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L.A. por chokomagedon

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Notas del capitulo:

Esto es para ti, linda. Aunque no estés ahora, espero haya servido para levantarte los ánimos.

Advertencia: Este fanfic es... un fanfic(crack), por lo que cualquier diferencia con la no-realidad(también conocido como OOC) es pura... ¿no-casualidad?

 

 

Mello

 

 

Dolor.

 

Aquello era prácticamente lo único que ocupaba su mente. Era un dolor lacerante, agudo e intenso que se extendía por todo su cuerpo, acentuándose en su cabeza y su costado izquierdo. Tardó en darse cuenta que debía abrir los ojos, espabilarse, pero hacerlo no trajo nada bueno. Se encontraba en una pequeña habitación en penumbras, el pequeño velador apenas llegaba a dibujar el contorno de los pocos muebles que lo rodeaban, entre ellos una pequeña mesa y un ordenador portátil. No recordaba haber estado allí antes. De hecho, cuando se hubo habituado a la casi insoportable sensación de dolor que azotaba su cuerpo, los únicos recuerdos que llegaron a su mente fueron difusas imágenes acerca de humo y fuego.

 

Tembló. Poco a poco, comenzaba a acordarse de todo: la novela, Los Ángeles, Jonás y los mafiosos... y esa explosión que había acabado con sus pertenencias. Pero había algo más. Sonidos... sonidos confusos e inconexos, evocados por el inconsciente, que fueron amoldándose hasta dar forma a una palabra. Un nombre, más bien.

 

—Me...llo—pronunció con voz ronca.

 

El débil sonido de aquellas sílabas se esparció en la pesadez del aire que olía a encierro. Estaba solo. Y herido. Y lo peor era que no tenía idea de cómo había sido llevado allí, ni por quién. ¿Gritar pidiendo ayuda? ¿Intentar hallar un teléfono para llamar a la policía? ¿Arrastrarse como un gusano hasta llegar a algún sitio seguro? Cada nuevo plan sonaba más absurdo que el anterior, y pensar con semejante dolor taladrándole los sesos no parecía salirle demasiado bien.

 

Para su alivio, o, mejor dicho, para su pesar, no necesitó idear más escapes improbables, pues el tintineo de unas llaves seguido del sonido de una puerta abriéndose le indicó que su soledad había terminado. Pocos instantes después, la puerta de la habitación en donde se encontraba estaba abierta y una persona allí de pie lo observaba. Degustando una de sus ya típicas barras de chocolate, el joven rubio se acercó lentamente hacia la cama donde yacía el escritor y tomó asiento en una pequeña banqueta a su lado.

 

—Al fin despertaste, Jonás. ¿Te duele?—le preguntó, dirigiendo su dedo índice hacia las vendas que cubrían la frente de Yuki.

 

—¡Ouch!

 

—Ups... veo que sí—rió, incorporándose y dándole otra mordida a su golosina.—Tienes suerte de estar entero... y de que yo aceptara cuidarte. Ten, tómate uno de estos analgésicos.

 

—¿Qué... qué me ocurrió?—. Aquella pregunta sonaba tan trillada, como salida de una novela barata, pero no le quedaba otra opción más que averiguar cómo había llegado a esa extraña e incómoda situación. Principalmente, por qué un miembro de la mafia lo estaba cuidando. Por qué justo él.

 

—¿Que qué te ocurrió? Prácticamente saltaste sobre mi motocicleta en marcha. Veo que el golpe te afectó la memoria, Jonás.

 

Jonás. La sola mención de ese alias ya empezaba a fastidiarlo. Para colmo, el muchachito parecía gustar de repetirlo una y otra vez en cada oración que formulaba. Al menos, ahora que entendía cómo había terminado todo magullado en aquel apartamento se tranquilizaba un poco, aunque no era gran consuelo. Por lo pronto, lo importante era que el otro no parecía tener conocimiento acerca de la explosión del hotel ni nada de eso... o eso parecía. No debía confiarse en absoluto si no quería terminar en el otro mundo.

 

Ring-ring...

 

El sonidito de un teléfono móvil llamando taladró los oídos de Yuki, intensificando su jaqueca unas tres veces. El otro rubio, con cara de fastidio, sacó el móvil del bolsillo de la chaqueta como la primera vez que se encontraron.

 

—¿Sí? Aquí Mello.

 

Yuki frunció el entrecejo. El joven tenía el nombre que hasta ese momento continuaba dando vueltas en su cabeza sin explicación alguna. ¿Por qué lo había sabido de antemano? No recordaba que éste se hubiese presentado ni que alguien lo haya llamado de esa forma. ¿Lo había oído mientras dormía?

 

—... Sí, no te preocupes. Jonás acaba de despertar, pero dudo que pueda salir hasta dentro de un par de días. Está medio hecho mierda. ... Bien. ... Adiós.

 

Mello... Ahora conocía su nombre. No sabía por qué pero, de cierta forma, le aliviaba saberlo.

 

—Jonás. Iré a la tienda a comprar chocolates y más analgésicos. ¿Necesitas algo?

 

—No. Bueno, sí. Tráeme una cajetilla de Marlboro.

 

—Saludable pedido, ¿no?

 

—No es que sea de tu incumbencia, pero no fumo demasiado. Tan sólo uno o dos cuando estoy demasiado nervioso.

 

—Sí, conozco esa historia. Un viejo amigo solía decir lo mismo que tú, y la última vez que lo vi fumaba como escuerzo.

 

Un apenas distinguible brillo de nostalgia adornó los ojos de Mello al mencionar a ese tal viejo amigo, pero enseguida se ocupó de que éste desapareciera. —Vuelvo en un rato—dijo, antes de salir del apartamento.

 

Apenas Yuki oyó que la puerta se cerraba, se incorporó sobre la cama, no sin sentir algo de dolor. A pesar de todo, el analgésico había resultado ser más poderoso de lo esperado, así que no tuvo demasiados problemas en ponerse de pie y renguear hasta la sala de estar. “Ahora sólo necesito encontrar la llave. Debe tener una copia de la llave de entrada. ¡Todo el mundo tiene una copia de la llave de entrada!”, pensó, animado además por la escasa cantidad de muebles que había y, por lo tanto, la falta de diversidad de lugares en donde podría encontrarse dicha bendita llave. Sin embargo, la desilusión no tardó en llegar, pues en cada cajón que abría no había otra cosa más que chocolates. Chocolates en la estantería, chocolates en la alacena, chocolates en la heladera, chocolates en el horno, chocolates en el armario, chocolates en la mesita de noche, chocolates bajo el colchón y bajo el sofá, chocolates en el botiquín. ¿Acaso no había dicho Mello que iría a comprar chocolates?

 

“Este chico está trastornado...”

 

De acuerdo. Era tiempo de llevar a cabo el plan B. Aún rengueando, el atormentado escritor se acercó a la puerta de entrada y, tomando la perilla fuertemente con ambas manos, comenzó a sacudirla al desquiciado grito de “¡¡¡AYUDAAAAAAA!!!”

 

Inverosímilmente, el desesperado plan dio resultado mucho antes de lo esperado... porque la puerta estaba sin llave.

 

Yuki no pudo evitar sentirse estúpido, aunque la sensación de júbilo que lo embargó en ese momento fue indescriptible. Allí estaba el pasillo, desierto, llamándolo con voz silenciosa pero seductora para que lo atravesara para tomar el elevador y escapar de aquella pesadilla. Libre, era libre, y no podía pensar en otra cosa más que huir del apartamento de ese lunático adicto al cacao. Tenía el camino libre para largarse de allí... excepto por el detalle de un terrible mareo que lo envolvió de pronto y lo hizo caer inmediatamente de bruces al suelo.

 

—Qué demo...

 

Paralizado. Sus músculos apenas le respondían y falló unas tres veces en ponerse de pie. Como si eso fuera poco, al levantar la mirada notó que el cartel que indicaba el piso del elevador marcaba que éste se encontraba en ascenso. Primer piso, segundo piso... Un número diez colgado en la pared le hizo saber que él se encontraba en el décimo, así que no contaba con mucho tiempo. Si el que se encontraba en el elevador era Mello y llegaba a encontrarlo en medio del pasillo, estaría muerto. Cuarto piso, quinto piso... Yuki hizo uso de las últimas fuerzas que le quedaban para regresar al apartamento, cerrar la puerta y... quedar tendido en medio de la sala de estar. Tres segundos después, la puerta de entrada volvió a abrirse.

 

—¡Hey! ¿Qué diablos haces ahí tirado?—. La voz de Mello mostraba una mezcla de enfado y sorpresa.

 

—Yo... eh... Necesitaba ir al baño.

 

—Qué fastidio—resopló el miembro de la mafia.—Hubieses ido antes de tomar el sedante. Ahora no pienso ayudarte a hacer tus necesidades. Quédate ahí hasta que te compongas.

 

¿Sedante había dicho? Hasta donde Yuki sabía, sedante no era sinónimo de analgésico. Además, por el efecto que venía produciéndole, no parecía tampoco ser cualquier sedante. ¿Acaso Mello acababa de drogarlo? No sólo eso, sino que lo trataba con rudeza y lo dejaba tendido en el suelo como un perro. ¿Adónde había quedado el respeto por “el gran Jonás”?

 

—Al menos... al menos ayúdame a llegar a la cama—le pidió en un tono no demasiado amable. Pero Mello estaba ya demasiado concentrado trabajando en su ordenador y ni siquiera pareció oírlo. ¿Quién diablos se creía que era para ignorarlo de aquella forma? —¡Mierda! ¡Te he dicho que me ayudes!

 

Mala idea. Terrible, pésima idea había sido la de gritarle de esa manera. Porque pensándolo bien, Yuki se encontraba en una situación más que desafortunada como para dar órdenes de ningún tipo. No sólo debido a que él mismo era una farsa y podía ser descubierto en cualquier momento(y, en ese caso, terminaría pudriéndose en alguna zanja), sino también porque se encontraba totalmente paralizado y atontado en el apartamento de un desequilibrado mental que podría reaccionar sólo Dios sabe cómo. Probablemente era debido a la presión, el miedo y la frustración que el escritor experimentaba desde hacía ya buen rato, sumado a los efectos de la droga de dudosa legalidad que le habían hecho ingerir. Claro que fue demasiado tarde cuando Yuki reparó en su error, pues lo dicho, dicho estaba, y Mello se estaba acercando a él con expresión indescifrable. Éste se agachó hasta que su rostro quedó a centímetros del de Yuki, respirando aliento con aroma a chocolate sobre su piel.

 

—Así que... ¿quieres que te lleve a la cama?

 

Yuki no pudo hacer otra cosa más que sonrojarse como pocas veces lo había hecho. Aunque intentara evitarlo con todas sus fuerzas... Las palabras de Mello, el tono sensual con el que las había pronunciado, la cercanía, su mirada penetrante... ¿A qué otra cosa podría estar refiriéndose?

 

—Yo... n-no...—fue todo lo que pudo balbucear.

 

—¡Perfecto! Porque fue muy molesto dormir anoche en el sillón mientras tú estabas cómodo en mi cama. Hoy me toca a mí.

 

Dicho esto, Mello se encerró en el dormitorio y no se supo más de él. Por su parte, Yuki, vencido ya por los efectos del sedante, se quedó profundamente dormido.

 

CONTINUARÁ...

 

Notas finales: Próximo capítulo: ¡lemon!

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