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Intentos por Mc-19051

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Notas del capitulo:

Espero les guste.

Quizá era el resultado de sus acciones del día anterior, pero el día presente parecía brillarle con alegría, incitándole a tener ánimos para vivir; cosa rara desde que se había mudado a esa deprimente ciudad.

Se despertó sin una pizca de sueño y más descansado que nunca, el agua salió a la temperatura correcta, Alexander por algún misterio divino estaba despierto desde muchísimo antes que él y había preparado un desayuno completo, de esos que aparecían únicamente en las películas norteamericanas.

Y cómo cosa aun más rara, le había hecho una porción a él. Quizá el enano siniestro no era tan malo después de todo. Estando ambos sentados comiendo aquel vigoroso desayuno, en silencio, su activa mente se dio el lujo de divagar y conectar con su boca sin su consentimiento.

—Hacia mucho que no comía el desayuno acompañado —comentó, para luego cuestionarse lo lógico, ¿Qué rayos le importaba a Alex esa información?

—¿Jackobo no te acompañaba? —recibió, sorprendentemente, cómo respuesta, el pelirrojo estaba particularmente social ese día.

—Nuestros horarios nunca han coincidido más allá de unas pocas horas, y siempre era entrada en la madrugada —explicó, ahorrándose el extra que, a esas horas es cuando fornicaban cómo conejos en celo.

—Entiendo —una respuesta simple pero concisa, que daba por zanjada la efímera conversación, pero su cerebro despertó parlanchín.

—Antes solía desayunar con mis padres, antes de que me echaran, claro —dijo sin venir a cuento—. Mi madre incluso tenía uno de estos moldes para huevos, uno que le daba forma de corazón, ¿Los has visto? Son una cosa tan tierna.

—¿Los huevos de tu madre? —por aquella pregunta tan sacada, casi se atragantaba con la tostada que llevaba a medio masticar.

—No, los moldes —aclaró, aguantándose la risa, al ver la minúscula sonrisa en el pecoso rostro de Alex, comprendió que el muchacho había despertado de excelente humor, quizá era una señal del maravilloso día que le esperaba.

Siguieron desayunando en silencio después de eso, pero es que su mente simplemente no se quedaba quieta, quería, anhelaba hablar con alguien sobre algo que muy en el fondo empezaba a fastidiarle, y estaba consciente que ni Segundo, ni nadie de la compañía le escucharían en serio por más de un minuto.

—Aunque —farfulló, jugueteando con las migajas en el plato—. No puedo evitar este sentimiento tan raro —ante la cara inexpresiva de su acompañante, decidió continuar, había aprendido que eso significaba que podía seguir hablando—. Digo, antes solía desayunar todos los días con mis padres antes de que yo fuera a la mugrosa tienda donde trabajaba, para que al llegar cada quien contase cómo le había ido en su día.

—Hablas de nostalgia —musitó Alexander para luego tomar un poco de jugo.

—Es nostalgia mezclada con algo más—frunció el entrecejo—; ellos decían que me querían y me apoyaban, pero a la mínima que metí la pata, ya me andan botando de la casa cómo si fuese basura —bufó, acomodándose en la silla— y es que, si como mínimo me respondiesen mis mensajes o llamadas, no estaría tan molesto ¿Sabes? Pero no, pareciera cómo si por haberle chupado el pene a mi intento de pareja en el patio trasero de su casa, ya yo hubiese muerto para ellos.

Quizá, y sólo quizá, estar encerrado durante meses en una deprimente empresa gobernada por un demonio rosado donde todos parecían unos esclavos corporativos, y sólo hablaban de lo horrible que era éste, le estaba pasando factura. Al fin y al cabo, no es cómo si el androide que tuviese cómo compañera de cubículo fuese a escucharlo.

Y bueno, para ser justos, él tampoco contaba con la energía suficiente cómo para querer escuchar los problemas de los demás, así que no se enojaba con sus compañeros laborales, todos estaban en el mismo bote, sólo que cada uno miraba a un lado distinto, simulando que los otros no estaban allí.

Rayos, que su mente había escogido la violencia esa mañana en particular.

—Bueno, discúlpenme por no ser tan mosca muerta cómo Gabriel —añadió al final, mirando a otro lado.

—¿Quién coño es Gabriel? —preguntó Alexander, confundido, pero a la vez intrigado, quien pensaría que ese muchachito estoico disfrutase del drama ajeno.

—Mi hermano mayor, es un santo a los ojos de todos, va a un orfanato a jugar con los niños, hace labor social y jamás le he escuchado decir una mala palabra al desgraciado —se fijó en la hora, todavía le quedaban veinte minutos para seguir masacrando a su familia a sus espaldas—. Pero sé que es una zorra interesada, por la cantidad correcta te chuparía el pene hasta que se te caiga.

—No necesitaba saber eso último.

—No necesitabas saber nada de esto.

—Exactamente —el pelirrojo se levantó, recogiendo los platos en el proceso—. Pero Jackobo me dijo que, si quería seguir viviendo aquí, debía dejar de intimidarte.

—¿No tienes familia o algo así? —quiso saber, omitiendo olímpicamente eso último—. No te calculo más de diecisiete.

—Considerando que me has dado un montón de información de tu familia, supongo que puedo darte un poco de la mía —concedió el pelirrojo, dejando los platos en el lavadero—. Mi madre lleva toda su vida intentando deshacerse de mí, mi padre me odia por no gustarme las mujeres; y mi hermana, que parecía ser la única que me quería, se suicidó hace casi un año —carajo, no se esperaba eso— ¿Estamos a mano ahora?

—Una última pregunta —habló después de un rato.

—Dila.

—¿El desayuno fue tu intento para dejar de intimidarme?

—¿Tú qué crees?

[…]

El viaje en el metro fue menos traumático de lo usual, al menos no fue todo el camino dándole un beso francés a la ventana, otra señal de un buen día que recién iba empezando.

Claro, si omitía más de la mitad de la conversación que tuvo con el enano siniestro, que ahora le intimidaba aún más que antes, ¿Cómo era posible? Ni él mismo estaba claro, quizá era su forma tan calculadora de ser, el no dar explicaciones de antemano mientras le servía el desayuno con una fingida hospitalidad, el aparentar que le interesaba su tangente de drama intrafamiliar, y el no tener pelos en la lengua a la hora de decirle que la única razón por la cual había hecho todo eso era:

Porque alguien más se lo había demandado.

O, mejor dicho, porque alguien lo amenazó y se vería afectado.

Mejor, no seguir pensando en eso, debía mantenerse optimista, al fin y al cabo, el día anterior vio a Ryan de un excelente humor, quizá ni haría falta el llamar al bodrio de Segundo.

Cuando finalmente llegó al recinto, se encontró con un Ryan endemoniado que sólo le faltaba flotar en medio del lobby mientras la cabeza le giraba y hablaba en tongues. Sólo sus compañeros sabrían qué habría puesto al esqueleto con brillantina así.

Él por su parte, ya no tenía tantos ánimos cómo para lidiar con eso, así que se fue a los baños, sacó su teléfono y marcó aquel número que había guardado cariñosamente cómo ‘’Cretino’’.

Sonó dos veces antes de escuchar una voz áspera al otro lado.

—¿Quién? —vaya, ni buenos días ni nada, bueno era imposible esperar modales de alguien cómo Segundo.

—Buenos días, soy Javier —él sí tenía modales, aunque el sujeto le cayese pesado al hígado—¿Hablo con Segundo?

—¿Javier? —escuchó un resoplido al otro lado—. Había apostado que primero me llamaría mi padre antes que tú —sonaba ¿Enojado? ¿En serio había apostado eso? —. En fin, el edificio debe estarse incendiando y Ryan debe andar con botellas molotov para que me llames.

Escuchó cómo algo de, presumiblemente, vidrio se rompía, antes de contestar.

—Bueno, todavía no hay fuego hasta donde se.

—Entonces no es urgente —¿Ahora el cretino se las daba de difícil, cuando era un palo entre las costillas todos los días? ¿Dónde estaba su ‘’eres especial’’?

—Se supone que calmar a Ryan es tu trabajo ¿No? —respiró profundo para no empezar a tirar maldiciones allí mismo.

—Soy más su capricho que su empleado —aclaró con un tono de voz irritado—. Y además, Ryan sabe que estoy de reposo por haberme intoxicado.

—¿Por cuánto tiempo?

—Awww —Segundo fingió un tono meloso que le causó náuseas—¿Me extrañas tanto así, bebé? —y antes de que él pudiera responder algo, el sujeto siguió, en un tono bastante hostil—. Mira, tienes que ofrecerme algo muy bueno para que levante mi culo a las siete de la mañana, cuando estoy de reposo por un puto camarón mal cocinado.

—Muy bien, ¿Qué quieres? —sentía que estaba haciendo un trato con el diablo, pero los gritos a las afueras del baño indicaban que las cosas sólo irían a peor, si Segundo no hacía acto de presencia.

—No sé, ¿Qué tienes para ofrecerme?

—No te hagas el duro ahora, cuando literalmente has estado detrás mío para que te de un poco de bola —se exasperó finalmente—. Sé que quieres tener sexo conmigo, así que te ofrezco esto; te toco un pezón con un palo y poco más.

—Tienes una lengua afilada, me gusta —canturreó, ya se lo imaginaba con esa sonrisa tan arrogante suya, cuanto quisiera que alguien le tumbase esos dientes—. Pero si tanto insistes en que el sexo es lo único que quiero de ti, quizá eso es lo que tú quieres mi ¿No crees? Al fin y al cabo, un ladrón siempre juzga por su condición.

Entonces este imbécil no es tan denso, concluyó.

—Así que, para concluir, tú interrumpes tu sagrado reposo para calmar a la fiera, y a cambio, tenemos sexo —resumió, a la par que se sobaba la sien.

—Lo veo cómo un ganar-ganar; yo te diré cuando se da lo último —y con esas palabras, cortó la llamada.

Él se quedó en silencio, escuchando el alboroto del fondo, ¿Por qué tenía un horrible presentimiento de todo aquello?

 

Notas finales:

Gracias por leer <3


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