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Intentos por Mc-19051

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Ahora que estaba de pie allí, solo en un parque durante la noche, cuando bien podría estar tomando un baño y tirándose a dormir en su cama; se empezaba a retractar de haber invitado a Segundo a encontrarse allí.


Si lo pensaba con detenimiento, ni siquiera sabía con certeza que le iba a decir ¿Importaría realmente si le decía en ese sitio que no quería saber más nada de él? En retrospectiva, siempre fue explícito con sus sentimientos, y sin embargo, no comprendía cómo es que Segundo lo había ignorado en todas las ocasiones que fue claro, y luego venía a entristecerse cuando le decía que otro fulano era mejor que él.


Bueno, debía tener esperanzas de que ese fuese el último encuentro entre ellos. Segundo ya no se le insinuaba, no había ningún tipo de cariño entre ellos; y tenerlo dándole esas visitas apestando a alcohol y hablando raro, tampoco era algo con lo que quería lidiar.


No podía evitar preguntarse sobre cómo sería la reacción de Ryan si un día le decía sin venir a cuento ‘Hey, Segundo y yo terminamos, espero que no me quieras matar por eso’. Ryan era altamente impredecible y no quería morir sin siquiera haber conocido lo que era tener estabilidad económica.


Probablemente había sido impulsivo invitar a alguien tan inestable cómo Segundo a verlo en un parque de noche, uno donde había un gran lago que tenía fama de hacer desaparecer la gente.


Pero antes de poder retractarse y salir corriendo hacia la seguridad de su departamento compartido con un maniático; aquel mastodonte se apareció a su lado; no le sorprendió que llegase con las manos vacías, raro habría sido que se apareciera con un ramo de flores, bombones y una pancarta pidiendo perdón.


Lo que sí le sorprendió fue ver el auto de Segundo cómo si nada estacionado a la lejanía ¿En qué momento lo había recuperado? Y al parecer, el mastodonte por primera vez entendió lo que estaba pasando por su mente.


—Me lo regresaron ayer—explicó con una sonrisa amena en el rostro—. Ha sido la única buena noticia que he recibido en meses —tomó una pausa, fijándose entonces en el atractivo principal del parque; el lago—. Entonces ¿Qué me ibas a decir? Por algo no me lo dijiste en la oficina, sino que me invitaste aquí —volvió a tomar una pausa—. Es una linda vista.


—Segundo, yo no quiero seguir con esto—musitó con firmeza—. Tú tampoco quieres seguir con esto y lo sabes —el oji-gris se tornó a verle, más no dijo nada, a lo que agregó—: Te conviene más retractarte ahora, y decirle a Ryan que las cosas no funcionaron entre nosotros, incluso sin tu contrato de por medio.


El silencio que se posó sobre ambos era exageradamente pesado, al punto que sintió cómo se le atoraba la respiración en la garganta durante todo el momento que estuvieron de pie allí mirando al lago, la brisa era fría y el murmullo lejano de la ciudad hacían una buena combinación para una escena relajante.


Sin embargo, se sentía cómo un resorte presionado.


—¿Sabías qué tengo dos nombres? —fue lo que respondió aquel dejando de verle y volviéndose a enfocar en el lago; sin darle chance a responder; continuó—: Mi nombre completo es Segundo Sergey Ivanov Hernandez —explicó cómo si nunca antes se hubiese presentado, aunque su segundo apellido lo dijo más bajo que el resto—. Mi hermano mayor se llama Sergey, al igual que mi padre; tú une los cabos —comentó a la par que resoplaba con un intento de sonrisa en el rostro.


Él por su parte no respondió, no sabía qué decir, así que aquel mastodonte continuó con su monologo.


—Me pareció gracioso cuando me enteré, al menos las primeras semanas me reía cada vez que me acordaba—lo vio fruncir el ceño—. Cuando finalmente conocí a mi padre después de tanto, resultó ser que ‘segundo’ fue la única palabra que se molestó en aprender en español.


El silencio nuevamente se sentó sobre ellos y la única pregunta que rebotaba en su mente era: ¿Por qué me estás contando todo esto? Todas esas palabras no llevaban a ningún sitio. Si estaba aplicando la de víctima, no estaba funcionando.


Suspiró exasperado.


—En serio, deberías centrarte en recuperar tu contrato con Ryan —insistió intentando desviar el tema de vida trágica.


—Bah—bufó el saco de anabólicos—. Está obsesionado con su nuevo guardaespaldas de juguete—finalmente se dignó a volver a mirarle—. Ya se aburrió de mí, ya perdí —concluyó, relajando el entrecejo— ¿No es triste todo esto?


—¿A qué te refieres exactamente?


—Tú eres lo único que me quedó de todo esto, te tengo donde te quiero y no tengo idea de qué hacer contigo ahora —su acompañante intentó sonreír pero se rindió a la mitad, y suspiró con cansancio, finalmente se percató que no apestaba a alcohol cómo en la mañana.


¿Cómo le había hecho para desintoxicarse? Se quedaría con la duda. Al igual que tendría que conformarse con cómo el silencio asfixiante de nueva cuenta les acompañaba cómo un mal chiste.


Al final tomó algo más de valor y dijo:


—Por lo que veo, nunca te ha pasado nada bueno por ser tan insistente, ¿Por qué creías que conmigo sería diferente? —quiso saber, frunciendo el ceño, agobiado de aquella conversación inconexa. Segundo tan solo lo miró con atención por unos instantes, cómo si al verle una respuesta milagrosa se le cruzaría por la mente.


—Ni siquiera estoy realmente seguro de estar interesado en ti —fue lo que le dijo tras concluir su análisis—. Lucías lo suficientemente entretenido, en su momento pensé que era buena idea—volvió a suspirar—. No tengo idea del por qué lo hice, lo lamento, supongo —se arqueó de hombros, tan confundido con aquella respuesta cómo él—. No sería la primera vez que me esforcé demasiado por lo que terminó siendo un capricho estupido —puntualizó al fin.


Ganas para lanzarlo al lago no le faltaban pero debía ser el racional de los dos allí, quería gritarle con todas sus fuerzas pero sabía que nada valdría la pena.


—¿Eso soy? ¿Un capricho estúpido? —su voz sonó más alterada de lo que le habría gustado.


—¿Te habrías sentido mejor si te hubiera dicho otra cosa?


—No lo sé, ya no importa—respondió, ahora era su turno de buscarle lo interesante al lago—. Cómo sea, he solicitado un traslado, me tendría que mudar de ciudad, claro, pero eso será problema del Javier del futuro—mintió, fue una idea que se le cruzó en el camino, que la aplicaría al día siguiente era otra cosa—. Si decides contarle a Ryan o no si seguimos cómo ‘pareja’—hizo las comillas con sus dedos— o no, me da igual. Esto es todo.


Segundo hizo el intento de responderle pero su teléfono empezó a sonar, interrumpiendo cualquier garabato o palabras idiotas que intentasen salir de su boca, quizá una señal del destino de que era hora de que se callase y aprendiese a escuchar.


Le hizo una seña de que regresaría pronto, él asintió por cortesía.


Lo más lógico era aprovechar e irse, ya había tirado todas sus cartas, lo que sea que aquel idiota tuviese que decirle al respecto, serían pataletas de ahogado.


Lo vio alejarse despacio, hablando en un idioma que desconocía; observó con ocio sus alrededores, fijándose incluso en el suelo para pasar el rato, fue allí cuando una piedra, demasiado lisa y ovalada, llamó su atención. La tomó por curiosidad, la examinó y realmente no había nada destacable, más allá de que no parecía encajar con las demás.


Restándole importancia, la lanzó al lago y vio qué tanto rebotaba, eso de una forma abstracta le relajó. Pero la paz nunca le duraba demasiado porque no pasaron ni dos minutos cuando tenía al mastodonte buscando con demasiada insistencia algo en el suelo.


—¿Qué te pasa ahora? —preguntó al verle más pálido de lo que normalmente era.


—Se me ha caído algo —respondió con prisas sin despegar la vista del suelo, buscaba con un frenesí implacable; y al no conseguir nada, se dignó a verle—. Se me cayó mi piedra.


—¿Tu piedra? —¿Ese no era el término usado para un tipo de droga o algo así?


—Sí, Javier, mi puta piedra se me cayó —le replicó entre dientes—. Es plana y ovalada, seguramente se me cayó cuando saqué el teléfono del bolsillo.


—¿Por qué llevas una piedra así en el bolsillo? —no sabía qué era lo más gratuito de esa noche, si enterarse del juego de palabras que era el nombre de Segundo, o que éste llevase una piedra en el bolsillo sólo porque sí.


—¿Qué harás con esa información? ¡Nada! —genial, ya lo había estresado— ¡Dime si la has visto o no, carajo!


—¡La tiré al lago hace unos momentos! —confesó sin pensar demasiado, lo peor que podría hacerle en publico era tirarlo al lago ¿No?


Pero el que terminó lanzándose al lago fue Segundo una fracción de segundo después de escuchar su confesión. Escuchó el agua chapotear y se giró para comprobar que efectivamente no lo había imaginado, pero no, allí estaba la mole buscando con desespero en el lago de noche una piedra.


¿Qué tan creíble sonaría si lo llegaba a contar?


Sin embargo, una pizca de remordimiento ensució su mente, pero ¿Cómo demonios iba a saber que una piedra era tan importante para alguien? Entonces recordó las palabras que dijo Bob una vez en un almuerzo cuando estaban hablando maravillas de Segundo a sus espaldas.


‘Ese sujeto luce cómo si en vez de peluche, le hubiesen regalado rocas de niño.’


Definitivamente tendría que contarle a Bob sobre todo ese desastre, el hombre había acertado.


Y aunque le diese risa todo eso, no podía dejar de sentirse algo mal por Segundo, al verle pelear contra la oscuridad y el agua helada buscando una mugrosa roca que él había lanzado.


Así que se quitó su chaqueta, y cometió una idiotez. Lanzarse también al lago.


[…]


La verdad, no sabía porque siquiera había tenido esperanzas de encontrar una mugrosa roca en un lago profundo en plena noche. Estuvo consciente de lo estupido que era el panorama incluso antes de saltar, pero aún así lo hizo.


Y claro que no consiguieron ni mierda, lo que consiguieron fue empaparse y quedar sentados el uno al lado del otro en el auto con la calefacción a tope en un intento de secarse siquiera un poco. El silencio nuevamente les acompañaba.


Bueno, y el aparente alcoholismo de Segundo, ya que éste había sacado una botella de lo que parecía ser vodka y no pensó demasiado antes de empezar a beber. Al menos tuvo la cortesía de ofrecerle un poco, a lo que él lógicamente se negó.


—¿Por qué era tan importante esa piedra para ti? —preguntó después de un rato de total incomodidad.


—Era el único regalo que me dio mi padre—musitó desganado y con la voz de alguien completamente derrotado—. Me dijo estas palabras; ‘El amor es cómo una roca, puede ser un estorbo, puede ser tu ancla o puede ser tu herramienta; es cuestión tuya cómo la ves.’


Las palabras volvieron a sobrar de nueva cuenta, él por su parte miraba a través de la ventana con tal de no apreciar la deplorable figura que estaba a su lado, que sorprendentemente ya llevaba media botella.


Una parte de él lo entendía, también se sentiría fatal si Alexander un día decidía arrojar desde la ventana los pocos recuerdos materiales de su familia. Suspiró y se acercó con intenciones de tomar la mano de Segundo pero éste la alejó con sorprendentes reflejos para alguien que llevaba media botella de vodka encima.


—Vete —le dijo tajante—. No te quiero volver a ver.


Allí fue cuando cayó en cuenta de lo que estuvo a punto de hacer, se regañó mentalmente, su idea inicial era simplemente desentenderse de aquel cretino. No sentir lastima por él ni intentar consolarlo.


Alejó su mano y retomó su lugar, para buscar la puerta.


Ya todo había acabado.


 


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