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Cáliz por lpluni777

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Notas del fanfic:

Saint Seya es obra de Masami Kurumada

Establecido previo a la saga de las doce casas

Aioria cayó en cuenta de la vileza de su propio pensar en aquella ocasión, con Shura de Capricornio siendo aplastado por el peso de un gólem sin dueño. Pues en vez de lanzarse en auxilio de su hermano, permaneció apartado del campo de duelo con una sonrisa torcida en sus labios.

Era vil el burlarse de Shura cuando éste resultó aplastado por culpa de voltear a confirmar el paradero de Aioria; aunque de ésto no hubiera necesidad, pues desde la primer pisada que dieron fuera del santuario, Leo juró que estaría detrás de Capricornio (tales fueron sus palabras, jamás juró cubrirle las espaldas).

De cualquier modo ambos sabían que «aplastado» no equivalía a «vencido».

El santo de Capricornio partió la piedra que formaba la mano del gólem para salir, arrebatando la extremidad del cuerpo inconsciente. La bestia no lloró por la pérdida, sino que en vez de perder el tiempo arremetió con otro de sus tres brazos restantes.

Al llegar, los santos consideraron la posibilidad de tan solo encerrar a la criatura de nuevo en su tumba, misma que durante siglos el gobierno había jurado mantener libre de excavaciones.

Mas ahora que habían confirmado la violencia del enemigo y Capricornio había sido ridículamente afrontado, lo mejor era deshacerse de la amenaza y llevar los tesoros de la tumba con ellos, de regreso al santuario. Después de todo, los objetos que alguna vez pertenecieran a una gran bruja podían todavía albergar algún poder, incluso si no lo aparentaban.

Los caballeros compartieron una mirada (por suerte Aioria había dejado de sonreír) antes de darse la espalda el uno al otro.

Aioria dejó que Shura se encargase del guardián mientras él se escabullía dentro de las catacumbas para no perder más tiempo.

Tal vez el santo de Leo era vil cuando de su hermano de Capricornio se trataba, mas un montón de piedras no era más que un entretenimiento para ellos. Incluso las piedras preciosas que se hallaban en la tumba no generaban mayor interés en el griego aparte de imaginar cuál de ellas poseería la maldición más atroz.

Los santos de oro básicamente han olvidado la necesidad de los bienes materiales desde que el oro mismo los vistiera por vez primera.

Y, aún así, cuando la vista de Aioria descansó en una copa, no pudo evitar pensar en lo bien que sentaría beber de ella… La tomó por lo que juró sería solo un momento para estudiarla de cerca, aunque al oír los pasos de Shura aproximándose, ocultó la copa en la caja de su armadura en vez de regresarla a su sitio.

Shura no pareció notarlo.

 

••••

 

Aioria solía creer que esas situaciones eran hilarantes, pues que Milo (amigo de Camus) y Deathmask (amigo de Shura) se juntaran como doñas en un rincón con sombra a hablar sobre las «infinitas» posibilidades que sus amigos tenían de «retozar homoeróticamente» bajo su completa aprobación (como si estos la necesitaran) parecía un guión sacado de algún poema romano.

Aioria llegó a reírse en alguna ocasión y hasta a pensar que, si el santo de Acuario era feliz, no importaba si lo era junto a alguien como Capricornio.

Pero, Camus y Shura solo eran amigos que se sentían cómodos hablando el uno con el otro. Desde que Aioria lo entendiera, él mismo realizaba una mueca de disgusto cada vez que Milo y Deathmask cotorreaban demasiado alto.

No se ofendía al punto de hacer callar a sus compañeros, pues los propios afectados tampoco lo hacían.

Aunque un día, un integrante de «los comentadores» notó la reacción de Aioria y, tras una breve discusión, guardaron un silencio sepulcral. El santo de Leo se alejó de ellos procurando que no se notara que tenía prisa por hacerlo.

Con suerte Milo y Deathmask perderían interés pronto, pues de lo contrario comenzarían a indagar hasta encontrarse satisfechos y, aunque a Aioria no le importaba que lo incordiaran a él, si llegaban a detenerse en su templo un minuto más del necesario o, peor, si comenzaban a hacer de detectives, podrían hallar la copa de oro que Leo olvidó entregar junto al montón de joyas incautadas.

El artefacto no parecía tener ningún atributo mágico, pero nadie creería que Aioria había comprado una única copa de oro por puro placer.

Aún así, el santo de Leo se alegró de que el miedo disipara la ridícula molestia que sentía con solo oír el nombre de Shura de Capricornio.

 

••••

 

No mucho después, Aioria se encontró con Milo en el templo de Acuario.

El dueño de la casa estaba allí también y no parecía contento por el duelo de miradas de los otros santos, aunque el silencio no ayudaba a que las expresiones de Leo y Escorpio hicieran otra cosa que empeorar al ambos verse comprometidos.

Camus estuvo a punto de abandonar su propia habitación cuando Aioria decidió dejar de enfrentar a Milo y lo tomó del brazo para impedir su escape.

—Lo lamento, Acuario, sé que es temprano pero hoy avisé que vendría. Aún así debí al menos anunciarme o verificar que no tenías visitas, disculpa —el santo de Leo quiso abrazar a Acuario mas no se atrevió a hacerlo frente a Escorpio.

Milo de Escorpio rió sin pudor ante aquellas palabras, aunque no con un mal tono. Camus se volvió para encarar a su amigo.

—Óyeme, ¿podrías irte de una vez? Te he dicho que estaba ocupado —Aioria ocultó su sonrisa, a diferencia de Milo, al notar la vergüenza en la voz de Camus.

El santo de Escorpio se acercó a su amigo con paso ligero.

—¿Aioria? —indagó frente a frente con Camus.

—Aioria —no tardó en corresponder el francés, asiendo la mano del mencionado con fuerza.

El joven isleño entonces no rió sino que le dirigió a su amigo la sonrisa más sincera que Aioria jamás había visto en el rostro de Milo.

—Pues qué bien —el santo de Escorpio cerró los ojos de manera solemne antes de referirse a Aioria—. Cuídalo, ¿quieres?

—La duda ofende —replicó éste.

Su respuesta logró hacer que Milo se marchase de buen humor y, también, que Camus debiera contener la risa al cerrar la puerta tras la partida de su amigo.

Aioria fue a tomar asiento al pie de la cama y Camus permaneció un rato con la espalda apoyada contra la puerta como si quisiera asegurarse de que las pisadas de su amigo se desvanecían apropiadamente. Había en el santo de Acuario una cosa que hacía callar a Leo cada vez que perdía en él su atención, algo en la forma en que sus ojos se entrecerraban como si buscase secretos en el aire mismo, una elegancia que iba más allá de su manera de vestir; tal vez se debía a sus manos, a su cosmos o a la manera en que caminaba buscando no hacer ruido; fuera lo que fuere, Aioria lo amaba. Aioria lo deseaba.

Aunque tales pensamientos todavía lograban hacerlo apenar hasta apartar el rostro. Camus debió notarlo y se acercó en silencio a la cama, a su propia cama, como si no deseara asustarlo.

—No importa —aseguró el mayor, sentándose a su lado.

—Sí importa —discutió Leo inclinándose hacia su compañero—. ¿Y qué si los demás te miran mal al enterarse?, ¿y si te tratan como a mí?

—Hablaré con Milo más tarde si eso calma tu corazón, pero, me gustaría que no pienses tan mal de él. Sabe cómo guardar secretos —Camus pasó un brazo sobre los hombros de Aioria en un medio abrazo—. Además, si tanto te molestan los demás, siempre puedes visitarnos en Siberia. Los muchachos ya no te cerrarán la puerta en la cara.

—¿Puedo abrazarte? —Aioria en realidad no aguardó por una afirmación para hacerlo, pues si el mayor no lo deseaba, podía simplemente apartarlo.

Aioria, desde que la copa de oro lo esperara oculta encima de su armario cada vez que regresaba a su habitación, no deseaba recluirse en su templo como era usual, así que buscó el confort de su amante con una urgencia inusual. De cualquier forma, cuando se veían por las tardes tan tempranas, no hacían más que estar ahí para el otro.

Cayeron sobre el colchón y Camus acomodó una almohada bajo su cabeza mientras Aioria se aferraba a su cintura, acurrucado como un animal contra su pareja. Camus solía trabajar directamente para el patriarca y Aioria tendía a ayudar con su entrenamiento a cualquier aprendiz que desconociera el pasado de su familia (y por ende estuviera dispuesto a pedirle ayuda para empezar). El griego ni siquiera era bueno con el papeleo o las formalidades, así que entendía perfectamente que Camus se hallase igual de agotado que él pese a la falta de esfuerzo físico.

El santo de Acuario acarició el cabello de Leo en un ademán perezoso mientras ambos observaban el cielo raso. La tarde era tranquila y pesada; los invitaba a tomar una siesta como una sirena invita a los navegantes al mar.

 

••••

 

El día en que la copa de oro desapareció del templo del león celeste, a su señor lo embriagó la tristeza. Se había acostumbrado a tener el ofensivo objeto sobre su mesa para beber de ella, pues nunca antes se había permitido tales lujos como servirse en platería de brillantes. No había nada de mágico en la copa o al menos eso se había dicho hasta el momento en que la perdió.

¡Que fuera tristeza lo que sentía!, en vez de miedo ante la idea de haber sido descubierto o siquiera enojo porque le habían robado justo bajo sus narices, que fuera tristeza era inconcebible. La copa ni siquiera tenía su nombre grabado, sino el de aquella bruja hace tiempo fallecida.

Aioria de Leo se halló solo y perdido pues Camus de Acuario había retornado a Siberia esa misma mañana.

Aioria se negó a creer que fuera su pareja quien le había robado e, incluso de así ser, se alivió al pensar que no lo había delatado pues nadie bajó del templo patriarcal a interrogarlo en los días venideros.

El joven griego tan solo lamentaba el haber tomado la copa en primer lugar.

Aioria jamás tuvo padres, a pesar de conocer los nombres de ambos por medio de su hermano mayor, así que nunca debió sufrir su pérdida.

Pero, cuando perdió a su hermano mayor, creyó que el mundo se quebraría bajo el peso de sus pies cualquier mañana al levantarse de la cama.

Cuando el santo de Leo se adentró en el sepulcro de su hermano, ni siquiera supo qué decir para excusar su visita. Qué podía decir, que no sonara egoísta o infantil. Qué podía hacer, aparte de llorar en silencio y soledad en uno de los pocos rincones del santuario que, todo el mundo sabía, estaban abandonados al olvido.

Un día de esos en que el santo de Leo regresaba del cementerio, Shura de Capricornio aguardaba en la entrada del quinto templo, presumiblemente por la llegada de su señor.

Aioria estuvo a punto de imaginarse lo peor cuando, de su espalda, el caballero español descubrió sus manos y en una de ellas sostenía una copa de oro. No dijo nada en un inicio, aunque pareció resignarse a hablar cuando notó que el más joven no reaccionaba.

—Aioria de Leo, investigamos el tesoro de la bruja y no creemos poder devolverlo a tus manos, éste es un obsequio de Camus de Acuario. Si tienes preguntas o algún otro inconveniente, me gustaría pedir que te refieras al onceavo santo en cuanto regrese, y ahora, por favor, acéptalo.

Aioria asintió en silencio y tomó el objeto con sumo cuidado de las manos de su hermano de armas. Apenas Capricornio vio su misión cumplida, hizo una reverencia y dio media vuelta para emprender la subida a su propio templo; tan escueto como siempre.

El santo de Leo poca atención le prestó.

La copa, incluso al tacto y respecto a su peso, era una copia fiel de la original, aunque en lugar de una marca ovalada tuviese el símbolo del león y, en vez del nombre de la bruja, el de Aioria estaba inscripto en una letra preciosa que resultaba bien conocida. La letra de Camus resultaba inconfundible para el joven griego pues una vez en que vio un informe transcrito por él, rogó porque el mayor le escribiese una carta, aunque fuese esta la más genérica que se le pudiese ocurrir, para guardarla como un tesoro.

Aioria colocó el frío objeto de oro contra su frente y rezó porque su pareja regresara pronto para poder darle las gracias.

 

••••

 

Camus aún estaba a medio despertar en la habitación de Aioria cuando el más joven sacó el tema a relucir.

—No agradezcas, solo cumplí con mi deber. Shura mencionó que te habías llevado algo y lo último que quiere es enfrentarse a ti.

—¿Y aún así lo envías de mensajero?

—Él se ofreció, seguro quería disculparse —Aioria calló ante esa revelación y volvió a echarse junto a su pareja—. No podías quedarte con el cáliz (pues Aioria descubrió que su «copa» en verdad era un pequeño «cáliz») no por la magia de la bruja, sino por el símbolo al otro lado, ¿lo recuerdas?

—Lo recuerdo, pero no noté nada extraño en él.

—Era un óbolo de Midas, Aioria... No es de extrañar que te hayas encariñado con él, pues el amor por el oro de aquél hombre era una enfermedad y, tiempo después de su muerte, se determinó que era contagiosa. Sus tesoros se marcaron como advertencia.

—Oh —Aioria sonrió apenado pues aunque se había instruido como cualquier otro santo en las historias de antaño, poco le interesaban los temas políticos o con poca acción, así como la leyenda de aquél viejo rey—. Pues tu medicina es mucho más preciosa.

—Me alegra que te gustara —el mayor se estiró sobre el colchón para alcanzar la altura del rostro de Leo y besó sus labios apenas presionándolos.

Los santos compartieron una mirada, pese a que Acuario acababa de recobrar la consciencia aquella también era la primera noche que compartían tras meses de no verse, así que el griego tomó valor para tomar a su pareja entre sus brazos y reclamar sus labios con pasión una vez más.

El joven francés lo permitió, apartando las sábanas para que no estorbaran en el encuentro de su cuerpo y el de su amante. Sacudir el polvo, de cualquier modo, resultaba más sencillo que limpiar el sudor.

Leo tembló al sentir las manos frías de Acuario pasear sobre su piel. Camus hablaba muy poco durante sus encuentros, aunque nunca faltaban los halagos al cuerpo de Aioria. Era vergonzoso, aunque al más joven le encantaba saberse tan adorado de vez en cuando.

 

••••

 

Deathmask dejó de hablar cuando notó que Aioria se había sentado no muy lejos de ellos en el coliseo. Quizás fuera la simple sorpresa de ver al santo allí pues el de Leo no solía asistir a las exhibiciones cuando no estaba él mismo en el campo de batalla. Milo pareció nervioso por tan solo tres segundos, hasta que volvió a llamar la atención de Cáncer.

—Oye, oye, no te distraigas, ¿cuánto apuestas a que Capricornio gana?

—Doscientas monedas —el santo de Cáncer aceptó el desafío.

—¿Tan poco vale su amistad? —dramatizó Escorpio.

—¡Serás-! Bueno, ¿y cuánto vale la suya?

—¡Seiscientas monedas a Acuario! —algunos de los otros presentes aplaudieron al presenciar la confianza del santo de oro en su hermano, aunque fuese a costa del desprecio hacia otro hermano.

Quizás la suficiente para que apuestas silenciosas empezaran a correr entre el público general. Aioria se distrajo en los susurros de los demás cuando notó que Milo llamaba a su nombre.

—¿Tú por quién vas, Leo? —inclinándose sobre el estrado y lejos de la vista de Deathmask, Milo le guiñó un ojo.

Aioria fingió pensarlo.

—Supongo que doy doscientas por Capricornio también —si había entendido bien el mensaje de Escorpio, podría quedarse con la apuesta de Deathmask al final de aquél enfrentamiento cuando-... Si Acuario ganaba, por supuesto.

Era extraño que Camus perdiese ante Shura, aunque no podía decirse que jamás hubiera ocurrido. Aquél par de santos estaban muy parejos en nivel y la poca ventaja de Camus podía perderse fácilmente si Shura se acercaba demasiado a él.

Deathmask rió con aprobación ante la respuesta de Aioria y las apuestas comunes se enardecieron hasta que el patriarca entró al coliseo para anunciar a los contrincantes. Internamente, Aioria vitoreó por la entrada de Camus a un lado del campo, pues se veía fantástico con el atuendo regular y el cabello atado en el rodete que él mismo peinó una hora antes.

Acuario alzó la vista una única vez para mirar en dirección a Leo y ocultó su cariño tras una mano que corrió su flequillo y cambió el rumbo de su mirada, en un gesto tan sutil que contrajo el corazón del joven griego.

En ocasiones como aquella, llegaba a ser incluso doloroso no poder gritar su amor (como si se tratara de un castigo de Afrodita por su cobardía), aunque luego, entre ambos, podrían rendirle los debidos honores en compensación.

 

Notas finales:

¿Cómo fallé tanto con el resumen si ya tenía terminada la historia? Posas que casan.


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