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Intentos por Mc-19051

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Sólo le tomó año y medio en ese infernal edificio para entender algo muy básico.

No debía hacer ningún tipo de plan a futuro o se le vendría encima de una forma que casi nadie podría siquiera imaginar posible, desde que era niño y dijo que quería ser físico cuántico y terminó allí, o desde aquella vez que pensó que sería inteligente meterse de forma voluntaria con Segundo para hacer sufrir a Ryan, el cual resultó ser el más humano de los dos, y que al otro día Segundo se intoxicase.

Tuvo que verlo cómo una señal, cómo un indicativo que lo suyo no era planificar. Era dejarse llevar sin poner la mayor resistencia posible.

Porque, ¿Cómo era posible que mágicamente era incapaz de encontrar a Angello? Justo tuvo que planificar el buscarle, hablar elocuentemente con él y preguntarle lo más obvio del mundo:

Mantendrás la boca cerrada con lo que está pasando conmigo y Segundo, ¿Verdad?

Pero claro, eso fue más que suficiente para que el hombre se volviese una sombra en su memoria. Era literalmente dos metros de carne que se parecía a Segundo y se le veía pasear con alguien que se vestía cómo un resaltador rosa ¿Cómo podía no encontrarlo ahora?

Era insultante para ponerlo corto.

Y sumado a eso estaba el rezar para que Segundo se mantuviese con esa aparente vergüenza que evitaba que se le acercara de nueva cuenta, no iba a siquiera esconderse, porque capaz si se escondía el hombre mágicamente se le borraba esa extraña actitud y volvía a hostigarlo.

Las cosas se podrían mantener así, no le importaba realmente, no era excesivamente fundamental el hablar con Angello y preguntarle algo tan obvio, de hecho, sería inclusive sano sólo darse la vuelta con todo eso y pretender que nada estaba pasando hasta que todo volviese a explotarle en la cara.

Es más, ni sabía cómo del cafetín había bajado a esa zona tan desolada por las escaleras de emergencia, que caminando un poco se encontraba con el cuartucho que le asignaban a  los bedeles para reabastecer sus carritos y arsenal de limpieza.

—Entonces ahí estabas —dijo apenas vio a esa mole salir tranquilamente de allí, ni siquiera supo de donde sacó la fuerza para empujarlo de regreso, pero lo logró. Cerró la puerta tras de si, sólo necesitaba privacidad por dos minutos.

—Asumo que esto debe ser una continuación a tu pregunta sobre si arruiné el auto de Ivanov, pero debo confesar que esta es la primera vez que he recibido el atentado primero que la amenaza—escuchó decir a Angello un poco irritado mientras se acomodaba el uniforme y parecía guardarse algo en un bolsillo. Asumió que sería un puñal, vivir con Alex le enseñó a hacer eso—. Te recomendaría no hacerlo una segunda vez, es bueno para la salud no ser apuñalado—lo sabía.

—Sí, perdón por eso—dijo a la par que anexaba a Angello a la lista de personas peligrosas que conocía—. Es que simplemente no te encontraba por ningún lado y en serio necesitaba confirmar algo contigo —se excusó intentando no sentirse ni estúpido ni amenazado—. Es algo corto, en serio.

—¿Qué si no le he dicho nada a Ryan sobre nuestra conversación? —él asintió—. No recibo ningún beneficio por decirle si es lo que temes —eso no lo calmaba casi nada.

Aunque debía ser sensato, Angello y él no tenían una relación más profunda más que un par de eventos inconexos, y que ambos conocían a Ryan más allá de ser el millonario insufrible de la sede. Era lógico que actuaría de esa forma, ¿Acaso Obryan no se quería ganar de enemigo a todos en el edificio por recibir beneficios de Ryan?

Y el único beneficio que recibió fue un puesto fantasma de supervisor de Rebecca en el estacionamiento.

¿Por qué siquiera pensó que Angello sería diferente? Aunque algo no cuadraba en su mente.

—Pero destruir la camioneta de Segundo no te trajo ningún beneficio real—y era idiota pensar en qué había aprendido a mantener su boca cerrada cuando se encontraba solas con un mastodonte de dos metros en un cuarto aislado—¿Por qué hacerlo entonces?

—En eso tienes razón —concedió—. Vi la oportunidad, la aproveché y estoy satisfecho con los resultados, aunque deba lidiar con las consecuencias—se arqueó de hombros de forma desinteresada—. Y así cómo tú esperas que yo mantenga mi boca cerrada, yo espero lo mismo de ti.

—Sí, claro, no recibo ningún beneficio de no hacerlo ¿Cierto? —quiso ser irónico pero su voz le tembló un poco, había cavado demasiado hondo en lo que se refería a Angello y era absurdo no tener miedo.

Y antes de que la conversación se pudiese extender en lo que se avecinaba cómo un silencio incómodo, Segundo apareció abriendo la puerta con cara de pocos amigos, era la primera vez que sentía algo de alivio al verle.

Bueno, cualquier persona que entrase le habría provocado un poco más de seguridad; porque tener dos hombres del mismo calibre en el mismo cuarto definitivamente no era lo más sano para él, ni para nadie que no tuviese fetiches extremos si se ponía creativo.

El ambiente repentinamente escaló en tensión de forma precipitada y él sentía que estaba contra dos muros, o tenía un diablo a cada lado, uno conocido y el otro por conocer. Y ambos parecían ignorarle en lo que parecía ser una batalla de egos, porque ninguno de los dos apartaba la mirada del otro, hasta que eventualmente sintió el característico tirón en su brazo por parte de Segundo.

Lo que le fue nuevo fue sentir la resistencia en el otro brazo, por parte de Angello. Quien lo sostenía firme en el sitio sin apartar la mirada de Segundo.

Él sólo quería que pasaran dos cosas, o que entrase en ese lugar cualquier otra persona que no fuese Ryan —porque él ya estaba atrapado en un incendio y no quería a alguien corriendo con gasolina hacia él—, o que se muriese allí mismo y descubrir de una vez por todas si se iba al infierno cómo su abuela paterna le solía decir.

Pero claro que no, debía llenarse de valor y afrontar la situación cómo debía ser.

—Puedes soltarme, Angello —dijo firme—. Voy a estar bien—honestamente le habría sorprendido más que el hombre no lo soltase apenas dijo esas palabras, y sin resistencia que le hiciera frente, Segundo se lo llevó de allí, aflojando el agarre en el camino.

Por un momento pensó que le gritaría sobre cualquier cosa, o lo tiraría en cualquier otro hueco sin transitar y lo remataría allí mismo porque simplemente le apeteció, pero resultó ser todo lo contrario. Cuando lo soltó y le hizo una simple seña para que lo siguiera, pudo notar que estaba de nueva cuenta en medio del frenesí típico de las oficinas.

Cierto, que había pasado la última semana persiguiendo a Angello para confirmar una duda, que viéndola en retrospectiva, era mejor que se hubiese quedado rebotando en su mente cómo el logo de DvD.

Pero no, el día que repartieron lógica y sentido común, él se quedó con las sobras.

Así que ahora le tocaba seguir a Segundo en silencio hasta que éste se metió en una oficina que no tuviese las paredes de vidrio, claro había gente alrededor, pero eso no quitaba que habían cuatro pareces solidas separándolos del resto del mundo.

Estaba de nueva cuenta solo con alguien que le doblaba el peso y la fuerza en un cuarto, cerró la puerta tras de si tal cómo aquel mastodonte le ordenó y se sentó en la silla que tenía más cerca; a varios metros de él.

—¿No quieres estar más cerca? —la respuesta era obvia, aun así aquel imbécil no la captó o decidió ignorarla—. Bien, me acercaré yo entonces —y de forma completamente natural tomó una de las sillas y la puso básicamente frente a él—. Siempre soy quien lo hace —puntualizó algo divertido.

Segundo estaba sentado, ligeramente inclinado hacia delante, las piernas abiertas y sus manos entrelazadas entre éstas, y aunque de esa forma ambos estaban del mismo tamaño, no podía evitar sentir que sólo tenía a una bestia lista para lanzarse al ataque en cualquier momento.

—Sé que he cometido varios errores contigo, me he portado grosero y he hecho cosas imperdonables —empezó al deducir que no le iba a dirigir palabra—. Pedirte perdón es inútil, lo sé. No cambiará el pasado ni hará que mágicamente me veas más humano—suspiró y por un momento se centró en la planta artificial de la esquina—. Mira, te lo he dicho antes ya, me gustas y no me voy a rendir hasta que me quieras de vuelta—concluyó, mirándole de forma intensa a los ojos.

—Vas a forzarme a quererte entonces —le habría encantado mantenerse callado, seguir con esa ley del hielo, pero sabía que Segundo no tenía paciencia y que esa aura de seguridad que le estaba brindando se esfumaría en cualquier momento.

Y no quería verle enfadado, no ahora al menos.

Se estaba cansando de sentirse vulnerable. Así que se levantó, y empezó a caminar hacia la salida, pero fue interceptado y acorralado contra el escritorio de aquella oficina.

—No es forzarte, es enamorarte, sólo que lo haces tan difícil, con tantos comentarios sarcásticos y burlas hacia mí.

—Pensé que te gustaba eso de mí, lo decías al principio ¿Recuerdas?

—Sí, claro pero no me gusta cuando son dirigidos a mí, puedes enamorarte de un buen arquero, pero ¿Te gustaría que dirigiese sus flechas hacia ti? —eso de alguna manera tenía sentido, aunque una parte de él decía que no.

—¿Y por qué no aceptas mi ‘no’? —quiso saber, pero estaba bastante seguro que recibiría otra respuesta ambigua—. Yo también me he enamorado solo pero no por eso no estuve en una odisea imposible por su amor.

—Ese eres tú, no yo, yo no me rindo—explicó cómo si eso tuviese algún sentido, alejándose un poco y dándole algo de aire fresco para respirar, había olvidado lo asfixiante que era el perfume de Segundo—. Si me hubiese rendido, no estaría aquí.

—Cuánto deseo que lo hubieses hecho—rebatió y pudo ver cómo aquel ogro tuvo una lucha interna para no fruncir el ceño, pero al final perdió contra su lado primitivo y su rostro se desencajó por el enojo.

—A ese tipo de comentarios me refiero, luego quieres hacerte el digno y enfadarte cuando te insulto, cuando literalmente no pierdes ninguna oportunidad para hacerlo —le señaló de forma recriminatoria para luego suspirar—. Pero ¿Sabes qué? —le sonrió de forma gatuna y él sólo tragó grueso a la par que veía cómo se acercaba otra vez—. Sólo me esforzaré más porque te quiero—le tomó con suavidad de la barbilla, y le dio un suave beso en los labios.

Que asco.

—¿Interrumpo algo? —y ahora, convenientemente Ryan estaba parado en la puerta de aquella oficina.

 


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