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La Sombra En La Corona por midhiel

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Capítulo Dos: El Árbol Blanco

 

Este fic es un regalo para mi amiga Prince Legolas. Que lo sigas disfrutando, mellon nin.

  

Tres mil años después

  

El Rey Elfo Thranduil de Mirkwood cabalgaba por las calles empedradas de la ciudad de Minas Tirith. Había llegado acompañado de Legolas, el menor de sus tres hijos, y una comitiva para pactar tratados y cerrar alianzas con Denethor II, el Senescal de Gondor.

 

Los hijos de Denethor eran Boromir, de veinte años, y Faramir, cuatro años menor, que habían sido designados por su padre para escoltar al rey elfo hasta las puertas del palacio real. Boromir, un robusto joven moreno de ojos verdes, cabalgaba junto a Thranduil, mientras su hermano acompañaba a Legolas, varios pasos detrás.

 

Legolas era un elfito adolescente de seiscientos años, el equivalente élfico a los dieciséis de Faramir. Tenía el cabello rubio como Anar y los ojos azul profundo como el mar. La gente comentaba que era el ser más hermoso de todo Arda, con una belleza sólo comparable a la de Arwen, la difunta esposa del Rey Elessar.

 

A diferencia de su serio y orgulloso hermano, Faramir era un jovencito alegre y locuaz. Tenía el cabello castaño cobrizo y unos ojos azul claro. Adoraba hacerse de amigos y, desde el momento en que su padre le había comunicado de la visita de Thranduil, se había dedicado a estudiar las costumbres y lengua de los elfos para homenajear a sus huéspedes.

 

A Legolas le parecía un joven simpático y estaba haciendo buenas migas con él.

 

-¿Te agrada Minas Tirith, Legolas? – preguntó Faramir.

 

El elfito observó las interminables paredes de roca blanca y suspiró ante la ausencia del verde de las plantas. Estaba acostumbrado a los bosques y cascadas de su tierra.

 

-Me gustaría ver algún árbol por aquí – confesó.

 

Faramir recordó haber leído que a los elfos les fascinaban la naturaleza y las leyendas.

 

-Sabes, Legolas, en la explanada del castillo hay un árbol seco de color blanco. Lo llaman Nimloth en tu lengua. Cuenta una leyenda que se secó el día que nuestro último rey abandonó el trono y se recluyó en un castillo en aquellas montañas – le señaló la árida cordillera de Ephel Duath.

 

-Una historia intrigante –opinó Legolas, interesado -. ¿Cómo se llamaba el rey?

 

-Se llama Elessar, dicen que aún vive encerrado allí.

 

-Elessar significa Piedra de los Elfos en mi lengua – dedujo el joven elfito -. No sabía que los reyes en Gondor llevaran nombres en quenya.

 

-Leí que su nombre de cuna era Aragorn y que pasó la infancia entre los elfos – Faramir estaba orgulloso de la cantidad de información que tenía -. Tu gente lo llamaba Estel, que significa esperanza en sindarin.

 

-Sé lo que significa Estel – replicó Legolas -. ¿Y qué pasó con ese rey? ¿Por qué dejó el trono?

 

-Cuentan que la muerte de su esposa lo trastornó – indicó Faramir -. A propósito, su esposa era la Reina Arwen, una elfa también, y murió junto al hijo de ambos.

 

-Pobre Rey Elessar – se apenó el elfito -. Es una historia muy triste.

 

-Sí – concordó Faramir -. Con su partida, nuestro Árbol Blanco se secó y comentan que sólo florecerá el día que regrese. Mi padre es el guardián del trono, como todos mis ancestros, y lo vigila hasta el retorno del Rey Elessar.

 

Legolas suspiró. Esta leyenda de Gondor le parecía interesante pero también desoladora. Pensó en ese rey, acongojado por la muerte de su esposa y de su hijo, y no pudo evitar que las lágrimas humedecieran sus bellas pupilas.

 

Faramir lo notó y se asustó.

 

-¡No me digas que te hice llorar! Soy un torpe, Legolas. Ustedes los elfos son tan sensibles y yo lo sabía. ¡Ay! – suspiró, frotándose la frente -. Mi padre va a matarme, afirma que siempre incomodo a los invitados.

 

-No te preocupes, amigo – sonrió Legolas para tranquilizarlo -. Es sólo el viento y un poco de polvo que se coló en mis ojos.

    

………………

   

La sala del trono del palacio tenía el piso de mármol negro y blanco, y sólidas paredes de granito. A los costados del largo pasillo que conducía al trono de mithril, se erguían las estatuas de los reyes de antaño, soberbios, recordando a quien las contemplase la magnificencia de aquellos hombres que habían forjado la Historia de Gondor.

 

Denethor era un hombre de mediana edad, con los cabellos encanecidos, a quien los problemas de estado habían quitado años de juventud. Sentía una devoción especial por su primogénito Boromir que lo hacía descuidar al pequeño Faramir. Hacía doce años que había enviudado de su amada Finduilas, una tierna mujer a la que sus hijos recordaban con cariño.

 

El senescal saludó respetuosamente a sus huéspedes. Luego miró a Boromir con beneplácito y a Faramir con rigor.

 

-Espero no hayas cansado a nuestros invitados, hijo – amonestó en voz baja a su retoño menor. Le habían llegado comentarios de cuánto Faramir había investigado a los elfos y temía que los hubiese abrumado con preguntas y explicaciones.

 

-Para nada, mi señor – respondió el jovencito, poniendo su mejor cara de inocencia.

 

Con la audición privilegiada de los elfos, Thranduil escuchó el reproche.

 

-Vuestros dos hijos son personas encantadoras, Senescal – afirmó el Rey -. Y fue un placer haber sido escoltado por este joven erudito.

 

-En ese caso respiro tranquilo – respondió Denethor, invitando al elfo a acompañarlo a la otra sala.

 

Legolas iba a seguir a su padre, cuando una estatua de mármol, que representaba a un apuesto hombre, llamó su atención. Era alto y gallardo, de cabellos ondulados que enmarcaban el rostro, y una mirada, perfectamente esculpida, que trasmitía sabiduría y valor al mismo tiempo. El elfito se acercó para observarla mejor, preguntándose de qué color podrían haber sido esos ojos de mármol blanco.

 

Frotándose el mentón, como lo hacía cada vez que meditaba, fijó la vista en la inscripción de bronce del pedestal: Elessar I, Rey de Gondor.

 

-¿Elessar? – se preguntó, asombrado -. No puede ser el rey de aquella historia tan triste.

 

-Hay personas que, aunque hayan pertenecido a la realeza, no merecen que se le erijan monumentos – opinó una voz grave a sus espaldas.

 

Legolas giró y se encontró con Elrond, el Señor de Rivendell, que había llegado de su tierra esa mañana para participar del encuentro con Denethor y Thranduil.

 

-Lord Elrond – saludó, inclinando la rubia cabeza.

 

-Te detuviste a observar esta estatua, Príncipe Legolas – el tono del elfo mayor sonaba a reproche -. ¿Por qué?

 

-Me llamaron la atención sus ojos –confesó el elfito inocentemente.

 

Elrond fijó la oscura mirada en el par de pupilas frías de mármol y frunció el ceño.

 

-¿Sabes cuánta crueldad se esconde detrás de ellos? Este hombre fue o, mejor dicho, es la persona más siniestra de todo Arda. Su maldad es comparable con la del hechicero Sauron, oíste hablar de él, ¿cierto?

 

Legolas asintió, asombrado de las palabras tan duras.

 

-No sabía que se tratara de una persona así.

 

-Este hombre me arrebató la más preciada de mis joyas, Legolas – el elfo suspiró con dolor -. Es una falta de respeto para mí y para Celebrían, mi esposa, que Gondor le haya erigido este monumento.

 

El curioso Legolas moría por preguntarle más, pero, por discreción, mantuvo la boca cerrada.

 

-¡Legolas! Aquí estás – Faramir llegó corriendo -. ¡Oh! ¡Mae govannen, Lord Elrond! –saludó con respeto, demostrando de esta manera que conocía algunas frases en sindarin.

 

-Mae Govannen, Faramir – replicó el elfo con su acostumbrada seriedad.

 

De pronto, Faramir recordó algo.

 

-Sabe, Lord Elrond, tenía algunas dudas sobre ustedes, los elfos –comenzó el joven, entusiasmado -. Leí por ahí que algunos de ustedes viven en talanes o algo así. Investigué y resulta ser que son elfos que pertenecen a un reino cuya soberana  es vuestra suegra, ¿estoy en lo cierto?

 

Elrond suspiró profundamente antes de asentir.

 

-Lo que afirmas es correcto. Se trata del Reino de Lothlórien, gobernado por la Reina Galadriel, mi suegra.

 

Faramir se alegró. Le enorgullecía manejar la información precisa para impresionar a los invitados.

 

-Entonces, me encantaría que me quitara algunas dudas porque…

 

-¿Dónde está tu padre, Faramir? – lo cortó Elrond, tajante. Había venido desde tan lejos a participar de reuniones con Denethor, no a responder las preguntas de un jovencito insoportable.

 

-Por aquí – le señaló el sendero que su padre y Thranduil habían tomado. Elrond siguió el camino, acompañado por el inquieto joven -. Pero volviendo al tema, leí que esos elfos viven en árboles conectados por puentes y que el color de su cabello es platinado. Boromir me dijo que las costureras usan ese pelo como hilo para bordar los trajes de mithril pero, como a mi hermano le gusta gastarme bromas, me preguntaba si …

 

La alegre voz de Faramir se fue perdiendo por el pasillo y Legolas volvió a quedar solo frente a la estatua.

 

No podía dilucidar el motivo, pero ese hombre, con su trágica historia, le estaba pareciendo cada vez más fascinante. Y ahora que lo conocía a través de esa estatua, comprobaba que trasmitía gallardía, valentía y sabiduría.

 

¿Quién era en realidad ese intrigante rey humano?

  

……………..

  

Por la noche, Legolas se dirigió a los aposentos del ala sur que compartía con su padre. Allí los pajes habían dejado sus maletas cargadas de ropas para las ceremonias que los aguardaban en los próximos meses.

 

Thranduil había dejado el gobierno de Mirkwood en manos de su heredero, el hermano mayor de Legolas, para poder permanecer en Minas Tirith todo el tiempo necesario.

 

El elfito se sentó en el suelo junto a un ventanal, con las piernas cruzadas, para contemplar las montañas de Ephel Duath. La luna bañaba sus cimas oscuras y Legolas apuntó la mirada buscando el castillo en las laderas.

 

-Te agrada el paisaje de Minas Tirith – opinó la bondadosa voz de su padre.

 

-¿Escuchaste hablar del Rey Elessar, ada? – preguntó Legolas, sin desviar la mirada del ventanal.

 

Thranduil alzó su pesada túnica para sentarse en el piso, junto a su curioso retoño.

 

-El Rey Elessar reinó hace tres milenios, cuando yo comenzaba mi mandato –explicó -. Dicen que maltrató a su esposa, la Reina Arwen, y ella terminó suicidándose.

 

-Faramir me comentó que también murió su hijo – la mirada de Legolas seguía firme en las montañas.

 

-Arwen estaba embarazada de Eldarion, el último Príncipe de Gondor.

 

Legolas suspiró profundamente. Su padre le acomodó un mechoncito detrás de la picuda oreja a modo de caricia.

 

-Su historia me conmovió, ada – confesó con tristeza -. Encontré su estatua en la sala del trono y no parecía un hombre malo.

 

-Estás en lo cierto, Legolas – sonrió el rey -. Elessar era un rey justo y noble. Recuerdo que amaba a su esposa, pero Arwen lo traicionó con un secretario o paje, no me acuerdo bien, y él decidió repudiarla. Le quitó el título de reina y se negó a reconocer al hijo que esperaban. Arwen enloqueció y terminó suicidándose.

 

-Pobre Elessar – Legolas bajó la cabeza -. Y pobre Reina Arwen.

 

Thranduil lo abrazó.

 

-La vida suele ser trágica, Hojita – le habló despacio, con mucho afecto -. Pero no importa cuantas desgracias nos sacudan, lo importante es no languidecer a causa de ellas.

 

Legolas meditó las palabras de su padre y volvió a mirar las montañas.

 

-Faramir me comentó que su castillo está en esas laderas, pero no lo veo.

 

-No lo distinguirás de noche, hijo. Dicen que al Rey Elessar aún lo carcome la culpa y es tanto el dolor que lo aqueja que por las noches no enciende ninguna luz y prefiere permanecer en las penumbras. Por eso sólo podrás descubrirlo durante el día, bajo los rayos de Anar.

 

-¿Nunca nadie se atrevió a visitarlo?

 

-No que yo sepa.

 

Legolas soltó otro suspiro. Su padre se levantó y sacudió su túnica.

 

-Denethor nos invitó a compartir una cena de gala con sus hijos – anunció Thranduil -. Debes arreglarte, Hojita.

 

-Sí, ada.

 

Thranduil dio media vuelta para alejarse, cuando recordó algo más.

 

-Otra cosa, Legolas. Comprendo que esta historia te interesa mucho pero te sugiero que no busques información por ahí – el elfito se volvió hacia él, confundido -. Verás, Lord Elrond es el padre de Arwen y nunca se recuperó de su muerte. Según tengo entendido, todavía no alcanza a perdonar a Elessar.

 

Legolas comprendió recién por qué Elrond se había mostrado tan extraño en la sala del trono y la dureza de sus dichos.

 

-Él me encontró cuando observaba la estatua y me dijo que el rey era una persona cruel. Lo comparó con Sauron, el hechicero oscuro. Ahora entiendo la razón.

 

-Fue una tragedia que destruyó varias almas – adujo Thranduil a modo de conclusión -. Causó la muerte de Arwen y de su bebé, y arruinó las vidas de Elessar y de Elrond.

 

…………

  

Elrond deambulaba por el patio del castillo, frotándose la sien. Acababa de librarse de Faramir, que lo había atosigado con preguntas sobre los elfos y sus costumbres hasta hartarlo, y ahora necesitaba una bocanada de aire fresco.

 

Así se topó con las ramas secas del Árbol Blanco. Al verlo, no pudo evitar recordar a Arwen y su trágico destino por el desprecio de Aragorn. Sin embargo, Elrond había olvidado o, mejor dicho, había intentado olvidar que su hija se había granjeado esa actitud al cometer adulterio.

 

Apenado, se sentó junto al árbol y quedó cabizbajo.

 

Un rubio humano de unos veintidós años se le acercó.

 

-Lord Elrond – lo llamó con una reverencia.

 

El elfo alzó la vista.

 

-¿Quién eres?

 

-Mi nombre es Arentel – el joven se presentó, inclinando la cabeza -. Mi tío es miembro del Consejo de Gondor y quería saludaros, honrando el trato de nuestras familias.

 

-¿Trato de nuestras familias? – preguntó Elrond, irguiéndose.

 

-Sí, Su Excelencia. El de mi antepasado, cuyo nombre me enorgullece llevar, con vuestra hija.

 

Elrond enarcó una ceja con la confusión pintada en el rostro.

 

-No sé de qué me hablas, Arentel – replicó y, juntando las manos, dio media vuelta para alejarse.

 

Arentel carraspeó.

 

-Mi antepasado fue el secretario privado del Rey Elessar, Su Excelencia – volvió a inclinarse -. De esta manera conoció a vuestra hija, la Reina Arwen, y se convirtió en su amante.

 

-¿Qué dices? – exclamó Elrond, perdiendo su sobria compostura.

 

Arentel parpadeó, confundido.

 

-Su Excelencia, sabéis que la Reina tuvo un amante con el que engañó al rey.

 

Elrond se mordió los labios, sintiendo que estallaría en cualquier momento.

 

-¡Esto es una infamia! Escucha, joven – le apuntó amenazadoramente con el dedo -, no sé qué cuento te enseñaron en tu familia pero lo que dices es una brutal mentira. El Rey Elessar despreció a mi hija hasta provocarle la muerte por puro capricho. Lo de tu ancestro con ella fue pura invención del rey. ¡Una patraña para que su arrastrada corte lo apoyara y anulara el matrimonio! ¡Mi hija murió por culpa de esa mentira!

 

-Y mi ancestro también perdió la vida – replicó Arentel con firmeza -. Murió descuartizado, un mes después del suicidio de la Reina.

 

Elrond dio un respingo y estudió inquisitivamente al joven de arriba a abajo.

 

-Entonces, ambos compartimos la pérdida de un familiar en manos de ese tirano.

 

-Sí, Su Excelencia – respondió el joven.

 

Elrond inclinó la cabeza a modo de saludo y se retiró.

 

Arentel lo observó alejarse y enfiló hacia el castillo. Cerca de las escaleras que conducían a la puerta, encontró a Faramir, que salía acompañado de Legolas. Los dos jóvenes estaban vestidos con trajes de gala, listos para el banquete.

 

El hombre quedó alucinado con la beldad del elfito. Ataviado en una ceñida túnica azul, larga hasta los tobillos, y el cabello peinado en una trenza, le pareció el ser más bello que hubiera visto.

 

Sendos jovencitos pasaron a su lado sin notar su presencia. Iban demasiado entretenidos hablando entre ellos.

 

Arentel se frotó el mentón y una chispa de lascivia saltó en sus ojos negros. Tenía que averiguar quién era ese elfito tan encantador y con esa idea entró en el castillo.

  

TBC

        

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