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La Sombra En La Corona por midhiel

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La Sombra En La Corona


Capítulo Uno: La Traición


Este fic es un regalo para mi amiga Prince Legolas. Que lo disfrutes de corazón, mellon nin.

………….

Los ojos grises de Aragorn, Rey de Gondor, se abrieron como platos al irrumpir en la alcoba real y encontrar a Arwen, su esposa y reina, desnuda, manteniendo relaciones con el secretario privado en el lecho nupcial.

-¡Elessar! – aulló la elfa, espantada, y, por instinto, llevó las manos a su vientre de seis meses.

Su amante, con el terror estampado en el semblante pálido, quedó paralizado en su sitio. De una zancada, el Rey llegó hasta él, y, jalándolo de las mechas rubias, lo arrancó de la cama y lo arrojó al piso.

Desde allí, lo pateó hasta que las costillas del secretario crujieron.

-¡Elessar! ¡Por favor, basta! – suplicó Arwen, arrodillándose en el colchón.

Aragorn apretó el puño, listo para descargarle unos cuantos golpes, pero su vientre redondeado lo contuvo.

-¡Tú, prostituta sucia y mal nacida! – espetó con furia y dolor -. ¿Qué es esto, Arwen? – gritó -. ¡Explícame qué significa todo esto!

La elfa cubrió su desnudez con la manta y bajó la cabeza. Todo su cuerpo estaba temblando.

Aragorn llegó hasta ella y le apretó el cuello con la mano, obligándola a alzar la cabeza y mirarlo de frente.

-¡Te hice una pregunta, puta bastarda! –gritó más fuerte -. ¡Te di una orden! ¡Respóndeme!

Desesperada, Arwen se llevó las manos a la nuca, tratando de quitarse los dedos.

-Elessar, me asfixias – gimió.

Aragorn le propinó una feroz bofetada, que la tumbó del lecho, haciéndola rodar por el piso.

-¡Levántate! – le exigió el Rey.

Llorando, la elfa se puso de rodillas, sosteniendo su vientre con las dos manos.

-Majestad – murmuró el secretario y alzó un brazo pidiendo misericordia por su amante. Pero el colérico soberano le respondió con una patada en los genitales.

-¡No quiero volver a oír tus lamentos hasta que seas colgado de los intestinos! – exclamó el Rey, mientras el secretario se retorcía de dolor -. ¡Vas a recibir la muerte de los traidores! ¡Por entretener a esta loca y plantarme un bastardo! ¿Qué buscabas conseguir? ¿Entronizar a una lacra con tu sangre en mi propio trono? ¡Respóndeme! – lo pateó dos veces en la ingle y una tercera en el abdomen -. ¿Y qué hay de ti, ramera inmunda? – se volvió hacia Arwen -¿Cuál era tu siguiente paso? ¿Asesinarme para reinar y divertirte con tu amante y ese bastardito?

-Elessar – hipó Arwen, cubierta de lágrimas -. El niño es tuyo.

-¡No me mientas!

-¡El niño es tuyo! ¡Te lo juro por los Eldar! Te amo, Elessar – Arwen hipaba y lloraba al mismo tiempo -. ¡Por favor, perdóname!

Aragorn se enfureció aún más y, sin clemencia por el avanzado estado de su esposa, la jaló del cabello y la levantó de un empellón.

-¿Cómo tienes cara para pedirme perdón? ¡Traidora! ¿Sabes cuál es la pena por traición al Rey, mujer? – amenazó el hombre, mirándola fijo a los ojos -. Muerte por descuartizamiento. ¡Haré que te aten al potro para oírte chillar como una cerda! ¡Quiero ver tus miembros esparcidos por el suelo! ¡Quiero verte sangrar, llorar, agonizar como una vaca en el matadero! ¡Quiero torturarte para que sufras lo que yo estoy sufriendo ahora!

Arwen quiso rogarle piedad, pero estaba tan descontrolada por las lágrimas que no pudo pronunciar ni media sílaba.

-Majestad – jadeó el secretario, cubierto de sangre -. El niño es vuestro, lo juro por mi vida.

-Tu vida vale menos que el polvo – replicó el Rey, tajante, y, lleno de desprecio, soltó los cabellos de su esposa, que volvió a caer al piso, y se retiró de la alcoba.


………..


Por orden del Rey, la Reina y su amante fueron encerrados en los oscuros y húmedos calabozos del castillo, mientras un veloz juicio comenzaba para sentenciarlos por traición al soberano y al pueblo de Gondor. Por medio de un decreto real, Arwen perdió su título de esposa y reina, y quedó a merced de los jueces para recibir el castigo de los traidores.

La noticia se esparció por todo Arda.

A las pocas semanas, Elrond, Señor de Rivendell, escribió una carta a Aragorn, suplicándole piedad por la vida de su hija Arwen y la del niño que llevaba en sus entrañas. Todavía enloquecido de rabia y dolor, el Rey tuvo la nobleza de permitir que la elfa fuera trasladada a unos aposentos sencillos en el cuarto piso del castillo con vigilancia constante, y cambió la pena de muerte por la del destierro.

Sin embargo, estas licencias no amortiguaron la desesperación de la bella elfa, que, aquejada por la culpa y la pérdida de sus bienes y títulos, terminó enloqueciendo.

Perdió la noción del tiempo y del espacio. Tuvo delirios en los que creía aún ser reina y profundos momentos de angustia en que, recordando su infidelidad, se retorcía en el lecho y suplicaba a gritos el perdón de Elessar.

Los sanadores, temiendo por su vida y la salud del niño, instaron al Rey a visitarla, pero Aragorn se negó rotundamente.

-Lady Arwen, como debe ser llamada, ha perdido todo lazo conmigo – sentenció, inmisericorde -. No deseo escuchar nunca más una petición en su nombre. Ella ha muerto para mí y yo para ella.

Sin atreverse a replicar, los discretos sanadores se retiraron, sorprendidos del hondo dolor en los ojos del Rey.

Una noche, pasadas las doce, cuando sólo faltaban un par de semanas para que Arwen diera a luz, Aragorn fue despertado por los golpes insistentes en su puerta. Aturdido, notó una embravecida tormenta que azotaba los cristales y ensordecedores relámpagos fulgurando en el cielo.

-Majestad – reconoció la voz del capitán de su guardia.

De un salto, salió de la cama y corrió a abrirle la puerta.

-¿Qué ocurre, Lastran?

El rostro angustiado del soldado no auguraba buenas noticias.

-Su Majestad, ha ocurrido una tragedia – anunció a media voz -. La Reina, quiero decir, Lady Arwen…

Aragorn sintió un nudo en el estómago.

-¿Qué sucede con ella?

-Lady Arwen saltó de la ventana de su recámara, Majestad. Un guardia acaba de encontrarla en el patio. La trasladaron a sus aposentos para auxiliarla, pero…

-¿Pero?

-No hubo nada que se pudiera hacer – Lastran bajó la cabeza -. Los sanadores ahora están intentando salvar al niño.

El rey se cubrió el rostro. Una sensación de angustia y asfixia lo sacudió con violencia. Pero suspiró hondamente para tragarse las emociones y se dirigió al capitán.

-Iré a verla enseguida.

-Sí, Su Majestad – el hombre hizo una genuflexión y se alejó unos pasos mientras el soberano cerraba la puerta.

Dentro de su recámara, Aragorn volvió a cubrirse el rostro con las dos manos, llorando y gimiendo desconsoladamente.



………….



Desafortunadamente, el niño había fallecido con su madre por el impacto y los sanadores extrajeron un feto muerto del vientre de la elfa. Arwen había caído boca abajo en el piso empedrado de la explanada del castillo, a pocos metros del Árbol Blanco, que irónicamente simbolizaba el linaje del Rey de Gondor.

Doblegado por el dolor, Aragorn no se atrevió a entrar en la alcoba de su ex esposa y permaneció en el umbral, con la mirada contrita, observando a los sanadores trabajar en silencio. Sin fuerzas para conocer al niño, se apartó bruscamente cuando uno de los hombres quiso entregarle el bultito envuelto en una manta.

-No deseo verlo – replicó, tajante -. Prepárenlo para su funeral, será enterrado junto con su madre – la voz se le quebró y dio media vuelta para alejarse de allí y llorar en soledad.

-Su Majestad – lo detuvo un guardia -. Esto se encontró en la mesa de luz de Lady Arwen. Es una carta dirigida a vos.

Aragorn tomó el sobre y rompió el sello.

“Mi eternamente amado Elessar:

No tengo derecho a escribirte esta misiva pero la culpa y la angustia me carcomen tanto que no me dejan vivir. Ya olvidé cuánto tiempo llevo sin sonreír ni ver una sonrisa. Recuerdo la tuya, tan sincera y alegre, y la felicidad que me causaba contemplarla.

Te amo, Elessar, mas reconozco que no merezco tu amor. La humillación que te provoqué al entregar mi cuerpo a otra persona me hace indigna de tu misericordia. Pero quiero que sepas que no lo hice por amor o por venganza, sólo por desesperación. ¡Oh Elessar! Tú eres mi vida y te necesitaba, pero por tus deberes de Estado te fuiste apartando de mí. No te culpo, ése era el compromiso que habías asumido y yo, como tu esposa y reina, debía haberlo aceptado. Sin embargo, mi debilidad me encegueció y terminé suspirando en los brazos de alguien a quien no amo.

Conocí a Arentel seis meses atrás. Para aquel entonces ya llevaba tres esperando a Eldarion, tal es el nombre que quise ponerle a nuestro hijo, y tu alejamiento me llevó a sucumbir a la pasión.

Sólo me culpo a mí porque fueron mis actos los que te mancharon con una traición que no merecías. Te fui infiel, Elessar, aun amándote con locura y eso me atormenta día y noche.

Tus palabras me laceran tanto como la vez en que las pronunciaste: “Quiero torturarte para que sufras lo que yo estoy sufriendo ahora.” Mi Elessar, no imaginas cuánto sufro por mi propia traición.

No te guardo rencor por negar a nuestro hijo, es entendible que ya no confíes en mí. Pero es tu sangre, Elessar, te lo juro por el amor que te tengo. Sin embargo, como sé que ya ni mis juramentos ni mi amor tienen valor para ti, decidí tomar la actitud de los cobardes: me quitaré la vida y me llevaré con ella la de Eldarion para que este niño no sufra por mis pecados.

Comprendo que no merezco tu perdón y, que si dejo vivir a nuestro hijo, tu dolor tan grande no te permitirá perdonarle mi traición.

Por eso, mi Elessar, mi amor, esta noche te dejo.

Espero que algún día entiendas que te amé, que te amo y que te amaré por siempre.

Tuya por toda la eternidad

Arwen”



Aragorn estrujó el papel entre sus dedos. Ya no le quedaban fuerzas para llorar. Atravesado por la angustia, abandonó los aposentos de la elfa, caminando despacio, y se encerró en los suyos.

Y no salió más de allí.

Seis meses después, el Consejo de Gondor recibió un documento de puño y letra del Rey, donde el soberano comunicaba su decisión de confinarse perennemente en un castillo en la cima de las montañas de Edhel Duath, en el volcánico territorio de Mordor.

Aunque internamente ningún ministro aprobó el deseo real, tampoco nadie se atrevió a poner objeciones. Así Aragorn, también conocido como Elessar, Rey de Gondor, se recluyó en un alejado castillo, entre lúgubres montañas, y no volvió a salir de allí. Según los comentarios, pasaba las noches y los días acariciando un relicario con el retrato de su esposa y suspirando por la familia y el amor que perdió.

La sangre élfica que corría por sus venas le permitió vivir por siglos y siglos.

En Minas Tirith, la capital de Gondor, con la partida del Rey, el Árbol Blanco dejó de dar frutos y finalmente se secó. Los hombres sabios vaticinaron que sólo volvería a florecer con el regreso de su soberano.

Pero los años, siglos y milenios pasaron y Aragorn no regresó.

De esta manera, una leyenda comenzó a gestarse en todo Arda: la leyenda del rey cruel que con su egoísmo había provocado la muerte de su hijo y de su bella esposa.



TBC

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