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"Aishite..." sore ga kuchiguse por Fujiwara_Midori

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"Quiero tocarte...

Incluso si me odias, incluso si no soy elocuente... incluso así, si estás a mi lado, conoceré tu dolor y te daré mi alegría.

Estaré a tu lado, así que sonríe, por favor.

Derramaré mi amor en tus heridas, así que quédate a mi lado y no llores.

 

Sé mío... sé sólo mío".

 

-Así... llámame así de nuevo...

-Acchan... -los susurros acariciaron la blanca piel de aquel hombre sobre él, cuyos cabellos se agitaron al ritmo de esas palabras- no me dejes... nunca...

Una angelical sonrisa se mostró agudamente ante él, y los cabellos oscuros que tan fuertemente aferraba entre sus manos caían sobre su rostro y se pegaban a él, como si también quisieran poseerle. Aquellos ojos, aún con restos del maquillaje, le miraban emanando mentiras que tan superficialmente parecían verdades, clavándose en sus pupilas. El joven de pelo azabache acarició con la punta de la lengua el rostro de quien estaba bajo su posesión, borrando las siglas que permanecían en su sudorosa mejilla. Con las yemas de sus dedos pasó rozando la piel del cuello que se mostraba tan indefenso ante él; bajó y marcó con sus dientes el cuello que admiraba, mordiéndolo con la misma lentitud con la que entraba y salía de él. Cómo adoraba sentir los débiles gemidos del mayor golpeando contra sus cabellos.

-¿Por qué piensas que te dejaré?

"Porque te conozco demasiado". El rubio bajó su rostro y lo hundió en la almohada, ahogando en ella los susurros convertidos poco a poco en ruidosos gemidos. Mientras aquellas manos se entretenían en acariciar su figura y se detenían para aferrarse a su cintura, imágenes de otras noches pasaban por su mente; frases irreales que cambiaba en sus recuerdos. ¿Por qué no dejar que esas palabras fueran reales? En esos instantes, el acelerado ritmo de la danza hizo que su mente se nublase y únicamente apareciera el rostro del menor ante sus ojos cerrados.

Escandaloso. Los gemidos del pelinegro se clavaban siempre como afilados puñales en su cuerpo; las uñas arañaban su cintura y espalda; las marcas de aquella boca reposaban durante días sobre su pálida piel.

Casi lo sentía, podía entrever el orgasmo del otro aunque estuviera a sus espaldas. La mano libre del menor agarró su cabellos, provocando que el rubio girase la cabeza y al fin pudiera verle de nuevo. Esos ojos llenos de deseo en conjunto con su boca, los negros cabellos pegados al rostro, el aliento chocando contra sus labios. A veces, su expresión se sentía un tanto ruda para ese delicado rostro que poseía. Sus gemidos entraban obscenamente en los oídos del mayor, quien rogaba por un beso de aquellos labios que tan cerca se alzaban ante él. Una profunda embestida le obligó a expulsar un ronco gemido de su garganta; sus sedientos labios fueron cubiertos por los del joven en un intento de tragar ese gemido que había conseguido arrancarle. Durantes esas interminables horas de sexo, se pertenecían el uno al otro, aunque el rubio supiera que tan sólo podía ser de ese modo. Desatándose de los ácidos labios del pelinegro, hundió de nuevo su rostro en la almohada que siempre recogía su dolor, aferrándose fuertemente a ella mientras el menor aumentaba el ritmo de su frenético vaivén. Era capaz de escuchar vagamente los que parecían lejanos y casi sordos gemidos a su espalda. Sólo un poco más y aquello habría terminado de nuevo, su noche habría llegado a su fin y todo volvería a su cauce.

Mordió la almohada contra la que apoyaba su rostro al sentir cómo ese cálido líquido se esparcía por su interior; escuchó el delicioso gemido que expulsó el joven, quien enterró sus uñas en las caderas del mayor, atrayendo aquel cuerpo que poseía hasta el suyo al sentir cómo el placer le embriagaba. Sintió al joven cayendo sobre él, aún con esa gentil sensación dentro de su cuerpo. La agitada respiración del pelinegro chocaba contra su oído, mientras una de aquellas manos apartaba sus húmedos y rubios cabellos pegados a su rostro. Un beso reposa nuevamente sobre su sudorosa mejilla y siente cómo el chico intenta salir de su interior. Con rapidez, una de sus manos impide que el pelinegro haga tal acto.

-Atsushi... sólo un segundo más.

-Hisashi -soltó una ligera risa mientras posaba un renovado beso en sus labios-, ¿no es molesto?

-Es cálido.

-Siempre tan sentimental.

Le sintió salir de su interior sin ningún cuidado y sin tan siquiera tomar su petición. Ambas pieles se rozaron cuando el pelinegro se levantó y quedó sentado a su lado, dándole la espalda. Observó con desilusión a aquel que se erguía junto a él, apartando su largo cabello azabache con suaves caricias. Tan sólo él sabía lo que el joven cargaba en su interior, por qué actuaba así; él era el único capaz de permanecer a su lado sin realmente ser herido. Sin embargo, engañándose a sí mismo, no se daba cuenta de que la herida en su propio corazón se hacía tan grande como la del menor. Extendió su mano para dibujar un camino de roces sobre la espalda que observaba, pero el joven, al sentir el tacto, se levantó suspirando de su lado. Así, su mano se quedó unos segundos suspendida en el aire hasta que cayó de nuevo a su lado; sus ojos se cerraron y apoyó su cabeza en una de las manos, incorporándose un poco. Veía la desnuda silueta del menor caminar frente a él y sentarse en una silla mientras encendía un cigarrillo, clavando su mirada en él.

-Fue un buen concierto, ¿no crees? -el humo del cigarrillo salía de sus labios al tiempo que sus palabras.

-El próximo será mejor -le susurró, aún con los ojos cerrados.

-Hisashi, ¿me amas? -cruzó las piernas y apoyó su brazo en ellas, mostrando una hermosa y seductora sonrisa.

-Ya lo sabes, Atsushi -abrió los ojos y la visión frente a él le agitó, pero su rostro permaneció inalterable.

La pequeña risa del joven resonó en toda la estancia mientras se acercaba lentamente hacia la cama en la que reposaba el rubio. Apartó una de las piernas del mayor y se sentó en aquel lugar, agachándose hacia el rostro del otro y dejando el consumido cigarrillo en su boca. Volvió a su anterior posición, cruzando nuevamente sus piernas y acariciando el cuerpo del rubio con la mirada. El mayor se incorporó en la cama y apagó lo que quedaba de la colilla en un pequeño cenicero, soltando el blanco humo en una bocanada. Se acercó al pelinegro y apartó los oscuros cabellos de su rostro. Se inclinó para besar esos carnosos labios, pero el joven giró el rostro y mostró una irónica sonrisa mientras aquel beso caía olvidado en su mejilla. El chico miró al mayor, desde su nueva posición, directamente a los ojos. Se rió y apartó con cuidado la mano que aún permanecía entre sus cabellos; se levantó, llevándose un roce en el camino.

El rubio observó el cuerpo que se alejaba, sintiendo la suave y despreocupada caricia dejada sobre él. Aquella risa se había clavado en su piel al igual que tantas otras veces. Bajó el rostro porque no quería ver cómo el joven se escapaba otra vez de ese lugar, dejándole allí hasta la próxima vez que decidiera abrirse a él. ¿Quién sabe cuándo sería eso? Quizás en unas horas, quizás pasasen días. Se cubrió con las sábanas, acostándose en la cama, mientras escuchaba cómo el pelinegro andaba descalzo por la habitación buscando sus ropas. Cuán irónica podía ser la vida. Se había enamorado de ese joven de apariencia dulce y delicada que se tornaba tan sádico y narcisista cuando estaban a solas. "No es que sea algo malo". Volvió otra vez a su ya runtinario ritual de hundir su dolor en la almohada. Un peso a su lado y una mano recorriendo su desnuda espalda hicieron que levantara la cabeza de donde la tenía hundida, y vio aquellos oscuros y rasgados ojos que le observaban y esa amplia sonrisa que siempre le mostraba. Esto era lo que él había buscado, ¿no es así? "¿De qué te quejas, Imai?".

-Hisashi, el día en que seamos grandes, ¿aún estarás a solas conmigo?

-¿Lo dudas?

-No -le acarició la mejilla dulcemente, llevando su mano hacia los cabellos del mayor-. Sonríe.

Haciendo caso a aquellas palabras, el rubio sonrió ligeramente mientras la sonrisa del joven se dibujaba, una vez más, claramente en sus labios. El pelinegro pintó esa pequeña nota de sadismo en sus ellos y aferró con fuerza los cabellos del otro, provocando que éste echase su cabeza hacia atrás. Posó su boca sobre los finos labios del mayor de una forma tan superficial y dulce que casi parecía un beso irreal. El rubio miraba su rostro con ojos casi vacíos, sintiendo la rudeza de ese tacto en contraposición a la dulzura del beso. El joven se levantó de su lado, dejándole con el amargo sabor a tabaco aún inserto en su boca. Le vio darse la vuelta y abrir la puerta. Antes de irse, el pelinegro se giró, haciendo una delicada ondulación en sus cabellos.

-Gracias otra vez, Hisashi.

La puerta se cerró y el joven se quedó en aquella cama, cubierto simplemente con una sábana hasta su cadera. Estiró el brazo y cogió la cajetilla de cigarros de sobre la mesa; se llevó uno a la boca y lo encendió. Continuó mirando aquella puerta mientras el cigarrillo en su boca se consumía lentamente. Al inspirar, el aire a su alrededor aún olía al joven, a ese pequeño diablo de sonrisa angelical.

"Después de todo, quizás, el amor sea así en verdad".

 


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