A Kuroko le encantan los pechos.
Bueno, no exactamente los pechos femeninos, pero podía admitir que el cuerpo de una mujer era sensual y atraía muchas miradas. Su ejemplo más cercano era su amiga Momoi, cuya belleza resaltaba desde la secundaria y dejaba delirando a todos los hombres a su paso. Él también fue victima de esas miradas, solo que con otro objetivo nada amigable. Después de todo la chica estaba profundamente enamorada del chico fantasma y no desaprovechaba ninguna oportunidad para mostrarle afecto. Por ello era consciente de que los pechos de las mujeres alborotarían a cualquiera pues, sus delgados brazos, sintieron varias veces su comodidad.
Pero Kuroko Tetsuya no era cualquiera.
No sabía cuanto agradecería a la entrenadora Aida y a su habilidad de ver en una especie de porcentaje las habilidades ajenas con solo ver un cuerpo desnudo. El primer día del club y los hizo desnudarse para, en un futuro, clasificarlos y trabajar juntos una rutina personalizada. A esas alturas nada le sorprendía, así que obedeció.
Grandes fueron sus sorpresas al ver que aquel chico que tanto le interesó en el día de inscripciones a los clubes tenía tan buenos… atributos.
Kuroko si acaso se interesó una vez románticamente, fallando en el intento, pero no era de piedra. El grandulón que se hizo llamar Kagami Taiga tenía, pese a su corta edad, una cantidad de tejido mamario que le alborotó la hormona. En ese momento decidió que, además de volverse su sombra, se mantendría cerca de él para cuidar ese formado pecho.
Y fue un hombre muy afortunado cuando, con el tiempo, cayó enamorado de bronceado chico, siendo correspondido en un amor tan puro y rosa.
Lo que Kagami no sabía era con qué clase de pervertido se puso de novio.
Cada que Kuroko tenía la oportunidad lo abrazaba. Procuraba abrazarlo en público, tiernamente, amoroso y gentil, para que en el momento que estuvieran a solas no fuera sorpresa el estar pegado a su torso como Koala con la cabeza totalmente apoyada en los fornidos pectorales que solo crecían y crecían con el ritmo de los juegos.
No sabía si estar feliz del desarrollo o asustado, pues no dejaban de crecer.
Su primera vez teniendo sexo fue romántica. Kuroko no era tan desalmado para volver esa experiencia importante para ambos en algo sucio y lujurioso. Él también quería desfrutarlo por lo que era, la unión de dos personas completamente enamoradas.
Pero también era de la generación de los milagros y una vez empezado el juego no había vuelta atrás.
Se encontró en la cama durmiendo acostado ahí los días que pedía permiso y se quedaba en el departamento de Kagami por las noches. Durante el sexo estaba viendo ahí, cuando tenía a Kagami encima embistiéndolo; o tocando ahí, cuando era él a quien le tocaba montarlo haciendo crujir la cama. También procuraba cuidar ahí durante los entrenamientos ya que su estúpido novio acostumbraba a limpiarse el sudor con el extremo opuesto de su camisa, dejando expuestos sus pectorales a todo el mundo. O los días especiales donde entrenaban en la playa y las chicas, metidas en asuntos y hombres ajenos, murmuraban lo atractivo que era su hombre.
Y es que Kagami sí era ardiente, pero también era suyo. Y sus pechos eran completamente suyos.
Hubo una ocasión donde se aventuró a tocarlos sin afán sexual. Simplemente él, sentado frente a frente en sus piernas, con Kagami entretenido en un partido de baloncesto americano, atreviéndose a levantar su camisa. Kagami era un buen novio que no usaba camisas sin mangas por debajo.
Le preguntó que hacía, pero Kuroko solo contestó que siguiera viendo el partido. La camisa había quedado encima de sus hombros, dejando el torso al aire.
Para ese entonces Kagami ya hasta había entrado al gimnasio para complementar sus entrenamientos escolares. Pensó en ir a rezar a buda otro día, esas máquinas industriales le estaban haciendo dos grandes favores.
Grandes, casi del tamaño de su cabeza. De una piel naturalmente bronceada que pensó en que si Kagami llegase a producir leche tendría un sabor a caramelo. La leche sería caliente, su novio era de una temperatura y sangre ardientes.
Sin pena y con mucha gloria puso su cabeza en medio de tal enormes atributos. Y como no era suficiente para asfixiarlo hizo más apretado el asunto con sus manos. Los trabajados pechos de Taiga le envolvían deliciosamente. El partido dejó de escucharse, solo se escuchaban los latidos de su corazón retumbar en su pequeña cabeza y sus propia respiración rebotar entre los pechos y terminar en su frente.
A esos se refería cuando decía que le encantaban los pechos.
Sin embargo, necesitaba más.
Hundirse en esas caramelizadas almohadas no era todo. Oh, no, claro que no. También estaban esos dos puntos más… chocolatosos que tocar.
Kagami era de piel trigueña. A diferencia de él, que sus pezones eran de un rosado pálido, los de su novio eran marrones. De un marrón parecido a las barras de chocolate que a veces comían sus compañeros en clase. Aunque ha sido fan del sabor avainillado podía rogar y suplicar por aquel chocolate que, en ese momento, le rozaba en las orejas.
Sin apartarse ni un poco para no perderse el calor que le brindaban esos pechos, atrapó uno en su boca. Eran algo grandes, proporcionales a la masa en la que estaban pegados, pero Kuroko los lamió como el caramelo más delicioso del mundo. Eran suaves y una vez erectos la lengua ya no bastaba.
Una mordida aquí y otra allá. Y Kuroko se sintió realizado una vez se alejó y observó que aquellos fornidos y enormes pectorales, que podían terminar con el hambre de todo recién nacido de japón, se veían rosados por las mordidas e hinchados por el nada sutil manoseo.
—K-Kuroko…
Entonces también pensó que Kagami, además de tener esos pechos del tamaño de dos malditos barcos, tenía un sonrojo tan adorable cuando le miraba con esos ojos llenos de lujuria y enfado. La mano de Kagami ya no estaba en el control, ahora se ocupaba de tapar su boca con el dorso.
A Kuroko le encantaban los pechos de Kagami, y ahora sabía que no era el único que disfrutaba de ellos.