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El ataque es la mejor defensa. por Aquarius No Kari

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Notas del fanfic:

Este fic lo escribí un día que estaba enojada y salió esto xD...

Notas del capitulo:

Contiene lenguaje soez y cosas así, porque como dije, estaba enojada y salió así. Sorry uwu

El ataque es la mejor defensa.

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Eran las dos de la mañana cuando el teléfono comenzó a sonar. Tenía amigos en la universidad estudiando aún para la especialidad, por lo que no le sorprendió recibir la llamada tan tarde; incluso recordó que alguno, de vez en cuando, le llamaba para hacer una consulta médica mientras estaba haciendo la guardia en el hospital.

Colocó la libreta que llevaba en el brazo con las indicaciones para los pacientes en el mostrador, y sacó el teléfono de la bata. El número no lo tenía registrado, pero reconocía cuatro de los dígitos en la pantalla porque su memoria funcionaba mejor que la de cualquiera. Frunció ligeramente el ceño, y por impulso masajeó su frente con los dedos para disminuir la tensión que momentáneamente se había formado en la zona T.

Tras unos segundos decidió que no iba a responder, y que dejaría el teléfono sonando hasta que el otro se cansara o la batería se agotara. Lo que fuera a ocurrir primero. Cuando el teléfono volvió a sonar repetidamente, se dio cuenta de que ninguna de las dos iban a ocurrir en los minutos siguientes, por lo que optó por contestar de una vez por todas y darle prisa al asunto.

Suspiró resignadamente y apretó el botón verde en la pantalla, para llevárselo al oído después.

—Hola, Milo…— Supuso que un saludo parco estaría bien. Eso era educado, después de todo. Escuchó ruido del otro lado, pero ninguna voz que correspondiera. Observó la pantalla otra vez, por si el micrófono estaba en silencio por error—. ¿Hola?— Repitió. Parecía el ruido de pisadas en una escalera de madera cuando prestó mayor atención—. Escucha, Milo, si tienes ganas de perder el tiempo…

—"Disculpa, ¿eres Camus?"— La voz del otro lado era de un hombre joven, jadeante. Él nunca la había escuchado antes, por lo que permaneció en silencio para prestar mayor atención.

—"¡Qué pregunta más estúpida…!"— Escuchar la segunda voz lo tranquilizó de alguna forma, sin embargo, eso no evitó que notara los sonidos de dolor que se escaparon entre cada sílaba.

—"¿Podrías venir al departamento de mi compañero? No quiere ir al hospital, y está sangrando abundantemente"—. Las cejas del doctor se levantaron con sorpresa.

—"Abundantemente, es una delicada forma de decirlo… ¡Gghr! ¡Idiota!"— Tuvo que retirarse un poco el teléfono debido a que el grito casi lo deja sordo, aparentemente tras un error o un movimiento brusco que el otro había realizado.

—"¡Mierda…! Perdón, Camus, ¿Puedes venir? Ya lo conoces…"— El nombrado movió la cabeza mientras se metía la mano libre dentro de la bata donde tenía un bolígrafo.

—Lo siento, oficial, si pudiera traerlo a emergencias podría…

—"¡No pondré un puto pie en ese hospital de mierda!"— El grito de Milo le obligó una segunda vez a retirarse el teléfono del oído.

Debería saber que esa sería su respuesta desde el principio, no por nada siempre lo llamaba a mitad de la noche con ese tipo de problemas, aunque esta vez parecía más serio que los anteriores, o su compañero no se habría tomado la molestia de llamar en su lugar.

—"Milo, deja de ser un pendejo por favor"—. La advertencia del compañero no parecía significar nada para él.

—"Déjame morir en mi cama"—. Le oyó decir.

—"¡Deja los dramas de una vez!”—. Contestó el otro—. ”Camus, ayuda"—. Él volvió a mover la cabeza como si el policía pudiera verlo.

—Le repito oficial que no hay nada que yo pueda hacer al respecto…

—"Eso es lo mejor que puedes hacer por los demás: NADA…"— reprochó Milo, aparentemente apretando los dientes—"… como lo hiciste cuando tu hermano me fue infiel…"— Camus se mordió el labio, pero no sé quedó callado.

—El error fue de Kanon, no mío—. El otro soltó una risa adolorida.

—"Pero tú lo sabías y no me contaste nada. Si muero, también será culpa tuya"—. Terminó la llamada dejando a Camus con las palabras en la boca. El muchacho se quedó mirando la pantalla con la intención de devolver la llamada y continuar con la conversación más tonta que hubiera tenido en su vida; sin embargo, guardó el teléfono dentro de la bata, tomó la libreta con el nombre de sus pacientes y se alejó del mostrador. Caminó por el pasillo unos cuantos pasos y se topó a su compañero de guardia, un joven ruso muy atractivo, de cabello dorado y ojos azules, con quien había bebido café alguna vez. Eran buenos amigos pese a todo.

—Es una noche tranquila—. Le dijo a modo de saludo.

—No hay muchos pacientes, ¿Verdad, Hyoga?— El nombrado sonrió.

—No, hasta podríamos tomar juntos un café. ¿Qué dices?— El otro movió la cabeza de derecha a izquierda, sabiendo que su siguiente movimiento tal vez lo lamentaría.

—Tengo que salir un momento… ¿Puedes cubrirme?— El ruso levantó las cejas, sin embargo, algo en su cabeza le hizo saber la posible causa de semejante situación.

—¿Qué? ¿A dónde vas?— Inquirió, aunque ya sospechaba la respuesta.

—Tengo una emergencia personal—. Respondió Camus con tranquilidad, aunque era obvio que mentía. Hyoga lo notó en su timbre de voz.

—¿Una emergencia personal?— Preguntó con aire de sospecha. El francés le mostró el celular.

—Recibí una llamada y…— Hyoga lo interrumpió.

—¿Te llamó nuevamente ése sujeto?— Camus asintió.

—Parece que hubo una redada o algo, y está muy herido…

—¿Por qué no va a un hospital?— Inquirió el ruso con tono de obviedad. Camus sabía que esa idea era imposible, por algo él se había vuelto su doctor en ese tipo de emergencias con una frecuencia insuperable desde que su hermano y él terminaron el compromiso matrimonial. O mejor dicho, desde que Milo encontró a su futuro esposo teniendo sexo en un auto, con el músico de la boda… Desde entonces parecía desesperado por morir en una balacera, acuchillado o hecho pedazos….

Camus frunció el ceño y comenzó a anotar unas cuantas cosas en la libreta que llevaba en la mano con notas de sus pacientes para no dejar nada pendiente.

—No lo sé—, respondió—, pero créeme, es insoportablemente necio y va a preferir mil veces morir antes que ir a uno—. Si Hyoga no tuviera un juramento médico en su conciencia, hace rato que le hubiera deseado la muerte.

—Pero, Camus, no puedes irte…— El francés le palmeó la espalda.

—Descuida, Hyoga, hablaré en la administración—. Hizo una señal de despedida—. Nos veremos más tarde…— Avanzó unos pasos para dirigirse a la salida, cuando el rubio lo detuvo del brazo. Ante la sorpresa, Camus volteó hacia atrás y este lo besó. El francés se movió hacia un lado, confundido—. Solamente tomamos café…

—Para mí no fue solamente un café, Camus. Recuerda eso—. El nombrado se sorprendió, pero no dijo nada, y su celular lo salvó de hacerlo cuando volvió a sonar.

—Tengo que irme…— Sacó el teléfono del bolsillo y en cuanto contestó, Hyoga pudo escuchar los gritos del policía del otro lado pidiéndole a alguien colgar el teléfono.

El rubio rodó los ojos. Suspiró mientras caminaba por el pasillo y pensaba en una forma de terminar con esas estúpidas llamadas
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En un tiempo que ahora parecía lejano, Milo solía ser un hombre bromista, con buen humor casi todo el tiempo. No existía problema que él no intentara resolver con su buen ánimo; incluso cuando entró a la academia de policía y adquirió conocimientos tácticos en defensa y armas, continuó usando su propio carisma para resolver la situación. En ese tiempo nada pudo doblegar su forma de ser, ni el duro entrenamiento, los enfrentamientos con sus compañeros, e incluso los abusos de autoridad de sus superiores; ninguna de esas cosas pudo con él, hasta que conoció a Kanon…

Era la primera noche de invierno cuando Milo tuvo que trabajar, despidiéndose de Kanon horas atrás con la promesa de pasar el fin de semana juntos teniendo sexo desenfrenado. Se puso el uniforme de policía, subió a la patrulla y comenzó su ronda. Tenía un distrito regular por el que siempre lo hacía, sin embargo, esa noche el jefe le asignó otra zona… Tal vez la casualidad, o quizá el maldito destino, pero esa noche encontró un auto aparcado en un sitio donde estaba prohibido hacerlo. Tenía que revisar, pues, era su trabajo, así que bajó de la patrulla mientras del cielo comenzaban a caer pequeñas y frías gotas de lluvia, y se acercó al auto sin saber que encontraría en el interior a su futuro esposo teniendo relaciones sexuales con el mismo tipo al que había contratado para tocar en el banquete de su boda…

Por suerte para Kanon y para el músico, Milo tenía el deber arraigado en cada fibra de su cuerpo, y aunque podría haberlo matado, o aunque podría haberlo golpeado, simplemente los arrestó a ambos.

Kanon tenía derecho a una llamada, y entonces llamó a su hermano menor Camus:

«Milo me descubrió con Sorrento… Sí, bueno, ven a la comisaría por mí…»

Por supuesto que Camus, como único papel en esa historia, era el cuñado de la misma edad con quién podía hablar ocasionalmente y divertirse ligeramente sin ningún otro tipo de intención, pero Milo creía hasta la fecha que él debió hacer lo correcto y decírselo, en vez de dejarlo seguir con todo el circo del matrimonio.

Así que, ahí estaba, recostado en el sofá de su departamento con una bala metida en alguna parte de su cuerpo mientras la sangre fluía sin parar a través de la herida.

El compañero de Milo lo vio realizar una mueca de dolor al respirar, y notó que estaba poniéndose pálido conforme los minutos pasaban, sin saber si realmente el médico cumpliría su palabra de ir o si debería ignorar las amenazas del testarudo policía y llamar a una ambulancia.

Afortunadamente, llamaron a la puerta cuando la sangre tibia de Milo impregnó por completo la compresa con la que trataba de detener la hemorragia.

—Aprieta aquí…— Colocó las manos del otro sobre su herida mientras lo veía realizar una mueca de dolor al tomarla. Entonces él tomó una toalla e intentó limpiarse las manos cuando fue a abrir, recibiendo a un hombre de su misma estatura, delgado, pero atlético, con aspecto elegante y misterioso, piel clara y cabello largo de un tono azul verdoso. Él no lo conocía, pero había escuchado que era medio hermano de Kanon, y la verdad es que no se parecía a él. Aunque, mientras lo pensaba, Milo le había dicho que se parecía al otro gemelo.

—Buenas noches—. Saludó el doctor. El otro se hizo a un lado.

—Adelante. Milo está en el sofá—. El médico asintió y caminó hasta donde el policía le había indicado, pues ya conocía el departamento; al menos Milo le había dicho que siempre lo llamaba para ese tipo de cosas.

—Tardaste demasiado…— Escuchó que Milo le reclamaba.

—Tenía pacientes que atender— Explicó el otro, abriendo su bolsa para sacar algunas cosas.

—¿Necesitas ayuda?— preguntó el otro policía, viéndolo ponerse unos guantes de látex.

—Consigue un sacerdote…— Pidió Milo. Camus movió la cabeza.

—No, gracias. Estaremos bien…— indicó, revisando a Milo.

—Habla por ti. Yo tengo una bala metida en…

—Pero no estás muerto—. Remilgó el médico. El otro policía sonrió, se dio la vuelta y caminó hacia la cocina para preparar café mientras escuchaba la discusión en la sala.

Al principio se había preocupado, pero parecía que todo estaba bien ahora. Milo estaba lúcido, y parecía feliz a su “infeliz” modo de ser por tener al doctor en casa.

Pasada una hora (o tal vez más) Camus entró en la cocina.

—Se quedó dormido—. Anunció tranquilamente, como si fuera un alivio para él. El otro sonrió y le ofreció una taza de café.

—Me alegra oír eso—. Dijo—. Milo dice que eres bueno en tu trabajo.

—Gracias—. Aceptó el café para luego sentarse junto a la mesa—. Debe decirlo porque soy su única opción—. El médico parecía cansado.

—¿Y, cómo está?— Camus debió un sorbo antes de responder.

—Estará bien, no te preocupes. Lo más difícil fue hacerlo dormir…— bromeó ligeramente, aunque no sonrió—. Puedes irte si quieres. Yo me quedaré unas horas y me iré también—. El castaño sonrió y movió afirmativamente la cabeza.

—No quisiera dejarlo solo, pero debo levantar el reporte.

—Descuida—. Lo tranquilizó Camus—. Yo veré qué no se mueva de ahí, por lo menos unas horas.

—Gracias, Camus—. Se colocó el sombrero y se acomodó el uniforme —. Hasta luego.
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Después que el otro policía se fue, Camus se tomó un tiempo antes de dirigirse hacia donde estaba Milo para comprobar que aún estuviera durmiendo, y en efecto, el hombre continuaba tendido en el sofá envuelto en algunas mantas limpias con la expresión de dolor y cansancio que ni el sueño había logrado quitarle. No hacía frío, pero la madrugada refrescaba, y lo que menos deseaba era tenerlo quejándose después por haberse resfriado.

Camus tomó otra manta y se cubrió con ella, pues en su apuro por salir del hospital había dejado el abrigo. Se puso de rodillas nuevamente en el suelo y revisó con cuidado las heridas antes atendidas, para cubrirlo otra vez.

—Parece que está bien…— Murmuró para sí mismo, y se alejó un poco para admirar de lejos su largo cabello azul completamente despeinado, y su piel acanelada ligeramente pálida.

Mientras lo veía dormir pensó en la primera vez que se conocieron a las afueras de la facultad de medicina, dónde un chico de su edad intentó robarle la laptop y el dinero para el resto de la semana. Camus no lo conocía, pero cuando el otro sacó una navaja accedió a darle las cosas que traía en las manos. El muchacho se las quitó, no sin antes darle un golpe bien fuerte en la nariz. Justo en ese momento, Milo corrió hacia el ladrón, y entre el dolor y la sangre que brotaba de sus fosas nasales no pudo presenciar bien la escena cuando el policía lo atrapó. Lo siguiente que supo fue que el policía le pedía ir a la comisaría por sus cosas y presentar cargos contra el agresor.

Todavía sangraba cuando Camus llegó a la comisaría en un taxi. En otras circunstancias no le habría importado la laptop si no tuviera un documento que había estado escribiendo las últimas dos semanas. Cuando llegó, Milo lo recibió con un café y una sonrisa. En realidad Camus nunca había conocido a un policía más allá de un saludo formal y distante, incluso durante las prácticas aunque había cosido las heridas de un par, no cruzó muchas palabras con ellos; sin embargo, este policía parecía de su edad (después descubrió que lo era), era amable y divertido. Le hizo olvidar por un momento el trago amargo de esa noche con una amena conversación.

Milo se movió en el sofá, quejándose débilmente. Camus se apoyó en el otro sillón, todavía en el suelo, sobre una alfombra acojinada mientras continuaba observando.

Kanon fue por él a la jefatura, y ahí conoció a Milo. Milo y él parecían llevarse bien desde el principio. Los dos hacían bromas tontas y se reían como si siempre se hubieran conocido. A Camus le dio gusto saber que su hermano y él comenzaron a salir un par de días de después, y se sintió incómodo cuando los encontró a punto de tener relaciones sexuales en la sala del departamento que los tres hermanos compartían.

Milo y él se llevaban bien en lo que se podría decir de dos futuros cuñados; sin embargo, un día Camus descubrió que su hermano le era infiel con un músico que apenas conocía, y aunque Milo le agradaba, decidió no decirle.

—¿Cómo podría…? ¿Me habrías creído?— Preguntó en voz alta. Tal vez el policía pensaría que solamente intentaba separarlos porque Camus no quería tener una relación, y lo que hizo Kanon únicamente le demostró que tenerla era una mala idea.

Además, Camus vivía para su trabajo, y no podría darle su tiempo a alguien más…

El galo bostezó en medio del silencio mientras observaba como el policía abría ligeramente la boca al respirar.

No se sentía culpable por lo que le había ocurrido, pero no podía negar que pudiera renunciar al hecho de ayudarlo cada vez que este acudiera a él por una emergencia como precio a cumplir su deber.

Después de todo, no eran diferentes porque Camus preservaba la vida y Milo la defendía.

Aunque, sinceramente, después de la infidelidad de Kanon y la ruptura del compromiso, se habían distanciado muchos meses para entender siquiera qué le pasaba a Milo, y porque parecía dispuesto a morirse en cualquier oportunidad. Si Camus cobrara cada uno de esos pequeños favores y atenciones, tal vez ya se hubiera comprado un departamento propio.

Sonrió débilmente y cerró los ojos un momento para descansar la vista, pensando que tal vez la próxima vez sí le cobraría…

Sintió un movimiento suave sobre su cabello, y cuando se enderezó y fijo la vista, se encontró con los ojos de azul profundo de Milo, quien tenía los dedos puestos sobre su cabeza en una caricia. Camus se movió para evitar el contacto, y notó por la ventana que había amanecido.

—¿Qué hora es?— preguntó mientras se incorporaba, y buscaba su teléfono por el bolsillo.

—¿Qué vas a preparar para desayunar?— Inquirió el adolorido oficial. Camus se olvidó un momento del teléfono cuando lo vio moverse, así que lo empujó suavemente de vuelta a la posición en la que no pudiera abrirse la herida.

—¡No te muevas así!— Lo regañó. Milo tomó sus dedos.

—¿Cómo te gustaría que me moviera?— preguntó con una sonrisa juguetona, el galo frunció el ceño, y jaló la mano para liberarse.

—Quédate acostado y déjame trabajar—. Milo se rio y observó cómo se ponía los guantes de látex azules para revisar las heridas sobre su cuerpo, entre los pequeños cortes que le habían hecho con una navaja y el disparo que todavía punzaba. Lo vio concentrado como siempre que lo atendía, aunque esta era la primera noche que Camus dormía ahí.

Y él, por supuesto, no perdería tiempo en hacérselo saber.

—Esta es nuestra primera noche juntos…— Dijo con voz suave. El galo alzó una ceja.

—Traería champagne si no supiera que te desagradan las cosas finas…— Respondió. El policía sonrió.

—Tú no me desagradas…— Dijo, dándole un halago.

—Es porque me necesitas—. El látex acarició débilmente la piel bronceada de Milo cuando bajó los dedos desde el pecho hasta su estómago, palpando con cuidado las heridas a su paso.

—Podrías poner tus labios ahí, en vez de los dedos…— Propuso el policía torciendo una débil sonrisa. Camus exhaló.

—Eres demasiado pesado…— Las palabras del policía le estaban quitando la concentración, porque le hizo recordar que últimamente había comenzado a intentar intimidarlo proponiéndole cosas indecorosas como esas.

—Gracias.

—No era un halago—. Frunció el ceño, y decidió que, ya que Milo parecía tener tantas ganas de conversar, le cambiaría las vendas.

Él, contra todo pronóstico, no se calló.

—Lo que no sabes de mí es que soy diferente a todos los tipos que has conocido—. Camus habría reído de no ser porque tomaba su trabajo muy en serio, e intentaba concentrarse, sin éxito.

—¿De verdad? ¿Qué te hace tan especial?— Comenzó a abrir los pequeños paquetes con gasas y tópicos de sanación, para retirar la primera venda con sangre mientras hablaban.

—Tus insultos, por ejemplo, me parecen divertidos.

—Estás delirando…— Milo aguantó un poco porque sentía dolor, sin embargo, no se calló por mucho tiempo.

—Eres demasiado correcto para decir un buen insulto—. Camus rodó los ojos.

—¿Eso te lo dijo Kanon?— Milo se quejó, aunque era difícil saber si lo hacía por la mención de su ex pareja o por la herida que Camus curaba justo ahora.

—Ese hijo de…

—Recuerda que es mi madre—. Lo calló el galo antes que se le fuera la boca insultando a su progenitora.

—¿Lo ves? No puedes pronunciar ni un jodido insulto decente—. La escena le causó risa, pero la risa se opacó cuando Camus cambió el vendaje hecho por la bala haciéndole morder su propia mano.

—No tengo por qué. Existen millones de palabras que pueden cambiar esas vulgaridades—. Respondió sin sentir culpa o remordimiento por el dolor que el otro estaba experimentando. Milo respiró un poco, y sonrió a pesar del cómo se sentía.

—Vamos, Camus. Estoy seguro de que fumabas en la secundaria y dejaste de hacerlo en la facultad—. Él lo miró a los ojos, y después negó con la cabeza.

—Eso no te importa…— tajó, acomodando el vendaje lo mejor posible para que el otro no lo rompiera cuando se moviera, porque, si lo conocía bien, inevitablemente lo haría en cualquier momento.

—¿Acerté, no?

—¿Por qué sientes placer torturando mi cabeza?— preguntó Camus un poco fastidiado por la situación.

—Es más simple de lo que piensas—. La mirada de Milo le insinuó una respuesta que no llegó con claridad hasta su cabeza, por el contrario, pensó que todo ese coqueteo solamente implicaba a Kanon.

—Mi hermano ni siquiera…— Intentó decirle que él no sabía que estaban juntos, pero Milo se mostró irritado.

—Kanon me importa una mierda—. Dijo— ¿Nunca pensaste que sentía un placer culposo por mirarte el culo?

—Milo, deja tus bromas para otro momento—. Colocó el último vendaje.

—Deberías decir tus pendejadas—. Esta vez Milo volvió a tomar sus manos.

—Suéltame. Tengo otras emergencias en el hospital…— Intentó levantarse para ir por su celular, pero el otro no lo soltó.

—¿Crees que se abran los puntos si te follo en ese sofá?— Camus alzó las cejas, pero sonrió burlón después

—¿Crees que me acostaría contigo?— preguntó—. Eres el ex de Kanon…

—Tal vez quieras decir que soy el trapo sucio que tu hermano desechó—. Lo corrigió el policía. Camus se mordió el labio.

—Lo siento…— Se arrepintió.

—¿Por no decirme?

—¡Deja eso!— Forcejeó otra vez, molesto—. ¡No iba a decirte por qué él es mi hermano! ¡Tú no eres nada para mí!— Gritó exasperado.

Tal vez fue muy duro, pensó con arrepentimiento, no obstante, a Milo no parecieron dolerle sus palabras.

—Si no te importo, ¿Por qué vienes cada vez que te llamo?— La pregunta vino acompañada por una pequeña sonrisa. Camus podría haber elegido cualquier clase de palabras, pero algo en su interior lo llevó a decir la verdad:

—Porque no quiero que mueras…— Dijo, para su propia condena. Milo sonrió y le tomó la mejilla.

—¿Te importo entonces?— Preguntó. Camus le dio un manotazo mientras negaba con la cabeza.

—Eres un buen policía, Milo. Me importaría dejar a esas personas sin tu protección…— Pensó que nunca le agradeció su ayuda la primera noche en la que se conocieron, y creyó que tal vez podría decirle que, sin él, no habría podido titularse.

Pero… justo cuando iba a decirlo, Milo continuó con su juego.

—No tienes que decir tantas pendejadas para que me gustes. Ya te dije que te cogería en este sillón.

—¡No es por eso!— Exclamó otra vez agobiado—. ¡Eres un…! ¡¿Por qué no vas al hospital?! ¿De verdad quieres morir?— Milo rio.

—Moriría como un héroe—. Dijo.

—Morirías como un pendejo…— Farfulló Camus, rebasado con la situación. Milo se rio, aunque también se quejó por el dolor.

—¡Lo dijiste!— Exclamó.

—Mon Dieu…— Se lamentó en un suspiro mientras trataba de recuperar la paciencia—… Igualmente, sí necesitas atención que tal vez yo no puedo darte, vas a morir…

—Sé que para ti es difícil entender esto, pero no voy a ir al sitio donde perdí a mi padre…— La sonrisa burlona de Milo había desaparecido tras decir esas palabras, y Camus notó dolor en esos ojos color turquesa mientras lo miraba. No bromeaba con ello, lo sabía por su tono de voz.

—Es escalofriante oírte hablar en serio—. Señaló con cierta sorpresa. Milo se rio un poco, ya que la herida le impedía hacerlo con mayor fuerza.

—Siempre te hablo en serio, pero tú no quieres escuchar…— Con sus dedos tocó la mejilla del otro para darle una caricia, pero Camus le quitó la mano por enésima vez.

—Tienes que ir al hospital…— Insistió. Milo hizo cara de asco.

—Al diablo con el hospital, Camus—. Respingó—. No tolero el hedor a muerte, ni los putos recuerdos, o la maldita sensación de disparar y saber que pude enviar a uno de ellos ahí…— Camus suspiró.

—Pero no puedes llamarme siempre. También tengo vida.

—¿Tienes novio?— preguntó Milo torciendo una sonrisa—. Sé que las chicas no son lo tuyo.

—Eso no te importa—. Contestó el otro, volviendo a ponerse a la defensiva.

—Si no lo tienes, ¿por qué no sales conmigo?— La pregunta de Milo podría haber ocasionado que Camus respondiera riendo con ironía, sin embargo, lo hizo en un tono serio.

—Ya te lo dije: porque tú salías con mi hermano—. Respondió con fastidio.

—El único que piensa en eso eres tú—. Dijo Milo.

—¡Tú me llamas cada vez que puedes para recordarme que te debo algo debido a él!— Exclamó frustrado.

—Eso es porque necesito un pretexto para verte. ¿De qué otra forma podría hacerte venir…?— Camus sintió la rabia crecer en el fondo de su estómago. Intentó levantarse, pero el otro lo jaló hacia sí, lo tomó por la nuca y lo atrajo hasta sus labios para besarlo. Camus se resistió, pero no podía empujarlo porque entonces le abriría los puntos recientemente suturados. Colocó las manos en el sillón para impulsarse, pero Milo se abrió paso por su boca, tocándole la lengua y explorando los lugares dentro de ella que lo tentaron a corresponder.

"El maldito policía besa jodidamente bien…"

Presumió Kanon alguna vez cuando hablaba sobre su nuevo novio a Saga, el mayor de los gemelos, mientras él escuchaba por casualidad…

Y tenía que admitir que sí, que había algo en aquella boca que lo arrastraba por una pendiente sin control, llevándose su juicio, su control y cualquier otra emoción…

—No besas tan bien…— Resopló, intentando resistirse a él.

—Díselo a tu amigo…— el francés notó que Milo estaba por tocar su miembro, así que se levantó de un brinco mientras se limpiaba la boca.

—Si necesitas un médico llámame—, dijo con frialdad—, pero si intentas conseguir una prostituta, mejor busca en otro lado. Buenas noches.

—¡Te llamaré! ¡Cuenta con eso!— Exclamó el policía mientras Camus caminaba a zancadas hacia la salida

—Te dejé la receta médica en la cocina. Asegúrate que tu compañero compre todo—. Agregó antes de cerrar la puerta con fuerza.

Una vez en el pasillo sintió ansiedad por dejarlo solo y malherido, sin embargo, si continuaba encerrado ahí con él, tal vez terminaría matándolo con una buena dosis de analgésicos.

Exhaló con frustración… ¿Por qué debería preocuparse por él?
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La verdad no entendía por qué aún no bloqueaba el número, o porque continuaba acudiendo a su llamado cada vez que él "lo obligaba" a ir.

Tal vez se sentía un poco culpable… aunque él ni siquiera había hecho algo de lo que tuviera que arrepentirse. Después de todo, su madre tenía dos hijos mayores a él, gemelos que habían quedado sin padre al nacer. Un día conoció a un hombre con el que lo tuvieron a él, en Francia. A su madre le gustaba como sonaba Camus junto al título de médico, así que pasó el tiempo, fue a la universidad, conoció a un policía tras ser asaltado y este se sintió atraído por su hermano. Lo que pasó después marcó el destino de todos para siempre, y por supuesto, a él le tocó la terrible suerte de pagar por los crímenes de su hermano.

Suspiró apesadumbrado. Sacó el celular que guardaba en su bolsillo y revisó el registro de mensajes y llamadas por si Milo había enviado alguna señal sobre su condición actual en algún momento, sin embargo, el policía no parecía tener la intención de hacerlo.

En cierto modo para Camus era un alivio, porque eso significaba que estaba bien; aunque también le hubiera gustado recibir esas buenas noticias por él, al menos en un agradecimiento por escrito.

Suspiró otra vez y entró a su cafetería favorita para pedir uno de esos lates con calabaza que estaban de moda en ese momento. No había mucha gente en la fila, así que suponía que saldría rápido de ahí. Centró su atención en el menú de esa mañana y mientras decidía con qué acompañaría su bebida, notó que un chico de cabello castaño lo saludaba desde una de las mesas. Camus miró hacia atrás y se dio cuenta de que el gesto de mano iba dirigido hacia él.

"Hola", correspondió el saludo e intentó pensar quién era ese hombre mientras avanzaba en la fila.

Cuando compró el late, finalmente recordó quién era y se acercó a la mesa para conversar.

—Buen día—, saludó—, eres el policía que estaba con Milo… ¿No es así?— el castaño asintió.

—Me alegro que me recuerdes, aunque hoy no llevo el uniforme—. Contestó con una sonrisa amable —. ¿Quieres sentarte?— Camus aceptó con un movimiento de cabeza.

—Te confundí con uno de mis pacientes—, dijo mientras tomaba una silla a su lado—, pero recordé que fuiste tú quien me llamó ese día. Gracias, y disculpa que llegara tarde…— Él movió ligeramente la cabeza.

—Al contrario, gracias por ayudarme con ese obstinado de mierda… Normalmente, es un buen tipo, pero cuando usa el maldito uniforme cree que es inmortal… ¡Ahg! ¡Ese hijo de puta!— Camus asintió mientras bebía su late, sintiendo la misma frustración del castaño mientras hablaba de Milo y su actitud suicida frente al deber.

—¿Cuánto llevas trabajando con él?— preguntó con curiosidad. El otro bebió un sorbo de café antes de responder.

—Un par de semanas, en realidad. A Milo no le gusta tener compañeros, pero él no es el jefe por suerte…— Se rio después de decir aquello, como burlándose de su compañero imprudente. Camus sonrió mientras lo imaginaba protestar cuando le asignaron al castaño para trabajar juntos, usando ese florido lenguaje y esa actitud pasional para debatir su situación actual.

Movió el late entre sus dedos como lo haría con una copa de vino mientras pensaba en él.

—¿Y cómo…?— Preguntó, pero no se atrevió a terminar la frase, porque decirlo abiertamente demostraría que estaba preocupado por él, y se negaba a aceptar o dejar ver a cualquier individuo que lo estaba.

Afortunadamente, el castaño era demasiado amable para ignorar que Camus tenía una relación extraña con Milo, y que era normal su preocupación sin importar como se llevaran entre ellos delante de él.

—Milo está bien—. Contestó con una sonrisa—. Dice que le has enseñado a curar sus propias heridas, así que va sanando solo—. Camus sintió alivio, y aunque no lo demostró cambiando su semblante, el otro no lo notó porque seguía hablando—. Pensé en llevarlo al hospital, pero me echó a patadas del departamento a penas lo mencioné. Bastardo malagradecido—. Ver su expresión frustrada mientras hablaba era divertido, pero intentó no reírse.

De pronto tuvo una pequeña idea y comenzó a buscar en su mochila un bolígrafo y un pedazo pequeño de papel: el ticket del late le sirvió muy bien.

—Hace meses que intento convencer a Milo de ir, así que no creo que te haga caso—. Le pasó el pedazo de papel con varios números escritos—. No estoy de acuerdo con sus rabietas, pero quedamos que estaría disponible si hiciera falta, así que llámame cuando lo necesites—. El castaño tomó el papel y pareció feliz y aliviado por recibirlo

—¡No sabes cuánto te lo agradezco, Camus! Milo es demasiado…

—¿Necio?— agregó el doctor. El castaño se rio.

—¡Sí! ¡Tú lo sabes mejor que yo!— Y vaya que lo sabía… Si hace casi un año que estaban con esto de convertir su departamento en una habitación de hospital. Camus finalmente sonrió.

—¿Cuál me dijiste que era tu nombre?— El policía extendió la mano sobre la mesa para saludarse.

—No lo dije. Soy Aioria—. Se presentó. Camus le apretó la mano.

—Un placer, Aioria. Me alegro de que Milo tenga un compañero como tú.

—¡Y ojalá lo supiera valorar!— exclamó divertido— ¿Quieres ir con Milo? Tal vez quieras revisar que no se le infecte alguna herida, o que esté realmente bien, y no solo "bien".

Camus bebió un sorbo a su late y se lo pensó un momento antes de responder:

—Sí, ¿por qué no?

Podría hacerlo por molestar y quedar bien con su conciencia, así le demostraría a Milo que estaba equivocado cuando le decía que lo único que podía hacer era nada por él.
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Afortunadamente, para Milo, Camus le había dado el número a Aioria para que lo llamase en cualquier momento de emergencia, y este, al notar que su compañero estaba a punto de hacer uno de sus "actos heroicos" lo primero que hizo fue llamar a Camus para pedirle esperarlo en el departamento. El médico para ese momento estaba preparándose para ir al hospital, así que salió apresuradamente de su departamento y se dirigió al de Milo.

No pasó mucho tiempo cuando él llegó. Aioria le había puesto un torniquete en el brazo, pero a pesar de eso, la ropa estaba llena de sangre y mientras entraban al departamento de Milo, Camus no perdió tiempo en regañarlo y él en defenderse.

—¡Tenía que abrir la puta puerta!— Gritó el policía mientras era auxiliado para llegar al sofá. Camus lo acomodó, se puso de rodillas en el suelo y comenzó a buscar sus cosas en la mochila para comenzar a curarlo.

—¡Pudiste buscar algo con que romper el cristal!— Vociferó mientras veía el corte transversal de la muñeca al hombro.

—¡Eso hice!— Se defendió Milo. Camus se exasperó.

—¡Sí, y por poco pierdes el brazo! ¿¡Qué tienes en la maldita cabeza!?

—¡Gracias a Aioria no tengo una bala en ella!— Camus miró sobre su hombro al nombrado policía que iba cada vez más cerca de la puerta. Cuando pareció notar que volvía a formar parte de la conversación, sonrió con nerviosismo.

—Yo me iba a terminar mi reporte…— Dijo, señalando con el pulgar, algún punto tras sí.

—No olvides mencionar mi heroico rescate—. Alardeó Milo, Camus quería matarlo, pero evitó dirigirse a él para no comenzar otra discusión antes de despedirse de Aioria.

—Gracias por llamarme—. Se despidió de él. El castaño sonrió y salió del departamento.

Durante todo el rato se quedaron en silencio, mientras Camus limpiaba y cosía la herida, asegurándose que el vidrio no estuviera incrustado en el músculo, o en su piel, o que hubiera dañado alguna arteria. Finalmente acomodó un vendaje.

—Por suerte el hueso no está comprometido…— Suspiró con alivio, o tal vez cansancio. Ya no estaba seguro de cómo debería sentirse—. Te haré la receta de siempre, y tal vez agregue algunos suplementos—. Frunció el ceño y lo miró desde su posición con molestia, para regañarlo después—: Eres un inconsciente…— Milo sonrió.

—Había vidas en peligro—, respondió y después alzó los hombros—, ¿Qué debía hacer?— Camus rodó los ojos.

—Arriesgar la tuya como siempre…— Farfulló.

—Es mi deber.

—Y el mío salvar la tuya…— La mirada de Camus lo hizo sonreír.

—Cuento con eso—. Dijo.

—¿Qué va a pasar el día que ya no pueda?— Milo tomó su mentón con suavidad, a pesar de lo rudo que siempre parecía

—Te vas a arrepentir…— Susurró, acercándose. Camus se movió ligeramente, pero no respondió— … De no decirme que te gusto…— El aliento cálido de Milo golpeó sus labios, provocando cosquillas ahí donde tocaba e incitaba a pegarlos con los suyos; sin embargo, no lo besó, no lo hizo, aunque podría tocarlo incluso con la punta de la lengua.

Camus cerró los ojos, mientras sentía una corriente eléctrica fluir por sus venas. Se sintió ansioso y deseoso, y aunque su cerebro pedía a gritos alejarse, ya no podía resistir los estímulos que el maldito hombre provocaba en su cuerpo. Era una especie de odio mezclado con dolor y tortuosa adicción. Lo admiraba por ser leal, valiente y sobre protector, pero también lo odiaba por todo lo que habían hablado, por todo lo que había pasado entre ellos y por alimentar esos estúpidos sentimientos.

Así que fue él, Camus, quien borró la distancia entre ellos y unió sus labios en un beso, cerrando sus ojos para no mirarlo y darse cuenta de que el otro sonreía con burla o con victoria porque había ganado la lucha contra su voluntad, y eso le molestaba, pero también alimentaba su curiosidad. ¿Qué tan bueno sería Milo en eso que alardeaba?

Mientras lo besaba no escuchó otro sonido que el choque entre sus labios, o el ritmo avasallante de su propio corazón subiendo de tono al sentir los dedos de Milo recorrer su cuero cabelludo, cuello y pecho, dejándolo entrar una vez más en su boca y prestando su lengua para que juegue con ella. Milo lo tomó por la nuca y lo jaló con suavidad para que se levantara del piso. Camus colocó las manos encima de las de él y acariciando sus brazos notó los vendajes que acababa de ponerle.

—Espera…— Se apartó, pero Milo no tenía intenciones de dejarlo ir—… Tu brazo…— señaló. El policía sonrió y volvió a besarlo apasionadamente.

—El dedo que voy a meterte está bien… y es lo único que necesito…— No sabía si fue el tono, o el uso de las palabras lo que provocó ese tambaleo en su vientre. Sintió la cara arder y una necesidad imperiosa por besarlo para callar cualquier otra palabra que lo hiciera sentir así; sin embargo, Milo no necesitaba palabras para hacerle experimentar esa sensación, bastaba con hacerle sentir sus labios y los pequeños mordiscos que dejaba por su cuello cuando logró que Camus se subiera a horcajadas encima de él, entonces se deslizó un poco por el sillón y le dio mayor espacio para acomodarse, acariciando su espalda y sintiendo su cabello sedoso enredarse por momentos entre sus dedos cuando los bajaba por su cuerpo, y los metía por debajo de la playera holgada que usaba para salir corriendo del hospital.

Milo continuó besando su boca hasta que decidió que quería probar algo más que su lengua, viajando por su mejilla y lamiendo su cuello mientras sus dedos tocaban los músculos en su vientre con cuidadoso placer. Camus vibró bajó sus pequeñas caricias y se movió contra él mientras también tocaba y exploraba bajo una camiseta blanca manchada de sangre que solía usar bajo el uniforme.

—Estás herido…— Volvió a decir, pero Milo lo besó otra vez.

—Cállate…— Le ordenó, luchando por sacarle la playera. Camus iba a protestar (por consideración, por molestia, por deleite a pelear y saber que él podría refutar sus palabras), sin embargo Milo logró quitarle la primera prenda, y mientras le acariciaba los glúteos con una mano y el pecho con la otra, volvía a meterle la lengua dentro de la boca. El galo por supuesto no podía resistirse. La intensidad con la que el otro lo provocaba era extasiante, y le obligaba a pedir más atención allá donde tocaba.

Milo volvió a atacar su mentón con besos y pequeñas mordidas, tocando a la vez con sus manos por encima del pantalón sus muslos, su trasero y el bulto que a mayores atenciones se alimentaba y clamaba más de ellas cuando Camus se movía contra él, olvidando toda discusión, desacuerdo o culpa por cualquier cosa que fuese a suceder después, siendo él quien esta vez le quitara a Milo la camiseta, y quién lamiera su cuello, obteniendo por resultado pequeños suspiros y muestras de placer.

El pantalón pronto estorbó. Camus fue el primero en quedar desnudo, y quien tuvo que ayudar al otro con el suyo por la herida que tenía en el brazo, en la cual trataba de no pensar; a pesar de eso Milo se movía como sí no existiera, tocándole con las manos, besando y mordiendo sus labios y su piel con pasión mientras lo acomodaba para cumplir su amenaza de tocarlo con uno de sus dedos.

Camus volvió a colocar las rodillas sobre el sillón, cuando Milo se puso de pie y con besos sobre el cuello, le dió vuelta para lamerle la espalda, torturando a Camus mientras lo masturbaba con una de sus manos y con la otra buscaba entrar. Lo acarició despacio, haciendo un lugar allí donde quería ir después, y fue metiendo su dedo sin prisa, disfrutando las pequeñas reacciones de Camus cuando lo hacía y cuando después le mordisqueaba la espalda o el cuello a la vez que exploraba su entrada y lo oía gemir despacio. Milo disfrutó tenerlo así bajo sus pequeños ataques y los movimientos contra él para pedirle más atención sin decirlo abiertamente.

Finalmente decidió que lo tomaría, y se acomodó trás él, cambiando su dedo por algo más grande y caliente que atoró entre los glúteos del otro, abriéndose camino a un cadencioso ritmo que el galo copió, y que disfrutó cuando Milo finalmente entró en su totalidad. Sintió los labios ajenos sobre la piel de su espalda mientras se movía dentro de él, y apretó las manos sobre el sofá cuando los movimientos cobraron mayor rapidez.

En realidad no sabía nada de él, y lo poco que sabía de él era por su hermano, su tonto hermano quien le había traicionado y tirado como un trapo sucio, como Milo lo decía sobre sí mismo con desdén; y, por las conversaciones y la relación de desagrado que llevaban desde Kanon y su traición intuía que el sexo rudo y sucio era lo que le gustaba. De hecho, no había dedicado casi ningún minuto a pensar en ello… pero, en las únicas ocasiones en que podría haber cedido a sus extraños y provocativos juegos consideró que, efectivamente, eso es lo que desearía si decidía aceptarlo.

Sin embargo, Milo, en todo el rato que jugaron con sus lenguas o prodigaron caricias el uno hacia el otro nunca se portó así. Dió rienda suelta a sus deseos, pero fue considerado y atento con lo que le gustaba a Camus, con los sitios donde necesitaba atención y la forma en que la necesitaba. Parecía que lo conocía o que aprendía mientras estaban juntos dónde, cuándo y cómo besar; el ritmo, la cadencia y sobretodo la intensidad.

Camus intentó no gemir, apretando sus dientes y mordiendo su labio, pero él dedicaba tantas tortuosas atenciones que no podía resistirlo. Pensó en aquella como una competencia o una pequeña lucha de poder entre los dos que se resistía a perder, sin embargo cuánto más lo disfrutaba difícilmente podía resistirlo, hasta que no lo hizo más y se entregó completamente al placer, restregando contra él su figura.

El vaiven fue cada vez más intenso hasta que el éxtasis los alcanzó en su punto más pleno.

Después de terminar mientras ambos trataban de recuperar la energía perdida y su respiración, Milo volvió a sentarse en el sillón para acomodar el vendaje del brazo, pues gracias al doctor había aprendido a curarse solo. Camus por su parte recuperó su cordura, y cuando lo hizo, buscó su ropa para comenzar a vestirse, primero el pantalón, después la playera…

Milo, quien sólo usaba el pantalón en ese momento, se acercó a él y lo tomó por la nuca mientras acercaba sus labios.

—¿Qué estás haciendo?— preguntó Camus, alejándose, poniendo las manos sobre su pecho. El otro sonrió.

—Voy a besarte…— Respondió como sí fuese algo obvio. El galo movió la cabeza e impuso mayor distancia.

—No confundas las cosas…— Dijo, apartándose totalmente—... No puedo salir contigo, ya te lo dije—. Milo se rió ligeramente.

—¿Quieres curarme y que te pague con sexo?— inquirió divertido. Camus frunció el ceño mientras negaba.

—¡No! Obviamente no…— Pero aunque para el policía resultara divertido, para Camus no lo era, y pensó que lo mejor era ser serio con el asunto y preguntar de forma más directa.

—¿Quieres que dejemos de vernos?— El médico se sorprendió porque realmente no esperaba que esa pregunta saliera de los labios de él, pero aunque volteó a verlo e intentó pensar lo que quería decirle, la respuesta de Camus no llegó cuando tocaron el timbre.

Milo arrugó la nariz, y le hizo una seña para que espere y pudieran terminar de hablar después de abrir la puerta; el galo terminó de vestirse y sintió deseos de tomar sus cosas e irse cuando la voz cargada de ira y amargura mezcladas en Milo lo detuvo.

—¿¡Qué carajo haces aquí!?

—Vengo por Camus—, el nombrado sintió un escalofrío—, ¿Dónde está?— Kanon empujó a Milo y penetró en el departamento sin invitación para buscar a su hermano menor.

Muchas cosas pasaron por la mente de Camus en un sólo segundo: Milo enamorado de Kanon, Kanon proponiéndole matrimonio, Milo emocionado con la boda y herido cuando descubrió su traición, Kanon nunca arrepentido por su acción ni intentando recuperar a su prometido, Milo destrozado maquinando la idea de vengarse llamando a Camus todo el tiempo para hacerle sentir miserable y comprometido a cumplir su juramento como médico mientras lo acusaba de ser cómplice de Kanon y de su engaño, él intentando no escucharlo ni involucrar sus emociones en Milo, Milo seduciendo a Camus hasta lograrlo y vengándose finalmente de Kanon al acostarse con su hermano, y restregando su éxito en la cara de éste.

—¿Por qué estás aquí?— le preguntó a su hermano, y después miró a Milo con enojo— ¿Tú lo llamaste? ¡Dijiste que él no tenía nada que ver!— El policía bufó.

—¿Crees que quería volver a verlo?— Camus apretó los dientes y los puños a un costado de sus piernas mientras pensaba en lo ocurrido en ese sofá.

—Bueno, ya te vengaste—. El desprecio y el desagrado en su voz fueron muy evidentes, junto con la rabia que fluyó por sus pies con cada pisada cuando caminó hacia la puerta, sin embargo, no fue el policía quien respondió, si no Kanon.

—Milo no me llamó—. Dijo, aclarando las conjeturas equivocadas de su hermano—. Fue tu novio.

En cuanto Kanon dijo aquello fue Hyoga quien entró al departamento, ya que Milo dejó la puerta abierta esperando que su peor pesadilla saliera. Al entrar el rubio, lo primero que hizo fue besar a Camus parado cerca del pasillo.

—Así que sí tienes novio—. Gruñó Milo, saliendo de su estado de estupor para volver a la sala sin cerrar la puerta todavía—. Vaya con el maldito par de hermanos traidores y mentirosos…— El galo se alejó de Hyoga.

—No es mi novio— explicó, con la insana necesidad de hacerlo—, sólo fue un café…

—Un café que terminamos en terapia intensiva—. Agregó Hyoga para insinuar que eran amantes o que al menos había algo más entre ellos.

Milo no respondió mientras se quedaba en silencio dándoles la espalda, pensando cosas sobre la situación que no compartía con ninguno de ellos. Camus, por su parte, experimentó un tipo de ansiedad debido al pequeño lío, así que caminó hacia él e intentó explicar lo sucedido.

—Fue hace mucho tiempo, y no significó nada. Créeme—. Pero aunque intentó decirle la verdad y explicar que sin importar el pasado con su compañero de trabajo no tenía compromiso alguno, Milo ni siquiera lo miró o dió señas de que le importara escucharlo.

Kanon, quien se había mantenido en silencio durante todo el rato, comprendió que Hyoga lo había usado para molestar a Milo y evitar que Camus y él continuaran viéndose. Al principio pensó (y realmente creyó) que Milo lo usaba para vengarse de él, justo como Hyoga lo había dicho…

"Lo llama todo el tiempo y lo chantajea haciendo que se sienta culpable por tu pasado con él"

Kanon apreciaba a su hermano y por supuesto que no iba a permitir que lo tratara así, sí podía hacer algo para evitarlo, pero mientras veía a Milo celoso y furioso por la presencia de Hyoga, y a Camus intentando calmar la situación, notaba que entre ellos había una especie de romance… o algo como eso…

"Bueno, sólo era cuestión de tiempo", pensó.

Y entonces recordó aquella noche de verano cuando Camus lo llamó desde la estación de policía para decirle que lo habían asaltado, y que iba a levantar un reporte de robo, así que necesitaba pedirle por favor que lo recogieran.

Kanon fue a la estación, y esa noche conoció a un joven, apuesto y atlético policía llamado Milo, quien parecía muy interesado en su querido hermano menor. Lo veía observando sin parar a Camus, y ansioso mientras este daba su declaración sobre lo ocurrido. Kanon, por supuesto, no dudó en preguntarle directamente si estaba interesado en Camus, y él, transparente y honesto tampoco dudó en contarle que sí, que estaba interesado en Camus desde hace algún tiempo...

"Cuando estaba preparándome para ser policía, él me hizo el examen médico".

Kanon hizo algunos chistes sobre eso, chistes que no incomodaron a Milo, por el contrario, le parecieron muy divertidos.

Entonces descubrió que Milo tenía algo irresistible, era tan magnético, que Kanon no lo pensó dos veces para decidir quedarse con él; así que convenció a Milo que nunca tendría oportunidad con su hermano porque ambos estaban a niveles diferentes, y a Camus sólo le gustaban los eruditos, los chicos elegantes y refinados, así como los franceses igual que él. Con esa idea en su cabeza la mejor opción en ese momento era Kanon, porque Kanon era fuego, y Milo demostró que lo era también… Y vaya que el sexo fue fantástico en esos dos años y medio de relación…

Y si, iba a casarse con él, y por supuesto sí lo traicionó, pero nunca pensó que ellos continuarían viéndose a pesar de todo. Y peor aún, que Milo volviera a estar interesado en Camus, o que a Camus le terminara por gustar Milo.

Kanon finalmente exhaló.

—Bueno, esta es la reunión más incómoda a la que me hayan invitado—. Dijo por fin. Milo se rió con frialdad.

—Me robaste las palabras de la boca, pérfido—. Finalmente volteó hacia ellos—. Bueno, tengo una habitación con una cama, así que decidan en qué turno vamos a usarla…

—¡Milo!— Camus sabía que no lo decía en serio, o al menos quería creer que sólo hablaba por rabia.

—Eres un tipo asqueroso—. Dijo Hyoga y se acercó a su compañero de trabajo para tomarle la mano—. Vamonos Camus…— El nombrado se soltó y se plantó en su lugar, pero no pudo decir nada cuando Milo agarró la pistola que estaba sobre la mesa y los amenazó con ella.

—Estas en mi casa, puto cabron. Y tengo un arma cargada que puedo usar justo ahora sí no se van todos a la mierda—. Hyoga y Kanon se sorprendieron, incluso dieron un paso hacia atrás. Camus, por su parte, avanzó un paso hacia el policía.

—Milo, escucha…— Intentó razonar con él, pero él estaba demasiado furioso y no entendía de razón. Tanto era así que nunca bajó el arma.

—Lo que pasó entre nosotros no significó nada…— Dijo hacia Camus, sin mirarlo. Él se sorprendió.

¿Qué no significó nada?

—Milo…— Insistió.

—No volveré a llamarte…— continuó, dejando en claro que todo estaba terminando entre los dos.

—¡Milo!

¿Por qué no lo dejaba hablar?

—Así que no te preocupes, y quédate con la conciencia limpia…

—¡Escúchame!— exclamó finalmente frustrado, pero se calló cuando él le apuntó directamente con el arma— ¿Ahora me vas a disparar? ¡Pero qué pedazo de mierda!—. Milo se sorprendió al escucharlo decir (¡por fin!) una mala palabra, y esa pequeña acción de Camus más que una explicación o un alegato para la situación, bastó para hacerle entender que realmente le importaba todo lo que había pasado entre ellos.

Milo comenzó a reírse, y contrario a todo abrazó a Camus contra su cuerpo mientras bajaba el arma.

—Sabes que me excita oírte hablar así…— Le dijo sensualmente sobre el hombro en un volumen bajo que igualmente escucharon los otros dos.

—Que repugnante que son—. Se asqueó Kanon. Milo lo miró sin soltar a Camus.

—Vete a la mierda—. Le dijo—. Vete de una vez antes que llame a mis amigos de tránsito para que recojan tu asqueroso motel andante…— Kanon le mostró los dientes mientras rodaba los ojos, y decidió irse sin decirle adiós a Camus.

Hyoga se quedó en el departamento mientras veía a Camus siendo rodeado por los brazos de Milo.

—Tú también rusito…— Escuchó al policía. Y sí, se iría, pero no sin él.

—Camus…— Lo llamó, pero el nombrado lo ignoró, y en su lugar elevó los brazos que hasta entonces estaban sueltos a cada lado de sus piernas para rodear con ellos a Milo, dejando en claro que era ahí donde deseaba quedarse. El rubio enfrentó la mirada de Milo sin hablar. Finalmente avanzó hasta la puerta y la azotó al salir.

Cuando se quedaron a solas Camus se alejó para mirar a Milo a los ojos.

—¿No ibas a hacerlo o sí?— preguntó elevando una de sus cejas.

—¿Meterles una bala en el culo?

—Lo de tránsito…— El policía se rió.

—Por supuesto que no—. Tomó a Camus por el mentón—. Ese favor se lo pediré cuando termines conmigo—. Él lo manoteó para demostrar su desacuerdo.

—Nunca dije que iba a aceptar salir contigo…— Milo se rió con fuerza.

—No necesito escucharlo, porque sé que vas a hacerlo…— Camus frunció el ceño mientras buscaba las palabras correctas para debatir, pero no puso ninguna resistencia cuando él comenzó a besarlo, tomando esas caricias que antes sentía llenas de un sabor amargo, inapropiadas y prohibidas, con un delicioso placer—. Así que… terapia intensiva…

—Es una historia aburrida…— Susurró restándole importancia a los detalles.

—¿Te gustaría hacerlo en la comisaría? Podría detenerte un día de éstos y…

—No molestes…— Respondió con fastidio mientras intentaba alejarse, sin embargo, Milo volvió a tomarlo entre sus brazos y en medio de besos y caricias se lo llevó hacia la habitación para continuar con la "conversación”...
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Milo colocó las esposas alrededor de sus muñecas y empujándolo lo metió en la comisaría.

Cuando llegaron a la celda lo soltó.

—Te dije que no habría nadie—. Susurró el policía. Camus, dentro de la celda, la miró con desagrado.

—No voy a hacerlo en este lugar…— Frunció el ceño al decirlo, e hizo como que se iba hasta que él lo detuvo del brazo y lo jaló contra su cuerpo.

—Es esto o la patrulla… espera, ya lo hicimos ahí.

—Vete a la…— Su frase y cualquier otra protesta fue ahogada por un beso demandante de Milo, quien no tardó en sacarle lo que necesitaba para hacerle cumplir su condena.

Fin

 

Notas finales:

Gracias por leer


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