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La Nueva Alianza por midhiel

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Notas del capitulo:

Muchísimas gracias por los comentarios, que me hacen muy feliz.

 

Prometo contestarlos mañana a todos.

 

Muchas gracias

La Amistad por midhielCapítulo 13: La Amistad


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Regalo de cumpleaños para PrinceLegolas.

Gracias, Ali, por corregir.

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Aragorn cumplió la promesa que le hiciera a Lillian y ordenó a sus hombres mover cielo y tierra para hallar a su nana. La buscaron por cinco días, hasta que finalmente la encontraron en Osgiliath.

La mujer, que había viajado hasta allí para pedir ayuda a una tía de la pequeña, se alegró de saber que Lillian estaba a salvo y volvió a Minas Tirith. Ahora, se encontraba en una sala del Palacio Real, de pie frente al Rey y al Senescal de Gondor.

-Huyó a Édoras, Majestad – explicó con temblor por la ira que sentía hacia su antiguo patrón -. Lo había estado planeando por dos meses. Yo esperaba que me permitiese ir con Lillian. ¡Por los Valars! He cuidado a esa criatura desde antes que muriera su madre. Pero el desgraciado me separó de ella, que lloraba sin cesar y me echó esa misma noche – la voz se le quebró al recordar la carita de la niña -. Le rogué que me dejara acompañar a Lillian y me cerró la puerta en la cara como respuesta.

Faramir escuchó a la mujer atentamente y luego observó a su amigo, que apenas retenía la furia. Se frotó el mentón y preguntó:

-¿Por qué crees que te echó, si pensaba huir y tú conocías su escondite?

La mujer aspiró el aire y replicó:

-Porque él no lo sabía, señor. Yo escuchaba sus conversaciones en secreto – bajó la cabeza, ruborizada por la vergüenza y agregó -: sé que hice mal, pero había oído rumores entre los sirvientes que pensaba emprender un viaje largo y me preocupé por la niña. Es un hombre cruel y no quería dejarla en sus manos. Le prometí a su madre que la cuidaría de todos ... especialmente de él.

-Entonces, él no sabía que tú conocías sus planes – adujo Faramir -. Y pensó que al despedirte se iba a deshacer de ti.

-Eso creo, señor – la mujer levantó el rostro.

Aragorn suspiró para sosegarse y cruzó los hombros a la altura del pecho.

-Dices que escuchabas sus reuniones en secreto.

-Sí, Majestad – replicó con timidez, aturdida al oír la voz del monarca interrogándola.

-¿Sabes con quién o con quiénes conversaba? – preguntó Aragorn -. ¿Conoces sus nombres?

La mujer asintió.

Faramir sacó una hoja del bolsillo de su camisa y levantó una pluma del tintero que yacía sobre un escritorio.

-Escribe sus nombres aquí – ordenó, entregándoselas a la mujer.

La niñera obedeció y le pasó la hoja al Senescal, que se la entregó al Rey.

-Lillian te está esperando en una sala con mi esposo – anunció Aragorn. Le dio un rápido vistazo al papel y lo guardó en su bolsillo -. Me dijiste que tú y su tía se encargarán de ella y que no necesitan dinero.

-Así es, Majestad – asintió la mujer con convicción -. La familia de Lillian es rica.

-Sin embargo, sabes que las puertas del palacio estarán abiertas para lo que necesiten – agregó el Rey -. Para todo lo que necesiten.

-Gracias, Majestad – sonrió e inclinó la cabeza.

-Ahora puedes ir a ver a Lillian – extendió la mano para mostrarle la puerta -. El guardia te acompañará hasta la sala.

La mujer hizo una reverencia y se retiró.

Al quedar solos, Aragorn golpeó el escritorio con los puños para descargar la furia que lo estaba matando.

-¡Es un miserable! – exclamó, arrojándose sobre el sillón junto a la mesa -. Ya lo había demostrado cuando esclavizó a esas personas. Pero hacerle eso a su propia hija – sacudió la cabeza -. No tiene nombre.

-Trabajó al servicio de mi padre durante años – recordó Faramir con la voz tranquila, aunque sus facciones revelaban la bronca que estaba sintiendo -. Parecía un hombre honesto. Es increíble cómo el poder puede destruir a las personas.

Aragorn se frotó la sien y quedó callado. Las palabras de su amigo le recordaron lo que Legolas le había dicho cuando discutieron: que el trono lo había convertido en otro hombre, muy diferente del que luchó a su lado durante la Guerra del Anillo. ¿Y si su destino era convertirse en alguien parecido a Ecthil?

-Deberíamos enviar ya mismo una carta a Éomer, solicitándole ayuda – reconoció Faramir -. Y tenemos que investigar estos nombres.

Aragorn volteó hacia él.

-Encárgate de la carta y lee los nombres – le ordenó y sacó la hoja de su bolsillo -. Iré a despedir a Lillian y luego volveré para que sigamos trabajando – se levantó del sillón.

Faramir tomó el papel y asintió. Aragorn caminó hacia la puerta, pero pronto recordó algo y volteó hacia el Senescal, sonriendo.

-Con el trajín del día lo había olvidado, ¿cómo se encuentra Éowyn?

-Con náuseas – sonrió -. Náuseas y más náuseas. Pero lo mismo le sucedió durante los primeros meses con Elboron.

-Legolas no tenía náuseas – recordó con cariño -. Pero sí ligeros dolores por los cambios en su cuerpo. Eran muy molestos, le daba masajes para aliviarlo. A veces pasábamos la noche así, hasta que él se dormía.

-Nos encanta cuidar de nuestros consortes, ¿verdad?

Aragorn sonrió melancólico.

-Adoraba cuidar de él. Sobre todo cuando notaba lo relajado que se sentía con mis masajes.

-Ahora a los dos nos esperan meses interesantes, llenos de sorpresas.

-Ya lo creo – rió el Rey. Abrió la puerta y salió de la sala.

Faramir esperó a que se retirase, tomó asiento en el sillón y comenzó a leer los nombres.

En el pasillo, la risa de Aragorn se transformó en una mueca amarga, al recordar, una vez más, cómo había arruinado la dicha de los primeros meses de embarazo de Legolas, con su soberbia y egoísmo.

Era impresionante cuánto sufría por su traición, cuánto echaba de menos la amistad del elfo, cuánto extrañaba a su pequeñín por las noches. Y lo triste que le resultaba despertarse, sabiendo que había herido a las dos personas que más amaba.

No podía continuar así. Cada día extrañaba más estar con Legolas, masajear su vientre, darle besos, o sólo contemplarlo. Ya no soportaba estar lejos del elfo y del bebé mientras dormían. Deseaba pedirle perdón y confesarle lo que sentía por él, pero la culpa era tan asfixiante que se lo impedía.

El altanero Rey recién entendía el significado de la familia que Legolas le había regalado y ahora se lamentaba mil veces el haberla perdido.




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Legolas se arrodilló frente a Lillian para acomodarle los pliegos de su vestido blanco. Le arregló el cabello sujeto en una media cola y le besó la frente.

-Tu nana llegará pronto – le anunció -. Ya debe estar por terminar su plática con Aragorn.

La niña sonreía complacida.

-Él me prometió encontrarla y lo hizo.

Legolas asintió.

-Él te quiere mucho – la abrazó -. Como yo, pequeña.

Lillian deshizo el abrazo y corrió hacia un baúl, donde estaban guardados sus juguetes. Lo abrió y sacó un Meara de madera. Volvió corriendo hacia Legolas y se lo entregó.

-Es para el bebé cuando nazca. Jugaremos juntos con él cuando venga a visitarte.

El elfo, conmovido, tomó el obsequio.

-Hannon lle, Lillian – le dio un fuerte beso en la mejilla y la volvió a abrazar.

-¿Qué dices? – preguntó ella, riendo.

Legolas le besó la otra mejilla.

-Significa gracias en mi lengua.

En ese momento, la puerta se abrió. Lillian volteó hacia ella.

-¡Nana! – gritó, corriendo hacia su niñera con los brazos abiertos.

La mujer se arrodilló para recibirla y la estrechó fuertemente.

-¡Mi Lillian! – le besó las mejillas, la frente, la cabeza.

Legolas se irguió y las observó, enternecido.

La mujer estaba sollozando. De repente, alzó la vista y reconoció al elfo.

-Al...Alteza – tartamudeó, y se puso rápidamente de pie -. Disculpadme. Yo...

-No hay problema – Legolas se les acercó con una sonrisa.

Lillian tomó la mano de su amigo y lo presentó a su nana.

-Él es Legolas. Él me cuidó, jugó conmigo, me arropó en la noche, me contó cuentos. Es muy bueno, nana.

-El pueblo os conoce por vuestra valentía y hermosura, Alteza – la mujer se inclinó con respeto -. Pero no conocía vuestra generosidad.

Legolas le sonrió, tocado por el cumplido.

-Tendrá un bebé pronto – anunció la niña, entusiasmada -. Y vendremos a visitarlo.

-Alteza, no queremos incomodaros – se excusó la mujer.

-Lillian siempre será bienvenida – adujo el Príncipe, acariciando el cabello de la pequeña. Sintieron que la puerta volvía a abrirse y el elfo volteó la mirada hacia el umbral -. Mira. Allí está Aragorn para despedirse de ti.

Lillian giró hacia la puerta y corrió a los brazos del Rey, que la alzó y la llenó de besos.

-Quiero volver a verte pronto, amiguita.

-Vendré a conocer al bebé.

Aragorn frunció el ceño, fingiendo un enfado.

-¿Recién cuando nazca el bebé? No, señorita. Vendrás a saludarnos antes.

La niña rió y le besó la mejilla.

-Está bien.

-Yo hice la promesa de que encontraría a tu nana y la encontré. Tú debes prometerme que vendrás a visitarnos.

Lillian asintió. Aragorn le dio otro beso y la bajó para que se reuniese con su niñera. Luego alzó la vista hacia su bello consorte, que lo estaba observando con una sonrisa llena de dulzura.



........................



Arwen caminaba por los bosques de Lothlórien con la cabeza altiva, tratando de hacer oídos sordos al murmullo de los elfos que deambulaban por ahí.

Su conducta ligera en Drambôr, y los besuqueos con el Rey enfrente de todos, ya eran de público conocimiento.

Llegó hasta el arroyo donde solía meditar y se sentó en el pasto. Fijó la mirada en el sol bañando las copas de los árboles y suspiró.

Su vida se había convertido en un tormento a partir de ese viaje: la relación con Elessar se había quebrado y su imagen de doncella prudente había quedado manchada.

Su gente la respetaba sólo porque era la nieta de los Reyes de Lothlórien, ya no más por sus virtudes o su comportamiento.

Pensó en cuánto había peleado por su amor y en la amarga sensación que le dejaba el saber que su lucha había sido en vano.

Ahora se cuestionaba que si hubiese obedecido a su abuela y hubiese puesto empeño en aprender su magia, tendría algo de qué sentirse orgullosa. Al fin de cuentas, ella era la última heredera que quedaba de Galadriel.

Volvió a suspirar, pensando en los errores que había cometido. ¿Errores? ¿Acaso amar era un error?

Quizás su falta consistía en haberse enamorado de la persona equivocada.

Pero Elessar había sido su único amor.

Apoyó las manos y se levantó del suelo. Ya no deseaba seguir mortificándose con cuestiones que no hacían más que lastimarla.

Se dirigió al sendero que conducía al palacio. Los elfos que andaban por ahí se corrieron con discreción para eludirla.



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Galadriel fijó sus penetrantes ojos en su marido que se acababa de sentar en el trono.

-Apenas consigo creer que hayas hecho algo así – sacudió la cabeza, sin perder el sereno timbre de voz -. ¿Quemar las cartas de Legolas? ¡Por los Valars! ¿En qué estabas pensando?

Celeborn alzó la cabeza para enfrentar su mirada y le replicó con soltura:

-En nuestra nieta.

-Claro. Arreglaste un encuentro entre nuestra nieta y el esposo del hijo de Thranduil – caminó hacia él y se detuvo frente al trono -. Todo el mundo comenta los arrumacos de la pareja en la sala poblada de gente – frunció el ceño -. Luego, acompañaste a Elessar hasta su habitación – el tono fue subiendo -. ¿Te das cuenta a quién humillaron con esa conducta? Legolas Thranduilion es el hijo de nuestro aliado, Celeborn. ¿Te das cuenta de lo que ocurriría si Thranduil llegara a enterarse?

El Rey sintió que la sangre le hervía ante semejante acusación. Apenas alcanzaba a creer que su esposa estuviera de parte de ese Príncipe y no pensara en su nieta.

-Ya sé quién es Legolas y no creo que su padre se interese demasiado en lo que hace su yerno, si su hijo cumple con el compromiso y da a luz a un varón – replicó de manera hosca.

-Thranduil no es esa clase de elfo y lo sabes bien – le contestó en el mismo tono -. Tu bronca hacia Legolas no tiene límites.

Celeborn esperó a que los ánimos se sosegasen y preguntó:

-¿Te enteraste de todo por medio de tu espejo?

-Me enteré del comportamiento de Arwen porque es un secreto a voces.

El Rey se levantó del trono.

-Entonces, también deberías enterarte de que alguien resultó más humillada que el propio Legolas.

Galadriel suspiró.

-Tú causaste esa humillación en nuestra nieta, Celeborn. Tú y tu ceguera por complacerle cada capricho.

-Su amor por él no es un capricho.

-Elessar dejó de pertenecerle cuando contrajo nupcias con Legolas.

-Su amor aún le pertenece. Una cosa es un compromiso político y otra muy diferente lo que se siente con el corazón – la miró con rencor y agregó -. Ambos conocemos muy bien la diferencia.

Galadriel se mordió el labio, aturdida por el hiriente mensaje.

-Legolas es el Príncipe Consorte de Gondor – replicó después de un rato -. Elessar le faltó el respeto. Y tú lo ayudaste a que lo hiciera. Tú y Arwen humillaron al hijo de nuestro aliado.

Celeborn sacudió la cabeza y se sentó en el trono otra vez, no tenía ganas de seguir discutiendo. Galadriel tomó asiento en el suyo y agregó:

-No creas que no me preocupo por Arwen. Sufro cuando la veo caminar entristecida – en ese momento comparó esa imagen con la que había visto en el espejo cuando descubrió su futuro si se casaba con Elessar -. Me alteran los comentarios sobre su conducta y el dolor que le causan. Es mi nieta y la quiero.

Celeborn, ya más calmado, giró hacia ella y admitió:

-Nada de esto hubiera pasado, si tú no los hubieses separado después de consultar tu espejo mágico.

-Tuve mis razones, Celeborn.

El Rey sacudió la cabeza:

-Sabías que se amaban, ¿qué razón puede ser más importante que esa?

-Arwen no iba a ser feliz a su lado. No era la persona indicada para ella.

Celeborn suspiró con tristeza y no replicó. El deseo de su esposa de controlar las vidas de los otros lo exasperaba y más ahora que había lastimado a su nieta.

Permanecieron en silencio por varios minutos, sin mirarse. Cada uno escondía su dolor y sus secretos. De pronto, la suave voz de Arwen los devolvió a la realidad.

-Siento haberlos decepcionado, abuelos.

Ambos Reyes giraron, sorprendidos, hacia la entrada.

-Arwen – exclamó el elfo.

-Mi comportamiento mancilla sus nombres – adujo la joven.

-No te culpes, mi niña. Tú no los mancillas – replicó Celeborn con gentileza.

Arwen sonrió a su abuelo y entró en la habitación. Se detuvo frente a los tronos y, fijando los ojos azules en Galadriel, anunció:

-Quiero ser tu heredera. Quiero que me instruyas para dejarme tu legado.

La elfa la miró con asombro.

-¿Estás segura?

Arwen asintió.

-Me equivoqué al desobedecerte. Y quiero reparar mi error. Quiero convertirme en una heredera digna de ti.

Su abuela le sonrió, orgullosa, se levantó elegantemente y la abrazó con cariño.

-Serás una excelente reina, mi niña.

Arwen apoyó la cabeza en su hombro y cerró los ojos. Quería creer que su abuela estaba en lo cierto.


......................


Ya era de noche. Aragorn abrió la puerta de la sala y observó a Legolas, que estaba sentado en el sillón, acariciándose el vientre con los ojos cerrados.

-Hola – lo saludó despacio, mientras ingresaba.

El elfo abrió los párpados y le sonrió.

-¿Terminaste de trabajar?

-Aún no – sacudió la cabeza -. Pero quería saber cómo te sentías después de la partida de Lillian.

-La extraño, pero estoy feliz por ella. Su carita irradiaba felicidad y esa mujer me inspiró mucha confianza.

-También a mí – replicó Aragorn, sentándose en otro sillón, junto a su consorte -. Entonces, ¿estás bien?

-Sí – replicó, volviendo a cerrar los ojos, y antes de agregar con una sonrisa -. Gracias.

El Rey apoyó las manos sobre las rodillas. Observó los dedos de Legolas que seguían acariciando su vientre, pero no se atrevió a tocarlos.

-Legolas.

El elfo abrió los párpados. Aragorn se frotó los dedos, perturbado, alzó la mirada hacia el Príncipe y confesó:

-No sé si sean el momento ni el sitio correcto, pero quiero que sepas que no dejo de pensar en la vileza que cometí con mi comportamiento en Drambôr – Legolas se acomodó en el asiento, sorprendido -. Los insulté a ti y a nuestro bebé. Tú me demostraste tu enfado y te agredí. Lo siento.

-Me lastimaste mucho, Aragorn – replicó con la voz suave pero firme -. Las heridas aún me duelen.

Aragorn se movió hacia el borde del sillón para estar más cerca de él. Vaciló un instante, luego extendió el brazo y tomó la mano del elfo. Legolas no se resistió al contacto.

-Deseo recuperar tu amistad – pidió con la voz apagada, acariciándole los dedos -. Desde que la perdí, no imaginas cuánto la he extrañado.

Legolas lo miró directo a los ojos.

-A los amigos no se los lastima así. Tus acciones y palabras lo hicieron y son actos que no se olvidan fácilmente. Pero yo también extraño tu amistad – aguardó unos segundos que al hombre le parecieron eternos y decidió con una franca sonrisa -. Volvamos a ser amigos, si así lo quieres.

El Rey sonrió con una mezcla de alegría y consuelo.

-Gracias, Legolas.

-Tenemos que recuperarla si queremos que nuestro hijo sea feliz, ¿no te parece?

Aragorn asintió.

-Tenías razón en todo lo que me dijiste aquella noche. Cambié mucho desde mi ascenso al trono, no soy el mismo de antes – aspiró el aire para juntar fuerzas y confesó con los ojos ensombrecidos -. Temo que ya nunca más vuelva a serlo.

Legolas sacudió la cabeza.

-No es cierto. A veces tienes actitudes que me recuerdan al antiguo Aragorn. Cuando eres atento conmigo, cuando te preocupas por nuestro bebé, o cuando actúas de la forma maravillosa en que trataste a Lillian.

-Lo que descubrí hoy me causó miedo. Ecthil comenzó siendo un hombre honesto. Seguramente, hasta habrá llegado a amar a su familia. Pero el poder lo fue corrompiendo – se mordió el labio, tratando de doblegar el temor que lo sacudía -. Recordé lo que me dijiste sobre la manera en que la corona me había transformado y me pregunté si no me aguardaba el mismo destino.

-¿Crees que te convertirás en Ecthil? – preguntó Legolas, enarcando una ceja.

-Me parece que estoy siguiendo su camino.

-Tú no sólo eres un hombre honesto, Aragorn – le sonrió con dulzura -. Tienes además un corazón de oro, que no es fácil hallar ni en tu raza ni en la mía. Es verdad que el poder te obnubila y que a veces te comportas como si los demás no existiéramos. Pero tienes la nobleza de admitir que lo haces y quieres cambiar. Como ahora, por ejemplo.

-Pero cuando lo admito, ya causé el daño. No estoy hablando sólo de lo que pasó entre nosotros, si no de otras veces.

-Te queda mucho por aprender. Sin embargo, estoy seguro de que no te aguarda el mismo destino que a ese hombre. Tú no eres como él, y nunca lo serás.

Aragorn sonrió aliviado. No sólo por la tranquilidad de saber que no se convertiría en alguien como Ecthil, si no por descubrir lo que su amado esposo pensaba de él. Legolas no lo consideraba el ser miserable que tanto temía ser; al contrario, lo apreciaba, a pesar de sus defectos.

Bajó la vista hacia la mano del elfo, que seguía acariciando, y la besó.

-Debo continuar trabajando – soltó la mano con delicadeza y apoyó los dedos sobre el vientre abultado -. Hasta mañana, mi pequeñita, mi pequeñín. Que tengas dulces sueños – se irguió.

-Aragorn – lo detuvo, tomándolo del brazo. El hombre lo miró -. No dudes de tu nobleza. Eres un Rey justo y una excelente persona.

Aragorn volvió a sonreír.

-Gracias, Legolas.

-Me siento orgulloso de que seas el padre de mi hijo.

Aragorn, conmovido, se arrodilló frente a él y besó su vientre. Luego depositó la cabeza sobre el abdomen y cerró los ojos. El bebé se sintió complacido y comenzó a moverse con energía.

Legolas miró a su esposo con dulzura y le acarició los bucles oscuros. Era extraño lo que sentía por él: bronca por el dolor que le había causado, pero también amor. Él seguía enamorado del Rey, a pesar de sus defectos.

Aragorn esperó un rato y retiró su cabeza del vientre con suavidad. El bebé dejó de moverse.

-Ahora sí debo volver a trabajar – besó la mejilla de su esposo -. Namarië – susurró.

-Namarië.

Se irguió y caminó hacia la salida. Desde allí, volteó hacia Legolas y le envió otro beso con la mano. Luego cerró la puerta.





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Aragorn vio desfilar las horas de la noche redactando una carta de perdón y despedida a Arwen. Ahora reconocía que su relación con la elfa no podía continuar.

Pasó la noche en vela, buscando las palabras adecuadas para no herirla en demasía. Se arrepentía de encontrarse tan lejos de ella, porque lo que en verdad hubiera preferido era platicar de frente. Pero guardaba la esperanza de que en un futuro cercano el destino los volviese a encontrar.

Él deseaba que Arwen entendiera que la seguía queriendo y que jamás dejaría de hacerlo. Pero ya no la amaba.

Por la mañana temprano, subió a la Torre de Ecthelion y soltó a un águila con el mensaje. La observó perderse entre las nubes, antes de descender por las escaleras.

Al llegar a su despacho, había un mensajero esperándolo.

-Majestad. Acaban de divisar el estandarte de Rivendell a pocos kilómetros de Minas Tirith. Lord Elrond está llegando a la ciudad.

Aragorn lo miró sorprendido, ya que no esperaba a su padre hasta dentro de una semana.

-Hagan los preparativos para darle la bienvenida – ordenó -. Y avisen al Príncipe para que se aliste.

El mensajero hizo una reverencia y se retiró.

Aragorn llamó a su secretario para darle nuevas órdenes y luego se dirigió a sus habitaciones para cambiarse.

Por el camino, reflexionaba sobre la libertad que le dejaba el haber terminado con Arwen.

Ahora sólo debía encontrar el momento adecuado para pedirle perdón a Legolas y confesarle cuánto lo amaba.



TBC

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