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¿Inesperado? por vathiel

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Notas del capitulo: Perdón si encuentran alguna incoherencia, lo que pasa es que éste relato lo hice para un trabajo de la escuela y uno de los personajes era chica asi que tuve que hacer algunos arreglos n_nU.

Se podía observar lo húmedo de las calles desde cualquier parte por la que uno deseara mirar, es más, solo tenías que quitarte la gorra o bajar tu paraguas unos instantes y al volver a subir tu protección a un punto apropiado para resguardarte de la lluvia cuando podía apreciarse en tu rostro, cabello y abrigo un sinnúmero de pequeñas gotitas de agua resbalando, haciéndote sentir más frío del que se anunciaba en el reporte del clima. Ésta sensación junto con el viento producía un estado de ensoñación en el cuerpo de un joven, el cual iba protegido con solo un suéter de lana, aparte de su habitual uniforme; el cual consistía en una camiseta azul marino con el logotipo de la empresa al lado izquierdo, cerca del corazón (según su jefe para que trabajaran con más entusiasmo), y un pantalón formal en color negro, aparte de sus zapatos los cuales ahora se encontraban enlodados gracias a la lluvia. Ahí estaba él, esperando un autobús, que por cierto iba atrasado, para poder llegar al su trabajo. Ahora además de llegar tarde llegaría mojado.

Cuando por fin llegó a su trabajo se alegro de que el local se encontrara calentito y  que acabarán de preparar otra ronda de café negro, al menos así soportaría la humedad de su ropa. El jefe, que ya daba una imagen de ogro enojado, tomó una imagen más hosca de la habitual arrugando las cejas y tirándose del poco cabello que le quedaba y gesticulando con rabia, nuestro joven amigo solo asentía con cansancio asegurándole a su patrón que ese tipo de retraso no volvería a cometerse – lo cual no era completamente cierto pues cada vez que llovía la misma situación pasaba –, resumiendo, el pobre muchacho repetía lo que había dicho todos los días desde que empezó su semana laboral. Por fin el chico pudo ir a ejercer su labor en la pequeña cafetería de la universidad, ésta última le ofrecía un plan de estudios que realizaba los fines de semana mientras cubría parte de su beca y de sus gastos diarios trabajando en esa linda abastecedora de cafeína. Tal vez está por demás mencionar que no era una universidad cualquiera en la que trabajaba el muchacho, se trataba de una universidad para gente de clase media-alta o alta (económicamente hablando) y él era – afortunada o desafortunadamente – de clase media-baja o baja, considerándose a si mismo un obrero y reprimiéndose cada vez que se auto flagelaba con ese pensamiento.
Ya casi era mediodía cuando la cafetería comenzó a abarrotarse de estudiantes que salían de clases o que, por el frío y la lluvia, había pasado de ellas y habían decidido ir a resguardarse en el cálido interior de la cómoda cafetería.
Como las ropas del chico estaban aún mojadas fue decido que él se encargaría de la limpieza del piso y de atender la caja registradora, lo cual el muchacho odiaba pues siempre terminaba pagando el faltante de su propio bolsillo. El joven maldijo por lo bajo al clima mientras se dirigía hacía la parte trasera de la cafetería por lo que sería su herramienta de trabajo, es decir, un trapeador de gas. Cuando regresó con susodicha herramienta sujetada con su mano derecha pudo ver como el establecimiento había ido rellenándose de gente durante su pequeña ausencia. Volvió a maldecir por lo bajo. A él no le gustaba la gente de esa universidad, exceptuando claro a sus amigos de curso porque ellos se encontraban en la misma situación que él, pensar que iba a tener que aguantar servir a esos niñitos mimados cinco días a la semana en un horario de 7 horas por día era casi insoportable. ¿Por qué no podía dejar de maldecir?
A decir verdad su vida no era tan mala. A su opinión, había sido bendecido con unos padres ejemplares, comprensivos y afectuosos, estaba orgulloso de ellos – aunque no se los dijera –; y también había sido bendecido, a opinión de otros, con la dicha de ser hijo único. Sus padres lo habían apoyado en su decisión de trabajar y estudiar para poder ayudar con los gastos del hogar, esto le producía una sensación de autosuficiencia que, según él, podía dejar por los suelos la egolatría de todos los niñitos ricos de la universidad.
Bien, después de esta pequeña reflexión, solo le quedaba recargar su “apreciado” trapeador en un lugar cerca de la caja y empezar su turno cobrando a la clientela. “¡Estúpido autobús! – repitió mentalmente –, ¿por qué no llegas a tiempo?”. Había comenzado un pequeño monólogo con si mismo dentro de su cabeza mientras se dirigía con paso desgarbado hacía la caja registradora para comenzar a cobrarles los capuchinos y los moka de vainilla a un grupo de jovencitas que se arremolinaba frente a ésta para pagar su café. Al llegar a su destino el joven les ofreció una falsa sonrisa de gentileza suavizando sus facciones y destacando la elegancia de sus éstas las cuales, según le comentaba la clientela, eran encubiertas por su uniforme de empleado. “¿Por qué siempre pasa esto?” siguió comentándose en sus adentros al mismo tiempo en el que las clientas se retiraban del lugar.
Todas sus compañeras de trabajo le repetían que tenía una hermosa apariencia mientras que sus compañeros le decían que tenía ojos de mujer, lo cual lo molestaba bastante pero esa molestia desaparecía cuando una mujer se le insinuaba haciendo que sus compañeros desviaran la mirada al percibir el reflejo de suficiencia que dejaba ver la sonrisa del muchacho. Definitivamente eso era un arma de dos filos. Aún así nunca había salido con alguna de las muchachas que llegaban a la cafetería, él siempre las rechazaba con su fingida amabilidad mientras pensaba “niñitas de papi”, y ellas fruncían los labios, dejando el establecimiento en un segundo sintiendo que su imagen había sido dañada.
Está bien, admitámoslo, a éste chico se le sube el ego muy fácilmente pero tengámosle un poco de compasión, al fin y al cabo, es hijo único.

La verdad es que hemos seguido al joven hasta aquí porque habrá un acontecimiento conmovedor. Por favor, prepárense para tener una hemorragia de ternura.El muchacho seguía frente a la máquina registradora, jugando con un lapicero que había encontrado en la mesa, la expresión en su cara era de aburrimiento total. 

-    Disculpa, ese es mi lapicero. – el chico levantó perezosamente la cabeza para encontrarse con un rubio que le sonreía tiernamente mientras extendía la mano para recibir el lápiz. 

Una sensación invadió los sentidos del joven, algo parecido a cuando uno recuerda todo lo que pasó en un año, todos los sentimientos que experimentaste durante 12 meses se agolpan en un instante y te preguntas cómo es que has vivido tanto y en tan poco tiempo, algo similar le pasó a nuestro amigo pero a una velocidad vertiginosamente rápida, dejándolo por un segundo con una cara atontada. El muchacho lo observó con una ligera nota de asombro en sus ojos pero que desapareció con una nueva sonrisa. 

-    Debí haberlo olvidado cuando pedí mi café. – tomó su lapicero de las manos del chico que se había quedado en un estado de aturdimiento del cual pudo salir gracias al pequeño roce que tuvieron sus propias manos con las del joven.

Este sólo susurro un “gracias” y se retiró a su mesa.

En ese momento el muchacho tuvo una magnífica idea y decidió que ya era tiempo de empezar a ayudar con la limpieza del local. Tomó su fiel herramienta de trabajo y comenzó a pasear el trapeador de gas por la superficie mojada del piso. Al pasar junto a la mesa de “el chico del lapicero” empezó a perder la seguridad y su plan de acercamiento pareció de repente no ser tan buena idea. Cuando estaba a punto de pasar olímpicamente al lado del ojiazul no calculó bien la distancia entre sus pies y el trapeador, tropezando con la que era su querida compañera de trabajo – es decir, el trapeador – para ahora volverse en su Némesis.
El resultado de ésta catastrófica situación fue que el muchacho cayó llevándose la mesa consigo y manchando a todos los que se encontraban alrededor, incluyendo a “el chico del lapicero”. El tiempo parecía haberse detenido mientras meditaba un poco lo que acababa de suceder. En realidad era increíble que eso le estuviera pasando. Giró su cabeza lentamente para ver que había pasado con el rubio, éste estaba cubierto de crema batida y canela. Nuestro amigo no podía dejar de maldecir en su mente.

Entonces ocurrió algo casi mágico, algo que dejaría atónito a cualquiera. El muchacho comenzó reírse, comenzando por una risa ahogada y terminando con una risa estridente. El pelinegro solo lo observo pasmado. Cuando termino de reírse, se levantó, caminó hacía él ofreciéndole una mano para ayudarlo a levantarse. 

-    Mi nombre es Naruto. – comentó el chico, risueño. 

-    Yo soy Sasuke. – respondió el joven tomando su mano.  

Notas finales:

Acepto críticas constructivas =)


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