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Intentos por Mc-19051

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Cuando vio a Segundo llegar apestando a alcohol, y tambaleándose, lo que menos esperó verle hacer después era ejercicio. Siempre le gustaba verle entrenar durante un rato cuando lo hacía en casa porque una buena parte del tiempo iba al gimnasio por horas… Aunque recientemente casi ni iba ni entrenaba.

Y cuando entrenaba en casa, sólo era por una hora y poco más, así que le sorprendió aún más cuando habían pasado más de tres horas y el hombre no dejaba de entrenar, siempre le había dicho que no se debía entrenar demasiado porque generaba fatiga y algo llamado estrés oscilativo* o algo así, y que era malo para el desarrollo de los músculos.

Tenía curiosidad por saber qué le había motivado a retomar con tanta furia los ejercicios, quizá estaba teniendo un brote de motivación y finalmente iba a dejar de beber y apestar la casa con su presencia.

Una vez leyó que las personas que tomaban con demasiada frecuencia tenían un problema y no lo querían admitir, más de una vez confrontó a Segundo por eso y el oji-gris solo negaba, así que se preguntaba ¿Qué problemas podía tener Segundo? Si era por la cancelación del contrato, eso ya estaba resuelto.

Luego de considerarlo mucho, sólo iba a cambiar la clausula del tiempo, así no se alejaría de su persona favorita y el oji-gris podría pasar más tiempo con Javier, todos ganaban al final, ¿No? Claro, le daría la noticia apenas regresase a casa. Que luego de lanzarse esa maratón de ejercicio pasó cómo dos horas más en el baño, para al final salir y sólo decirle que regresaría a las diez.

Eran las doce y nada que se aparecía ¿Qué le habría pasado? Y habría sido maravilloso llamarle y enterarse qué le había pasado pero su teléfono simplemente estaba muerto por algún motivo.

El chillido de unas ruedas le espantaron los pensamientos y el poco sueño que tenía. Salió de su cuarto con prisas, sólo para escuchar como alguien se peleaba con la puerta principal hasta finalmente abrirla y revelar que se trataba de Segundo.

Empapado, con un semblante de que había visto a alguien morir, y con un olor a alcohol tan fuerte que se sentía mareado desde donde estaba de tan solo olerlo. La preocupación le ganó a esa sensación y se acercó para ver mejor qué le había pasado.

—¿Por qué estás así? —quiso saber, buscando alguna herida o restos de sangre pero no había nada—¿Qué te pasó? —hizo el intento de tocarle pero Segundo reaccionó de forma violenta, alejando con brusquedad su brazo, casi golpeándole en el proceso.

—¿Ya te aburriste del cabrón aquel? —preguntó éste arrastrando las palabras, pero con el desprecio marcado en su voz, ¿Se estaba refiriendo acaso a Angello? ¿Por qué? ¿Qué le había hecho Angello?

—Sólo…Sólo quiero saber qué te pasó—susurró, sintiendo que de nueva cuenta las palabras le estaban fallando; se tuvo que recordar que las personas borrachas hacían gestos bruscos, Segundo no lo estaba atacando, jamás lo haría ¿Cierto? Sólo estaba desorientado por el alcohol, se le pasaría a las horas y todo volvería a la normalidad ¿Cierto? No debía preocuparse por la botella vacía en su mano… ¿Cierto?

—¿Pa’ qué? —cuestionó el oji-gris más irritado que en un principio, eso no era bueno—¿Pa’ que se lo cuentes al imbécil ese y hablen de que es mejor que yo? ¡Y una mierda! —gritó, él retrocedió, Segundo no lo estaba atacando, sólo estaba malhumorado.

Segundo no le haría daño, a diferencia de ellos.

—No le diré nada a él ni a nadie, en serio, lo juro—fue lo mejor que se le ocurrió, sus manos estaban empezando a temblar y aquellas viejas marcas en su cuerpo por algún motivo le estaban empezando a doler, no le gustaba nada de lo que estaba pasando—. Por favor, cálmate —rogó.

Segundo solo bufó y terminó de entrar a la casa, sin soltar aquella botella vacía. Bien, nada grave había pasado… Aunque no debía confiarse demasiado, cuando a Segundo se le empezaban a cortar las palabras, significaba que estaba demasiado ebrio, una vez le comentó que si lo escuchaba hablando así que le tirase algo en la cabeza.

Pero con su estado actual, quizá no era muy buena idea, no quería arriesgarse a hacerlo enojar, no le gustaba verlo enojado. Pero tampoco le gustaba verle de esa forma, ¿Sería buena idea llamar a Angello para que lo ayudara? Angello sabía lidiar con demasiadas cosas, cómo cuando lo encontró arreglando una computadora en una de las oficinas, cuando lo encontró, éste le comentó que simplemente estaba cerrando unas planillas de Excel ya que tener el programa abierto consumía demasiados recursos.

O algo así era, las computadoras y él no eran muy compatibles, así que no le prestó demasiada atención a la explicación de Angello aunque le apenara admitirlo.

Pero aunque Angello supiese muchas cosas, tampoco estaba muy seguro de llamarle, el oji-gris estaba demasiado mal, ya se había tumbado en el sofá principal de la sala, tapándose el rostro con un brazo, y dejando el resto de su cuerpo colgando de una forma bastante incómoda.

¿Qué le habría pasado? Tal vez llamar a Javier era la mejor opción, Segundo se alegraría con su pareja, ¿No? En más de una ocasión leyó que las parejas podían prestar un apoyo emocional diferente y más significativo que el de las amistades o familiares.

Pero claro, dónde leyó eso fue en la misma revista dónde leyó que los patrones de rayas funcionaban perfecto en invierno, así que no estaba tan seguro de que tan fiable era ese consejo de la pareja. Después de pensarlo un poco más, decidió que quizá la mejor opción era él para prestarle el apoyo a Segundo, antes de que llegara Angello, y antes de que llegara Javier; eran ellos dos contra el mundo, o al menos así le gustaba verlo, al oji-gris le gustaba ir de compras con él y a veces daba buenas sugerencias cuando le costaba escoger qué debía comprar.

Que Segundo no fuese el mejor cocinero no lo hacía el peor sujeto, ¿Cierto? Así que se acercó con cautela hacia tan masivo hombre y lo observó en silencio.

—¿Qué queréis?—la forma en la que arrastraba las palabras era graciosa, y ese acento que siempre intentaba esconder se le escapaba sin mucho problema.

—¿Te traigo algo?—fue lo que se le ocurrió preguntarle.

—Déjame en paz, maldita sea.

—Pero estás mal, no te puedo dejar solo—y ante sus palabras, Segundo se levantó cómo un resorte. Uno que se tambaleó horrible apenas dejó la comodidad del sofá.

—Sí, sí podéis—contestó, buscando alguna superficie en la que apoyarse—. Me habéis deja’o solo por ese mardito de Angello ¡¿Qué tiene ese huevón que yo no tenga?! —gritó tirando la botella contra el suelo con demasiada fuerza.

El vidrio rompiéndose le trajo una rafaga de memorias que no recordaba tener en primer lugar.

Por un instante, el rostro de Segundo dejó de lucir cómo el de Segundo, sino que empezaba a lucir cómo alguien que no quería recordar, retrocedió aterrado ante el desconocido que se le acercaba.

—¡Todo esto es tu mardita culpa!—incluso su voz empezaba a sonar diferente, él solo siguió retrocediendo, buscando cualquier forma de alejarse—¡Tú siempre me andas provocando de esta forma! ¿Por qué eres así? Lo haces a propósito, ¿No es así?—canturreó sin detenerse, mirándole con una sonrisa extraña, ambos rostros mezclandose de una forma extraña; él por su parte sintió la fría pared chocar contra su espalda y se le olvidó cómo respirar o cómo moverse—.Tú nunca me dejarás, ¿Verdad, Ryan? 

Sintió unas manos más grandes que las suyas, agarrarle ambos brazos y mantenerle firme allí sin demasiado esfuerzo aprisionandolo con más fuerza contra la pared, el olor a alcohol le recordó cómo respirar, por lo que empezó a rogar en lo que su cerebro fallaba en todos los idiomas y formas que conocía para hablar; sabía que le estaría soltando incoherencias al otro, pero ya no sabía que estaba pasando más allá de las manos que le apretaban con fuerza y lo mantenían en el sitio.

—Siempre pareces rogar por esto, ¿Eh, Ryan? —no, él no estaba rogando por eso ¡Estaba rogando para que lo soltase! Suplicó, pataleó y lloró pero nada hacía que lo soltara—¡Ryan!

¡Ryan!, ¡Ryan!

—¡Por un carajo, Ryan, despierta! —y nuevamente la voz de Segundo volvía a sus oídos, su rostro volvía a ser el de siempre, y sus manos no estaban en sus brazos, estaban en sus hombros, apretando y zarandeandolo.

—¿Ah? —fue lo único que emitió, sintiéndose en blanco, y no sabiendo realmente en dónde y cuando estaba.

—Me asustaste, mierda—finalmente Segundo lo soltó, allí fue cuando notó que él se había vuelto el nuevo soporte de Segundo, porque éste empezó a tambalearse de nueva cuenta—. Casi me poneis sobrio del tiro.

—Aléjate, por favor—logró decir en lo que esperaba fuese español, el oji-gris lo miró confundido—. Sólo aléjate.

—¿Ahora vos sois el que quiere que lo dejen en paz? Increíble, a ver ¿Por—

—¡Solo alejate, dios mio! —gritó con todas sus fuerzas, sintiendo su garganta y pecho protestar por eso—¡Tú ganas! Me iré y te dejaré solo, pero no te me acerques más, por favor…

—Ryan, no te pongais así, venga; vos sabéis que soy un poco mala copa, sólo me alteré un poco ¿Sí? —Segundo dio un paso con intenciones de acercarse y él volvió a sentir la pared, ya no tan fría, contra su espalda—. No sé en qué trance estabas, pero vos sabéis que jamás te haría daño.

—No sé, Segundo—habló con firmeza desde su posición tan clasutorofóbica*—. No lo sé—enfatizó, temblando por miedo y algo más.

Hizo el intento de salir de allí, no sabía a dónde iría, pero definitivamente ya no quería estar allí, pero el oji-gris le detuvo, sosteniendo la muñeca, no dejándole alejar o escapar, ya sin saber qué otras palabras decirle para que le dejara ir, simplemente lo miró; suplicando en silencio para que lo soltara.

Y así lo hizo, susurrando un simple ‘perdón’ después de hacerlo.

[...]

Usar los beneficios de su padre le hacía sentirse maravillado y asqueado de una forma extraña; en medio de la noche, sin saber conducir ni cómo dar bien la dirección de su propia casa; tuvo que utilizar el servicio privado de transporte de su padre.

No le gustaba mucho la idea, pero no se le ocurrieron muchas ideas en el calor del momento, se había calmado en el camino; y sabía que la única persona en la que podía contar para que lo ayudara en ese momento era Angello.

Sólo esperaba que no le pareciese demasiado inoporotuna* su visita a media noche.

 


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