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Intentos por Mc-19051

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Notas del capitulo:

Nuevamente, mil gracias por leer <3

Cuanto se arrepentía de haberlo conocido.


De haber cruzado palabra con él, de haber siquiera entrado a trabajar en esa empresa infernal, de haberlo siquiera invitado a que se apareciera antes de tiempo, se había enterado por un muy despechado Obryan que Ryan le había dado dos meses de reposo a Segundo en una villa lujosa sólo por una asquerosa intoxicación por un camarón mal cocinado.


Cuanto quisiera haber sido más fuerte, ¡Ryan ni siquiera se había estado metiendo con él en primer lugar! Literalmente era invisible bajo el radar del chico rubio, pudo muy bien haberse hecho el loco —cómo muy bien venía haciendo— y haber tenido tres semanas más de paz sin Segundo detrás suyo con esa asquerosa sonrisa que cuanto deseaba que alguien más se la tumbase.


Porque si él se encargaba de tumbársela, sería con un bate lleno de clavos oxidados.


Pero no, fue débil al escuchar el quinto día de rabietas de Ryan y lo llamó. Cuando vio a esos dos metros andantes de perfume rompe pulmones pasear tan tranquilo con un resaltador fucsia ultrafino, supo que había metido la pata.


Quizá recibir el agradecimiento colectivo en silencio de sus compañeros fuese satisfactorio, pero no quitaba ese mal sentimiento que tenía en el estómago; y definitivamente no servirían de repelente contra el mastodonte bañado en un perfume caro.


—Luces cómo si estuvieses viendo a un muerto —se burló Obryan al pasar por su lado con el carrito de archivos.


—Lo triste es que lo resucité —admitió sintiéndose más frustrado consigo mismo que con la selección de colores de la ropa de Obryan, el hombre definitivamente debía ser daltónico; no era un gurú de la moda como Ryan, pero estaba seguro que una corbata rosada con lunares amarillos no combinaba para nada con una camisa a rayas azul y verde.


—Es un mal necesario, desgraciadamente —concedió Agatha saliendo de algún sitio, escuchar esas palabras le brindó un poco de paz, recordándole una vez más que él no era el único que no simpatizaba con aquel sujeto.


Y cómo si de una cosa de películas se tratase, su teléfono sonó; reconocía el sonido ominoso que le había asignado para cuando le llegase un mensaje de ‘’Cretino’’. Por más pesado que fuese el asunto, él debía ser macho y afrontar el trato que había hecho con Segundo.


‘Veámonos en el pasillo que conecta con el estacionamiento del sótano a las cinco.’ —Decía aquel mensaje.


Que pintoresco, ni hola ni por favor; pero al menos iba al punto y agradecía que tuviese una ortografía mínimamente decente. Observó la hora en el teléfono; once y media de la mañana. Había dos posibilidades a partir de eso, que el tiempo se pasaría ridículamente lento o ridículamente rápido.


Suspiró y guardó el dispositivo, sin molestarse en responder.


[…]


—Pensé que no vendrías —fue lo primero que dijo Segundo al verle, él solo arqueó una ceja—. Tienes el visto desactivado, no sabía si lo habías leído o no.


—Hasta la fecha Ryan todavía no nos da latigazos por usar los teléfonos en las oficinas —se animó a responder. Él era un poco idiota, sí; le creyó a su pseudo ex Trevor, pero tampoco era tan idiota para hacer enfadar al cretino que tenía en frente sabiendo la posición en la que se encontraba.


—Eso me lo puedes agradecer a mi—prefería comer barro—. Pero no estamos aquí para hablar de Ryan ¿O sí?


—Pues suena más interesante que lo que sea que vamos a hacer aquí— quiso decir, pero sólo se dignó a responder—: No.


—No estás de muchos ánimos para hablar.


—No pensé que te iría el exhibicionismo, hacerlo aquí en el estacionamiento, no me lo esperaba— el cretino sólo arqueó una ceja, confundido—. La última vez que hice algo parecido terminé aquí.


—Lo dices cómo si fuese algo malo.


Es algo malo; pensó.


—Bueno, hacerlo en el estacionamiento del sótano no encaja con mis estándares de mágico—fue lo que respondió, sintiéndose derrotado, una parte de él quería ser honesto, quería hacerlo sentir mal; pero la otra parte le decía que no podía ser tan malo, que quizá hasta lo disfrutaría, a fin de cuentas él quería tener sexo y se lo estaban ofreciendo.


—Hey, soy mejor de lo que crees —genial, lo había irritado un poco por el ceño fruncido que cargaba—. No me gusta hacerlo en sitios públicos, es asqueroso —aclaró—. No sé con qué clase de locos habrás estado, pero yo —sonrió con galantería—, soy mejor que todos ellos juntos.


[…]


—Javier, si el agua sale más cara este mes, será tu culpa —escuchó la voz del enano siniestro al otro lado de la puerta del minúsculo baño.


—Sí, lo sé, Alexander —tan mugroso se sentía que por primera vez que se había mudado a esa asquerosa ciudad que el pelirrojo no lo intimidaba.


O quizá era porque había una puerta separándolos.


Llevaba cómo unos veinte minutos dándose hasta con desinfectante, pero aquella sensación que lo hacía asquearse consigo mismo simplemente no se esfumaba, quería gritar y romper cosas; pero el señor Jerkins del piso de abajo capaz les llamaría la atención por hacer ruido.


Asqueroso viejo, quejándose del ruido cómo si esos malditos apartamentos fuesen algo cinco estrellas. Al final se dignó a salir de la ducha, gastar el agua no solucionaría lo que pasó, su retaguardia dolía y también sus labios.


Maldito sea el pene de Segundo, y maldito sea el pene de Trevor.


El cretino sí que sabía cómo iniciar, eso tenía que concedérselo. Pero el sexo era cómo una fogata, no bastaba con solo encenderla, también había que mantenerla y saberla apagar cuando fuese necesario.


No intentar hacer una asquerosa pillow talk cuando tu acompañante quiere lanzarse por la ventana.


No besarlo cuando no quiere ser besado, le reclamó un par de veces pero el asqueroso de Segundo sólo respondía con que eso era lo que lo encendía a él. ‘Mágico’ ‘Mejor que todos los demás’; sí claro.


Nadie reemplazaría al sujeto amante al cuero, que le hizo olvidar su nombre por un buen rato.


Y lo que más le frustraba de todo aquello era que sabía que se iba a tener que repetir; así él no lo quisiera, y todo por su no saber controlar su boca, cómo siempre.


—Eso fue genial —jadeó Segundo, desplomándose a un lado suyo, él aprovechó ya no tener esa mole encima para levantarse, aunque estuviese fatigado de todo aquello, al ver su intento de escape el idiota le preguntó—: ¿A dónde vas?  ¿No vas a descansar siquiera un poco? —Segundo se acostó sobre su costado, palmeando el colchón—. Podrías quedarte un poco más y podríamos hablar, ya sabes.


—Mi compañero de cuarto se preocupará por mi— fue lo primero que se le ocurrió mientras se las apañaba para ponerse el bóxer de nueva cuenta, observó los chupetones en sus piernas, odiaba los chupetones, parecían marcas de propiedad y él no era propiedad de nadie.


—Que, considerado de su parte, ¿Acaso son pareja? —había un poco de voz en los celos de Segundo.


—¿Qué te importa? —estaba enojado al ver Segundo lo había mordido a un costado— ¿En serio? —preguntó señalando la marca.


—Pensé que se te vería bien, y no te quejaste cuando te la hice.


—¡Me quejé por todo! —gritó, su poco rastro de paciencia abandonándolo—. Te pedí que te detuvieras y no lo hiciste; me estabas lastimando.


—Te viniste poco después, así que no fue tan malo —Segundo ni siquiera se dignó a mirarlo, revisando con ocio su celular.


—Y cuando viste eso, no te detuviste tampoco ¿Sabes lo feo que es eso?


—Sí, lo he vivido —confesó el cretino aquel, dejando el teléfono de lado—. Y acabé poco tiempo después, estás haciendo un escándalo por esto; en serio, cálmate.


—‘’Poco tiempo después’’, dices—él por su parte, bufó anonadado, sabía que Segundo era un imbécil, pero eso superaba todas sus expectativas— ¡Fue una puta eternidad! —odiaba que aquel sujeto tuviese  tanta energía—. Es una regla no escrita que después que tu compañero se venga, te detengas, pedazo de soquete.


—¿Cómo me dijiste?


—Lo que escuchaste —él le dio la espalda mientras buscaba sus pantalones, no quería pasar ni un minuto más allí—. Eres un soquete, que ni siquiera coge tan bien cómo presume —cuando finalmente encontró sus pantalones, lo volvió a encarar—. Me cogió mejor un tipo borracho en una gasolinera que tú en este mugroso hotel cinco estrellas.


—O sea que eres un cualquiera—fue lo único que rescató Segundo de su insulto, él bufó desesperado, ahora buscando su camiseta, cómo no la encontrase se iría solo con los pantalones puestos a su apartamento.


—Si creías que era un mojigato inocente que se desharía en tu saliva, eres más idiota de lo que creí— se burló, Segundo por su parte sólo frunció el ceño, en total silencio, ya conocía ese gesto, ya era momento de que se fuera.


—Creí que tendrías un poco más de dignidad y respeto por ti mismo, ¿En serio? ¿Con un borracho en una gasolinera? ¿Dónde más lo has hecho? En una lavandería, ¿Quizá? — Segundo se levantó importándole poco su desnudez, el sujeto estaba orgulloso de su cuerpo, y se acercó a él—. O déjame adivinar, lo hiciste en una de estas tiendas de veinticuatro horas con el cajero, o si me pongo creativo, quizá también lo hiciste con un drogadicto en el jardín de alguien.


Esa última presunción caló profundo en su consciencia, y al parecer hizo una mueca porque el cretino sonrió con una notoria satisfacción.


—Uno nunca sabe que se oculta bajo una camisa y una corbata —Segundo silbó—. Entonces un drogadicto, ¿Debería hacerme un análisis de ETS después de este encuentro?


Él sólo desvió la mirada, no tenía con qué más refutarle, pero al parecer Segundo disfrutaba de hundir el dedo en la llaga, así que le agarró parte del rostro para forzar a mirarle.


—Te iba a seguir conquistando después de esto, invitarte a cenar incluso, pero viendo que sólo hace falta tener pene para convencerte de que abras las piernas, supongo que serás mi desquite por ahora.


—No tengo razones para seguirme acostando contigo —refutó, aguantándose las ganas de escupirle—. Ya cumplí mi parte del trato.


—Sí, la cumpliste —concedió Segundo—. Pero me pregunto cómo reaccionaría Ryan de enterarse que un empleado me estuvo haciendo ojitos —su sonrisa se ensanchó—. Pasas muy por debajo de su rango de interés, eso es increíble, sólo te reconoce porque pensaba que tus padres eran hermanos y poco más —afianzó el agarre en su quijada, lastimándole un poco—. Ahora imagínate si le cuento que te me estuviste insinuando.


Y con esas últimas palabras, lo soltó, físicamente, porque con esas palabras estaba claro que lo había amarrado más que nunca.


 


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