Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Reflejo por Luke y Leia

[Reviews - 4]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Es mi primera historia, y estoy nerviosa. Soy Leia, la menor, Luke no tiene nada que ver en esto. Con él publicaremos otra historia. Mientras, me presento con esto. espero comentarios...

Notas del capitulo: Tiene un sólo capítulo. Espero que lo disfruten, y que no le robe mucho de su tiempo. Ayudenme a seguir con sus comentarios, por favor.
 

Iba yo en el asiento trasero del auto, mirando a través de la ventanilla sin ver absolutamente nada, oyendo los sermones de mis padres sin oírlos, perdiéndome en las múltiples divagaciones de mi retorcida mente. Ya había pasado por eso miles de veces, ya me sabía todas las palabras del discurso que me daban por reproche, siempre hablaban de disfrutar la vida, sin excesos, sin vicios, de llevar una vida plena y saludable... Palabras sin sentido para mí. La vida que ellos querían que llevase no tenía gracia, no había diversión en ella, al menos no para alguien como yo, que sólo disfruta una fiesta sí en esta abundan la bebida, las mujeres y drogas... Ese era mi mundo, fuera a donde fuera. Sin importar adónde mis padres me llevarán con el fin de alejarme de ese mundo, siempre encontraba una nueva entrada a él, en todas las ciudades a las que he ido. Y de cada una de ellas me he despedido con una pésima fama.

Volvemos a mudarnos porque me han vuelto ha descubrir, cometí un pequeño error, y todo mi oscuro universo salió a la luz. Mis padres no podían permitirlo, ellos, siendo tan nobles como eran, no podían tener un hijo como yo. Desesperados, me inscribieron en un internado, con el fin de corregir mi caótica existencia. Hipócritas, siempre lo han sabido. Sí fuimos a aquella ciudad, fue por estar huyendo de otra. Y ahora huimos nuevamente...

Debía admitir que estaba aburrido, cansado de ese sermón, del largo y tedioso viaje, mirando a la nada. Debía admitir que mi vida era algo vacía. Era la tercera vez que nos mudábamos, pero no sentía nada. No extraña nada de las otras ciudades, ni amigos, ni conocidos, ni novias, nada. Nunca me apegaba a algo, no sólo por no tener el suficiente tiempo para hacerlo, sino también por lo irrelevante que me parecían los sentimientos, las emociones. Todo era sólo sensaciones, todas captadas por los cinco sentidos. Alegría, tristeza, amor y odio, todo podía ser reproducido con sustancias. Nada de aquello que llamaban corazón existía.

En fin, será mejor terminar este monólogo sin sentido acerca de mi arruinada vida, llena de las peores cosas que en este mundo pudieran existir, pero vacía de todo tipo de sentimientos, carente de sueños e ilusiones. Todo esto sólo se resume a una existencia patética... Que terminó justo en el momento en que bajé del auto, frente a mi nuevo colegio.

El edificio era enorme, de estilo gótico. Las torres se erguían suntuosas en el cielo, queriendo rasgar el manto celeste, los enormes portones abiertos dejaban ver el enorme patio, carente del vital color verde, y a una multitud de jóvenes con el mismo uniforme que el mío. Un pantalón de vestir negro, así coma la corbata, una simple camisa blanca y un traje celeste con la insignia del colegio sobre el corazón. Era la primera vez que me veía forzado a vestir un uniforme, así cómo la primera vez que me mandaban a un internado católico.

Me negué a bajar. Mi padre ya había sacado mis maletas de la parte trasera del auto, y abrió la portezuela del auto para obligarme a bajar. Al final, lo consiguió. Como si quisiera huir de mí, de inmediato, subió al auto y arrancó el motor. Me erguí, dando un suspiro de resignación, y dirigí mi vista a aquel grisáceo patio. Y mis ojos se posaron en él. Por un momento, creí verme en un espejo. Un joven de mi edad, de mi estatura, con mis mismos brillantes ojos celestes, con la misma palidez extrema de mi piel y mis platinados cabellos rubios. Incluso las suaves facciones de su rostro eran iguales a las mías, sólo que su rostro mostraba una franca sonrisa y en sus ojos traslucía la inocente y la bondad, atributos extraños para mí. Quedé inmóvil ante aquella imagen, antes de darme cuenta, mis padres ya se habían ido, dejándome solo nuevamente. Es que nunca estuvieron conmigo, a no ser que me equivocará.

El timbre sonó y aquel ser idéntico a mí, dirigió su mirada a mi persona, y la expresión de asombro en ambos rostros confirmó nuestras similitudes. Mi mente estaba en blanco, y por la mirada del otro, podría suponer que lo mismo le sucedía a mi reflejo.

Después de ese extraño encuentro, descubrí que ese joven tenía muchos de mis ademanes, incluso nuestra manera de caminar y hablar era casi la misma. Pero había una única y a la vez, enorme diferencia. Definitivamente, Cristián, el nombre de mi reflejo, era uno de los seres más asquerosamente tiernos, amables y corteses que pudieran existir en la tierra. Esta inusual situación podría ser el ejemplo perfecto del bien y el mal. Cristián era un ángel, y yo, Adrián, un maldito demonio. Condenadamente idénticos en el exterior, pero opuestos en cualquier otro sentido.

Esta situación, por supuesto, no pasó desapercibida por los demás. De inmediato, corrieron rumores acerca de ello. Decían que debíamos ser hermanos gemelos, separados al nacer, por quién sabe cuál novelística razón. El hecho de que, por mera curiosidad, siempre anduviéramos juntos, tampoco ayudaba a desmentir esos rumores. Y por esa mera curiosidad que llevaba a Cristián a acercarse a mí y preguntarme sobre mi pasado, fue que su tierna y dulce manera de ser me llegó a exasperar. Me irritaba su cortesía, sus buenos modales y esa sonrisa... No podía ser tan franco, tan puro, tan... Realmente no sabría cómo describirlo, ni tampoco podría explicar por qué mi resentimiento hacia su persona. No tenía ninguna buena razón para sentirme ofendido por él. Nunca siquiera intentó humillarme, aunque yo lo haya hecho innumerables veces, sólo para demostrar mi superioridad. Cosa que no existía, al menos no para mí. No lograba alcanzarlo, no podía herirlo de la manera que quería, ya que, sin importar lo que haga, Cristián no se sentía totalmente ofendido, tal vez sí herido, pero no humillado.

Nuestra relación era extraña, no podía ser llamada de amistad, aunque pasáramos tanto tiempo juntos. Sólo existía gracias a Cristián, que deseaba saber por sobre cualquier cosa, sí éramos o no hermanos. Yo no lo apartaba, aunque no lo quisiera, y me pasaba buscando la manera de humillarlo. A veces llegábamos a discutir, y vaya que discusiones, porque, otra de las cosas que teníamos en común, era el increíble intelecto con el que fuimos dotados. Nuestras discusiones acaloradas eran bastante complejas y dejaban a todo aquel que nos escuchará, muy perplejo. Y los rumores de nuestro lazo de sangre aumentaron, y llegaron a los oídos de mis padres.

Después de un par de pruebas, se pudo comprobar que no existían tales lazos de sangre. Cristián y yo sólo éramos dos jóvenes inusualmente idénticos. Estando en el laboratorio, me fue rebelado un dato importante de la vida de mi contraparte. Mis padres tuvieron que estar presentes, ya que los de Cristián no podían. Cristián era huérfano, otro gran parentesco, ya que, con los padres ausentes que poseía, yo también lo era.

En fin, después de despejar todas las sospechas de Cristián, ya no había motivos para su irritante presencia cerca de mí. Pero él seguía detrás de mí, como una sombra, como una conciencia. Porque eso era, la conciencia que yo no tenía. Fuera a donde fuera, él iba, e impedía que concrete mis oscuros planes. Arruinaba mis huidas a los antros de la ciudad, revelaba mis trucos en los juegos de cartas, forzándome a renunciar a enormes cantidades de dinero, y mucho más. Cristián empezaba a ser aquella irritante vocecilla de la conciencia que acallé hacía ya tiempo. Estaba perdiendo mis malas costumbres, y yo no quería deshacerme de ellas. Quería deshacerme de Cristián, de mi reflejo, de mi conciencia. Era eso lo que yo demostraba, lo que quería creer... Una parte de mí lo apreciaba, pero tenía miedo. Miedo a qué, no se. Tal vez a descubrir que tal vez yo podía ser así, o, tal vez, miedo a descubrir que yo tengo un corazón.

Recuerdo que una vez engañe a una compañera mía y la metí en serios problemas. A mí poco me importó, le había sacado mucho dinero. Pero a Cristián no le pareció nada bien mi actuar. Aquel día fue a mi cuarto. Estaba furioso, como raras veces solía estarlo. Comenzó a reprocharme, diciendo que actué mal, que aquella niña no se merecía aquello. Me pidió que confesará y la sacará de ese aprieto. Yo me negué rotundamente. La niña no me importaba, sólo yo importaba. Cristián, así como yo, al hablar, mueve los brazos constantemente, como mostrando con ellas lo que esta diciendo. Y comenzó a retarme, y a hablar y hablar. Se veía increíblemente tierno cuando estaba enfadado. Movía sus brazos a la altura de sus hombros. En un momento dado, ya no pude aguantar, y sostuve de un rápido movimiento su muñeca. Su muñeca, igual a la mía, era tan fina, que fácilmente la rodeé con la mano. Observé anonadado la belleza de su delicada mano. Sus flácidos dedos estaban temblando. No hacía fuerza, pero el otro no se movió. Estaba algo asustado, lo noté en sus ojos, y también noté que siempre me había parecido muy bello, como un ángel... Tal vez se parecía a mí, pero él era mil veces más bello y no descifraba el por qué. Faltaba tan poco para besarlo, me moría de ganas por hacerlo. Pero escuché su dulce voz susurrando que lo soltará, pidiéndomelo, pero no exigiéndolo. Me asusté de lo que intenté hacer, y decidí que debía alejarlo a como de lugar.

Cualquiera fuera la razón, un día me encontré frente a él a solas, en una de las tantas salas del edificio. Estaba casi vacía, y el por qué estábamos a allí, sigue un misterio para mí. Lo encaré de frente y lo amenacé. Sí volvía a acercarse a mí, vería de lo que era capaz. Y él contraatacó sacando a la luz que esa amenaza era vacía, ya que siempre se la había echo por otros motivos, y nunca la cumplí. Quise recurrir al miedo, pero mi adversario no me temía. Y eso me hacía temer a mí. Me veía indefenso ante él, y ante lo que me hacía sentir. Me agradaba su compañía, por primera vez en años, me sentía a gusto con alguien. Cuando estaba solo, recordaba su risa y los momentos que pasábamos juntos, nuestras peleas, y sonreía. Cristián me hacía feliz como nadie lo había echo. Me había dado esperanzas, y me hizo sentir... Pero, para alguien que nunca había sentido, lo que él me hacía sentir era demasiado para mí. Porque no era sólo cariño, o aprecio, no. Tal vez exageraba, pero yo lo amaba... Y le temía ese sentimiento tan nuevo y tan fuerte dentro de mí. Acorralado cómo me sentía, no encontré otra salida que no sea la física.

No estaba cuerdo en aquel momento, y lo golpeé. Cayó al suelo con la mejilla adolorida. Él era débil, muy débil, y yo era fuerte, muy fuerte. Sentado en el suelo, me miró con sus ojos húmedos. Empezaba a llorar, y eso me partió el alma. Nunca me arrepentí antes, pero en ese instante me sentí tan acongojado... No sabía sí lloraba por el dolor del golpe, o de mi maltrato, pero no importaba. De todas formas era culpa mía. Y el amor que intentaba arrancar de mi alma, me gobernó por completo. Tomó el controlo de todo mi ser. Me arrodillé frente a él, y lo besé.

Fue su primer beso, lo sé. Lo tomé por sorpresa. Lo sentí algo asustado, y lleno de asombro. No se lo esperaba. Ni siquiera yo lo hacía. No era mi primer beso, pero, maldita sea, fue el mejor. Sus labios eran cálidos y suaves, su sabor era tan cautivamente, sentía que tocaba el cielo en sus labios. Nada más importaba en ese momento, sentía mi cuerpo flotar y una paz albergó mi alma, todo era perfecto. Él no reaccionaba, de seguro no sabía que hacer, y yo lo aproveché. Me sentía en el cielo, y aprovecharía cada maldito segundo antes de volver a mi infierno.

Sí de mí dependiera, me hubiese quedado allí todo lo que me quedará de vida. Sí mi vida terminase en sus labios, no me importaría. Hubiera seguido el beso hasta que ya no sobre ni un solo soplo de vida en mi cuerpo. Pero fue él que me devolvió a la realidad, a la cruda realidad. Sentí como un balde de agua fría ese renacimiento a mi dura existencia... Lo miré por unos segundos, esperando ver enfado, ira, asco... Pero no encontré nada de aquellos sentimientos. Sólo una mirada que me decía que eso no podía ser cierto. Me empujó, con una fuerza que desconocía en él, y salió corriendo.

Tardé en reaccionar. Eso había sucedido en la mañana. No volvimos a vernos en todo el día. No se cómo estaría él, pero yo estaba más que nervioso. Tenía miles de cosas por las cuales temer, pero ninguna que me reconfortará. Excepto ese beso celestial... Beso que desencadenaba mis dudas. La primera, la más inconciente, era sí le había gustado o no. Eso me inquietaba bastante. La segunda, la más razonable y maliciosa, era sí es que se lo había dicho a alguien. Debo reiterar que me encontraba en un colegio cristiana, que ambos éramos dos atractivos jóvenes de diez y siete años, lo que acababa de hacer era todo un sacrilegio. Me expulsarían sin duda del colegio. Y no quería eso por dos motivos. El primero, sabía que mis padres me castigarían severamente, y me cambiarían de ciudad. Tal vez me manden a un reformatorio, quién sabe. Y eso me llevaba a la segunda, sí salía de la ciudad, o incluso del colegio, ya no vería a Cristián. Mi corazón se oprimía con fuerza, y mis ojos se llenaban de lágrimas con sólo imaginarlo.

Ya no podía seguir con esa incertidumbre. Esa noche me escabullí a su dormitorio, rogando que no me sacará a patadas, o hiciera algún escándalo. Me adentré en la oscura soledad de su habitación con el sigilo digno de un de aquellos legendarios ninjas. Me acerqué a la cama, y encendí el velador que tenía sobre la mesita de luz. La tenue iluminación cayó su rostro, delineando su rostro, durmiendo plácidamente. Apartado del mundo, y de todas sus preocupaciones, mi pequeño ángel yacía sereno en un profundo sueño. Se veía tan tranquilo y hermoso... Por un momento, pensé que sería mejor dejarlo dormir, sería una profanación demasiado grande el despertarlo de tan pacífico letargo. Pero debía aclarar mis dudas, o pasaría la noche en vela.

"Cristián...", murmuré, mientras lo mecía delicadamente. Mi voz sonaba dulce, algo que jamás había pasado. No creía que aquella fuera mi voz. Observé que abría pesadamente los ojos, y gimió bajo, algo malhumorado. Se estregó los ojillos con sus perfectas manos.

"¿Qué?", susurró, notablemente molesto y cansado. Me dio algo de risa, pero me contuve.

"Cristián, soy yo, Adrián. Por favor, no te asustes. Sólo quiero hablara contigo", dije, siempre en voz baja, observando cómo, al escuchar mi nombre se exaltaba, pero luego se calmaba.

"Adrián, qué... ¿Qué quieres?", sonaba bastante temeroso. Noté que sus mejillas se sonrojaban divinamente. No aguantaría mucho así.

"Lo de esta mañana, yo...", no sabía que decir, creí que debía disculparme, pero por qué, me gustó. "No se lo digas a nadie, ¿de acuerdo? Sí lo haces, yo..."

"Me vuelves a amenazar, Adrián... No necesitas hacerlo, yo no soy como tú. No me regocijo con el sufrimiento de otros. Sólo... explícame por qué. No entiendo cómo pretendías dañarme con eso", me interrumpió, y sus palabras me dolieron un poco.

"En ningún momento quise dañarte, Cristián", respondí, inconcientemente.

"¿Entonces?".

"Entonces, no quiero que lo digas, porque sí lo haces me expulsaran del colegio..."

"Pero a ti no te gusta este colegio".

"Pero me gustas tú", hablé como bajo los efectos del suero de la verdad, hipnotizado por la visión de aquella preciosa persona. Me sonrojé, tanto como él, al darme cuenta de lo que había dicho. Bajé la vista, apenado, y me levanté, dispuesto a irme, antes de oír su rechazo. Pero su mano me detuvo, tomándome del brazo. Lo miré, pero su mirada se perdía entre las sábanas.

"Adrián, ¿por qué dijiste eso?", también yo me lo preguntaba.

"Porque es cierto", y esa era la única respuesta verdadera. "No te preocupes, ya no volveré a molestarte, ni intentaré acércame a ti...".

"Adrián, siéntate", me ordenó, sin verme. Y yo obedecí sin objeciones. Me quedé inmóvil, esperando su próxima orden, orden que acataría sin lugar a dudas. Pero esa orden no llegó. Tímido, se acercó a mí, sin levantar la vista... Y con los ojos cerrados, rozó sus labios contra los míos. Un beso tímido, casto, puro e inocente, como toda su persona.

De la sorpresa, al principio no supe qué hacer. Me limité a disfrutar cada segundo de la cercanía de sus labios. Pero me desesperé al sentir que se alejaban de mí, y con algo de brusquedad, lo tomé de la nuca, y lo besé. Un beso apasionado y desesperado, como yo. Lo amaba y lo necesitaba, y sí se alejaba de mí... ya no podría vivir. Se resistió, al principio, e intentó apartarme. Pero sus fuerzas no bastaban contra mí, y al final cedió, entregándose por completo, dejándose hacer. Comenzó a corresponder mis besos, y a acariciarme sutilmente, mientras yo también lo acariciaba, sin nada de sutileza. Podía escuchar algunos gemidos ahogados en mi boca, de su garganta y de la mía.

Esa noche, todo cambió. Para mí, y para él. Desnudamos nuestros cuerpos y almas, sin penas ni arrepentimientos. Atamos nuestros corazones a la vida del otro, con cadenas que nada de este ni de otros mundos podrían romper. Nuestro amor era mutuo, y nada más importaba. Sí en ese colegio, y en esa ciudad, no lo aceptaban, nos largaríamos. Sí mis padres me rechazaban, que más daba. Nunca me aceptaron de cualquier manera... Seríamos felices juntos, a cualquier costo. Y estaba seguro de que lo lograríamos.

Notas finales: Espero que les haya gustado...

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).