Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Broken butterfly por broken black dreams

[Reviews - 1]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Boken Butterfly
Capitulo Único
Autora: - dark_lintu – // broken black dreams //
Categoría: Originales.
Disclaimer: Esta historia y sus personajes son ficticios, cualquier semejanza con personas y hechos reales es mera coincidencia. Esto ha sido escrito sin fines de lucro.
Advertencia: Muerte de un personaje.
Summary: Me di cuenta que la única manera de que yo, un ser quebrado, una mariposa rota, pueda escapar de tus manos y finalmente ser libre es muriendo.


Referencias:

(1) Broken Butterfly: nombre de un arma (una mágnum) en Resident Evil 4 (de Capcom). Sólo he tomado el nombre porque me parece artístico, no tiene nada que ver con el fic más que por su simple significado literal.

(2) Frase de mi propiedad, aparecido por primera vez en Criatura Nocturna, mi fic de Yu-Gi-Oh!

(3) Dialogo de Lord Henry, en el “Retrato de Dorian Gray”, de Oscar Wilde.

Broken Butterfly (1)


De pequeño mi animal favorito era la mariposa. Adoraba verlas volar a través de mi ventana, podía pasar tardes sentado quieto en el jardín viéndolas revolotear entre las flores.
Me gustaban tanto por el simple hecho de que volaban, eran diminutas y volaban. Eran libres, podían ir a donde desearan con tan sólo agitar las alas.
Mi madre odiaba que fuese como era, me regañaba porque no le agradaba que me pasara horas mirando a “unos animalitos despreciables”, como ella decía. Pero yo no la escuchaba.
De todos modos, cuando mi padre murió, ella dejó de retarme. No le dio importancia a lo que hacía o dejaba de hacer.
Fue entonces que lo conoció. Cuando vino a vivir a casa me trajo un periquito. Era muy pequeño y no supe cuidarlo, por lo que murió enseguida. Recuerdo que entristecí mucho por eso, lo quería bastante y me sentía culpable por su muerte. “Cosas de chicos”, le dijo a mi madre y ella asintió como si sintiera vergüenza de mí.

Sí, recuerdo aquella temporada a la perfección.

Sí, también recuerdo aquel día en particular. Lo recuerdo completamente.
Él sabía que aun adoraba a las mariposas. Aunque ya no me regañaban por eso, mi madre seguía desaprobándolo, pero él no. Por algún raro motivo, que ahora sé, se quedaba mirándome, con una extraña sonrisa en los labios y una mirada enigmática.
Y ese día llegó a casa con una mariposa entre las manos. Le pregunté si estaba muerta, si sus alas estaban rotas y por eso no volaba, y simplemente me respondió sonriéndome.

Sí, recuerdo aquel día a la perfección. Y aquella noche también.

Fue entonces, después de ese día, que entendí que yo era igual a esa mariposa: pequeña e indefensa ante él, corrompida por sus manos, llevada al borde de la desesperación por su sonrisa

Eso era yo, su pequeña mariposa rota.

 

Era una tarde mortecina y sombría. La lluvia y las nubes teñidas de negro hacían parecer que aquella tarde era una noche de lúgubre silencio. Un silencio irreal en el que estaba sumido.

Apoyado contra la pared de alguna casa, miraba a las personas pasearse. Veía a los autos ir y venir, todo el mundo en su presuroso andar como si de verdad hubiese un lugar al que volver, un lugar al que llegar. Miró con mayor detenimiento ese marchar de las personas, cansadas, ajenas a los demás, cada una encerrada en sus propios problemas y dudas. ¿Podría ser que fuese tan parecido a todas las personas? ¿Podría ser que al resto del mundo no le importara verdaderamente?

Unas adolescentes lo miraban desde la esquina, escondidas bajo un paraguas protegiéndose de las gotas. Giró su rostro un poco para verlas por unos segundos y volvió su vista al asfalto empapado por el que pasaba el transito. Las oyó susurrar algo entre ellas, pero le restó importancia.

La lluvia comenzó a intensificarse, mojando por completo su ropa si es que quedaba algo seco en ella. De pronto dejó de sentir al agua chocar contra sí mismo. Escuchó un nuevo cuchicheo que atribuyó a las chicas. Miró hacia arriba buscando un motivo y se encontró con un paraguas negro sobre su cabeza y una mano grande sosteniendo el resguardo.

-Vas a pescar un resfriado si seguís acá.- le dijo seriamente el hombre, aunque con una sonrisa.

-No importa.- contestó desganado.

El mayor se apoyó contra la pared también, mirando hacia donde miraba el muchacho.

-¿Hay algo interesante que estés viendo?- preguntó aun con la sonrisa, pero con notable ironía.

-No sé.- fue todo lo que alcanzó a responder.

Un suspiro echado al aire se perdió entre ambos, y el silencio volvió a envolverlos.

Déjenme describirles la escena: el muchacho no pasaba de los dieciocho años, de cabello corto y oscuro con ojos melados, vestido con unas zapatillas de lona, un jean azul de tiro bajo y una remera negra con una L gótica en blanco; el hombre no pasaría los veintiséis, de cabello rubio, ojos celeste y piel hermosamente blanca como de porcelana, vestido con un traje gris claro y una corbata negra. Los dos apoyados en la pared y el mayor sosteniendo un paraguas. Los dos en el más grande mutismo que se puede esperar entre dos personas, inertes, escapando del ruido de la gente y de los autos, escuchando el suave sonido de las gotas contra el paraguas, contra el suelo... Las gotas contra el silencio adornado por su tristeza.

Las chicas que miraban desde la esquina volvieron al cuchicheo y el hombre volteó a verlas. Una de ellas emitió un corto gritito y abrazó a la que estaba a su lado.

-¿Qué pensaran de nosotros?- musitó.

-Probablemente que sos mi hermano mayor o mi padre... algo de eso...- cortó la diminuta emoción con que el otro había hablado.

-Nada más lejos de la realidad.- mencionó.

Y la lluvia continuó insistente, cerrando frente a ellos un espectáculo de gotas danzando hasta chocarse contra el suelo.

-“Somos gotas de agua, creyéndonos libres hasta que chocamos con la realidad de que nuestro destino es caer y nada más.” ...No recuerdo dónde escuché eso... (2)-

-¿Y de verdad crees eso, Dan? ¿Qué tu destino es caer y nada más?- le preguntó el rubio.

-Ya no sé qué creer, que es distinto...-

El hombre se sonrió. ¿De verdad no sabía qué creer?

-Todos creemos en algo, sea o no sea cierto.-

-Yo no dije que no creyera en nada... Sólo dije que no sé en qué creer.- repitió.

-Me da igual qué dijiste y qué quisiste decir. Pero vámonos antes de que los dos pesquemos una pulmonía, ¿queres?-

El morocho asintió levemente como si moverse le costara un increíble trabajo. Primero vio al otro alejarse con pasos seguros y aquella pregunta volvió: ¿Estaba bien todo eso? ¿Todo lo que hacían, sin importar el daño que podrían causar, estaba bien? ¿Valía la pena seguir con aquella parafernalia, aquella pantomima?

-¿No venís?- inquirió al verlo aun parado.

Sin contestarle, se limitó a caminar en el mismo sentido, siguiéndolo. Borró de su mente las preguntas, alegando que era más sencillo engañar que vivir una vida real.

Caminaron unas calles hasta llegar a un auto negro; caminaron en el mismo silencio que siempre los caracterizaba en público. Se subieron al auto, el rubio del lado del conductor.

Arrancó el coche después de que los dos se acomodaron. El morocho iba mirando por la ventanilla sin ver nada en verdad, quizás con un poco de suerte miraba alguna que otra gota impactada en el vidrio.

-¿Y cómo la pasaste ayer? ¿Te divertiste en la casa de tu amigo?- preguntó el mayor sacando tema de conversación.

-Diego ya lo sabe.-

-¿Lo nuestro?-

Asintió positivamente, corriendo la vista y observando los ojos claros que momentáneamente lo miraron para volver a enfocar hacia delante, como todo conductor responsable debe hacer.

-¿Y qué te dijo?-

-Que soy un jodido desviado. Y que vos sos un jodido degenerado.- vociferó decepcionado.

-Es perfectamente monstruosa la manera en que la gente de hoy en día va diciendo por ahí, a espaldas de uno, cosas que son absoluta y totalmente ciertas. (3)- y rió un poco.

-A mí no me parece gracioso.-

-¡Por Dios! Este último tiempo andas con esa carita triste... me haces acordar a cuando tenías seis y te pusiste muy triste porque el lorito que te regalé yo murió...- y de nueva cuenta una carcajada escapó de su boca.

Tan sólo lo miró, hasta se despachó con una mirada de reproche. Odiaba que fuera tan risueño, por decirlo de algún modo.

-Me pesa la conciencia, ¿a vos no?-

-Debería... pero no.- respondió divertido, como si de lo que estuvieran hablando fuese de algo tan nimio como hacer trampa en cierto juego de cartas o algo así.

-No puedo creer que nunca te preocupes por nada.- exclamó levemente enfadado.

-Virginia es feliz, ¿no?- el morocho asintió poco convencido –Yo soy feliz. Vos, hasta hace poco, antes de tomar tu actitud “emo”, eras feliz. Con eso me basta y me sobra.-

Y frenó de golpe. Sin decir nada de nada. Un baldío bastante grande; a lo lejos,  unas casillas de chapas, chapones y maderas. El menor vio todo el lugar y tampoco se dignó a decir palabra. Del bolsillo de su traje, el rubio sacó un atado de cigarrillos y un encendedor verde; prendió uno de inmediato, aspirando y exhalando; llenando de humo el vehículo.

-No te molesta el humo, ¿no?- le preguntó al menor guardando el paquete.

-Ya me acostumbré.- dijo en tono frío y cortante.

Y el silencio volvió; tan sólo se escuchaban las gotas aminorar el ruido, la lluvia cesando de a poco. Ambos quedaron callados, hasta que el rubio terminó de fumar su cigarrillo. Luego miró al muchacho con una mueca extraña que el otro entendió de inmediato.

-Ni se te ocurra.-

-¡Qué malo!- hizo un gracioso “puchero”, como si fuera un niño -¿Por qué te pensaste que te traje a este lugar en donde no hay nadie kilómetros a la redonda?- ironizó.

-No me importa, Thiago; no estoy de humor para tener sexo, y menos acá.-

-¡Daniel malo!- exclamó en falso enojo.

-Lo que digas...-

La sonrisa extraña siguió posada en sus labios. El mayor suspiró despreocupado al tiempo que encendía otro cigarrillo. No le importaba que no tuvieran relaciones, el teatro era simplemente para enfadarlo y molestarlo. Era entretenido molestar al menor.

Una pequeña mariposa anaranjada pasó volando frente a ellos; revoloteó chocando con el vidrio delantero y, finalmente, después de un par de intentos de entrar, se rindió y continuó su camino.

-¿Te acordas cuando te gustaban las mariposas? Te quedabas todo el día en el patio mirándolas... Era divertido mirarte.- contó animoso -¿Qué pasó que no te gustan más?-

-Todavía me agradan. Es sólo que verlas me da pena.-

-¿Por qué?- curioseó, enfocando la vista en los rojos labios de su acompañante.

-Antes me gustaban porque volaban libres; pero desde que te casaste con mi mamá me di cuenta que yo nunca iba a poder volar libre como ellas, por eso me da pena.-

-¿Y eso por qué? ¿Quién te dijo que no ibas a poder ser libre?-

La historia se tornaba cada vez más divertida, más entretenida. Los miedos y desconfianzas que atareaban la mente del muchacho le suponían diversión. Una diversión poco tradicional, que probablemente otros tacharían de sórdida.

-Cuando llegaste ese día con esa mariposa entre tus manos y pasó lo que pasó esa noche me di cuenta que no iba a poder librarme de vos.-

-¿Ahora es mi culpa que...?-

-Entendí- lo interrumpió –que iba a ser tu mariposa rota el resto de mi vida.- concluyó.

Thiago sonrío amplia y abiertamente. Aquella frase le pareció sencillamente encantadora, cargada de emociones conflictuadas, tal como sentía que estaba el corazón de Daniel. Sonaba demasiado dramático, no obstante, estaba llena de un significado autentico y libre de contaminación y prejuicios ajenos.

-¿Podemos volver? Al final no pude dormir bien en la casa de Diego...- musitó débil el morocho.

-Claro.- le respondió enseguida y puso el auto en marcha.

Aunque más que dormir lo que quería era no despertar. Estaba harto de los triviales cuestionamientos que le provocaba la relación con el esposo de su madre, con su padrastro, con ese hombre que había sido carcelero y verdugo de su alma y niñez. ¿Le estaba recriminando el haberle borrado la inocencia, haber mancillado la pureza que sostenía de pequeño? ¿O, solamente, le molestaba sentirse tan suyo que le era imposible sentirse libre?

-No deberías torturarte pensando tanto.- le aconsejó mientras esperaban que el semáforo le habilitara seguir camino.

-Puede que tengas razón.-

Y se acurrucó en su asiento, el cansancio surtía bastante efecto en su extenuada mente. Al cabo de unos minutos cayó presa del sueño y se durmió. El rubio lo definió como sugestivo, como un ángel caído del cielo a merced de sus garras y fantasías.

Se contuvo y manejó tranquilo hasta llegar a la casa. Allí lo dejó en su cama, que durmiera hasta saciarse y después de eso se encargaría él de saciar su sed por lujuria con el cuerpo del menor.


*


Acudió a su llamado, no se preocupó por dar motivos ni nada en la oficina. Tenía que llegar a la casa y comprobar que aquello era una burda mentira, un mal chiste de parte de ambos. Tenía que llegar y ver el cuerpo del joven tendido para comprobar esa idea loca.

Condujo como poseso, apenas frenando un poco en las esquinas cuando debía doblar y pasando todos los semáforos en rojo que pudo. Llegó presuroso y encajó la llave en la cerradura a duras penas, el brazo le temblaba de sobremanera ante la noticia. Entró y el silencio recibiéndolo le dio un escalofrío que le recorrió completa la espalda hasta erizarle los pelillos de la nuca; corrió hasta encontrarse con la escena que tanto había temido.

¿Cómo es que no se había imaginado que algo así le estaba pasando a su niño? ¿Cómo no sentirse culpable después de las palabras que se habían dicho en el auto? ¿Cómo mierda no se dio cuenta de decirle cuánto lo amaba, de hacerlo sentir amado lo suficiente como para llenar el vacío de corrupción por ese acto de engaño al que lo había arrastrado?

Virginia sollozando con fuerza a un costado de la cama, sosteniendo la mano fría de su hijo. Daniel parecía dormir tranquilamente y una leve mueca que asemejaba una sonrisa adornaba su ya muerto rostro. Tres frasquitos regados por la cama y un par de pastillas azules tiradas en el piso.

Tragó en seco, pero los ojos se le llenaron de lágrimas pidiendo desahogar el horrible sentimiento de impotencia y tristeza. Se acercó a la mujer, ella se paró para abrazarlo pero el rubio la esquivó y se sentó en la cama. Sujetó fuertemente el cuerpo, hasta lo sacudió con delicadeza queriendo despertarlo, teniendo la vaga esperanza de que todo fuese una mala pesadilla.

Estaba frío. Su cuerpo estaba frío. Inmóvil, pálido... Inerte y frío... Su niño estaba muerto. Se había matado.

-Llama a una ambulancia.- pidió, a lo que la morocha de pelo largo obedeció de inmediato.

Solos en la habitación como había deseado cuando lo dejó dormido en la misma cama en la que ahora yacía el cadáver. Finalmente lo soltó y depositó con sumo cuidado en la misma posición. Se secó las lágrimas y retrocedió unos pasos, para contemplarlo de nuevo. Notó un sobre en la mesita de luz, junto a otro pequeño frasco y un par de blisteres.

La tomó para encontrar su nombre perfectamente garabateado en negro.  La abrió despacio y al leerla un nuevo llanto lo atacó.


Si estás leyendo esto, Thiago, es porque ya estoy muerto. Y sí, elegí la manera más cobarde y soy conciente de ello. Mi respuesta: no soy valiente ni intento serlo.

La verdad tenía el discurso armado desde hace bastante y ahora, no tengo idea qué debo decirte. No sé si reprocharte estos años o agradecértelos, no sé si inculparte o pedirte perdón. No sé siquiera si algo de esto es puramente real. Sinceramente, tampoco me interesa.

¿Que cuál es mi motivo? ¿Por qué hice esta locura? Muy simple, ¿te acordas lo que te dije cuando íbamos en el auto?

“Cuando llegaste ese día con esa mariposa entre tus manos y pasó lo que pasó esa noche me di cuenta que no iba a poder librarme de vos. Entendí que iba a ser tu mariposa rota el resto de mi vida.”

Seguramente, te regodeaste de ello. Posiblemente hasta adoraste el tono entre sometido y conflictivo que utilicé. A lo mejor, te pareció pintoresco y algo gracioso.

Pero, ¿sabes? Cuando desperté me puse a pensar, y pensar. Y llegué a una conclusión que es la siguiente: la única forma que tengo de escapar de vos, el único modo en que una “mariposa rota” como yo pueda huir de vos y ser finalmente libre es muriendo.

No quiero que te pese. Puede que verdaderamente mi muerte sea producto de tu retorcido deseo, pero no te culpo. Tus actos quizás me han vuelto más vulnerable y dejémoslo ahí, no quiero creer que tu conciencia pueda dar un vuelco y se haga cargo de este lío que probablemente no sea tu culpa.

De todas formas quédate tranquilo que me llevo a la tumba nuestro secreto. Diego no sabe nada, solamente quería ver tu reacción. Así que por eso no te preocupes, podes seguir viviendo con mi madre tranquilamente que nadie sabe de lo nuestro, nadie va a venir a gritarte “¡jodido pervertido!”.

Y quisiera decirte una última cosa. Sea para bien o para mal. Quisiera decirte esto como último deseo, y tómalo como tal, por favor.

Quiero decirte, o tal vez me siento en la obligación de decirte que yo... te amo. Simplemente eso, tan simple como dos palabras que en otro momento hubiesen tenido un morboso sentido. Te amo, aunque creo que lo hicimos estuvo mal. Te amo y sigo repitiéndole en mi cabeza como cántico añorado.

Si me correspondes o sólo jugabas con mi cuerpo y mis sentimientos son cosas que ya no sabré; pero debo contarte que me hubiese encantado oír salir de tus labios esa frase. No importa si no lo sentís, ni tampoco si lo correspondes y esto te hace sentir mal. Quería que lo supieras y nada más.

En fin, quería despedirme y dejarte dicho que te amo. Y si podes, perdóname por terminar todo así, ¿sí? Igualmente gracias por los momentos vividos, los dolores ocasionados, los compromisos mentales y los secretos fúnebres. Ya todo eso se borró; sólo ha sobrevivido ese raro sentimiento que me encapriché en llamar amor.

Thiago, te amo.

¡Adiós!


Para cuando la ambulancia llegó ya no era un solo cuerpo. Al lado de Daniel estaba tirado el rubio, con una horrible herida en la muñeca y aun algunas pastillas en su boca sin tragar.

En la pared una inscripción con sangre rezaba:


Yo también te amo Daniel. Perdón por no habértelo dicho cuando valía la pena.

Adiós, no. ¡Nos vemos en el infierno, mi mariposa rota!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).