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Clockwork Absolution por hana midori

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Notas del capitulo:

¡Hola! Vengo con el segundo capítulo que sería el tercer día de la lista :D como comenté, solamente estaré haciendo los números impares, aunque para mantener un orden los iré nominando conforme los publique. Espero no haya confusión, jejeje. Que hablando de eso, soy imbécil y no recuerdo si en algún momento hablo de las diferencias físicas de los gemelos, así que, por si alguien anda confundido, nomás aclaro que Jackson tiene el cabello y los ojos castaños y Jack tiene el pelo blanco y los ojos azules. No hay mucho pierde pero lo digo porque, repito, soy idiota. En fin, no hay advertencias particulares para este capítulo, sólo leve mención de violencia y tortura, pero nada explícito :3 Espero que les guste. Cualquier error de ortografía o redacción, una disculpa de antemano <3

 

Day 2: Groove.

 

Una vez, cuando era niño, Jack se había quemado con la estufa. Sucedió mientras jugaba con su hermano, y él, sin ver bien por donde corría, se dio de lleno contra el mueble, tocando la superficie caliente con una mano. Recordaba bien el abrasante dolor que le carcomió la piel, así como el ardor que le siguió por días luego del incidente. Nunca más volvió a correr dentro de la cocina del orfanato, mucho menos volvió a jugar ahí. De cuanto en cuanto, su mano punzaba ante la memoria.

 

Eso fue lo primero que pensó cuando despertó aquel día. Que la mano le punzaba, recordándole aquel incidente. Pero entonces, conforme los segundos pasaron, se dio cuenta de que no, no era su mano la que dolía. O mejor dicho, no era solo su mano. El dolor y el ardor comenzaron a extenderse, como una avalancha, por cada poro y cada nervio de su cuerpo. Fue ahí cuando entendió lo que pasaba. Fue ahí cuando recordó el rostro de Pitchiner mientras le mutilaba las piernas.

 

No podía recordar si gritó. Seguramente lo hizo. Lo que sí recordaba bien era que alguien se le acercó y, sin decir nada, le inyectó un líquido espeso en las venas. Entonces todo a su alrededor fue tiñéndose de negro. Todo menos el dolor, que venía en oleadas, que le dejaba en carne viva los sentidos. En eso se convirtieron sus días: en oscuridad, en fuego, en la mesa de operaciones y en el rostro de Pitchiner flotando delante de una luz cegadora.

 

—No temas, —solía decirle, mientras tomaba una de sus herramientas, —te haré más bello hoy.

 

Bello, que concepto tan curioso. Jack no se consideraba bello, pero, según Pitchiner, entre menos humano parecía, más bello era. Entre más partes de su cuerpo quitaba, entre más metal y cables enredaba dentro de él, más bello era. Jack ya no quería ser bello. Dioses, Jack ni siquiera quería escapar, como lo deseó al inicio. Ahora, sólo quería morir. Morir y ya no sentir el fuego de la estufa y del metal en las venas.

 

Por ello, cuando abrió los ojos, Jack comenzó a moverse. Tenía que salir del agua, tenía que alejarse de la luz y de la mesa de operaciones. Pero algo lo detuvo, algo que le sujetó con tanta fuerza en su sitio que le lastimó horriblemente los hombros.

 

—¡Basta, no te muevas, Jack!

 

Ante la mención de su nombre, Jack se detuvo. Nadie le llamaba de esa forma, a veces ni él mismo lo hacía. Era extraño escucharlo en otra voz, en una que parecía realmente preocupada por lo que le pasara.

 

—Eso, tranquilo, —continuó diciendo, mientras lo recostaba sobre el agua. Estaba tibia. El agua nunca estaba tibia en los dominios de Pitchiner. —Calma, está bien, estás a salvo.

 

Jack parpadeó. Aunque había luz, ésta era distinta a la que solía ver desde su tanque. Era suave, blanca, y no le lastimaba los ojos. Lentamente comenzó a girar la cabeza, encontrándose con quien le sostenía: un muchacho de cabellos castaños y ojos verdes, quien le miraba con una ternura que no creía merecer.

 

“Soy un monstruo” pensó, avergonzado, intentando cubrirse con sus delgadas manos. El chico tomó una de ellas, apretándola con una firmeza que, en su anímico estado actual, hacía doler sus huesos.

 

—Está bien, —volvió a decirle, sin apartar sus ojos de los de él. —Está bien, Jack.

 

Ah, es cierto. Ya se acordaba. Lo había visto antes. La otra noche, la noche en que Jackson lo rescató… él estaba ahí. Él le había sacado en brazos. Él le había llevado hasta aquí y le puso una medicina que lo hizo dormir sin fuego y sin oscuridad…

 

“¿Quién eres?”

 

¿Acaso era un ángel? ¿O quizá era el último vestigio de cordura que le quedaba? Esto no podía ser cierto. Su hermano no había ido por él, todavía estaba en el sótano. Pitchiner aparecería en cualquier momento y lo llevaría a la sala de operaciones, le haría más vejaciones a su pobre cuerpo...

 

—No estás soñando, —le dijo el muchacho, adivinando lo que pasaba por su cabeza. —Ese maldito no te volverá  a hacer daño, yo te ayudaré a sanar.

 

Sanar. Claro. La gente sanaba luego de herirse, la gente volvía a estar sana luego de enfermarse. Pero él ya no era gente. Ya no era una persona. Era una cosa mutilada sin voz, sin voluntad. ¿Cómo podía sanar? ¿Cómo podía volver a estar entero?

 

—Hey, —le llamó, mientras ponía una mano debajo de su barbilla para que sus ojos volvieran a encontrarse. —Te lo prometo. Sanarás. Estás en un lugar seguro ahora.

 

Un lugar seguro. Nunca había estado en un lugar seguro antes, ni siquiera cuando todavía vivía en el orfanato. Pero ahí, entre el agua tibia y el mareo provocado por los medicamentos, entre el miedo a los sueños y la realidad, entre su mano apretando la suya y sus pupilas ancladas a las de él; le creyó. Creyó estar en un lugar seguro. Creyó que le ayudaría a curarse.

 

Ese día que se quemó con la estufa, una de las niñas mayores le había ayudado a la encargada a curarlo. Y para distraerlo del dolor, le contó un cuento sobre un niño que encontraba un castillo escondido en lo más profundo del bosque. Logró dar con él después de atravesar una grieta estrecha, tan estrecha que casi le arrancó la piel del cuerpo.

 

—Sin embargo, valió la pena, porque ahí encontró a una princesa con la que se casó y vivieron felices para siempre, —le contó ella.

 

Jack no le había creído. Para empezar, ¿por qué seguir avanzando por la grieta cuando las piedras lastimaban tanto? No lo entendía. Pero ahí, mientras decidía creerle con el poco corazón que le quedaba, mientras pensaba que daba lo mismo si estaba vivo o muerto siempre y cuando no tuviera que despertar de este sueño, le pareció un tanto lógico. Era mejor atravesar la grieta que morir desesperado. Era mejor sufrir las heridas de las piedras que pensar que todo había sido en vano. Era mejor atravesar la oscuridad del estrecho si eso significaba encontrar la luz de un lugar seguro… de un hogar que estuviera lejos del fuego, del miedo y del filo del bisturí.

Notas finales:

¡Y eso es todo! Éste es cortito, pero el siguiente será un poco más largo porque ya vendrá con algunas explicaciones y contexto, jajajaja. Espero les haya gustado, ¡nos vemos el día cinco! <3


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