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La Nueva Alianza por midhiel

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La Nueva Alianza


Capítulo 15: La Leyenda De Meleth


Regalo de cumpleaños para PrinceLegolas. Acá está el lemmon. ^_^

Mil gracias, Ali, por tu ayudota y por corregir.

Meleth: (quenya) Amor.


............



Legolas separó con la lengua los labios de su esposo y recorrió cada rincón de su paladar. Aún le costaba asimilar lo que ocurría: Aragorn lo amaba, él lo había perdonado, Arwen ya no se interponía entre ellos. Nada parecía real, todo parecía un sueño.

Aragorn se estremeció al sentir otra vez el sabor a almendras y cerezas de la boca del elfo. Había soñado tanto con ese momento que apenas podía concebir que al fin hubiera llegado.

Dejaron de sentir la música y los bullicios, el tiempo se detuvo y por un instante quedaron aislados en un velo de magia y encanto. Legolas sólo percibía la respiración del hombre acariciando su rostro; Aragorn sólo oía los latidos del corazón de su esposo contra su pecho.

Después de un rato, separaron los labios sin estar muy seguros de querer concluir el beso, y permanecieron mirándose uno al otro. Las pupilas de Legolas estaban encendidas, las de Aragorn resplandecían con un intenso gris.

El velo que los aislaba fue cayendo lentamente. Volvieron a escuchar la música y los bullicios, volvieron a sentir correr el tiempo. Legolas dejó que los acordes lo envolvieran y empezó a mecerse en los firmes brazos del hombre.

Aragorn apoyó el mentón sobre la cabellera dorada y empujó la cintura del Príncipe hacia su estómago. Quería tener a los dos seres que más amaba cobijados con el calor de su cuerpo.

Todo parecía un sueño, capturado por la magia del perdón y del amor.

La canción terminó y siguió otra más bella. Ellos continuaron bailando, inmersos en su mundo encantado.

De pronto, unos fuertes golpes desde el interior de Legolas los devolvieron a la realidad. El bebé se estaba moviendo, feliz por la reconciliación de sus padres.

Su Papá Aragorn apartó una mano de la cintura de Legolas para acariciarle el vientre.

-Mi pequeñín – susurró -. Te prometo que jamás volveré a hacerles algo, a ti o a tu ada, que los aleje de mí – lanzó un suave suspiro -. Los amo.

El bebé replicó, sacudiéndose con energía.

-Te extrañó mucho por las noches – reveló el elfo -. A veces no me dejaba dormir con sus protestas.

-Ya dijiste que es un bebé temperamental, como yo – rió el Rey, emocionado por el afecto de su hijo. Suspiró antes de confesar -. No imaginas cuánto los extrañaba por las noches.

-No dormiremos más separados, Aragorn – replicó Legolas, levantando la cabeza hacia su esposo.

-No puedo prometerte que no tendremos más roces – musitó, besándole la mano -. Pero sí te prometo que lucharé para que tú y nuestro hijo sean felices. Hasta el último día de mi vida.

Legolas miró al Rey con la sonrisa que tanto lo cautivaba.

-In mella lle, Elessar – musitó conmovido, pronunciando por primera vez su nombre en la lengua de los elfos.

Aragorn sonrió y le levantó la barbilla con la punta del dedo para que lo mirase con más atención.

-Y yo a ti, mi Hoja Verde.

Se besaron otra vez. Ahora fue Aragorn quien exploró la boca de su consorte. Legolas gimió suavemente por las caricias de su lengua, después volvió a apoyar la cabeza en su pecho y cerró los ojos.

Bailaron dos piezas más y luego se retiraron de la pista, tomados de la mano. Al pasar junto a Elrond, que continuaba conversando, Aragorn le lanzó una mirada cómplice.

El medio elfo vio las manos entrelazadas y sonrió a su hijo. Legolas notó el gesto y miró a su esposo, que le replicó con un suave beso en la frente.

-¿Estás cansado? – preguntó el hombre a su oído, mientras se dirigían hacia las mesas.

Legolas entendió el pícaro mensaje y asintió.

-Te acompañaré a tu dormitorio – decidió Aragorn, sonriendo. Rodeó su cintura con el brazo y giró rumbo al sendero del palacio.




...................





Subieron ligero los escalones y se detuvieron en el corredor para darse otro beso. Legolas le succionó los labios con placer, refrenando apenas las ganas de desnudarlo allí mismo y sentir ese cuerpo tan hermoso en su interior. Aragorn, deslumbrado por la apasionada respuesta que recibía, volvió a recorrer la boca de su consorte y hacerle caricias con la punta de la lengua.

-Te amo – musitó, al tiempo que se mordía los labios, saboreando el beso anterior con una mezcla de ternura y deseo -. Te amo, mi Hoja Verde. Quiero dormir contigo, quiero acariciarte, abrazarte, sentir tu calor. Quiero demostrarte cuánto te quiero.

Legolas enlazó los brazos en su cuello y lo miró a los ojos. La sangre hervía en sus venas y sus mejillas se pintaban por el ardor.

-Yo también quiero dormir contigo, quiero amarte y despertar junto a ti. Hace tanto tiempo que te amo – enterró el rostro en el cuello de Aragorn y suspiró -. Tanto.

Entraron en la alcoba real sin soltarse las manos. El cuarto estaba casi en tinieblas, sólo la luz de la luna penetraba por el balcón e iluminaba un ángulo del lecho.

Aragorn se sentó en esa zona, mientras Legolas encendía los candelabros, con una calma que exasperaba a su consorte y aumentaba su excitación. Después, el elfo volteó hacia el hombre con una sonrisa turbadora y comenzó a desabrocharse la túnica verde, mientras Aragorn tragaba con dificultad el nudo de ansiedad que tenía atorado en la garganta.

-¿Me ayudas? – rió Legolas con insinuante picardía -. Ya sabes lo estrecho que es.

-Tus trajes son bien complicados – sonrió Aragorn, al tiempo que se levantaba y abrazaba a su esposo, depositando un suave beso en su blanco cuello. Como un relámpago, le llegó el recuerdo de cómo lo había ayudado a desvestirse en la noche de bodas.

Alejándose ligeramente, Legolas alzó los brazos para facilitar las acciones de su esposo. Éste tomó con cuidado los bordes de la prenda. La subió lentamente, mientras sus manos ásperas pero ardientemente tentadoras rozaban sus piernas, sus muslos, sus caderas. Al llegar a la cintura acarició el pronunciado vientre sin sentir las respuestas del bebé, que ya se había dormido. Legolas posó la mano sobre la que él apoyaba en su abdomen y lo miró a los ojos.

-Hazme el amor, Aragorn – su voz sonaba a orden y súplica. Le besó el cuello -. Quiero sentirte dentro de mí.

Aragorn llevó los dedos hasta sus pechos, apenas abultados, y se los masajeó en círculos. El elfo echó la cabeza hacia atrás, gimiendo.

-Bésame, mi amor – suspiró el hombre, acercando la mejilla a su boca para sentir el calor de sus jadeos. Legolas le tomó los labios con pasión, emocionado de sentirse llamado amor por el hombre que adoraba. El Rey le levantó la túnica hasta el cuello y se la quitó cuidadosamente. El elfo volvió a besarlo con más fuerza, mientras Aragorn estrechaba su abrazo, para después alzarlo y transportarlo a la cama.

Separaron los labios al llegar al lecho, más por la urgencia de respirar que por otra cosa. Con cuidado, el Rey lo acostó boca arriba y se sentó a su lado, acariciándole el rostro.

-Te recuerdo que soy un elfo, no me voy a romper – musitó Legolas, sonriendo y mirándolo con una mezcla de diversión y deseo –. Ahora debes desvestirte tú – su voz era seductora mientras tomaba la mano de su consorte y besaba su palma, para luego seguir con sus dedos, uno a uno.

Sintiéndose explotar de excitación, Aragorn se apartó y se quitó la casaca oscura; cuando iba a seguir con la camisa, las manos de Legolas lo detuvieron.

-Déjame a mí – fue el susurro ronco que escapó de su garganta mientras sus manos desabrochaban uno a uno los botones de la camisa del humano -. Tu cuerpo es tan firme, tan musculoso – un suspiro escapó de los labios de Legolas mientras acariciaba el fuerte pecho y el plano abdomen.

Aragorn arrojó la camisa al suelo, lo tomó de las muñecas y se acostó sobre él, levantando las caderas para no aplastarle el vientre. Le besó frenéticamente el cuello, los pómulos y la boca, mientras Legolas alzaba la rodilla para masajearle el miembro, todavía escondido en sus pantalones.

-Creo que aún hay algo que desea ser liberado con urgencia – musitó burlón.

-Eres atrevido – repuso el hombre, reprimiendo a duras penas un jadeo, antes de llevar la mano hasta su cintura para desprenderse los pantalones casi con desesperación. Sonriendo, Legolas dejó su rodilla donde estaba y continuó frotándole la entrepierna, sintiendo su masculinidad y la de su consorte endurecerse por los masajes.

Al fin, Aragorn logró desprenderse de la muy molesta prenda, llevándose de paso su ropa interior y quedando frente a su pareja en toda su magnífica desnudez.

-Déjame mirarte – pidió Legolas, pensando que al fin podía deleitarse con la visión de su Rey desnudo, sin pensar que Aragorn estaba a su lado por una maldita obligación -. Te amo – suspiró con fascinación.

Aragorn sonrió, él también lo estaba contemplando extasiado. Volvió a acostarse sobre su esposo, pero esta vez empujó su vientre con suavidad, el niño parecía seguir dormido. En represalia por lo que Legolas le había hecho, meneó las caderas para frotar su miembro contra el de él. El elfo no pudo contener los gemidos.

-Separa las piernas, mi amor – ordenó después de un rato, levantándose para permitirle el movimiento. Legolas obedeció encantado. Aragorn se arrodilló a sus pies, llevó su boca hacia la masculinidad de su consorte y empezó a acariciarla con labios y lengua.

Ante la ardiente caricia, Legolas sintió que la vista se le nublaba y arañó el colchón, jadeando de placer. El hombre, sin levantar la cabeza, masajeó sus pálidos muslos, sus caderas y su abultado vientre.

El elfo, alucinado por las múltiples sensaciones, llevó sus manos hacia la oscura cabeza y acarició las ondas de su cabello. Ya fuera de sí, se arqueó con fuerza y dejó salir la semilla de su interior.

Aragorn la saboreó con deleite, relamiéndose los labios. Despacio, volvió a recostarse, colocándose a un costado de su esposo para mirarlo de frente. Le acarició los pechos apenas abultados, que aún temblaban por la excitación, y se los besó con ternura. Luego recorrió el puente de la respingada nariz con el dedo, embelesado por su belleza. Era impresionante cuánto lo amaba, cuánto lo deseaba, cuánto buscaba protegerlo.

-¿Estás bien? – le preguntó con dulzura al notar el sudor y la respiración entrecortada.

Legolas asintió con una sonrisa. El hombre le acarició las mejillas y le besó la boca.

-Déjame poseerte – suplicó, lamiéndole los labios -. Si te sientes incómodo por el tamaño de tu vientre o piensas que le molesta al niño, dime y me detendré.

El elfo sonrió en señal de aceptación y se acomodó en el colchón. Aragorn se colocó de rodillas y le separó las piernas con cuidado.

-Alza un poco las caderas, amor – le ordenó, mientras besaba el suave interior de sus muslos; Legolas obedeció, sin perder la sonrisa. El hombre miró el pequeño ano y lo acarició con sus dedos. Metió uno, luego dos, masajeando los bordes para expandirlo. La abertura empezó a dilatarse, Legolas volvió a jadear y cerró los ojos. Aragorn quitó los dedos, condujo su miembro hacia el orificio y lo penetró con suaves empujones.

Legolas apretó las sábanas y se mordió el labio, abrasado por el dolor placentero. Tenía a Aragorn dentro de él, amándolo. Aún le costaba creer que todo fuera real. Que Aragorn lo estuviera al fin poseyendo por amor.

El hombre sintió un ardor intenso, que le sacudió los sentidos. Con movimientos lentos, para no incomodarlo, empezó a mecerse dentro de Legolas.

-Elessar – gimió el elfo, mientras ceñía la cintura de su esposo y lo empujaba para que yaciera sobre él.

Aragorn se recostó con cuidado y le besó la boca fogosamente. Su lengua aún guardaba restos de su simiente que Legolas lamió con delicia.

-¿Estás bien? – preguntó el hombre, sin dejar de moverse.

-Sí – suspiró, echando la cabeza hacia atrás. Aragorn le succionó el cuello y le apretó la barbilla con suaves mordiscos. Legolas le acarició la espalda y el cabello, mientras le besaba la frente, apasionado.

-Mírame – suplicó Aragorn. Legolas abrió los ojos y lo observó, encandilado por el placer -. Te amo. Te amo. Te amo – declaró, subiendo el tono y el ritmo de las embestidas con cada exclamación. El elfo lo estrechó con fuerza, intensificando el abrazo con cada palabra.

El éxtasis les quemó las entrañas. Sus corazones latían tan rápido que parecían querer escapar de sus pechos. Los dos lanzaron un grito de goce que retumbó en las oscuras paredes del recinto. Mientras Legolas explotaba entre su vientre y el de su esposo, Aragorn soltó su semilla en el cálido interior de su pareja, sin dejar de besarlo. Luego de un momento, salió con tanto cuidado como había entrado, apoyando una mano en el vientre de Legolas en un gesto de confianza y ternura. Entonces, lo sintió.

-Hey – exclamó sonriendo, al sentir el suave movimiento bajo su mano-. Parece que despertamos a nuestro pequeñín. Espero que no se haya enterado de lo que acabamos de hacer – terminó con picardía.

-Me parece que si sabe – musitó Legolas, sonriendo -, y está feliz por ello. Casi tan feliz como yo.

Y sin una palabra más, se acercó a su consorte y sumergió sus labios en los de Aragorn, que se separaron radiantes para recibirlo.

-Quiero amarte por siempre, mi Legolas. Mi Hoja Verde – exclamó, apartando apenas la boca para recuperar el aliento. Con suavidad le masajeó el abdomen, volviendo a sentir la rápida respuesta del niño - . Los amo a los dos. Son mi dicha, mi esperanza, mi vida. No te vuelvas a alejar de mí, mi amor. No sé qué haría si los perdiera otra vez.

Legolas le rodeó el cuello con los brazos y le besó los pómulos y el mentón.

-Nos tienes aquí – replicó entre los chasquidos de sus besos -. Por ahora y para siempre.

-Te prometo que no te lastimaré más, mi amor – suspiró -. Moriría antes de volver a herirte – se irguió un poco para mirar a su hijo, cobijado en el vientre -. Ustedes son mi familia. Los seres que más amo – esperó un rato, apoyó la cabeza en la almohada y atrajo a Legolas para que descansara sobre él -. Durmamos, Hoja Verde. Juntos como tanto ansiamos.

El elfo sonrió y posó la cabellera dorada sobre su pecho, dispuesto a dormirse. Pero el bebé se sacudió con fuerza, ahora que su papá estaba con él no tenía deseos de conciliar el sueño. Aragorn lo sintió a través de la piel y suspiró.

-¿Ves a lo que me refiero cuando digo que es temperamental como tú? – rió Legolas, divertido -. Si no estás aquí, no deja que duerma con sus protestas. Si estás aquí, se entusiasma tanto que tampoco puedo dormir.

-Entonces me parece que tendremos que recurrir a los masajes – sonrió el hombre -. A esos que te aliviaban en los primeros meses.

El elfo asintió, complacido, y se acomodó boca arriba. Aragorn se irguió y le llenó de besos el abdomen, sintiendo los golpecitos del niño cada vez que aproximaba los labios. Después depositó su mano en el vientre y empezó a frotárselo suavemente.

-Extrañaba masajearte. Extrañaba sentir a nuestro pequeñín por las noches.

Legolas le replicó con una sonrisa, impresionado de cuánto Aragorn los había echado de menos. Era sorprendente lo mucho que los amaba y lo mucho que había sufrido. Sintió unas ganas locas de volver a sentirlo dentro, de hacerlo gozar otra vez.

-El bebé extrañaba tu presencia – musitó, acariciándole el pecho seductoramente y apretándole los pezones para excitarlo. El hombre empezó a jadear por las caricias y dejó de darle masajes -. Y yo también. Te amo desde el...

-No sigas – le besó la boca para silenciarlo -. Si continúas hablando y tocándome, tendré que hacerte el amor otra vez y... – no pudo continuar, la tentadora risa de Legolas estalló en el recinto.

-¿Y qué? – lo miró con picardía.

-Tenemos un hijito que dormir primero – replicó, volviendo a frotarle el vientre -. Vamos pequeñín. Deja descansar a tu ada y mañana te prometo que voy a regalarte mis caricias todo el tiempo que quieras.

El niño quedó quietito al instante. Aragorn siguió masajeándolo por un rato para asegurarse que se había dormido. Alzó la vista hacia su esposo con una tentadora sonrisa y se sorprendió al notar un resplandor en la blanca tez de su consorte. Legolas lo contemplaba, brillando con la intensidad de una estrella.

-¡Legolas! – exclamó -. ¿Estás bien?

El elfo soltó una encantadora risa.

-Mejor que nunca, amor – se incorporó en el lecho y le besó la boca con ternura -. ¿Conoces la leyenda élfica de Meleth? La habrás escuchado en Rivendell – Aragorn frunció el ceño, tratando de recordar las lecciones de su padre -. Esa leyenda dice que los elfos, cuando encontramos el verdadero amor, soltamos toda la fuerza de nuestra luz interior y resplandecemos como una estrella.

-¡La leyenda de las almas gemelas! – recordó el hombre, sonriente -. Sí, la aprendí en Rivendell. Muy pocos elfos la sienten. Sólo los privilegiados de encontrar a la persona que los Valar le obsequiaron antes de nacer. Es una leyenda bastante antigua que... – calló, asombrado de lo que estaba diciendo -. Entonces, eso significa que tú y yo...

-Significa que tú eres mi alma gemela – concluyó Legolas con los ojos brillantes de emoción. Tomó las manos del hombre y se las acarició con dulzura -. Cuando un elfo hace el amor con su alma gemela – explicó con suavidad -, su luz interior se desborda y baña al ser amado – pasó la mano a través del cuerpo del hombre -. Si lo toca, como yo te estoy tocando ahora, se crea un lazo entre ellos, el más potente que se conozca – le besó los labios con delicadeza -. Nunca más se separan, las distancias se rompen para ellos. Si uno está lejos el otro lo siente, si uno está enfermo el otro lo sana. Si uno está triste, el otro lo reconforta con su simple pensamiento. Somos almas gemelas, Elessar Telcontar. Más allá del vínculo del matrimonio, para los mismos Valar, tú eres mío y yo te pertenezco.

Aragorn quedó pasmado, sin poder sonreír o llorar. Con los labios temblando, acercó la boca hacia su consorte y lo besó de la manera más dulce que Legolas había sentido.

-Yo soy tuyo y tú me perteneces, Legolas Thranduilion – musitó, embelesado -. Sin importar las distancias, estamos juntos por siempre.

Sin nada más que decir, condujo la cabeza del elfo hacia la almohada y se recostó sobre él, para volver a amarlo.




TBC

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