes de volver a abrirlo. Lo cerró una vez más repitiendo todo el proceso por enésima vez. Su postura relajada -una pierna apoyada casualmente sobre la otra y los brazos estirados en el respaldo del sofá de cuero negro- no correspondía nada a su confusión interna.

Una vez más, pensó en las cosas que Mikoto les había dicho a él y a Anna hace unos días, después de que todos los otros chicos salieran a las calles en busca de Pale.

—No sé cómo —había dicho Mikoto—, pero éste chico ha robado mi Aura.

Luego les contó aquello de lo que se había enterado en la reunión con el Rey Dorado. Anna había asentido silenciosamente y había continuado mirando a Mikoto con ojos tristes. Izumo terminó por confundirse. Y nada había cambiado desde entonces. Todavía estaba confundido, pero seguía las órdenes de Mikoto.

Su mirada involuntariamente volvió al encendedor con el que estaba jugando. Sabía que todavía tenía el Aura Roja. Mikoto aún era su rey. Pero en éste momento, él hubiera preferido desatar sus poderes sólo para asegurarse de que todavía estuvieran allí.

Izumo estaba nervioso. Un sentimiento que no había tenido hace años, y el cual habría sido muy incómodo mostrar en éste momento.

Soichi Okada, el hombre con el que se suponía que se reunía Izumo, estaba disfrazando sus actividades sombrías detrás de la imagen de lirio blanco en su oficina de abogados. Si Mikoto era un león, Izumo ahora se encontraba en la guarida de una hiena. En una muy lujosa, tuvo que confesar Izumo mientras echaba un vistazo alrededor de la sala de espera. El moderno interior de cristal y cromo insinuaba que el negocio, legal o ilegal, estaba en auge.

Debido a sus muchas conexiones con el submundo de Tokyo, Okada era un contacto importante y prometedor. Izumo esperaba que el hombre pudiera ayudarlos a encontrar al chico. En el pasado, HOMRA había retirado prácticamente las brasas del fuego para Okada. El abogado tenía algunas deudas importantes con Mikoto, pero aún así Okada mantuvo a Izumo esperando por más de media hora. Eso no era una buena señal.

—¿Kusanagi San? —Una joven secretaria se acercó a él, inclinándose ligeramente—. Okada San está listo para reunirse con usted ahora—, le informó llevándolo a la espaciosa oficina que estaba inundada de luz.

El interior era tan decoroso como el vestíbulo de la entrada, pero el gusto de Okada obviamente se centraba más en los oscuros muebles de madera, el parquet engrasado y el arte antiguo. Porcelana China pintada, una colección de figuras de Buda talladas a mano, e incluso partes de una armadura Samurai estaban ordenadas con estilo en un estante de pared.

Soichi Okada, un hombre bajo de unos cuarenta años que comenzaba a quedarse calvo, se sentó relajado detrás del enorme escritorio en el centro de la habitación, observando lánguidamente la entrada de Izumo. No se levantó para darle la bienvenida adecuadamente, en cambio, simplemente señaló hacia las dos sillas frente a su mesa.

—¿Por qué has venido aquí, Kusanagi San?

Izumo frunció el ceño, pero aceptó la inadecuada bienvenida. Tomó asiento y fue directo al grano.

—El Rey Rojo, Mikoto Suoh, está buscando a éste joven.

Sacó una imagen del bolsillo interior de su chaqueta y se la entregó a Okada. Totsuka lo había pintado a partir de lo poco que Mikoto pudo recordar de él, y aunque había perdido el interés por este pasatiempo en específico hace meses, Izumo no podía negar que el chico tenía verdadero talento para la pintura. Pale no sólo era claramente reconocible, Totsuka también había logrado capturar el atractivo andrógino del joven, a pesar de que nunca se hubiera encontrado con el chico.

—Estoy seguro, Okada San, que con sus conexiones con... ciertas organizaciones... y ciertos Clanes en esta ciudad, será fácil para usted apoyarnos en nuestra búsqueda.

Okada echó un vistazo rápido al dibujo antes de dejarlo sobre la superficie pulida de su escritorio. No dio ninguna pista de si había reconocido el rostro o no.

—Me temo que si ésta es la única pista que tienes, no puedo ayudarte —dijo apresuradamente. Quizá demasiado apresuradamente.

Izumo entrecerró los ojos y miró más de cerca al abogado. Al principio pensó que Okada simplemente estaba siendo grosero, pero ahora veía las diminutas gotas de sudor en la frente del hombre, sus hombros tensos y sus dedos apretados mostrando los blancos nudillos. Okada tenía miedo. Interesante...

Eso probablemente significaba que el abogado conocía al niño y también sabía por qué Izumo vino hasta aquí: todos los rastros que HOMRA había seguido, los habían llevado a callejones sin salida que apestaban sospechosamente al Clan Verde. El único Clan con el que Okada, además de con HOMRA, hacía negocios.

La pregunta era ... ¿Qué asustaba a Okada en este preciso momento? ¿La visita de Izumo representando a HOMRA? ¿O la amenaza invisible de Jungle?

—Al contrario —dijo Izumo—. Creo que estás muy bien informado sobre este caso.

La actitud aparentemente tranquila de Okada no cambió demasiado, pero Izumo tuvo la sensación de que el abogado, bajo su tranquila fachada de superioridad, tenía que hacer esfuerzos para mantenerse confiado.

—Soy un hombre muy ocupado, Kusanagi San —dijo Okada—. Mi tiempo es demasiado valioso para desperdiciarlo en la búsqueda de... algún chico. Tu jefe debería buscarse otro amant...

—Solo para aclarar las cosas, Okada San —Izumo interrumpió bruscamente antes de que el abogado pudiera decir algo que claramente lamentaría más tarde—. No estoy pidiendo un favor. Te debes al Rey Rojo. Y Mikoto Suoh insiste en tu apoyo con éste asunto.

—Realmente no lo creo, Kusanagi San—. Okada hizo una mueca, como saboreando algo amargo. Obviamente, no estaba muy contento de que le recordaran que estaba en deuda con Mikoto—. Después de todo lo que hemos escuchado… Al parecer el León Rojo ha perdido sus garras últimamente, dejándolo vulnerable a los ataques—. Okada se encogió de hombros—. Otro tomará el control de su territorio ahora, y no puedo darme el lujo de apoyar al hombre equivocado.

«¡O'ya, eso resuelve la pregunta de dónde reside tu lealtad en este momento!»

Izumo era un hombre muy paciente. Como barman, estaba acostumbrado a quedarse atrás y soportar muchas cosas compuestamente y con calma. Él podría vivir siendo ignorado o siendo tratado como una mierda desde arriba, o simplemente siendo engañado.

Pero la arrogancia en la voz del abogado cuando habló de Mikoto, su Rey, iba demasiado lejos. Con eso Okada había cruzado el límite absoluto de Izumo. Era hora de mostrarle al abogado que era mejor que no convertir a HOMRA en enemigos.

—Te aseguro, Kusanagi San, que no es fácil para mí, pero...

Antes de que Okada terminara su oración, Izumo abrió su encendedor encendiendo la llama. Las chispas volaron por el aire e inmediatamente sintió que el Aura Roja bailaba a través de su cuerpo.

No dudó. Con una sonrisa despiadada, soltó algunas bolas de fuego de su mano, que ni siquiera un segundo después encontraron su objetivo. El calor era fuerte pero concentrado y algunas de las maravillosas obras de arte en el estante se quemaron hasta acabar convertidas en pequeñas pilas de cenizas. La armadura samurai se fundió en un bulto irreconocible de cuero y metal, con una pequeña capa de humo que se curvaba en el aire. El resto del interior y parte del arte quedaron completamente ilesos del fuego.

Cuando se enfrentó al abogado de nuevo, pudo ver la sorpresa en los ojos del otro hombre. Okada estaba mirando sus tesoros quemados, con la boca abierta y sus manos temblando de miedo.

— ¡No! ¿Por qué? E-esto ... esta armadura ... fue ... n-no tiene precio ... no tiene precio…—tartamudeó horrorizado.

Izumo ignoró sus balbuceos.

—Te aseguro, Okada San —dijo, repitiendo las palabras exactas del abogado—, que el León Rojo no ha perdido ni un ápice de su poder. Su manada todavía lo sigue incondicionalmente y todavía puede mantener a las hienas de ésta ciudad bajo control.

Mientras apretaba el encendedor con fuerza entre sus dedos, Izumo observó a su oponente. El cómo terminaría la visita, dependía de las decisiones que tomaría el abogado en los próximos segundos.

La mirada de Okada aún permanecía en su estante, sus ojos vidriosos por las lágrimas. ¿Se rendiría finalmente el abogado?

Ambos hombres se giraron de repente, cuando se abrió la puerta de la oficina y la bonita secretaria de antes, miró a través de la rendija.

—He escuchado ruido, Okada San... ¿está todo bien...? —Sus ojos se agrandaron cuando vio los restos humeantes de la colección de arte—. ¡Vaya! ¿Que pasó? Oh, dios mío... un segundo, pediré ayuda... Llamaré a control de incendios...

—Está bien, Nakano San —dijo Okada pausadamente, levantando la mano para apaciguar a la secretaria—.No será necesario llamar al departamento de bomberos. Tenemos todo bajo control. Ahora, ¿podrías dejarnos? Puedes evaluar los... objetos destruidos... más tarde.

—¿Okada San? —preguntó ella dudosa, queriendo asegurarse de que no había oído mal.

—Gracias, Nakano San, eso sería todo por ahora —dijo el abogado—. Te llamaré cuando hayamos concluido con nuestros negocios aquí.

Nada convencida, la secretaria asintió y se retiró, cerrando la puerta detrás de ella.

—Esa fue la elección correcta —dijo Izumo satisfecho, cerrando de golpe su encendedor—. Creo que ahora es momento de decirme lo que sabes sobre éste chico.

Okada tuvo algunos problemas para apartar los ojos de su arte destruido. Su postura desplomada ahora era completamente diferente a la arrogancia que había mostrado sólo unos minutos atrás. Agachó la cabeza y desvió la mirada de Izumo.

Después cogió el dibujo, poniendo atención en la cara que mostraba. Finalmente asintió con entusiasmo.

—Perdonad mi confusión de antes, Kusanagi San. Los trazos parecían ser un poco aleatorios... ¡Pero ahora puedo verlo claramente! Ciertamente conozco ésta cara. El nombre del niño es Kensuke Himitsu, pero se llama a sí mismo Pale...


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