Han pasado 2 años desde los últimos acontecimientos donde nuestros protagonistas debieron enfrentar en una cruel batalla a todo el odio y resentimiento de los humanos castigados a través de los años por las distintas generaciones de Condes D, sumado a los animales afectados por la venganza llevada en manos del padre de nuestro joven Conde.
Aunque aquellos dos años fueron relativamente tranquilos, no estuvieron exentos de conflictos. El joven Rau wu fei, logró montar su propio dominio lejos de la sombra de su familia, instalando un nuevo edificio y devolviendo Neo China Town a su familia. El Conde apoyó al joven heredero (ahora desheredado) instalando la tienda en el piso 5 del edificio llamado “Golden Tower”, un edificio de 17 pisos, caracterizado por su fachada de tonos dorados.
También se había sumado a la causa, al igual que varios inquilinos el estilista, a quien se le atribuía el nombre de la torre debido a su especie, y aunque la cosa entre el gerente y él no resultara, ambos tenían un tratado de paz por ser accionistas del lugar. Marcos había colaborado con el oriental para que éste se independizara, después de todo, tenían un contrato de sangre que al año se disolvió, otorgándo la libertad al rubio.
Por otro lado, León Orcot había abandonado al Conde, debido a un hecho puntual. El oriental tuvo la oportunidad de perseguirlo, pero priorizó a la tienda antes que su relación. Meses después del incidente del miasma, hubo un operativo en el cual León salió herido de gravedad, impidiendo que volviera a caminar, D se culpó de ello por no llegar a tiempo a socorrerlo, pues se encontraba de viaje y por más que trataron de contactarlo, era demasiado tarde. Tras meses de rehabilitación sin éxito y una depresión que no mejoraba, León tuvo la oportunidad de ir a Alemania a realizar un tratamiento experimental, le pidió a su amado oriental que le acompañara y trasladaran la tienda una temporada, pero D, preso de la culpa de no ser suficiente para curar a León de su mente y cuerpo, decide rechazar la propuesta y quedarse en Japón. Ese día algo entre ambos terminó roto.
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Permiso… ¿Conde ? - llamó a la entrada el estilista.
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¡Oh! ¿Qué le trae por aquí? Aún no es hora del té.
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Siempre es hora del té. - ríe. - Pensé que podríamos ir a tomar el té a otro lado.
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¿Otro lado? - miró poco convencido.
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¿Acaso lo olvidó? hoy es la luna de sangre, quedó en acompañarme.
La luna de sangre era un día en el que la luna se apreciaba de gran tamaño y de un color medio rojo, debido a que la luz que ilumina a la luna pasa a través de la atmósfera de la tierra, dispersando la luz azul y refractando la luz roja en ella. Dicha instancia era un momento especial para los íncubos y súcubos, debido a que podían encontrarse con otros de su especie y aparearse para concebir, demonios puros, no humanos convertidos. Como el estilista dudaba de ser el único de su especie, quería ir, pero de no encontrar a nadie como él, necesitaría del Conde para protegerse de los demás. Aparearse con un dorado podía considerarse un privilegio.
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Cierto… ¿le avisó a Taizu a lo que iría?
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¿Para qué? - Respondió - No es que deba avisarle de lo que haga, el contrato fue roto por mutuo acuerdo.
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Aún así, usted sabe lo mucho que se preocupa por su bienestar.
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¿Quién se imaginaría que seríamos buenos amigos? - pensó. -. Menos con el bebé en camino, ¿me preguntó a quién se parecerá?.
Tiempo atrás Rau wu fei, había conocido a una joven en un bar cuando Marcos estaba en Miami, la joven tenía rasgos similares al estilista y terminó acostándose con ella. Tuvo que asumir cuando descubre que la dejó embarazada, aún dudando si el bebé era suyo o no, puesto que no recordaba nada del encuentro casual. Marcos al enterarse del engaño y de la consecuencia, le pidió que asumiera la responsabilidad, un bebé no tenía la culpa de las acciones de los adultos, él lo había experimentado de primera mano en su infancia. Tras varios días, el oriental accede a la petición del rubio de terminar el contrato de sangre.
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¿Y si el bebé resultara no ser de Taizu? - cuestionó el Conde. - Una vez que nazca, será más seguro realizar un exámen.
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Aún así, las cosas están mejor como están ahora. - dijo el rubio.
Sabía que no podía decir nada más y fue por sus cosas, cerrando la tienda e iniciando su viaje con su rubio amigo. Él no era necesariamente el mejor en aconsejar al estilista sobre asuntos amorosos.
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Taizu, he suspendido todas las reuniones del martes para que asista al parto.
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Gracias Chin, después de todo, no todos los días nace mi supuesto hijo.
Estaba ansioso, una vez que naciera la criatura se daría respuesta a la gran interrogante que le tuvo preso por varios meses, ¿era suyo realmente?, lo último que recordó esa noche fue que aquella joven estaba sentada frente suyo conversando; había discutido con Marcos por teléfono y por ello sintió la necesidad de salir a tomar algo. Pero al despertar se encontró acostado afuera del edificio, siendo despertado por el Conde quien venía de buscar una mascota.
Si el bebé no era suyo, sabía que tenía que hacer, regresar con el rubio cueste lo que cueste y recuperar su confianza. Estaba seguro de que el niño no era suyo.
Llegó la noche, la luna lucía hermosa, como la reina de la noche, anticipando la más romántica de las veladas. Divisaron como llegaban uno a uno cada asistente. Ansioso, el rubio en su forma demoniaca miraba si podía encontrar a alguien de su especie, no le interesaba aparearse como al resto, solamente quería no ser el único. Finalmente tras miles de cortejos de distintos seres, desistió y le pidió al Conde que regresaran a casa. No había nadie como él.
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No se desanime Queen, habrán próximas oportunidades.
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Gracias por acompañarme, pero dudo que asista de nuevo.
Llegó el día martes, un día cualquiera para el íncubo, sabía que significaba esa fecha, pero no era de su incumbencia. Fue a visitar su salón temprano, de paso visitar al Conde para beber té.
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¿Aún desanimado?
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Para nada. - suspiró. - Pensaba en aquella noche.
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Fue tan cotizado, aunque no fueran de su raza, eran excelentes candidatos y candidatas.
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Tal vez debí elegir alguno y aparearme no más. - suspiró. - Al menos no tendría hambre… La sangre ayuda, pero no es suficiente.
Cerca de ahí estaba el gerente, quien entraba a la tienda en busca de un té para calmar los nervios del parto. Pero dicha sensación cambia a la ira al oír que el rubio había salido a aparearse, aunque sin resultado, solamente el hecho de que lo intentó para él le hervía la sangre. Tomó aire y comentó:
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Conociéndote, no será fácil que logres saciarte.
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Buenos días Taizu, ¿qué le trae por acá? - dijo el oriental de ojos bicolores.
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¿Ansioso por el parto? - preguntó el rubio.
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Por el adn, más que el mismo parto. - respondió.
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El niño no tiene la culpa, sea suyo o no, sin ti ese niño podría quedar sólo. - dijo el rubio, mirando con tristeza la taza de té.
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Recuerdo lo que me solicitaste, lo cumpliré, pero ansío respuestas.
El Conde miraba aquella escena, recordaba a Criss cuando León lo trajo por primera vez, el niño no tenía la culpa de la muerte de su madre y de no poder hablar, muchas veces se lo dijo al detective. ¿Cómo estarán ambos? ¿León habrá vuelto a Estados Unidos o seguirá en Alemania? Cuánto extrañaba a aquel hombre.
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¿Conde? - preguntaron los gerentes al ver como una lágrima caía a través de la mejilla del bicolor.
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Oh, no es nada… Taizu, concuerdo con Marcos, pero no se pierda la oportunidad de presenciar el parto.
Tras la taza de té, se levantó y Chin le siguió, mientras el rubio miraba preocupado al encargado de la tienda, no podía ayudarle sabiendo que la mente del oriental estaba en otro lado, en un abismo de arrepentimiento. Lo último que supo de León fue que el tratamiento era prometedor y que los exámenes lo aprobaban como paciente, que incluía dos operaciones y mucha fisioterapia, fuera de eso, habían meses sin saber de su compatriota.
Sabía que la depresión de León no se debía al Conde, no era su culpa, León no le culpaba. Le deprimía ser una carga, no poder proteger a su amado, no poder amarle. De seguir así, sin viajar, León no habría sobrevivido. Fue el mismo estilista quien lo recomendó para Alemania, quién utilizó sus nexos, esperando que el oriental le acompañase en el proceso, jamás imaginó que D no quisiera trasladar la tienda. No era consciente de que el Conde, se sentía tan culpable de no llegar a tiempo, al igual que el mismo estilista que no pudo curar aquella herida debido a que él estaba acompañando al bicolor en ese viaje.
<< Si tan solo yo me hubiera quedado>> pensó.
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Conde, ¿por qué no va a descansar y yo me quedo cuidando la tienda?
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Estoy bien, usted debería irse a trabajar, ¿no dijo que tenía una reunión muy importante? - Responde mientras lo empuja hacia la salida.
Habían transcurrido las horas, un niño robusto había nacido; le habían extraído una muestra para su análisis y ahora se encontraba en los brazos de quien posiblemente fuera su padre. Desconocía el por qué no estaba aquella presencia que le hablaba cuando se encontraba en aquel lugar seguro, flotando.
Con el bebé en brazos, procesaba lo ocurrido en el parto; todo estaba bien, el bebé había nacido sin complicaciones; pero no pasó mucho cuando la madre de aquel niño comenzó a tener fiebre y a balbucear muchas cosas:
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El niño… el niño…
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Yo lo tengo, tranquila, es un hombre.
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Lo siento… realmente lo siento… - jadeaba.
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Guarda silencio, los doctores necesitan que te tranquilices y les dejes atenderte.
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No es tuyo… - dijo. - Simplemente te… acompañé y dejé afuera del edificio.
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¿Qué dices?... no, no, no te duermas, demonios, dí algo más.
En ese instante, aquella mujer tuvo un paro cardiaco y no fue posible reanimarla. Él había hecho un trato, de criar al niño fuese o no de él, pero aquella mujer, sabiendo la respuesta esperó hasta el último momento para informarle, cuando ya no había nada más que hacer, sabiendo que el oriental no se retractaría.
No sabía qué hacer, sentía muchas cosas, estaba destrozado y con un bebé en brazos. Sacó su teléfono y marcó el número de la persona en la que más confiaba, lo maldijo por pedirle que asumiera ese compromiso antes de que el niño naciera, pero sabía que gran parte de la culpa era de sí mismo.
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¿Qué ocurre?
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El bebé… nació.
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Felicitaciones.
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Ella falleció.
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¿Estás bien?
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Dijo que… no era mío.
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¿Rau?
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Dijo que… no era mío. - dijo entre sollozos.
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Escuchame, quédate ahí mismo.
Al cabo de media hora, la silueta rubia llega frente a quién parecía un estropajo, sentado en el suelo, afuera de las salas de maternidad. Le abrazó y dejó que llorara en su hombro, eso hacen los amigos pensó.
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¿Dónde está?
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Es ese de ahí… ya le tomaron las muestras, estarán en una semana.
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Eso es lo de menos, dime ¿en qué puedo ayudarte?
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Esa maldita, dijo todo lo que quiso y se murió. - respondió con mucha rabia.
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Calma, calma, lo hecho, hecho está.
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Dijo que no lo hicimos, que no era mío.
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Comprendo… - ocultó su sorpresa. - ¿Crees que puedas con el bebé? ¿Contratarás a alguien?
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No puedo dejar que se sepa que no es mío… Me llevaré el secreto a la tumba.
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Si lo que te dijo es cierto, el examen lo arrojará.
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Deja que te traiga algo de café, lo necesitas.
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¿Puedes quedarte así? - dijo mientras abrazaba al rubio. - No necesito café.
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¿Hace cuánto que no comes? - sentía que debía mantener el límite. - Necesitarás energía.
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Entonces quédate tú aquí. - se puso de pie. - Necesito aire.
El rubio dudó de que fuera lo correcto y se arrepintió de negarle la petición anterior, tenía miedo de que algo le pasara. Le siguió desde lejos.
Fue a la máquina de café, depositó un billete y esperó que su café se preparara, mirando hacia la ventana y por un instante vio una silueta familiar que no veía hace mucho, estaba abordando un taxi. Negó con la cabeza y pensó que estaba volviéndose loco. Al voltear, notó que el rubio le observaba a lo lejos, preocupado. Se acercó hacia él y se bebió el café.