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Recuerdos por Chibii

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Notas del fanfic:

          Está dedicada a Melanie y a Gibram, que me apoyaron en este escrito, aunque no pude desarrollar sus sugerencias. Esta historia es muy importante para mí y creo que ya es hora de que vea la luz pública. Es triste, pero espero que al menos merezca sus comentarios.

Recuerdos

 

          - Te amo, Gabriel.

 

          En esa habitación blanca y estéril, sólo se podía escuchar los leves sonidos que procedían del exterior, de los pasillos. Tal y como el resto de esa habitación, un joven estaba acostado entre las inmaculadas sábanas, moviéndolas al son de su respiración pausada.

 

          Entre las cuatro paredes habían muy pocos objetos; se limitaban a la cama, una mesa de noche y una bandeja de cama. Además, situada a la derecha de la cama, se hallaba una silla que sostenía físicamente a otro hombre, cuyas manos sostenían a su vez la derecha del hombre dormido.

 

          El hombre sentado miraba con aire nostálgico mientras recordaba años anteriores, años previos y felices que llenaban la soledad de ese recinto.

 

          “Primero de octubre, primer día de clases en la universidad. Un chico de media melena dorada miraba hacia todas las personas que circulaban alrededor de él. Llegaba sin compañeros y se sentía perdido. Probó en un aula, la número 2.3, tocando levemente la puerta y abriéndola despacio. Dentro se hallaba un chico moreno, de piel y pelo, pero con unos ojos verdes muy claros; era el único toque de color en su rostro. Sumando los nervios del primer día, a los nervios de semejante aparición, empezó a tartamudear.

 

          - Yo-yo… estaba buscando una clase – Tenía sonrojada la piel canela de su rostro, provocando la risa del chico sentado en el puesto del profesor.

 

          - Supongo, es lo que se suele hacer el primer día. Eres de primero, ¿no? – Su rostro enrojeció más y su boca se secó.

 

          - Sí… pero buscaba la presentación, digo, el aula de la presentación.

 

          - Bien, te acompaño. Me llamo Gabriel. – Le dijo tendiéndole la mano.”

 

          ‘Wow’, fue lo que pensó en ese momento, ‘parece un ángel’, y lo siguió pensando cada una de las veces que lo vio. Todavía lo hacía y lo hizo cada vez que despertó a su lado; aunque ahora pareciera una ángel caído. La enfermedad lo había demacrado, aunque fue bastante corta.

 

          Ahora estaba ahí, viendo consumirse poco a poco su vida, sabiendo que no le quedaba mucho.

 

          Después de tantos años juntos… Desde que lo conoció aquel día, coincidieron muchos más, ya que era un estudiante de tercero, becario del departamento de matemáticas. Era la asignatura favorita de Gabriel, sin embargo Ian hubiera suspendido sin su ayuda.

 

          Para Ian se convirtió en algo indispensable, verlo al menos una vez al día, aunque fuera a lo lejos, y aborreció los fines de semana. Hasta que Gabriel lo inventó a cenar. Almorzaban un viernes en la cafetería de la facultad, y al día siguiente había feria en la ciudad. El moreno le pidió que le acompañara a verla y después a cenar. Esa noche de sábado fue la mejor de su vida.

 

          “- ¡Es muy bonita! – comentó Ian alegremente.

 

          - Sí, sí que lo es. La hacen desde hace cinco años, para ganar dinero extra para el viaje de fin de carrera. ¿Vamos ya a cenar? – En ese momento ya no había luz en el firmamento, y paseaban tranquilamente acompañados de la gente y los farolillos de colores.

 

          - ¿Dónde cenamos?

 

          - Por aquí cerca hay una cafetería, y tienen muy buenos croissants.

 

          Caminaron un par de calles hasta llegar, se sentaron y pidieron a la camarera dos croissants, un café y un chocolate. Pasó la cena entre historias y chistes, entre recuerdos y risas.

 

          Cuando salieron de la cafetería, Gabriel se dirigió al paseo marítimo, e Ian, sin querer acabar la cita, le siguió sin decir nada. Se sentaron en una banca, sin hablar y sin necesitarlo.

 

          En un momento determinado, el moreno le sujetó la mano llamando su atención y, tirando suavemente de él, le robó un beso dulce y casto, le miró a los ojos y le susurró:

 

           - Estoy enamorado de ti, Ian”

 

          Fue el primer día del resto de su vida, la que estaba acabando. Cuando volvió a su casa, estaba flotando. Empezaron a salir ese mismo día, y ¿quién diría? Ya llevaban ocho años juntos… Ocho años que llegaban a su fin.

 

          Hacía dos meses que le habían detectado a Gabriel un cáncer de páncreas muy avanzado. El tiempo se consumió rápido. Los últimos meses habían sido aprovechados al máximo, ya que no sabían cuánto iba a durar.

 

          Dos días atrás empezaron dolores punzantes y profundos. A partir de ahí, todo pasó como un borrón: los gestos y gemidos de dolor, la llamada a urgencias, el viaje apurado en ambulancia, la espera angustiante en el hospital. Finalmente, un tratamiento con morfina, y ya no volvería a ver esos ojos verdes.

 

          Ahora estaba allí, viendo subir y bajar su pecho, acompañado del susurro de su respiración, mientras esta se hacía cada vez más pausada. Y empezó a contar: respiración, uno, dos, tres, cuatro, cinco, respiración, uno, dos, tres, … Mientras lo hacía, seguía recordando.

 

          Respiración, uno, dos, … la primera Navidad juntos. En el piso de Ian, con un ambiente cálido, vino blanco y fresas de postre.

 

          Otra respiración… la primera noche juntos. Sus manos en su piel, los labios húmedos, las respiraciones agitadas… y, finalmente, el éxtasis, las caricias adormecedoras. Respiración. Un recuerdo eterno. Despertar en sus brazos, desayunar entre besos; ese día permanecieron en su casa, con poca ropa y más arrumacos y cariños. Veinticinco, respiración.

 

          Las presentaciones de los amigos, de la familia; tuvieron suerte, fueron aceptados. Todavía recordaba la sorpresa de muchos, sobre todo de sus familiares. Respiración. Después de tres años juntos, compraron un piso pequeño, a las afueras. Al principio tenía escasos muebles y las paredes descascaradas. Durante los ratos libres pintaron las habitaciones, con muchos juegos y travesuras por parte de ambos. Lo tenían todo, ¿podían ser más felices? Entre esas paredes vivieron cinco años de dicha plena. Cuarenta, respiración.

 

          Cuando le detectaron el cáncer, la vida se apresuró. Había que aprovechar cada minuto juntos, incluyendo los desvanecimiento de Gabriel, los instantes de dolor, las inquietantes sesiones del hospital. Cuando dormía, Ian se quedaba durante horas completas mirándole, temiendo que en cualquier momento dejase de vivir. Mientras estaba despierto, cada situación la tomaba con aparente calma, aunque en su interior se estuviera consumiendo.

 

          Sesenta,… sesenta y cinco, sesenta y seis, sesenta y siete,… Los ojos de Ian se empezaron a llenar de lágrimas, y estas a derramarse por sus mejillas. Apretó y besó su mano, sabiendo que había llegado el tan temido momento.

 

          Se levantó y se echó en la cama junto a Gabriel, atusando los cortos cabellos, mientras lloraba cada vez más amargamente y clamaba en su interior por irse con él. Pero no podía ahora, se lo debía. Sintió una mano sobre su hombro y vio a una doctora y un enfermero que venían a llevárselo.

 

          Dos días después fue el funeral, y mientras veía hundirse el féretro, se despidió de él con un ‘hasta luego’, esperando poder reencontrarse pronto con él. Sentía romperse su corazón, la oscuridad inundar su mente, porque su vida se había acabado. No podía pensar en otra cosa más que la soledad que ocuparía su alma, los días vacíos que tendría que sentir pasar, la dolorosa ausencia de aquel que le dio calor a su existencia. Viviría pensando en verlo de nuevo, y cuando sucediera, nada más los podría separar.

 

          Mientras tanto tendría que vivir de recuerdos.

 

Fin

 

Notas finales:

         Gracias por leer.

E. S. P.


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