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La Nueva Alianza por midhiel

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La Nueva Alianza:


Capítulo 18: En Las Montañas De Ephel Duath


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Regalo de cumpleaños para PrinceLegolas.

Mil gracias, Ali, por corregir.

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Faltaban pocas horas para que amaneciera. Aragorn despertó y se sentó en el lecho para contemplar, bajo los rayos de luna, a su esposo dormido.

El elfo se veía hermoso, con su luz brillando y sonrojando sus mejillas. Aragorn le recorrió el puente de la nariz con el dedo, le acarició los pómulos y le besó suavemente los párpados. Legolas, aún en sueños, encorvó los labios con esa sonrisa que tanto lo cautivaba. Entonces, el hombre recordó su consejo de no dejar que la arrogancia lo encegueciera y volvió a aceptar que el elfo estaba en lo cierto.

Aragorn reconocía que la actitud de Ecthil lastimaba su orgullo, que deseaba apresarlo con sus propias manos para demostrarle que él era su Rey y que nadie podía burlarse de su regia figura. Pero también pensaba que si no lo detenía, surgirían pronto otros traidores que se atreverían a desafiarlo por creerlo un débil gobernante.

Y él, Aragorn, el soberano del reino más poderoso de los hombres, no podía permitir semejante atrevimiento.

-Perdóname, Legolas, pero es algo que debo hacer – musitó, acariciándole las mejillas -. Te amo.

Sonriendo con ternura, desabrochó los botones de la holgada camisa del elfo y le besó la piel del vientre con suavidad, para no despertarlo.

-Volveré pronto, mi pequeñín – susurró -. Sabes bien cuánto los amo a tu ada y a ti.

Volvió a abrocharle la camisa y saltó del lecho.

Se dirigió a una habitación adyacente, donde los sirvientes le habían preparado la ropa para el viaje. Se calzó una camisa y unos pantalones oscuros, y se ajustó las botas de cuero. Después se colocó una casaca negra, que llevaba bordado el símbolo del Árbol Blanco a la altura del pecho, y se acomodó una capa gris con bordes dorados.

Caminó hacia una mesa de mármol donde yacía Andúril sobre un paño de seda roja. La guardó en una vaina de oro, ajustada a un tahalí dorado, que ciñó a su cintura. En ese momento, alguien entró en el recinto y quedó de pie a sus espaldas.

-Me molestó tu actitud de ayer – confesó Legolas con un tono severo pero sosegado -. Soy tu consejero, tu esposo, debiste haberme avisado cuando trabajábamos que pensabas emprender este viaje. No durante la cena, cuando ya habías arreglado todo con Faramir y tus ministros.

Aragorn giró sorprendido hacia él. El elfo lo miraba con los ojos cansados pero serenos.

-Perdóname, Legolas. Debí comunicarte mi decisión, pero estabas atendiendo a Lillian y no quise incomodarte – terminó de abrocharse el cinturón -. Los hombres me anunciaron que habían descubierto el paradero de Ecthil y arreglé todo para viajar. Discúlpame.

-¿Era eso? ¿No sería más bien que sabías que estabas actuando con soberbia y temías que yo te lo hiciera notar?

Aragorn volteó hacia un largo espejo que colgada de la pared.

-Admito que hay algo de arrogancia en este viaje porque ese desgraciado me faltó el respeto – se acomodó la ropa elegantemente -. Pero debo capturarlo y darle una lección para que nadie ose seguirle los pasos – giró otra vez hacia su esposo -. ¿No te parece?

-Me preocupa lo impulsivo que eres cuando te enfadas – confesó Legolas, inquieto -. Lo estás subestimando, Elessar, no lo niegues. Piensa que te internarás en Ephel Duath, en territorio de Mordor, con sólo quince hombres, para buscar a alguien que nos mantuvo en vilo todo este tiempo.

Aragorn sacudió la cabeza y se volvió hacia el espejo para continuar acomodándose la ropa, sin dejarse amedrentar por la advertencia de su esposo. Legolas caminó hacia él y le tocó el hombro para que lo mirase.

-Soy guerrero y no me opongo a que defiendas a Lillian y a tu reino; sabes que si no fuera por mi embarazo, te acompañaría. Pero esta vez me parece que se trata de tu orgullo más que de cualquier otra cosa – Aragorn quiso volver a negar, pero Legolas le tomó el mentón para que no moviera la cabeza -. No te das cuenta, pero muchas veces actúas sin pensar, dominado por la arrogancia o la ira.

Aragorn lo miró a los ojos, mordiéndose el labio. Súbitamente, recordó el instante en que, al volver de Drambôr, había buscado herirlo para defenderse.

-Legolas, esta vez no será así – le acarició la mejilla y sonrió para esconder la culpa que le provocaba ese recuerdo -. Soy obstinado e impulsivo, lo reconozco. Pero cuando encuentre a Ecthil sabré luchar sin perder los estribos.

-Elessar, prométeme que te contendrás.

-Confía en mí. No voy a arriesgar mi vida o las de mis hombres inútilmente. Apresaré a Ecthil sin perder el control – le acarició el vientre con dulzura -. Y perdóname por lo de ayer. No volverá a pasar.

-Te perdono por esta vez – sonrió con picardía y le empujó la mano contra su estómago. El bebé despertó y empezó a sacudirse -. Piensa en nosotros cuando te encuentres con él – la voz del elfo volvió a tornarse seria -. Y no lo subestimes.

-No lo subestimaré – cerró los ojos y le besó el cuello -. Eres el consejero más seductor que he conocido y no voy a desobedecer tus advertencias.

-Elessar, hablo en serio – replicó, un poco molesto, apartándose de su boca.

-Y yo también – lo tomó de la cintura y lo empujó hacia su cuerpo. Legolas no se resistió -. Te prometo que contendré mis impulsos – declaró con firmeza -. Te prometo que no lo subestimaré ni dejaré que el orgullo me enceguezca. Quiero volver pronto para estar contigo y con el bebé, mi amor. No voy a hacer nada que me aparte de ustedes por mucho tiempo.

Legolas asintió con una suave sonrisa.

-Casi lo olvido – suspiró -. Quiero que tengas esto – se alejó de sus brazos para sacar algo del bolsillo de la camisa -. Perteneció a mi abuelo, lo usó en varias batallas – le entregó una hojita de mithril que colgaba de una cadena -. Me la dio mi padre antes de viajar a Rivendell y la llevé durante la guerra. Ahora quiero que la lleves tú.

Aragorn tomó la hojita y la encadenó a su cuello. Volvió a abrazar al elfo por la cintura, pero esta vez no lo soltó. Se miraron bajo la luz de las velas, sin resistirse acercaron los labios y los fundieron en un apasionado beso de despedida.






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Cinco días después.

Unos nubarrones negros se extendían por el cielo de Minas Tirith. Legolas se acercó a la ventana del salón y observó, preocupado, las montañas de Ephel Duath. Afortunadamente, el cielo aún estaba despejado en esa zona. Volteó hacia el recinto y miró a Elboron y Lillian que jugaban en un rincón. Su alegría e inocencia lo calmaron un poco.

-Legolas – lo llamó Éowyn, que se encontraba sentada en un sofá y notaba su inquietud -. Cuéntame cómo te fue hoy con el sanador. ¿Cómo sigue tu bebé?

El elfo entendió que buscaba distraerlo y le sonrió, agradecido.

-Lo encontró muy bien – se acarició el vientre -. Más tranquilo que otra veces, pero saludable.

-No debes cansarte – le recordó, frotándose su propio abdomen de seis meses -. Aléjate de la ventana y ven a sentarte conmigo.

Legolas se acercó al sofá y se sentó. La mujer se corrió con cuidado para hacerle espacio.

-Para ti nada de esto es nuevo – observó el elfo, asombrado de la presteza con la que se movía -. A mí aún me cuesta moverme así. Pero es tu segundo niño.

-Más inquieto que Elboron, por cierto – sonrió -. Y el tuyo al fin se calmó un poco. Que a veces no te deja descansar con sus sacudidas.

-Extraña a Aragorn, por eso está tan quieto – admitió con suavidad, masajeándose el vientre -. Hoy tuve que detener el trabajo en varias ocasiones, para jugar con él y explicarle que su papá volverá pronto.

Éowyn se mordió el labio, molesta consigo misma por su comentario indiscreto, y cambió rápido de tema.

-¿Cuánto falta para que nazca?

-Dos meses – recordó Legolas, volviendo a sonreír.

-¡Cómo pasa el tiempo! – exclamó sorprendida.

-Parece que fue ayer cuando llegué a Minas Tirith – volvió a voltear hacia la ventana y observó las colinas que había cruzado para llegar a la ciudad -. Y parece que fue ayer cuando tuvimos esa primera plática en el jardín – giró hacia Éowyn, sonriendo -. Me ayudaste mucho, nunca me cansaré de agradecerte.

Ella encorvó los labios y le tomó la mano.

-Para eso están los amigos, Legolas. No olvido cuánto me ayudaste tú con tu compañía durante los primeros meses de embarazo. Y las veces que te ofreciste a cuidar a Elboron cuando Faramir trabajaba y yo me encontraba enferma.

Al escuchar su nombre, el niño corrió hacia Legolas y se sentó a su lado, tan rápido que su madre no tuvo tiempo de detenerlo.

-¿Cuándo volvedemos a dispadad flechas? – preguntó, expectante. El elfo se echó a reír, le acarició el mentoncito y le besó la frente.

-Cuando nazca mi bebé y pueda moverme con más facilidad, ¿te parece?

-¿Y cuándo falda? – preguntó con los ojitos llenos de curiosidad.

-Algún tiempo – le respondió Éowyn, tomándolo de la cintura para atraerlo hacia ella. El niño se echó hacia atrás, muerto de risa -¿Quién es el mejor guerrero que sabe disparar las flechas que llegan hasta las nubes? – le hizo cosquillas en la barriguita y lo llenó de besos -. ¿Quién es el niñito que sabe tanto de los elfos?

Elboron quería responder pero la risa lo consumía. Su madre empezó a acariciarle el cabello para calmarlo.

-¿Quién es mi niño más querido? ¿Quién tendrá un hermano pero no dejaré de quererlo? – Elboron cerró los ojos y apoyó la cabeza en el pecho de su madre. Éowyn le besó la frente con dulzura.

Legolas observaba la escena en silencio. Lillian se le acercó y le abrazó la cintura.

-Legolas, déjame quedarme contigo y Aragorn – le pidió suavemente -. Quiero vivir aquí.

El elfo le sonrió, enternecido. Hacía tiempo que con su esposo venían conversando de esa posibilidad. Hasta pensaban pedirle a su tía que la estadía de Lillian se prolongase por varios meses.

-Hablaremos con tu tía y tu nana. Y con Aragorn cuando regrese, pequeña.

-¿Él volverá pronto?

-En poco tiempo, mi amor – le acarició el cabello -. Quizás mañana.




......................


Hacía dos días que Aragorn había emboscado a Ecthil en una ladera y ahora lo llevaba de regreso a Minas Tirith. El traidor caminaba encadenado junto a sus secuaces por el camino serpenteado y pedregoso de la montaña. Era alto y delgado, con los ojos turbios en un rostro seco y afilado. No hablaba con nadie, apenas replicaba con monosílabos a los soldados que le pasaban la comida o le ordenaban que se detuviese. Sus hombres también respondían del mismo modo.

Aragorn cabalgaba a pocos pasos de él, sin mirarlo siquiera. Para capturarlo, había seguido los consejos de su esposo, y había antepuesto la razón y la astucia, a la arrogancia e impulsos. En todo momento había recordado la mesura de Legolas, su sabia calma que le permitía ser justo y preciso, tanto en el combate como en la vida.

A la medianoche, llegaron hasta un arroyo que descendía por la ladera y se detuvieron para acampar allí. Ataron a los prisioneros a los troncos de algunos árboles que eran parte de un bosque, encendieron la fogata y prepararon las tiendas.

Aragorn hizo una seña al capitán para que se alejara del grupo y juntos se dirigieron al pie de la ladera que quedaba a doscientos metros de distancia. Desde allí podían divisar la ciudad de Osgiliath y, un poco más lejos, la silueta de Minas Tirith. Aragorn observó los nubarrones de tormenta que la ensombrecían y suspiró aliviado de saber que su familia se encontraba a salvo en el palacio.

-Los soldados descansarán un par de horas y luego continuaremos el viaje – decidió el Rey, sin apartar la vista de la ciudad - . Quiero llegar cuanto antes a Minas Tirith.

-Sí, Majestad – asintió obediente.

-Regresa con tus hombres a descansar. Yo permaneceré aquí un rato.

El capitán se inclinó respetuosamente y giró para volver al campamento. Pero quedó en seco al oír unos gruñidos que se acercaban desde la oscuridad del bosque hacia el lugar donde estaban acampando.

Aragorn volteó sorprendido e instintivamente desvainó su espada.

-Aguarda – le ordenó al capitán, poniéndose en posición de alerta con Andúril en alto.

Transcurrieron varios minutos de desesperante silencio. De pronto, sintieron corridas de fieras y alaridos humanos.

-¡Wargos! – distinguieron las voces de los hombres -. ¡Nos atacan!



..........................




Legolas despertó estremecido, con una punzante sensación de angustia en el pecho. No sentía dolor, pero sí ganas de llorar, como si una desbordante tristeza lo sacudiera. Cerró los ojos y respiró hondo para sosegarse. Se incorporó con cuidado en el lecho, masajeándose el vientre para comprobar que el bebé estuviera bien. El pequeño seguía durmiendo.

Volteó la cabeza hacia el balcón y vio que la tormenta ya se había desatado. Un vendaval estremecedor sacudía las ramas y golpeaba con furia las gotas contra los cristales.

La sensación de angustia se agudizó con tal intensidad que despertó al niño. Legolas volvió a aspirar el aire profundamente y se acarició el abdomen para tranquilizar al bebé, que estaba pataleando asustado.

-Sh, todo está bien, amor – el pequeño se cobijó veloz bajo el calor de su mano y quedó quietito -. No tengas miedo.

Con la mano sobre su vientre, se levantó con esfuerzo y caminó hacia el ventanal del balcón. Desde allí se veía Ephel Duath, iluminada por los relámpagos. Estudió las montañas atentamente y percibió algo dañino en sus laderas. Entonces recordó la conexión que tenía con Aragorn y cómo éste podía transmitirle sensaciones y miedos. ¿Y si esa angustia provenía de su esposo?

-Por favor, que se encuentre a salvo – suplicó. Tomó aliento y cerró los ojos para concentrarse. Al principio no vio nada, pero luego escuchó los gritos de los soldados, el golpe de acero de las armas contra las bestias y la jauría de wargos, acechando el campamento.

Abrió los párpados con desesperación. Aragorn se encontraba en peligro.



...................


Aragorn y el capitán corrieron a todo vuelo con las espadas en alto hasta el campamento, saltando las rocas y esquivando piedras.

Al llegar, vieron que el lugar se había convertido en un caos. Los soldados apenas habían tenido tiempo de sacar sus armas y mientras algunos se lanzaban sobre las bestias, otros eran sangrientamente devorados.

Veloz como un rayo, Aragorn dirigió la mirada hacia los árboles donde habían atado a los prisioneros. Los cuerpos de los guardias que los vigilaban y varios cautivos yacían despedazados. Uno de los soldados había caído cerca de los prisioneros y estos habían aprovechado para quitarle un cuchillo y desatarse.

Cuando el Rey los miró, Ecthil acababa de romper los lazos y, quitándole una espada a un cadáver, se adentró en la oscuridad de los árboles con cuatro de sus hombres

Aragorn enarboló a Andúril y corrió tras él, saltando sobre los cuerpos de hombres y fieras. Sorpresivamente, un wargo le salió al paso, pero el monarca lo partió en dos con una certera estocada.

Abandonó el campamento hecho una furia, llamando a gritos a Ecthil y a sus secuaces. De pronto, oyó los alaridos de algunos hombres que estaban siendo atacados por las bestias en el interior del bosque. Los wargos se encontraban por todas partes.

-¡No vas a escaparte, desgraciado! – exclamó, lanzándose hacia el lugar de donde provenían los gritos.

Llegó hasta el sitio y encontró a tres de los secuaces despedazados. Un cuarto hombre parecía haberse lesionado y continuaba huyendo, dejando un rastro de sangre por el camino.

Aragorn siguió el rastro que llegaba hasta un paraje. Allí encontró su cuerpo atravesado por una espada. Ecthil no había querido continuar con el herido a cuestas.

-¿Dónde estás, cobarde? – gritó el Rey, mirando en todas direcciones -. ¡No proteges a nadie! ¡Ni siquiera a tu propia hija, traidor!

-Sabía que vendrías a buscarme – la voz de Ecthil resonó en el silencio del bosque. Aragorn se colocó en posición de ataque -. Eres patéticamente predecible, Majestad – rió con la voz hueca y ronca.

-No te escondas – murmuró entre dientes, girando hacia todos los ángulos para encontrarlo -. Ya fuiste bastante cobarde.

-Un cobarde es mejor que un soberbio estúpido como tú – el hombre salió de su escondite, detrás de unos matorrales -. Te hice sudar sangre, Aragorn. Tu arrogancia no aguantó m...

Antes de que pudiera terminar la frase, el Rey se lanzó sobre él con la espada en alto. Olvidando por completo las advertencias de Legolas, sin controlar sus impulsos ni su bronca, lo atacó de frente, apuntando el arma directo a su pecho. Pero Ecthil, con una asombrosa calma, se corrió a un costado y Aragorn trastabilló y cayó al suelo.

Enrojecido de ira y humillación, se levantó de un salto. Volvía a acomodar a Andúril para atacarlo, cuando vio en el suelo la cadena con la hojita de mithril. Se agachó para alzarla y recordó a Legolas y a su promesa de no dejarse vencer por la arrogancia.

Ecthil aprovechó ese instante para preparar su propia espada y lanzarse sobre él. Aragorn se irguió de golpe y, con un rápido reflejo digno de su lejana herencia élfica, ondeó la suya y le abrió un tajo en el brazo derecho. Gritando con furia, el ex ministro se alejó varios pasos, pero enseguida giró sobre sus talones y volvió a colocarse en posición de ataque.

Aragorn sonrió con sorna y le hizo una seña para que se le acercara otra vez. Ecthil se le abalanzó feroz, sosteniendo la espada con las dos manos para que no se le cayera. Pero ahora fue Aragorn quien esquivó el golpe, haciéndose a un lado. Ecthil casi cayó, pero volvió a atacar y su hoja chocó contra la de Andúril.

-Estás herido – adujo el Rey con tranquilidad, ahora era él quien conservaba la calma. Movió la espada rápidamente para que las hojas se separasen, consiguiendo que su adversario se sacudiera por la maniobra -. Entrégate y te perdonaré la vida.

-¡Jamás! – gritó. Otra vez lanzó la espada hacia el monarca y, una vez más, éste evadió el golpe ágilmente.

-Entrégate y te perdonaré la vida – volvió a aconsejarle, sereno -. Por el cariño que le tengo a tu hija, te perdonaré la vida.

Ecthil quiso volver a atacarlo, pero la herida en el brazo le sangraba mucho y, exhausto, cayó de rodillas, arrojando el arma a varios pasos. Aragorn caminó hacia él y le extendió la mano.

-Levántate – le ordenó -. Por Lillian no voy a lastimarte – Ecthil tomó su mano y se irguió con dificultad -. Es una niña preciosa – acotó con una sonrisa.

-Se parece a su madre – sonrió.

Viendo que no había peligro, Aragorn descendió a Andúril. Ecthil se agachó, simulando tocarse la herida del brazo y extrajo el pequeño cuchillo que le había quitado al guardia. Veloz y traicionero lo dirigió al Rey que no tuvo tiempo de esquivarlo.

-Eres patéticamente predecible, Majestad – se burló el villano, clavándole el cuchillo en el costado izquierdo. Aragorn lanzó un grito de dolor y sorpresa, y cayó de espaldas al suelo -. Dicen que los elfos son seres astutos y sabios – limpió la sangre del cuchillo para guardarlo debajo de su ropa -, deberías aprender de tu consorte y no confiar en los traidores.

Aragorn abrió la boca para aprehender bocanadas de aire. Su piel bronceada había empalidecido y respiraba con dificultad. Ecthil se inclinó junto a él con una mirada plagada de malicia.

-¿Y ahora qué harás, Majestad? – siguió burlándose -. Tu pequeño ejército está devastado y agonizas en las montañas, lejos de tu reino.

Aragorn movió la mano que aún sostenía a Andúril. Con las pocas fuerzas que le quedaban, la levantó de un solo golpe y la llevó hacia el pecho de su adversario. Ecthil se movió veloz pero no pudo evitarla. La espada penetró de lleno en su corazón y lo atravesó de punta de punta. El hombre se desplomó en el suelo, vomitando sangre.

Aragorn soltó la espada y apretó la hojita de mithril que aún atesoraba en su mano izquierda. La alzó con dificultad para observarla por última vez.

-Le...golas – jadeó -. Perd..dóname.

Sus ojos grises enfocaron el cielo para ver a su familia en las estrellas. Después los cerró y quedó sumido en la oscuridad.




TBC

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