Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Intentos por Mc-19051

[Reviews - 2]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Entonces, si Javier lo apreciaba ¿Por qué no le había dicho que estaba saliendo con Segundo?


Se sentía cómo un idiota viendo a ese par actuar desde la puerta, las palabras se le hacían difícil de entender, así que realmente no escuchaba mucho lo que estaban diciendo, pero el beso lo selló todo.


Le gustaban las escenas románticas, pensó que jamás sería capaz de interrumpir una, y aun así lo hizo.


—¿Interrumpo algo? —logró preguntar luego de que las palabras tuviesen sentido en su boca, no sabía ni cómo sentirse, bueno sí sabía, y eso era dolido.


Y no sabía exactamente por qué.


Nunca le dijo a Segundo que tenía prohibido estar en una relación mientras el contrato estuviese activo, pero no podía no sentirse traicionado al verle tan feliz con Javier. Javier no se sentía tan contento, pero el muchacho en general era así, no lo veía sonreir a menudo, siempre hacía muecas raras.


Por un momento todo se le puso borroso y tuvo que gritarse internamente para no llorar.


Javier tenía cara de espanto y Segundo lucía de lo más normal mientras le explicaba algo que no entendía, tenía que enfocar tanto su vista cómo sus oídos. Tenía que siquiera recordar cómo había llegado allí, no podía ir por la vida bloqueando recuerdos.


Ah sí, ya recordaba.


Angello le había estado hablando sobre el nuevo desinfectenante* que estaban usando en la empresa porque ese olía mejor y salía más económico, lo único es que por algún motivo el agua tardaba más en secar y por eso era un fastidio que la gente no respetase los símbolos de piso mojado cuando iban con prisa y pasasen por encima de su trabajo.


Así cómo lo habían hecho Javier y Segundo, y que Segundo apestaba a alcohol, tan fuerte que incluso opacaba el olor del desinfectenante*. Y bueno, fue tras la pista de ellos, preocupado.


Pero en ese justo momento ni siquiera le daba el olor a ningún licor, ¿Acaso debía enfocar su olfato también? Segundo le estaba hablando, su voz era inconfundible, siempre melodiosa.


Pero sólo escuchaba murmullos extraños. Tenía que recomponerse, no podía interrumpir el momento especial de dos de sus personas especiales en su vida para luego quedarse sin entender lo que le estaban diciendo.


Lo único que pudo entender, al final, fue que Javier le tenía miedo.


—Les deseo lo mejor, me tengo que ir—dijo con prisas, dándose la vuelta y caminando con prisas, dándole a ellos la privacidad que se merecían.


No supo ni siquiera hacia donde sus pies le encaminaron, sólo supo que, en un punto, el suelo se volvió traicionero, y se resbaló. Esperó el impacto, pero nunca llegó.


Cuando todos sus sentidos volvieron a llegar de forma coherente, se dio cuenta que Angello lo había atajado, tan típico de las historias románticas, tomándolo por la cintura.


—Eso estuvo cerca —susurró éste, soltándole una vez que ya no había peligro que se cayese. Estaba tenso, demasiado rígido de hecho.


Pero había otra cosa que le preocupaba, ¿Cómo había dado con él? Angello solía ser escurridizo, ¿O Angello lo había encontrado a él?


—Tengo que mantenerme cerca de las zonas que limpio, ya que bueno, ahora tardan más en secar—respondió él a su pregunta mental, bueno, al menos ya podía volver a escuchar, ver y oler.


Y en serio que ese desinfectenante* era fuerte. Toda la escena se repitió de nuevo en su cabeza y las palabras de Segundo ahora eran claras.


Sí, me mantuve el secreto porque Javier temía que te fueses a enojar.


Eran palabras eran simples, no había un mensaje oculto que tuviese que descifrar, eran tan claras que dolía. Quien se suponía que debía estar preocupado porque se enojase era Segundo, no Javier. Javier no tenía un contrato activo con él para que anduviesen juntos.


Segundo sí, y tenía mucho que perder si él se enojaba y decidía no perdonarlo.


¿Entonces por que Javier le temía? Nunca fue grosero con él, si lo asustó un poco y le parecían divertidas sus muecas, pero nunca le dio una forma para temerle.


Sí, se portaba grosero con los empleados que se portaban groseros con él, pero no era una mala persona.


—¿Soy una mala persona, Angello? —quiso saber una vez más, necesitaba que alguien se lo confirmase, alguien más que no fuese el señor Panda, no esperó la respuesta siquiera y dijo—: Sólo no quiero estar solo, y no quiero estar aquí —confesó.


Lo vio pensar unos instantes, no esperaba que le diese una respuesta que solucionase todo, ni que lo abrazase, se dio cuenta con el gesto cuando lo rescató que parecía estar hecho de piedra por lo tenso que estaba, así que el cariño físico no era su fuerte.


Sólo quería distraerse y poder ponerse a pensar en varias cosas que no tuviesen nada que ver con aquella escena que se seguía repitiendo en el fondo de su mente, y cada vez dolía más.


Y cada vez le costaba más contener las lágrimas. Se debía ver patético aguantando las ganas de llorar.


—Sígueme —y sin pensarlo, lo hizo.


[…]


Sólo esperaba no dejarle una marca en la ropa a Angello, o clavarle las uñas en su afán de mantenerse en aquella moto, el motor rugía y aunque sabía que no iban a una velocidad exagerada, porque todo no se volvía una mezcla de colores y no se sentía mareado, definitivamente era su primera vez montando una de esas cosas.


Y era la primera vez que se aferraba con tanta fuerza a un hombre más grande que él.


En un principio, Angello estaba tan tenso que estaba seguro que se trataba de hecho, una piedra con mente propia, pero con el tiempo, se le pasó y ahora su maciza espalda resultaba ser lo suficientemente cálida y cómoda para disfrutar del viaje.


Y de todas las cosas que pensó que Angello tendría, una moto no era una de esas, ¿Acaso tendría también un perro bravo esperándolo en casa? Bueno, esa era otra pregunta que iba a ser anotada en su mente, no se atrevía a preguntarle directamente, no quería distraerlo.


Y de hecho, estaba disfrutando del viaje, era un recorrido simple por la ciudad, fue lo que le dijo antes darle un casco y se montasen en la moto. Sólo con el sonido del motor de fondo, era sorprendentemente relajante.


Bueno, excepto cuando pasaban demasiado cerca de un auto y él volvía a aferrarse con más fuerza de la que sabía que tenía al pobre hombre, al cual recompensaría de la mejor forma que sabía.


Comprándole cosas, pero claro ya debía ir pensando desde ya los argumentos que le daría para que aceptase los regalos sin tantos peros de frente, porque cuando le regaló una simple taza de café, reaccionó igual que con el pastel.


No quería confirmar si cuando le regalase un lápiz, reaccionase igual.


El viaje se hizo corto, aunque pudo notar cómo oscurecía, además de la hora; le confirmó lo que ya era obvio, habían pasado un buen tiempo juntos. Aparte que ya empezaba a tener hambre y el cansancio empezaba a pegarle.


Había visto un restaurante cuadras atrás, podrían parar allí y comer algo, aunque no quería estar en público, quería estar en un sitio tranquilo pero su casa definitivamente no era una opción.


—¿Me llevas a tu depa? —preguntó lo más alto que pudo, para que Angello lo escuchase. Tuvo que haberlo escuchado, porque el frenazo que metió después de haberle preguntado eso era una señal de que lo había tomado por sorpresa.


Se aferró cómo si su vida dependiese de ello hasta que todo estuvo nuevamente quieto y no escuchase algo chirriando.


—¿Todo bien? —preguntó después de soltarse, los autos seguían pasando y estaban en una zona no tan transitada, habían algunos quioscos, pero definitivamente ya no estaban en el centro de la ciudad.


Era curioso.


—¿Tú estás bien? —le preguntó Angello de regreso, quitándose el casco y girándose para poder verle, él asintió, quitándose con algo de torpeza el casco, era pesado—. No tiene nada de especial ¿Por qué quieres ir allí?


—Bueno, estoy cansado y con hambre, pero no quiero regresar a mi casa, y no quiero estar solo en un hotel—explicó con simplicidad, acariciando los detalles del casco, detallándolo mejor, entonces tuvo una idea—. ¿Y si me acompañas tú al hotel? Será divertido.


Podrían ordenar comida con nombres divertidos, probar el jacuzzi, y las camas solían ser bastante cómodas…


Regresó la mirada hacia Angello y éste tenía un poema escrito en el rostro.


Uno que estaba en chino.


Y que quizá trataba de terror.


[…]


—Perdón por el desorden—murmuró el moreno mientras iba por todo el lugar recogiendo las mil y una cosas esparcidas por allí, tampoco es que hubiese mucho.


Había un escritorio con muchos papeles, carpetas y demás cosas apiladas, teniendo como única cosa con color un pequeño cactus y la taza de café que le había regalado. Si veía más al fondo, había un mesón con una nevera pequeñísima de lo más tierna, con algunas cajas regadas, y en otra esquina una pila de papeles, y aún más cajas.


Si eso era todo, había algo que no le cuadraba.


—¿Dónde duermes? —preguntó, porque definitivamente no veía a Angello durmiendo en el mesón o en el escritorio, mucho espacio en el suelo tampoco había.


El sitio era pequeño para alguien de su tamaño, no se podía imaginar cómo se sentiría para alguien con las dimensiones del moreno.


—Ya lo verás, dame un momento—murmuró mientras seguía en la tarea de acomodar todos esos papeles.


—¿Te ayudo con eso? —se sentía cómo un adorno, estando de pie en la única esquina que no había sido invadida por los papeles.


—No, no hace falta —respondió Angello a la par que mostraba un truco de magia que ni sabía que estaba en la lista.


Después de mover la ultima pila de papeles, hizo aparecer un colchón. Entonces ahí era donde dormía. Rápidamente el hombre se apresuró en hurgar en unas cajas que tenía y sacar una cobija que no dudó en poner encima de aquel colchón y hacerle señas para que se sentara.


Y así lo hizo, aunque bueno, sentado allí y con Angello de pie a un lado, la diferencia de tamaños era una exageración. Así que le tironeó el pantalón para que se sentase a su lado.


El hombre se sentó en el otro extremo de aquel colchón, lo cual no sirvió de mucho porque con el peso adicional, él se terminó rodando un poco y quedaron cerca uno de otro.


—No te estoy forzando a hacer nada ¿Verdad? —preguntó, algo consternado, descartando su usual timbre—. Puedes decirme que no si no quieres hacer algo—la expresión que Angello tenía demostraba que había dicho algo extraño, ¿Se le habían enredado las palabras y ni cuenta se dio? Que fastidio—. O sea —empezó—, no tienes que decir que sí a todo lo que yo te pida —aclaró, haciendo gestos con sus manos a ver si se daba a entender mejor.


Pareció funcionar porque el moreno dejó de mirarlo cómo quien ve matemática cuántica.


—No, lo hago porque quiero —eso era un consuelo aunque la voz demostraba un sentimiento contrario—. Dijiste que tenías hambre, ¿Cierto? Tengo sopas instantáneas, no es algo muy sofisticado, pero quitan el hambre y—


—¿Cómo que instantáneas? —preguntó, ¿No se suponía que la sopa debía ser algo complejo con un montón de ingredientes y agua hirviendo? Al menos Segundo cuando cocinaba se echaba cómo dos horas para al final darle pechuga a la plancha con algún puré de algún vegetal con alguna malteada de proteínas.


Y cuando no era eso, era pescado con vegetales o vegetales al horno, y más proteínas.


Estaba cansado de las proteínas.


—No tienen proteínas, ¿Verdad? —interrumpió nuevamente a Angello, debía asegurarse—. Bueno, no sé cómo le haces para hacer que la sopa aparezca de la nada, pero si no tiene proteínas no me importa comerla.


—Bueno, tienen muchas cosas —contestó—. Pero estoy seguro que proteínas reales, no tienen.


—Me sirve.


 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).