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Reencuentro por midhiel

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Reencuentro

Dedicado a Ali y a Alym.

……


Capítulo Dos

Años atrás. Minas Tirith.


Habían pasado cinco años desde el fin de la Guerra del Anillo, cuando la reconstrucción de la Ciudad Blanca, también conocida como Minas Tirith, quedó completa.

Hubo algarabía, banquetes, música y fuegos artificiales para conmemorar el primer lustro de paz en Arda. Temprano en la mañana, saludando desde el balcón, los Reyes de Gondor iniciaron los festejos que se prolongaron durante todo el día.

Cuando la tarde caía, Legolas, agotado por los bailes y las ceremonias que tenían lugar en la explanada, se coló dentro del palacio para estar un instante tranquilo. Llegó hasta la Sala Blanca, una amplia habitación pintada de blanco, donde el elfo adoraba refugiarse. El tono níveo en sus muros y la espléndida vista a los jardines le recordaban su propia alcoba en Mirkwood

Legolas llevaba cinco años de matrimonio con Aragorn, acompañándolo y ayudándolo en el gobierno. Al principio, le había costado horrores adaptarse a las costumbres de los édain y el mayor problema residía en que, por ser el reino más poderoso de los hombres, Gondor guardaba costumbres demasiado ortodoxas y ceremonias tan fastuosas como extenuantes que agotaban al sencillo elfo.

Sin embargo, por Aragorn, Legolas hacía su mayor esfuerzo por tolerar las fiestas y rituales. Pero la ceremonia de la que se acababa de escabullir, había durado más de cinco horas, y el Príncipe, cansadísimo, aguardó a que las personas se dispersaran y nadie reparase en él, para entrar en el palacio.

Sintiéndose seguro dentro de la Sala Blanca, el elfo se sentó entre los mullidos cojines de un sofá y cerró los ojos. De repente, unos brazos corpulentos lo estrecharon y un beso se plantó en su cabeza.

-Aragorn –sonrió el elfo, sin abrir los ojos.

Aragorn acercó los labios a su picuda oreja.

-Te escabulliste, Lasgalen – reprochó con un susurro -, y me abandonaste con ese estirado de Eraton y su hijo.

Legolas encorvó más los labios.

El hombre notó el gesto y lo besó con fuerza en la mejilla, obligándolo a abrir los párpados.

Legolas rió.

Aragorn le plantó otro beso en la otra mejilla.

-Sé que la pomposidad de los hombres te asfixia, Lasgalen.

Legolas giró hacia su esposo y lo miró con una sonrisa dulce.

-Perdóname, Aragorn. Es cierto que los rituales tan solemnes me cansan, pero no volveré a escaparme. Me necesitas a tu lado –se puso de pie -. Volvamos juntos a la ceremonia.

Pero Aragorn se negó, sacudiendo la cabeza.

-Nada de eso –sonrió con picardía -. Yo también acabo de escabullirme y no pienso volver hasta divertirme un rato con mi Bosque Verde – y, afirmando esto, saltó el sofá y atrapó a Legolas de la cintura.

El príncipe rió, dejando en evidencia cuánto lo entusiasmaba el ofrecimiento. Aragorn acalló su risa con un beso.

-¿Qué me dices, Lasgalen, si enfilamos silenciosos como dos ratoncitos hasta nuestra alcoba y allí…? –la risa de Legolas no lo dejó continuar -. Y allí…

Legolas rió con más ganas. El rey debió silenciarlo con otro beso.

-Te tengo otra propuesta, Aragorn –quiso ponerse serio, pero la risa lo traicionó -. ¿Qué me dices si en lugar de enfilar hacia nuestra alcoba, cierras esta puerta y nos quedamos aquí para que disfrutes de tu Bosque Verde en este mismo sofá?

El hombre estudió el sofá con la mirada. Era espacioso, cómodo y muy mullido. El sitio ideal para hacer el amor a un elfo tan suave y hermoso como Legolas.

-Acepto la propuesta – se convenció al fin. Los ojos de su Lasgalen brillaron -. Pero antes quiero que me respondas por qué – lo besó de cuenta nueva, despacio al principio y ardientemente después -… por qué te gusta tanto esta sala. ¿Qué ves en ella? Dices que te recuerda a tu recámara en Mirkwood, pero por eso trasformé nuestra propia alcoba en una réplica de la tuya. Entonces, ¿qué le encuentras a ésta? ¿Qué tiene de especial para ti, mi Lasgalen?

Legolas le devolvió un beso suave y corto.

-No sé qué tiene, mi amor. Siento algo en sus paredes – miró hacia el techo -. Como si en esta sala estuviera destinada una ceremonia importante para mí. No sé qué puede ser –se encogió de hombros -. Aún no logro entenderlo.

-No te preocupes, Lasgalen. Si para ti esta sala es especial, también lo será para mí.

Mirándose a los ojos, Aragorn alzó en sus brazos a su príncipe para acostarlo en el sofá. Entre besos y caricias, el hombre se recostó encima de su elfo para desnudarse y amarse con todo el amor que se sentían.


……………..


Aragorn recordó aquel encuentro varios años después, cuando la Sala Blanca fue ornamentada para los festejos de la boda entre Lasgalen y Finduilas.

La empatía de Legolas hacia la sala no había sido casual; el elfo, tan sensible, había anticipado en esa habitación la fiesta de su hijo, aun cuatro años antes de que fuera engendrado.

El rey miró con satisfacción los adornos en el cortinaje y en las columnas y levantó su copa, cargada de vino, para chocarla con la de Faramir, servida hasta la mitad.

-Vamos, mi amigo – bromeó Aragorn -. Es el casamiento de tu hija.

Las copas se tocaron y el senescal sonrió. Aunque le llevó su tiempo hacerse la idea de que Finduilas no era más una niña, finalmente Faramir había reconocido que Lasgalen era el mejor partido que su hija pudiera tener. Un jovencito dulce, educado, instruido y valiente, que hacía honor a la memoria de su ada, no sólo en apariencia sino en carácter y bondad. Y que amaba a Finduilas más que a su vida.

Aragorn había sido un excelente padre y había hecho de su retoño la persona que Legolas hubiera soñado que fuera.

Varias veces, Faramir y su esposa habían comentado que desde Mandos, Legolas estaría orgulloso de su hijo.

-Eso es, Faramir – se alegró el rey -. Hiciste muy bien en sonreír.

-Aunque me muestre un tanto distante, reconozco que Lasgalen será un buen marido para Fin – confesó el senescal.

-Fin – Aragorn se frotó el mentón -. Recuerdo haber oído a Lasgalen mencionarla con ese sobrenombre.

-¿Qué? – Faramir era sumamente discreto pero esta vez perdió la compostura -. ¿No me digas que la llama con mi apodo? ¡Yo fui quien se lo puso, Aragorn! Sólo yo puedo llamarla así.

-Me parece que perdiste la exclusividad, mi buen amigo – rió Aragorn y bebió un sorbo de vino.

Faramir suspiró. Dar la mano de su hija resultaba una tarea sacrificante. Ahora entendía la abnegación de Éomer cuando le entregó a su querida Éowyn. Es verdad que sólo se trataba de su hermano, pero el Rey de Rohan siempre había sido protector con ella y Faramir recién ahora podía comprender la dimensión de su sacrificio.

Aragorn lo invitó a brindar otra vez.

El senescal no se rehusó.

-Sonríe, Faramir – lo alentó el rey -. No olvides que con el matrimonio, mi hijo le otorgará a Fin la larga vida de los Eldar. Tu hija vivirá por siempre.

-Lo recuerdo –sonrió apenas -. Pero, Aragorn, por favor, te pido que no vuelvas a llamarla Fin por el resto de tu eterna existencia.


………..



Lasgalen se había convertido en un apuesto joven de veinticinco años. De facciones suaves y tiernas que recordaban a su difunto ada, conservaba el cabello rubio y, por el amor que le profesaba a Finduilas, sus ojos se habían vuelto más azules y brillantes.

Alto y largo como Aragorn, no poseía la corpulencia de éste, sino más bien la esbeltez de Legolas. Su rostro lampiño revelaba expresiones y gestos que recordaban a ambos progenitores y una delicadeza y dulzura que sólo remitía a su padre elfo.

La mañana de su boda, se había vestido con un traje de gala azul y había peinado su cabello en una larga trenza. Estaba arreglándose frente al espejo, imaginando cuán hermosa se vería su amada en su vestido de bodas, cuando Aragorn golpeó la puerta.

-Es emocionante ver el adulto en que te has convertido –sonrió su padre, lleno de orgullo.

-Si lo soy, es gracias a ti – respondió Lasgalen con una voz varonil y segura.

Su progenitor le abrochó el último botón dorado de la solapa. Entre los jóvenes era una moda llevarlo desprendido pero para Aragorn, que con sus años tenía las costumbres muy inculcadas, aquello le parecía un desacato.

Lasgalen se tocó el botón y lo dejó abrochado. Aunque el detalle le pareciera anticuado, Aragorn era su padre y le guardaba un gran respeto.

-Creo que es hora que tengamos una conversación de hombre a medio elfo – sugirió el rey, rodeando su cuello con el brazo e indicándole que se dirigieran hacia unas sillas.

-Creí que esa conversación la habíamos tenido la semana anterior –recordó el jovencito, caminado -. Cuando me explicaste cómo hacer feliz a Fin en la noche de bodas – sonrió con picardía.

Aragorn tomó nota mental de mencionar lo del apodo, pero enseguida sacudió la cabeza, diciéndose a sí mismo que eran ideas del celoso Faramir y que no valían la pena.

Faramir tendría que acostumbrarse a ver a su hija casada y amada por alguien más, como él mismo se había acostumbrado a muchas cosas. A ser el Heredero de Isildur, a ser el Rey de Gondor, a la responsabilidad de la paternidad y a la pérdida de Legolas.

-Entonces, ¿de qué querías hablarme? –preguntó Lasgalen al llegar a las sillas, apartándolo de sus recuerdos.

Aragorn quitó del bolsillo de su pecho la alianza de Legolas.

-Éste era el anillo de tu ada, Lasgalen – se lo enseñó -. Ordené que le colocaran estas dos piedras, la azul, que era el color que le gustaba, y la verde, que era el tono de su traje cuando peleamos juntos. ¿Recuerdas la vez que de pequeño me preguntaste cuáles eran sus colores favoritos mientras mirábamos unas piedras para Lóte, tu osito de peluche?

Lasgalen asintió, feliz. Aragorn suspiró, tenía los ojos humedecidos.

-Quería que tuvieras un regalo de bodas de tu adar, hijo – confesó con la voz cortada -. Agradezco a Elbereth que hayas encontrado a alguien que colme tus días como él colmó los míos.

El joven observó el interior del anillo y vio grabado el nombre de su padre, “Elessar Telcontar, mi único amor”. Se lo puso en el dedo anular de la mano derecha y abrazó a su padre fuertemente.

-Gracias – sonrió con un suspiro. También él tenía los ojos cargados de lágrimas.

Al abrazarlo, Aragorn sintió el aroma a pinos y rosas, tan particular en Legolas, y entendió que el elfo los estaba acompañando.


……………..



Finduilas se veía espléndida con su blanco vestido de bodas. Con el cabello cobrizo recogido en un rodete y los rasgados ojos verdes brillando como esmeraldas al sol, entró en el salón de ceremonias del brazo de su elegante padre. Sólo de ver a Lasgalen esperándola a los pies del altar, sus labios pulposos esbozaron una feliz sonrisa.

Faramir la entregó a su prometido y fue a ocupar su lugar junto a su esposa y Aragorn en la primera fila de asientos.

De frente a los jóvenes y con el báculo en mano, Gandalf dirigió la ceremonia.

Los enamorados intercambiaron votos de fidelidad y amor, mientras se colocaban los anillos. Cada aro llevaba tallado en su interior el nombre del amado con la inscripción “eternamente juntos”. El mithrandir bendijo el vino de unos copones y se los entregó a los jóvenes para que lo bebieran. Finduilas bebió primero, mientras Lasgalen le sostenía el recipiente.

-Por medio de este vino te entrego mi inmortalidad a ti, Finduilas, de la Casa de Húrin – juró el príncipe.

Luego le tocó el turno a él y fue la joven quien le sostuvo el copón.

-Y yo aceptó tu inmortalidad de ti, Lasgalen Telcontar Legolasion – repuso, serena y firme.

Éowyn sonrió tímidamente. Finduilas había heredado la determinación de su carácter.

Después de beber el vino, los jóvenes se arrodillaron a los pies de Gandalf para que éste les tocase la cabeza con la punta del báculo.

De esta manera, finalizó la entrega de la vida de los Eldar para la hija de los Príncipes de Ithilien y la boda de los futuros Reyes de Gondor.

…………..


Tan orgulloso como emocionado, Aragorn salió un instante al balcón para respirar aire fresco mientras los invitados se ubicaban en las mesas para dar comienzo al banquete en la Sala Blanca. La fragancia de Legolas lo había acompañado durante toda la ceremonia y aún persistía en el aire.

Aragorn se sentía dichoso con la felicidad de su hijo y no podía dejar de recordar su propia boda. Apoyó las muñecas en la barandilla y suspiró, observando la vista a los jardines que su esposo contemplara cada vez que se refugiaba en la sala.

-Lasgalen nin –suspiró, cerrando los ojos.

Durante aquellos veinticinco años, ese nombre sólo había hecho mención a su hijo. Pero ahora Aragorn volvía a usar el apodo para llamar a su esposo.

Se quitó su alianza y leyó la inscripción “Legolas Thranduilion, mi único amor”.

-Eres feliz con tu hijo, pero no puedes olvidar a tu esposo – dijo Elrond, acercándose a la barandilla.

Aragorn suspiró y alzó la cabeza hacia el cielo. El sol del crepúsculo se ocultaba detrás de los árboles.

-A Lasgalen le encantó el juego de copas de cristal que le obsequiaste – mencionó, para cambiar de tema.

Pero ésa no era la intención de Elrond.

-Te hace bien recordar a Legolas, Estel. Más aun en un día tan especial como es la boda del hijo de ambos.

El hombre bajó la cabeza.

-No, no me hace nada bien –expresó con dolor -. Cuando bebieron el vino, recordé el momento en que Legolas me entregó la vida de los Eldar y no pude dejar de pensar que si no lo hubiera hecho, ahora yo tendría la oportunidad de reencontrarme con él algún día. Pero las puertas de Mandos están cerradas para mí –hizo una pausa para no perder la voz -. Mi destino son los Puertos Grises, lejos de mi Legolas.

-Pues de eso quería platicarte, Estel – repuso Elrond con suavidad -. Te tengo una noticia, que va a alegrarte mucho aunque a Lasgalen y a mí nos apenará, al menos durante un tiempo.


TBC

Muchas gracias a tod@s por el apoyo a esta continuación. Ya falta poco para el final.

Espero les haya gustado.

Midhiel

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