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Intentos por Mc-19051

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Notas del capitulo:

Espero les guste <3

Entre las muchas habilidades que poseía, estaba el contar, no cantar —cada vez que lo hacía, Segundo ponía una expresión llena de dolor por algún motivo—; contar sin trabarse. Siempre le gustaba recordarse cuantos días llevaba haciendo algo bien, ¿Y a quién no? A todos les gustaba presumir de sus éxitos.

Y él lo hacía contando.

Cien días comiendo al menos una vez al día, veinticinco comiendo más de una vez; cuarenta y ocho sin vomitar. Y su logro más importante, y el numero más grande, tan grande que tuvo que pedirle ayuda a Segundo para poder pronunciarlo siquiera; Ciento sesenta y cinco días sin llorar.

¡Casi un año! Bueno, casi la mitad de uno.

¡Pero eso no importaba! Lo que importaba es que iba a celebrarlo a lo grande, quizá comería tres veces ese día incluso, o quizá se animaría a abrazar a Segundo, hacia doscientos ochenta y siete días que no lo hacía, pero es que, aunque le encantasen los hombres grandes y musculosos cómo Segundo, no podía evitar el sentirse aterrado cuando se le acercaban demasiado.

Cosas suyas, quizá.

Una cosa que sí que era suya era el día ¡Estaba increíble! Prestándose para la celebración, quizá le daría el día libre a todos, total, ese edificio podría importarle menos a su padre, se lo dio cómo obsequio de cumpleaños en algún punto de su vida, lógicamente le molestaba no poder recordar cuando, pero eso no importaba, se recordó.

Debía enfocarse en la celebración, cierto, debía celebrarlo.

—Hemos llegado, señor Thuag —habló su chofer con un acento extraño, cosas de su padre el contratar gente de distintos países para que le trabajasen. No había pasado ni un día desde que Segundo se intoxicó con ese malvado y malicioso camarón y ya lo extrañaba horrible. El camarón era la primera cosa rosa que detestaba en su vida.

El rosa le daba una paz increíble, y el saber que algo rosado le causó daño a su persona favorita en el mundo, le traía conflicto.

—Señor Thuag…

—Te escuché la primera vez, Marvin —le respondió de mala gana al chofer, que maleducado de su parte el interrumpir sus pensamientos.

—Mi nombre no es…

—No me interesa —le cortó a la par que se bajaba de la limusina. Y empezaba a caminar hacia el más extraño regalo de cumpleaños que habría visto jamás.

En serio ¿Quién le regalaba un edificio a su hijo?

[…]

La mañana se le hizo más horrible que la verruga de Joseph, una que tenía en la nariz que le recordaba a las brujas que aparecían en los dibujos animados; y aún más horrible que los lentes de Obryan.

Aunque bueno, debía agradecerle el megáfono, hacía las cosas un poco más entretenidas, y que le ofreciese el pasearlo en ese carrito extraño también, ¿Por qué existía esa cosa? No mezclaba mucho con su nivel de elegancia, pero era mejor que ir caminando.

Al menos el megáfono era rosa, y combinaba con sus botas, labial y lentes. Y le servía para corregir a los que veía con mala postura y luciendo cómo zombis. ¡Les estaba haciendo un favor! ¿Quién consideraba buena idea el estar curvado cómo una k, momento, esa no era la letra…

—Señor, Thuag, Susan está usando el teléfono en horario de oficina, creo que debería darle un buen escarmiento —habló Obryan, interrumpiéndole sus importantísimas locuciones…. ¿Locuciones era?

—Ella me dijo que su hijo con labio lemorpino* era operado hoy, así que seguro está usándolo para eso—frunció el ceño, no le dejaban pensar en paz, siempre tirándole palabras complicadas— ¿Y qué es un escaramiento*?

—Escarmiento —le corrigió el hombre con pésimo sentido de la moda—. Es cómo un regaño.

—¡Tenías que decir eso desde el principio! —chilló, en serio que odiaba que usaran palabras complejas y no se las explicasen en seguida. Suspiró, ni siquiera había podido concluir el cómo iba a celebrar el llevar tantos días sin llorar, Obryan, al ver su silencio, captó la indirecta y siguió empujando el carrito; en serio, alguien tendría que explicarle cual era la función de ese carrito, no era muy cómodo cómo para ser un transportador de gente.

Ya luego vería cómo celebraba, debía mantener despiertos a todos, y estar pendiente que lucieran decentes porque se rehusaba a estar en el mismo sitio que gente que lucía cómo si recién se hubiesen despertado.

Siguió con su rutina habitual, hasta que la gente acumulada llamó su atención. Le hizo señas a Obryan para que fuese más rápido. Y cuando estuvo lo suficientemente cerca, exigió saber:

—¿Y qué se supone que están haciendo todos aquí? —todos se dieron la vuelta para mirarle sorprendidos, sí, él era consciente que su outfit era deslumbrante pero no necesitaba que se le quedasen viendo en silencio cómo una masa.

Entonces, se apartaron y le dejaron ver aquello que los había embobado, y tuvo que hacer un esfuerzo enorme para que no se le cayese el megáfono de la mano.

Rebecca, la víctima de una traición romántica; la protagonista de su novela favorita, luciendo cómo… Algo, no sabía qué palabras usar; quizá un saco de papas flotando en un río de caca era lo más idóneo.

¡Pero qué audacia la de ella! El de lucir así en su edificio, compartiendo el mismo aire. Podía sentir cómo su rostro se acaloraba, y no era por razones románticas. Sus piernas se movieron solas, y cuando quiso darse cuenta, ya estaba frente a ella.

—¡¿Qué rayos significa esto, Rebe?! —la señaló acusatoriamente— ¡Sabes muy bien que tengo estándares para la vestimenta de ustedes, y esto —le frustraba demasiado el quedarse sin palabras, así que sus manos eran sus mejores aliadas la mayor parte del tiempo— ¡Está muy por debajo!

Y la muy sinvergüenza mujer, en vez de sentirse mal por su escaramiento*, sólo lo mandó a callar, bajo el pretexto de una migraña.

¡Cómo si le importara!

—¡Esto es un insulto a mi vista! —le reclamó, pero la mujer sólo le gritó de regreso ¡¿Pero qué le pasaba a ella?!

—¡Tú eres un insulto a mi vista! —y se atrevió a señalarlo incluso. Debía darle créditos por la audacia, así que le dio una oportunidad.

—Repite eso —se puso cada mano en su cintura, y agregó—: Te reto —al final tuvo que bajar la voz porque sentía el nudo en su garganta, se recordó que llevaba ciento sesenta y cinco días sin llorar, no los iba a tirar a la borda por una mal arreglada ¿Verdad?

—¿O qué? ¿Vas a chillar hasta que me arregle? Eres un chiste mal contado, un insulto a mi vista y a la de todos —lo miró de arriba a abajo—¡Ni siquiera puedes despedir a quien quieras sin que tu papi re regañe! —lo volvió a señalar, y él tuvo que volver a tragar grueso, ciento sesenta y cinco días, se volvió a recordar—. Sólo chillas cómo un animal herido hasta que alguien se digna a hacerte caso, y ese rostro que te cargas, en serio, estoy empezando a creer que eso fue lo que me causó migraña.

Sentía sus ojos arder y no sabía que lo enfurecía más, que esas palabras le afectasen cuando había recibido comentarios muchísimo peores, o ver que ella estaba tan tranquila cuando él estaba haciendo lo imposible para no llorar. Él es fuerte, ha vivido cosas horribles, él es fuerte, lo han amenazado de muerte y lo han hecho tragar su propio pelo.

Puede contra unas malditas palabras de una cualquiera.

Tragó grueso y sonrió. Sabía que su voz estaba destrozada, pero lo que más importaba era su máscara y delineador.

—Si bebiste hasta perder el conomiciento*, no me interesa; me interesa que llegues bien vestida aquí —respiró profundo—. Y supongo que te repompensaré* por tus hermosas palabras con un ascenso pero a la inversa, eso sería un…—miró hacia a un lado, mientras sonaba los dedos, no era buen momento para que se le olvidasen palabras.

—Un descenso —intervino Obryan.

—¡Eso! —exclamó y anotó mentalmente el darle un ascenso a Obryan—. Te has ganado un descenso, Rebe ¡Debiste de pensarlo mejor antes de venirte así!

—No puedes hacer eso —se quejó ella.

—Sí, sí puedo, no puedo despedir a nadie pero sí puedo polernos* donde quiera y tú estarás con…—empezó a buscar a los alrededores, hasta que un rostro vagamente familiar llamó su atención, no era Segundo eso estaba claro por el uniforme—¡Con él! —ante su remate, se sintió triunfal.

Rebecca ya no se sentía tan empoderada ahora, ¿Eh? Nadie debía meterse con él si sabían lo que era bueno, y pensar que estuvo cerca de llorar por alguien cómo ella.

Pero su tranquilidad duró poco ante la risa de la mujer.

—Ay, cosita, en serio —el tono meloso de la mujer lo irritó e intrigó a partes iguales—, mira te haré un favor —y antes de que él pudiese decir algo, sintió cómo su rostro era empapado por un líquido tibio, se pasó las manos por el rostro en un intento de secarlo, y cuando finalmente pudo volver a abrir los ojos, y verse la mano toda manchada de su maquillaje, se quedó sin palabras—. Ve a lavarte la cara que sigues dormido y andas ligando palabras —tan de piedra cómo estaba, agarró de forma involuntaria la taza que le fue entregada—. Y considera esto mi renuncia.

Al ver cómo la mascara chorreada manchaba su camisa y cómo le escocían los ojos ante el montón de cosas que se le estaban mezclando encima, ya no aguantó más y lloró.

Había perdido su racha.

 

Notas finales:

Mil gracias por leer ^^


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