Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Rosa de Cristal por Dayna Kon

[Reviews - 60]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Hola a todos!!!! ^o^
Finalmente, después de una extenuante espera aquí está el capitulo 8 de rosa de cristal.
Les pido perdón; la razón popr la que no pude fue porque la computadora se descompusó un buen tiempo, luego estravie el disket con el capitulo 8, 9 y 10. Ciuando lo encontré el cpu no podía leer el disket.
Así que tuve que volver a pasar el capitulo todo completo, lo buenoe s que pude arreglar unas cositas.

En éste capitulo conoceran las razones de Sunao para haber llegado a Ciudad Cristal. Espero les guste ^^

 

Yumiko y Sunao regresaron al piso inferior, era falto mencionar que aquel había sido un día de ésos que nadie quiere volver a repetir jamás.

   Sunao dejó caer su cuerpo sobre la mullida cama, cuidadoso de no intensificar e ardor que provocaban las recientes heridas de su piel delicada.

   -¿Sabes? A pesar de toda la mañana y la tarde, ésta término siendo una bonita noche- comentó inocentemente la dulce mujer que era su compañía. Su rostro se decoraba por el deje encendido de una sonrisa burlona al recordar el momento exacto cuando Aki fue expulsado del palacio con todas sus pertenencias.

   -Sí, supongo que sí- trató de corroborar el pelirrosa, mas la voz apagada no logro pasar desapercibida por la ama de llaves.

   -¿Qué te pasa? Ganaste, Utsunomiya se fue del castillo, ya no podrá hacerte nada, fuiste tú quién le dio su merecido. ¿No es suficiente maravilloso?

   -Claro que lo es. Es sólo...es que...bueno, yo- sus voces se silenciaron por unos instantes. Finalmente Sunao tomó aire y dijo lo que sentía, era su deber decir-:...lo siento.

   -¿De qué estas hablando?

   -Lamento no haber dicho lo que paso cuando debía, lamento no haberme podido defender en el momento que más lo necesitaba, lamento no haberte escuchado- bajó la mirada, y su última lamentación fue declarada através de un susurro-: lo de la tarde...no debí hablarte así. Pero, a pesar de que estabas molesta conmigo, tú me ayudaste, tú realmente te interesaste por mí.

   Una dulce sonrisa se apodero de los labios de la mujer castaña.

   -No haya nada que perdonar- aseguró, provocando captar la atención de un par de ojos rosas-. Eres humano y sobre todo un adolescente, cometer errores es parte de tu naturaleza; éstas en la edad de la idiotez. Y sobre no haber hablado todo a su tiempo, no te preocupes, lo que le hiciste a Utsunomiya lo compensa por completo.

   -Gracias, Yumiko-san.

   -Por nada. Ahora descansa, mañana estaremos ocupados. Tendremos que cambiar todas tus cosas a la que será tu nueva habitación.

   -¿Nueva habitación?

   -Por supuesto. No creerás que el paje del príncipe duerme en los cuartos del resto del servicio. No, tú debes ocupar la alcoba más cercana a la del príncipe. Nunca se sabe que pueda pasar.

   -Ya veo...- no era difícil darse cuenta que la idea no era del todo apreciada.

   -Además, mañana deberás probarte tu nuevo uniforme... tendré que arreglarlo ésta noche, y buscar en el cuarto de servicio zapatos y ropa de licra a tu talla. ¿Qué color prefieres bajo la camisa blanca? ¿Rojo?, ¿negro?, ¿rosa?

   -Bueno, supongo que...

   -Rojo; no, no te luciría lo suficiente. Rosa; no, te queda divino, pero la idea es darle un aspecto de fuerza al paje de un príncipe. ¡Ya sé!, negro; es un gran color, le dará más forma a tu cuerpo, un aire de fortaleza y aún seguirás luciendo adorable.

   -Eh... ¿puedo saber por qué me preguntaste el color que quería si tú lo elegiste por mí?

   -¿Lo hice?- lo analizó un instante -. Oh, disculpa, estoy algo emocionada. ¿Qué color prefieres?

   -...negro

   -Buena decisión, Sunao-kun.

   -Gracias- expresó en un susurro casi inaudible.

   -¿Puedo saber a qué se debe ésa falta de animo? No es por nuestra pelea, eso puedo saberlo.

   -¿Por qué supones ésas cosas?

   -Lo digo considerando el montón de cosas que dijiste; sobre que era un inútil, débil y... bueno, todo lo demás. Llámalo corazonada, instinto femenino o lo que quieras pero...- suspiró para encararlo, ésa no era la primera vez que la insistente pregunta rondaba por su cabeza-: ¿pasó algo que yo no sepa?, hablo de, antes de conocernos.

   Nao lo pensó. Atreverse a recordar algo como eso. ¿Realmente era el momento? Una pregunta que él nisi quiera sabía si llegaría a tener respuesta.

   -No tienes que contármelo ahora- besó su frente, tal y como su madre lo hacía con ella cuando niña-. Buenas noches. Procura descansar.

   -Buenas noches- regresó el deseo, acompañándose de una forzada sonrisa. 

   Yumiko se aproximó a la puerta.

   Se escuchó el débil eco de unos golpecitos cobardes, el creador de dichos llamares no estaba seguro de su deseo de ingreso. El ama de llaves abrió la puerta sin inmutación alguna. Bastante sorpresivo fue para su bella persona el identificar al emisor de los toqueteos.

   -¿Sora-san?- dijo confundida, provocando una mirada de extrañeza por parte del pelirrosa hacia e visitante nocturno.

   -Eh...hola, Yumiko-chan- pronunció el aludido.

   -¿Se le ofrece algo?- quiso saber la mujer con la mayor cortesía. ¿A qué razón más podría deberse la presencia del príncipe?

   -Algo así. ¿Podría hablar con Fujimori a solas?

   Yumiko posó sus encantadores ojos de esmeralda sobre Sunao; no tenía expresión alguna, la decisión debía tomarla ella:

   -Es algo tarde...pero supongo que a Sunao-kun no le importara.

   -Gracias- le sonrió agradecido.

   -Que pase una bonita noche, Sora-san, Sunao-kun- hizo una reverencia y se dispuso a marcharse, acompañándose de una hermosa sonrisa.  

   Sora se acercó a la cama, donde el nuevo paje había comenzado a incorporarse de forma torturaza, para su frágil persona. El heredero, se sentó en la silla que Yumiko había olvidado al lado de la cama.

   -...hola- fue lo único que de su boca salió.

   -Hola- respondió, con la misma simpleza el otro.

   -¿Ya estas mejor?- le preguntó, tal como la persona considerada que trataba de ser.

   -Sí. Muchas gracias.

   -¿Eh?... ¿por qué?

   -Usted sabe...por...por... haberme ayudado.

   -No fue nada, era lo menos que podía hacer. Te debía un favor, después de todo.

   -Ya no me debía nada. Me ayudo con mis problemas económicos. 

   Sora sonrió sinceramente; aquella fue una sonrisa tan cálida, tan humana, tan hermosa.

   -Supongo que podrías decirlo- continuó el próximo rey.

   -Me siento como un idiota, al haberme confiado de un hipócrita como ése.  

   -No tienes por qué. Todos creíamos que Aki era algo que jamás fue; por mi parte sólo pensaba que era engreído y petulante, pero nunca hubiera creído que fuese tan imbécil como ésta noche. Al final, eso es lo de menos; pudimos deshacernos de él y tú estás bien...es lo qe realmente importa.

   -Gracias- respondió con un deje de pesar en sus palabras.

   -¿Te pasa algo, Fujimori?

   -No- y buscó cambiar el tema: -Es extraño al analizar esto con cuidado: yo no le agrado y...bueno, es obvio que usted no me simpatiza. ¿Por qué se empeña tanto en ayudarme?

   -Siempre me has parecido una buena persona. Y ahora, no lo sé, pensaba que ya que conviviremos más tiempo juntos...podríamos tratar de ser amigos, o cuando menos llevarnos mejor.  

   -¿Y qué le hace creer que yo cooperare en ello?

   -Es exactamente lo que quiero averiguar. Me gustaría saber por qué exactamente que tú y yo no pudiéramos ser amigos o al menos no asesinarnos con la mirada cada que nos viéramos. Y, creo qu eres tú quién podría responderme.

   -Usted dígame... ¿por qué me ayudó?

   -Porque, aún cuando me detestes, aún cuando no nos agrademos, y aún cuando nuestro encuentro no fue el mejor. Tú sigues siendo un ser humano maravilloso, sencillamente encantador -tarde se dio cuenta que lo último no debía decirse.

   Sunao levantó la vista algo sorprendido.

   Fue entonces cuando Sora se dio cuenta de lo que le había dicho al muchacho. No pudo evitar sonrojarse ligeramente.

   -Gracias- musitó el menor, con una sonrisa más pequeña que el rosado que surcaba sus mejillas.

   -Fujimori...

   -Dígame.

   -Quiero saberla; la razón por la que te desagrado. Yo sé que no e sólo por haber pensado que eras una chica. Bastantes te han confundido con una. No sólo conmigo, también con nii-chan.

   -No es algo que le interese- respondió secamente.

   -Eso no lo sabes.

   -Claro que lo sé. Conozco perfectamente a la gente como usted. Sólo se preocupan por sí mismos, por la aceptación de las personas que rodean sus posiciones sociales- un aire de desprecio y coraje, escapaba de la boca de Fujimori -.La gente que no es parte de su mundo, no es nada para ustedes.

   -Claro que lo es. Ésa es una de las pocas razones por las que no e tratado de evitar mi boda.

   -No me venga con eso. No importó ésa gente hace siete meses, mucho menos ahora.

   -¡¿Por qué tú- se detuvo a pensar- ...detrás de todo esto hay algo más. ¿Qué cosa tan mala pudo pasar para que en ti naciera un desprecio por aristócratas y militares?

   Sunao se percató de que él también había abierto la boca de más...

   -¡No le importa!...no quiero pensar en eso.

   -Mira- disminuyó la gravedad de su voz- ...no sé que sea lo que te haya pasado; pero me gustaría poder ayudarte.

   -No con dinero se soluciona todo. Eso no me devolverá a mis amigos, no me devolverá mi vida, ni a toda ésa gente -lágrimas se formaron en las comisuras de sus bellos ojos, era el precio de recordar aquellas terribles imágenes...y el olor de la sangre cubriendo densamente el aire -.Usted no tiene idea de lo que es ver tu vida deshacerse en tan solo un instante, el miedo de preguntarse si vivirá para ver otro día, la ansiedad, la incertidumbre de saber sobre la demás gente para terminar descubriendo que sus vidas terminaron de la peor manera posible, el saber que has perdido a quienes más te importan -soltó tan de pronto, su voz era tan desesperada, su alma se sentía tan presionada.

   -Yo perdí a mi padre. Creo poder darme una idea.

   -No la tiene, jamás va a tenerla.

   -Ser un príncipe no hace que deja de ser humano. Desde que nací siempre supe que vivía en un mundo donde no todo es justo; la muerte  a veces alcanza a personas que no lo merecen, donde la vida se alarga para la gente que ya no merece estar aquí. Siempre supe que algún día todas ésas vidas dependería de mi liderazgo. Aunque no lo creas me importa, me importa mucho lo que se avecina para todo el reino y sus habitantes.

   -Todos ustedes son iguales- repitió con el mismo rencor en sus ojos.

   -¿En qué te basas para decirlo?, ¿qué te pasó?

   -Ésta estúpida guerra. Todos ustedes; la iglesia, sólo procuran obtener fondos a través de algo tan sagrado como la fe humana, después de todo ¿qué les importa la gente muerta?, siempre habrán más personas a las que abrirles una Biblia en la cara; los militares, obedeciendo ordenes como si fueran unos perros que no distinguen entre lo bueno y lo malo, sin importar cuantas vidas se pierdan en el proceso, cuantas familias destrocen; los aristócratas, ustedes son los peores, creer que con dinero se soluciona todo; son a los que menos les interesa lo que le pase a los demás, sólo se preocupan por su propio bienestar. ¡Fueron ustedes los que empezaron con ésta maldita guerra!, ¡la guerra con la que no se ha buscado otro propósito que no sea el de alimentar sus egos y su insaciable sed de poder! ¡¿Y las ciudades de la frontera dónde quedan para ustedes?!, ¡i realmente les importara tanto, Ciudad Orquídea jamás hubiese sido invadida!- Lloró incontrolablemente. Las imágenes, los gritos, el temor; todo fue demasiado.

   Sora no sabía que decir, que hablar, que palabra podría tranquilizar el dolor que se agolpaba en su frágil corazón, a cada segundo. Sólo se atrevió a abrazarlo, estrecharlo contra su pecho, brindándole un calor confortable, tan puro, tan sincero.

   -Tranquilo- le murmuró el príncipe, sus palabras eran tomadas de la mano por una dulzura particular -¿Qué fue lo que pasó?, ¿qué es eso que mantiene a tu corazón en el borde del rencor?, ¿qué es lo que te hace sufrir de ésta forma tan cruel?- comenzó a preguntar nuevamente. Las inconcientes palabras del pelirrosa no le explicaron lo que necesitaba; pero estaba seguro de que quería ayudar a apaciguar ésas heridas que a cada palabra ardían con más intensidad.

   Sunao miró a Sora a los ojos. Sí, era el mismo príncipe estúpido que conocía, pero ésos ojos... esos hermosos ojos azules desbordaban una sinceridad, un amor humano, un apoyo, que en muy pocos había visto antes. No sabía por qué, pero se sentía obligado consigo mismo, a contar su pasado.

   Secó sus propias lágrimas con la manga de su pijama, y sencillamente murmuró:   

   -Está bien...

 

   Recuerdo aquella tarde con todo detalle; era verano, la brisa que rozaba mi rostro era cálida y muy confortante, el cielo se empañaba de los rayos solares y de las esponjosas nubes blancas. Lo recuerdo bien; era el último día de clases, yo salía del instituto acompañado por mis dos mejores amigos:

   Una de ellas era una chica rubia, cuyos rizos dorados era como ver al sol mismo hilado en los bucles más finos, siempre adornados por una gran moño rosado que resaltaba en ella una inocente belleza incomparable; sus ojos eran como dos grandes cristales azul aguamarina. Su nombre: Meredith Jennings, de antecedencia mayormente inglesa.

   El otro era un chico casual; cabello rojizo y revoltoso, un detalle que jamás hizo perder su buena apariencia; sus ojos eran de un tono miel obscurecido, pequeños, no muy brillantes, pero dignos de admirarse. Encantador, sencillamente eso. Su nombre era Comelius Halls, de ascendencia mayormente holandesa.

   Ellos fueron mis únicos amigos, jamás traté como muchas personas. Mi aspecto no me permitía confiar en la gente, siempre había una intención oculta tras ello. Conocerlos fue ver todo de manera diferente; me querían por lo que era, y no por lo que el espejo me decía.   

   Aquella terrible tarde fue cuando todo empezó. Me acompañaban a mi hogar, ya se les había hecho costumbre el querer cuidarme todo momento. Mi casa estaba algo alejada del instituto debido al cuidado que necesitaban los terrenos de mi padre. Nunca hubo incomodidad alguna; era agradable conversar con ellos, recorrer la ciudad viendo los puestos, apreciado los espectáculos ambulantes.

   -¿Qué haremos éstas vacaciones?- preguntó Comelius con una sonrisa ansiosa. Aunque más bien iba dirigida a la sola idea de arrojar sus libros de décimo grado a una hoguera.  

   -...no lo había pensado. Supongo que no será muy distinto a nuestras vacaciones pasadas- recalcó Meredith. Era más que claro que una vida en medio de la guerra, sería otro verano de pescar en el río a las afueras del pueblo, y ver video cintas hasta donde alcanzara nuestro presupuesto. Si lo pienso bien...no sé por qué demonios el pueblo donde vivíamos era nombrado "Ciudad orquídea"; nunca fue tan grande -.A no ser que nuestro lindo Nao-chan haya aceptado salir con alguno de sus pretendientes.

   Alejé mis ojos del libro que en ése momento traía entre manos, y los posé sobre las risitas burlonas de mis amigos.

   -No me parece gracioso- comenté molesto.

   -No te lo tomes así, Nao- me dijo Comelius, rodeándome la cintura con uno de sus brazos -¿De verdad vas a quedarte soltero toda la vida?

   -No, sólo hasta conseguir a alguien que quiera más que sólo acostarse conmigo.

   Mi sincero comentario provocó más risas hacia mi persona.

   -Considerando los candidatos...tendrás novio hasta salir de la universidad, y talvez te cases...en veinte años más.

   -Vamos- interrumpió Meredith, retirando el brazo de Comelius de mi cintura-, esos chicos no pueden ser tan malos como quieres hacerlos ver, Comelius.

   -¿A, no? ¿Qué me dices de Edward?, ése desquiciado estuvo siguiéndolo por dos semanas, te aseguro que tiene una bitácora de sus actividades. ¿Natsu?; parecía guardaespaldas detrás de Nao. Y no te olvides de Fuyu, de Gabriel, de Hans. ¿Quieres que siga?

   -No, así está bien- respondió Meredith, casi tan aterrada como yo.

   -¿Por qué no mejor una novia, Nao?- continuó Comelius.

   -Ellas están peor- volvió a interrumpir Meredith- ¿Recuerdas cuando supimos que Marilyn pegaba fotografías de Nao-chan en su casillero y en todas sus libretas? O cuando supimos que Ichigo había mandado hacer un peluche de Nao-chan y una blusa con una fotografía impresa. O de Zakuro, que entró a la habitación de Nao-chan mientras dormía y le cortó un mechón de cabello. La lista sigue, ¿quieres que continúe?

   -No, me ganaste -admitió el otro.

   -Además...tú sabes mejor que yo que a Nao-chan no le gustan mucho las mujeres.

   -Disculpen -intervine más que irritado -, ¿podrían dejar de hablar como si no estuviera aquí?

   -Ya sabemos que estás aquí, es por ello que seguimos hablando de lo mismo.  

   -Gracias, Meredith-chan. Pero no necesito que me hablen de ésa gente.

   -No todo están locos.

   -Meredith tiene razón. Sólo los que tú conoces, tal vez tú atraigas a los locos.

   Suspiré expulsando cualquier rastro de fastidio. Solíamos bromear de ésa manera, aunque a veces las cosas se llevaban lejos.

   -Mejor no hablemos de eso- pensando en otras cosas, continué con una voz cómplice y de una sospecha obvia-: .Supongo que el día de hoy he de dejarlos solos.

   Fácilmente me percaté del color carmesí que cruzó por sus mejillas.

   -No hay por qué apenarse- proseguí irritante-, no todos los días se cumplen cuatro meses de noviazgo, ¿o sí?

   -Ya déjate de eso, Nao-chan- me reprendió la señorita, con esa timidez que a Comelius tanto le gustaba.

   Sin percataros del tiempo, habíamos terminado de cruzar la plaza, me despidieron en casa mientras se iban tomados de la mano; nuestro último recorrido de cada día antes de vernos al día siguiente...sólo que...realmente ése fue e último.

   Entré a casa como lo hacia cada tarde; parecía otro día normal, acompañado por los dos seres que me dieron la vida. Subí a mi habitación tras terminar lo que se me había cocinado tan amorosamente. Más tarde mi adre tocó la puerta de mi alcoba, y me pidió ir a la tienda de abarrotes por un poco de harina y leche. La tienda más cercana estaba cruzando la plaza, "¡que molestia!", no negaré que lo pensé. Pero aquello me daría la oportunidad de ser un apartado observador del romance entre mis amigos.

   Para ése momento eran como las cinco de la tarde, no sabía decirlo, el reloj no había visto...

   Y sin equivocación alguna de mis sospechas, ahí estaban: a lo lejos pude distinguir la hermosa cabellera dorada de Meredith acompañada de la sobria presencia de Comelius; divirtiéndose entre el bullicio de la gente que se reunía entorno al espectáculo ambulante; inconfundiblemente, supe que eran aquellos mismo viajeros que volvían Ciudad Orquídea cada verano para entretener al público a cambio de unas pocas monedas.

   Entré a la tienda al otro extremo de la plazuela; lo que menos deseaba era interferir n aquel momento tan especial. Salí después de un rato; no fu sencillo  teniendo delante mío a una clienta que quería pagar  una gran cantidad de dinero con monedas que sacaba de su enorme bolso. De igual manera, el espectáculo ya había terminado, y mis amigos estaban sentados en una de las mesas más cercanas al kiosco de madera blanca; todo parecía ir de maravilla.

   Regresé por el camino mismo que en un principio había tomado. Jamás esperé lo que seguía:

   Un gran tumulto de gente comenzó a correr, empujándose brutalmente unos contra otros, mientras gritaban desesperadamente, buscando un lugar seguro donde protegerse. No necesito decir que yo no entendía lo que sucedía, me giré sobre mí mismo y fue ahí donde lo entendí todo: vi soldados, soldados de Suigintou rompiendo cristales con sus armas, volcando objetos, destruyendo cada marca de belleza a su paso. De sus rifles se disparaban balas furiosas al aire con la cruel esperanza de destruir inocentes. Estaba asustado, mis piernas se congelaron totalmente, se petrificaron sobre el suelo; no sabía que hacer. Tan de pronto como empezó todo, sentí que alguien halaba de mi brazo.

   -¡Nao-chan, tenemos que irnos!- gritó Meredith. Tanto ella como Comelius estaban horrorizados por la escena.

   Mi cuerpo aún no reaccionaba. Me haló del brazo, la bolsa de compras se regó sobre el suelo, siendo pisoteada por aquellos quienes trataban de huir. Corrimos hasta mi casa, y me ordenaron que entrara.

   -¡No!, ¡no los voy a dejar! Entren a casa, ahí podremos ocultarnos- ofrecí desesperado, no sabía cuanto tiempo nos quedaba antes de que los soldados alcanzaran llegar a donde estábamos.  

   -No. ¡Tienes que entrar! Meredith y yo debemos encontrar a nuestras familias -exclamó Comelius, no quería demostrarlo pero estaba tan asustado como yo.

   -¡Si van a sus casas los mataran! ¡Esos soldados vienen del este, eso significa que tal vez ya cruzaron por donde viven ustedes!

   -¡No vamos a dejar a nuestros padres y tú tampoco!- me gritó Meredith-.Te vamos a cuidar, Nao-chan- .Arrebató las llaves que llevaba en el bolsillo de mi pantalón, abrió la entrada principal, y me arrojó al interior de mi casa. Cerró la puerta tras arrojar la llave al lado mío. Me levanté, quería correr, obligarlos a entrar para protegerse.

   -No vas a ir a ningún lado, Nao- advirtió mi padre, tomándome de la mano para que no saliera.

   -¡Suéltame!- le exigí -. ¡Meredith y Comelius me necesitan! 

   -¡Nosotros también!- me gritó con ésos ojos verdes clavados sobre los míos.

   Desistí, y me llevó en brazos al pasillo que encaminaba a la cocina, me aferró a él con protección hasta donde mi madre nos esperaba.

   -Apresúrense, que no hay tiempo- nos dijo entregándole una escopeta mi padre.    

   Mi padre se puso a la altura del tatami y re tiró la pequeña alfombra, descubriendo más suelo.

   -¡Apresúrate, Naoji!- le gritó mi madre.

   Mi papá asintió nervioso, y retiró un trozo de madera cuya medida era exacta a la alfombra que antes le cubría. Bajamos por una escalera de madera hacia una habitación obscura, un refugio pequeño, que según me explicaron, mi padre había construido desde los inicios de la guerra.

   El lugar era estrecho, así que nos arrinconamos cerca de la escalera. Mi madre me abrazaba con fuerza, lloraba temiendo que algo irreparable fuese a ocurrir, mi padre nos rodeaba con uno de sus brazos; no temía por sí mismo, temía por nosotros. Pasaron as horas, hasta que un estallido se escuchó contra la puerta de la entrada, destrozando el picaporte. Los invasores entraron rompiendo de todo.

   -¡Registren cada rincón de la maldita casa!- escuchamos gritar a uno de los soldados intrusos

   Mi madre me estrechó con más fuerza, sollozando en silencio; a toda costa no debíamos hacer ruido. Oímos las cosas romperse, muebles destrozarse, cada parte de nuestra casa siendo destruida. Y de repente el ruido cesó, no salimos del escondite; no era prudente.

   Me quedé dormido, tal vez por el miedo tal vez por la ansiedad, tal vez por un desmayé de que ni yo mismo me di cuenta. Desperté a la madrugada siguiente. Salíos del escondite para encontrarnos todo lo que habíamos escuchado la noche anterior; nuestra casa había sido invadida, los muebles tenían razones, otros estaban destruidos, las ventanas estaban rotas, las paredes tenían marcas, había cosas desechas sobre el suelo, todo, todo estaba agredido. Pero al menos seguíamos con vida.

   De la nada llegó a mi cabeza una fugaz imagen de mis amigos. Sin explicación ni aviso previo salí corriendo de casa en dirección al este, mis padres corrieron tras de mí con la escopeta en la mano por si aparecía algún soldado. En el camino pude ver un innumero de casa allanadas. No corrí mucho, mi camino se topo con la plaza principal, con una imagen que a mis ojos jamás me hubiese gustado mostrar:

   Se podía percibir un desagradable aroma, la esencia de la sangre y el llanto correr desgarrante la brisa. Había cadáveres reunidos en el suelo, cientos de cuerpos arrancados de sus almas inocentes: abuelos, madres, padres, hijos, sobrinos, tíos; todos humanos, todos sin culpa de lo que pasó la noche anterior.

   Horrorizado, me acerqué a una mujer con una bitácora entre manos.  

   -Disculpe- le llamé.

   -¿Qué se te ofrece?- me preguntó indiferente, con una mirada helada -.Estoy ocupada con- le remordía decirlo-: ...el conteo de cadáveres.

   -¿Son los únicos muertos?- pregunté con el deseo de una afirmativa. Pero Dios, Dios no quería verme sonreír.

   -Me temo que no. Estamos dividiéndonos por los tres sectores de la ciudad. En las tres plazas se reúnen los cuerpos por zonas, los que no fueron calcinados o desmembrados -bajo la mirada con dolor hacia uno de los cadáveres; un bebé de cuando mucho seis meses. Sus ojos se volvieron acuosos.

   Me atenía a preguntar, sabía claramente lo que significaba.

   -¡Korin-san!- gritó un hombre que corría hacia ella.

   -Encontramos otros cuatro cadáveres- señaló tres cuerpos tendidos sobre el suelo.

   Reconocí a tres de ellos inmediatamente: una mujer pelirroja, la única familia de Comelius, y los padres de Meredith.

   -Tres balas en el pecho- diagnostico la mujer, tras descubrir un poco la blusa de la señora Hals -. ¿Qué les pasó a los otros? 

   -Un corte en la vena yugular, no presentan signos de haber sufrido mucho- respondió el hombre.

   -¿Los conoces?-me interrogó, se había percatado de la mirada tortuosa que tenía. Yo realmente apreciaba a ésas personas.

   -S-Sí- titubeé-, La señora Hals y los señores Jennings.

   La señora Korin escribió ésos datos en la bitácora, y fue a revisar otros cuerpos.  

   Me dolí, me dolía intensamente ver a toda aquella gente que murió de la forma más injusta, las familias que ahora eran incompletas, las vidas que ni siquiera pudieron llegar a ver el mundo más allá del vientre materno.

   -¡NAO!- me llamó mi madre.

   Corrí a donde ella estaba, acompañada por la señora Korin. Lo que vi término de partirme el corazón: En el suelo, sobre una manta de tela, mi mejor amiga, sus ropas bañadas en sangre, esos delicados parpados que jamás volverían a abrirse, esos labios que no sonreirían de nuevo. Una de las personas más importantes de mi vida, muerta frente a mis ojos.

   -¿Qué le pasó a chico?- preguntó mi madre temerosa.

   -¿Cuál chico?- cuestionó la señora Korin.

   -Un muchachito pelirrojo iba con ella.

   -No quiero ser dura, pero el cadáver de la muchacha lo encontramos cerca de varios cuerpos calcinados- soltó fríamente, no con maldad, pero era su trabajo.

   Lloré, lloré demasiado. Me abrasé a mi madre; no podía soportar ésa realidad: ¡estaban muertos!, ¡muertos!, ya no había nada que se pudiera hacer para remediarlo. La marca de un arma punzante había en el vientre de Meredith, lo que había desgarrado parte de su ropa y había arrancado el alma de un ser humano tan puro. Comelius, ¡¿su destino habrá sido peor?! Es esa otra pregunta que me desgarra por dentro.  

 

   Su voz se quebró, la mirada de Sunao no resistieron un instante más de opresión. Dejó fluir sus ojos, cada dolor a través, cada sufrimiento a través de gotas saladas que escapaban cruelmente. Colocó su mano sobre su pecho, el sufrimiento era insoportable. El recordar le lastimaba, le hacía pensar en toda esa gente, en sus amigos estuvieron en el lugar equivocada a la hora equivocada. Pero no se detuvo, quería desahogarse: 

   -Después...después lo perdimos casi todo: las tierras de mi padre habían sido destruidas por la invasión, dejándolas completamente estériles; mi madre cayó presa de un enfermedad, desatada por el estrés y la tortura emocional de aquel horrible día; regresé a la escuela, o lo que quedaba de ella. Poco a poco empecé a darme cuenta: Revisé las cuentas de mis padres; yo era la causa mayor de que el dinero nos faltara tanto; había que comprar medicina para mi madre, mis estudios, comida para tres, útiles, proyectos escolares; fue cuando decidí escaparme de casa y venir aquí. Lo único que quería era que mis padres tuvieran lo suficiente para ellos, por eso les mando dinero. Yo sólo... ¡yo sólo quería ser útil por primera vez!- el llanto se agolpó con mayor fuerza.

   Sora lo abrazó, quería decirle algo para confortarlo, lo que fuera. Pero ninguna palabra era lo suficientemente poderosa para hacerlo, quería al menos mostrarle que estaba ahí, que ahora no estaba solo.

   Sunao se aferró al peliazul. Empapaba la camisa de Sora con sus lágrimas amargas, mas no tenía cabeza para pensar en ello.  

   -Fue ahí donde me di cuenta- continuó-: ...¡me di cuenta de que soy un inútil, que jamás he podido defenderme solo, que siempre he sido frágil, que aunque no quiera y trate de hacerlo todo solo siempre necesito la protección de los demás! Desde mi nacimiento necesité a mis padres para ser alejado de aquellos que tenían malas intenciones, yo no podía solo; Meredith y Comelius me cuidaron, ¡eso les costó al vida! Necesité la ayuda de Nanami-chan; la protección de Yumiko-san y ahora la suya. ¡¿Es qué acaso jamás podré valerme por mí mismo?!  

   Hashiba acarició ése sedoso cabello rosado, mientras le abrazaba, mientras le protegía. Sunao lucía tan frágil, tan necesitado, tan hermoso.   

   -Cálmate- le dijo-. Eso no es verdad, has podido hacer mucho solo.

   -Ellos seguirían aquí- murmuró, su dolor no desaparecía.

   -Dios sabe por qué hace las cosas. Tú estas aquí porque así debió ser- le hizo mirarle a los ojos-. Es verdad, tus amigos ya no están con vida, pero...tú debes recordarlos con cada bello momento guardado en tu memoria, todo lo que te hizo feliz estando con ellos. Es lo que yo hago.

   -Usted no entiende- volvió a llorar con fuerza-. ¡Usted no entiende lo que fue ver a toda ésa gente muerta, ver cada cuerpo destrozado, sin vida! Y lo peor es que lo sé, yo sé que todo esto es culpa de su padre.

   -¿Qué?

   -Escuché a uno de los soldados cuando entraron a nuestra casa. Ésa invasión era consecuencia de que el rey Aoyama no había aceptado un combate privado con el rey Aizawa. Dígame...Dígame por qué gente que no tenía nada que ver en ello, tuvo que pagar su estupidez- el dolor comenzaba a mezclarse con coraje.

   -Tú piensas que no me importa, pero no es así. Yo continúo con ésta guerra porque aún cuando me rehusara, Nagase destruiría Barasuishou. Toda ésa gente me importa, tú me importas. Te juro por mí mismo, por l memoria de mi padre que terminare con la guerra, y que le devolveré su orgullo y belleza a Ciudad Orquídea. No recuperare todas ésas vidas, pero eso es lo que puedo prometerte. Sólo te pido que confíes en mí, que te des la oportunidad de conocer a las personas antes de juzgarlas. Suigintou empezó ésta guerra, y no conozco las razones de Nagase para continuar, pero are todo lo que esté a mi alcance.

   -No sé si pueda creerle- dijo un poco más tranquilo.

   -Es exactamente por eso que te pido ésta oportunidad para mí, nii-chan y todos los que has juzgado de ésta manera. Tal vez te parezca mucho, pero sólo te pido un esfuerzo.    

   El ojirrosa lo pensó, lo analizó con cuidado; bajo esas razones prejuiciosas. Sora parecía un buen muchacho, dulce, comprensivo, bastante idiota y distraído pero sus promesas y sus palabras sinceras.

   -Está bien, confiare en usted- fue ahora Sunao quién lo abrazó; no sabía por qué pero le hacia sentir muy bien.

   -¿Y qué te parece si somos algo así como amigos, llámame sólo "Sora".

   -Eso lo veremos más adelante- dejó de abrazarlo, y término de secar sus lagrimas -.Por ahora me quedo con un Hashiba.

   -Es más de lo que podía esperar- se levantó de la silla, supo estar listo para irse.  

   -...gracias...por todo.

   -No hay de qué- besó su frente en un impulso -.Buenas noches, Fujimori- salió por la puerta, obsequiándole una vivaz sonrisa.

Sunao se sonrosó, ¿por qué? Bien, era otra cosa que aún no llegaba a entender.

   Ciudad Cristal había amanecido, el sol era brillante y el aire era frío, al menos eso se decía considerando que era otro día más sin que la nieve hiciera una repentina aparición por los alrededores. Sunao despertó al sentir los finos rayos del sol colarse por el vidrio de su ventana, acariciando su rostro.

   Se incorporó en la cama con entusiasmo, pero... ¿qué hacía dormido? Por lo general se le despertaba cuando el sol se apreciaba en lo más lejano del horizonte. Se levantó para buscar su uniforme en el armario de la pared, no estaba. Fue cuando recordó lo que Aki había hecho con él apenas la tarde anterior; esas prendas ahora estaban desgarradas.

   La puesta de la alcoba se abrió sin consideraciones, dejó ver en su lumbral al ama de llaves, y a la encargada de la lavandería.

   -Sunao-kun- nombró Yumiko sorprendida -.Disculpa, penamos que estarías dormido.

   -Que bueno que lo menciones- tomó el despertador que había comprado el viernes-. Demandare al sujeto de la relojería, esto no sonó, ni siquiera se mueven las manecillas.  

   -Ah, yo le saqué las baterías antes de irme ayer- aclaró Yumiko.

   -¿Qué?, ¿por qué? Se supone que debería estar trabajando ya.

   -Bueno, con lo que pasó ayer. Kasumi-sama estuvó de acuerdo en dejarte descansar un poco más.

   -Pudiste comentármelo- suspiró aliviado.

   -Considerando el estrés, y que Sora-san salió de tu habitación muy tarde- dijo Noriko, con una vocecilla cómplice.

   El pelirosa se sonrosó, ¿qué demonios pensaban que estuvo haciendo con Sora?

   -No le hagas caso a Nori-han, ya sabes como es. Bien, ya que estás despierto, pruébate esto- le entregó la ropa y zapatos.

   Sunao las miró des aprobatoriamente. Sin remedio alguno, Nao se duchó y vistió tan rápido como pudo.

   -Sean sinceras- murmuró Sunao avergonzado-. ¿Cómo me veo?

   La dos lo inspeccionaron con atención: la camisa blanca le quedaba bastante grande, lo suficiente como para cubrir sus brazos hasta sus muñecas y que el largo le llegara por debajo de las rodillas; el expandes le quedaba justo al cuerpo, resaltando todos sus atributos; los zapatos blancos hacían ver sus pies más pequeños.

   -Te ves muy lindo- calificó la ama de llaves.

   -Sí, Pero ya no se ve tan "muñequita de porcelana" como antes- comentó la señora Tornatore, refiriéndose al uniforme que usaba anteriormente.  

   -Lo sé. El otro era más bonito- argumentó Sunao, apreciando su apariencia en e espejo.

   -Creí que habías dicho que ése uniforme te hacía ver ridículo, y que no te gustaba usarlo.

   -Eh...sí, pero...bueno, ya me había acostumbrado.

   -es tu uniforme de paje, seguirás usando el otro cuando Yumi-chan lo repare.  

   -Eso no es importante- le interrumpió Yumiko-. Lo importante es cambiar todas tus cosas a tu nueva habitación.

   Trataron de desayunar a toda prisa. Los sirvientes miraban a Sunao, haciendo comentarios entre desagradables murmullos; ya Kaoru se había encargado de correr la voz sobre el despido de Aki y la repentina entrega del puesto a Fujimori. En lo más mínimo le llegaba a importar lo que dijeran a sus espaldas, no había hecho nada malo, simplemente el paje anterior había obtenido una parte de lo que se merecía. 

   Los comentarios se elevaban de tono, permitiendo que las cizañas de Kaoru llegaran a oídos de los cuatro individuos sentados en la barra.

   -No sé desde cuando, pero ésa pequeña rata rosada ya lo tenía planeado- se escuchó la voz de la sirvienta, rebosante de malicia. 

   -Ia basta. Callate la boa, ragazzu Kaoru- exigió Giancarlo, poniéndose de pie y dando un golpe a la barra. Ya estaba más que fastidiado por ésa chiquilla inmadura-. Si piensas seguir con tus tonterías, he de pedirte que te vaias de la mía cocina.

   Kaoru guardó silencio. Giancarlo era una persona tranquila que jamás había sido visto levantando la voz, pero la molestia se vio emanar de sus pequeños ojos.

   -Muchas gracias, Giancarlo-san- le dijo Nao con una sonrisa.

   -Dénate.  

   No era la primera vez que Midorikawa Kaoru atentaba verbalmente contra Sunao, había sido así desde que Aki la había hecho aun lado. Realmente a Nao no le importaba, pero sabía que con la ida del pelilila las cosas entre ambos se complicarían aún más.

   Después del desayuno, Sunao empacó todas sus cosas con ayuda de Noriko. Ambos subieron al ala este-superior del castillo. Ingresaron en la habitación que Utsunomiya ocupaba anteriormente; las paredes de ésta eran de un claro tono salmón, un poco más amplía que la de cualquier sirviente. Tenía una cama grande, un escritorio, un tocador, una mesita de noche, un armario de madera, una gran ventana y un pequeño pero cómodo baño.

   -No está mal- comentó Noriko-. ¿Qué te parece?

   -Me gusta- respondió el menor, dejando su equipaje sobre la delgada alfombra que cercaba la cama-. Apropósito, Noriko-san, ¿dónde está Yumiko-san?

   -Creo que dijo algo como. "debo buscar una cosa muy importante"

   -¿Sabes a que se refería?

   -Ni idea.

   -No puedo creerlo, Tornatore Noriko-san desconoce un rumor, eso es algo formidable- bromeó.

   -No te burles, Nao-chan.

                                                               El muchacho rió con ligera gracia.

   -¿De qué tanto hablan?- quiso saber Yumiko, mientras entraba con un gran bulto entre brazos.

   -¿Se puede saber qué es eso?- preguntó Nao curioso.

   -Es un detallito en el que he estado trabajando desde que llegaste al castillo. Tuve que arreglar medidas siendo que ahora tu cama es más grande.

   -¿Y qué es?

   -Cosas para decorar tu alcoba- sacó unas cortinas de dos paneles y de cintas decorativas, color rosa.

   -Está preciosa- comentó maravillada la encargada de la lavandería.

   -También traje esto: una colcha con tapa, y un juego de sabanas, tú sabes; sabana de cajón, un plana, y fundas para almohadas- continuó, exhibiendo su trabajo. 

   -Está divina- volvió a hablar Noriko-. Debe haberte tomado mucho hacerlas.

   -Algo. También un tanto problemático; las hice de tela de fino percal, 180 hilos exactamente. ¿Qué te parece, Sunao-kun?, ¿verdad que son bonitos?

   -...eh...sí, claro que sí...pero, ¿era necesario que todo fuera rosa?

   -Me guié por los colores que te favorecen. De todos pienso que el rosa es el que te sienta mejor. Y no te preocupes, yo tenderé tu cama y colgare las cortinas.

   -Ah...gracias- no discutió. El rosa no era un color que favorecía su masculinidad, pero no tenía el corazón como para rechazar un detalle tal dulce como ése. 

   Acostumbrarse a la idea de ser el paje era un tanto irreal, pero parecía más sencillo que su primer día en el castillo.

   Marcaban las 5:00 de la tarde en cada reloj del castillo. A los oídos de Sunao llegó una convocatoria por parte de Matsuri, al menos fue lo que Noriko le dijo.

   Sin la más minima idea del plan que pudiese tener el joven Honjou, se presentó en el jardín trasero; por extraño que aquello fuera.

   Se acercó al juego de mesas y sillas en el jardín, donde lo esperaban ya el príncipe heredero y el futuro conde.

   -Hola, Nao-kun- le saludó el alegre rubio.

   -Matsuri-chan, Hashiba, un gusto verlos- dijo, con una sonrisa, sentándose con ellos.

   -Ya dinos, Matsuri, ¿qué es lo que quieres?- interrogó Sora, sabía que no terminaría bien.

   -¡Primero que nada, quiero felicitarlos!- exclamó con un enorme sonrisa en los labios-. He recibido de muy buen fuente que ustedes dos ya se están llevando mucho mejor.

   -¿Por buena fuente hablas de Noriko-san, verdad?- supuso Sunao, no necesitaba de una afirmativa-. La matare.

   -Estamos tratando- aclaró Sora-. ¿A qué viene todo esto, Matsuri?

   -Bueno, ustedes saben que desde hace tiempo he buscado una tercera persona para que nos ayude, Sora.

   -No, por favor- empezó a suplicar el príncipe-. No me digas que...

   -Así es... ¡los maestros de todo harán su aparición! Con Nao-kun de nuestro lado, el negocio nacerá.

   -P-Pero... tengo responsabilidades que asumir, no creo que a mi mamá le guste que haga ése tipo de negocios.

   -De hecho, hable con Kasumi-san, y está totalmente de acuerdo en esto; piensa que es una buena forma de que asumas labores, y conozcas mejor a los miembros de lo que será tu reino.

   -Pero...

   -No se hable más del asunto, ¡a partir de mañana tendremos trabajo que hacer!- finalizó, regresando al interior del castillo.

   Sora se cruzó de brazos en una rabieta

   -¿Qué fue todo eso?- preguntó Fujimori, confundido.

   -No te gustara...

CONTINUARA...

Notas finales: Disculpen la espera, espero lo hayan disfrutado. Proximamente subire otro fc de sukityo que simplemente no me pude contener de escribir XD

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).