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Doble Sentimiento por Hija de Mizuki Hajime

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Daniel Remires es un pelirrojo de apenas 15 años, es un muchacho que aspira a ser algo más que un simple oficinista o un empleado de escasos recursos. Por eso aceptó ser enviado al internado "San Cristóbal de Dantes"

 

Además de llevarse bien con las religiosas del internado (dado a su simpatía y dulzura); también era uno de los mejores estudiantes, siempre obtenía las mejores calificaciones.

 

Una mañana, Daniel había madrugado (como era de costumbre), y esperaba a que las clases iniciaran. El timbre del gran portón sonó mientras él bajaba las escaleras.

 

-Remires, abre la puerta por favor-pidió una de las religiosas con la cesta de ropa en las manos.

 

-Claro sor Mariana-sonrió para luego apresurarse a atender.

 

La luz del sol lo cegó por un instante, pero luego pudo distinguir la sonrisa de un joven de cabellos castaños muy claros.

 

-¡¡Hola!!-dijo con euforia el recién llegado.

 

-Eh... ¿Y tú quién eres?-preguntó confundido.

 

-Soy Franco Tenorio, mucho gusto-dijo con una sonrisa muy amistosa.

 

-Mucho gusto, yo soy...

 

-¡Franco!-dijo sor Mariana con cierta alegría al ver al muchacho.

 

-¡Tía!-respondió alegre.

 

-¿Tía?-dijo Daniel con curiosidad.

 

-Por supuesto. Este es Franco, mi sobrino de solo 17 años; es hijo de mi hermano. Ah venido a nuestro internado porque sus padres están de viaje, así que su estancia aquí es temporal-dijo abrazando a Franco como si de su propio hijo se tratara.

 

-Ya veo-dijo con una sonrisa amigable.

 

-¿Y tú quien eres, eh?-preguntó Franco intentando escapar de los brazos de sor Mariana.

 

-Soy Daniel Remires, gusto en conocerte-esbozó con sutilidad una de sus más agradables sonrisas.

 

Por un momento Franco quedó en silencio observando el rostro cálido y sumiso de Daniel, y pensaba en lo hermosa que se veía esa sonrisa en alguien tan agraciado como aquel joven.

 

-Tía, ¿puede Daniel ser mi guía?-preguntó sin despegar la mirada del pelirrojo.

 

-¡¿Qué?!-dijo el aludido con sorpresa.

 

 -¿Remires?... Pero se atrasará en las clases de hoy-señaló sor Mariana con algo de preocupación por los estudios del adolescente.

 

-¡Por favor!-suplicó con tono aniñado-Prometo que le ayudaré a ponerse al día luego, ¿vale?

 

-...De acuerdo, pero no quiero que se alejen mucho-dicho esto tomó el cesto con ropa y se dispuso a seguir con sus labores-Nos vemos luego, Franco.

 

-¡Bien! Ahora sí, vamos a pasear por ahí, Daniel-dijo muy entusiasmado.

 

-Pero yo...-susurró cabizbajo.

 

-¿Qué sucede?-preguntó mientras se acercaba a Daniel.

 

-Es que... yo...-alzó su mirada para toparse con los ojos de Franco, y en un instante este pudo comprenderlo.

 

-Ho, lo siento. Creo que debí preguntarte primero si querías venir conmigo o no-su expresión se volvió triste.

 

-Creo que sí... Pero bueno, ya no hay marcha atrás-sonrió.

 

-¿Entonces me acompañas a dar una vuelta por el internado?-preguntó con algo de temor.

 

-Seré tu guía con mucho gusto-una sutil sonrisa volvió a aparecer en su rostro.

 

Franco se quedó en silencio por segunda vez, admirando aquella dulce sonrisa que empezaba a caracterizar al muchacho.

 

-Franco, ¿te sucede algo?-interrogó Daniel al ver que el mayor parecía ausentado.

 

-Ah, yo...-meditó por un momento su respuesta-Nada...-fue lo mejor que consiguió en su tan corta meditación.

 

-Pues entonces vamos, quiero llevarte a muchos lugares que conozco por aquí-dijo con entusiasmo antes de tomar la mano de Franco y cruzar el gran portón.

 

-¡De acuerdo, solo no me rompas el brazo...!-rió.

 

Ambos pasaron todo el día junto; visitando los jardines, la capilla, los pasillos, la cocina, el comedor, y dando un vistazo a cada ventana que encontraban. Hasta que la noche se les hizo frente.

 

-¿Crees que debamos regresar? Ya está muy oscuro-indicó Daniel mientras se abrazaba a si mismo y frotaba sus brazos para invocar algo de calor.

 

-Pero nos estamos divirtiendo-dijo con los pies sumergidos en un riachuelo y con las manos llenas de pequeñas piedras que arrojaba al arroyo.

 

-Lo sé pero...-murmuró tiritando y abrazándose con más fuerza.

 

-¿Estás bien Daniel?-se acercó preocupado al menor.

 

-Eso creo, solo tengo un poco de...

 

Las mejillas de Daniel se tiñeron de un rojizo ardiente al sentir los labios de Franco rozar con la suave piel de su cuello.

 

-Estás helado-dijo después de separarse de la piel del pelirrojo-... ¿Te sucede algo? Estás muy rojito-señaló al notar el sonrojo que invadía el rostro de Daniel.

 

-... Yo-sus ojos parecían desorbitarse (se notaba claramente su nerviosismo), bajó la cabeza para no mirar a Franco a la cara-... ¿Porqué hiciste eso?

 

-¿Eh? ¿Qué cosa?-dijo con ingenuidad.

 

-¡¿Porqué me besaste en el cuello?!-preguntó en un grito mientras cerraba los ojos con gran fuerza y el color carmesí se extendía por completo.

 

-¡¿Besarte?!-dijo alterado, retrocedió un paso (los nervios en él también eran muy obvios), y luego tocó sus labios con dos dedos, como si quisiera comprender lo que había hecho.

 

-¿Porqué lo hiciste?-susurró sin mirar a Franco.

 

-Lo siento, no fue mi intensión incomodarte. Créeme-se apresuró a responder.

 

Franco se sentía como todo un idiota, tan avergonzado que no sabía con que cara mirar a Daniel. El silencio entre ambos se propagaba, y él trataba de pensar en cómo disculparse con su nuevo amigo.

 

Daniel permanecía con la cabeza baja, intentaba no moverse, pero el frío que sentía le hacía erizar la piel y tiritar contra su voluntad. Sus brazos se sintieron calientes cuando un abrigo suave y cálido se posó sobre él.

 

-Te resfriarás si no te abrigas-dijo Franco con una sonrisa mientras acomodaba su chaqueta sobre la fría piel del pequeño pelirrojo.

 

-Franco...-murmuró confundido al ver que su compañero lo abrigaba con su propia ropa sin importarle el frío de su cuerpo.

 

-¿Te sientes mejor?-preguntó con una sonrisa.

 

-No debiste, te congelarás con el frío-se levantó con prisa y se sacó la chaqueta.

 

-Si no te la pones te abrazaré hasta que lleguemos al internado-advirtió sin dejar de sonreír.

 

-¡¿Qué?!-exclamó en un grito con el rostro sumergido en un sonrojo inevitable.

 

-¡Ya dije! Ahora tú decide-indicó el castaño con una sonrisa de superioridad.

 

-¡Eso no es justo!-dijo enfadado mientras se colocaba de nuevo la chaqueta.

 

-Así me gusta, obediente y disciplinado-decía mientras reía burlándose del menor.

 

-¿Qué dijiste? ¡Quieres que deje tu chaqueta como trapeador de piso!-ahora estaba rojo, pero de cólera por las burlas de Franco.

 

-Tranquilo, tranquilo. Solo era una bromita-dijo abrazándolo por el cuello-No te enfades.

 

-¡Suéltame! No tienes derecho a abrazarme. Ya me puse tu chaqueta, ahora no tienes porqué abrazarme... ¡He dicho que me sueltes!

 

Los dos chicos caminaron por un tiempo hasta llegar al internado, aunque durante todo el camino un enfadado Daniel pedía a gritos que lo soltaran, mientras Franco se divertía viendo al menor enojado por su actitud y sonrojado por el abrazo.

 

-¡¡Suéltame!!

 

-Silencio. Mi tía nos puede escuchar-dijo en un susurró

 

-¿Ahora tenemos que escondernos? ¡Todo es por tu culpa!

 

-No grites...

 

-¿Ahora tampoco puedo expresarme abiertamente? Te recuerdo que esto es un internado no una cárcel de máxima seguridad.

 

-¿Y qué diferencia hay?

 

-¡Ah! ¡Me estás haciendo enfadar!-dijo conteniendo su disimulada ira.

 

-No grites-advirtió nuevamente.

 

-¡Tú no puedes decirme que hacer! Si yo quiero grito y punto.

 

-Entonces te besaré para que te quedes calladito-susurró burlonamente en el oído del pelirrojo.

 

-¡Idiota!-se alejó de Franco en un reflejo (mientras su sonrojo crecía) y escondió su mirada en el cielo.

 

-Por eso me agradas, eres muy obediente y disciplinado-se burló nuevamente del menor.

 

Esta vez Daniel no respondió, sus ojos seguían clavados en el cielo, observaba las pequeñas estrellas y la enorme luna que iluminaba su fino rostro.

 

-Es hermoso ¿no lo crees?-preguntó sin dejar de observar el inmenso firmamento.

 

-¿Eh? ¿De qué hablas Daniel?-dijo confundido por el cambio tan repentino de actitud.

 

-Franco... Realmente me agradó haberte conocido-una dulce mirada de parte de Daniel hizo que Franco se sonrojara con intensidad.

 

-...Hablas como si fueras a morirte- dijo con el rostro sumergido entre sus piernas para evadir la mirada del adolescente.

 

Una pequeña risita se escapó de los labios de Daniel. El castaño lo miró fijamente a los ojos intentando descubrir el porqué de su repentina alegría, hasta que se dio cuenta de lo que pasaba por la cabeza del menor.

 


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