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Jugando con fuego por Aome1565

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Notas del capitulo:

Aquí estoy yo otra vez... n////n... con un fic muy a mi estilo (léase: incesto, shota y lemon en el piso alfombrado)...

Pido perdón a quienes leen "Enséñame a nadar", pues aún no lo he terminado, pero no desesperen, pronto tendrás mi dulce actualización... ^^

Este fic lo escribí una madrugada de lluvia, a eso de las 2:45 un 17 de febrero... se habia cortado la luz eléctrica y yo estaba sentada junto a una vela... qué mejor situación como esa para escribir, teniendo como musa una velita desgastada y derretida...

Ahora, quiero hacer unas dedicatorias...:

A Pinky-chan... por ser esa copiona personita que se atrevió a decir que este era el mejor incesto que había escrito... y a quien extrañé mucho, mucho cuando se fue lejos, lejos...

...y a Yami... a quien admiro con total devoción... por escribir como lo hace, por ser tan tierno con cada palabra... por ser una persona tan especial ^////^ (y por casi acribillarme al saber que el fic estaba terminado y no publicado U¬¬)...

Ahora si... pueden leer... muchas gracias por darse una vuelta, y si no es molestia, dejen un review! ^0^...

 

Jugando con fuego...

 

By: Aome

 

 

 

El reloj de pie de la sala hizo sonar sus doce campanadas, indicando la medianoche. Hacía ya una hora que no dejaba de llover y se había cortado la luz eléctrica. Ya iban por la tercer vela que encendían.

 

-Max, deja eso... ya te lo pedí mil y un veces -decía Francis recostado en su correspondiente cama, con sus felinos ojos azules viendo la nada mientras sus dedos jugueteaban con el extremo de su largo y rubio cabello recogido en una cola.

 

-Es que me gusta hacerlo... mira -dijo Maxwell pasando su largo dedo índice por la fina llama de la vela.

 

-Max, te quemarás -dijo el rubio sentándose de golpe en la cama y abriendo los ojos desmesuradamente.

 

-Estate tranquilo, Fran, nada me ocurrirá -calmó Max a su hermano girando su cabeza mientras sus lacios y castaños cabellos se movían con el voltear y entrecerró sus verdes y grandes ojos al mostrar una sonrisa, luego se giró nuevamente hacia la vela que se encontraba dentro de un vaso de vidrio que reposaba sobre una enana banqueta.

 

Francis sonrió al ver a su hermano dedicarle una bonita sonrisa como esa, pero no sólo le gustaban las sonrisas de su hermano, sino todo de él, pero los lazos que los unían no les permitían pasar a encariñarse más allá de lo fraternal.

 

Maxwell continuaba jugando con la llama de la dichosa vela y hacía sombras chinas. El rubio sonreía al ver actuar a su hermano de catorce años como un niño de cinco.

 

-Ven, Fran, a ti te salen bien las sombras -invitó el castaño. El ojiazul accedió sin rodeos y se sentó en el suelo alfombrado del cuarto, junto al menor.

 

-Este es un conejito -dijo Francis enfatizando con dulzura sus palabras y colocando las manos delante del vaso, proyectando la sombra de un simpático conejo en la pared color manteca-. Pero se transforma en un monstruo come-niños -revolvió sus manos y convirtió el conejo en una sombra rara y grande por la proximidad de las manos y la llama.

 

-Pero que no me coma a mí -dijo Maxwell siendo atacado por su hermano, quien se le echó encima para empezar a hacerle cosquillas a ambos lados del torso.

 

Ambos quedaron recostados en el piso, el rubio sobre el menor, manteniendo sus sonrojados rostros a cortas distancias.

 

-Mira, casi se acaba la vela -dijo el ojiverde y se levantó del suelo, imaginando lo que hubiese ocurrido si el mayor acortaba aún más las distancias.

 

Luego de un rato de estar jugando con sus manos, proyectando sombras sobre la pared, a Maxwell se le ocurrió hacerle una jugarreta a su hermano, razón por la cual pasó el dedo por la llama.

 

-¡Ouch! -dijo y se agarró el dedo supuestamente quemado, acercándolo a su pecho mientras agachaba la cabeza notoriamente, ocultando una leve sonrisa.

 

-¡Max! -exclamó el rubio y tomó ambas manos del mencionado para examinarlas, pero las soltó  al notar que nada le había ocurrido-. No juegues de esa forma. Me preocupo por ti y lo sabes -regañó Francis a su hermano, girando la cabeza hacia otro lado y cruzando los brazos por sobre su pecho.

 

Se mantuvieron en silencio largo rato, sin verse a los ojos siquiera, observando el flamear de la llama de la vela.

 

-Que calor hace en este lugar -dijo el rubio rompiendo el silencio mientras se quitaba la remera sin mangas. Maxwell se sonrojó al ver tan de cerca el bien formado cuerpo de su hermano mayor.

 

-¿Qué...qué haces? -preguntó el castaño sonrojándose de a poco.

 

-Pues me quito la remera porque tengo calor, ¿te molesta? -contestó el ojiazul acercando lentamente su cuerpo al del menor.

 

-N... no -dijo Max y se giró hacia la vela-. Voy por otra -Señaló lo que quedaba de la vela y se levantó del suelo.

 

Mientras caminaba por los oscuros pasillos de la casa, el castaño pensaba en las tantas veces que se había imaginado besando a su hermano tres años mayor, en todas las oportunidades que se había escondido en el clóset para verlo vestirse. Siempre había visto a su hermano con ojos más que fraternales.

 

Sacudió la cabeza enérgicamente y se volteó frente al pequeño armario detrás de la puerta de la cocina. Sacó de allí un par de velas y regresó al cuarto que compartía  con el rubio. Al abrir la puerta notó que todo estaba oscuro, ya que la vela anterior había terminado de consumirse.

 

-¿Francis? -preguntó Maxwell tratando de visualizar a su hermano.

 

-Aquí estoy -susurró el rubio en el oído del menor, aferrándose con ambos brazos a su cintura. El ojiverde se sobresaltó ante tal contacto-. No te asustes -volvió a decir y besó suavemente el cuello del castaño, quien forcejeó y se soltó de ese agarre, para encender otra vela, pero al hacerlo, una gota de cera hirviendo cayó en su dedo.

 

-¡Auch! -gritó y apretó la mano en un puño. En sus ojos aparecieron algunas lágrimas, pero los cerró enfatizando una notable mueca de dolor.

 

-Esta vez no me engañarás, Max -dijo el rubio y se cruzó de brazos, pero al ver que el menor había empezado a sollozar, se arrodilló frente a él, estrujándolo dulcemente contra su pecho.

 

-Perdón -susurró Maxwell contra el pecho de su hermano-. Soy un tonto.

 

-Eso no te lo discuto, pero no vuelvas a jugar así conmigo de esa forma jovencito... se supone que mamá y papá te dejaron a mi cargo. Si algo te ocurre no me pagarán.

 

-Como si fuesen a pagarte, Francis -acotó el ojiverde reteniendo la risa.

 

-Déjame ver tu dedo -pidió cortando el abrazo, tomando la mano del menor y acercándola a su rostro.

 

El castaño también acercó su rostro a la mano que el mayor sostenía, dejando los rostros de ambos a escasos centímetros.

 

Francis dejó de observar el dedo levemente afectado y clavó sus felinos ojos azules en el pálido rostro del más chico, iluminado por la vela. Se pateaba internamente al notar que por su mente pasaba la idea de besar ese par de pálidos labios.

 

Maxwell notó la mirada de su hermano fija en él y no pudo evitar sonrojarse. El mayor estaba  a escasos centímetros de su rostro, observándolo como nunca; ofreciendo una hermosa vista de su piel tostada, sus felinos ojos azules y sus rubios y largos cabellos, iluminados por la vela.

 

En ese momento parpadeó poco más largo de lo común y se impulsó quedamente hacia delante, apoyando sus labios en los del rubio, quien se sorprendió al principio por la acción de su hermano, pero luego cerró los ojos, disfrutando del contacto con los suaves labios de su hermano menor. Luego Max abrió un poco más la boca, dando paso a la candente lengua del mayor, que inquieta no dejaba de insinuársele.

 

De la garganta del castaño salió un gemido que allí mismo murió al sentir la lengua del ojiazul acariciarlo por dentro.

 

Francis empezó a notar en su cuerpo las reacciones que ese beso estaba activando y se separó del ojiverde, observándolo fijo. Ambos respiraban entrecortado y poseían los labios completamente colorados.

 

Maxwell se le acercó al oído tímidamente y susurró:

 

-Sé... en qué piensas... pero... no es necesario... que te detengas.

 

Luego volvió a besar los labios del mayor, quien entre sorprendido y excitado rodeó la cintura del menor con un brazo y cubrió su nuca con la otra mano, profundizando el beso, el cual se volvía más pasional momento a momento.

 

Las lenguas de ambos se enredaban en una hirviente danza, sus labios se rozaban con ardiente fuerza, y sus manos ya tomaban carrera sobre la fogosa piel del otro.

 

Maxwell podía sentir como su corazón se aceleraba con cada segundo transcurrido, y en su pecho ya se agolpaba el  apresurado palpitar del mayor, quien, ya sin poder resistirse a la candente tentación, introdujo ambas manos por debajo de la camisa del castaño, acariciando su espalda de abajo hacia arriba y viceversa, luego el abdomen, el pecho, pellizcó ambos pezones, y como última acción, le desabotonó torpemente la camisa, notando todo a todo esto que el menor se dejaba hacer, soltando algunos suspiros desesperados.

 

Cortaron el beso otra vez, teniendo ambos los labios semi-hinchados y colorados; Max poseía ambas mejillas completamente sonrojadas y respiraba entrecortado y agitado. Francis lo observaba fascinado, ya que aunque siempre se hacía pasar por egocéntrico diciendo que él era lo más hermoso que había conocido, en realidad ese papel lo cumplía el castaño, el cual siempre lo había cautivado, y ahora lo tenía ahí, a su merced, con sus lisos cabellos pegados a su rostro, las mejillas completamente coloradas, los labios entreabiertos e hinchados y la cabeza hacia atrás.

 

El rubio terminó de desabotonarle la camisa y lo besó, tomándolo por la nuca mientras le recostaba suavemente en el piso alfombrado.

 

-Fran... -susurró el ojiverde y lo observó fijamente, mientras sonreía sin dejar de respirar agitado.

 

El ojiazul se situó a gatas sobre el menor, con las manos a cada lado de la cabeza de éste  y las rodillas a los lados de sus caderas.

 

Maxwell empezó a jadear por lo bajo al sentir los labios del mayor recorrer su cuello, descender a su pecho y luego detenerse en cada uno de sus pezones, lamiéndolos, mordisqueándolos.

 

Francis continuó su recorrido, descendiendo hasta el ombligo, haciendo rodar su lengua por la blanca piel del castaño, bajando más hasta su vientre, hasta toparse con esos estorbosos pantalones. Alzó la vista, clavando sus felinos ojos azules en las orbes verdes del más chico, pidiendo permiso, a lo cual Max respondió con un sonoro jadeo mientras sus pálidas manos recorrían la morena piel de la espalda del rubio, para luego llegar al borde de los jeans ajustados y empezar a quitárselos tímidamente.

 

El rubio, con suaves toques, deslizó esos pantalones oscuros por las delgadas piernas del ojiverde, para luego quitarle los boxers, dejándolo quedamente desnudo, enseñando la notable erección que poseía.

 

El ojiazul volvió a besar el plano y pálido vientre de Max, descendiendo sus labios hacia la pelvis, empezando a lamer la base del miembro erecto, para luego empezar a saborearlo de abajo hacia arriba y empezando a introducirlo en su boca.

 

-Ah, Fran... mmm -empezaba a gemir el menor, completamente sonrojado, clavando sus ojos en los azules de su hermano, que mantenían fijo el brillo de la vela que cercana a ellos se consumía.

 

El mayor continuó con su tarea de practicar sexo oral al castaño, arrancándole sonoros y roncos gemidos mientras enredaba sus largos y delgados dedos en la dorada cabellera del moreno.

 

Maxwell sentía los labios de su hermano envolver su virilidad, su lengua saboreándolo, sus dientes, que de vez en cuando clavaba en el erecto miembro, proporcionándole más placer de lo que alguna vez pudo haber sentido.

 

Varias corrientes eléctricas recorrieron el cuerpo del menor, yendo a parar todas hasta su virilidad, indicándole la cercanía del orgasmo.

 

-Fran, me... me corro... ah -gemía el ojiverde, levantando las caderas, pera luego correrse dentro de la boca del rubio, quien tragó todo el espeso y blanquecino líquido.

 

El castaño gemía agitadamente, con la cabeza hacia atrás. Sintió los largos dedos del mayor quitarle los húmedos cabellos del rostro, y luego lo besó suavemente. Abrió los ojos con pesadez, encontrándose con la felina mirada del ojiazul.

 

Éste último volvió a besar los ardientes labios del menor, envolviendo su nuca con una mano, utilizando los dedos de la otra recorrer su espalda, como si de un desliz sobre hielo se tratase, hasta llegar a sus nalgas y acariciarlas, a lo cual el castaño respondió con un pesado suspiro y flexionó un poco sus piernas, acomodándose para lo que venía.

 

Comprendiendo la reciente acción, Francis introdujo dos dedos en el cuerpo del ojiverde.

 

-¡Ah! -gritó Max al sentir tan repentina invasión, pero el mayor le dio un corto beso en los labios, acallándolo.

 

-¿No te gustaría que se moviese? -preguntó el ojiazul susurrando en su oído.

 

-No-si -respondió repentinamente al sentir como aquellos largos dedos se removían en su interior, tocando algún punto sensible, logrando un placentero cosquilleo. El ojiverde abrió un poco más las piernas y cerró los ojos, concentrándose en ese inmenso placer. Guió sus manos hasta las caderas del mayor y empezó a deslizar los jeans que había desabrochado. Sus manos participaban de ese candente contacto con las nalgas del rubio, sus largas y morenas piernas, retirando los molestos jeans y luego los boxers.

 

-¿Listo? -preguntó el mayo en un leve susurro, recibiendo como respuesta  sólo un suave gemido.

 

Francis bajó la cabeza, observando su latente erección, la cual ya empezaba a doler. Aproximó su pelvis a la entrada del más chico y retiró sus dedos; el ojiverde se quejó con un débil ronroneo al sentirse así de vacío, pero luego gimió febril y cortamente al sentir algo más ancho que esos dos dedos empezando a penetrarlo.

 

La respiración del moreno se aceleró y echó hacia atrás la cabeza, empezando a sentir la estrechura del menor rodearlo.

 

-¿Qué te parece... que... se... moviera? -preguntó el rubio, entreabriendo los ojos, observando la febril expresión del menor, quien negó con la cabeza al sentir el miembro del mayor penetrarlo aún más.

 

-Quítalo, Francis -soltó el castaño, acompañando sus palabras con un gemido. El ojiazul colocó una mano en la cadera del castaño y terminó de penetrarlo.

 

-Mmm... ¿lo... quito?

 

-Ah, mmm... no, no -gimió el de verdes ojos cuando el mayor amago retirar su miembro, pero luego volvió a introducirlo, tocando un sensible punto, calmando levemente ese cosquilleo, produciendo una placentera sensación.

 

Francis, queriendo más de aquel candente cuerpo, volvió a retirar parte de su miembro para introducirlo nuevamente, a lo cual Max respondió flexionando y abriendo más las piernas mientras gemía roncamente, sintiéndose en el cielo.

 

-Ah, Fran... más... si... -gemía y jadeaba el ojiverde rogando por más, pero al no haber respuesta, enredó ambas piernas en las caderas del mayor, tratando de impulsarlo hacia sí.

 

-Ah... Max... Max... aaahhh -gemía el moreno sintiendo las piernas del más chico impulsándolo a penetrarlo. Apoyó una mano en las caderas del castaño, sosteniéndose mientras empezaba a moverse dentro del cuerpo del menor, y a su otra mano la colocó en la mejilla del mismo, acariciándole los labios con el pulgar.

 

-Francis -susurró el ojiverde, entreabriendo levemente sus hinchados y colorados labios, de los cuales escapaba un desesperado jadeo. El rubio se inclinó y apoyó sus labios en los del ojiverde, disfrutando como nunca de éstos, delineándolos con la punta de la lengua hasta adentrarse en esa ardiente boca, incitando a la lengua del castaño, quien disfrutaba de las caricias que el mayor le daba, sus besos, y se dejaba hacer, entregándose por completo.

 

La vela dentro de ese cuarto se consumía sin control, derritiéndose, reflejando en la pared las figuras de ese par de hermanos, mientras que fuera de la casa llovía torrencialmente, golpeando las ventanas con gruesas gotas de agua; el viento arrastraba todo lo que a su paso había.

 

La ventana del cuarto de Maxwell y Francis estaba completamente empañada, pero desde afuera podía notarse el flamear de la vela y las sombras revolviéndose sobre la pared.

 

-Ah, Francis, así... ah... sí, sí -gritaba el menor al sentir que las embestidas tomaban velocidad. El moreno tomó con una mano el erecto miembro del ojiverde, y mientras lo masturbaba, se inclinó a besarlo fogosamente, pasando luego sus labios por el cuello, el pecho, mordisqueando cada uno de los pezones mientras los largos y finos dedos del más chico se enredaban en su rubia cabellera.

 

Ambos gemían escandalosamente, sin notar que sus padres acababan de llegar a la casa y subían las escaleras.

 

Los mayores notaron esos susurros, que a medida que se acercaban dejaban de ser susurros para convertirse en gemidos. Pensaron que podía ser alguna de esas películas pornográficas, pero los sonidos eran muy reales para ser actuados, y la mujer decidió espiar por la ranura del picaporte, pudiendo ver sólo las sombras de la pared, que aunque muy bien no se entendían, la señora pudo convencerse de lo que allí dentro ocurría. Su rostro empalideció, ella se enderezó y empezó a caminar hacia las escaleras.

 

-Creo que olvidé la cartera -dijo dirigiéndose a su marido y bajó las escaleras; él la siguió, y así como entraron salieron de la casa.

 

-Ah, Fran... ya no... aaahhh -decía Maxwell, soltando un pesado suspiro al eyacular, derramándose en una de las manos del mayor, su vientre y el del moreno, quien, sin dejar de embestir al castaño, relamió sus largos dedos y luego besó al menor, dándole a probar su propio sabor, a lo cual respondió con un profundo suspiro con los labios aún contra los del ojiazul.

 

Una corriente eléctrica recorrió la espina dorsal del rubio, yendo a parar a su vientre, para luego desaparecer en su miembro, eyaculando al instante, cerrando los ojos. Max también los cerró, disfrutando de esa sensación que le provocaba el estar lleno de su hermano, quien volvió a besarlo mientras salía de su cuerpo y se derrumbaba sobre el mismo.

 

El ojiverde se abrazó al cuerpo del rubio sin cortar el beso y extendió las piernas, enredándolas con las del mayor, concentrándose ahora en disfrutar de ese tan cálido beso.

 

Las respiraciones de ambos se regularizaban poco a poco. Ellos mantenían los ojos cerrados, envueltos en un abrazo, sólo iluminados por la vela que amenazaba con apagarse.

 

A Max lo sacudió un escalofrío, razón por la cual Francis se acostó en una de las camas y recostó al menor sobre su pecho, cubriéndolo luego con la frazada.

 

El rubio acariciaba los cabellos castaños del chico sobre su pecho mientras con la otra mano le recorría la espalda.

 

-¿Qué comes para hacer que te ame tanto? -preguntó el moreno, rompiendo el silencio. El ojiverde suspiró y luego contestó, sin abrir los ojos:

 

-Almuerzo y ceno lo mismo que tú todos los días... ¿será que por eso es que yo también te amo de esa forma?

 

El rubio levantó la cabeza del más chico tomándolo del mentón y lo besó suavemente, dejando que el beso se vuelva más vehemente a cada momento.

 

Al cortar el beso porque ya sin el aire no podían estar, la vela se apagó, dejando que la poca iluminación de la alcoba entrase por la empañada ventana. El castaño se acurrucó en el pecho del mayor y cerró los ojos, quedándose dormido al rato.

 

-Te amo -susurró el rubio y cerró los ojos, tratando de dormirse con el aroma del cabello de Max tan cerca de su rostro, abrazándolo fuerte, como si no quisiera perderlo como un sueño al despertar.

 

-Yo igual -fue la respuesta de ensueños del ojiverde, respondiendo a ese cálido abrazo.

 

Luego todo quedó en un mágico silencio, oyéndose sólo el golpear de la lluvia contra la ventana nublada, producto de aquel candente juego...

 

 

Notas finales:

Quieren continuación?...

 

...dejen review...

Aome...


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