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El Poder Para Proteger (Todo va a ir bien) por dominadaemoni

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Mikoto asestó un golpe tras otro hasta que sus nudillos comenzaron a doler, a pesar de las vendas debajo de sus guantes de boxeo. Sabía que era hora de parar, aunque le fue difícil hacerlo. Puso toda su ira reprimida en un último golpe, haciendo que su oponente, el saco de boxeo, se balanceara una vez más antes de ser abandonado.

En su camino a las duchas, se aflojó los guantes y disfrutó de la cálida relajación y la satisfacción interna que surgían después de un entrenamiento. De la misma manera que había disfrutado de esas sensaciones durante cualquiera de los días de la semana anterior.

El lugar no se encontraba realmente concurrido a esa hora de la tarde, poco después de las 8 p.m. Como mucho, media docena de personas más se encontraban entrenando en el pequeño gimnasio de la adolescencia de Mikoto, que se encontraba apartado de las calles principales de la ciudad de Shizume. El lugar transmitía la sensación de un Dōjō familiar y realmente no podría competir con todos los establecimientos modernos de fitness en el centro de Tokyo.

Mientras Mikoto se deshacía de su ropa de entrenamiento y entraba en una de las duchas para enjuagarse el sudor de una hora de ejercicio, decidió tomar una sauna después. Tras ducharse, envolvió una gran toalla blanca alrededor de su cintura y abrió la puerta del sauna. Al instante fue recibido por el calor húmedo y una desagradable sorpresa.

Había otro visitante dentro. Uno que Mikoto nunca habría esperado encontrar en este lugar y cuya presencia despertó sentimientos contradictorios en su interior: Munakata.

Mikoto hizo una pausa por un momento, luchando contra el impulso de darse la vuelta y largarse. Pero luego dejó que sus ojos vagaran sobre el pecho desnudo del Rey Azul, y encontró la vista bastante atractiva.

Los ojos de Munakata permanecían cerrados debajo de sus lentes y su cabeza descansaba contra los paneles de madera a su espalda. Los mechones azul oscuro de su cabello se pegaban a su frente, una fina capa de sudor hacía que su piel pálida brillara y Mikoto vio cómo una gota se deslizaba desde su barbilla hasta su cuello, bajando por su pecho y su estómago plano hasta desaparecer en la boca del ombligo. Mikoto se sorprendió tontamente deseando trazar el camino de la gota con sus dedos... o su lengua... o de muchas otras maneras. Lentamente, se lamió los labios. Tenía que admitir que el elegante uniforme de Munakata enfatizaba los atributos personales del Rey Azul, pero el hombre no era menos atractivo debajo de todos aquellos trapos.

De repente, Munakata abrió los ojos.

—Cierre la puerta por favor. Se está escap... —se detuvo a media frase, cuando su mirada se posó sobre Mikoto—. ¡O'ya. Suoh!

«¡Maldición!»

Mikoto se congeló en el sitio, sintiéndose como un ciervo entre los faros de un coche cuando se percató de la semi-erección que se frotaba contra el lado interno de su toalla. Era, probablemente, demasiado tarde para retroceder. Poco a poco asimiló el significado de las palabras de Munakata.

—Bien —dijo finalmente, entró en la sauna y cerró la puerta detrás de él.

De la manera más imperturbable posible, se sentó en el banco de madera frente a Munakata, estirando los brazos sobre el respaldo y mirando lánguidamente al Rey Azul.

Munakata también lo miró. A juzgar por la sonrisa, casi imperceptible en sus labios, era claramente consciente de lo que pasaba por la mente de Mikoto unos segundos atrás. Probablemente, el bulto debajo de su toalla también era una buena pista.

—Ver a un hombre semidesnudo obviamente tampoco es nuevo para ti —dijo Munakata y Mikoto de inmediato sintió que su tensión se desvanecía, dando paso a una sonrisa irónica, cuando recordó la misma situación a la inversa.

—Obviamente no —confirmó. Ambos tenían la edad suficiente para no ponerse nerviosos por tan pequeñas tonterías.

Permanecieron en silencio por un minuto o dos, pero manteniendo los ojos pegados uno al otro. Finalmente, Munakata rompió el silencio.

—Veo que tus quemaduras sanan bien —dijo señalándole el pecho, donde la huella de la mano de Pale todavía era visible. A estas alturas, la piel solamente estaba ligeramente enrojecida y Mikoto ya no prestaba mucha atención a la lesión. El ungüento del Doctor Orihama había hecho maravillas.

—Mhm —respondió Mikoto.

—Acerca de la investigación en curso sobre Himitsu... En este momento seguimos diferentes pistas para localizarlo. Pero todavía no puedo decirte nada concreto. Las pistas sobre su paradero son mucho más vagas de lo que suponía y primero quiero...

—No pregunté, Munakata...

—Vaya... —dijo el Rey Azul y se quedó en silencio después, tal y como Mikoto deseaba.

En los últimos días, había tratado de usar sus poderes varias veces. En vano, y sólo medio a lo tonto, tuvo que admitir. En cada intento, temía secretamente tener éxito, así que se detenía de inmediato, una y otra vez.

«Sólo un poco más», había tratado de convencerse a sí mismo, «y luego recuperaré el Aura Roja». Pero la verdad sea dicha: no quería que le recordaran que su libertad actual era únicamente temporal.

—¿Vienes regularmente? —preguntó Munakata después de una pausa demasiado corta—. Nunca te había visto aquí antes.

—Todos los días desde la semana pasada.

—¿Qué entrenas?

—Boxeo.

Incluso Mikoto se dio cuenta de lo áspero que sonaba. Finalmente, Munakata también lo notó.

—Ya veo.

Con un suspiro, el Rey Azul dejó de intentar entablar una charla. Aparentemente, llegó a la conclusión de que Mikoto no representaba una amenaza inmediata para él, porque incluso cerró los ojos y apoyó de nuevo la cabeza hacia atrás.

Silencio…, calidez…, relajación.

Es por ello que Mikoto había venido aquí. Realmente no sabía qué le hizo continuar su conversación, en contra de su intención original, pero se encontró preguntando:

—¿Y tú? Pensé que los rompecabezas, las ceremonias del té y Shodō eran lo tuyo.

Munakata abrió sólo uno de sus ojos para asegurarse de que realmente era Mikoto quien había preguntado.

—¿Tú lo recuerdas?

—Sí. Quería saberlo, después de todo.

Aunque Mikoto tenía que admitir que ninguno de los pasatiempos de Munakata había captado su interés. Era demasiado vago para los puzles. ¿Para qué armar una imagen a partir de miles de pequeñas piezas que se puede comprar ya montada? También prefería el aroma del café tostado y su sabor ligeramente amargo al del té. No entendía que gusto encontraba la gente en agua caliente con sabor a hierba seca. Y nunca tendría paciencia suficiente para la caligrafía japonesa, aunque estuviese muerto de aburrimiento.

—Bueno. Esas cosas calman mi mente. Pero en realidad no ayudan a mantenerse físicamente en forma de manera eficiente.

¿Así que Munakata también estaba aquí para entrenar y descansar sus músculos en la sauna después? Mikoto frunció el ceño. Pensó que Scepter4, la fuerza de trabajo especial ultramoderna y altamente remunerada de Tokyo, tendría sus propios gimnasios, de la misma manera en que los tenían incluso algunas de las pequeñas estaciones de policía locales.

—¿No hay un gimnasio en tu sede?

—Lo hay.

La breve respuesta confundió a Mikoto. «Por lo general, eres mucho más hablador», pensó. —¿Y estás aquí porque... ?

Munakata se enderezó y cruzó las piernas, con tanta elegancia natural que la polla de Mikoto reaccionó con un ligero tirón.

«¡Mierda!»

—Me gusta el edificio.

«Sí, claro... Un edificio de finales de los 70 y que no difiere de ninguna manera de los innumerables otros edificios de esta parte de la ciudad. No soy tonto, Munakata...»

¿Pero por qué mentir sobre ello? Mikoto miró más de cerca al otro hombre, quien evitó su mirada. Y entonces se dio cuenta.

—Ah, ¿es eso? ¿El Monarca no se siente a gusto entre sus lacayos?

Munakata entrecerró los ojos.

—Si necesariamente tienes que usar un término arcaico, sugeriría 'vasallos' en su lugar, aunque personalmente prefiero llamarlos 'subordinados'. Y no, ésa no es la razón por la que vengo a este gimnasio. Me siento muy a gusto con mis vasa... con mis subordinados. Organizamos noches de juegos y concursos de talentos y...

—Hm. Ok, vale — interrumpió Mikoto, levantando las manos en un gesto de disculpa—. Supongo que tienes tus razones.

Munakata se relajó visiblemente y se quedaron en silencio durante un rato.

Al cabo de un tiempo, el sudor ya goteaba por la espalda de Mikoto, y sus brazos y polla finalmente dejaban de reaccionar a cada movimiento de Munakata. Era demasiado mayor para eso. Al menos debería poder mirarlo sin tener la erección de un adolescente con su primer enamoramiento.

Pero Munakata era agradable a la vista, no podía negar eso. En estos momentos el Rey Azul parecía relajado y su rostro no mostraba nada de su habitual amor propio. Su cuerpo no era tan musculoso como el de Mikoto, pero aún así estaba bien definido.

—De alguna manera tengo un problema imaginándote levantando pesas —soltó lo primero que le vino a la mente el Rey Rojo.

—Qué anticuado —respondió Munakata—. No, prefiero el kendō*.

Eso era más apropiado para el Rey Azul: entrenamiento físico en la lucha con espadas mientras que, simultáneamente, entrenaba rasgos de carácter como la determinación, la fuerza de voluntad y el sentido de la responsabilidad. La fuerza moral de Munakata estaba fuera de toda duda incluso para Mikoto, aunque generalmente despreciaba al otro por ello.

Luego recordó que Munakata estaba en un club de karate en la escuela preparatoria, siguiendo las preferencias de su padre.

—¿Te retiraste del karate?

Munakata sacudió la cabeza.

—No completamente. Pero no tengo tiempo suficiente para entrenar ambas artes. El Kendō es más beneficioso para mi posición como líder de Scepter4.

—No has cambiado —Mikoto resopló con desdén. De repente sintió la necesidad de provocar al otro hombre—. Todo lo que haces es para lograr un objetivo determinado, ¿no? Siempre ha sido así. Mientras Kusanagi y yo simplemente pasábamos el rato después de la escuela, tú siempre estabas ocupado y nunca tuviste tiempo para banalidades.

—¿O'ya? Ésas son palabras fuertes. ¿De dónde sacaste eso? —Munakata replicó aparentemente tranquilo. Pero la helada mirada violeta hizo que Mikoto se diera cuenta de que sus palabras habían movido algo en el interior del Rey Azul.

Como el Aura Roja ya no consumía la mayor parte de su tiempo y energía, Mikoto a menudo tenía tiempo para pensar en el pasado. Munakata y él habían sido amigos cercanos en la escuela secundaria. Y fue en la escuela preparatoria donde sus intereses habían divergido y su amistad había comenzado a desmoronarse. Pero ninguno de los dos podría haber previsto hasta qué punto realmente se desviarían sus caminos.

—Además, no veo qué problema hay en usar mi tiempo de una manera constructiva y razonable —continuó Munakata—. Es mucho mejor que dar rienda suelta a la ira destructiva sólo por aburrimiento.

—Y de vuelta a tu arrogancia una vez más —resopló Mikoto, cuidadoso de no mostrarle a Munakata que su reproche había dado en el blanco—. El presidente del consejo estudiantil se considera demasiado bueno como para pasar el rato con los niños de la ciudad de Shizume— añadió con tono de burla—. Ése siempre ha sido tu mayor problema. Empuñas tu arrogancia como un arma, usándola contra todos nosotros.

Munakata se encogió de hombros y se ajustó las gafas.

—Cada cual usa los medios a su disposición. Y la arrogancia no es un arma únicamente mía.

Mikoto de repente supo por qué había querido darse la vuelta e irse inicialmente: no había límites para la pretensión de Munakata.

—¿Ah, sí? ¿Estás pensando en la mía? Bien. ¿Qué tal una competencia entonces?

Munakata entrecerró los ojos, pero no parecía que deseara rechazar de inmediato la propuesta.

—¿Qué clase de competencia?

—Un combate cuerpo a cuerpo —respondió rápidamente Mikoto, antes de que pudiera persuadirse a sí mismo de dejarlo—. Sin armas. Y obviamente, sin usar tu Aura.

—Obviamente.

—Ahí atrás hay un Dōjō de judō que prácticamente nunca se usa.

—No pensé que fueras un experto en judō —dijo Munakata con un toque de sorpresa en su voz.

—No lo soy.

Munakata frunció el ceño.

—Bueno, entonces creo que no tiene mucho sentido elegir éste estilo de combate.

—No se trata del estilo de combate —explicó Mikoto—. Se trata de derrotar al otro, con todos los medios disponibles.

«Y también de deshacerme de las ganas acumuladas que tengo de golpearte», agregó en silencio. Pareciera que su hora de boxeo no fue tan efectiva como había previsto, o la presencia de Munakata era más exigente de lo que esperaba, porque Mikoto se sentía nuevamente muy agresivo.

El Rey Azul se quedó mirándolo por unos segundos. Probablemente estaba elaborando una lista mental que equilibraba los pros y los contras.

Cuando Mikoto estaba listo para preguntar de nuevo con impaciencia, Munakata asintió.

—De acuerdo.


Reisi no sabía qué lo había hecho aceptar una idea tan absurda. Suoh tenía razón después de todo: él generalmente perseguía objetivos específicos con todas sus acciones, siendo inmune a caprichos extraños.

Y no obstante, fue diez minutos más tarde al pequeño Dōjō tapizado de tatami que Suoh había mencionado en el sauna.

Las puertas correderas de papel de arroz en el extremo más alejado de la estancia estaban abiertas, revelando un diminuto engawa* y un aún más pequeño jardín exterior. Allí se encontraba Mikoto, apoyado contra una columna de madera y con una pierna doblada casualmente; exhalando el humo de su cigarrillo en el aire frío de la noche. La suave luz de las linternas del jardín se reflejaba en sus ojos ambarinos, como si brillaran desde adentro.

El Rey Rojo llevaba un pantalón de chándal gris y holgado, y una camiseta blanca que se ajustaba contra su pecho y mostraba sus brazos tonificados. A diferencia de ésa apariencia casual, Reisi se sentía extraño vestido con el tradicional hakama* índigo y el uwagi* en un tono más oscuro, que normalmente usaba para entrenar kendō.

Reisi tuvo que reconocerse que Suoh era todo un espectáculo para la vista. Inevitablemente, imaginó sus dedos arrastrándose sobre los musculosos brazos; recorriéndolos hacia arriba, cruzando su clavícula y cuello hasta la nunca, para finalmente dejarlos zambullirse en el desordenado cabello rojo y...

—¿Listo por fin? —preguntó Suoh cuando notó a Reisi parado detrás suyo. Tomó una última calada de su cigarrillo antes de lanzarlo sobre la cerca trasera que rodeaba el jardín.

—No quería molestarte mientras estabas contaminando el aire —replicó Reisi ajustándose las gafas, mientras esperaba recuperar algo de compostura con ésta acción.

¿De dónde surgían esos pensamientos inapropiados? Sí, Suoh era –con toda objetividad– un hombre atractivo…, de una manera áspera e indómita. Pero Reisi nunca había prestado mucha atención a ello hasta hacía poco. Además de un leve desprecio por el carácter imprudente y combativo del Rey Rojo, y por la manera despreocupada de llevar su vida, Reisi únicamente había sentido la necesidad de sacarlo de su camino autodestructivo debido a cierta empatía sentimental y su antigua amistad.

Ésta nueva atracción extrañamente erótica irritaba profundamente a Reisi, que no estaba seguro de si le gustaba éste tipo de cambio. Porque, a pesar de que el otro hombre no podía usar su Aura en éste momento, era un hecho que todavía seguían siendo rivales.

Suoh se apartó de la columna y se volvió hacia él.

—Te tomas esto realmente en serio, ¿eh? —dijo con un brillo divertido en los ojos dejando a Reisi desconcertado por un momento. Hasta que Suoh lo evaluó y agregó—: ¿No encontraste algo más cómodo?

—Es lo suficientemente cómodo —respondió Munakata molesto y ocultando cierto alivio. Le preocupaba que su confusión interna hubiera quedado claramente reflejada en su rostro. Le disgustaba que toda ésta situación lo desequilibrara—. En cuanto a tu apariencia, me considero afortunado de que me ahorres la imposición visual de la tonta corbata de bolo que habitualmente llevas.

Suoh se rió entre dientes.

—Sólo hay tres ocasiones en las que me la quito: cuando hago deporte, en la ducha y mientras esté follando.

La mirada que le dirigió fue oscura e intensa y golpeó demasiado cerca del punto que lo enervaba.

—¿Quieres hablar o pelear? —preguntó Reisi con impaciencia. Estaba tenso y eso lo desagradaba. No tardaría en comenzar a lamentar la decisión de haber aceptado esta farsa.

—Mira quién fue a preguntar... —contestó Suoh sacudiendo la cabeza, pero obedientemente dio un paso hacia el centro del Dōjō—. ¡Dale!

Reisi respiró hondo y trató de calmarse. Aunque había peleado innumerables batallas contra el Rey Rojo en el pasado, era una sensación extraña para él enfrentarlo en un combate sin la intención de usar el Aura Azul o su uniforme, que prácticamente podría considerarse una especie de armadura mental.

Tras una breve reverencia, pasó un minuto mientras daban vueltas uno alrededor del otro, suavemente, como dos gatos salvajes explorando un nuevo entorno por primera vez. Seguían cada pequeño movimiento del otro con los ojos, cada ligero cambio de equilibrio, detectando posibles puntos débiles.

Suoh atacó primero, salvaje y desenfrenado como siempre. Reisi estaba preparado y no le costó mucho evadir los agresivos golpes con media vuelta hacia un lado. Suoh continuó su ataque, pateó sus piernas y le golpeó el hombro izquierdo con la palma de su mano.

Reisi se contuvo, adrede, de atacar y se contentó con esquivar o bloquear los ataques de su adversario. Era consciente de que el Aura Azul le daba una ventaja. Incluso si no los usaba activamente, sus poderes lo protegerían de ser herido; y Suoh no podía decir lo mismo. Realmente quería ganar ésta pelea, pero estaba lejos de su mente dañar al Rey Rojo en el proceso.

Además, Reisi todavía recordaba con claridad la última ocasión en que usó el Aura Azul de manera imprudente y de cómo había terminado esa situación. No volvería a llegar tan lejos otra vez.

Su moderación irritó a Suoh aún más. Si la sombría cara del Rey Rojo era un indicador, Reisi podía afirmar con certeza que el hombre poco a poco perdía la paciencia con sus tácticas. Estupendo. Se trataba de ganar por cualquier medio después de todo. Eso también incluye desgastar a su oponente.

—Estoy decepcionado, Munakata —dijo Mikoto después de un rato.

—¡O'ya! ¿Cómo es eso?

Reisi esquivó otro golpe dirigido contra su pecho con una fluida finta lateral.

—¿No deberías, como kendōka, luchar según sus principios? 'Quien defiende pierde la oportunidad de atacar'

Reisi se sorprendió de que Suoh conociera el deporte lo suficientemente bien como para saberlo.

—Pero esto no es Kendō —respondió. Aunque pensó que era muy posible que este combate terminara como suelen hacerlo en el Kendō: el luchador que lograba aplicar la mayor cantidad de presión mental sobre su oponente, mientras que al mismo tiempo que conservaba la calma, resultaba generalmente el ganador.

Después de unos minutos más, supo que seguía las tácticas correctas. Los ataques de Suoh perdieron su dureza, sus movimientos se hicieron más lentos, sus golpes más inexactos... Se estaba quedando sin energía. A Reisi también le empezaba a faltar el aliento, pero no estaba tan agotado como Mikoto, ya que había ahorrado mejor sus fuerzas.

A propósito, dejó que Suoh lo condujera de espaldas hasta la pared al costado de la habitación y abrió su defensa, provocando al otro hombre para que le diese un golpe imprudente. Y Suoh mordió el anzuelo.

Reisi agarró el empuje contra su hombro con los dientes apretados y al mismo tiempo, organizó su contraataque. El Rey Rojo no había prestado mucha atención a su movimiento de pies y se había inclinado demasiado dentro del alcance de Reisi como para lograr mantenerse firme. A Munakata le resultó demasiado fácil enganchar una de sus piernas detrás de la de Suoh, lo que le dejó fuera de balance. Logró mantener la ventaja, incluso mientras tiraba a Suoh al suelo. Y fue lo suficientemente ingenioso como para evitar que se deslizara de debajo de él, al sujetar sus muñecas contra la colchoneta.

Pasó un largo momento mientras se miraban el uno al otro jadeando. Reisi no podía negar que disfrutaba con su triunfo.

—Fuiste arrogante al suponer que tu ventaja física sería suficiente para ganar. Éste fue un error vital, como puedes comprobar —dijo, tratando de no dejar que su satisfacción se mostrara con demasiada claridad.

Eso fue hasta que se encontró con la mirada de Suoh, igualmente satisfecha. Una sonrisa irónica curvó sus labios.

—¿Y ahora, Munakata? —preguntó el Rey Rojo, de manera increíblemente gentil. El timbre profundo de su voz envió un escalofrío por la espalda de Reisi. No hubo tiempo para una respuesta antes de que Reisi sintiera que Suoh levantaba las caderas para rozarse contra su entrepierna—. Ahora estoy obviamente donde siempre me has querido. Debajo de ti.

Tan rápido, y tan a fondo, éste movimiento confundió a Reisi. Por lo general, no tenía problemas con la cercanía física. Por el contrario, a menudo le decían –particularmente Fushimi– que invadía sin pensar el espacio personal de las personas una y otra vez. Y Reisi también conocía el sentido de humor seco de Suoh. Pero ésto llegó tan repentina e inesperadamente que Munakata incluso perdió su ingenio y sólo pudo mirarlo atónito. Especialmente porque la situación lo afectó mucho más de lo que quería admitir.

—Yo ... no quería… —comenzó a balbucear torpemente. Inconscientemente, aflojó su agarre.

Se dio cuenta demasiado tarde, que eso era exactamente lo que Suoh había planeado. Aparentemente, el Rey Rojo sólo había esperado la oportunidad de usar su ventaja física para liberarse de su agarre.

Más rápido de lo que se hubiera imaginado, Reisi se encontró acostado de espaldas, en posiciones invertidas: Suoh encima de él, a horcajadas sobre su cintura y sujetando con fuerza sus muñecas sobre el tatami.

Instintivamente luchó contra él, pero el otro hombre reprimió sin piedad cada intento que hizo por liberarse. Sintió como el Aura Azul emergía hacia la superficie, aspirando liberar a su portador de esta incómoda situación. Pero Reisi la obligó a retroceder. Sabía que podía usarla en cualquier momento y fue este conocimiento lo que le previno de dejarla fluir. Había aceptado las reglas del combate de antemano y no estaba por la labor de violar este acuerdo. No sería propio de él, el jugar sucio. Se rindió y levantó los ojos hasta que se encontró con los de Suoh.

—No estuviste tan mal —lo escuchó decir burlonamente—. No pensé que tuvieras eso en ti.

—Y yo no pensé que estuvieras tan desesperado por una victoria como para usar un método tan poco ético

Reisi se sorprendió gratamente de que su frustración no fuera audible en su voz.

La sonrisa de Suoh se hizo aún más amplia.

—Gané usando todos los medios posibles.

Reisi entrecerró los ojos. De repente se volvió muy consciente del peso de Suoh sobre él. Las fuertes manos de Suoh sujetando sus muñecas sobre la colchoneta. Las piernas de Suoh rozando sus muslos. El calor que Suoh irradiaba hacia él. El cálido aliento de Suoh que se entremezclaba con el suyo... Reisi parecía hechizado por esos atractivos ojos color ámbar, donde aún ardía un fuego oscuro, a pesar de que su dueño hubiera perdido su Aura.

El aire se llenó de tensión erótica y Reisi sintió que la situación lo excitaba de manera placentera. Y más aún, cuando Suoh volvió a moverse contra él, meciendo su peso hacia delante y atrás e inclinándose cada vez más cerca de su rostro. Los ojos de Reisi estaban fijos en la boca de Suoh y observando embelesados cómo se lamía el labio inferior, tan lentamente como si quisiera asegurarse de que Reisi no se perdiera nada y pudiese recordarlo.

Éste tipo de situaciones no eran nuevas para él. No estaba metido en una relación formal -ni tenía tiempo para vínculos románticos, ni había sentido la necesidad de tenerlos- pero, al fin y al cabo, era también un hombre y ocasionalmente disfrutaba de la simpleza de una aventura de una sola noche, sin consecuencias o preocupaciones posteriores. Dependiendo de su amante, Reisi se hacía cargo de la parte activa o pasiva del sexo, pudiendo disfrutar de ambas posiciones. Pero siempre fue él quien mantenía el control de la situación.

En éste momento, no tenía ningún control en absoluto. En todo caso, su pulso y su respiración se aceleraron cuando Suoh inclinó su cabeza todavía más abajo, perforándolo con su mirada. Involuntariamente, Reisi movió sus caderas hacia arriba. La boca del otro hombre estaba tan cerca de la suya que ya podía sentir sus labios hormigueando con anticipación... Entonces Suoh se detuvo de repente.

—Munakata —murmuró—. Acordamos luchar sin armas, ¿no?

El tono burlón y el brillo divertido en sus ojos hicieron que Reisi volviera en sí más rápido de lo que pudo haberlo hecho un balde lleno de agua helada. Era muy consciente de su erección presionando con fuerza contra la entrepierna de Suoh por debajo de la tela de su hakama.

«Casi me dejo llevar», pensó horrorizado. «Suoh es el Rey Rojo, mi rival». Cuando el Aura Azul volvió a tratar de salir a la superficie, ésta vez no la contuvo. Se dejó envolver en el azul frío y brillante, y notó con amargo contento que Suoh retrocedía apresuradamente, aflojando el agarre que tenía alrededor de las muñecas de Reisi.

—Ganaste. ¿Satisfecho?

Suoh lo miró con una mezcla de confusión y desilusión. Entonces su habitual expresión lánguida se extendió por su rostro. Soltó a Reisi, se levantó y lo miró.

—De momento, sí —dijo y extendió su mano invitándolo a tomarla.

—¿De momento? —Reisi había soltado la pregunta antes de poder pensarlo dos veces. Miró la mano y decidió tomarla, permitiendo que Suoh lo pusiera de pie.

Ahora que sus ojos volvían a estar a la misma altura, una leve sonrisa curvó los labios de Suoh.

—En tres días, a las 7 de la tarde, aquí mismo pelearemos otra vez —determinó y no esperó a que Reisi respondiera antes de darse la vuelta y dirigirse a la salida con paso perezoso y confiado.

Reisi tenía innumerables respuestas de rechazo listas para decirle:

Me sorprende que quieras ajustarte a una fecha fija

¿Qué te hace estar tan seguro de que estaré libre ese día?

Mi tiempo es demasiado valioso para desperdiciarlo en uno de tus caprichos

Pero permaneció en silencio hasta que Suoh dejó el Dōjō.

No pudo evitar que un escalofrío agradable recorriera su cuerpo cuando pensaba en luchar nuevamente con él.

—Aquí estaré —susurró.

Notas finales:

GLOSARIO:

Kend?  es un arte marcial japonés moderno que destaca por el uso y manejo del sable de bambú o shinai. El nombre significa 'camino del sable' y proviene de los ideogramas ? (ken, 'espada') y ??“ (d?, 'camino')
El kend? es considerado el heredero directo de varias de las escuelas de esgrima japonesas conocidas como ry?; siendo influido especialmente por la escuela Itt?-ry?; en estas escuelas se entrenaban los legendarios samurái en el arte clásico de la esgrima con sable o kenjutsu.

Engawa (?? o ??) es la denominación de una pasarela de madera que se conecta con las ventanas y puertas corredizas a los cuartos de las casas tradicionales japonesas.? En épocas recientes este término se ha utilizado para referirse también a la veranda que se encuentra fuera del cuarto, a la que tradicionalmente se denominaba nure'en  Esta veranda se cubre mediante un entablado de madera y de cara al exterior puede estar abierta o cerrada, pero queda protegida de la lluvia mediante la prolongación de la cubierta.

Hakama (?) pantalón largo y ancho con pliegues cuya función principal era proteger las piernas, por lo que originalmente se confeccionaba con telas gruesas. Era tradicionalmente llevado por los nobles japoneses, especialmente los samurái y tomó su forma actual durante el periodo Edo en donde tanto hombres como mujeres podían llevarlo. Forma parte del Kendogi, ropa o uniforme de entrenamiento para el Kend? 

Uwagi (??)Es una chaqueta de entrenamiento que presenta algunas diferencias según el arte marcial en el que se emplee. En Kend? carece de la costura horizontal y del faldón ya que se lleva dentro del hakama, y las mangas son más cortas, quedando a la altura del codo.

 


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