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La Nueva Alianza por midhiel

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Capítulo 20: Encuentros


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Regalo de cumpleaños para PrinceLegolas.

Mil gracias, Ali, por corregir.



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Las águilas aterrizaron frente a la Casa de la Curación. Rúmil descendió al inconsciente Aragorn y lo entregó a los guardias que se habían aproximado junto a Elrond y otros sanadores.

El medio elfo examinó a su hijo y enarcó una ceja, sin poder disimular su consternación. La infección no se había detenido y la fiebre continuaba subiendo.

-¿Cómo está? – preguntó Legolas, preocupado, mirando a su esposo.

-Lo llevaremos a la Casa para curarle la herida – adujo Elrond. Levantó la vista hacia su yerno y le dio unos golpecitos el hombro para tranquilizarlo -. Te han preparado unos aposentos en el Palacio Real. Tómate un baño para relajarte y descansa.

-¿Se pondrá bien? – preguntó, inquieto -. Quiero estar con él.

-Legolas, ve a descansar. Yo me encargaré de Estel – hizo una seña a los guardias para que transportasen a su hijo -. Aguarden. ¿Por qué su rostro brilla tanto?

-Le di parte de mi luz para ayudarlo – aclaró Legolas , mientras se mordía el labio, dudando si había hecho lo correcto -. No sabía qué hacer. Lo encontré inconsciente...

-Está bien, Legolas – adujo con calma y volvió a ordenar con un gesto que llevasen a Aragorn -. Hiciste bien. Ahora ve a descansar. Rúmil, acompáñalo. Te mantendré al tanto de su estado – giró en dirección a la Casa.

Legolas quiso seguirlos, pero Rúmil lo tomó del brazo.

-Vamos, Legolas – lo empujó con suavidad para que caminasen hacia el Palacio -. Lord Elrond tiene razón, necesitas relajarte y descansar.

Legolas suspiró y quedó de pie, observando cómo llevaban a Aragorn.

-Prefiero caminar un poco – se frotó el vientre -. El bebé está nervioso y sólo se tranquiliza con mis caminatas.

-Entonces te acompañaré.

-No, gracias – sacudió la cabeza -. Necesito estar solo.

-¿Estás bien?

-Sí, sólo necesito caminar – dio media vuelta hacia el sendero que conducía el bosque -. Sólo necesito caminar un rato – repitió, sin dejar de masajearse el abdomen.


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Arwen bajó la mirada hacia sus manos que temblaban por los nervios y la furia. Su abuela no podía estar hablando en serio. Entonces, las humillaciones, su martirio, su angustia, todo resultaba ser el producto de una mentira.

Se echó hacia atrás en el sillón. Sentía tanta impotencia, tanta bronca, tanta decepción. No sabía qué le causaba más dolor: la traición de su abuela o el sentirse manipulada por ella.

-No puedo creer que me hayas engañado así – exclamó, mirando a Galadriel directo a los ojos -. No te importó mi dolor. No te importó mi amor. Sólo tu egoísmo.

-Mi niña – trató de tomar la mano que Arwen posaba en el antebrazo del sillón, pero la joven la retiró rápidamente -. Perdóname, pero piensa que lo hice pensando en tu felicidad – suspiró.

-¿Qué sabes tú de mi felicidad? – saltó del asiento -. ¿Qué sabes tú de la felicidad de los demás? – se mordió el labio para retener las lágrimas, pero éstas igual brotaron -. ¿No sentiste mi dolor? ¿No notaste mi llanto, abuela? Mi soledad, mis noches oscuras, mis días sin luz. ¿No te conmovieron las lágrimas de tu nieta?

Galadriel bajó la mirada y, por primera vez en su larga existencia, no supo qué replicar.

-Cuando te preguntaba qué habías visto en el espejo, me engañabas diciéndome que yo no era la elegida, sin más explicaciones – la voz de Arwen se había sosegado un poco, sin embargo, el dolor se notaba en cada palabra -. Te creíste dueña de la verdad. Te creíste dueña de mi vida.

-Mi niña, créeme que lo siento.

-No puedo creerte cuando dijiste tantas mentiras – sacudió la cabeza -. ¿Cómo puedes sentir compasión, cuando te mantenías imperturbable ante mi angustia?

-¿Acaso crees que tu dolor no me conmovía? – levantó la vista, frunciendo el ceño.

-No lo suficiente para confesarme la verdad. Te burlaste de mi amor, diciéndome que era un mero capricho. Me estafaste, reteniéndome aquí con la excusa de que me necesitabas como tu heredera.

-Te retuve porque debía hacerlo, Arwen. Te necesito para dejarte mi legado.

-Claro, abuela. Me necesitas, entonces me utilizas como lo haces con todos.

-Basta – alzó la voz -. ¿Quieres saber cómo hubiese sido tu vida si te casabas con él? ¿Puedes siquiera imaginar lo que yo sentí cuando te vi sufriendo en el espejo? Eres joven, sólo conoces el amor y sufres por él. Pero, ¿qué sabes tú de la muerte? ¿Qué sabes del dolor que provocan los hombres cuando parten a las Salas de Mandos?

-No tenías derecho a decidir por mí – exclamó.

-No podía permitir que eligieras ese destino.

-Porque te crees dueña de la verdad y de la vida de todos, Galadriel.

La Reina se estremeció al sentir que la llamaba de ese modo. Arwen volteó hacia el umbral. Ya no tenía ganas de continuar discutiendo.

-Algún día aprenderás, Arwen, que a veces se cometen actos descabellados para proteger a quienes se ama.

-Yo también cometí una locura – giró la cabeza hacia Galadriel para mirarla directo a los ojos -. Me dejé humillar por Elessar ante todos y sólo recibí tu condena.

La Reina lanzó un suave suspiro.

-Mi niña, perdóname por tratarte así.

Arwen volvió a sacudir la cabeza y empezó a llorar de bronca y pena. No había nada más que agregar y caminó hacia la puerta. En ese momento, Celeborn se presentó en el umbral.

-¡Arwen! – exclamó su abuelo -. ¿Qué te ocurre, pequeña? – extendió los brazos para estrecharla.

La joven lo esquivó bruscamente y abandonó el recinto, hecha un mar de lágrimas. El Rey la observó angustiado y, al voltear hacia el interior de la sala, se encontró con su esposa.

-¡Por los Valar, Galadriel! ¿Qué le hiciste?

-Celeborn – musitó, bajando la mirada -. Ya es tiempo de que hablemos.


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Legolas caminaba por la senda del bosque, recordando la última vez que había estado allí. Años atrás, cuando integraba la famosa Comunidad del Anillo, había llegado junto a Elessar y los demás miembros, para juntar fuerzas luego de la pérdida de Gandalf. Aún podía percibir la angustia que lo había sacudido en aquel momento, la impotencia ante la muerte, inevitable para los hombres e inexplicable para su gente.

¡Qué ironía del destino! Ahora, varios años después, volvía a ese mismo bosque, enfrentando el miedo de perder a Aragorn. ¿Qué sucedería si algo le llegase a pasar a su esposo? ¿Qué sucedería si... si...? No, no podía siquiera imaginarlo. No, por favor, que los Valar no lo permitiesen.

Recostó la espalda en un tronco, mientras volvía a masajearse el abdomen. La molestia aún persistía y hasta parecía aumentar. Ya no podía seguir considerándola como un simple producto de los nervios.

-Mi cielo, todavía te quedan dos meses aquí dentro – musitó -. No te apures, por favor.

Entendió que necesitaba relajarse y cerró los ojos para escuchar el canto de los árboles. Sus canciones lo habían arrullado siempre, desde que era un elfito.

Trató de comprender la melodía y empezó a tararearla. Se trataba de una oda a las hojas y a las flores. Sencilla y dulce, como a su bebé le gustaban.

-Te la cantan para que te quedes quieto – susurró. Pero sabía que el niño no era el que se movía y le provocaba las molestias. Era el capullo que sentía desprenderse de su abdomen -. No, mi cielo – musitó, incrementando las caricias -. Aún no.

El bebé se sacudió con suavidad. Quería decirle a su ada que estaba tranquilo y que la canción le agradaba.

Legolas le replicó con otra caricia y siguió tarareando. El capullo dejó de desprenderse y la molestia se alejó despacio.

-Eso es – sonrió -. Todavía no debes salir.

Más tranquilo, esperó a que concluyese la canción y retomó la senda. Ahora volvía a pensar que sólo era producto de los nervios. Caminó algunos metros hasta oír el sonido de sollozos detrás de unos arbustos. Se acercó con curiosidad y vio a Arwen que lloraba, sentada en un banco de piedra.

La joven había salido corriendo del palacio y se había arrojado allí, cubierta de lágrimas de rabia y decepción. No podía soportar que la hubiesen manipulado, que su abuela hubiera osado engañarla para trazar su destino.

Al principio, Legolas se estremeció, luego sintió compasión. Arwen se veía llena de angustia, alejada de la imagen que él se había hecho cuando la imaginaba seduciendo a Aragorn.

Quiso acercársele para consolarla, pero se detuvo. A pesar de la pena que le provocaba, no podía olvidar lo que había sufrido por su comportamiento, y recordó el dolor y la humillación que había tenido que aguantar durante los primeros meses de matrimonio.

No, Arwen no merecía consuelo.

Se alejó de los arbustos, acosado por el mismo rencor que había sentido por su esposo cuando se supo engañado. El bebé se inquietó, no entendía qué estaba pasando, pero reconocía los sentimientos de su ada y los asociaba con el tiempo que estuvo alejado de su papá. El pequeño no quería volver a pasar por lo mismo y empezó a patalear con fuerza.

Legolas trató de explicarle que esta vez no sería igual. Pero el niño, asustado, no entendió razones. Para él era la misma sensación y por lo tanto creía que volvería a apartarse de Aragorn.

-Esta vez no se trata de tu papá – intentó explicarle -. Tú no puedes comprender, esta persona me lastimó mucho. No puedo perdonarla – el bebé dejó de patalear -. Eso es. No tienes que protestar así – sonrió.

Pero el niño se sentía triste, el resentimiento de Legolas le recordaba cuánto había sufrido y extrañado a su papá.

Legolas se aproximó a los arbustos y volvió a observar a Arwen. Su hijo tenía razón, el rencor sólo traía penosos recuerdos. Además, Aragorn ya no estaba enamorado de ella, ahora amaba a su familia. No existían más motivos para aborrecerla. Debía perdonarla como lo había hecho con su esposo.

Abriéndose camino entre los arbustos, se acercó a Arwen.

La joven advirtió sus pasos y giró la cabeza hacia él. Su presencia la agitó hasta el alma. Encontrarse con el marido de su ex amante era lo último que podía ocurrirle en esa dolorosa noche. Miró al elfo con recelo, pensando que Legolas venía a echarle en cara su odio y a jactarse de su triunfo sobre Aragorn, como lo habían hecho los demás.

-¿Qué te sucede? – preguntó Legolas y se detuvo junto al banco, sin atreverse a tomar asiento.

Arwen lo miró a los ojos para hacerle frente y descubrió, sorprendida, que no había rastros de desprecio o soberbia en su rostro. Sólo paz. Sin embargo, ella seguía enfurecida.

-¿Qué puede importarte a ti lo que me esté sucediendo? – replicó con dureza.

Legolas volteó hacia los arbustos, dispuesto a alejarse. Si la elfa era tan hosca, que continuase llorando sola, él no tenía intenciones de iniciar una discusión. Pero una suave patada de su hijo le recordó por qué se había acercado a la joven.

-No te guardo odio ni rencor, Arwen – adujo sereno -. Te vi llorando y quise saber qué te ocurría.

-Saberme despreciada y manipulada por quienes amo, comprender que mi vida resultó un juego para los demás – suspiró con bronca -. Eso me sucede.

Legolas caminó otro paso y tomó asiento junto a ella. Arwen vaciló por un instante, pero luego se movió para hacerle espacio.

-Es muy duro sentirse así – musitó el elfo.

-No te imaginas cuánto. Por momentos siento que me arrancaron el corazón, lo estrujaron y lo volvieron a colocar en su sitio para que se desangrara.

-Así me sentí yo cuando – dudó un momento en confesarle la verdad - ...cuando supe que no me casaba por amor, si no por motivos políticos.

Arwen abrió los ojos, asombrada.

-¿Que tú no sabías que todo había sido una alianza de Estado?

-Nadie me lo explicó. Ni siquiera mi padre. Él me anunció que había sido seleccionado para casarme con ... el Rey – no quiso pronunciar su nombre delante de ella – y me envió a Gondor con la escolta de elfos.

-Siento que me pisotearon el alma – suspiró Arwen -. Que mi propia familia se burló de mí – lo miró a los ojos y volvió a suspirar. Le costaba reconocer que sus vidas se parecieran tanto -. Pero tú al menos obtuviste lo que deseabas. Elessar se quedó contigo.

-Elessar no fue un trofeo que te disputé – replicó con firmeza -. Entiende, Arwen. Acá ninguno de los dos luchó ni tuvo la opción de elegir. A ti te separaron de él, a mí me impusieron una vida, sin importarles mis sentimientos o mi felicidad.

-¿Acaso estás afirmando que los dos fuimos simples víctimas de la decisión de otros?

-¿Tú que piensas? – le preguntó mirándola directo a los ojos.

Arwen quedó callada. Los árboles entonaron una dulce canción sobre dos seres que se reconciliaban.

-Dices que no me guardas rencor – musitó la joven.

-Ya no te tengo rencor. Sufrí mucho al saber que Elessar te seguía amando, me sentí ofendido cuando viajó a Drambôr. Pero eso ya pasó.

-Sin embargo, yo te odié, Legolas – confesó, bajando la cabeza -. Te creía la causa de mis males, pensaba que te jactabas de mi dolor.

-No te culpo por ello. Era lógico que te sintieras así.

Arwen levantó la vista para mirarlo de frente. Sus lágrimas ya no eran de bronca, si no de alivio. Ahora que sabía quién la había separado de Aragorn y cuál había sido el motivo, no podía seguir odiando a Legolas. Además, ya no sentía amor por el Rey, ahora era Haldir quien ocupaba su corazón.

-Es extraño – musitó, sorprendida -. Ya no siento odio hacia ti.

Legolas posó la mano sobre los dedos de la joven.

-¿Te sientes mejor?

-Sí – susurró -. Gracias.

Legolas sonrió. De pronto, una fuerte punzada le sacudió el vientre. Apartó la mano de Arwen y comenzó a masajeárselo en círculos, frunciendo el ceño. El bebé, estremecido, corrió a refugiarse bajo sus dedos.

-¿Q... qué te sucede? – preguntó Arwen, asustada.

-Debo ver a tu padre – respiró profundo para calmarse – o a algún sanador. Urgentemente.

-Te llevaré con mi padre – saltó del banco.

-No – cerró los ojos y esperó un rato. El dolor se fue apagando de a poco -. Él está atendiendo a Elessar.

-Entonces te acompañaré a la Casa de la Curación – le extendió la mano -. Te examinarán enseguida.

Legolas tomó su mano y se levantó con esfuerzo. No había terminado de ponerse de pie, cuando otra punzada lo arqueó.

-Aún no es tiem...po – jadeó, apretando la mano de Arwen -. Le fal...tan dos meses.



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Un experto sanador atendió a Legolas hasta que Elrond pudo presentarse en la habitación. Con sus habilidades, el medio elfo había detenido la infección de Aragorn y controlado la fiebre.

-Calma, Legolas – le ordenó con serenidad, mientras le quitaba la camisa para examinarlo.

-Son dolores fuertes – gimió, apoyando la cabeza sobre la almohada -. Contracciones.

Elrond le palpó el abdomen y notó una pequeña línea oscura en la parte más baja del vientre, a la altura de las caderas. Esa raya señalaba la abertura por donde nacería el niño. Las contracciones estaban empujando la piel, que pronto se abriría para permitir la salida del pequeño.

-Esto está muy avanzado – adujo Elrond -. El proceso normalmente dura días, pero en tu caso todo se reducirá a algunas horas.

-¡No puede ser! – exclamó Legolas, mirándolo con desesperación -. El bebé tiene que nacer en dos meses.

Elrond sintió a la criatura.

-El niño está listo. No temas, si quiere salir es porque puede hacerlo.

-Es muy pequeño – suspiró.

-El bebé está bien – le acarició el brazo para tranquilizarlo -. Está asustado porque las contracciones lo empujan, por eso debes hablarle para calmarlo.

Legolas se mordió el labio, atormentado por una nueva contracción.

-Bebe – Elrond le extendió un vaso con agua e hierbas -. Te aliviará los dolores por un tiempo.

Legolas bebió algunos sorbos con dificultad y depositó el recipiente en una mesa junto a la cama.

-¿Cómo está Elessar? – preguntó con temor.

-Tienes un esposo muy fuerte – sonrió Elrond orgulloso -. La fiebre está descendiendo y la herida pronto empezará a cicatrizar. A propósito, cuéntame qué ocurrió cuando le diste tu luz interior.

Legolas sonrió con alivio y volvió a apoyar la cabeza en la almohada.

-Lo encontré inconsciente en el suelo. Sus latidos apenas sonaban. No sabía qué hacer y sentí una energía en mis dedos. Entonces apoyé las manos sobre su pecho y comencé a darle parte de mi luz.

-¿Eso es todo?

Legolas sacudió la cabeza.

-Nuestro bebé también quería ayudar y me pidió que lo dejase curarlo por un momento.

-¿El niño también le dio su luz interior? – preguntó, enarcando una ceja.

-S..sí – tartamudeó atemorizado -. No... no se lastimó, ¿verdad?

Elrond sonrió ligeramente.

-El niño está sano, no se lastimó – Legolas suspiró con alivio -. Te pregunté qué había pasado porque el cuerpo de Estel no deja de brillar. Cuando un hombre es curado por un elfo, su piel irradia luz, pero sólo por un tiempo, una media hora como máximo.

-¿El cuerpo de Elessar aún sigue brillando? – preguntó sorprendido.

Elrond asintió.

-Cada vez lo hace con más intensidad. Me asombré al examinarlo, por eso quise saber lo que le había ocurrido.

-¿Y qué crees qué pasó?

-Por lo que me acabas de contar, pienso que la unión de tu luz con la de tu hijo creó en él una fuente de energía, que le permite fabricar ahora su propia luz interior.

-¿Cómo si fuera un elfo? – preguntó, irguiéndose en la cama -. ¿Cómo si fuera uno de nosotros?

-Un medio elfo como yo.

-Un medio elfo – suspiró -. Tiene luz interior como si fuera un medio elfo – repitió, sin alcanzar a creer lo que decía -. Eso le otorga...

-Una larga vida como a nosotros – concluyó Elrond con una sonrisa.

Legolas quedó boquiabierto. Bajó la mirada y observó su abdomen. Él le había devuelto la vida a Aragorn con su luz y su hijo le había abierto las puertas hacia Valinor. Ahora no debía atormentarse más, pensando que algún día tendrían que separarse. Pero eso sonaba imposible. Toda una vida juntos, como tanto había deseado.

Elrond volvió a palparle el vientre. Legolas no se movió, ni su bebé tampoco.

-Falta un par de horas para que amanezca – anunció el medio elfo -. Si todo sigue así, darás a luz cerca del mediodía.

-¿Cuándo despertará Elessar? – preguntó, todavía aturdido.

-Por la noche, o quizás pasado mañana.

-No estará presente para el nacimiento de nuestro hijo – adujo con la voz temblando.

Elrond sacudió la cabeza, mientras le cubría el vientre con una sábana.

-Conversa con tu bebé, que sigue asustado. Yo volveré a atender a Estel.

Legolas asintió. Elrond se retiró solemne de la habitación.

-Sh, no temas, mi cielo – sonrió, apoyando la mano sobre el cuerpito del niño. Una nueva contracción lo sacudió, pero la poción comenzaba a hacer efecto y el dolor no fue tan fuerte -. No hay nada que temer. Este es tu primer viaje, el primero de muchos. Vas a conocerme a mí, a tu papá – en medio del susto, el bebé se sacudió feliz por la idea -. Te vamos a conocer a ti. Te podremos alzar, acariciar, ya verás lo lindo que es todo eso. Y sentirás mucho amor. ¿Te gustaría vivir todo lo que te estoy contando?

El niño se cobijó bajo su mano, sin patalear. Le encantaba lo que su ada le prometía, pero tenía miedo. Ese lugar era cálido y tranquilo, no sabía cómo se sentiría allá fuera.

-¿Te gustaría que te pudiéramos tocar? No sabes lo lindas que son las caricias sobre la piel. Lo hermosos que se ven los paisajes bajo el sol y bajo la luna; lo placentera que se siente la brisa, el viento. Te va a entusiasmar el perfume de las flores, de las hierbas. Todo lo que te cuento a diario y que ahora conocerás por ti mismo. ¿Quieres hacerlo?

El bebé pataleó apenas, no parecía muy convencido.

-Nos conocerás a tu papá y a mí. Vas a ver nuestras sonrisas cuando te alcemos. No tengas miedo, aquí estamos los dos. Esperándote.

El niño quedó quieto. Legolas sintió que sacudía los bracitos, preguntándole si era verdad que le sonreirían muchas veces y lo tendrían en brazos.

-Es lo que más queremos, mi pequeñín – musitó -. Deseamos conocerte, acariciarte, mecerte, enseñarte lo maravillosa que es la vida. Te prometo que serás muy feliz, pero antes tienes que dejar mi vientre para nacer.

Lentamente, el pequeño se apartó de la mano de su ada y dejó que las contracciones lo empujaran un poco. Era su manera de mostrarle que ya no tenía temor.

-Eso es – sonrió Legolas -. Faltan pocas horas. Sentirás lo hermoso que es todo acá fuera. Conocerás los rostros de las voces que escuchas siempre, y vas a percibir mi amor y el de tu papá. Muy pronto.


TBC

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