Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Luna Roja por AthenaExclamation67

[Reviews - 2]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Luna Roja

By AthenaExclamation67

  “POV Afrodita” 

Hacía ya unos díass, meses que no podía apartar mi vista de él. Lo vigilaba por las noches, lo espiaba desde mi templo mientras duraban todas esas escapadas que cada noche hacía.

 

Él, salía de su templo mientras yo le observaba desde el mío, viendo como llegaba cada noche con un tío distinto al que seguro se tiraba durante el largo de la noche y lo sacaba a patadas por la mañana para que regresara al pueblo.

 

Empecé a sentir celos de cada uno de ellos, yo quería estar entre sus brazos, demostrarle lo mucho que lo amo, pero cada uno de sus actos, paraban mis pies.

 

Milo, a parte de ser muy guapo, era un casanova, un Don Juan, un libertino descarado. Pero como resistirse a mirarlo, el griego era lo más bonito que te podían poner delante. Y él lo sabia, sabía aprovechar todas y cada una de sus cualidades físicas.

 

Con una simple sonrisa, entornanado sus preciosos ojos te enamoraba, te hacía perder la cabeza, desear estar entre sus brazos, que tomara tu cuerpo hasta arrebatarte la rázón hasta dejarte sin sentido.

 

Eso era lo que me había ocurrido. Una sonrisa mientras me ayudaba a levantarme en los entrenamientos, esa mirada penetrante… Pero lo que terminó de enamorarme feu un suceso que ocurrió una noche en la que la luna estaba casi llena.

 

Milo, como siempre, se encontraba con su amante de turno en su templo, regalandonos a todos con una sinfonía de gemidos y jadeos que a mi me erizaban la piel. Trataba de no escucharlos, de hacer oidos sordos, pero no lo lograba ni metiendo la cabeza bajo la almohada.

 

Esos alaridos, no me dejaban dormir, los otros caballerosparecia que ya se habían habituado a escucharlos y aprendieron a dormir incluso oyendolos. Pero para mí no era así. Moría de celos escuchandolos, rabiaba deseando asesinar al que tuviera entre sus brazos, incluso matarle a él por el daño que incoscientemente me estaba causando.

 

Esa noche me levanté y salí al balcon de mi templo, pudiendo observar el resplador de la luna que tenía un color que daba miedo.

Estaba teñida de rojo, no podía dejar de admirarla, asustaba, ese color tan inusual atraía, me hacía latir el corazón muy deprisa, igual que cuando me encontraba cerca de Milo aunque él ni sabía que yo existia, no del modo que yo deseaba.

 

Mientras le observaba algo ocurrió en la octava casa. Milo despedía a su acompañante con un beso en los labios que hizo que me sonrojara. Sonrojo que no descendió mientras me quedaba embobado viendo como disfrutaba él del magnifico resplandor de la luna.

Me perdí en el tiempo, sin saber exactamente los minutos que llevaba viendolo cuando se dio la vuelta y me vió. Levantó su brazo y me saludó. Saludo que correspondí haciendo lo mismo, admirando su gran sonrisa mientras agitaba mi brazo contra el viento. Después se marchó y me quedé más atontado que nunca deseando más que estar vivo, poder dormir una noche entre sus brazos.

 

Al día siguiente no era capaz de mirarle sin sonrojarme.

 

-          No te enamorores – susurró Shura a mi oido.

 

Pero ya era tarde para eso. Sentía que lo amaba más que a mi propia vida. Sentía unos celos enfermizos cuando alguien lo tocaba o le besaba. Yo quería ser ese al que tomase por las noches, pero no solo una, si no todas, lo quería para mí exclusivamente, pero no me atrevía ni a acercarme, tal y como Shura me había dicho en ocasiones, liarse con Milo solo era doloroso, placentero, pero doloroso.

 

En todo ese día no pude concentrarme, solo pensaba en él, incluso si cerraba mis ojos el tiempo suficiente podía verle admirando la luna roja.

Fui a dar un paseo, recorriendo todos y cada uno de los templos y llegando al pueblo, alcanzandome la noche cuando decidí regresar al mío.

 

Lentamente pero decidido, ascendí hasta el mío, pasando por el de mis compañeros sin hacer demasiado ruido hasta que me tocó adentrarme en el de Milo.

Allí esperaba encontrarme con una bacanal, al escorpiano con algún acompañante al que estuviese haciendo gritar de placer.

 

-          Afrodita… ¿a dónde vas? – preguntó cruzando el vestibulo de su templo, dirigiendose al balcón, llegando hasta él, alzando la mirada al cielo sin esperar a que le contestara. Le seguí intrigado para ver que tanto admiraba.

 

La luna resplandecía manchada de rojo como la sangre. Ese mismo resplandor que le hechizaba, el mismo que hacía que sus ojos brillaran, que reflejaran esa luz que tanto me enamoraba.

 

Me volví loco por un momento, acepté que jamás podría tenerle y me acerque hasta él, sacando la parte de arriba de mi túnica, dejando que mi piel brillara gracias a la tenue luz de la luna, viendo su torso desnudo que toqué con mis manos, con una pequeña caricia.

 

-          Afrodita… ¿Qué haces? – Preguntó.

-          Shh… No digas nada, solo hazme gozar como a todos los demás – dije para después besarle.

 

Le entregue mi alma, mi cuerpo en los minutos que siguieron, mientras disfrutaba de sus caricias, de las embestidas que ejerció en mi interionr, de cada uno de los besos que me dio hasta que estallé de placer igual que hizo él.

Incluso me abrazó después de terminar y me regalo un beso con el que casi me hace llorar. Llanto que contuve a duras penas mientras me levantaba de su lecho.

 

-          ¿Te vas? – preguntó.

-          Sí. Antes de que tú me eches – contesté sintiendo un gran dolor en el pecho, sin dejarle contestar, dandole la espalda todo el tiempo para evitar ver sus ojos y caer nuevamente en la tentación de lanzarme a sus brazos.

 

Salí de su templo, corriendo, atravesando los que me separaban del mio, llegando a mi dormitorio en el que caí de rodillas y me llevé las manos a la cabeza mientras empezaba a llorar.

 

Esa noche no conseguí dormir, las imágenes se repetían en mi mente, cada beso, cada caricia, cada embestida que recibí se repetieron en esa larga noche.

Por la mañana, no me atreví a salir, me encerré en mi dormitorio esperando que nadie me molestara, cosa difícil ya que todos y cada uno de mis compañeros, debían cruzar mi templo para acudir como cada día a la reunión con el patriarca.

 

Casi todos, llamaron a mi puerta, incluso Milo, pero no respondí, me quedé quieto, callado como si estuviera muerto hasta que pensé que todos habían pasado el umbral de mi templo, pero me equivoqué.

 

-          Afrodita – llamaba Shura aporreando mi puerta – se que estás ahí. ¡¡Abre o tiro la puerta!!

 

Al reconocer la voz de mi amigo lloré, no pude contenerme, volvió a mi la sensación de abandono y soledad que me había perseguido toda la noche.

Shura me oyó y entró después de forzar la puerta, corrió hasta mi lado y me abrazó para reconfortarme, acompañándome hasta que conseguí calmarme.

 

-          Esto es por él verdad, ¿por Milo? – dijo furioso – dime que te ha hecho para poder recordarle lo que no debe volver a hacer mientras le golpeo. – añadió levantándose.

-          No Shura… ¡Espera! – lo detuve – yo mismo soy el culpable de mi desdicha, no me pude contener cuando lo vi por la noche y me tiré sobre él, me entregué Shura, el solo me dio lo que le pedí.

 

Shura apretó los puños y estrelló uno de ellos contra la pared, rabioso, iracundo.

 

-          Dita… - volvió a abrazarme – cuando aprenderás a escucharme…

 

Me abracé a su pecho y nuevamente lloré. Lloré por mis actos inconscientes, por amarle fervientemente, por desear ser solo y únicamente suyo. Cosa que sabía que jamás sucedería.

 

Por fin me dormí, vencido por el agotamiento, desesperado sin saber que hacer, permaneciendo encerrado varios días con Shura cuidándome.

 

Siempre pude contar con él, un gran amigo, aunque a veces no lo tratara tan bien como se merecía, por suerte no se separó de mi lado ni un momento hasta que me sentí con fuerzas para volver a salir.

 

-          ¿Estás seguro? – preguntó Shura.

-          Sí… Ya es hora de volver a salir. Gracias por cubrirme todos estos días con Shion.

 

Caminamos juntos, el uno al lado del otro, a paso lento mientras llegábamos al salón de audiencias.

Mis compañeros, enseguida se acercaron, casi se podía decir que corrieron a interesarse por mi estado. Contesté a todos y cada uno de ellos, a todas sus preguntas quedando petrificado cuando Milo se acercó a saludarnos y también a preguntarme lo que me había pasado.

 

En un instante, tuve que sujetar a Shura de un brazo ya que salía disparado hacía él.

 

-          Shura no… - susurré levantándome y hablándole al oído.

 

Cuando reuní el valor suficiente y me anime a contestarle sin palabras o gestos amables, Milo se había marchado sin que Shura o yo nos percatáramos.

 

-          ¿Qué le habéis hecho? – preguntó Death cuando se acercó a ayudarme a sujetar a Shura – se ha marchado hecho una fiera – añadió tomando a Shura de un brazo.

 

Me sorprendí por sus palabras, pero Shura se encargó de hacerme olvidarlas.

 

-          ¡QUÉ! – exclamó – todavía hay que consentir a ese pervertido – decía forcejeando para soltar el amarre que ejercía la fuerte mano de Death ya que yo no conseguía sujetarlo - ¡Mask! Suéltame que voy a rebanarlo en pedazos – renegaba.

 

No sabía lo que había pasado, pero ver a Shura en ese estado me hizo reír, estallé en carcajadas dejando que retumbaran por todo el salón de audiencias. Cuando conseguí detener mi risa, tuve que agarrarme el estomago por el dolor que tenia, algo que realmente me hacía mucha falta, reír en lugar de llorar.

 

-          Hay Shura – decía tratando de no reírme más, colocando una de mis manos en su cintura – gracias por cuidarme siempre.

-          Tsk… Esa manita – susurro Death a mis espaldas haciéndome erizar y casi sacando de inmediato la mano de la cadera de Shura – ya me lo has ocupado demasiados días, agregó con una esplendida sonrisa.

 

Los tres nos abrazamos y volvimos a reír como siempre hacíamos desde que hacía ya unos años nos conocimos y nos convertimos en amigos inseparables, aunque Shura y Death, hacía tiempo que eran algo más que amigos.

 

En medio de tanta risa, llegó Shion y nos hizo escucharle un rato no sin antes preguntar por Milo del cual no supimos informarle.

Cuando terminó la reunión, fui a disculparme por mi ausencia de esos días y regrese con mis amigos para empezar a entrenarnos. Cuando estuve suficientemente cerca, Shura y Death callaron, lo que me indicó obviamente que estaban hablando de mí.

 

Los días posteriores los pasamos esquivándonos, no hablábamos en ningún momento, solo me limitaba a observarlo por las noches desde mi templo como nuevamente por las noches quedaba mirando a la luna embelesado.

 

Empecé a sentir unos celos absurdos por el modo en que la miraba. No conseguía entender que le encontraba a parte de  su extrema belleza, pero tampoco era como para quedar toda la noche viéndola, sin darme cuenta de que algo había cambiado en él hasta la noche en la que volvía a presidir el firmamento aquella esplendida luna llena teñida de rojo.

 

Yo, volvía de mi habitual paseo nocturno mirando al cielo en el cual solo conseguía ver su silueta llamándome, cruzando templo tras templo para llegar hasta el mío.

 

Llegué justo al que más miedo me daba cruzar, el de Milo. Empecé a cruzarlo lentamente, tratando de no llamar su atención, sin elevar mi cosmo para que no sintiera mi presencia, pero tuve suerte, Milo no estaba o eso era lo que me pareció.

 

Miraba a mí alrededor todo lo que había cuando hubo algo que llamó mi atención. Ese precioso resplandor rojo.

 

Sin poder evitarlo me fui hasta él, quería ver lo mismo que Milo, entender el porque de tanta fascinación. Cuando llegué al balcón y me asomé, alcé mis ojos y allí estaba, sobre mi templo, radiante, hermosa, grande como ninguna otra cosa que hubiese podido presenciar a lo largo de mi corta vida, entendiendo perfectamente la admiración de Milo.

 

-          ¿Afrodita? – una voz pronunció mi nombre haciendo que brincara por el susto.

 

Milo si estaba en su templo, pero tenía al igual que yo el cosmo tan bajo que ni me había dado cuenta de que estaba allí.

-          ¿Se puede saber por que miras tanto la dichosa luna? – preguntó tratando de relajarme para no hacer lo que  realmente deseaba, salir corriendo de allí.

-          Me trae muy gratos recuerdos, a parte de poder presenciar una vista muy hermosa – contestó avanzando hacía mí.

-          Sí… ya… - contesté – seguro que te acuerdas de cada polvo que echaste…

-          NO – respondió tajante – en verdad no la admiro a ella, si no a ti. Está justo sobre tu templo y cada noche cuando sales, puedo ver como tú cuerpo crece en belleza gracias a su resplandor, por no decir que me recuerda la noche que compartimos.

-          ¿Qué noche? ¡Minutos dirás! – le interrumpí enfadado.

-          Eso fue por que te marchaste, me dejaste tirado después de que me dejara la piel amándote – contestó.

 

Lo miré rabioso, todavía tenía la poca vergüenza de burlarse… Me acerqué hasta él, viendo como sus Josh brillaban y le crucé la cara de una bofetada.

 

-          ¡No me compares con tus amantes! – renegué - ¡A mí no podrás tratarme como a ellos!

Milo avanzó decidido hasta mí, dejándome atrapado por una pared que impidió mi marcha, quedando nuestras caras a escasos centímetros de distancia.

 

-          ¡Sal! Conmigo no podrás repetir – le dije al ver su sonrisa, tratando de escapar mientras colocaba sus manos a ambos lados de mi cara, apoyándose sobre la pared.

-          Vaya… que pena – contestó, algo que me pareció una provocación, pero al mirar sus ojos me di cuenta de que no – a mi me encantaría repetir. De noche, de día, en cualquier minuto, en cualquier rincón…

-          ¡Para eso tienes a tus amantes! – vociferé.

-          Pues mira, no – contestó –y me sorprende que no te hayas dado cuenta mientras me vigilabas todas estas noches.

 

Abrí los ojos de par en par. Ni sabía que me había visto, pero como él había dicho, no salía a mirar la luna, si no a mí. Ni me había dado cuenta de cómo yo me quedaba mirándolo como un tonto mientras él adoraba la luna, en realidad como me acababa de decir, a mí, sin apreciar que no se despedía de nadie.

 

-          Aquella noche, contigo, encontré algo que me faltaba, esa persona con la que poder compartir, a la que amar y proteger, a la que cuidar – decía mientras aumentaba el rubor de mis mejillas – me entregué a ti, igual que tú lo hiciste.

 

No podía articular palabra, aquello era lo que había deseado tantas y tantas veces, y ahora que sucedía no podía creerlo.

Sus ojos me miraban, no podía apartar los míos de ellos, se veían tan sinceros, tan brillantes, hermosos por encima de todo.

 

Quise decir algo, pero no hallaba las palabras, no sabía como expresar lo que sentía en ese momento, pero tampoco deseaba meter la pata. Mis oídos no me engañaban, me estaba confesando sus sentimientos, pero no sabía si podía confiar en él.

Reaccioné mal, muy mal. Pensé que se burlaba de mí, era más que evidente que yo lo amaba con todas mis fuerzas, pero por mi cabeza pasaron toda clase de ideas disparatadas.

 

-          ¡¡ESTÚPIDO!! – le grité apartándolo, de mí de un empujón – seguro que eso se lo dices a todos. ¡A mí me respetas, no soy como los demás!! – añadí enfadado saliendo del balcón sin mirar a ningún lado, solo queriendo salir de allí, salvando los obstáculos que habían en ese templo, pero olvidando abrir la puerta con la que choqué de frente.

 

Caí de culo al suelo, añadiendo más vergüenza, ahora no solo me dolía la nariz, la cual frotaba para calmar el dolor, si no que también me dolía el trasero por precipitarme de esa manera hacia el suelo.

 

El resplandor de la luna, le indicó a Milo mi situación y se fue hasta mí, arrodillándose a mi lado, pasando su brazo por mi cintura y el otro por debajo de mis rodillas. Me alzó y se encaminó hasta su cuarto.

 

No pude describir la sensación que viví en ese momento. Me estremecí, volví a sentirme tan reconfortado entre sus brazos que no pude contener las ganas de abrazarle, de recostarme en su pecho durante el corto trayecto.

 

Cuando llegamos, me dejó con suavidad sobre la cama y se sentó a mi lado, acomodando unos mechones que cubrían mi cara.

 

En ese momento, sonrió y volví a perderme sus preciosas orbes que brillaban como nunca.

 

-          Eres un tonto – susurré más tranquilo, frotando algo más mi nariz.

-          Sí, pero soy tú tonto… ¿A que sí? – dijo levantando mi mentón, provocando mi sonrojo.

 

Solo asentí, sujete su túnica con fuerza y lo estiré hacía mí. Cerrando lentamente mis ojos, disfrutando el extrañado roce de sus labios. Sintiéndome completamente feliz.

  - Fin -

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).