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La Nueva Alianza por midhiel

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Capítulo 19: Luz Para Aragorn

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Regalo de cumpleaños para PrinceLegolas.

Mil gracias, Ali, por corregir.

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Minual: amanecer, aurora.

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En la soledad de su recámara, Legolas sintió caer a su esposo y, con el corazón encogido por la angustia, decidió partir inmediatamente a Ephel Duath para buscarlo. A pesar de la incomodidad que le producía su avanzado embarazo, comprendía que ningún hombre era tan ligero como él para llegar a tiempo. Además, sabía que sólo la conexión que tenía con Aragorn le permitiría encontrarlo antes de que fuera demasiado tarde.

Faramir y Éowyn quedaron pasmados cuando abrieron las puertas de los aposentos reales y encontraron al elfo abrochándose el cinto con las espadas gemelas, debajo del abultado estómago.

-Legolas – exclamó Faramir, contristando su normalmente serena mirada -. ¿Qué haces?

Legolas, concentrado en lo que hacía, se acomodó la camisa verde y las calzas oscuras. No parecía la vestimenta más adecuada para el viaje que pensaba emprender, pero esas eran las prendas más holgadas y cómodas que tenía.

-Legolas, ¿te encuentras bien? – preguntó Éowyn, preocupada.

El elfo volteó hacia sus amigos con las pupilas apagadas y húmedas.

-Éowyn, te mandé llamar para pedirte que cuides de Lillian mañana – explicó con la voz agitada por la emoción que a duras penas contenía -. Se asustará un poco cuando se despierte y no me encuentre...

-¿Y por qué no habría de encontrarte? – lo interrumpió el Senescal perplejo. Sin darle tiempo a contestar, entró en la habitación y agregó -. ¿Qué sucede?

-Legolas, por Elbereth, dinos qué ocurre.

-Aragorn está herido – bajó la cabeza y suspiró. Ya no podía soportar la congoja -. Los wargos atacaron su campamento. Él me transmitió su angustia y luego sentí... – se mordió el labio y esperó un momento para buscar fuerzas y continuar -. Sentí que había caído.

-¿C...cómo lo sabes? – preguntó Faramir, confundido y asustado -. ¿Cómo puedes estar seguro que cayó? ¿Lo hirieron? ¿Le pasó algo grave?

-Por la conexión que él y Aragorn tienen – replicó su esposa, que sabía de la Leyenda de Meleth y que ellos eran almas gemelas porque Legolas se la había contado -. Ellos pueden transmitirse pensamientos y emociones aún estando lejos – conmovida, se acercó al Príncipe y le frotó la espalda para confortarlo -. Legolas, lo siento mucho – suspiró -. ¿Cómo podemos ayudarte?

El elfo alzó una capa oscura con capucha y se la colocó. Luego tomó un morral con hierbas curativas.

-Debo viajar a Ephel Duath de inmediato, sólo yo puedo encontrar el sitio donde cayó – explicó decidido. Volteó hacia Faramir que lo seguía observando afligido y desorientado -. Faramir, ordena preparar el caballo de Boromir que Lord Elrond le obsequió en Rivendell – levantó su arco y su flecha, y se dirigió al umbral -. Es un animal ligero, adiestrado por los elfos. Más veloz y ágil que cualquier corcel de los hombres.

El Senescal recuperó la compostura y se detuvo entre el Príncipe y la puerta, obstruyéndole la salida.

-No irás a ninguna parte – repuso con firmeza -. Tranquilízate y conversemos.

-Faramir, no me cierres el paso – ordenó, frunciendo el ceño.

-Escucha, Legolas – cambió el tono de voz por uno más sosegado, para hacerlo entrar en razón -. Cálmate y dinos dónde se encuentra Aragorn exactamente. Enviaré de inmediato a los mejores hombres para buscarlo.

-Jamás llegarán a tiempo – exclamó Legolas con desesperación -. Soy un elfo, mil veces más veloz que ellos. Sólo yo puedo encontrarlo antes de que sea demasiado tarde.

-¿Pero qué hay de tu hijo?

-No arriesgaré la vida de mi bebé – lo miró a los ojos con determinación -. Él es lo más importante para mí. Pero también lo es Aragorn. Déjame ir – exclamó -. Soy un elfo guerrero y sé bien lo que estoy haciendo.

-Legolas – el Senescal recuperó la calma natural en su voz -. Le prometí a Aragorn que te cuidaría.

El elfo trató de esquivar a Faramir, pero éste no lo dejó moverse.

-Faramir, es una orden – exclamó -. No puedes desobedecerme.

-Legolas...

-Soy tu Príncipe – adujo con firmeza -. Siempre te he tratado como amigo, pero haré uso de mis títulos y poder si no me obedeces.

Éowyn vio hacia donde estaba llegando la discusión y quiso intervenir, pensando como esposa, madre y guerrera. Por un instante se puso en el lugar de Legolas, y comprobó, sin asombrarse, que si se hubiese tratado de su esposo, ella estaría haciendo lo mismo que el elfo.

-Legolas tiene razón – caminó hacia ellos -. Sólo él puede ayudar a Aragorn.

Faramir miró a su esposa y sacudió la cabeza.

-Está embarazado de nueve meses – suspiró -. No puedo permitir que se marche en este estado. Y menos hacia ese lugar tan siniestro.

-Entonces, tendré que obligarte a obedecerme – replicó implacable.

-Faramir – Éowyn se detuvo al lado de su esposo, de frente a Legolas -. Yo hubiese hecho lo mismo, sin importarme estar embarazada. Entiéndelo, amor, si se tratase de ti, si te encontraras en peligro, yo también tomaría las riendas del caballo más veloz y galoparía a buscarte.

El Senescal observó a Éowyn, luego volteó hacia Legolas.

-No me perdonaré jamás si algo les llega a pasar a ti y a tu hijo.

-Y yo no me perdonaré jamás si pierdo a Aragorn.

Faramir se mordió el labio, pensando en las palabras de su esposa, y asintió.

-Ordenaré que preparen a Minual. Estará listo en media hora – Legolas suspiró con alivio, igual que Éowyn -. Cuídate, amigo – pidió, dando unas palmaditas en el hombro del elfo -. Mandaré a un destacamento. Tardará algunos días en alcanzarte, espéralo que te ayudará a traerlo de regreso.


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Enseguida los sirvientes transportaron a Minual al patio, frente al Árbol Blanco. Legolas salió para montarlo, con un elegante caminar que aparentaba una calma que no sentía. Miró hacia el cielo: la tormenta había pasado, pero el vendaval aún azotaba, llevándose los nubarrones y secando los caminos pantanosos.

Montó el corcel con la ayuda de Faramir y alzó la vista hacia las montañas. Todavía se percibía en ellas la destrucción y la muerte, dejadas por el ataque de los wargos. El elfo suspiró con preocupación y se frotó el vientre para colocar al niño en una posición cómoda que le permitiese cabalgar sin detenerse.

-Ten cuidado, Legolas – le pidió Faramir, de pie junto a él -. Y trae al obstinado Aragorn de regreso a casa.

Legolas asintió solemne, jaló las riendas del corcel y salió a todo galope.


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El caballo resultó ser más ágil de lo que Legolas había imaginado y trotó sin descanso por los pantanosos senderos. El elfo, preocupado por su hijo, notó que el bebé presentía que buscaban a su padre y se había acomodado a un costado del abdomen para no molestarlo.

Al despuntar el sol, llegaron hasta la montaña donde Aragorn había caído. Legolas percibió como la maldad de Mordor aún rondaba por sus laderas. Tomó aliento y jaló las riendas para comenzar a ascender. Al subir, recién comenzó a sentir el peso de su abdomen, pero no quiso detenerse.

El camino estaba desolado: el suelo, empinado y rocoso, no permitía que crecieran muchas plantas. Tampoco se oían sonidos de animales, sólo el graznido de cuervos y algún rugido lejano.

Legolas llegó al devastado campamento cuando anochecía y encontró el lugar convertido en un cementerio. Ya no quedaban señales de la presencia de los wargos ni de hombres vivos.

Desmontó cuidadosamente y acomodó una flecha en su arco, poniéndose en guardia por si se cruzaba con alguna bestia. Enseguida percibió que su esposo no se encontraba en el campamento. Cauteloso, guiándose por la conexión que tenía con él, se adentró en el bosque por la misma senda que Aragorn había tomado. Minual lo siguió detrás, con sus sentidos en alerta.

Se cruzó con los cuerpos de los hombres de Ecthil y siguió caminando hasta el sitio de la pelea.

Allí encontró a su esposo, inconsciente, rodeado de un charco de sangre.

Mordiéndose el labio para no sucumbir en la desesperación, se inclinó junto a él y le escuchó los latidos que sonaban tenues. Gracias a Elbereth aún se encontraba vivo. Con cuidado, le alzó la camisa para examinarle la herida. El suelo y las inmundicias la habían infectado. Se oprimió el labio con más fuerza y le inspeccionó el rostro: una blancura opaca le cubría la tez.

Sacó las hierbas de su morral y las comprimió con los dedos para formar una pasta que depositó sobre la herida. Brotó un poco de pus. Sin embargo, Aragorn no reaccionó al dolor.

-Elessar – susurró, observando su rostro marchito, con ternura y desesperación -. Despierta.

Legolas entendió que necesitaba ayuda para curarlo y pensó en Elrond. Pero el medio elfo se encontraba lejos, en el Reino de Lothlórien. ¿De qué manera podía pedirle auxilio? ¿Cómo conseguiría mandarle un mensaje que le llegase urgentemente?

Levantó la vista hacia el bosque, ensombrecido por la noche, y estudió a los árboles. Éstos, que se sentían culpables por haberse entrometido en sus asuntos, agitaron las ramas y le ofrecieron su ayuda.

Mirándolos atentamente, Legolas musitó el mensaje en élfico. Los árboles replicaron, balanceando sus ramas con suavidad.

-Hannon lle – les agradeció y volteó hacia su esposo -. Según la leyenda, yo puedo sanarte si te encuentras enfermo – recordó. Cerró los ojos y se concentró en sentir los latidos de Aragorn. De pronto, percibió que su luz interior se intensificaba y una energía abrasante corría por sus venas hasta las palmas de sus manos. Alzó los brazos y posó los dedos en el pecho de su esposo.

Aragorn se sacudió por el toque, pero continuó inconsciente. La blancura opaca de su rostro empezó a brillar. Legolas le pasó la mano, pensando que se trataba de sudor, y entendió que el brillo provenía del interior de su cuerpo.

-Pareciera que posees tu propia luz – susurró.

Aragorn volvió a agitarse y abrió los ojos. Al principio no distinguió más que sombras, pero enseguida reconoció a Legolas inclinado junto a él, sonriéndole.

-Aiya – lo saludó el elfo.

-Es...¿Es un sueño? – preguntó asombrado. Su voz sonaba débil, como un soplo de brisa.

-No, estoy aquí. Contigo.

Aragorn quiso sonreír, pero el agudo dolor en la herida lo hizo suspirar. Legolas le acarició la frente y empezó a darle masajes en el pecho para intensificar la potencia de su luz.

-Le...Legolas, perdóname – gimió, apretando los labios.

-Cálmate – musitó -. Acabo de enviar un mensaje a tu padre. Él va a curarte.

-Le...Legolas, no me dejes.

-No te abandonaré – le acarició la mejilla -. Te vas a curar, Elessar – adujo convencido.

Aragorn abrió los labios y rozó con ellos la mano de Legolas cuando se retiraba de su rostro. El elfo se inclinó y le besó la boca con suavidad.

El hombre se sentía agotado, sin embargo, la luz que Legolas le enviaba lo estaba ayudando a recuperar las fuerzas.

El bebé comenzó a dar golpes para llamar la atención de su ada. Él también deseaba compartir un poco de su luz para salvar a su papá.

-Está bien, mi cielo – sonrió Legolas, separando los labios de la boca de Aragorn -. Pero sólo por un instante, que eres pequeñito – tomó una mano de su esposo y la posó en el centro del crecido estómago. Aragorn sintió brotar una onda de calor que lo penetraba a través de los dedos -. Él también quiere curarte – explicó con una sonrisa -. No te preocupes, que un poco de luz no le hará daño.

-Mi pequeñín – susurró Aragorn conmovido.

Después de un momento, Legolas le apartó la mano del vientre y el bebé se sacudió, feliz de haberlo ayudado.

A pesar del dolor y del cansancio, Aragorn sonrió.

-Los amo – musitó, cerrando los ojos.

Legolas comprendió que necesitaba descansar y le siguió frotando el pecho por un rato, hasta que notó que la luz era suficiente. La piel del hombre ahora brillaba con más intensidad y había recuperado el color de sus mejillas.

-Te pondrás bien, mi amor – afirmó con esperanzas -. No te perderé.



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Galadriel se inclinó sobre el puente para observar a su nieta que paseaba alegre, tomada del brazo con Haldir, como lo hacían todas las noches.

La Reina sonrió orgullosa: Arwen había madurado y la compañía de Haldir la estaba ayudando a borrar el dolor por Elessar. También había progresado en sus estudios y se estaba convirtiendo en una digna sucesora.

Su abuela cada día se convencía más de que había tomado la decisión correcta al separarla de Aragorn. Ahora quedaba demostrado que él no estaba destinado a Arwen, que nunca lo había estado.

Ensimismada en sus pensamientos, no sintió que Elrond se le acercaba.

-Rúmil acaba de partir con las águilas para buscar a Elessar – anunció el medio elfo. Posó los brazos en la baranda y observó a su hija que reía con Haldir -. No la había visto tan feliz en mucho tiempo – suspiró.

-Arwen maduró mucho – adujo orgullosa -. Será una Reina sabia y justa. Cuando la veo así, me dan ganas de confesarle la razón por la que decidí que no se casara con Elessar. Es adulta y sabrá entender.

Elrond se retiró del puente para observar a su suegra.

-¿Decidiste? – preguntó sorprendido -. Nos habías dicho que el espejo te había mostrado que ella no era digna, pero no sabía que tuviste que decidir tú que no contrajera nupcias con Elessar.

-El espejo no me mostró exactamente que ella no estaba destinada a casarse con Elessar. Esa fue una decisión que tuve que tomar a partir de lo que vi en él.

-¿A qué te refieres? – preguntó molesto.

-Después de la reunión, el espejo me mostró el futuro de Arwen si se llegaba a convertir en Reina de Gondor. Él es un mortal, Elrond, y por lo tanto el destino de ella hubiese sido sombrío. Unos pocos años de felicidad, convertidos en sombras junto a los milenios que le esperaría cuando él hubiera partido a Mandos.

-Entonces, el espejo no te mostró que ella no era la elegida por su condición de media elfa como habías dicho – exclamó, tratando de conservar la neutralidad en el tono -. Si no que sólo te enseñó el destino de alguien de nuestra raza unida a un mortal. Algo que todos sabíamos.

-La protegí, Elrond. Ella no merecía ese futuro.

-Y Legolas sí.

-Aunque lo estimo, Legolas no es mi nieto – adujo con firmeza -. Tú tampoco deseabas ese destino para Arwen.

-Pero jamás la manipulé – subió el tono de voz -. En cambio tú sí, Galadriel, nos manipulaste a todos.

-No, no es cierto – replicó convencida -. Elegí lo mejor para ella.

-Elegiste por ella – la corrigió -. Tomaste una decisión que sólo le correspondía a Arwen. Y nos engañaste a todos haciéndonos creer que había sido la verdad de tu espejo.

Galadriel sacudió la cabeza. No quería reconocer que Elrond tuviese razón.

-Arwen es feliz ahora – trató de defenderse.

-Con un destino que ella no escogió, porque tú se lo impediste – aspiró el aire para recuperar la compostura -. Me parece correcto que le confieses la verdad. Pero lo más adecuado sería pedirle disculpas a ella, a Elessar y a Legolas.

-Elrond, yo hice lo mejor para ella.

-Siempre buscas decidir por los demás. Celeborn se cansa de reprochártelo y tiene toda la razón – dio media vuelta y se alejó de su suegra.

Galadriel volteó hacia la pareja que seguía riendo, ajena a la conversación, y comprendió su error. Ahora la joven parecía feliz, pero cuánto había sufrido por su decisión.

Cuánto habían sufrido Arwen, Aragorn y Legolas.



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Legolas escuchó ruidos provenientes de unos arbustos y se colocó en alerta, apuntando con el arco. Minual lanzó algunos relinchos y se tranquilizó. Después de un tiempo, los ruidos desaparecieron.

-Debió tratarse de algún animal inofensivo – suspiró, bajando el arco -. Tengo que mantener la calma.

Volvió a depositar el arco en el suelo y se sentó junto a su esposo. Sintió una ligera molestia en la parte baja del abdomen, similar a la que sufriera durante los primeros meses de embarazo, y se masajeó el vientre, pensando que era producto de los nervios.

Observó a Aragorn: sus mejillas habían enrojecido. Le pasó la mano por la frente y notó que ardía en fiebre.

-Elessar – musitó -. Sé fuerte. La ayuda ya está llegando.

Respiró profundo para mantenerse sereno, algo que se le estaba haciendo imposible. La molestia en el vientre aumentó.

-Elessar, resiste – apoyó una mano sobre el pecho de su esposo para volver a darle su luz, mientras que con la otra se masajeaba el estómago en círculos -. Resiste tú también, pequeñín. Sean fuertes.

Oyó un sonido proveniente del cielo y alzó la vista hacia el horizonte. A lo lejos, planeando sobre las nubes, volaban dos águilas blancas.

-Ya están aquí – sonrió débilmente. Se levantó con cuidado y agitó las manos.

Rúmil divisó a Legolas y guió a las aves para que descendieran. Con hábiles maniobras, los majestuosos animales aterrizaron a pocos metros de la pareja.

-Lord Elrond me envía para que lleve al Rey Elessar a Lothlórien – anunció Rúmil, saltando del águila.

Legolas volvió a inclinarse sobre su esposo. Le acarició la frente y notó que la temperatura seguía ascendiendo.

-Tiene fiebre – explicó preocupado -. Le di un poco de mi luz. Abrió los ojos por un momento...

-Tranquilo, Legolas – llegó hasta Aragorn y lo alzó con cuidado. El Príncipe lo ayudó a acomodarlo y le quitó la hojita de mithril que aún atesoraba en la mano. Rúmil transportó al hombre hasta el ave y montó con él -. Sube a esa otra águila. Llegaremos a Lothlórien en menos de una hora.

Legolas asintió, un poco más aliviado, y dio una palmada a Minual para que regresara solo a Minas Tirith. Luego levantó su arco y a Andúril, y caminó hacia el ave, que se había inclinado para que la montase.

Rúmil acomodó al Rey en su montura. Aragorn seguía sin recuperar el conocimiento, ardiendo de fiebre.

-Ya estoy listo – adujo Legolas, tomando las riendas del águila. La molestia en el vientre aún persistía.

-¿Estás bien? – preguntó, al ver que se masajeaba el abdomen.

-Sí – replicó, mirándose el vientre. Después levantó la cabeza hacia el horizonte -. Apurémonos que Elrond nos espera.


TBC

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