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Seis y cuarto por Eiri_Shuichi

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Notas del fanfic:

Agradecimientos especiales a... la persona por la q ando escuchando un grupo y una cancion q hacía años no encontraba ^-^

Notas del capitulo:

"Porq a veces tengo ganas de cambiar mi mundo mas no se por donde empezar"

 

Seis treinta y ocho en la estación, una vez más se le había hecho tarde para el colegio, como de costumbre una de sus rachas artísticas le había llevado al desvelo y, para terminar, su cuerpo insistía en dormir sus necesitadas cuatro horas y media de cada noche, era un milagro que consiguiera levantarse.

 

Entro al vagón y vio los mismos rostros de siempre; aquella mujer con su mini falta y saco negros, su blusa blanca de manga larga, la corbata roja, los zapatos perfectamente pulidos, el cabello finamente recogido y su rostro dulcemente maquillado, suponía que trabajaba en alguna tienda departamental, yacía sentada en el lugar de cada mañana junto con el hombre de traje, algunas canas discernían en su cabello oscuro y su mirada era opaca mientras el anillo en su dedo anular izquierdo brillaba, más adelante una anciana con su canastilla desgastada, su piel arrugada y su cabello blanco la hacían lucir decadente hasta que le sonreía a la pequeña nena de tez clara y cabellos rubios, siempre jovial, la promoción estrepitosa de un sujeto desaliñado que no parecía tener nada que ofrecer excepto sus CD’s ilegales, todos aunados al gentío que se atiborraba en el pequeño espacio.

 

Salió y, tras caminar dos cuadras llego a la entrada de la inmensa Universidad donde estudiaba el segundo semestre; corrió esperando tener tiempo de pasar a la segunda clase. Finalmente el área que le correspondía, a partir de ese lugar todo se volvía mucho más sencillo, por ello siempre llevaba su MP3, era la única manera de entretenerse en sus esperas que podían ser de pocos minutos a horas enteras. Suspiro con cansancio, tendría que llevar a arrastre aquella materia a la que nunca entraba por cuestión del horario.

 

Eran casi las ocho cuando vio salir a sus compañeros y se acerco a un grupo en particular para ir a la siguiente materia; dos largas horas le esperaban, ni siquiera le preguntaron el motivo de su retrazo, siempre era igual con él, las pocas veces en que llegaba a tiempo era cuando quedaban sorprendidos; así hay algunas personas, personas como él o como la vendedora, como el oficinista o la anciana… personas comunes. 

 

 

 

Seis y cuarto, el día anterior había caído rendido al llegar a su casa, los ensayos se estaban convirtiendo en una carga demasiado pesada y, a la vez, le ayudaban a salir a flote, a soportar las inmensas tardes estudiando los cientos de libros de Economía; tenía talento pero eso no implicaba que fuera de su agrado, de cualquier manera no había podido negarse cuando su madre le rogó estudiar una carrera decente. Se quedaba lapsos incalculables imaginándose en un cubículo tan pequeño que asfixiaba, su incomodo escritorio repleto de papeles, gente con la que apenas y conversaba, una calculadora, la computadora que siempre fallaba y él un  adicto a la cafeína; no, aquel no era su sueño de vida aunque comprendía a su madre que ya lo veía en algún rincón de un cuarto, botado y a medio vestir, rodeado de botellas vacías y jeringas, esa era su impresión con respecto a los músicos y, si bien estaba exagerando, era una posibilidad que llevaba consigo el oficio.

 

Eran esos los momentos en que suspiraba hasta que sus pulmones no se inflaban más, cerraba los ojos y se preguntaba si aquello estaba bien, si tanta monotonía era sana y así divagaba hasta quedar profundamente dormido para repetir la historia de nueva cuenta.

 

Pero esta vez era diferente, incluso tenía fe en verle el rostro a su maestro por primera vez en el curso, no era descaro, simplemente a él las cinco de la mañana no le parecían horas de estar despierto; entro al vagón apenas y se sintió observado por su peculiar aparición, no todas las mañana los pasajeros llegaban de golpe cuando la puerta se cerraba. No vio a ninguna mujer ni niños, era normal, ellos debían estar en la sección especial, ¿por qué sería que la anciana y la vendedora siempre iban en el mismo lugar?; en fin, hay viejas costumbres que nunca mueren.

 

No había asientos libres, ni siquiera los que eran para mujeres embarazadas y ancianos, en uno de ellos yacía un hombre obeso que le desagrado con su rostro violento, en otro un muchacho, debía tener quince años y, aunque su apariencia era la de una persona educada solo estaba ahí, como asqueado, ¿cómo se puede ser fresa y de clase media?. “No cabe duda” pensó, “siempre hay gente así…”

 

Su reproductor comenzó a sonar con aquella vieja canción, que tonto podía parecer escuchar un grupo de más de veinte años pero le daba igual, era un clásico; viro el rostro y lo vio, ahí estaba él, al otro extremo con los ojos hacía la ventana sin importar que estuvieran atravesando un túnel: llevaba una sudara verde y unos pantalones de mezclilla azul, el cabello medio alborotado como los granos de café, era moreno pero no demasiado, sus ojos oscuros sus manos posadas en su mochila descuidada, apenas un pequeño arete muy diminuto en la oreja izquierda lo distinguía de todos los demás; era tan ordinario que le causo cierta gracia más no de burla, simplemente era agradable ver que ahí también había gente como la de su horario. 

 

 

 

Al otro día se repitió la historia, una vez más ahí y, tras una semana, le sorprendió lo diferente que era aquel vagón; ¡ni siquiera parecía su ruta!. Cada día un nuevo rostro, a veces tan lleno que no se podía respirar, otras un poco vacío, las personas eran tan variadas y los ambientes tan diversos que le provocaba escalofríos; todo variaba excepto ese chico, siempre en el mismo lugar con la misma expresión, apenas sus poses cambiaban para comodidad y esa sensación se volvía constante, ya no podía evitar buscarlo con la mirada en cuanto entraba y le había llevado la contraria a su propio organismo con tal de llegar a tiempo y es que ya era imposible controlar sus ansias de subir a ese vagón.

 

Podía contar con una sola mente las ocasiones en que sus miradas se cruzaron y aún le sobraban dedos, era como ver a una persona cuya alma ha abandonado su cuerpo para ir a un lugar totalmente lejano e irreal, tan distante que resultaba subyugante; no supo por que pero le llamaba la atención, quizá demasiado. 

 

 

 

Los exámenes finales eran esa semana y se la había pasando estudiando como loco por las noches para no faltar a sus ensayos, intentaba a toda costa mantener al grupo unido y, sin embargo, parecía inútil, todos estaban desistiendo y él se estaba quedando atrás sin saber por qué.Una mañana no pudo más y se quedo dormido, apenas tuvo tiempo de salir y tomar el vagón de las seis treinta y cinco, se había salvado, el examen era a la última hora y con ese alivio cayo en la cuenta de donde estaba; no pudo evitar mirar el lugar de la mujer siempre bien vestida y su atuendo era un poco diferente, posiblemente la hubieran ascendido y, sin embargo, lo que lo dejo atónito fue ver como el hombre a su lado, aquel que un par de meses atrás pareciera triste ahora la abrazaba y se besaban de tanto en tanto, busco la argolla de oro y esta ya no hacía más en su mano.

 

Después quiso encontrar a la anciana y no lo consiguió, la niña iba ahora tomada de la mano con una mujer adulta que parecía ser su madre y decía algo de “Cuando venía con mi abuela siempre me compraba una paleta” mientras la otra asentía con nostalgia; se sintió deprimido, ¿acaso aquella mujer había fallecido?; aparentemente sí y, a pesar de ello, la niña hablaba de ella con tal ilusión que daban ganas de no dejar aquellos recuerdos nunca.

 

Salió, subió las escaleras que daban a la calle y en un pasillo una voz familiar le hizo ver a un local, ahí estaba aquel vendedor ambulante convenciendo a un hombre para comprar un compacto.

 

Las dos cuadras a la Universidad le parecieron eternas, todo y todos cambiaban mas él no, se sentía como la última vez que los viera, antes de saber que “él” existía; incluso termino antes el ensayo con su banda, no estaba de ánimos.

 

Por primera vez se sintió hastiado de las cobijas y se levanto a duchar, tenía fe en que el agua le ayudara a despejar sus dudas y medito con detalle lo que parecía suceder a su alrededor; a sus amigos les gustaba la música pero ahora, al hablar de sus carreras parecían tan entusiasmados que el final era inevitable, seguramente el hombre había tenido que armarse de valor para hablar con la mujer a la que viera cada mañana, la niña había superado la perdida de la anciana y el vendedor había salido adelante a pesar de todo.

¿Qué lo detenía a él para avanzar? tal vez era un miserable…

 

Justo en ese instante recordó la primera vez que vio al muchacho del vagón, el reloj marcaba las seis siete, apenas justo para llegar si esperaba hacer lo que, a su parecer, sería el primer paso. Se vistió en cuestión de segundos y corrió esquivando transeúntes en la avenida para bajar por los escalones de la estación, no se dejo distraer por nada ni por nadie, debía llegar y no le quedaba tiempo. Al estar en la espera vio en dirección al tren. 

 

 

 

-Disculpe, ¿el tren de las seis y cuarto?- pregunto a una mujer

 

-Acaba de pasar 

 

 

 

Se sintió como un idiota, tanto tiempo le había costado decidirse y ahora era tarde, llego el siguiente y subió sin interés al vagón sentándose en un lugar vacío sin ánimos. 

 

 

 

-Buenos días- saludo, al fin y al cabo tenía educación

 

-Buenos días- respondió el de junto 

 

 

 

No supo si fue por curiosidad a aquella voz o porque realmente el destino existe, solo sintió el impulso de voltear y ahí estaba él, a su lado, en un vagón y un horario distinto. Sonrió dichoso, tal vez su suerte mejoraría… Curioso es que hay cosas que llegan solas en esta vida y hay otras que uno debe hacer por si mismo, porque todo cambia incluyendo a las personas, por que a veces buscas y a veces encuentras donde menos lo esperas.
Notas finales:

Hummm... no es un gran fic pero, ustedes entienden la idea =P

Grax!!!!


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