Hace tanto tiempo ya de aquello. Tanto tiempo…
Y aún así la imagen regresa a él cada vez que lo escucha o le ve por la televisión. Habría sido tan fácil, tan sencillo dejarlo todo y marcharse lejos. Desaparecer de la vida pública… Se lo dijo, le juró que lo haría si realmente lo deseaba. Iba a echarlo todo por la borda por un absurdo lió amoroso con un antiguo amigo de la infancia.
Por él.
Niega con la cabeza mientras pone la radio. Rueda ruedecilla, rueda otra vez para mí, encuéntrale, encuéntrale, di que sí.
Y ahí está. Sí, esa es su voz…
Cierra los ojos. Una sonrisa aparece en la comisura de sus labios. Y su cuerpo se relaja y se comienza a balancear. Danza y se mueve con pies ligeros por la cocina. Y sus manos se mueven con destreza mientras prepara el desayuno, a la vez que tararea la melodía que sale de los altavoces de la radio.
Y entonces llega su parte favorita de la canción y tiene que cerrar los ojos de nuevo. Porque si no, no sería lo mismo. Porque así puede escuchar su voz como si fuera en su oído. Y vuelve a deslizarse por la cocina, como si fuera una pista de baile. Y entre la música y el pío pío de los pájaros, él se imagina su propia fantasía. Y resplandece.
Mas alguien le observa. Le observa desde hace rato ya. Los brazos cruzados en el pecho, el costado apoyado en el marco de la puerta. El pelo revuelto, el pijama puesto. Ojos somnolientos, bosteza y sonríe cuando le ve acercarse. ¿Cuánto tiempo llevas ahí?
Un poco nada más. Los susurros se mezclan con los últimos compases de la canción. Los rostros felices se acercan y suena el primer beso del día. Estoy preparando el desayuno, ¿te sientas? Un asentimiento y se acerca a una silla.
Me sorprendió que vinieras ayer, ¿no tenías un concierto? Sus palabras se entremezclan con el sonido de los cachivaches al chocar. Sonríe, le pone un plato y un vaso delante. Quería verte. Simple, sencillo. Le sonríe de vuelta. ¿No vas a desayunar?
Ya lo he hecho antes de que te levantaras. Le observa comer. La radio sigue sonando, más allí se respira el silencio. Sonríen.
Sí, iba a ser capaz de dejarlo todo por él. ¿Pero realmente se merecía todo eso? ¿Quién era él después de todo para quitarle lo que con tanto esfuerzo había conseguido? Y su respuesta fue no. Lo suyo podía continuar así todo el tiempo que aguantaran. Llevaban años. Años maravillosos que, entre concierto y concierto, entre gala y gala, habían logrado salir adelante. Siempre prudentes, siempre cautos, los medios habían aprendido a respetarles y ellos a contarles lo suficiente para mantenerlos contentos.
Cásate conmigo. Y así, sin más. Dos palabras, un mundo.
Se acerca a él, se arrodilla. Una cajita, un anillo. Miradas que se entrecruzan, sentimientos que se desbordan. Un abrazo, dos te quiero. Una palabra…
Sí.
Fin