I
EL CIELO
“Aquí encontrarás todo lo que más anhelas.
Aquí serás feliz y te sentirás dichosa.
Solamente tienes que pedirlo.”
1
La Princesa Celestial
Los jardines estaban divididos por hermosas paredes altas totalmente cubiertas de plantas verdes y lilas. Los senderos llevaban hacia pequeños quioscos, donde se podía tomar el té y descansar rodeado de la naturaleza. Había fuentes con esculturas angelicales en el centro que adornaban las callejas de la Zona Alta, misma que tenía edificaciones de diferentes tamaños y arquitectura similar. Las torres, detalladas con gárgolas en forma de caballos pegaseos y grifos, hechas de roca nívea y grabada con símbolos intrincados entre círculos y triángulos, hacían juego con el castillo real.
Lillie, la Princesa Celestial, estaba en uno de los balcones de los torreones del oriente. Sus ojos, de un tono azul con destellos verdosos, resplandecían por la luz del día. Su cabello era de un color castaño-rojizo, largo y sujetado en una media coleta. Traía una corona plateada llena de ramas, espinas y laureles. Su vestido blanco inmaculado y con bordados dorados se ondeaba un poco, por el viento suave que soplaba ese día. No tenía alas ni halo como los ángeles, porque no pertenecía a esa especie. Su rostro, hermoso y aniñado, mostraba una mueca sumamente seria.
Desde la mañana, su cabeza no paraba de palpitar por culpa de una jaqueca. Sus pensamientos iban y venían entre preguntas que eran cada vez más abrumadoras. Había tenido un sueño muy inusual repleto de imágenes desconocidas. Sin embargo, había un rostro en específico que llamaba su atención. Era el de una chica humana de cabellos castaños y tez morena clara. Ni siquiera podía asegurar que la conocía, pero la veía a su lado, mientras compartían momentos cercanos y especiales.
Agachó la mirada y observó sus manos puestas en la baranda de la terraza. Tocó sus propios dedos y recordó una sensación del sueño. De alguna forma, su cuerpo parecía reaccionar ante la ilusión de esa muchacha, como si realmente hubiera sentido la mano de ella acariciándole. Soltó un respiro profundo y se ofreció una autocrítica. No podía distraerse con algo así de irracional, pues tenía que cumplir con las obligaciones que su padre le pidió.
Dio la vuelta y se adentró al castillo. Caminó por uno de los pasillos largos, saludó a unos sirvientes, quienes la reverenciaron gustosos, y entró a la biblioteca.
Los estantes altos y claros estaban atiborrados de libros, pergaminos viejos, encuadernados hechos a mano y mapas enrollados. Era sorprendente ver la cantidad de información a la que se podía acceder, pero la chica no tuvo el interés de hacerlo en ese instante. Así que llegó al cubículo privado de la realeza, que estaba en el segundo piso, y cerró la puerta detrás suyo.
—Buenos días, su alteza —habló un hombre desde su posición frente a uno de los estantes medianos. Era de piel oscura, cabeza calva y barba pronunciada y blanca. Vestía una toga elegante, con una sotana extra en tonos rojizos y amarillos. Portaba un distintivo de tipo prendedor con el aspecto de una flor abierta, que simbolizaba su posición como uno de los Sabios más importantes del reino. Sus alas estaban cerradas y levemente azuladas, y hacían juego con un halo resplandeciente, que era un ícono complejo de un círculo con trazos y grafemas angelicales. Parpadeaba detrás de su nuca y se movía un poco de arriba hacia abajo.
Lillie se sentó frente al escritorio y, por un par de segundos, le pareció que su instructor debía estar en otro lugar y en otro tiempo. Quizás en una casucha, junto a ella, en un pasado distante. La joven sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, pero no dijo nada.
—¿Cómo se encuentra hoy? —continuó el maestro.
—Bien, Isaiah —contestó y lo vio poner libros sobre la mesa—. ¿Vamos a estudiar?
—Así es —indicó y se sentó en la silla libre a su lado—. Por años, esa ha sido mi tarea: instruirle. Desde el arte, la ciencia, la política, hasta la sociología, ya que su padre me lo ordenó desde el día de su nacimiento.
La chica le arrojó una mirada seria, a punto de reclamar, pero tomó uno de los libros. No lo abrió, ya que se cuestionó un par de inquietudes incongruentes. ¿Desde cuándo Isaiah me trata con tanta formalidad? ¿Por qué dice que me ha educado desde que nací, si no recuerdo nada de eso? Respiró hondo para tranquilizar a sus pensamientos, que parecían un revoltijo de imágenes llenas de estáticas y frases continuas, y regresó el interés al hombre.
—¿Cómo es que mi padre convenció a la gente del Cielo? —inquirió con leve timidez.
—¿Convencer a la gente? ¿De qué habla? —preguntó el hombre afable.
—Soy un Nefilino. ¿Qué les dijo para que no se opusieran? ¿Realmente aceptarán que yo me convertiré en la próxima soberana? —insistió, pero ahora con desesperación.
—¿Disculpe? ¿A qué se refiere?
—No te hagas el inocente, Isaiah. Fuiste tú quien me enseñó a despertar a Chaosholder… —se detuvo, al notar el rostro perplejo del tutor. Aguardó unos segundos, pero no obtuvo respuesta—. Es la verdad, ¿no?
Nuevamente, la mente de Lillie viajó por un fragmento de un recuerdo borroso. Sabía que Isaiah la protegió y le enseñó a usar su espada, pero no fue en el Cielo. Entonces, se cuestionó algo nuevo. ¿Dónde está Chaosholder? Hasta ese momento, sintió mucha incertidumbre. No tenía idea de su paradero y eso la atormentaba.
—¿Cómo sabe de esa arma, su alteza? —dudó Isaiah y carraspeó para esconder el nerviosismo que sentía. Se mostró lo más neutral posible, puesto que un malestar llegó a su cabeza y lo desorientó levemente.
—Porque siempre la he usado.
—¿Cómo está tan segura de eso? Todavía no cumple la edad necesaria, y su maestro de combate, Lord Michael, nos ha informado que aún no está lista para convocarla.
No dijo más. Era realmente extraño verse a sí misma peleando con Chaosholder, una espada hecha para la Devastación. Entonces, ¿fue un sueño nada más?, pensó con una sensación de intriga y miedo.
Isaiah respiró hondo y llamó su atención, volvió a aclararse la garganta y abrió uno de los libros que estudiarían el día de hoy.
—Si esto es un chiste, señorita, le pido que me disculpe. No esperaba algo así de su parte —dijo, todavía con un tono neutral, a pesar de que la confusión en su interior le aterraba y le hacía creer que la chica no bromeaba—. Debemos terminar a tiempo porque debe presentarse en la arena de entrenamiento. Recuerde que es parte de sus deberes.
—Está bien —aceptó ella renuente.
La princesa prefirió evitar más embrollo. Prestó atención en el estudio y hojeó los libros. Sin embargo, no pudo concentrarse por completo. La duda parecía incrustada como una espina pulsante en su piel, que le recordaba una y otra vez del extraño malestar acompañado de una irritación inusual y una desesperación en su interior. Hasta ese momento, las discrepancias aparentaban ser simples malentendidos que debían hablarse.
Cuando las clases terminaron, Lillie regresó a su habitación. Se cambió y aceptó la ayuda de los mozos que le insistieron con ligero estrés. Se puso un traje de práctica de pechera azul con detalles en plata y hombreras con alas a los costados. También usó una falda de guerra tableada de cuero resistente en tonos amapola, que hacía juego con las botas altas color gris. Antes de salir de la habitación, los querubines le ofrecieron un casco con adornos angelicales en las esquinas, así que lo aceptó.
Se despidió de ellos y se dirigió a los jardines traseros, pero se detuvo en seco al reconocer la voz de su padre. Se acercó a la puerta cercana e intentó escuchar con más atención, pero no fue posible.
Parecía que el rey hablaba con alguien respecto a un problema, pero no pudo discernir cuál exactamente.
—¿La Llave del Cielo? —susurró lo único que alcanzó a oír.
Reanudó la marcha hacia la puerta principal y abandonó el castillo. Por ahora, lo que deseaba comprender era la diferencia entre algunas de sus memorias y las que otros tenían con respecto a ella.
Llegó al jardín trasero que en realidad era una arena de entrenamiento. Había un cuadrante en el centro como un ring de combate y un edificio semi rectangular a la izquierda. Parecía una barraca para las armas, las duchas y de más necesidades de los cadetes.
Se acercó al grupo de ángeles adolescentes reunidos en un círculo junto al ring. Algunos la saludaron amablemente y ofrecieron reverencias tímidas. Sin embargo, ninguno se quedó a su lado.
Casi todos tenían las alas claras, cuerpos delgados y musculosos y vestían pecheras, faldas protectoras para la guerra, hombreras y botas altas. Algunos portaban cascos con alitas a los lados, mientras que otros usaban protecciones en sus cuellos como pañoletas doradas y rojas. La mayoría se reía tranquilamente, hablaban sobre los entrenamientos, las clases en las academias populares y el próximo Torneo de Reclutamiento que se realizaba con ayuda del Campeón del Cielo.
Cuando un ángel mayor se acercó al cuadrilátero, todos guardaron silencio y se posicionaron en una línea frontal. Lillie los imitó y aguardó. El recién llegado era alto, de cabello largo y rubio, sujetado en una coleta. Sus ojos eran de un azul celeste, su tez de un tono blanco rosado y su armadura de color bronce. Traía una capa ornamental con la simbología del Gran Comandante de la Orden Anti-Infernal, Lord Michael.
—Buenos días, cadetes —dijo, con una voz agradable y varonil—, hoy vamos a continuar el entrenamiento básico con espadas. En la lección anterior trabajamos con arcos y lanzas, pero la espada suele ser más técnica y la favorita de muchos. Quiero que tomen las de práctica y seleccionen a un compañero. Recuerden que estamos aprendiendo a identificar nuestras cualidades y nuestro estilo de combate.
Rápidamente, los chicos hicieron parejas y dejaron a Lillie excluida. La chica observó por unos segundos y creyó que nadie la elegiría. De alguna manera, era lo que había esperado, como si fuera una situación constante a la que estaba acostumbrada.
Caminó hasta el mueble de armas y tomó una. Soltó un respiro pesado. Aunque era algo que parecía haber sido recurrente, le dolía. El rechazo de otros le reiteraba la abominación que era para los estándares celestes. Por esa razón, era irónico que estuviera allí.
Antes de regresar a la arena de práctica, uno de los chicos se acercó a ella y la saludó con una sonrisa radiante. Era un muchacho alto, de tez muy oscura, ojos color gris y cabello negro y muy corto.
—¿Puedo ser su compañero hoy, su alteza? —pidió él amablemente.
Ella asintió, pero se percató de las miradas de todos. No comprendía por qué la veían como si hubiera hecho algo sumamente extraño. Se sintió incómoda, aunque no lo expresó. Mantuvo el rostro serio y prestó atención al maestro.
—Vamos a trabajar la retaguardia. No quiero reproches —continuó el profesor.
La mayoría de los chicos hizo un sonido de recriminación, luego se burlaron juguetones ante la mueca molesta del profesor y obedecieron. Lillie usó el espadín, justo como su compañero, y se posicionó lista para defenderse. El chico asintió y lanzó un ataque demasiado simple y sin fuerza, por lo que ella no se movió. Otra vez, el acto se repitió. Y después igual. Hasta que Lillie chistó con la boca y negó.
—¿Qué pasa? —dijo un poco retadora—. ¿No puedes hacerlo mejor?
Los cadetes junto a ellos abandonaron sus prácticas y observaron con los ojos abiertos de par en par. El profesor notó la interacción y comenzó a volar hacia el lugar de ellos.
—¿Disculpe, princesa? —respondió el compañero de entrenamiento.
—Ni siquiera te estás esforzando —siguió la chica, pero ahora molesta—. En un combate real, estarías muerto.
El muchacho se sintió ofendido y arremetió con energía. Lillie sonrió satisfecha y lo esquivó fácilmente.
—¿Qué sucede? —el profesor interrumpió.
—Nada —contestó ella y preparó el arma.
Por unos momentos, el profesor miró interesado. El compañero de Lillie lucía levemente fastidiado y acrecentaba la potencia con cada espadazo. Entonces, cuando el maestro creyó que iba a dañar a la princesa, se interpuso.
—¡Malik! ¡Detente! —pidió asustado—. Sabes bien que no debes atacar como en un combate directo.
—¿Por qué no? —fue Lillie quien respondió.
El resto de los adolescentes detuvieron sus prácticas para mirar interesados y confundidos. El profesor se acercó a la princesa y la encaró. Negó en forma desaprobatoria y se cruzó de brazos.
—¿Disculpe, su alteza? —contestó sorprendido.
—¿Por qué Malik no debe atacar como en un combate real? Estamos entrenando para la guerra, ¿no? O eso me dijo mi padre —aseguró ella.
Los cadetes se miraron entre sí y comenzaron a murmurar, pues era algo que no se veía todos los días. Estaban acostumbrados a obedecer sin cuestionar, como dictaban las leyes divinas. Era parte esencial de su sociedad.
—Sí, obviamente —repuso el profesor con ligero pesar—. Sin embargo, usted todavía está en un nivel básico. Por eso, entrena con el grupo de novatos.
—¿Nivel básico? —renegó muy ofendida—. ¡Claro que no! Aquí mismo podría enfrentarlos a todos y ganarles, incluso a ti —agregó con arrogancia para provocarlo.
Si había algo que la princesa odiaba, era que dudaran de sus capacidades. No tenía control de sus memorias, pero había una sensación que le indicaba algo sumamente importante. Jamás permitiría que la hicieran sentir “frágil” e “incapaz”.
—¿Qué dijo? —El profesor dio unos pasos hacia adelante, desafiante y más irritado que al inicio—. Le pido que cuide sus palabras, su alteza. A diferencia del Sabio Isaiah y Lord Michael, yo no estoy aquí para tolerar sus caprichos. Malik, así como el resto, saben lo que deben hacer frente a usted.
Lillie bufó enfadada y levantó la espada al frente, como una forma para confrontarlo. Dio un paso más y se subió al ring en un salto.
—¿Por qué no lo averiguamos, profesor? Si tanto insistes en que no podré defenderme de ninguno de mis compañeros, hagamos una demostración —solicitó con una sonrisa segura.
El profesor cayó en su juego, debido a su orgullo como guerrero e inmadurez por su juventud, así que asintió. Era mucho más joven que la mayoría de los generales, comandantes y grandes líderes, por lo que se guió por el enojo que sentía. No iba a permitir que nadie lo humillara de esa forma. Entonces, organizó a los cadetes en una fila del peor al mejor y les ordenó que subieran a la arena de combate.
—En ese caso, hoy haremos algo distinto. Su alteza desea que entrenemos en combate más real, y así será —dijo orgulloso. Empujó al primer estudiante y sonrió—. ¡Comiencen!
Lillie puso una mueca de diversión. Esquivó al primero, que apenas era capaz de controlar la espada, le tomó el brazo en una arremetida y usó su propio peso y velocidad para sacarlo del cuadrilátero.
—Uno —contó ella satisfecha.
El profesor llamó al siguiente y la pelea inició. Otra vez, la chica hizo quedar en ridículo a su compañero y lo hizo tropezar. Se acercó a la orilla y mostró una sonrisa de vanidad.
—Dos.
—¡Vamos, vamos! ¡El que sigue! ¡No se queden como inútiles! —ordenó el profesor cada vez más enfurruñado.
Nuevamente, la princesa terminó el combate en un par de minutos. Cada uno de sus compañeros quedó impresionado y la observaron de una forma distinta. Al inicio, habían mostrado condolencia, como si fuera débil y delicada, pero ahora era todo lo contrario. Ella parecía una guerrera como los grandes generales, así que los chicos comenzaron a aplaudir cada que ganaba. Al final, Lillie derrotó a Malik, quien era el mejor de la clase. La pelea duró un poco más de dos minutos y el chico le arrojó una mirada de perplejidad y respeto absoluto.
—¿Y bien? —dijo la princesa, sin dejar de reír de oreja a oreja—. ¿Haremos esto más interesante?
—Sí —aseguró el maestro y subió al ring. Se escucharon sonidos de alerta por parte de los cadetes, pero no se detuvo. Tomó una de las espadas de entrenamiento y la elevó como la tradición dictaba. Abrió las alas y se preparó para pelear—. Me sorprende que, hasta ahora, muestre sus habilidades, su alteza. Lord Michael me ha instruido de acuerdo con los avances que, según él, han hecho en las clases privadas.
—¿Enserio? —contestó interesada en lo que revelaba. No tenía recolección de ninguna clase junto a un arcángel bajo ese nombre, por eso comprendió que era una mentira incrustada en la mente de los involucrados. No obstante, sí recordaba algo con claridad. Quizá no estaba grabado a la perfección en su cabeza, pero su cuerpo lo demostraba. Tener una espada en la mano parecía lo más natural del mundo, algo con lo que sabía que había crecido—. ¡Vamos a pelear!
—¡Acepto su reto!
El profesor saltó, voló y se le abalanzó, pero ella fue más rápida. Dio un giro acrobático y casi le dio un golpe directo. Las espadas hicieron un sonido típico por su material de madera, pero no se detuvieron. Los estudiantes, por su cuenta, gritaron emocionados y comenzaron a apoyar a Lillie.
—¡Vamos su alteza! ¡Usted puede ganar! ¡Es increíble! —vociferaron como porristas.
La chica saltó un par de veces y giró sobre su eje, lanzando una patada alta para desestabilizar al profesor, quien perdió la espada y se hizo hacia atrás. La miró fijamente, con una mueca llena de incredulidad, y por fin se inclinó en forma de respeto y elogio.
—Bien hecho, su alteza —dijo al admitir su derrota.
Lillie soltó un respiro profundo y limpió un poco del sudor que había en su frente. Se le acercó y le ofreció la mano en forma de compañerismo y consideración.
—Gracias —habló amable.
Él la miró desconcertado y aceptó el gesto.
—¿Por qué me agradece? —inquirió curioso.
—Cumpliste mis caprichos.
—¡Profesor Jael! —Se escuchó una voz en las cercanías.
Los chicos se dispersaron al reconocer a los que se acercaban. Se colocaron en pares y tomaron sus espadas para disimular que seguían en el entrenamiento. Lillie, por su parte, miró a la derecha y encontró un rostro conocido. Se quedó inmóvil y sin saber cómo comportarse, pues su cabeza era un torbellino de recuerdos incoherentes y cargados de alertas.
Los recién llegados portaban armaduras en tonos oro y plata. Sus alas estaban protegidas en la parte superior con hermosos corindones, que conectaban con el resto de la coraza. El primero era un hombre musculoso, de tez oscura y ojos blancos. La segunda era una joven casi de la misma edad que Lillie, pero de piel muy oscura y ojos tan bonitos como la miel.
La princesa dio un paso atrás y soltó el arma como un reflejo. El resto la miró y pusieron caras de alerta. ¿Acaso le ocurría algo malo? La chica sintió que su respiración se entrecortaba y que su cuerpo temblaba un poco.
—¿Señorita? ¿Pasa algo? —preguntó el profesor con suma consternación.
—Eurielle —Lillie susurró, sin poder comprender por qué recordaba a la chica de ojos claros, pero en un combate letal entre ellas.
Creía que estaba en peligro, ya que no tenía a Chaosholder para defenderse de ese arcángel. No sabía por qué, pero sentía que en cualquier momento abrirían una pelea a muerte. Por más que lo intentaba, no comprendía la razón. Hubo un punzar tan agudo en su cabeza que se mareó y sintió nauseas. Su mente se llenó de escenas distorsionadas por una estática extrañísima, pero podía verse a sí misma frente a esa guerrera, en otro momento y, quizás, en otra realidad.
Agachó el rostro, gimió de dolor y se tambaleó. Su energía parecía abandonarla rápidamente y creyó que todo daba vueltas a su alrededor. Cerró los ojos y cayó al suelo.
—¡Princesa Lillie! —gritaron algunos estudiantes asustados.
Los sonidos comenzaron a oírse lejanos, como si un líquido denso los rodeara. Había voces de niños, risitas tiernas y, de cuando en cuando, pasos apresurados. Lillie sentía algo cálido en su pecho, pero también una amargura hiriente, que le apachurraba el pecho. Era una contradicción demasiado desconcertante.
Abrió los ojos y reconoció su alcoba en el castillo. Se incorporó y vio a un par de ángeles pequeños junto a la cama. Eran los mismos querubines que solían ayudarla a vestirse.
—Señorita, no se levante —indicó uno de estos.
No obedeció y se dirigió hacia la puerta del balcón. La abrió y salió. La luz del sol ya no era tan clara y, gracias a los edificios, creaba sombras largas rumbo al oriente. La noche estaba por llegar, así que supuso que no podría terminar el resto de las actividades que su padre le pidió.
—El rey decidió cancelar la fiesta de hoy —informó el otro querubín—. Está muy preocupado por usted. Vino a visitarla, mientras usted dormía. Nos pidió que nos quedáramos a su lado, hasta que se sintiera mejor.
—Estoy mejor —dijo con la voz un poco rasposa. Regresó a la habitación y bebió de un vaso de agua que estaba en la mesita de noche—. ¿Dónde está Eurielle?
—¿Lady Eurielle? Eh… —el querubín titubeó, sin saber qué decir.
—Sí, ella.
—Seguramente está en el coliseo, señorita. Lady Eurielle es la Campeona del Cielo, así que tiene responsabilidades militares muy importantes, como comandar a los mejores soldados de la Guardia Anti-Infernal. Suele estar muy ocupada.
Eso sí podía afirmarlo. No comprendía cómo, pero estaba segura que el querubín no mentía. De alguna manera extraña, sabía que Eurielle era un arcángel de la más alta categoría y una guerrera poderosa y temible.
—En estos momentos, está trabajando en la organización del Torneo de Reclutamiento que se hará en honor al título que porta —continuó el ángel—, por eso tiene mucho trabajo. La competición es para enrolar a los mejores, reagrupar a las milicias y darles a los inconformes la oportunidad de cambiar su estatus social, así que es muy importante.
—Me gustaría hablar con ella.
Se acercó a la puerta y la abrió. Ignoró las frases de consternación de los sirvientes y salió al pasillo. No obstante, no pudo ni avanzar, ya que su padre la detuvo al llegar a la entrada. Él venía de la izquierda y se apresuró para interceptarla.
—¿Lillie? ¿Por qué no estás en la cama? ¿Te sientes mejor? —dudó el hombre.
Asintió tímidamente y mantuvo la distancia. Todavía era difícil interactuar con él, en especial por lo que sus pensamientos le dictaban respecto a que no debía estar ahí.
—Me diste un susto. Lady Eurielle y tu profesor te trajeron inconsciente hasta acá. Pensé que te habías lastimado en el entrenamiento, pero Jael comenzó a balbucear sobre tu potencial y no sé qué más ridiculeces —agregó pensativo.
Escuchó un poco, pero se perdió en una memoria del pasado distante. Se veía a sí misma de una edad muy joven junto a dos niños más. Agachó el rostro y se aseguró de algo. Aquello que recordaba, esa parte minúscula de su infancia, incluidos los rostros de los pequeños, no parecía tener coherencia en su vida. ¿Quiénes eran y por qué convivieron con ella?
—¿Papá? —lo interrumpió.
—¿Sí? —dijo el hombre cariñoso.
—¿Podemos hablar en privado? —pidió y evadió su mirada para que no pudiera detectar la incertidumbre que se presentaba en el sudor de sus manos.
—Lillie, no me pidas que hagamos la fiesta hoy. Hace unos minutos, los invitados recibieron la noticia. La haremos hasta el fin de semana, después del Torneo de Reclutamiento.
—No es sobre eso.
El rey la observó inquieto y asintió. Le tomó la mano y la guió hasta una de las salas privadas que usaba con sus sirvientes más allegados. Selló la puerta y esperó. La chica, por su cuenta, dio unos pasos hacia la mesa de la habitación y encontró documentos recientes.
—¿Lillie? —pronunció el hombre con leve impaciencia.
Se giró y lo encaró. Sin embargo, ahora que estaban solos, creía que cometería un error fatal si externaba sus ideas. No tenía ninguna protección, además de la armadura amateur que usaba para los entrenamientos y que aún traía puesta.
—¿Qué pasa, hija? —insistió Elohim.
Soltó un respiro pesado y prefirió interrogarlo sobre otro tema.
—¿Dónde está Chaosholder? Sé que la tienes escondida, así que no me mientas.
—¿Mentirte? Jamás haría tal cosa, cariño —dijo afable—. Chaosholder es un arma Maldita, y lo sabes bien. Es una de las espadas provenientes de la Bóveda de la Devastación, creada por seres híbridos.
—Nefilinos, sí. No tienes que repetirlo. Sé quién la hizo, pero quiero saber dónde está.
—¿Para qué? —interrogó con genuina preocupación.
—Porque es mi espada —recriminó, conteniendo la ira creciente que aparecía como un burbujeo en su esófago.
—Lo es, pero eres muy joven todavía para manejarla. Además, no me gustaría que la gente comience a decir estupideces. Suficientes problemas tengo con los incidentes externos al reino, más la economía decadente en los territorios del sur y del continente Malakim —contestó atolondrado y como si golpeara las palabras, ante el estrés de su trabajo—. Está protegida, así que no te preocupes.
—Me gustaría tenerla conmigo.
Los ojos del rey brillaron mágicamente, de forma que parecían más claros de lo usual. Lillie sabía que estaba molesto, puesto que, en algún momento del pasado, lo vio hacer lo mismo, cuando discutió con alguien más en otro lugar. Miró los alrededores y se sintió en pánico. Él no debe estar aquí, se repitió en un monólogo. ¿O soy yo la que debe desaparecer? Levantó las manos temblorosas y las miró. Las lágrimas se apilaron en sus ojos y su mente fue atacada por la imagen de un día oscuro y lleno de nubes tormentosas. Entonces, observó a su padre y le arrojó una mirada de odio.
—Me abandonaste… —susurró, confundida y con la cabeza palpitándole por el esfuerzo que hacía para recordar.
Elohim se acercó a ella y la abrazó. Le dijo que todo estaba bien, que nunca la abandonaría y que no debía preocuparse por nada. Le aseguró que ahí sería feliz. Le acarició la cabeza, hasta que se calmó. La dejó sollozar un poco más y se distanció unos centímetros.
—¿Qué ocurre, mi princesa? —preguntó sumamente paternal.
—Nada, no es nada —mintió, sin saber por qué se había sentido tan extraña minutos atrás. Se limpió el rostro y caminó rumbo a la puerta—. Por favor, quiero mi espada —insistió, antes de abandonar la sala.
Salió, caminó por el pasillo y llegó a su habitación. Les pidió a los sirvientes que la dejaran sola y se quedó en el balcón. Retiró la pechera y la dejó caer al suelo. Se recargó en la baranda y miró el cielo despejado.
—¿Qué mierda está pasando? —musitó enojada con sigo misma—. ¿Y quiénes son esos niños que veo en mis recuerdos? ¿Por qué estábamos jugando juntos? —suspiró profundo y sus lágrimas comenzaron a caer—. Además, ¿por qué aparecen los rostros de personas que nunca he visto? ¿Por qué veo a Eurielle peleando contra mí?
Se sentía aprisionada por las dudas, como si fueran cadenas en sus muñecas y tobillos, como si estuviera en alguna celda oscura y fría. Había situaciones que contradecían parte de su esencia, justo como lo ocurrido en los entrenamientos. ¿De dónde sacaban los ángeles que era débil? Era una ofensa que no perdonaría jamás. Luego, detuvo los reproches y se cuestionó algo distinto. ¿Por qué nadie dice nada respecto a mi origen?
—Soy un Nefilino —pronunció en voz baja, como si no debiera decirlo con tanta evidencia.
Y, sin importar la verdad, nadie opinaba o intentaba hacerle daño. Se suponía que los Nefilinos eran temidos y odiados, híbridos entre lo mundano del Infierno y lo divino del Cielo. Ella era un monstruo, atrapado en la sangre de dos entidades contrarias. Pero estaba en el reino de su padre, como si fueran una familia ordinaria, mientras que todos la llamaban “princesa”.
Se molestó y regresó a la habitación. Se acercó al espejo y se miró confundida. Su cuerpo delgado se veía extraño sin las ropas que prefería usar. Su cabello largo también estaba fuera de lugar. O eso se aseguraba. Entonces, buscó en los cajones del peinador unas tijeras o algo filoso, pero no encontró nada. Soltó un bufido de frustración y negó.
Alguien llamó a la puerta, así que se tranquilizó.
—Adelante —dijo con un tono fingido, para que nadie notara que estaba ahogada entre las ansias y la desesperación.
Una escolta entró, portando un mango estilizado con la punta adornada por un cristal rojo. Reverenciaron a la chica y dejaron el objeto sobre la mesita de té.
—Su padre nos indicó que deseaba tener su espada con usted, su alteza —dijeron los ángeles.
—Gracias.
Los soldados se despidieron y salieron, así que Lillie no aguardó ni un segundo. Se acercó y tocó el mango. Sintió el poder recorrer cada parte de su cuerpo, como si un líquido entrara por sus venas y agudizara sus sentidos. Levantó el arma y usó su magia. La cuchilla de Chaosholder apareció y mostró un aspecto grueso y letal. En el centro tenía tallados de calaveras demoniacas y angelicales, marcadas con detalles extras en el metal plateado. La chica sonrió y tocó con cautela el filo. Parecía que la espada se comunicaba con ella, como si comprendiera la rabia que existía en lo más profundo de su corazón.
Sin embargo, gracias a la inspección que hizo, notó algo inusual. Chaosholder tenía reparaciones en el mango que debía estar oxidado y deteriorado. Lucía nuevo y resplandeciente. Las amarras rojas y negras estaban entrelazadas y muy limpias. Había un rubí en el parte superior que parecía activo por su brillo. Quizá papá usó un hechizo para restaurarla, se convenció , aunque sabía que no era posible. Las armas de los Nefilinos no podían ser forjadas por nadie más que ellos mismos o alguien con magia “manchada” por alguna reliquia perteneciente a esos híbridos. A pesar de las capacidades del Rey Celestial, no había ningún rastro de su magia que pudiera permitirle usar o modificar las armas de la Devastación.
Lillie prefirió engañarse y buscó un lugar para su espada. La colocó en la pared, entre unos toalleros, y la miró con el rostro lleno de felicidad. Para ella, era una parte esencial de su ser. Era su compañera de combate y su defensora. Era la seguridad que le permitía adentrarse a lo desconocido y pelear sin miedos.
Soltó un suspiro de satisfacción y se acercó a la cama. Retiró su playera, falda y botas, y las dejó sobre el colchón. Se acercó al baño y cerró la puerta. Se quitó el resto de las prendas interiores y abrió la llave del agua. Preparó la tina y se metió. Necesitaba aclarar la turbulencia en su mente, así que creyó que encontraría paz en la ducha.
Cerró los ojos y se relajó. Por unos minutos, disfrutó la sensación tersa del agua. Sin embargo, otra vez se encontró desorientada. Ahora era distinto. Había un pensamiento de curiosidad, pero cargado de miedo. Acarició sus brazos tonificados y bajó por su pecho. No era una chica voluptuosa y nunca se había considerado bonita. No tenía idea de cómo se veía a sí misma cuando se trataba de su propio cuerpo. Aun así, tenía algo en claro. La figura femenina le parecía perfecta, hermosa y sumamente atrayente. Lo descubrió mucho tiempo atrás, pero jamás lo había analizado.
Entonces, bajó por su vientre y se detuvo antes de llegar a la pelvis. Su mente arrojó una fantasía erótica y sonrió levemente. Imaginaba a una chica frente suyo, una que fuera linda, con pechos grandes y caderas amplias. Cerró los ojos y comenzó a frotar justo entre sus piernas. Soltó un resoplido suave y disfrutó el movimiento circular que hacía constantemente. Se rio con gusto y continuó la fantasía. El cuerpo femenino se acercaba a ella y le tocaba los hombros. No obstante, cuando pudo ver el rostro, abrió los ojos y se detuvo; era la cara de la humana de sus sueños.
Analizó a profundidad. ¿Por qué fantaseaba con alguien que parecía no existir? Tiempo atrás, utilizó su imaginación para satisfacerse, pero nunca vio un rostro específico. Tan sólo era un cuerpo desconocido. ¿Por qué ahora sí aparecía uno en concreto?
Terminó de ducharse y se secó. Se enredó con la toalla y salió del baño. Buscó un cuaderno y un lápiz en el escritorio, para comenzar a dibujar. Trazó la figura de esa chica y agregó un par de detalles extras en su cuerpo desnudo. Al terminar, la miró y creyó que no era más que una falacia. Negó y se regañó como si cometiera un error. ¿Por qué le daba tanta importancia a algo sin aparente valor? Intentó convencerse de que no debía preocuparse, pero la curiosidad se quedó latente en las observaciones que hacía de aquello que la rodeaba.
—Será mejor que me aliste —susurró de manera neutral para tranquilizarse—. Papá quiere que cene con él. Es una ridiculez tener que ponerme un vestido cada que salgo de mi habitación. Una verdadera estupidez —repitió molesta y comenzó a cepillar su cabello.
Finalmente, se prometió que investigaría más si la situación se repetía. Tal vez todo estaba bien. Ella era la Princesa Celestial y podía disfrutar de su vida junto a su padre. Debía enfocarse en eso, así pareciera una mentira.