No había imaginado en ningún momento que tendría la posibilidad de estar a solas con el chico más popular del colegio. No éramos compañeros de curso, pero lo veía pasar frente al salón cada recreo. Desde que la madre de Emma comenzó a salir con su padre tuve la posibilidad de entrar a la casa de aquel chico de ojos azules como el mar nocturno. Nunca me había visto, pese a las innumerables ocasiones en las que me quedaba en aquella casa a las afueras, parecía que el serio y altivo joven de cabello negro nunca había notado mi presencia. Emma era muy cercana a él y, al parecer, era la única persona a la que él permitía tener ciertas confianzas. Siendo honesto, no era él la razón por la que iba a su casa. Emma, para mí, siempre ha sido mi hermana pequeña, la quiero tanto como a Demian, ambos de edad similar, me recuerdan la pureza que se debe intentar preservar en las almas jóvenes e inocentes. Hacíamos todo juntos, íbamos a todas partes, si no fuésemos hermanastros, pasaríamos probablemente por mellizos, o lo habríamos parecido, en aquel entonces. Lo poco que recuerdo de aquellas visitas era a Emma soñando despierta y haciéndome reír y a su hermanastro encerrado en la inmensa biblioteca que se encontraba en el segundo nivel. Los dormitorios de ambos colindaban con aquella habitación absolutamente gobernada por cientos y cientos de tomos de las mejores obras.
Pasaron un par de años hasta que el divorcio de su madre y mi padre se declaró legalmente, y aquella mujer se volvió a casar ahora con el padre de él. Mientras ellos viajaban por su luna de miel, se les ocurrió a este chico y un amigo, apoyados por Emma, de ir a cierta cabaña, para hacer excursión y disfrutar lo que quedaba de las vacaciones. No solo fueron ellos tres, Emma me invitó a mí y, además de nosotros, fueron la novia del amigo y otra pareja cuyo nombre no recuerdo. <<¿Qué edad tenía en aquel entonces?>>, probablemente 16, aunque no lo recuerdo con certeza.
Muchos de mis recuerdos de esa edad son borrosos y confusos. Los primeros días no puedo negar que fueron bastante tranquilos, creo que Emma aún tiene fotos de aquello. Un día se decidió que iríamos a recorrer la montaña, ese fue el inicio de la desesperación. Emma me pidió que me quedara con su hermano, quien quería ir al baño y como estaba oscureciendo le preocupaba que se quedara solo. No podía negarme a nada de lo que esos ojitos azul cielo me pidieran, ¿cómo decirle que no a tu hermana pequeña que te observa suplicante con aquellos ojos vidriosos? Ellos continuaron el descenso a cargo del 2do al mando, Henry, el amigo número uno de aquel chico que le quitaba el sueño a cualquiera que fuera encandilado con su perfección.
Luego de unos minutos de avanzar, él reconoció haberse extraviado, pero se veía tan afligido, parecía sentirse tan culpable. Un error lo comete cualquiera, ¿no? No recuerdo cómo es que ingresamos a una pequeña cueva, me aterré al pensar en tener que pasar la noche en la montaña, yo que no tenía ni un ápice de conocimiento sobre excursionismo, montaña, ni nada por el estilo, pero él se veía seguro y tranquilo y eso me hacía sentir mejor. Y si lo analizo, él era así, por eso llevaba tanto tiempo amándolo en secreto. Siempre reservado, inteligente, popular, increíblemente guapo y tenía cierta fama… era todo un casanova y se decía por los pasillos que no era precisamente heterosexual. ¿Qué chance podría tener yo? Ese es otro punto que aclarar, yo no me considero homosexual, no le veo nada de malo, es que solo me había gustado él, entonces no es que a mí me gusten los hombres, a mí me gustaba él… lo amaba a él.
—¿Estás bien? ¿Tienes frío? —preguntó demostrando preocupación, mi corazón latía solo por oír su voz tan cerca de mí.
—Tengo algo de frío, pero no te preocupes, no creo que esto vaya a matarme —respondí intentando sonreírle. No quería preocuparlo, ya estábamos en una situación bastante complicada.
—No te creo, ¡tienes los labios azules! ¡Quítate la ropa!
No entendí, ¿qué era aquello? Me sentí tan feliz al darme cuenta de que se había alarmado por mí, estaba realmente preocupado, se sentía culpable por tenerme en aquella situación. Para mí el hecho de estar aquella noche tan cerca de él, sabiendo que notaba mi existencia, que no era aire que pasaba a su lado y nada más, era lo suficiente como para estar agradecido el resto de mi vida. El primer amor es el más peligroso de todos, es absolutamente irracional, ¿por qué? Porque nos volvemos absolutamente ciegos, sordos y perdemos gran porcentaje de nuestro coeficiente intelectual. No somos capaces de detectar una trampa, una traición o una mentira hasta que ya hemos sido envueltos en ella. Es como una telaraña, caer en aquellos hilos es una sentencia de muerte, por mucho que se intente, es imposible escapar, se está inmóvil, simplemente, a la espera de que llegue la araña, te envuelva con su poderoso y delicado hilo y desintegre tu interior.
Recuerdo, aun cuando intenté olvidarlo millones de veces, que se recostó en el suelo sobre una manta cubriéndose con otra cerca del fuego, era una situación extraña, ¿cómo meterme cerca del cuerpo de alguien más? No era como en las duchas del colegio, además, era la persona por la que suspiraba desde hacía tiempo atrás, no quería que notara lo nervioso que me ponía. Me senté lo más lejos que pude de él y me cubrí con las mantas. De repente depositó un beso en mi frente, en un acto reflejo lo alejé de mí con fuerza, mi corazón latía desesperado, mis brazos temblaban. Dijo que estaba viendo si tenía fiebre, la verdad es que, a pesar de haber tenido algunas novias, jamás me había acostado con ninguna de ellas. Puede que suene cursi y de niña rosa, pero realmente anhelaba hacerlo con alguien que de verdad me importara, con alguien para quien yo fuera especial.
—¿Nunca con un hombre antes?
—No, nunca con alguien antes —confesé al fin. Ya estaba todo dicho, no solo era tímido, sino que, además, era cartucho.
—¿Nunca, nunca, nada de nada con alguien? —parecía sorprendido.
No lo culpo, a nuestra edad es muy raro encontrarse a alguien totalmente virgen, y por lo general se les cataloga de “homosexuales”, “mariquitas”, “fletos” o “afeminados”, como si la orientación sexual de una persona determinara su valor. Es una vergüenza ser hombre luego de los 15 y no haber debutado. Y no es que me las quiera dar de moralista, creyente ferviente o algo por el estilo, no voy a negar que, muchas veces, tuve ese impulso animal que prácticamente te devora. Tampoco voy a negar que hubo ocasiones en las que casi me dejé llevar por completo, pero, en realidad, si yo no lo había hecho, era simplemente por una convicción, no pensaba que el acostarme con cualquiera fuera a hacerme más hombre de lo que soy, era cuestión de respetarme a mí mismo y lo sigo creyendo, me tilden de lo que me tilden.
No sé cómo fue que terminé confesándole que me gustaba, no recuerdo qué dije, ni qué hice, pero recuerdo claramente que luego de eso sujetó mi mentón e hizo que quedáramos mirada con mirada. Podía perderme en esos ojos azul profundo, era un océano tormentoso que me hacía sentir que, sin importar lo que me resistiera, iba a naufragar. Algo dijo, no recuerdo muy bien sus palabras, pero entendí algo sobre que él también estaba esperando a alguien especial. ¿Podría ser posible que todo lo que se decía de él en realidad solo fueran rumores? Ese fue el momento glorioso en que probé el viciado sabor de sus labios, sin embargo, era inevitable no desear más de él, era tan apasionado, su cuerpo era tan caliente que no pude contenerme, lo deseaba, no me importaba nada en aquel momento más que ser suyo. Aunque, al mismo tiempo tenía tanto miedo, mis sentimientos estaban expuestos, él podía hacer con ello lo que se le diera la gana.
—Andrés, por favor, no me rompas el corazón —rogué.
—Jamás —dijo en un susurro.
Me besó apasionadamente, descendió por mi cuello, lo succionaba, pero siempre siendo cuidadoso, delicado, como si pudiera romperme. Llegó hasta mi pecho, besó mis tetillas, las acarició suavemente, las mordisqueó, mi cuerpo sentía cada una de las caricias que hacía como el recorrido de una corriente eléctrica por mi espina dorsal. Descendió lentamente por mi abdomen hasta encontrarse con mi miembro.
—¿Quieres que siga?
—Sí, por favor —no había nada en ese minuto que fuera capaz de hacerme reaccionar, recapacitar.
Lo introdujo en su boca, sentía el roce de su lengua, la humedad de su cavidad, la succión que producía en él. Estaba absolutamente indefenso ante sus expertas caricias, esa seguridad con la que iba por la vida solo despertaba mi más profunda admiración por él. Comenzó a acariciar aquella abertura, no negaré que me asusté, estaba nervioso, supongo que era normal.
—Si te duele me dices para que me detenga, ¿está bien?
—¡Mírame! Me gusta verte así de excitado, quiero que veas lo que hago contigo, lo que te hago sentir —me ordenó, pero era tan difícil, porque todo lo que me hacía sentir me gustaba, hacía que me sintiera bien, pero al mismo tiempo estaba consciente de que él observaba cada una de mis reacciones.
Me penetraba lentamente con su dedo, lo metía y lo sacaba, parecía que se excitaba viendo los placeres que me producía. No podía evitar gemir. Luego de eso me penetró lenta y suavemente con su virilidad, con un cuidado difícil de creer que fuera mentira. Instintivamente me contraje, pero sus palabras eran dulces y lascivas y no pude evitar dejarme ir a la deriva de sus aguas turbulentas. Luego de eso creo que la pasión y el placer me consumieron por completo, comencé a suplicar que me diera todo de él.
—¡Dame más, lo quiero más fuerte! Quiero sentirte dentro de mí.
—¿En serio crees que podrías soportarlo? —preguntó sorprendido.
—Sí, por favor, te deseo —estaba extasiado y totalmente enrojecido.
Se sujetó de mis caderas y comenzó a embestirme con fuerza, rítmicamente, circularmente, era tan intenso que sentía que quemaba. Lo último que recuerdo de aquella noche fue cuando acabamos, fue intenso, jamás creí que se pudiera sentir tan bien, luego de eso me quedé dormido. Y hubiera preferido que aquel sueño no hubiera llegado nunca a su fin, o habría preferido haber muerto extraviado en la montaña a lo que pasó aquella mañana. Por alguna extraña razón le confesé abiertamente mis sentimientos, no solo me gustaba, no solo lo admiraba, estaba perdidamente enamorado de él, podría haber hecho todo lo que me hubiera pedido y más, pero su respuesta fue tan cruel y despreciable como la reputación que lo precedía.
—Joseph, no te confundas. Lo pasamos bien, pero no por eso vas a hablar de amor. Tú solo eres uno más en mi lista y nada más.
El mundo realmente se destruyó ante mis ojos, mis principios, mis deseos, todo lo que yo había valorado parecían carecer de sentido. Creí, por un instante, que de verdad había notado mi existencia, pero no, solo tenía curiosidad de saber cómo era en la cama. Su rechazo no me habría dolido tanto si no se hubiera aprovechado de lo que sentía, me utilizó y me tiró a la basura como el peor de los estropajos, viejos, sucios y malolientes. El desamor arde más fuerte que el amor, quema como el hielo de la montaña y las llagas que produce no sanan con nada.
Solo se oía el tic tac del reloj de péndulo que colgaba en la pared. El joven de ojos verdes hizo una pausa, hacía tanto tiempo que no había recorrido esos pasajes de su memoria. Ya no le producían la misma desesperación de años atrás, lo afectaban, claro que sí, pero las ganas de llorar eran tan diferentes. El vacío que sentía en su pecho era tolerable, no así como la desolación en la que había caído luego de estar en sus brazos.
—Joseph, ¿lo has notado? Al parecer hemos hecho un progreso —dijo el hombre sentado frente al diván donde el joven se encontraba recostado. Era un sujeto maduro, de entre 45 y 49 años. Sus ojos grises como el acero eran amables y extrañamente cálidos. Probablemente se debía a aquellas arruguitas que los circundaban. Se sacó los lentes de marco plateado y negro y terminó de anotar unas líneas en aquella ficha de color café claro—. Ahora hemos podido hablar de lo que ocurrió aquella vez de corrido y tu reacción ha sido mucho más tranquila. Eso significa que, poco a poco, lo vamos superando. ¿Cómo te sientes?
—Bueno doctor, no es que me haga muy feliz tener que hablar de aquella vez —respondió con la mirada perdida en el horizonte.
La oficina del Dr. Greesen se encontraba en el piso más alto de la nueva torre de oficinas que se construyó en la ciudad. Había sido su terapeuta desde su primer intento de suicidio. Sabían que sería una recuperación lenta y dolorosa, pero aquel médico ponía todo de su parte para ayudarlo, después de todo, era amigo de su hijo mayor desde mucho antes del evento traumático que le sucedió.
El sol se ocultaba en aquella fría ciudad, Joseph parecía que cada día se liberaba un poco de aquellas cadenas que estuvieron a punto de asfixiarlo.