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Hiel por Menma Lightwood-Uzumaki

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Notas del fanfic:

A tí, a mí y a todas aquellas personas cuyas cicatrices hacen más preciosos sus corazones.

Capitulo único

Había amanecido soleado ese día, con preciosos y diversos pájaros cantando suavemente en las ramas de los árboles que habían en el parque frente a su apartamento, desde su alcoba siempre podía escuchar las escurridizas risitas de los niños así como las charlas matutinas de los padres, permitiéndose unos cuantos minutos de tranquilidad antes de que la paternidad volviera a arrastrarlos a un mundo de caóticos berrinches, preguntas inesperadas y sonrisas inocentes; Él les ojeaba disimuladamente cada mañana al pasar, preguntandose cómo hacían para sobrevivir sus propias batallas en lo que se dirigía al puesto de comida más cercano, pidiendo lo mismo siempre mientras sus ojos se desviaban al otro lado de la calle.

Fue idea del alcalde el colocar aquellas nuevas bancas debajo de unos árboles florales, queriendo instar a la población a salir de sus hogares y compartir más momentos familiares mientras las verdosas hojas de los árboles les cubrían de los inclementes rayos del sol; Al final no muchas familias se habían tomado la propuesta en serio, causando un revuelo por los gastos que a él no podía afectarle menos.

La única persona que le interesaba se sentaba allí y eso era suficiente.

– ¿No quieres algo de beber con eso? – La sugerencia del empleado le hizo mirar su comida, apenas la había tocado pues lo cierto es que no era muy fan de ese tipo de pan, pero aceptó que la terminaría más rápido si tuviera algo con que bajarla.

– No estaría mal – Él le dedicó una sonrisa a medias que se vió lo suficientemente cortés como para recibir otra más amplia y quizás algo coqueta.

No era una persona distraída, por lo mismo era capaz de vislumbrar la mayor parte del tiempo si alguien a su alrededor se sentía particularmente atraído a su presencia. Aún si la parte reprimida de su cerebro no pudiera entender los motivos que les impulsaba a pensar de aquella manera, la otra parte que estaba lo suficientemente estable le daba algo más de confianza para corresponder el gesto si la otra persona era de su interés; Aquel trabajador no estaba mal, se veía amable y ciertamente era su tipo. Fácilmente podría haberse visto interesado, por lo menos si sus ojos no siguieran traicionandole al mirar de nuevo el mismo lugar.

Él estaba sentado allí, en la banca principal mientras algunos pétalos de flores caían a su alrededor por el soplido del viento, despeinando sutilmente los mechones que cubrían parte de unos ojos que miraban diligentemente una revista. Desde donde estaba era incapaz de ver sobre que trataba en su totalidad, pero sabía – tanto por el tiempo que llevaba viéndole cómo porque era una revista algo popular – que la mayor parte del tiempo se la pasaba ojeando la sección de los acertijos, aquella que normalmente entretenia a la gente mayor y aparentemente también a él, causándole una curiosidad aún mayor.

La misma voz que antes solía susurrarle cosas horribles resonó simpáticamente en su cabeza para que se levantara y fuese a decirle algo, así sea preguntarle la hora; Era un avance que su subconsciente ya no quisiera verle destruído, pero sus intenciones eran unas que seguían siendo difíciles de cumplir, tal vez porque aunque nunca fue alguien indeciso, le habían hecho creer lo mismo por tanto tiempo que una parte suya terminó por creerselo.

– ¿Que estás haciendo? – Hace tiempo que no recordaba el sonido de su voz, sosegada y amable, inspirandole una confianza que hizo a su versión más joven alzar la mirada para ver aquellos ojos cenizos.

– Hago un encargo – Tenía entre sus manos una caja con cosas que una de sus antiguas amistades le había pedido recoger, y la sostuvo mejor en lo que alzaba una ceja – ¿Y tú?

– Paseaba un rato – Tras echarle una mirada al sitio, le dedicó una sonrisa algo apática – ¿Te gusta el teatro?

Aquella interrogante le hizo arrugar la nariz, solamente sus amigos eran fanáticos de todo el tema del drama teatral, secuestrandole para ver obras de mala calidad mientras ellos hacian de las suyas en una esquina, burlándose de los actores o haciendo su propia versión de la historia en lo que agregaban detalles sexuales que espantaban al primer adulto racional que tuviera la desdicha de pasar por su lado. Eran un grupo desigual y desastroso, pero el aprecio que sentía por cada uno de ellos era tan verdadero que terminó por regresar al teatro un sábado en la tarde, con el único objetivo de recuperar la chaqueta y objetos varios que se les cayeron la última vez que el guardia de seguridad les echó del sitio; Convencer al encargado de no vender sus cosas en línea fue difícil, pero luego de aplicar algo de su carácter consiguió tener de vuelta las cosas que colocó dentro de un caja para transportarlas con mayor comodidad.

– La verdad no – Contestó entonces, despreocupado – Prefiero el arte.

– ¿De verdad? – Algo en la forma que sus ojos se iluminaron logró captar su atención, y no fue hasta entonces que reparó en el atractivo del chico desconocido que había decidido sacarle plática – ¿De que tipo?

Descubrió entonces que aquel chico compartía el aprecio que sentía por su mayor afición, teniendo no solamente una apariencia llamativa, sino también una capacidad tan amplia para expresarse que le disuadió de quedarse unos minutos más en lo que él le hablaba sobre lo que pensaba que era el verdadero arte. Estaba en desacuerdo, como cosa rara, pero la forma en la que lograron debatir sobre ello sin sentir la necesidad de arrancarse los ojos como normalmente solía pasar, les hizo compartir un rato inusualmente largo, caminando al lado del otro y dejando atrás el casi vacío teatro.

Al llegar a la intersección, sin embargo, sus rumbos finalmente se separaron, o al menos debieron hacerlo, pero él estaba demasiado entretenido riendo como para tomarlo en cuenta.

– Tienes un forma de pensar algo aburrida, mi amigo.

– ¿Una hora de charla y ya somos amigos? Interesante – Se veía menos apático ahora, con un agradable gesto en su rostro que determinó inmediatamente de su interés – Deberíamos salir algún día que no estés ocupado, así quizas podríamos averiguar que terminamos siendo luego de otra hora.

– No lo sé, ¿Rivales tal vez? – Sondeó la idea con una sonrisa cómica que resultó contagiosa.

– Habría que averiguarlo.

– Muy bien – Rebuscó dentro de la chaqueta que cargaba y encontró el marcador de la suerte que uno de sus amigos tanto había lloriqueado por perder, utilizandolo para anotar su número de teléfono en el brazo de su acompañante ya que no tenía otro lugar para hacerlo – Con eso debería bastar.

– Esperemos que sí – Soltó una breve risa, áspera y sorprendentemente suave.

De reojo logró captar un taxi y le extendió la mano casi de inmediato, haciendo que el auto se detuviera a unos cuantos metros. Solamente esperaba tener suficiente dinero para pagarlo, si no, bien que podía utilizar el efectivo que también estaba dentro de la chaqueta, a fin de cuentas se merecía algo por haberle hecho el favor.

– ¡Oye! – Su voz le hizo girar un poco cuando ya había tomado la puerta para ingresar, viéndole alzar un poco la mano con cierta gracia – ¿Cómo te llamas?

Formando una mueca algo torpe por haber olvidado aquel detalle, sacudió su cabeza antes de mirarlo con una sonrisa llena de confianza.

– Deidara – El conductor le instó a subirse si realmente pensaba tomar el servicio, apenas dándole el tiempo suficiente para terminar de guardar sus cosas y hacerle la misma pregunta de vuelta a su acompañante.

La sonrisa torcida que recibió a cambio sería una que le costaría muchos años olvidar.

– Sasori.

La comida que había estado masticando se volvió algo pesada de tragar, siendo insuficiente la bebida que aquel trabajador tan consideradamente le había traído. No era la dureza del pan o los trocitos de queso, aquello que no le dejaba disfrutar de su desayuno era lo mismo que se lo había impedido por mucho tiempo, una sombra pesada que se cernía al rededor de su garganta con crudeza por mucho que al inicio se hubiera presentado como la mejor de las bendiciones.

"Lo había sido, al menos al principio..." Sus ojos azules vagaron por el área verde que adornaba los alrededores, encegueciendole unos segundos por el brillo de una belleza rupestre que antes no podría haber apreciado por más que lo hubiera intentado "Todo era perfecto... Quizás demasiado"

– ¿Ese es tu chico? – Kurotsuchi se le había acercado en lo que miraba indiscretamente a un Sasori que parecía encontrar graciosa su reacción por mucho que intentaba hacer como que no escuchaba lo que decían.

Deidara le había proferido un pequeño empujón en lo que fruncia el ceño.

– No es mi nada – Le murmuró por lo bajo en medio de un gruñido – Apenas estamos saliendo.

– ¿Eso significa que lo están pensando? – Ella le había sonreído con una picardía que le hizo rodar los ojos.

– Cállate.

Kurotsuchi era su amiga más cercana y sin embargo lograba exasperarle con una facilidad que le tentaba la cordura, hace menos de diez minutos que había presentado al pelirrojo a su círculo de amigos y ella ya se encontraba colgada de su brazo pidiéndole todos los detalles.

– ¿Entonces también eres artista? – Su compañero de fiestas volvía a tener su preciada chaqueta puesta, así como su marcador de la suerte. Viéndose más relajado en lo que le sacaba plática al nuevo interés romántico de su amigo.

Sasori se mostró tan calmado y agradable como normalmente demostraba ser.

– Más o menos, no estudié ninguna carrera pero he adquirido los conocimientos de varias personas que he conocido.

– ¿Conoces a muchos artistas? – Preguntó algo entusiasmada otra de las muchachas, persuadiendole de sonreír.

– Digamos que conozco a mucha gente creativa.

– ¿Dirías que Deidara entra en esa categoría? – Al cuestionamiento para nada discreto de Kurotsuchi, Deidara le metió un codazo que generó un coro de risas cómicas, incluidas las del recién llegado.

– No – Aunque resuelto, sus ojos cenizos encontraron los suyos con fijeza – Él está en una diferente.

– ¿De las que pones a la gente con la que quieres coger o cómo?

Deidara tomó el primer objeto que tuvo cerca y se lo aventó al imprudente que logró hacerle avergonzar, potenciando aún más las risas del grupo quien ya se encontraba algo alcoholizado, así como su invitado quien se acercó a él por detrás, rodeando suavemente su torso mientras los demás se distraían socorriendo al soldado caído; El roce de sus dedos fríos sobre sus costillas le hizo estremecer más que la brisa helada que se colaba por la ventana.

– Lamento eso, se ponen imbéciles cuando beben demasiado.

– No tienes porqué disculparte, a fin de cuentas... – Utilizando a su favor la longitud de aquel largo cabello rubio, presionó discretamente los labios contra la parte posterior de su cuello – No ha dicho ninguna mentira.

– Vaya... – Comentó, manteniendose quieto mientras le sentía mordisquear su piel – Está curioso.

– ¿Que cosa? – Habiendo metido disimuladamente las manos por debajo de aquel suéter que utilizaba para no congelarse, deslizó en direcciones opuestas los dedos por su piel. Una de sus manos bajó para trazar circulos al rededor de su ombligo, y la otra le tentó la cordura al rozar muy descaradamente la punta de uno de sus pezones – ¿Y bien?

Levemente entumecido por el alcohol y la sensualidad de sus caricias, Deidara le sonrió con socarroneria mientras se tragaba el gemido.

– El nombre de tu dichosa categoría, es decir suena bien, pero a mí no me termina de gustar.

– ¿No te apetece estar en la categoría de personas con las que quiero estar?

– Preferiría estar en la de personas con las que ya has estado – Se lo había susurrado unos segundos antes de besarle, volteandose un poco para bajar lentamente la mano por su estómago y luego aprisionar su miembro por encima de la ropa, dibujando círculos que a su acompañante le sacaron un complacido jadeo del cual surgió una expresión muy intensa.

– Eso podemos resolverlo.

– ¿Aquí?

– No creo que tus amigos estén tan borrachos como para no darse cuenta.

– Puede ser – Su expresión era divertida, y la mantuvo en su rostro aún cuando, después de morder un costado de su cuello, se levantó tomando su mano – Ven, te enseñaré las ventajas de ser amigo del dueño de la casa.

La dichosa ventaja incluía una habitación que podía utilizar cada vez que la fiesta se alargara demasiado y tuviera que dormir, la misma que contenía un seguro que pasó casi de inmediato para no preocuparse por alguna aparición inoportuna, centrándose mejor en la embriagadora presencia de su acompañante y la sensualidad de sus caricias.

Aquel podría contarse cómo el inicio de su relación, el primero de muchos pasos que lentamente se irían encaminando en la dirección equivocada. Sin embargo, a pesar de lo mucho que pudiera haber resultado obvio ahora que lo analizaba a profundidad, en su momento no había podido concebir ningún tipo de imperfección que dañase la utopía que sus ojos enamoradizos habían creado alrededor de él, transformandolo en todo lo que creyó necesitar para ser feliz.

"Dicen que el amor nos vuelve imbéciles" Pensó Deidara revolviendo su comida sin ganas, viendo cómo ahora un segundo empleado también le miraba con un interés que él no podía devolver mientras seguía divagando en los retazos de lo que había sido la época más tormentosa de su existencia "Algunas veces más que otras..."

"Mi error fue creer que contigo sería diferente "

– ¿En dónde coloco esto? – Sus manos sostenían una caja parecida a la que tenía el primer día que se conocieron, solamente que ahora llena de sus pertenencias.

Su vida familiar se había vuelto algo turbulenta desde que su padre tuvo que enfrentar problemas legales relacionados a su empleo, pasando a pedir dinero prestado a varios conocidos que luego enfurecerian al ver que ellos no tenían ni una moneda que devolverles; La única razón por la cual se recuperaron fue porque Deidara encontró un trabajo a tiempo completo que le desgastaba el alma pero al menos sirvió para pagar las deudas, logrando así lo que podría haber sido la finalización de una mala temporada de no ser porque sus padres prácticamente le exigieron continuar con el trabajo. Al inicio creyó que era porque necesitaban pagar más dinero, pero con el tiempo descubrió que simplemente habían encontrado más cómoda la idea de vivir a sus costillas, quitándole casi todo lo que ganaba al punto de que apenas le alcanzaba para sus gastos personales.

La situación se había vuelto insostenible desde entonces, así que cuando Sasori le ofreció vivir con él no esperó a que se lo repitiera dos veces. Abandonó el trabajo por uno con horarios más flexibles y se mudó de la casa de sus padres, dejando atrás la advertencia de no volver si se le ocurría dejarlos.

Así lo hizo, y hasta la fecha seguía sin saber nada de ellos.

La casa de Sasori era pequeña, algo descuidada gracias a que recientemente se la habían heredado y aún no comenzaba a invertir en ella, pero el potencial era notable y eso era todo lo que necesitó para convencerse de que eran una buena decisión.

– Coloca todo lo que sea personal en nuestra habitación, lo demás puedes ponerlo dónde lo veas mejor.

– ¿Nuestra habitación? – Reiteró con una mueca juguetona que instó a su acompañante a besar sus labios.

– Si, no tengo muchas cosas así que tendrás espacio de sobra – Y dejó otro beso en su mejilla, después en su mentón y por último en su cuello, ensañandose con más ganas hasta dejar una leve marca rojiza – Te lo puedo mostrar si quieres.

– ¿Esa es tu forma sutil de persuadirme? – Se echó un poco atrás para ver la despreocupación en su rostro.

– No, ahora te lo estoy sugiriendo tal cual. Si quisiera ser sutil te diría que hace menos calor en la habitación.

– Estamos entrando en invierno, aquí no hace calor.

– Exacto – Su forma de alzar las cejas, con ligera coquetería, siempre conseguía efervecerle de alguna u otra manera; Plantó otro beso en su boca – ¿Entonces?

Correspondió el gesto con algo más de impulsividad que él, denotando su rebeldía cuando mordió su labio inferior para luego observarle con unos ojos altaneros que estaban rebosados de lujuria.

– Preferiría estrenar tu cocina.

– Esa la estrené hace años.

– Exactamente – Tomó un puñado de su camisa para acercarlo a él, rozando sus labios sin perder la sonrisa – Ahora soy yo el que está siendo sutil.

Un coro de risitas fue lo que antecedió al inicio del primero de sus días en su nueva casa, con sus pertenencias mezcladas, la casa desorganizada y sus corazones latiendo a un ritmo que era incapaz de preveer algún tipo de inconveniente, viéndose más preocupados por el estreno de la cocina y de cualquier otro rincón de la casa que ahora les pertenecía.

"Me faltó inteligencia"  Escudarse en su edad era lo más usual, a fin de cuentas había sido muy joven y deslumbrarse por una sucesión de eventos afortunados era muy sencillo, en especial luego de haber pasado por una temporada tan mala como lo había sido la suya. Haber trazado un plan o pensar en alguna estrategia nunca se le pasó por la cabeza, y se arrepentiría de ello de no ser porque hubieron más cosas por la cuales se seguía lamentando hasta el día de hoy; Tomando un trago de su bebida, Deidara suspiró "Ojalá también me hubiera faltado amor, pero de él me sobraba bastante. De nuevo, quizás demasiado"

Los primeros días que tuvo en esa época fueron tan perfectos que aún no se cumplían tres semanas de su mudanza cuando ya se imaginaba presumiendole a sus conocidos lo buena que había sido su vida los primeros seis meses, anticipándose a todo lo que seguramente viviría y no llegando ni a la mitad del plazo cuando los pedacitos de su fantasía comenzaron a desquebrajarse poco a poco.

– ¿A dónde fuiste?

– ¿Cómo que a dónde? Al trabajo – Ligeramente sorprendido por la seriedad que intentaba disimular, alzó una ceja – ¿Que creías que estaba haciendo?

Sasori se encogió de hombros, aunque su despreocupación no era del todo creíble.

– Nada, es solo que creí que salias más temprano.

– Si lo hacía, pero me han dado más tareas y no me da tiempo de hacerlas todas en el plazo de tiempo que me dan – Deidara tomó asiento en lo que se quitaba los zapatos, y contrario a la apatia que esperó encontrar en el rostro de su pareja, este había vuelto a verse tan apacible cómo mayormente solía ser.

– Debes estar cansado – Le comentó sin mucho apuro, y aunque a él le pareció algo curioso el cambio, no le tomó importancia.

Suspiró.

– La verdad si.

– Ve a bañarte, pediré algo para comer y así no tenemos que cocinar.

– Es la mejor idea que has tenido – Su alivio se reflejó en una expresión de felicidad que el otro adornó con un corto beso antes de empujarle al baño.

Creer que el tema quedaría de lado había sido ingenuo incluso para su versión más joven, pues aún si no pudiera imaginarse la magnitud a la que llegarían las cosas más adelante, debió conocer lo suficiente al pelirrojo cómo para saber que se las apañaria para sacar el asunto a colación tarde o temprano.

Escogió hacerlo justamente un día lluvioso que habían decidido pasar en la cama, con Deidara leyendo unas historias de terror que había conseguido en internet mientras su pareja le daba un masaje en los tobillos. Se le habían puesto rígidos luego de estar tantas horas de pie, y Sasori, aunque escuchando atentamente su tenebroso relato, ladeó la cabeza al reparar en la hinchazón de sus músculos.

– ¿Por qué no dejas tu trabajo?

– ¿Que? – Al haber estado tan insmicuido en la lectura creyó no haber escuchado bien.

Sin dejar de masajearle, el chico apenas se había visto interesado en sus propias palabras.

– Te cansa, los horarios no te convienen y te pagan menos de lo que te mandan a hacer. No digo que no trabajes, pero deberías encontrar otro que sea menos agotador.

– Todos los trabajos agotan de alguna u otra manera – Dejó el teléfono a un lado para estirarse sobre el colchón, sintiendose algo adormilado – Aunque tiene algo de sentido.

– Tiene mucho sentido – Convino él, escuchandose cuidadoso y persuasivo – Hay cientos de trabajos en los que te pagarían mejor sin explotarle todos los días, yo podría ayudarte con el currículum si lo deseas.

Deidara esbozó una sonrisa entretenida.

– ¿Con eso quieres decir que vas a poner que sé un montón de cosas, no?

– Que te digo, nadie se fija en los currículum vacíos, y cuando están llenos apenas se molestan en leerlos.  

– Mmm... – No es que fuese un fanático al trabajo, pero necesitaba colaborar con los gastos y el empleo que tenía los cubría bastante bien. Aunque también era cierto que su jefe tendía a exigirles demasiado en comparación a la cantidad de dinero que les daba, eso había comenzado a cansarle desde hace algún tiempo, dejándole con una indecisión que desapareció rápidamente al asumir que trasladarse a un nuevo lugar sería menos engorroso que la primera vez si Sasori se proponía a ayudarle; Asintió entonces – Vale, solo no vayas a poner que hago alguna cosa muy loca.

– Descuida, tampoco creo que vayan a comprobar si realmente sabes Jiu–Jitsu.

Él se había reído animadamente un rato antes de quedar dormido, confiando ciegamente en la llegada de un cambio que solamente terminó por retrasarse, pues a pesar de haberse asegurado de que su pareja no colocaba en su hoja de vida que era experto desarmando bombas, por alguna razón se le hacía bastante difícil conseguir trabajo; La situación le había frustrando considerablemente, llegando a aminorar su humor cuando Sasori le ofreció otras alternativas para que pudiera ganar dinero, como trabajos online o vendiendo productos alrededor de su comunidad, incluso le facilitó el poner en venta algunas de sus propias esculturas. Eran básicas en su mayoría y personalmente no les encontraba mucho atractivo para ser vendidas, pero sorprendentemente siempre surgían una o dos personas interesadas en llevarse algo.

No dejó de buscar trabajo en ningún momento, pero la espera se hizo más amena en lo que se ocupaba de otras cosas. Ganando una cantidad considerable de dinero que indudablemente le hizo sentir más útil.

"No sabria decir si tú eras muy bueno mintiendo o simplemente yo era demasiado imbécil..."  Suspiró con pesadez, rememorando la ignorante felicidad en la que vivía envuelto y lo mucho que ahora pensarlo le hacía sentir enfermo "Y es decepcionante pensar que quizás eran ambas cosas "

Su mirada vago distraídamente por el pequeño puesto de comida, era cómodo e inspiraba una calidez hogareña. Se enteró de su existencia hace algunos años y se emocionó cuando supo que los dueños estaban comenzando, por lo cual no eran muy exigentes con el nivel de experiencia laboral que solicitaban; Actualmente conocía bastante bien a la dueña, y jamás podría olvidar aquel momento cuando le dijo entre risas que le hubiera gustado que trabajase con ellos, a lo que él, visiblemente confundido, le comentó que había ingresado sus papeles más nunca lo aceptaron, provocando que la mujer se viera aún más confusa ya que le aseguró que nunca había recibido ninguno de sus datos.

– De haberlo hecho me acordaría – Ella se vió completamente segura en lo que miraba la incredulidad de sus ojos – Un rostro como el tuyo no se olvida, y se que de haber recibido algo mi hermano me lo habría enseñado.

Asimilarlo siendo joven habría sido imposible gracias a la venda que constantemente cubría sus ojos, pero afortunadamente cuando tuvieron esa conversación, su mente y corazón ya estaban lo bastante rotos como para pensar el asunto con la malicia que por mucho tiempo le había faltado, no necesitando mas de un minuto para sacar las cuentas necesarias de algo que siempre fue más que evidente.

Con el vaso parcialmente pegado a su boca, Deidara sonrió con amargura.

"Definitivamente eran las dos"

Aún si nunca se llevó muy bien con sus padres, una cosa que siempre le inculcaron es que tener un trabajo propio era importante y necesario, así como lo era la independencia. Por ello se dijo a si mismo que siempre buscaría un oficio y trataría alejarse de aquellos que quisieran instarlo a no hacerlo, pues esa solía ser la señal más obvia de que esas personas no estaban interesadas en su crecimiento personal; Creyó que el aprendizaje le había quedado claro, salvo que nadie jamás le explico que a veces esas mismas personas podían manifestar sus deseos egoístas de una manera tan sutil que apenas era notable, persuadiendole para caminar por el sendero que deseaban sin que fuese capaz de darse cuenta. Él se la había pasado creyendo que estaba haciendo algo de provecho cuando lo cierto es que le estaba dando justamente lo quería: Una excusa para pasar casi todo el día donde pudiera verle.

Le conseguía clientes y ofertas de negocios no para que fuese realmente independiente, sino para que sintiera que lo era mientras se quedaba junto a él.

Decir que el engaño solo le funcionó por poco tiempo habria sido facil, pero sus trucos eran efectivos, cada uno más que el anterior.

– Te ves bien – Le elogió Sasori recostado con cierta pereza sobre el marco de su habitación, su voz era tranquila pero sus ojos le habían repasado disimuladamente de arriba a abajo con algo parecido a la acidez.

Siendo completamente ignorante de aquello por estar terminando de guardar sus cosas, él se mostró tan enérgico cómo se sentía.

– Kurotsuchi ha sido muy específica con la elección del vestuario.

– Eso veo – Lo cierto es que Deidara si se veía bastante bien, utilizando aquellas prendas que resaltaban el atractivo de su cuerpo aún si no eran necesariamente las que más solía usar. Tendía a ser más desorganizado y práctico por cuestiones de ocio, pero la ocasión ameritaba que se viera sensual y justamente eso había conseguido, lo cual era evidente que no parecía agradar del todo al otro chico por mucho que estuviera ocultandolo tras una sonrisa casual – Pásala bien.

– Gracias, tal vez regrese mañana.

– ¿Tal vez? – Alzó una ceja, a lo que Deidara se encogió de hombros.

– Es su cumpleaños, lo más probable es que me secuestre hasta pasado mañana.

– ¿Pasarán dos días en su casa?

– No, siempre nos movemos, quizás vayamos a la playa de madrugada – Su emoción se debía también porque Akatsuchi había logrado robarle el auto a su hermano por un par de días, lo cual significaba que pasarían una gran parte de la celebración en la carretera, entrando y saliendo de fiestas a lo largo del estado mientras él y Kurotsuchi contaban las estrellas en la parte de atrás de la camioneta, totalmente ebrios y celebrando que su estupidez no había sido tan grande como para negarles otro año de vida – Lamento que no puedas ir, prometo llevarte la próxima vez.

– No importa – Se desentendió él, girando para perderse en dirección a la sala.

Apenas lo tomó en cuenta, revisando los últimos mensajes que le habían llegado y terminando de planificar el lugar de encuentro, así como leer las excéntricas sugerencias que estaban colocando en el grupo que tenían. Se rió en voz alta cuando alguien propuso la idea de infiltrarse al circo que estaba a unos cuantos kilómetros y robarse la máquina de algodón de azúcar, era absurdo si consideraba que posiblemente les descubrirían, pero si ahora le parecía divertido supuso que estando borracho lo sería mucho más.

Era oficial, el año pasado su delito fue robo y liberación de periquitos salvajes y ahora sería contrabando de dulces.

– Me voy – Anunció en voz alta, desorientandose un poco al no ver a su pareja y frunciendo el ceño cuando lo encontró echado en el sofá con un semblante apagado – ¿Acaso se te murió alguien?

– No, solo estoy algo mareado – Suspiró a medias – Es el exceso de trabajo, nada inusual.

Deidara tocó su frente con el reverso de su mano y torció la boca.

– Pues no tienes fiebre, aunque deberías tomarte algo por si acaso.

– Lo haré – Sasori no se caracterizaba por ser alguien particularmente expresivo, pero para cualquiera hubiera sido evidente el aparente dolor que reflejaba su semblante – Ahora ve, te deben estar esperando.

Aún si normalmente no fuese una persona cuyo cargo de conciencia tendía a hacer acto de presencia muy a menudo, la expresión aparentemente enfermiza de su pareja le bajó los ánimos en varios sentidos, seguía queriendo irse, pero dejarlo así de enfermo cuando había sacrificado tantas cosas por él no se sentía del todo correcto.

El siguiente mensaje que recibió de Kurotsuchi fue claro "¿Vienes?" Y al observar nuevamente a Sasori convaleciente le dió una respuesta igual de seria, aunque algo decepcionada.

"Lo siento, me surgió algo"

El pelirrojo pareció genuinamente triste por la cancelación de su salida, pero le recompensó con una tarde solamente para ellos en dónde Deidara se distrajo tanto que olvidó por completo el hecho de que se había quedado justamente porque su pareja estaba enferma, ya que de no haberlo hecho, posiblemente habría notado que quizás Sasori no estaba tan indispuesto cómo aparentaba.

Le envolvía todo el tiempo, absorbiendole de una manera que consumía todo aspecto de su vida cotidiana, y aún cuando se sintió llegar a un punto en el que le resultaba algo asfixiante, pensar en hacer alguna actividad sin contar con su presencia le resultaba vacío, como si inconscientemente hubiera olvidado que era una persona autónoma. El nivel de desánimo que podía llegar a sentir variaba de acuerdo a su ánimo, y cuando los días eran malos, hasta salir a comer algo en solitario casi se sentía como una traición.

Estaba como idiotizado, aferrado por completo al impacto de su presencia que hacer algo sin contar con él resultaba extraño, como si le hubieran arrancado un órgano vital.

Decían que era romántica la idea de tener un compañero de vida, una otra mitad, y sin embargo, Deidara se encontró un día completamente aterrorizado ante aquel sentimiento de insano apego.

¿Que pasaría si jamás volvía a sentirse completo por su cuenta?

¿Acaso estaba condenado a vivir sintiendose vacío?

– La gente siempre anda preocupándose por estupideces – Comentaba Hidan con total despreocupación en una de las pocas salidas que llegó a hacer. Habían ido al centro y terminaron viendo una película antigua que trataba de esos amores trágicos – Morir por amor es una estupidez.

Deidara se rió, sacudiendo la cabeza en lo que continuaba comiendo unos dulces que se había comprado.

– Tú te cortarias las venas si se acaba la cerveza antes de tiempo, no seas hipócrita.

– Eso es diferente, la cerveza vale la pena, en cambio el amor es una porquería – Alzando la voz con su habitual lenguaje soez, subió un dedo con aires de profesionalismo – Además, el alcohol ayuda a olvidar las penas, en cambio un amante solo trae problemas luego de un rato. Mi recomendación es nunca exceder el tiempo límite.

– ¿Y ese es...?

– Una semana por gusto, dos si está pasable y cuatro si tiene buen culo.

A pesar de su vulgaridad, Deidara envidiaba a Hidan en el aspecto de que no le era difícil desprenderse de algo cuando veía que la situación no le favorecía, parloteando todo el tiempo que las únicas adicciones son aquellas que se compran a escondidas, y no los sentimientos o cualquier tipo de emoción aparente. Él se lo había creído con demasiada vehemencia, imposibilitado de notar que sonaba exactamente igual que a un adicto cuando, durante algunas de sus discusiones más fuertes, se enaltecía a si mismo pensando "Lo puedo dejarcuando me de la gana"

"Pude haberlo hecho..." Esa siempre sería una de sus mayores culpas, saber que no existió ningún obstáculo físico que le impidiera irse, y sin embargo no se fué. Habría sido más sencillo decir que entre él y la puerta de salida había una mano que tomaba de su cuello para devolverlo a su lugar, pero jamás hubo una, siempre estuvo casi solo, acompañado únicamente por un monstruo cuyo amor le impedía verlo como realmente era.

– Lo siento... – Era probable que se lo hubiera dicho más de una vez, pero su mente no era capaz de recordarlo.

Tampoco recordaba el porqué Sasori tenía el labio roto mientras a él le dolía horriblemente el brazo, sintiendose abrumado en lo que se miraba con detenimiento, encontrando que en su piel había una marca reciente que solo podía ser producto de un agarre increíblemente fuerte. Ya ni siquiera podía recordar el motivo de su pelea, estaba más impresionado por el hecho de que jamás había golpeado a alguien que realmente no quisiera herir, y sin embargo, en el momento que había sentido el brazo arder su reacción fue casi inmediata, propiciandole un golpe en la cara que le hizo sentir un desagrado terrible hacía si mismo.

– Deidara – No le había mirado a los ojos hasta ahora, pero no necesitaba hacerlo para saber que encontraría arrepentimiento en ellos – Lo siento.

No sabía entonces que Hidan estaba equivocado, porque las adicciones eran más de lo que la gente mayormente suponía, y aquellas que consumían el alma no se conseguían por un par de dólares.

No había nada más peligroso que hacerse adicto a una persona.

– Yo también.

Quería pensar que no formaba parte de ningún tipo de estadística por más grave que la situación pudiera parecerle a veces. E incluso cuando escuchaba algo remotamente parecido al tema, siempre surgía un comentario en particular que lograba disipar sus dudas.

"Bueno, al menos hizo algo al respecto, malo sería que el otro siempre se deje joder"

Hasta esa fecha no había existido un solo momento en el que no sintiera la necesidad de defenderse, y creyó que quizás eso marcaba una diferencia. De esa manera no se podía decir que era un fracasado cuyo afecto le impedía defender su cuerpo, no obstante, por mucho que se empeñó en cuidarlo lo mejor posible, descuidó tan gravemente su mente y corazón que fue justamente por ese motivo que siempre terminaba perdiendo, una y otra vez, hasta que a la amargura del momento se le sumó la maldición del hábito.

Era de noche, estaban acostados en la cama y a Deidara le dolía un costado del rostro. Entre la penumbra apenas podía divisar el ojo hinchado de su pareja, así como la mueca de lástima que mantuvo en lo que subía una mano para acariciar su pómulo herido.

– ¿Aún me amas?

– ...Sí – No habían palabras para describir lo infinitamente doloroso que fue decirlo, ya que por primera vez en dos años deseó con todas sus fuerzas que no fuese de esa manera.

Porque quizás, y tan solo quizás, así habría podido irse más fácilmente.

– ¿Podrías dejar de actuar como si fuera el puto fin del mundo? – Estaba casi parado de puntillas en lo que su mano se aferraba a las cosas que debía llevar a una salida supuestamente divertida, o al menos lo habría sido de no ser porque Sasori no se abstuvo de exponer el desagrado que sentía por sus acompañantes.

Estaba increíblemente serio y su expresión era fría

– No me agradan.

– ¿Y eso a mí qué? – Espetó, viéndole echar la cabeza atrás con una mueca irónica.

– ¿Y luego te preguntas por qué siempre estamos peleando? Te importa una mierda lo que pienso.

– No, tus pensamientos me importan, lo que no me interesa en lo más mínimo son tus malditos celos – Era difícil discernir en que punto las discusiones subieron tanto de nível, lo único que tenía claro en ese momento es que tenía más de siete meses sin salir con su grupo de amigos, y ningún berrinche de su parte se lo iba a impedir – Y que ni se te ocurra hacerme sentir culpable porque tus dramas son otro tema que tampoco me importa.

Con el tiempo había aprendido a reconocer las señales más peligrosas, y cuando comenzaba a respirar muy rápido era una de ellas.

– Eres un maldito malagradecido.

– ¿Malagradecido por qué? – Ironizó, completamente harto de que siempre le sacase lo mismo – Te he pagado cada centavo que me has dado en estos tres años aún si no tenía porqué hacerlo, por algo he seguido trabajando.

– ¿Te refieres al trabajo que mantienes gracias a mí?

La boca se le abrió con incredulidad, aunque para ese punto no es como si no lo hubiera esperado.

– Púdrete.

– ¡Hey! – Caminó al mismo paso apurado que él por toda la casa, con los puños apretados y la mandíbula tensa – ¿A dónde carajo crees que vas?

– Afuera a recuperar mi vida y ver si de paso me consigo otro puto trabajo.

Un tirón hizo caer sus cosas antes de que pudiera llegar a la puerta, y recogerlas no fue tan importante como recuperarse del aturdimiento que le generó aquel rebote de su cabeza contra la pared. Estaba seguro de que le quedaría una marca en el cráneo de por vida, y formar algún tipo de pensamiento coherente al respecto le fue imposible cuando aquella mano le apretujo el cuello, cerrando su garganta e impidiéndole respirar.

Seguía teniendo las manos libres, y aunque las alzó unos centímetros para apartarlo de un puñetazo, terminó bajandolas unos segundos después.

"¿Por qué no hiciste algo si sentías que podías?" Aunque estoico, el semblante de su psicólogo dejó entrever algo de una intriga que le hizo mirar a otro lado.

Estaba delgado para el momento que reunió el valor suficiente de tomar su primera sesión, con la mente destruida, el corazón marchito y los labios resecos, apenas frunciendose en lo que un sentimiento de asco le recorría el cuerpo.

"Quería ver si realmente era capaz"

"¿De que?"

"De matarme"

Tenía la disposición de usar los pies y patearle para conseguir el oxígeno que haría a su rostro recuperar el color que poco a poco estaba perdiendo, pero no lo hizo. No porque le faltara fuerza física, sino porque su mente se encontraba tan difusa, pálida y marchita que su voluntad, aquella preciada chispa que le impulsaba a seguir viviendo, desapareció junto a la esperanza de tener un mejor futuro.

No se sentía dueño de su destino y por ello le dejó escogerlo en su lugar, permitiendo que sus manos extinguieran lentamente su existencia mientras sentía su cabeza inflarse y los labios hormiguear. Lo único que existía en ese momento fue la amargura del adiós y la frialdad de sus ojos, aquellos cuya falta de empatía le instó a presionar más fuerte sin sentir remordimiento alguno por el dolor que le estaba causando.

Parecía estar en trance, uno tan psicótico y profundo que solo se desvaneció cuando su visión ya estuvo oscurecida casi por completo.

"¿Por qué?"

"No lo sé" Murmuró con cierta incertidumbre, pasando a mirar la ventana en lo que su corazón no dejaba de doler"Supongo que, en el fondo, quería que lo hiciera..."

Habría anhelado ser recibido en un lugar mejor, pero los fragmentos punzantes que conformaban su alma debieron resignarse con volver a sus brazos, los mismos que le acunaban amorosamente mientras lo quebradizo de su voz no paraba de pedir disculpas.

Apenas su cerebro recibió la sangre suficiente, lo primero que hizo fue asestarle un golpe tan fuerte que su cuerpo chocó contra la mesa de vidrio, rompiéndola en el proceso; Sasori no hizo movimiento alguno salvo proteger su rostro con el antebrazo, como si de cierta manera le estuviera permitiendo desquitarse para estar mano, pero Deidara no quería estarlo, así como la única parte de su mente que no estaba dañada le decía que eso nunca sería suficiente.

Hoy era la mesa, mañana una lámpara y quien sabe lo que utilizaría después. Todo podía variar, todo podía reemplazarse, pero sabía que el día en que fuese un cuchillo no habrían palabras bonitas que le devolvieran su futuro.

No recordaba haber corrido tan lejos de casa antes, así como tampoco experimentar tanto desagrado, pero las arcadas que convulsionaron su cuerpo serían unas que jamás olvidaría, porque más allá de una búsqueda de alivio, fue la reacción natural de su espíritu al reconocer que, sin importar cuánto se alejase, tarde o temprano terminaría regresando.

"¿Que sentías por él en ese momento?"

"No lo sé"

"¿No lo odias?"

"No..."

Estaba tan colisionado que era incapaz de sentir odio por alguien no que fuese él mismo, despreciaba su debilidad, su compasión y la terquedad que le impedía aceptar lo oscura que era su existencia, puesto que no importaba cuántas veces viera con añoranza la puerta de su hogar, bastaba que él sostuviera su mano para disuadirle de salir por ella.

La mayoría de las veces prefería que fuese agresivo, que le forzara a ser igual de violento para que así pudiera sentir que realmente estaba haciendo algo por si mismo, y no que simplemente se estaba dejando vencer por unos ojos tristes cuya dulzura manipuladora siempre se encargaba de demostrarle lo poco que necesitaba hacer para que se mantuviera a su lado.

"¿Cuál fue el mayor efecto que tuvo eso en ti?" Todavía podía recordar la extrañeza que le generó ver que su psicólogo no se la pasaba anotando como solían pasar en las películas, manteniendo un porte más amable en lo que le prestaba una atención que no había recibido en mucho tiempo "¿Te hizo sentir inseguro?"

"No, hizo algo peor"

"¿Que cosa?"

"Me transformó en él"

Tal vez su corazón se la pasara agonizando, pero su cuerpo siempre permanecía alerta, recelando de cualquier gesto que le pareciera sospechoso como si tuviera la misión de acabar con su vida; Comenzó a alterarse muy rápido, pasando de ser una persona que adoraba ver el drama a formar parte ellos por el más pequeño motivo. Vivía exaltado, vacilante y a la defensiva, incapacitado de reconocerse a sí mismo cuando la profundidad de sus traumas tomaba el control de la situación.

Había perdido la cuenta de las veces que terminó con Sasori, pero Kurotsuchi pensaba que su soltería merecía una salida y él no encontró motivos para negarsela.

A día de hoy no podía decir que fue culpa de aquel chico por mucho que fuese algo pesado con tanto alcohol encima, en realidad era bastante chistoso, con un rostro simpático que dejó de parecerlo cuando accidentalmente se acercó demasiado. Quizás había querido susurrarle algo, buscar otro vaso en la mesa a sus espaldas o agregarle teatralidad a un chiste, pero sin importar lo que fuese, en el segundo que levantó la mano todo se volvió muy oscuro.

Jamás olvidaría la expresión de pánico y asombro en cada uno de sus conocidos cuando le propició una paliza a un chico cuyo único delito fue respirar demasiado cerca de una persona tan marcada como él.

Fue una salida espantosa que terminó con su huida, así como su regreso al único sitio que conocía por mucho que hacerlo se sintiera como atravesar las puertas del infierno.

– El imbécil hizo algo que te pareció sospechoso y le diste su merecido, yo no le veo nada de malo – Paciente e insanamente reconfortante, su demonio personal podía ronronear por la satisfacción que le causaba tenerlo de vuelta entre sus brazos – No importa de todas formas, al menos así ves que no te conviene seguir saliendo con esa gente.

Desvalido y hecho pedazos, Deidara reposó la cabeza en su hombro mientras intentaba ignorar que las caricias en su cabello se sentían más como el rastrillar de unas garras contra el pelaje de una mascota.

Posesión y destrucción, en eso se basaba todo.

Sobrevivía en un mundo muy oscuro, consumido por la ansiedad y un sentimiento que hace mucho había dejado de llamarse amor. Era como ver la vida a través de un telescopio, solamente siendo capaz de ver el alcance de un punto fijo en el que la presencia de Sasori era fundamental, cegandolo de tal forma que solo aquellas cosas que le incluían parecían tener sentido.

Un pequeño gruñido le sobresaltó de pronto y sus ojos se fijaron en una figura algo enana.

Había suspendido las compras del supermercado hasta ese día, centrándose demasiado en su tarea como para notar de inmediato al pequeño niño de unos seis años de edad cuyo ceño fruncido le daba un aire algo caprichoso.

– ¿Qué? – Le alzó una ceja al ver que su gesto de inconformidad parecía dirigido a él, aunque estaba equivocado, sus ojos negros estaban fijos en lo que cargaban sus manos.

– Ese es mi cereal favorito.

– Ya veo... – Honestamente le importaba muy poco que marca llevase, la única razón de porqué escogió aquella fue por su índice de popularidad, la misma que dejó el estante casi vacío a excepción de la última caja que él se estaba llevando; La sacudió un poco – ¿La quieres?

– No le acepto dulces a gente que no conozco.

– Esto no es un dulce y tampoco te lo estoy regalando, te tocará pagarlo si te lo piensas llevar – Agitando maliciosamente la caja, a Deidara le hizo gracia el anhelo en su rostro infantil – ¿Lo quieres o no? Porque no he comido y quizás no esté mal quedarmelo de todas formas...

Ante la amenaza de perder su preciado tesoro, el pequeño abrió sus ojos antes de estirar los brazos con exigencia.

– Dámelo, si lo quiero.

– Todo tuyo, enano – Deidara rió un poco, cumpliéndole el capricho y luego observando con algo de gracia la rapidez con la que desapareció por el pasillo.

Un suspiro triste apagó su breve momento de alegría, observar la belleza de la infancia le hacía recordar lo hermosa que era la vida cuando se es ignorante de todo lo que se debe sufrir para ser feliz. Él se la pasaba sufriendo constantemente, y lo peor del asunto es que no se sentía ni remotamente cerca de encontrar algo parecido a la felicidad.

Un toquecito en su pierna le detuvo justo cuando iba a pagar, volviendo a encontrarse con aquellos ojos que en esta ocasión se veían algo avergonzados.

– ¿Que pasa? – Preguntó al ver que aún abrazaba los cereales – ¿Ya no los quieres?

El niño entonces compuso un gesto de mal genio que no pudo tomar en serio por el pequeño puchero que formaron sus labios.

– Mi hermano dice que debo darte las gracias – Tras verse aún más abochornado, meneo su cabellera oscura antes de hacerle una breve inclinación de cabeza – Así que gracias.

– No hay de qué.

Verle marchar por segunda vez le hizo replantear si su vida sería más alegre si tuviera algún hermano con el que hablar, su familia era pequeña, apenas sus padres y algunos tíos que solo aparecían en navidad para embriagarse y pelear por cosas que sucedieron antes de su nacimiento, era cómico a veces, pero al pensar más profundamente en ello decidió que estaba bien siendo hijo único.

Un carácter como el suyo no siempre era fácil de sobrellevar, en especial últimamente; Adoptar un perro no parecía una mala idea, pero hacerlo viviendo en una casa que no era legalmente suya – en especial una de la que entraba y salía constantemente – no sonaba a un plan muy sensato de su parte.

– ¿Tu hermano también te dijo que me siguieras a casa? – Viéndose entretenido cuando el pequeño desconocido se acercó a él apenas salió de la tienda.

Aunque la burla tiñó suavemente sus mejillas, se mostró decidido cuando le extendió un caramelo que cargaba en la mano.

– Ten, así no te mueres de hambre.

Deidara le alzó una ceja con escepticismo.

– ¿Quien dijo que estoy pasando hambre?

– Tú dijiste que no has comido – Resolvió muy audaz – La gente que no come es porque no tiene comida.

Era innecesario explicar que no había comido en esos días porque ver destruída una de sus obras de arte más valiosas logró empañar su humor con un dolor indescriptible, y aunque aún no se había cumplido la semana de estar pagando la habitación en mismo motel de siempre, ya le había llegado otra escultura junto a un vaso grande de su café favorito y una nota de disculpas.

Las palabras eran bonitas, pero nada borraba la imagen de su rostro contorsionado por el odio mientras estrellaba su arte contra la pared.

Contrario a lo que la gente solía creer, hacerle lo mismo no se sintió bien en lo absoluto.

Adoptando una actitud bastante cómica para su edad, el pequeño sacudió el caramelo ante sus ojos de la misma forma que él había hecho antes.

– ¿Lo quieres o no?

A pesar de lo agotadores que habían sido sus días, reírse le resultó tan natural que casi se replanteó la idea de una vida feliz junto a un hermano menor.

– Vale, si lo quiero – Aceptando el obsequio de buen agrado, Deidara le sacudió la mano – Ahora vete, no vaya a ser que tu hermano piense que te voy a secuestrar.

– No podrías contra él, además me está vigilando – Se enalteció al punto de inflar su pecho, como si no pudiera con el ego que le generaba tener un familiar tan preocupado por su bienestar – Ahí está ¿Lo ves?

Honestamente, habría sido imposible no verlo.

Alto, cabello largo, un porte algo recto que iba en perfecta armonía con la suavidad de unos ojos muy oscuros, una mirada apacible y unos labios que permanecían ligeramente curvados hacía arriba, posiblemente por el entretenimiento y la ternura que le generaba ver al infante regalarle un dulce al chico amable del supermercado.

Deidara se le quedó viendo unos segundos, parpadeando estúpidamente cuando se le secaron los ojos y quedando aún peor cuando su lapsus agrandó levemente su sonrisa.

– Si, ya lo ví – Regresó su atención a la pequeña copia del Dios que sus ojos acababan de presenciar – Ahora ve, te ha de estar esperando.

Pero el niño se cruzó de brazos.

– Es de mala educación no dar las gracias.

– Entonces gracias.

– El dulce lo compró Itachi, las gracias debes dárselas a él.

"Itachi..." Probó el nombre en silencio, determinando que no era un mal nombre para el absurdo cúmulo de atractivo que no paraba de captar su atención. De haber estado en busca de algo se habría lamentado el no estar más presentable, o al menos no dar tanto la impresión de quererse suicidar, pero como no era el caso, alzó entre sus dedos el caramelo y le dedicó una seca sonrisa que, aunque apática, por algún motivo pareció agradar al otro chico.

Deslumbrado y algo confundido, Deidara abandonó el local para irse a su casa, dejando atrás a su pequeño amigo quien muy amablemente también le dijo su nombre antes de irse. Sasuke. Era un niño bastante perspicaz, eso no lo ponía en duda. Seguramente tendría mucho que vivir cargando con esa personalidad tan marcada y orgullosa, pero imaginaba que contando con un hermano agradable y absurdamente atractivo de seguro no le iría mal en la vida.

Más que la aparición de aquellos hermanos tan polémicos, lo que logró crearle controversia fue el desenfreno de sus pensamientos cuando vió el rostro de aquel chico, no tanto porque fuese atractivo o pudiera interesarle su persona, sino porque hasta la fecha se había sentido tan amarrado a Sasori que sus emociones parecían prestadas, como si necesitara de su explícita aprobación para tener acceso a ellas; Tener una reacción espontánea luego de tantos años y más si era de esa índole le hizo sentir bien, incluso feliz. Aquella era la prueba de que era capaz de sobrevivir consigo mismo aún si estaba mil veces más roto que al inicio, solo necesitaba tenerse paciencia, comprensión y mucho amor.

Amor que ya no existía en ningún otro lado, y darse cuenta de ello, aunque tardío, fue increíblemente revelador.

"El amor es lo que las personas quieren que sea" Entre las personas que llegó a conocer en su búsqueda de autoaceptación, la más increíble fue una antigua vecina cuyas palabras siempre lograban calarle hondo"A veces puede ser muy bueno, otras increíblemente malo y, en ocasiones, también puede convertirse en un arma" Su sonrisa, así como su voz, eran sosegadas y relajantes"El verdadero desafío de enamorarse está en encontrar a una persona que sepa utilizarlo de la manera correcta"

"¿Que tal si lo utiliza bien pero solo para su beneficio?"

"Entonces realmente no lo está haciendo como debe, porque nada que se te haga con la intención de lastimarte puede ser correcto"

Arrastraba pesadamente sus cosas luego de ser corrido por no ser capaz de seguir pagando el alquiler, terminando por regresar al mismo sitio del que había salido. No era una buena sensación, y no estaba seguro de en que momento comenzó a ser de esa manera, pero la pesadez en su pecho era tan grande que visualizar aquella casa no le generó ningún sentimiento positivo, al contrario, era como regresar al reclusorio, y teniendo en cuenta quien más vivía allí, bien que el ejemplo no estaba muy alejado de la realidad.

Terminó deteniéndose a medio camino, no porque le doliera la cabeza, el espíritu o la piel por los moretones que aún no terminaban por desaparecer, sino porque algo pareció gritarselo con tanta potencia que parar fue inevitable. No sabía el origen de la voz, así como de dónde había logrado sacar fuerzas para hacerse escuchar, pero el único mensaje que tenía para darle era uno que solamente podía provenir de si mismo, de la versión de un Deidara que casi se había extinguido por completo.

"Soy más que esto"

La figura de Sasori ya se había parado en el marco de la puerta con una sonrisa, inmensamente alegre de su retorno al círculo tóxico que no habían parado de alimentar. Él podía reconocer eso, así como finalmente pudo aceptar que la única persona capaz de romperlo era él mismo.

No sería fácil, pero nada en la vida que valiera la pena lo era.

– ¿Que crees que estás haciendo? – Su voz era ruda y ligeramente incrédula mientras le veía terminar de recoger sus cosas; Era habitual que dejase algunas cuando se iba, como si una parte suya supiera que en algún momento volvería, ahora era diferente, e incluso si algún día sentía la necesidad de volver, él mismo se encargaría de recordarse porqué no debía hacerlo.

Porque su vida era valiosa, su futuro era importante y ninguna persona tenía el derecho de hacerle sentir menos cuando nunca lo había sido.

– Me voy.

Sasori se vió aún más incrédulo.

– ¿A dónde?

– No lo sé – Dijo honestamente, respirando desde el fondo de su valentía – Pero tú no vendrás conmigo.

– ¿Me estás terminando?

Le era frecuente escuchar que lo más difícil era aprender a decir no, sin embargo, él sabía decirlo constantemente, solo que no en los momentos que debió hacerlo. Pasaba lo mismo con su contraparte, llegando a decir que si cuando lo mejor habría sido directamente no responder y marcharse para jamás volver.

"¿Me amarás siempre?"

"Si"

"¿Me cambiarias por alguien más?

"No"

"¿Morirás por mi?"

"Si"

"No te irás nunca, ¿Verdad?"

"No"

Nunca supo cómo responder correctamente, y ese era un mal hábito que no era mal momento para empezar a corregir.

– Respóndeme de una vez – Furioso y enaltecido, avanzó un paso para encararle – ¿Me estás terminando?

– Si.

El silencio que surgió entre ambos fue uno increíblemente incómodo, pero de cierto modo también revelador, permitiéndole dar la primera bocanada de aire fresco en muchos años. Determinó que le gustaba esa sensación, y pelearia de ahora en adelante para no perderla de nuevo.

Aquella mano que tantas veces le había herido amenazó con hacerlo de nuevo, pero él ya no estaba dispuesto a permitirle tener ningún tipo de control sobre sus decisiones. Se sentía rebosante de energía como si hubiera consumido algún tipo de bebida energética, y fue esa determinación que le hizo tomar la primera cosa que tuvo a su alcance para establecer un límite muy claro entre ellos.

Sasori retrocedió de inmediato cuando le vió levantar el cuchillo, completamente sorprendido por el valor que veía en su ojos.

No era la misma persona que se había ido, y darse cuenta de ello pareció traer de regreso al verdadero monstruo que toda la vida había sido.

– Eres patético – Espetó tan cruelmente que algo de ese odio logró llegarle, así como intuía que seguiría haciendo por un largo tiempo hasta que pudiera superarlo por completo.

– Tal vez – Alzó la barbilla – Pero no soy un sociopata y tampoco pienso ser la pareja de uno.

– ¿Te crees de verdad que algún día alguien va a amarte como yo lo hago?

– No, y espero que nunca lo hagan.

Tomó el resto de sus pertenencias sin soltar el cuchillo, avanzando con rapidez y negandose a tomar el tiempo para darle al sitio una despedida más apropiada; Ese era un lugar de pesadilla que no merecía su nostalgia, y por mucho que lo hubiera considerado su hogar, no experimentó ningún tipo de dolor cuando atravesó la puerta de salida, escuchando de fondo los gritos encolerizados de su ex pareja.

– ¡Tú no mereces a alguien como yo!

– Tienes razón, no lo merezco – Dándose la vuelta para verle una última vez, permitió que una única lágrima resbalara por su rostro – Y por eso me voy.

Tomó el primer autobús que pasó a su lado sin saber exactamente a dónde ir, no tenía mucho dinero y tampoco le quedaban personas a las que frecuentase últimamente como para que le ofrecieran una mano. Sin embargo, también era cierto que las mejores amistades sobreviven a cualquier tipo de adversidad, y pudo confirmarlo cuando Kurotsuchi respondió su mensaje casi de inmediato, abriéndole las puertas de su hogar aún si él sentía que no era merecedor de tanto cariño.

– No importa lo que haya pasado – Ella le ofreció un café, así como una cama en dónde dormir y una sonrisa de aliento que no sabía que necesitaba – Estoy orgullosa de tí.

Lo sincero de sus palabras logró ablandar su corazón, permitiendo que todo aquello retenido en lo más profundo de su ser pudiera drenarse. Vaciando toda la angustia, dolor y sufrimiento que había acumulado a lo largo de los años mientras recostaba la cabeza en su pecho aún si ella era más baja que él, la vió como el soporte que necesitaba para levantarse de nuevo, y en medio de sus brazos se permitió llorar todo lo que no había hecho antes, desahogando sus penas mientras ella le frotaba la espalda.

Las primeras lágrimas fueron de dolor, las siguientes por remordimiento y a las últimas le costó identificarlas, pero la potencia con la que fueron sacadas y la ligereza en su pecho le dieron la respuesta que buscaba.

Eran lágrimas de orgullo, de entereza y felicidad. Ahora no lloraba por tristeza, sino por el reconocimiento de que jamás tendría que volver a sentirse de esa manera.

Aferrado entre los brazos de Kurotsuchi, Deidara lloró porque se sentía libre.

A partir de entonces enfocó todos sus esfuerzos en recuperar poco a poco los pedacitos que había perdido de si mismo, buscándolos entre las alegrías de su pasado para solidificar su presente y poder ver hacía el futuro. Se llenó del coraje que siempre había tenido y aceptó que a veces no estaba mal recibir ayuda de vez en cuando; Kurotsuchi le dejó quedarse todo el tiempo que necesitase, pero él apenas se quedó el tiempo suficiente hasta que encontró otro trabajo, uno muy lejos que le prometía un buen inicio y, aunque triste por abandonar su lugar de nacimiento, se embarcó a su propia aventura manteniendo la promesa de comunicarse cada vez que pudiera.

En los tres años siguientes se mudó al menos cuatro veces, las dos primeras por el sinnúmero de cartas, regalos, amenazas y visitas inesperadas de un Sasori cuya obstinación le impedía aceptar el rompimiento. Fue una suerte que en aquella ocasión no le tuvo ni un solo gramo de piedad, amenazándole de igual forma y luego teniendo que acudir a métodos más drásticos para que aceptara la realidad. Fueron acciones algo ilicitas sugeridas por su mejor amiga al ver que el sistema judicial se estaba tardando tanto con su caso, y se alegró de haberle seguido la corriente, pues para cuando al pelirrojo finalmente le llegó la orden de restricción ya tenía un buen par de moretones y costillas rotas que le disuadieron rápidamente de seguirlo buscando.

Sus últimas dos mudanzas fueron voluntarias, una porque no toleraba a sus vecinos y la otra porque extrañaba su hogar, regresando a vivir a un par de minutos de su viejo vecindario. Seguía sin tener mucha comunicación con sus padres a pesar de la cercanía, aunque intentaba de igual manera no mortificarse por ello. Si algún día ellos deseaban disculparse y recompensar sus idioteces entonces él estaría abierto a la idea de escuchar, mientras tanto se dedicaría a vivir lo mejor que pudiera.

Fue un viernes en la mañana que volvió a ver a aquel duo de hermanos en el parque cerca de su nuevo apartamento, y aunque el pequeño Sasuke le había regalado una apática sonrisa que no le sorprendió en lo absoluto – intuía desde hace tiempo que sería un niño reservado y mañoso – no encontró un buen momento para sacarle plática a su hermano mayor, terminando entonces por resignarse a que quizás necesitaba más tiempo. En base a ello se enfocó en terminar de asistir a todas sus sesiones, plantearse nuevas metas y salir de su zona de confort de vez en cuando, variando lugares y acontecimientos entre los cuales estuvo regresar a aquel pequeño restaurante familiar en dónde no menos de una semana después descubrió que Itachi se sentaba justo en la banca de en frente.

Creyó que era algo pasajero, pero tres meses más tarde cada uno seguía en exactamente el mismo lugar.

– ¿Has terminado ya? – El empleado señaló su plato casi vacío y él se lo entregó a la vez que pedía algo extra para llevar, pues era su día libre así que podía darse el lujo de evadir la cocina y tener una mañana llena de ocio.

O quizás podría ser diferente.

Deidara observó de reojo a dónde sabía que aquel chico estaría por algunos quince minutos más antes de irse, posiblemente al trabajo o algún evento en particular que le mantendría ocupado hasta la mañana del día siguiente en el que volvería a sentarse en el mismo lugar, y así sucesivamente hasta que la rutina acabase. El pensamiento era cómodo pero también variante, pues perfectamente aquel podía ser el último día que lo vería leer silenciosamente su revista él mientras fingia que no lo veía, y no había forma alguna de saberlo; Una de las cosas que al menos había logrado aprender fue el manejo de su propio tiempo, la distribución de lo importante y lo trivial, separando caprichos de necesidades e imprescindibles de irrelevantes, por lo que sabía sin lugar a dudas que acercarse no era una cuestión que pudiera categorizar cómo necesaria, sin embargo, también había aprendido que no estaba mal aventarse a alguna aventura por el mero placer de hacerla.

El chiste, así como todo, estaba en que pudiera disfrutar su vida al máximo.

– ¿El acertijo está muy complicado?

Muy lentamente, los ojos negros que solo había visto de lejos se alzaron para verle en lo que una discreta sonrisa aparecía en su rostro.

– ¿Por qué lo dices?

– Porque lees el mismo todos días.

– Si – Accedió tranquilo, a lo que su gesto se iluminó con cierta gracia – Y tú comes lo mismo todos los días, aunque no parece que te guste.

Seguía siendo alto, con el cabello algo más largo y las ojeras más prominentes, aunque seguía encontrandolo atractivo, y por la manera en la que sus ojos le observaban con un discreto interés, supuso que la opinión era mutua.

Tenía un porte tan carismáticamente recto que no le fue difícil intuir que sería esa clase de persona que le haría exasperar de vez en cuando, pero era un sacrificio que valía la pena si con ello lograba conocer el resto de factores que captaban su atención.

– ¿Debo asumir entonces que me espías? – Habiendo recuperado su rebeldía e impulsividad, la picardía en su voz hizo al otro negar con la cabeza sin borrar la sonrisa.

– Para nada.

– Pero me estabas viendo.

– Sería difícil no hacerlo – Su tono era suave pero el halago resultó evidente, así como la amabilidad con la que señaló el espacio a su lado – ¿Te quieres sentar?

Hace un par de años la petición habría sido difícil de aceptar, principalmente porque tenía mucho que perdonarse antes de volver a creer que era merecedor de todo lo que la vida pudiera ofrecerle. Ahora era diferente, seguía siendo exactamente la misma persona solo que con la fortaleza para aceptar que no había forma alguna de saber si sería una buena o mala experiencia hasta que se atreviera a intentarlo, anteponiendose al pasmo que siempre le darían los recuerdos de su pasado y jurando nunca olvidar que sin importar lo malo que la situación pudiera tornarse, siempre tendría el derecho de ser feliz. Ya fuese solo, con la persona frente a él o cualquier otro que aún no hubiera conocido, procuraría no pensar demasiado en ello porque aún le quedaba tiempo de sobra para resolver cada una de sus dudas, así como para reclamar la esperanza de un futuro que su propio espanto le había arrebatado.

Esbozando la sonrisa confianzuda que se prometía nunca volver a perder, Deidara tomó asiento junto a Itachi y le ayudó a resolver la lista completa de acertijos, compartiendo bromas, sonrisas y la planeación de una salida que prometía ser fantástica.

Deidara estaba seguro de que le costaría un tiempo considerable olvidar por completo a Sasori, pero no permitiría que la sombra de su recuerdo estropease sus días, pues jamás olvidaría que a su lado la vida había sido vacía, dolorosa y rebosante de hiel, abrumandole los sentidos que lentamente había recuperado y ahora podía volver a disfrutar.

Nunca más volvería a sentirse perdido de nuevo, pues ahora sabía que sin importar el rumbo que tomase el destino, siempre que existiera dentro de si mismo una gota de voluntad, sería capaz de afrontar lo que fuese.

Por su vida, por su futuro, pero sobretodo por él.

Porque se lo merecía.

Y haría todo lo que estuviera a su alcance para nunca olvidarlo.






Fin.

Notas finales:

Holis, hice esto en un momento de inspiración así que bueno, acepto comentarios porque me hacen feliz UwU 

Nos vemos el viernes para los que leen Inefable!

 


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