Nos hacemos tanto daño. Continuamente nos herimos y todo por descubrir en nosotros sentimientos que nos asustan y para evitarlos, inconscientemente hacemos que los demás se sientan dolidos. De nuevo discutimos. Te di una bofetada con tal fuerza, que conseguí hacerte sangrar. Pero… ¿cómo no hacerlo? Me dijiste cosas muy feas, aunque se que tenías razón… siempre tienes razón pero me duele admitirlo.
-“Eres un inmaduro. Jamás conseguirás que nadie te acepte de verdad con esa actitud”
Todavía resuenan esas palabras en mi mente. Cierro los ojos y lo único que me viene a la cabeza son los tuyos, pura amatista. Violetas como el final de un atardecer, como tu mejilla al ser golpeada por mi mano…
Lágrimas recorren mi silencioso rostro, en ellas se refleja lo que mi corazón no puede describir con palabras. Las sábanas empiezan a empaparse de mis penas… Jamás podré amar a nadie… Quiero acabar con todo esto, terminar con el sufrimiento que oprime imparable mi pecho y que me va asfixiando poco a poco.
Un día tras otro me proteges, me cuidas y me das un cariño que jamás recibí por parte de nadie más. Soy un engreído, no se agradecértelo.
Noto un aliento cercano y familiar. Un perfume que nubla mis sentidos y que me llena de recuerdos. Sigo tumbado bocarriba, con las lágrimas recorriendo cada rincón de mi ser. Te vas acercando. Susurras mi nombre “Hisoka…” Tu voz suena rota. En otras circunstancias, habría evitado que me vieras en tal estado de desesperación, pero ya no me importa. Nada me importa en este mundo. Nada excepto tú, pero sé que ya te he perdido. Por eso no intento disimular. Ni siquiera me molesto en abrirte lo ojos. Para qué…
Todo es inútil. No quiero seguir con esta farsa. Odiar a aquel que amas, que paradoja tan estúpida. Se que demostrarte lo que siento a golpes no es la mejor forma, pero me asusta quererte. No quiero que me abandones. Ya sufrí bastante, ¿no crees? Para mí esto no es un juego. Necesito amarte y eso me da miedo.
Siento como te acercas a mí, prudente, esperando mi reacción, tal vez esperando otro ataque de rabia por mi parte. No, esta vez no. No moveré ni un músculo por ti. Quiero que te marches y me dejes sumirme a mí solo en este dolor que yo mismo he provocado. No quiero involucrarte mas en mis penas, no quiero que te sientas mal por mí. Estoy harto de que sientas lástima por aquel que te lastima.
Intento mover los labios para decirte que te vayas, para suplicártelo si es necesario, pero noto como otros los aprisionan. No me lo puedo creer, ¿me estás besando? Intento huir de esa sensación, que lo único que hace es acrecentar mi dolor. Pero no puedo, mi alma lo impide. Me está obligando a aceptar de una maldita vez mis sentimientos.
Acepto tu boca, cálida, serena y segura. El resto el tiempo lo dirá. Solo sé, que a partir de esta noche, soñaré con esos ojos que me cautivaron desde el día que te conocí. Esos ojos amatista, que robaron mi gélido corazón, una verdadera prisión para los sentimientos.
Sólo sé que tú eres la única persona capaz de cortar de raíz toda la oscuridad que me embarga y que me harás feliz. Contigo a mi lado sé que no volveré a llorar, ya no me sentiré solo. Mi corazón te pertenece, es enteramente tuyo, al igual que mi cuerpo. Esta noche, sobre esta cama de marfil, te entrego todo lo que tengo, solo para ti, para que me marques como tuyo y de nadie más. Tus besos dejarán huella en mí. Nuestros corazones, nos pertenecerán.