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La Nueva Alianza por midhiel

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Capítulo 17: Una Visita Inesperada


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Regalo de cumpleaños para PrinceLegolas.


Mil gracias, Ali, por corregir.

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Sentado detrás de su escritorio, Legolas estudiaba los documentos que Aragorn le había enviado para que los discutieran más tarde. Había resultado un verdadero alivio para el Rey nombrarlo su consejero. El elfo, por sus costumbres y educación, analizaba los conflictos desde una óptica diferente a la de los hombres, mostrándole al monarca soluciones que él no hubiese llegado a imaginar.

Aragorn estaba más que satisfecho con su elección como consejero, mientras que su consorte se mostraba orgulloso de poder ayudarlo al fin en los manejos de Estado.

Cuando terminó de leer los documentos, Legolas los colocó a un costado del escritorio y se echó hacia atrás en el sillón para descansar por un momento. Ya estaba entrando en el noveno mes de embarazo y aunque Elrond le había explicado que podía continuar con sus actividades, también le había advertido que no debía esforzarse en demasía. Además, su vientre había crecido el doble y comenzaba a pesarle y a incomodarlo en algunas maniobras.

Se acarició la parte baja del abultado abdomen y sonrió al sentir como el bebé se acomodaba en esa zona para recibir sus caricias. Travieso, subió la mano hacia el ombligo; el pequeño se movió rápidamente hacia allí. Legolas soltó una carcajada, asombrado de su presteza. No había dudas que su hijo había heredado la agilidad de los elfos.

Orgulloso, levantó otros papeles para seguir leyendo cuando sintió que golpeaban la puerta.

-Alteza, siento interrumpiros – se disculpó el secretario desde el umbral -. La hija de Lord Ecthil acaba de llegar al palacio con su niñera.

-¿Lillian? – preguntó Legolas, asombrado. Había recibido la última carta de la pequeña dos semanas atrás pero no recordaba que le hubiese comunicado de una visita -. Vaya que es una grata sorpresa – exclamó, sonriendo.

-Os están aguardando en la Sala de Visitas.

-Iré a verlas enseguida – replicó -. Gracias.

El secretario saludó con un respetuoso ademán y abandonó el despacho del Príncipe.

Legolas guardó los papeles en un cajón del escritorio y lo cerró con llave, mientras recordaba que, pesar de los esfuerzos, Éomer no había conseguido apresar a Ecthil en Édoras. Ahora pensaban que el hombre había logrado escapar de Rohan y retornar a Gondor de manera clandestina. Una maniobra poco inteligente porque ya no contaba con tierras ni títulos en el reino, ya que Aragorn se los había confiscado para entregárselos a Lillian.

-Espero que esta visita no se deba a algún problema con su padre – suspiró, mientras posaba las manos en los apoyabrazos del sillón y se levantaba cuidadosamente.


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-¡Legolas! – exclamó Lillian, mientras corría hacia él con los brazos extendidos.

-Tanto tiempo sin verte – el elfo la abrazó con fuerza y le tomó el rostro con las manos para mirarla a los ojos -. Mira cuánto creciste. Estás hecha una señorita.

La niña rió, orgullosa por el cumplido.

-¿No nació todavía el bebé? – preguntó, mirando el crecido abdomen.

-No – le acarició la cabecita -. Todavía falta un poco.

Lillian le besó el vientre con suavidad.

-No tardes en nacer que tenemos que jugar juntos – adujo, mirando el abultado estómago con una mirada expectante.

Legolas soltó una carcajada y levantó la vista hacia la niñera que los estaba observando desde una esquina del aposento. Vio que la mujer tenía la mirada apagada y estrujaba las manos con preocupación.

-Oye, Lillian – bajó la cabeza hacia la pequeña -. ¿Te gustaría jugar con Elboron? Creo que está en el patio con su mamá.

Lillian asintió entusiasmada. Legolas llamó a un sirviente y le indicó que la llevase con el niño, luego hizo una seña al guardia que vigilaba la entrada para que lo dejase solo con la niñera.

-Alteza – musitó la mujer con timidez al quedar solos -. No sabía adónde llevarla, el Rey me había ofrecido su ayuda y por eso pensé en traerla hasta aquí.

Legolas movió la mano en un claro ademán por tranquilizarla. Se dirigió a unos sillones en el centro del salón y le indicó que tomara asiento.

La mujer se acomodó en un sillón, retraída. El elfo se sentó frente a ella y le sonrió para que se serenase.

-Ahora cuéntame qué sucedió.

-Dos días atrás, Ecthil vino a buscar a su hija – empezó a explicar con la voz un poco más calmada -. Se presentó en la casa y le exigió a su cuñada que le devolviese a Lillian, aduciendo que era su hija, que él tenía derechos sobre ella.

-Ecthil la abandonó – interrumpió Legolas, frunciendo el ceño. La mujer se mordió el labio y asintió -. Y al hacerlo, perdió sus derechos – terminó con firmeza.

-Eso le replicó la señora – continuó -. Ecthil se puso furioso, entonces ella amenazó con llamar a la guardia de la ciudad si no se retiraba. El cobarde tuvo miedo y se fue inmediatamente.

-¿Esto ocurrió hace dos días?

-Sí, Alteza. Todos quedamos muy alterados, no sabíamos a quién recurrir. Pero recordé las palabras de vuestro esposo y se las repetí a la señora. Entonces ella me envió a veros con la niña.

-¿Ecthil consiguió ver a su hija? ¿Lillian sabe que él estuvo allí?

-No – sacudió la cabeza -. Al verlo llegar, la señora me ordenó que me escondiese en un cuarto con Lillian.

-¿No supieron más de él?

-No, Alteza.

Legolas se acomodó en el sillón, buscando una posición más confortable para su vientre.

-No dio pruebas de su existencia en cuatro meses y ahora se presenta de golpe y reclama a su hija – adujo el Príncipe después de un rato -. Me pregunto cuánto tendrá que ver el hecho de que sea Lillian ahora la que lleva sus títulos y su tierra.

-Nosotros también pensamos que ese es el motivo – replicó la mujer, cruzando las manos, más serena -. Seguramente quiere usar a la niña para reclamar aquello que ya no le pertenece.

-Hiciste bien en venir a vernos – Legolas apoyó los brazos en el sillón y se levantó despacio. La mujer lo imitó al instante -. No te preocupes, puedes dejar a Lillian con nosotros que estará segura.

La niñera suspiró aliviada.

-Gracias, Alteza.

-Tú también puedes quedarte.

-Gracias otra vez. Pero debo volver a Osgiliath para comunicarle a la señora que su sobrina ya está a salvo.

-Podemos enviar a alguien con el mensaje – aclaró Legolas, sonriendo -. Lillian te quiere mucho y le agradará que te quedes con ella.

-Está bien, Alteza – inclinó la mirada con respeto.

El elfo le volvió a sonreír.

-Ahora te acompañarán a las habitaciones de huéspedes, para que te des un baño y descanses – le mostró la puerta para que lo siguiera hasta allí -. Más tarde, algunos hombres te interrogarán para buscar datos sobre el paradero de Ecthil.

-Creemos que se refugia en las montañas de Ephel Duath, cerca de Osgiliath – replicó la mujer con calma. Legolas se detuvo y la miró, enarcando una ceja -. La señora me contó que él conoce bien esa tierra, ya que solía refugiarse allí durante su época de forajido.

-¿Forajido?

-Corren rumores que durante su juventud, antes de que su padre muriera y le legara su cargo en la corte del Senescal Denethor, Ecthil se dedicaba al pillaje y al saqueo.

Legolas sacudió la cabeza, sorprendido, y siguió caminando.

-Entonces no debería asombrarnos su comportamiento – abrió la puerta para que la mujer saliera -. No te preocupes. Lillian estará a salvo, su padre no podrá tocarle ni un cabello – prometió con determinación.



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Al concluir sus tareas, Legolas buscó a Lillian que había permanecido con Elboron y la llevó hasta el cuarto donde la niña había jugado durante su estadía en el Palacio Real. Aragorn se les unió más tarde.

La niñera los acompañó un momento, pero después se retiró para descansar por un rato.

Sentada en las rodillas de Legolas, Lillian escuchó atentamente historias de elfos; luego Aragorn la sentó sobre sus hombros y la llevó a pasear por los jardines. Le enseñó las constelaciones de estrellas que servían de guías para los viajeros y le contó hazañas de sus tiempos como montaraz. La pequeña se divertía mucho con sus amigos, y ellos se entretenían con ella, imaginando que algún día podrían mimar así a su propio hijo.

Cuando llegó la hora de que Lillian fuera a dormir, Aragorn le obsequió una muñeca rústica de madera que él mismo había construido. La niña se alegró mucho con el regalo, y pidió a Legolas que la acostase. Su niñera lo hacía todas las noches, pero ella extrañaba los besos y las caricias del elfo.

Legolas aceptó complacido. La pequeña se despidió de Aragorn y de su niñera, y se dirigió con el Príncipe a su habitación. Éste la subió a la cama y allí la arropó con ternura.

-Nana me contó que ustedes, los elfos, viven mucho tiempo y viajan en barco hacia un lugar cubierto de cristales de plata.

-Así es – replicó Legolas con una sonrisa -. Ese lugar se llama Valinor.

-¿Tú ya viajaste? – exclamó, abriendo los ojos con asombro -. ¿ Lo conoces?

-Aún no – sacudió la cabeza -. Pero lo haré algún día.

-¿Tu bebé también viajará?

-Él también. Dentro de muchísimos años.

-¿Y Aragorn? – preguntó con inocencia.

-Él no, pequeña – le besó la mejilla -. Aragorn no es un elfo.

Lillian lo miró con pena y arrulló a su muñequita.

-Entonces, ¿él no podrá viajar contigo? ¿Ni con el bebé?

-No – sonrió suavemente para ocultar su tristeza. Volvió a besarle la mejilla y le acarició el cabello -. Ahora duerme.

La niña cerró los ojos mientras se acomodaba entre las mantas. Legolas esperó un rato a que conciliara el sueño, se levantó del colchón y salió del cuarto sin hacer ruido.




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-¿Ya se durmió? – preguntó Aragorn, cuando su esposo ingresó en el comedor para cenar juntos.

-Se durmió feliz con la muñeca que le obsequiaste – replicó, sonriente -. Fue un hermoso detalle que se la hubieras construido.

-Bueno, en verdad la tenía guardada en el cajón de mi escritorio y la recordé cuando le buscabas juguetes. Pero no se la construí a Lillian, se la construí a nuestro bebé.

-No sabía que le fabricabas juguetes – sonrió, asombrado y enternecido.

-Soy muy tosco para tallarlos, aunque los he hecho desde niño – reconoció con su franca sonrisa -. Quería que nuestro hijo tuviese alguno construido con mis manos. Por eso, hace unos meses, fabriqué un soldadito con un pequeño tablón – Legolas puso una mirada soñadora al imaginarlo tallando la madera -. Pero después me pregunté qué pasaría si era una niña; entonces, tomé otro pedazo y fabriqué esa muñeca. Me salió bastante bien, ¿verdad?

-No me quejo del trabajo – sonrió el elfo, acercándose a él. Apoyó la cabeza sobre su pecho y suspiró -. Me gusta que pienses en el bebé de esa manera. Que le fabriques juguetes y lo esperes, sin importarte si se trata de una niña o de un niño.

-Sabes que eso no me preocupa, Legolas. Sólo me importa que nazca sano.

-Y es un bebé sano – se apartó de su pecho y caminaron juntos hacia la mesa donde estaba servida la cena -. Lillian es muy feliz con nosotros. Lástima que su padre la esté acosando así.

-Pero no la acosará más – adujo Aragorn, decidido, mientras le corría la silla para que tomara asiento -. Mañana mismo partiré con unos cuantos hombres para buscarlo y lo traeré amarrado a Minas Tirith.

-¿Qué? – Legolas giró asombrado hacia él.

-Se está refugiando en algún lugar de las montañas de Ephel Duath. Por eso saldré con quince de mis mejores soldados para encontrarlo y apresarlo de una vez por todas. Ese hombre ya me está causando demasiados dolores de cabeza.

-¿Y sería conveniente que partieras con ellos? – preguntó, sentándose elegantemente en la silla -. Quince hombres parecen pocos.

-Pero Ecthil no debe contar con más de veinte – se sentó junto a su esposo y abrió una botella de vino -. Más hombres serían un estorbo para esconderse como él lo viene haciendo. Además, se trata de quince de mis mejores soldados. Preparados para rastrearlo como montaraces.

-¿Irás con ellos como montaraz? – preguntó, más asombrado. Aragorn levantó su copa y le sirvió jugo de frutas de una jarra.

-Los guardias no pueden encontrarlo porque sabe bien cómo esconderse. Durante años vivió como forajido y conoce el terreno. Yo fui montaraz y sé cómo encontrar a esos traidores.

-Convertiste la búsqueda de Ecthil en tu cruzada personal – suspiró preocupado -. Elessar, no dejes que la arrogancia te enceguezca.

-No se trata de una cuestión personal, Legolas – replicó con la voz serena y firme -. Ya ves lo que esta rata es capaz de hacer, no respeta ni a su hija. Como Rey, no puedo permitir que esa clase de personas moleste en Gondor, ni en ningún lugar de la Tierra Media.

Legolas sacudió al cabeza sin convencerse.

-Tus hombres pueden encontrarlo solos, Elessar. No entiendo por qué debes acompañarlos tú. Eres Rey, tienes asuntos más importantes que requieren de tu presencia.

Aragorn no le replicó, sólo le tomó la mano y le besó los dedos.

-Partiré mañana, Legolas, y volveré en una semana. Ecthil no va a demorarme más tiempo.

-Elessar, como tu consejero...

-No esta vez, Legolas – lo interrumpió. El elfo apartó bruscamente la mano de sus dedos.

-No dejes que la arrogancia te enceguezca – repitió, mientras abría una fuente llena de verduras para comenzar a cenar -. No me parece conveniente que abandones tu trono por una semana para capturar a ese traidor. Hay asuntos más importantes que Ecthil.

-Lo capturaré pronto y regresaré, amor – lo llamó así para sosegarlo. Pero Legolas no se dejó seducir.

-No dejes que la soberbia te obnubile, Elessar – adujo con firmeza y calma -. No subestimes a Ecthil. No subestimes a nadie.

Aragorn lo escuchó en silencio y sonrió, reconociendo que Legolas tenía razón. No le gustaba que le sacaran en cara su soberbia, pero su esposo tenía una manera tan sabia y sincera de decir las cosas que no podía dejar de escucharlo. Comprendía que aún necesitaba alguna dosis de humildad de vez en cuando, y su hermoso elfo parecía estar allí para administrársela.

Sin embargo, estaba dispuesto a partir.

-Tienes razón, no subestimaré a Ecthil. Pero ya conversé con Faramir para que se quede a cargo. Vamos, Hoja Verde, no tengo ganas de discutir. No me pasará nada, si eso temes, y volveré pronto – le abrazó la cintura con cuidado y lo empujó hacia él. El elfo se sacudió suavemente para apartarse de sus brazos -. No descuido mis deberes de monarca, y me parece necesario capturar a Ecthil.

Legolas lanzó un suspiro y volteó hacia él, frunciendo el ceño. Abrió la boca para replicarle algo, pero tampoco tenía deseos de discutir y siguió sirviéndose las verduras en el plato.

-No te preocupes, Legolas. No estoy descuidando mi trono.

-Sólo te aconsejo que no te dejes enceguecer por la soberbia, Elessar – contestó, y ya no volvieron a tocar el tema durante el resto de la noche.


TBC

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