Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Do you really want to hurt me? por Kitana

[Reviews - 70]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Dedicado a las fans del twincest... con esto lo digo todo.

 

Sentado en un solitario y muy oscuro rincón, Milo bebía su cerveza directo de la botella. Se había dejado arrastrar por Kanon y Saga hasta ese lugar sin saber exactamente que esperar. Era la tercera cerveza. Su habituadísimo organismo no sentía aún los estragos del alcohol circulando por su sangre, ni siquiera se sentía eufórico, simplemente no sentía nada.  Solo un calor insoportable y nada más.  Al fin las cervezas hicieron efecto y tuvo que levantarse para ir al baño. Abandonó su cómodo rincón y siguiendo los señalamientos dio por fin con el condenado baño.

No notó que alguien lo estaba mirando, en realidad aunque lo hubiera notado le habría dado lo mismo, estaba demasiado fastidiado.  Esos ojos no le perdían de vista desde que entrara en el lugar.  El dueño de ese par de ojos vigilantes no era otro que Aldebarán de Tauro. El enorme brasileño se mantuvo a buen resguardo hasta que Milo se dirigió al baño. Se acercó a prudente distancia del malhumorado griego. La duda sembrada en el corazón y el odio pintado en el rostro daban cuenta de la tormenta que en su interior se debatía. ¿De verdad él era amante de Saga o era otra de las fanfarronadas del geminiano? No soportaba la idea de que alguien lo tocara... no podía pensar en un castigo lo suficientemente bueno para ambos si es que eso era verdad. Entro al baño y enseguida vio una maraña de cabellos azules inclinada sobre el lavabo, ahí estaba Milo, en todo su esplendor griego, mojándose la cara, pensando en sus asuntos, mostrando su maldito trasero... Aldebarán no podía apartar la mirada de esa zona de la anatomía de Milo. Se imaginó como se sentiría aferrarse a esas espléndidas caderas al tiempo que arremetía a Milo con su pene, el solo pensamiento era en sí mismo demasiado, y la vista que Milo ofrecía no hacia sino incrementar la intensidad de sus deseos. Analizó por un segundo sus posibilidades, ahí estaban, solos, Milo ni siquiera lo había notado, ¿sería capaz de hacerlo por fin? No tuvo tiempo a volver acción el pensamiento, Milo se había incorporado y lo miraba con esos profundos ojos azules llenos de agresividad. La mirada torva en los ojos del griego le indicó que Saga le había contado de su conversación.

-Hola.- dijo Aldebarán. Milo simplemente le miró de pies a cabeza y lanzó un desganado hola que apenas llegó a los oídos del brasileño. - ¿Viniste con Saga?

- Sí, algo así.- dijo Milo sin mucho ánimo de conversar, la mirada en sus ojos se volvió más agresiva, así que después de todo el supuesto interés de Aldebarán no era sino un genuino interés en meterse en las vidas ajenas. Milo se dirigió a la salida ignorando por completo a Aldebarán.

- Maldito Saga... maldito Milo. - murmuró el brasileño sintiendo que al fin estallaría toda la furia que había acumulado desde que llegara a sus oídos el rumor de que la razón por la que Milo y Saga estaban tan unidos en los últimos tiempos era porque se habían vuelto amantes. Milo era uno de los seres más extraños y herméticos que conocía, a decir verdad nunca habían sido muy cercanos. Pero eso no evitaba que siempre estuviera al pendiente de lo que sucedía en la vida del griego. Había notado su interés en Camus, la forma en que miraba a Afrodita en algún momento de su vida, pero jamás había encontrado en esos ojos algo más que desdén cuando lo miraba a él. Y eso le ponía furioso. Golpeó con furia la pared al punto de causar daño a los mosaicos. Salió dispuesto a irse, no quería comprobar con sus propios ojos que esos dos de verdad se entendían.  Milo había vuelto a su rincón, estaba de mal humor, definitivamente ahorcaría a esos gemelos en cuanto los viera, no podía detectar a ninguno de los dos por ninguna parte. Se bebió de golpe lo que quedaba de su cerveza y repasó el panorama con la mirada, no veía por ninguna parte a los gemelos.

-Sucios bastardos... abandonarme aquí... - dijo y se dirigió a la barra para pedir la cuenta y largarse de una vez de ese lugar. Con paso cansino llegó hasta la barra y pidió la cuenta, sinceramente furioso sacó la billetera y pago el monto exacto, la cuenta era enorme gracias a la afición de Saga por el coñac. Echando maldiciones se dirigió a la puerta, definitivamente esos dos le debían una. Salió a la calle. El aire fresco de medianoche le acarició levemente el rostro, estaba furioso. Le habían hecho abandonar su comodísimo sofá solo para dejarlo botado en un antro de mala muerte para seguramente irse a no sé donde a fornicar, pensaba Milo. Le daba igual lo que hicieran, lo que no toleraba es que lo hubieran hecho salir de casa solo para verlos intercambiar bacterias bucales y botarlo en mitad de la nada. -Par de imbéciles, sucios degenerados incestuosos... pero esta me la pagan.- musitaba lleno de furia intentando encender un cigarrillo.

Se echó el flequillo atrás y siguió caminando, necesitaba un taxi, no tenía la menor idea de donde estaba. Pensándolo bien tendría que ser un autobús o el democrático metro, después de pagar la cuenta del bar se había quedado con muy poco dinero y no le apetecía peregrinar en busca de un cajero automático. Siguió andando hasta dar con la estación del metro que había visto cuando se dirigían al dichoso bar. Aún refunfuñando contra los gemelos contempló el plano de las líneas del metro, al fin se ubicó y después de adquirir un boleto, se sumergió en uno de los vagones.

En cuanto llegó a casa se metió en la cama con un par de pastillas para dormir encima. No quería escuchar nada de lo que los gemelos harían cuando volvieran.

En el bar los gemelos se habían cansado de buscarlo.

-Maldita sea, parece que ya se fue.- dijo Kanon.

- Te dije que no era buena idea irnos sin decirle nada.

- Y yo te digo que seguramente ha vuelto al departamento, estará bien. 

- No sé... últimamente esta peor que de costumbre.

- Déjalo en paz, unas horas solo no le vendrán mal.

- ¿Unas horas solo?

- Si, quiero que nos quedemos un poco más... y después quiero hacerlo allá afuera en el callejón.

- Demonios Kanon, un día nos van a pescar en plena acción.

- El riesgo solo lo hace más divertido, ¿no crees? ¿O ya te olvidaste de lo bueno que fue hacerlo en el templo de Poseidón con todos mis generales afuera esperándome? Si no mal recuerdo dijiste que eso había sido lo más placentero y morboso que habíamos hecho.

- Claro que lo recuerdo pero... ¿en un callejón?

- ¿Y por qué no? Además dudo que alguien se de cuenta.

- Entonces vamos.- dijo Saga con una sonrisa lujuriosa. Salieron del bar entre besos y caricias muy subidas de tono, a ninguno de los dos les importo que los vieran, después de todo, ¿quién que los conocía podría estar ahí viéndolos? Cumpliendo la petición de Kanon salieron al callejón, la idea de tener sexo en un lugar donde pudieran verlos les excitó muchísimo. Se dirigieron a un lugar lo suficientemente cómodo para hacer lo que tenían planeado. Kanon no quiso esperar demasiado, se bajó los pantalones dejando al descubierto su redondeado trasero. Saga se tomó un minuto para contemplar el panorama. Extendió la mano y acarició sin empacho cada centímetro de la blanquecina superficie. Haciendo gala de habilidad, Saga se abrió el pantalón con una mano para dejar libre su ya muy firme miembro. Acarició su miembro y luego se colocó justo detrás de Kanon, con un solo movimiento penetró a su hermano. Kanon dejó escapar un gemido de placer mientras se apoyaba en la pared para resistir las embestidas de Saga. Habían adquirido una sincronía perfecta en sus movimientos, Saga se detuvo un instante, no quería terminar aún. Las caderas de Kanon no quisieron parar, Saga le aferró con fuerza y susurró algo en su oído.

- Espera, espera, todavía no quiero terminar. - dijo y sus manos ejercieron cierta fuerza sobre las caderas de su hermano menor, Kanon soltó una risita ahogada y se quedó quieto en espera de que Saga comenzara de nuevo con ese placentero vaivén que tanto le gustaba. Ninguno de ellos se dio cuenta de que alguien los miraba, Aldebarán los observaba desde la entrada del callejón. Apenas si alcanzaba a distinguir algo. Había reconocido de inmediato la varonil silueta de Saga, del otro no había visto más que una despeinada melena azul y piel bronceada. Aquello le bastó para concluir que ese no podía ser otro más que Milo. Los observaba moverse en acompasado vaivén, las caderas de Saga se movían a una velocidad impresionante arrancando gemidos de la garganta de su compañero, Saga jadeaba violentamente con la boca entre abierta mientras derramaba su esperma en el interior del cuerpo de su amante. Extendió la mano para alcanzar el miembro de su hermano y comenzó a acariciarle. Kanon pronto tuvo un orgasmo tan violento como el de su hermano y se sintió desfallecer. Saga lo tomo por la cintura y le abrazó con ternura. Besó su cuello humedecido de sudor y le ayudó a arreglarse la ropa. Ambos sonreían. Se besaron apasionadamente bajo la mirada expectante de Aldebarán. El brasileño no podía ver con claridad al acompañante de Saga pero estaba convencido de que no era otro sino Milo. Aquello era demasiado para el brasileño. Aquella escena que creyó protagonizada por Milo le hizo hervir la sangre de celos y furia. Sintió deseos de irrumpir en el callejón y darle una buena paliza a Saga, a ambos. Con que facilidad se le entregaba a Saga, con que facilidad le dejaba irrumpir en su cuerpo. Tan obnubilado estaba de celos que no se percató de que el amante de Saga era Kanon y no Milo. Se dio media vuelta y se fue para no ser descubierto. Estaba furioso, demasiado furioso... tenía que hacer algo...

A la mañana siguiente Milo se despertó a eso de las nueve, había conseguido una noche de sueño ininterrumpido gracias a las maravillosas píldoras para dormir que había consumido. Ni siquiera se dio por enterado de que los gemelos habían estado despiertos toda la noche.

Se levantó de la cama y se dirigió directamente a la cocina, estaba medio desnudo pero no le importó, Saga y Kanon eran solo Saga y Kanon, no importaba si lo veían desnudo o vestido. Se preparó un café, encendió la radio y se dijo que era un buen día para dar un paseo en bicicleta. Después de beber su café y lavar la taza, Milo fue a su habitación y se puso un cómodo conjunto deportivo que usaba cada vez que salía a recorrer la ciudad en bicicleta, esa era una de las pocas cosas que disfrutaba hacer en esa ciudad, la verdad era tanto que deseara usar la bicicleta sino que en realidad lo que deseaba era no ver a Saga y Kanon pues sabía que se burlarían de él.

Salió a la calle y comenzó a pedalear despreocupadamente. Se había quedado con una sensación rara después de su encuentro con Aldebarán. Ciertamente se había sentido incómodo. Jamás tuvo una relación precisamente cercana con Aldebarán, sin embargo se sentía molesto, ¿qué derecho tenia ese tipo a meterse en sus asuntos?

Siguió la ruta acostumbrada, el parque cercano, los campos deportivos y paró en el gimnasio como de costumbre. Dejó la bicicleta donde solía hacerlo. Se rió de si mismo al reconocer que todos y cada uno de sus actos estaban perfectamente delimitados y constituían una aburrida rutina. Tenía que hacer algo, se estaba convirtiendo en una persona aburrida predecible... todo aquello que siempre había detestado. Apartó cada pensamiento de su mente, no quería pensar, no tenía ganas de pensar en nada ni nadie, se sentía absolutamente mal consigo mismo, y ese malestar crecía cada día, a cada momento hasta volverse cada vez menos soportable.

Aldebarán estaba ahí, espiándole, pero Milo no lo notaba, jamás lo había notado en los seis meses que llevaba asistiendo al mismo gimnasio, a comer al mismo lugar, yendo cada tercer viernes de mes a tomar un café o una copa después del trabajo con Camus, en las ocasionales salidas de él y Saga. Aldebarán conocía a detalle cada una de las actividades de Milo, sabía que después del trabajo Milo iba al gimnasio y que no veía a nadie más que a Saga y a Camus, aunque ocasionalmente comía con Afrodita y Death Mask. Sabía que los lunes en la mañana llegaba un poco más tarde que de costumbre al trabajo porque se detenía a comprar cigarrillos y chocolates. Sabía que los martes era el día que llevaba la ropa a la tintorería, que el miércoles era día de comprar libros, que el jueves comía con Saga en el mismo restaurante cada semana y que el viernes era el peor día para Milo y solía escapar temprano de la oficina para evitar al resto de sus compañeros. Sabía que el sábado por la mañana se levantaba tarde y salía a pasear en bicicleta, que después del gimnasio iba al supermercado y que compraba cada semana lo mismo. Sabía que el domingo lo pasaba encerrado en su casa sin salir para nada y que solo una orden directa de Atenea lo hacía salir de ahí.

Las únicas personas que se atrevían a romper la rutina de Milo eran Saga y Camus, fuera de ellos nadie más lo visitaba, salvo Seiya que ocasionalmente se aparecía por el departamento de Milo, aunque siempre coincidían sus visitas con la presencia de Saga ahí.

Era por eso que consideraba que la posibilidad de que Saga y Milo realmente fueran amantes no era nada descabellado. Al contrario, le parecía perfectamente lógico pensar que Milo hubiera hallado en Saga lo que no había hallado en nadie más. Y es que, a su modo de ver, la complejidad de Milo radicaba en que era exageradamente demandante, pedía todo de aquél con quien se relacionaba y a su vez le daba todo de sí sin guardarse nada para sí. Así había sido para con Mu, para con Aioria, así había sido para con Camus aunque el acuariano no había notado siquiera el amor del griego por él. Como había envidiado a Camus, a Aioria y al propio Mu, a pesar de ser su mejor amigo. Recordaba como si fuera ayer la escena de un Milo desnudo acariciando el rostro pálido de Mu, esforzándose por hacerle saber a través de cada caricia lo importante que era entonces para él. Le dolía escuchar a Mu hablar de su relación con Milo. Quizá fue en ese tiempo que comenzó a obsesionarle Milo, había cierto misterio en cada uno de los actos del griego que hacía que se interesara más y más en él. Sin duda el griego era alguien especial, recordaba haber escuchado a Aioria hablar sobre lo apasionado que Milo era al momento de entregarse, el león había presumido ante todos los santos dorados haberse llevado la virginidad de Milo, pero no estaba seguro de que las habladurías de Aioria fueran ciertas, por lo que había visto y oído en Aries, a Milo no le gustaba que esa zona de su anatomía fuera tocada, pero después de lo visto en el callejón la noche anterior... maldecía a Saga, ¿de que argucias se había valido para que Milo accediera a darle aquello que inclusive a Mu le había negado? No lo sabia, pero estaba furioso, habría querido ser él quien iniciara en esos menesteres al peliazul, hubiera querido ser él quien le arrancara gemidos de dolor y placer mezclados, hubiera querido ser él el motivo de esa extraña conducta que Milo mostraba en los últimos meses.

Aldebarán observó a Milo como solía hacerlo, interesándose en los pequeños detalles que le fascinaban en él. Milo era tremendamente masculino, quizá por eso era que le gustaba tanto. No tenía nada que ver con Afrodita, no, Milo no era andrógino, ni afeminado como Misty, Milo era la encarnación de la masculinidad... y de una masculinidad oscura, descarada y sumamente erótica. Era el hombre perfecto, si alguien quería definir a un hombre bastaba una palabra para hacer entender a su interlocutor el concepto: Milo. Le fascinaba particularmente la cadera del griego, cincelada a fuerza de horas de gimnasio y entrenamiento, los músculos se marcaban divinamente y la línea se marcaba a la perfección descendiendo hasta aquello que se imaginaba debía ser tan delicioso como el resto de la persona de Milo... su miembro. Miles de veces le había espiado mientras se bañaba, primero en el santuario, luego en la mansión... observando, grabando cada detalle de esa escultural figura que el griego no tenia empacho en mostrar. Recordaba bien la primera vez que se había percatado de la atracción que el escorpión ejercía sobre él. Había sido durante un entrenamiento, la mayoría de los dorados se encontraban presentes, en aquel momento Milo y Mu eran lo que se podía llamar una pareja, considerando que ninguno de los dos admitía públicamente que sostenían una relación.

Era un cálido día de verano en Grecia, todos se quejaban del calor, se asaban vivo literalmente, y aún así debían entrenar. Milo y Camus se encontraban al centro del coliseo dando una demostración de lucha grecorromana. Camus llevaba las de ganar en ese momento, pero el escorpión no iba a dejarse vencer. Camus aferró al griego por la cintura y estaba a punto de ponerlo de espaldas al suelo, pero Milo fue más rápido y lo evadió haciendo que cambiaran los papeles. Milo reía divertido por la confusión de Camus, en el proceso de evadirlo había dejado olvidada la camiseta de entrenamiento que llevaba puesta aquel día.

Aldebarán no pudo sacarse de la mente la imagen del sudoroso y bien moldeado torso de Milo en días... y la visión de él haciendo el amor con Mu no ayudó mucho. Había ido a ver a Mu en busca de uno de los remedios del lemuriano para el insomnio, necesitaba dormir sin pensar en esa tentación de cabellera azul que llevaba por nombre Milo. Entró sin hacer ruido, escuchó un ligero quejido, apenas un murmullo, un jadeo y le bastó para saber que Mu no estaba solo, la curiosidad fue mayor que su sentido del pudor y se dirigió al sitio de donde provenían los ahora salvajes jadeos. Entreabrió la puerta del dormitorio de Mu y lo que vio le dejó sin aliento, Milo se encontraba sobre Mu penetrándolo... el lemuriano se aferraba a la ancha espalda de Milo con un rictus de placer dibujado en su bello rostro, Milo arremetía con furia el pequeño cuerpo de Mu, un gemido se escuchó y Milo echó la cabeza hacia atrás en medio de un arrebatador orgasmo. Mu lo abrazó y Milo hundió el rostro en la abundante cabellera del lemuriano.

- Te amo.- le dijo, Mu solo sonrió, Milo lo miró esperando una respuesta que no encontró. - Será mejor que me vaya. - dijo separándose de él, salió de la cama y comenzó a vestirse.

- ¿No te quedarás esta noche? - Milo negó con la cabeza mientras buscaba algo entre sus ropas.

- No.

- ¿Vendrás mañana entonces?

- Ni mañana ni nunca más.

- ¿Por qué?

- Porque tú no me amas. - dijo y le dio la espalda.

- Creí que eso no era necesario para que estuvieras conmigo, creí que te bastaba con lo que tenemos.

- No, no me basta. Ya no. Estoy harto de que te acuestes conmigo sin dejar de pensar en Saga. Será mejor dar por terminada esta conversación.

- Pero tú me amas...

- Eso no tiene la menor importancia. - dijo Milo y sin cerrarse la camisa salió del templo de Aries. Aldebarán notó la ira y la frustración en el rostro del griego. Con la mandíbula apretada y las lágrimas intentando abrirse camino en sus ojos, Milo recorrió a paso lento el camino que le separaba de su templo. Como siempre no notó que Aldebarán lo había estado siguiendo. Cuando al fin llegó hasta su templo, Milo dio rienda suelta a sus emociones, golpeó, pateó, destrozó todo lo que a su paso había hasta sentirse exhausto... entonces se recargó en una columna del templo. Su espalda se deslizó suavemente por la fría superficie de mármol hasta que su trasero tocó el piso. Se dejó caer pesadamente, no tenía ánimo ni voluntad... Aldebarán lo miró y pensó que quizá debía consolarlo, que quizá debía  hacer algo por él. Pero no se atrevió, el griego jamás lo había notado, ¿por qué habría de notarlo entonces? Se retiró a su templo dejando a un destrozado Milo que se negaba a llorar, que se negaba a mostrarle al mundo lo dañado que estaba.

El brasileño jamás volvió a ver a Mu de la misma manera. De cierta forma, había dejado de considerarle su amigo.

Definitivamente tenía que hacer algo, la situación ya se le había vuelto insoportable. Milo debía darse cuenta, Milo debía notar al fin que la única persona perfecta para él era justamente Aldebarán.
Notas finales: Un toro mirón? que tal eh?

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).