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Flocons de Neige por Songfic_Maniak

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Notas del fanfic:

-Participante en el evento "Santa Camus", me lo traje para acá porque ando viendo la forma de postear en esta página jaja, intentaré adaptarme y hacerlo bien ^^*

Notas del capitulo:

Flocons de Neige = Copos de nieve (francés)

“FLOCONS DE NEIGE”

 

Aquella noche en Grecia sería navidad

Milo guardaba en su corazón un gran dolor

Pero un inesperado milagro se iba a manifestar

Haciéndole recordar a aquel que tanto amó

 

 

-Saga, te he dicho que no haré nada especial esta navidad, de cualquier forma te agradezco la invitación- dijo Milo con desgano por el teléfono mientras se hallaba despilfarrado en el sofá.

 

-¡Milo, es noche buena! Ya te lo había dicho desde hace algunas semana, pero de cualquier forma te repito que Kanon y yo hemos organizado una cena en nuestra casa, debes venir, Milo, ¡todos estarán aquí!- exclamó el mayor con ánimo.

 

-No… aunque yo vaya no todos estarán ahí…

 

Un silencio sepulcral se creó y durante algunos segundos ninguno dijo nada, hasta que Saga aclaró su garganta decidido a resarcir su error.

 

-Discúlpame, no debí decir eso, entiendo que ha pasado un año y quizá no quieras hacer nada en estas fechas, pero… piénsalo ¿si? Sabes que a él le hubiera gustado que celebraras como cuando ambos…

 

-Lo pensaré- interrumpió Milo despidiéndose abruptamente de Saga y colgando el teléfono.

 

Suspiró, se estiró, arrojó el teléfono lejos y se incorporó para observar a su alrededor, no sabía desde cuando no había hecho la limpieza en ese lugar, de solo imaginar lo que Camus diría si observara todo ese desastre una melancólica sonrisa apareció en su rostro y, al no tener nada mas que hacer el resto del día comenzó a recoger el caos de ese espacio que había alquilado al regresar de París.

 

Jamás consideró en sus planes regresar a Atenas tan pronto, menos estar ahí en esa época que era la favorita de su pelirrojo, él amaba la nieve porque le recordaba sus pacíficos días Siberia y Milo la amaba porque siempre recordaba a Camus con ella, pero el destino les había dado una cruel e inesperada sorpresa…

 

 

 

~*~  εïk9;  ~*~

 

 

 

Tras tantas batallas los caballeros se habían ganado a base de sufrimiento y sacrifico una nueva vida y, con esta, la oportunidad de gozar de su libertad, Milo aún podía recordar la felicidad que lo embargó cuando observó como su Diosa resucitaba a Camus quien se incorporaba desorientado para luego, sentir como su querido rubio se abalanzaba sobre él para abrazarlo con todo el amor que había en su corazón.

 

No perdieron un minuto mas y, tan pronto cuando se les concedió su carta de retiro y algo de dinero para ayudarlos en lo que buscaban algún empleo estable Camus le propuso a Milo rehacer su vida lejos de Grecia, justamente, en París, la ciudad donde él había nacido, el rubio accedió de inmediato ya que no le importaba donde estuviera siempre y cuando pudiera estar al lado del pelirrojo.

 

Los primeros meses fueron algo complicados, pero, a pesar de que Milo podía llegar a ser muy desordenado y hacer gastos de más, Camus debía admitir que la vida en pareja les sentaba bien, ninguno de los dos sabía mucho de cocina ni de deudas aunque siempre fueron apoyados por la fundación Kiddo que les consiguió buenos empleos y los apoyaba con una módica suma de dinero al mes, ambos estaban bien con el cómodo departamento que tenían y eran felices compartiendo su vida en la “Ciudad de la luz”.

 

Claro, hasta que llegó la época de invierno.

 

-¡“Copo”, me muero de frío!

 

Era lo primero que el pelirrojo escuchaba en las mañanas, en las tardes, por las noches, antes de acostarse ¡todo el tiempo! Y es que, por más chamarras, suéteres o bufandas que Milo usara siempre se encontraba tiritando de pies a cabeza por lo que, tan pronto como en su trabajo le dieron las vacaciones de diciembre, Milo no se atrevía a salir de la cama, mucho menos de la casa, a Camus le daba mucha gracia la actitud tan infantil del rubio, pero, después de todo, comprendía que no debía ser fácil vivir siempre en un lugar cálido como Grecia y, repentinamente, pasar un invierno en una ciudad donde, incluso, nevaba.

 

-¡Lo que me faltaba!- exclamó Milo saliendo de la cama una mañana y abriendo las cortinas para observar la primera nevada de la temporada, justamente el mismo día que celebrarían la navidad. El rubio regresó a la cama y se acurrucó contra Camus quien lo abrazó con ternura.

 

-Vamos, Milo, no es tan malo, es más ¡es perfecto! Hoy es navidad, mon amour, vamos a pasear por los campos Elíseos ¿si?- preguntó rozando su nariz contra la del otro quien se acercó hasta besar al pelirrojo.

 

-Solo si me abrazas en todo momento para no sentir tanto frío.

 

-Dalo por hecho, Milo- contestó el pelirrojo sonriéndole.

 

 

¡Estaré en mi casa esta Navidad!

Tú serás la nieve y yo…
El fuego de tu hogar

 

Desayunaron en casa y, ya entrada la tarde, después de bañarse juntos y hacer otras cosas mas interesantes en la tina de baño, ambos se vistieron de forma casual, el mismo Camus se encargó de abrigar a Milo debidamente aprovechando para abrazarlo a cada momento.

 

-No te preocupes, Milo, si la pasas bien te olvidarás del frío- le dijo el pelirrojo colocándole una bufanda turquesa que hacía juego con esos ojos tan hermosos que el griego poseía, este suspiró, deposito un corto beso en los labios del francés y entrelazó una de sus manos cubierta por un guante con una de las del pelirrojo el cual las llevaba desnudas.

 

-Vamos a disfrutar de la ciudad en compañía de tus familiares, “copo”- contestó Milo provocando la risa de Camus quien abrió la puerta decidido a pasar la mejor navidad de sus vidas.

 

Tomaron el metro de la ciudad y llegaron al centro de la misma, Milo exhaló admirando las luces a su alrededor y un halo de vapor salió de su boca, París lucía tan hermosa, ahora entendía porque la llamaban la “Ciudad de la luz”, había una serie de iluminaciones especiales en sus monumentos y principales avenidas, así como una pista de hielo cerca de la Torre Eiffel.

La capital francesa se había engalanado para recibir la Navidad con sus mejores luces, sobre todo en la Avenida de los Campos Elíseos que era embellecida con una iluminación blanca, sobria y espectacular, justamente por donde ellos caminaban sintiéndose afortunados de poder compartir aquel paisaje juntos.

-¿Y bien, todavía tienes frío?- preguntó el francés pasando su brazo por los hombros del griego.

-Un poco, pero contigo pronto se me pasará- susurró Milo correspondiendo ese abrazo y apoyando su cabeza en el hombro del otro para aprovechar e inspirar el dulce olor de aquellos largos y pelirrojos cabellos y, después, besar aquello cuello desposeído de bufanda, le sorprendía como Camus caminaba como si nada tan solo llevando una sencilla chamarra.

-¿Quieres hacer algo especial esta noche buena?- preguntó el pelirrojo cuando ambos tomaban un café en uno de los establecimientos de la Galería Lafayette que estaba adornada con coloridas luces navideñas y lucían maravillosos escaparates.

-Por supuesto, Camie, quiero pasarla contigo- contestó Milo cubriendo la mano de su pareja con la suya.

-Me refiero a que si quieres que vayamos a cenar a algún lugar o que compremos algo para hacer en casa- siguió Camus quitándole el guante al griego para poder acariciar libremente su mano.

-No- respondió Milo risueño- ya te dije, esta noche solo quiero que estemos tú y yo en casa… en el calor de nuestras sábanas, abrazados… desnudos y…

-Ya entendí el punto, Milo- interrumpió el francés bajando su rostro y sintiendo el sonrojo en su rostro, no le molestaba lo atrevido que el rubio pudiera ser pero no por eso dejaba de ponerse nervioso cada vez que se expresaba de esa manera. Milo río por su reacción y acarició su rostro antes de tomar su barbilla para regalarle un beso suave que al pelirrojo le supo sumamente dulce.


¡Con la Noche Buena!
Llegará el amor

Quiero estar contigo
Al menos… ¡con el corazón!

Después de terminar el café y los baguettes que habían pedido, salieron del establecimiento decididos a gastar sus bonos navideños en todas las tiendas, cada quien se fue por su lado, Milo le compró a su pelirrojo su loción favorita, un oso polar de peluche y un disco de Vanessa Paradis mientras que Camus optó por una camisa de manga larga azul turquesa, un reloj de mano y una sorpresa más.

Ambos se cruzaron en el centro de la galería Lafayette donde se encontraba un enorme pino de navidad de varios metros de altura adornado con colores elegantes de plata y celeste. Salieron de ahí y regresaron a casa con sus obsequios para colocarlos en medio de la sala ya que ambos, despistados (Además de laicos), habían olvidado comprar un árbol de navidad.

-Aún hay tiempo antes de la cena- dijo Camus revisando la hora con su reloj de mano.

-¿Qué quieres hacer?- preguntó Milo echándose en el sillón como siempre acostumbraba.

El pelirrojo sonrió de forma traviesa, se acercó hasta posicionarse encima del griego para comenzar a besarlo siendo correspondiendo por este quien rodeó su espalda y se acomodó para poder abrazarlo mejor. Camus le quitó esa estorbosa bufanda y la sustituyó por sus cálidos besos que hicieron suspirar a Milo, luego, sus manos bajaron hasta colarse debajo de las ropas del griego y siguió acariciando sintiendo como ese cuerpo debajo de él aumentaba su temperatura y, antes de que él mismo pudiera perder el control detuvo aquel juego de seducción y se alejó tomando las manos de Milo para ayudarlo a incorporarse.

-Vamos, sé bien lo que podemos hacer- le dijo divertido

-Pero, creí que…- las palabras de Milo fueron interrumpidas por un nuevo beso que desvaneció un poco la inconformidad que había surgido en él cuando Camus decidió no seguir con lo suyo en el sillón.

-Dijiste que eso haríamos en la noche buena, Milo y aún faltan algunas horas- explicó el francés colocándole de nuevo la bufanda y atrayéndolo a él al tirar de la misma para unir ambas frentes - tengo una buena idea, ¿me acompañas?

-Si, por supuesto que si- contestó Milo embelesado por aquellos rubíes que Camus tenía por ojos.

En esa ocasión tomaron la ruta que los llevó hasta la torre Eiffel, subieron en elevador hasta donde les permitieron el acceso, ya que por el clima y para preservar la seguridad de los visitantes no les permitían subir hasta el último piso, sin embargo, Milo y Camus se las ingeniaron para pasar de largo a los agentes de seguridad y lograr subir hasta el último piso de la misma, para cuando llegaron la noche se había instalado en París y desde aquella altura, ambos podían admirar la luces navideñas adornando cada hogar de tan preciosa ciudad.

-Tenías razón, Camus- dijo Milo apoyando sus brazos en el barandal mientras se inclinaba la parte este de la enorme ciudad- ya no siento tanto frío, vivir en París, aún en invierno es increíble.

-¿En verdad lo crees?- preguntó el pelirrojo abrazándolo por detrás y mordiendo el pabellón de su oreja.

-Si- contestó Milo disfrutando del cálido aliento que chocaba contra su nuca causándole ligeros estremecimientos- pero lo mejor es vivir contigo- agregó girándose para abrazar a Camus y sentir su calor.

-Te amo, Milo- le dijo el pelirrojo de improviso a su oído.

-Yo también te amo a ti- contestó el rubio trazando un camino de besos desde la mejilla del pelirrojo hasta sus labios.

Ambos se unieron en un beso profundo y prolongado hasta que una lenta balada comenzó a escucharse en cada piso de la inmensa torre, lentamente Camus comenzó a mover sus pies y a guiar al rubio en un improvisado vals que hizo sonreír a ambos mientras que escuchaba aquella suave voz que acompañaba a la música:

Every time I look down on this timeless town,
Whether blue or gray be her skies,
Whether loud be her cheers, or whether soft be her tears,
More and more do I realize that...

-¿Qué estás haciendo?- preguntó Milo abrazando al pelirrojo del cuello para escucharlo tararear aquella melodía.

- I love paris in the spring time, I love paris in the fall- comenzó a cantar Camus junto con aquella voz que resonaba en la torre Eiffel, guiando al rubio con mas seguridad

I love Paris in the summer when it sizzles
I Love Paris in the winter when it drizzles

-Te das cuenta que cualquier que nos pueda ver se dará cuenta de lo ridículos que lucimos- dijo Milo jugando con los lacios cabellos del francés quien siguió murmurando aquella balada sin hacer caso a la burla del rubio, lo abrazó mas a él, acarició su mejilla con la suya y cerró los ojos queriendo convertir ese momento en uno eterno, al menos en su memoria.

-No te preocupes, Milo, nadie nos ve… siempre seremos solo tú y yo, te lo prometo- le susurró y Milo lo creyó, así que él también cerró sus ojos, se abrazó mas a él y se dejó guiar disfrutando de ese íntimo y romántico momento.

Ambos lo eran, eran unos románticos sin remedio… cosas de la juventud.

I love paris every moment
Every moment of the year
I love Paris, why? oh! why do I love Paris?
Because my love is here(*)

 

Justo cuando la canción concluyó Camus hizo que Milo se girara para poder abrazarlo nuevamente por detrás de la cintura, el rubio ladeó su rostro hasta encontrarse con los labios del francés antes de sentir como los copos de nieve comenzaban a caer en la ciudad dando un mágico comienzo a esa noche buena.

 

~*~  εïk9;  ~*~

 

-Si, claro, solo tú y yo- pensó Milo en voz alta mientras se encontraba parado delante de la tumba de quien se había robado su corazón.- lo prometiste, Camus… ¿por qué me hiciste esto?- preguntó ante aquella tumba sintiendo como las copiosas lágrimas nublaban su vista y, posteriormente se derramaban por sus mejillas.- ¿por qué te fuiste?

Después de pensarlo toda la mañana y hacer limpieza en su departamento, Milo decidió salir esa navidad, tan solo para visitar la tumba del hombre que lo había abandonado hacía ya casi un año.

El invierno en Grecia era muy diferente al de París, a Milo siempre le había parecido hermoso que en Atenas esa estación solo parecía ser una prolongación del Otoño, los días eran nublados y ventosos, algunas veces había sol, pero las hojas de los árboles caían llenando las calles de colores rojizos y anaranjados, al rubio siempre le había gustado aquello, pero, tras esa inolvidable navidad en París ya nada a su alrededor era agradable, se sentía un extranjero en sus propias tierras, mas aún porque no había nieve en ellas… ese paisaje níveo que el pelirrojo tanto amaba.

Se inclinó lo suficiente para despejar las hojas otoñales de la tumba de Camus y repasó con la yema de sus dedos el nombre en el mausoleo, ese que repetía constantemente en soledad esperando que su dueño respondiera, pero eso nunca ocurría.

-Feliz Navidad, Camus- dijo en un susurro antes de apoyar su frente en la piedra y dejar que de nuevo la tristeza lo inundara y lo ahogara en llanto.

Todavía le costaba trabajo creer lo que había ocurrido, hasta ese día se sentía culpable y añoraba los días al lado de su amado. Si tan solo esa noche hubieran vuelto a casa… si él no hubiera sido tan torpe para provocar ese accidente…

 

~*~  εïk9;  ~*~

 

Después de que aquella canción terminó en la torre Eiffel, Camus se aseguró que la bufanda que Milo llevaba estuviera bien anudada y con sus manos frotó sus brazos para hacerlo entrar en calor.

-Me encanta la nieve- dijo el pelirrojo alzando su rostro para sentir aquellos copos acariciar su rostro como suaves pelusas.- una navidad sin nieve es como…

-¿Yo sin ti?- sugirió Milo provocando la risa del otro.

-Así que eso soy ¿la nieve?- preguntó Camus quitando los copos que se quedaban en las ropas del rubio, sus “familiares” como él los llamaba-dime, Milo, ¿te está gustando esta navidad?

-Si, ha sido la mejor de todas, quiero que todas mis navidades sean como esta, llenas de nieve… así que no volveremos a pasar una sola navidad en Grecia.

-¿De qué hablas, Milo? ¿Se te olvida con quién estás hablando?- preguntó el francés enarcando una de sus cejas mientras alzaba su mano para mover sus dedos de los cuales surgieron briznas que se asemejaban a pequeños diamantes.- si quieres que cada una de nuestras navidades tenga nieve no importa donde estemos, yo seré la nieve para ti… trataré de que esta no sea muy fría- comentó divertido mientras ambos bajaban de la torre por un pequeño elevador que parecía ser usado solo por los que cuidaban de “la dama de hierro”.

-No importa, Camus, tú eres mi “copo” así que yo seré el fuego que te derrita- contestó el rubio de manera sugerente aprisionando al pelirrojo en una esquina de aquel estrecho elevador para disfrutar de ese íntimo momento, eran demasiados pisos y su pasión era excesiva, así que, cuando la puerta del elevador finalmente se abrió en la planta baja de la Torre ambos lucían sonrojados y acalorados.

Tú serás la nieve y yo
El fuego de tu hogar

Esa noche hubieran llegado a su departamento, quizá hubieran salido a cenar a algún restaurante y en la madrugada hubieran abierto los obsequios que cada uno le había comprado al otro, sin embargo, cuando iban en un taxi camino a su departamento, Camus miró a lo lejos una gran pista de hielo ya que las bajas temperaturas habían congelado uno de los canales de la ciudad.

-¿Alguna vez has patinado sobre hielo, Milo?- le preguntó al rubio quien lo miró de soslayo desconcertado.

-No y no pienso hacerlo nunca- fue su cortante respuesta, mas esto solo hizo aparecer una enorme sonrisa en el rostro de Camus quien paró el taxi, le pagó al chofer y tomó el brazo del rubio para llevarlo hacia aquella pista- ¡No, Camus!- exclamó el griego poniendo resistencia para avanzar- ¡haré el ridículo! No sé hacerlo, me voy a caer y me va a doler ¡Camus!

Después de tanta queja, el francés se giró hacia él tomó su mentón y selló sus labios con un beso.

-Deja de decir tonterías, no harás el ridículo y no voy a dejar que caigas, ¿de acuerdo? Tú confía en mí, yo siempre voy a protegerte, Milo, no importa que pase… y, créeme, en una pista de hielo nada malo puede pasar.

Milo sintió la calidez en sus mejillas, bajó su rostro y sonrió ante la dulzura con la que Camus siempre lo trataba, no puso mas resistencia y ambos caminaron hacia la pista, después de todo el pelirrojo tenía razón, nada malo podría ocurrirle, a lo mucho caerse, pero seguramente él lo ayudaría a levantarse.

Ambos rentaron un par de patines, se sentaron en una banca cercana y Camus le ayudó a amarrarse de forma correcta los patines a Milo mientras le contó un par de anécdotas de sus días en Siberia y los momentos tan divertidos que había pasado cuando su maestro lo dejaba bajar al pueblo cercano para patinar con chicos de su edad.

Entraron a la pista de hielo, en un inicio al griego le costó trabajo encontrar su equilibrio, sentía sus piernas como si fueran de gelatina y cuando sintió que inevitablemente caería, sintió como la mano del francés lo sostenía con firmeza. Pasaron un par de horas, en ese tiempo el rubio aprendió rápido y ya patinaba sin ayuda de Camus, se deslizaba por toda la pista fascinado por la sensación de patinar sobre hielo, el pelirrojo lo miraba encantado, Milo a veces parecía ser un niño y esa era la faceta que mas le gustaba de él.

Cuando las campanas de Notre Dame resonaron Camus se dio cuenta que ya iban retrasados si es que querían salir a cenar a algún lugar ya que, en definitiva, no alcanzarían a preparar ellos mismos algo, salió de la pista y le hizo una seña a Milo para indicarle que era hora de marcharse, después se quitó los patines y los entregó para que le devolvieran sus zapatos.

Camus comenzó a calzarse los zapatos en una de las bancas mientras que Milo quiso aprovechar los últimos momentos en la pista, se deslizó a gran velocidad alejándose de las pocas personas que quedaban y, de repente, perdió el control hasta pasar la marca que dividía al hielo duro del blando. Lo siguiente que sintió fue como el hielo se resquebrajaba debajo de sus pies y él, inevitablemente caía a las gélidas aguas del canal.

El pelirrojo se puso de pie una vez que calzó sus zapatos y observó a lo largo de la pista, su ceño de frunció al sentir una tremenda preocupación por no ver por ningún lado al rubio, giró su rostro y observó como las personas patinaban hasta el límite del hielo duro y gritaban que alguien había caído.

-¡Milo!- gritó Camus entrando a la pista y tropezando un par de ocasiones a causa de su calzado que resbalaba en el hielo, se abrió paso entre la gente, sintió su corazón detenerse al ver al rubio pálido, con sus labios azulados y tiritando aferrándose a un pedazo de hielo, cuando sus miradas se cruzaron el rubio dobló sus cejas y una comisura de sus labios se alzó para sonreírle nervioso al francés, temiendo que este se enojara por su descuido.

 

En un instante el pedazo de hielo al que Milo se aferraba se partió en dos y este comenzó a patalear tratando de salir a flote, pero odiaba el frío, era su debilidad, era algo contra lo que el gran caballero de escorpión no podía lidiar, así que, con todo su cuerpo entumecido, comenzó a ahogarse.

 

-¡Camus!- clamó para recibir su auxilio antes de sentir como sus piernas parecían de plomo y comenzaban a hundirlo, el pelirrojo no lo pensó dos veces, cruzó el límite de advertencia y corrió lo mas que pudo hasta que el hielo blando también su partió por su peso.

 

El agua helaba hasta los huesos, a pesar de llevar un duro entrenamiento en Siberia su maestro jamás había permitido que Camus se acercara mucho a las aguas heladas, solo hacía que saltara a ellas cuando quería castigarlo, pero el castigo duraba pocos minutos, porque la sensación de estar dentro de aguas gélidas era inhumana.

 

El pelirrojo comenzó a nadar a pesar de que sus brazos y piernas parecían no responderle, tomó una gran bocanada de aire y se sumergió tratando de hallar a Milo, sus corazón latía desbocado y le pidió mas oxígeno, pero Camus se negó a salir a la superficie porque sabía que cada segundo era invaluable ante esa situación, comenzó a sentir un intenso dolor intenso en el pecho, el frío le calaba hasta lo más hondo, al tratar de respirar solo se encontró con una sensación de ahogamiento por tragar agua helada y justo cuando sentía desvanecerse observó los rubios cabellos de Milo, lo tomó por debajo de sus brazos y se apresuró a sacarlo a la superficie.

 

El rubio instintivamente respiró y sacó el agua que había tragado, estaba casi inconciente, Camus respiró un poco, pero el peso del cuerpo de Milo lo hundía, con gran esfuerzo, tras casi media hora en la que nadie se atrevió a ayudarlos él solo nadó hasta la orilla sacando al rubio y colocándolo boca arriba.

 

Camus cayó a un lado de él, respirando con dificultad, su brazo rodeaba el pecho de Milo, sus uñas se aferraban a ese cuerpo de forma posesiva, comenzó a perder el conocimiento víctima del cansancio, sin embargo, sabía que no podía dejarse vencer, así que logró ponerse de rodillas, sintió el débil palpitar de Milo y eso lo hizo reaccionar.

 

Se puso de pie y cargó a Milo en su hombro, sin esperar nada, corrió desesperado hasta su apartamento que estaba a unas cuadras de ahí, no quiso escuchar a la gente que estaba cerca que le gritaba que esperara a una ambulancia, cada paso que daba sentía que en cualquier momento sus rodillas iban a colapsar, sin embargo el cuerpo tembloroso de Milo lo impulsaba a seguir, tenía que llegar y ayudarlo cuanto antes.

 

Minutos después, Camus de una patada abrió la puerta de su departamento, entró y la cerró de nuevo con el pie, puso a Milo en la cama, le quitó los patines, los calcetines, comenzó a desabrochar su camisa dejando su pecho desnudo, la piel de Milo se había tornado de un color azulado, su rostro estaba pálido y temblaba sin control, después le quitó el pantalón y cualquier prenda hasta dejarlo desnudo, lo cubrió con todas las sábanas que encontró y prendió la calefacción.

 

-Camie…

 

El pelirrojo escuchó claramente que Milo lo llamaba, caminó hasta la orilla de la cama respirando todavía con dificultad y se inclinó para posar su mano en la fría mejilla del griego.

 

-Milo, ya pasó, todo está bien- le susurró sintiendo una gran angustia y, sobre todo, la culpa de haber dejado solo al rubio en la pista de hielo.

 

Él también se quitó su ropa mojada y tomó su lugar a un lado del rubio, al sentir aquel cuerpo cálido, Milo se acercó instintivamente y escondió su cabeza en el pecho de Camus, quien lo abrazó hacia él, buscando que su cuerpo le brindara todo el calor posible.

 

-lo siento…arruiné nuestra navidad- susurró Milo

 

-No, Milo, no digas eso- se apresuró a contestar Camus llorando sumamente conmovido- fue un accidente, los… los accidentes pasan, amor.

 

El francés podía sentir como su cuerpo temblaba, pero ese temblor no era nada comparado con el de Milo, Camus lo sentía tan frío, tan débil que decidió darle más calor del que su abrazo pudiera brindarle.

 

-Perdóname tú a mí, sé lo mucho que odias el frío y te insistí salir, me pediste que no fuéramos a la pista y yo te llevé, todo fue… mi culpa- agregó enjugando sus lágrimas antes de comenzar a encender su cosmos para cubrir a Milo de una forma muy especial.

 

Milo se estremeció por el terrible contraste de su cuerpo helado y aquella cálida sensación que se adentraba en él, soltó un leve gemido y se acurrucó mas a Camus quien lo abrazó más hacia él y acarició su espalda para tratar de calmar su dolor, después unió su frente con la suya para que sus cálida respiración llegara a su rostro y lo tranquilizara.

 

-Al menos los dos estamos juntos y desnudos en cama, como tú querías - dijo Camus mirando con ternura el rostro contraído del rubio quien ya se había desmayado- descansa, Milo.

 

El escorpión comenzó a respirar un poco más pausado y sus facciones comenzaron a relajarse, Camus siguió acariciando sus cabellos y su espalda consiguiendo que Milo dejara de temblar por completo y lograra dormir profundamente, sintiendo aquel calor que lo envolvió toda la noche, un calor profundo, mientras que Camus se desvaneció de un momento a otro tiritando de pies a cabeza por el hecho de entregarle todo su calor al ser que mas amaba en el mundo.

Con la Noche Buena
Llegará el amor

Camus jamás hizo aquello como un sacrificio hacia Milo sino, más bien, un regalo esa navidad, para que el rubio pudiera dormir tranquilo lejos del frío que tanto detestaba, nunca se imaginó que su acción tuviera serias secuelas, después de todo ambos eran caballeros dorados y ese incidente no era nada comparado a todo lo que habían sufrido en el pasado, por lo que se sorprendió mucho al comprobar que al día siguiente no pudo salir de la cama.

Milo que ya estaba del todo recuperado le insistió ir al hospital, pero el orgulloso pelirrojo se negó rotundamente, en cambio, prefirió pasar ese día con el rubio y sus atenciones pero él pudo darse cuenta como Camus comenzó a ser víctima de fiebre, trató de remediarle con algunos antibióticos que tenían en casa, pero esta no cedía.

-Deja de preocuparte, Milo- pidió el pelirrojo con su voz ronca, se incorporó en la cama y se apoyó en la cabecera- ¿por qué no mejor abrimos los regalos de navidad?

El rubio lleno de preocupación quiso responderle que no quería abrir nada, lo único que quería era saber lo que le estaba pasando, pero sabía que eso heriría a Camus, así que se levantó y fue por los obsequios que habían dejado la tarde anterior en la sala y los llevó hasta la cama.

Camus fue el primero en abrir los suyos, agradeció el detalle de la loción y sonrió enternecido cuando vio el oso de peluche, Milo encendió el estéreo y puso el disco que le había regalado al pelirrojo para que tuvieran una romántica música de fondo.

-Ahora, abre los tuyos- pidió Camus sin dejar de sonreírle al rubio, cada uno de sus regalos le hizo recordar que el pelirrojo representaba el orden en su vida, sin él, seguramente esta se volvería un caos.

-El reloj de mano es para que dejes de ser tan impuntual- explicó Camus con una voz bastante queda- y esa camisa… quiero que la estrenes hasta la próxima navidad que te prometo que la pasaremos en un lugar mas cálido.

Milo sonrió y abrazó a Camus feliz no por sus regalos sino por todo lo que este se esforzaba para hacerlo feliz.

-Y hay un último regalo- siguió el pelirrojo tomando el estuche del reloj y sacando detrás de ella lo que parecía ser un diamante- lo puse aquí para no extraviarlo- explicó riendo nervioso, Milo observó con curiosidad aquel pequeño brillante que estaba en medio de la palma del francés- esta es una “Ejecución Aurora”, ayer, mientras esperaba a que terminaras tus compras concentré mi cosmos en mi mano y creé esto para ti, porque yo soy tu “copo” y quiero que siempre que le veas te acuerdes de mí.

Quiero estar contigo
Al menos con el corazón

Milo observó anonadado aquel obsequio, lo tomó entre sus dedos sintiendo que el contacto era algo frío, pero no llegaba a quemar como el hielo.

-Fue por esto- dijo el rubio reaccionando en un instante y mirando con miedo a Camus- ayer gastaste toda tu energía en esto, después saltaste al agua helada y toda la noche me diste el poco calor que te restaba, por mi culpa tú…

-No, Milo, no digas eso- pidió el pelirrojo tomando el rostro tembloroso del rubio entre sus manos- aquí estoy contigo, no hay culpas entre nosotros, Milo, no hay nada de eso, lo que yo te di fue porque así lo quise, porque te amo y lo único que quiero es que seas feliz siempre, que estés bien y mientras eso esté en mis manos no voy a perder la oportunidad de darte eso y más.

-Gracias- contestó entrelazando sus manos y besándolo una vez más para olvidarse de todas sus preocupaciones y concentrarse tan solo en su presente porque presentía que el futuro sería cruel y así fue.

Ambos pensaron que la debilidad de Camus era algo pasajero, pero no fue así, esa navidad había perdido casi toda su fuerza y difícilmente podría recuperarse sin la debida atención y descanso, para mala suerte de ambos aquel invierno fue uno de los mas crudos que hubo en Francia, Camus empeoró, las fiebre aumentó, comenzó a tener dolor en el pecho cuando respiraba, todo el cuerpo le dolía, era atacado por fuertes escalofríos y contrajo una tos severa que lo dejó afónico.

Cuando tuvo el primer ataque de disnea y comenzó a toser sangre a Milo le importó poco el enojo de Camus cuando lo llevó al hospital, él se encontraba tan débil y enfermo que no pudo oponer gran resistencia, el diagnóstico resultó dar pulmonía avanzada y esta empeoraba ya que Camus tenía las defensas bajas y nadie entendía porque no podía recuperarse; nunca pudo hacerlo, antes de que el calendario marcara febrero y pudiera celebrar un cumpleaños mas él ya había fallecido.

Milo creyó morir ese mismo día que observó de cerca como Camus, dormido inhalaba con dificultad y exhalaba por última vez relajando todo su cuerpo y hundiéndose en el sueño profundo de la muerte, enloqueció de dolor, se aferró a su cuerpo sin querer aceptar la verdad y lloro días y noches enteras sin querer ser consolado por sus amigos que habían viajado desde Atenas hasta París al enterarse de la noticia.

El cuerpo de Camus fue llevado a Grecia y los demás se llevaron a Milo junto con todas sus pertenencias de vuelta, por nada del mundo iban  a dejarlo solo en París.

Fue así como los días se volvieron semanas y estos meses, hasta que el escorpión comenzó a oír a la gente en Atenas cantar villancicos anticipando una nueva navidad, una que pasaría sin Camus.

 

~*~  εïk9;  ~*~

 

Milo no podía dejar de llorar ante la tumba de su amado pelirrojo, le dolía sentir esa roca fría siendo que Camus siempre había sido tan cálido con él, aunque sabía que ya no estaría ese día había cumplido su deseo y esa navidad llevaba la camisa azul turquesa y el reloj de mano solo por costumbre no porque realmente le diera el uso debido, de hecho, sentía que su vida pasaba ante él sin que pudiera hacer nada para incorporarse a ella y seguir con su curso, todo se había detenido con la muerte de quien tanto amaba.

-Me… me duele tanto todavía- susurró Milo haciéndose espacio entre sus sollozos- te extraño… te, te necesito tanto… copo- agregó llevándose la mano a su pecho en donde llevaba colgado aquel brillante que había sido el último regalo que Camus le había dado.

No hubo respuesta alguna, nunca la había, sin embargo, la brisa aumentó de un momento a otro provocando que Milo subiera el cierre de la ligera chamarra que llevaba y se incorporara mirando a su alrededor como la noche había caído y el cielo no lucía tan otoñal como debía.

Sus ojos se cerraron por un segundo al sentir una brizna fría en la punta de su nariz, se llevó sus dedos a ella y una inmensa sorpresa lo invadió al ver como un diminuto copo de nieve se derretía por el calor de su mano, alzó su rostro mirando con asombro como comenzaba a nevar en Atenas cuando jamás había ocurrido eso.

Milo sonrió y extendió sus brazos sintiendo esa nieve que, curiosamente, no lo molestaba con el frío sino que lo llenaba de un calor muy familiar y ya no hubieron lágrimas de tristeza sino de felicidad al presentir que, después de todo, aquel brillante no había sido el último regalo de Camus ya que había cumplido su promesa de ser la nieve para Milo cada noche buena.

Estaré en mi casa

Al menos…

¡Con el corazón!

 

 

Una hora más tarde, Saga escuchó el timbre de su casa justo cuando todos estaban sentados a la mesa para comenzar a cenar, el mayor pidió que lo aguardaran y caminó hasta el corredor de entrada para recibir al último invitado de la noche.

 

-Milo- le nombró parpadeando perplejo al no poder creer que el rubio estuviera frente a él, mucho menos con esa sonrisa que no había mostrado desde la muerte de Camus, después, miró hacia la calle sorprendido al ver como nevaba en toda Atenas.

 

-¡Feliz navidad, Saga!- exclamó el rubio franqueando la puerta y abrazando al mayor quien a penas y alcanzó a corresponder ese abrazo.

 

-¿Quién es, Saga?- preguntó Kanon caminando hacia la puerta y sonriendo al ver a su invitado- ¡¡Oigan, Milo llegó!!- les gritó a los demás quienes se pusieron de pie y corrieron hacia la entrada creyendo que Kanon bromeaba como siempre, pero al ver a Milo ahí uno a uno lo abrazaron dándole gracias por compartir esa noche buena con ellos.

 

-¿Qué te hizo cambiar de opinión, Milo?- preguntó Aioria interesado.

 

El rubio observó hacia fuera todos lo imitaron y sus rostros se llenaron de sorpresa al ver caer nieve.

 

-Alguien me recordó que era navidad- contestó el rubio sonriendo de nuevo cuando todos salieron a ser testigos de aquel milagro que acontecía en Atenas.

 

El milagro de un amor que se manifestó en forma de copos de nieve.

 

 

Fin

 

 

Notas finales:

(*) La canción que se escuchó en la torre Eiffel se llama “I love Paris” y una de sus versiones mas famosas es la que interpreta Ella Fitzgerals.

A ver como quedó O.o


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