Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

La Nueva Alianza por midhiel

[Reviews - 100]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Capítulo 22: Erthadion

.................


Regalo de cumpleaños para PrinceLegolas.


Mil gracias, Ali, por corregir.


..................


Al despertar, Aragorn se encontró yaciendo sobre una mullida cama, en una extraña habitación. Parecía de Lórien, por los motivos silvestres, pero no se encontraba muy seguro. Sin embargo, lo último que recordaba eran las montañas de Ephel Duath y el bello rostro de su esposo. Entonces, ¿qué hacía en ese recinto? Legolas le había prometido que su padre lo curaría, pero, ¿cómo había llegado hasta allí? ¿Había vuelto a perder la conciencia? ¿Por cuánto tiempo había dormido?

Tantas preguntas lo marearon, aún se encontraba débil. Volvió a cerrar los ojos para recuperar las fuerzas, cuando se percató de un cálido peso reposando sobre él. Vacilante, extendió la mano para tocarlo y se sorprendió de su suavidad y pequeñez. Parecía un tibio copito de algodón.

-¿Q... qué es esto? – susurró.

-Esto es nuestro bebé – replicó Legolas, que se había incorporado en la cama -. Nuestro hijo.

A Aragorn se le cortó la respiración. El elfo levantó el bultito de su pecho y lo aproximó a su rostro para que lo viera.

-E... es... es – no le salía la voz, estaba absolutamente anonadado. Volteó hacia su esposo y luego hacia el niño.

-Nació ayer al mediodía – continuó Legolas, que, abrumado por la emoción, no dejaba de observar a su pequeño -. Cuando te trajimos, me encontraba muy nervioso y comencé con las contracciones. Tu padre me ayudó a dar a luz.

Aragorn alzó perplejo la mano y acarició la piel de su hijo. No podía sonreír, no podía llorar, jamás se había sentido tan emocionado. Le tocó las orejitas, puntiagudas como las de su esposo; le estudió los ojitos grises con atención; las facciones, similares a las de Legolas; los bracitos; las manos; los dedos; las piernas. Todo el cuerpo. Era el ser más perfecto y hermoso que hubiera visto. Era su hijo y apenas podía creerlo.

El niño, a su vez, miró fascinado a su padre, esperando que le dijera algo, pero Aragorn se había quedado sin palabras.

-¿Quieres sostenerlo? – preguntó Legolas. Aragorn asintió y acomodó los brazos para recibirlo -. Aquí está – lo posó con cuidado. El Rey no despegó la mirada de su hijo -. Míralo, parece que te sonríe.

-Es un niño precioso, mi varoncito – suspiró. El bebé apretó los puños y movió suavemente las manos, demostrando lo feliz que se sentía -. Hola, mi pequeñín – le sonrió, sacudiéndole una manito para imitar el movimiento del saludo -. ¿Me reconoces?

-Vaya que sí – rió el elfo, divertido -. Hubieras visto la escena que me hizo hace un rato, cuando osé apartarlo de ti. Por eso te lo coloqué en el pecho. Moría por estar contigo.

Aragorn se deshizo de ternura y orgullo, y volvió a contemplarlo. Su hijito no podía ser más bello. Dulce y hermoso, como lo había soñado tantas veces.

-Querías estar con tu papá, ¿verdad? ¿Querías estar conmigo? – el bebé agitó los puños a modo de aprobación.

-Ayer por la tarde envié un mensaje a Gondor para avisar que ya contamos con un heredero – explicó Legolas.

-Es verdad, contamos con un heredero. No alcanzo a creerlo todavía – siguió observándolo en silencio. Entonces cayó en la cuenta de que su esposo había dado a luz sin su presencia y, preocupado, volteó hacia él -. ¿Y tú te encuentras bien, mi amor? ¿Cómo fue el parto? ¿Expulsaste el capullo? ¿Se te cerró la abertura?

Legolas asintió.

-Ya expulsé el capullo y la abertura se cerró. Tu padre me examinó y dijo que estoy en perfecto estado, por eso me permitió venir a verte.

Aragorn se movió suavemente y le besó la boca. Después, Legolas apoyó el mentón en su hombro y contemplaron juntos al bebé.

-Debemos pensar en un nombre – dijo el Rey -. No podemos seguir llamándolo pequeñín todo el tiempo – rió.

- Al verlo por primera vez, se me ocurrió un nombre que simboliza lo que él representa para nosotros. Tú me confesaste que cambiaste tus sentimientos hacia mí cuando supiste que estaba embarazado – Aragorn asintió -. ¿Recuerdas cuánto luchó nuestro hijo para que nos juntáramos? ¿Sus pataditas? ¿Sus protestas?

-Me contaste que cuando no dormíamos juntos, se movía sin cesar, enojado – recordó con una sonrisa soñadora -. Y en la primera noche que hicimos el amor, el muy pícaro nos hizo creer que se había dormido.

Los dos soltaron una carcajada y el bebé se sacudió alegre.

-Pensé en Erthadion – musitó Legolas. Alzó la mano hacia su hijo y le acarició el puente de la nariz con la punta del dedo -. Hijo de la Unión.

-Me gusta – replicó Aragorn -. ¿Y a ti? – le preguntó al bebé.

El pequeño sonrió y movió los brazos.

-Parece que sí lo aprueba – afirmó Legolas -. Entonces, serás Erthadion Telcontar, Príncipe Heredero de Arnor y Gondor.

-Demasiados títulos para una personita tan pequeña – rió su padre -. Para nosotros sólo serás Erthadion, nuestro primogénito.

Al bebé pareció agradarle más el segundo rótulo y volvió a sonreír. Después, abrió la boca e hizo un leve ruido de protesta.

-Llegó la hora de alimentarse – reconoció su ada, desabrochándose la camisa. Con delicadeza lo separó de los brazos de su esposo para transportarlo hacia su pecho. Le acercó el pezón a la boquita y el niño succionó con fuerza.

Aragorn quedó en éxtasis, observándolos.

En ese momento alguien abrió la puerta. Ambos padres voltearon hacia ella y se encontraron con Elrond.

-Buenas noches – los saludó con una ligera pero sincera sonrisa. Vio a su nieto alimentándose y acotó -: Veo que ya descubriste la sorpresa, Estel.

-No pude esperar para dársela – adujo Legolas, bajando la vista hacia su hijo.

-¿Y la novedad sobre su nueva condición? – preguntó el medio elfo, enarcando una ceja.

-¿Qué condición? – quiso saber Aragorn, confundido.

-¿Recuerdas en las montañas, cuando te di un poco de mi luz? – sonrió su esposo -. ¿Recuerdas que Erthadion también quiso curarte y dejé que te donara parte de la suya? – Aragorn asintió -. Pues la fuerza de las dos luces creó una fuente en ti que te permite formar tu propia luz y te convirtió en medio elfo.

-¿Qué? – exclamó, abriendo los ojos.

Elrond se acercó a su hijo.

-Dejaste de pertenecer a la raza de los hombres, Estel. Ahora eres uno de nosotros.

-Pero es imposible – sacudió la cabeza, desorientado -. ¿Cómo pudo pasar eso?

-Creo que esta criatura te ama más de lo que te imaginas – agregó Elrond, mirando al niño y acariciándole la cabecita. Erthadion no se inmutó y siguió succionando -. Es extraño lo que te ocurrió, pero no imposible.

-Mírate el cuerpo, Elessar – le pidió Legolas -. Fíjate cómo brillas.

Aragorn bajó la mirada hacia sus manos. Con la excitación por el nacimiento de su hijo, no se había percatado de la luz en su piel. Estaba resplandeciendo como lo hacían su esposo y su bebé.

-Pero si soy uno de ustedes, eso significa que tengo – calló por un momento, sin poder aceptar lo que pensaba -. ¿Significa que tengo una vida larga como la suya?

-Así es – replicó Elrond.

Aragorn giró la cabeza hacia su familia y parpadeó, perplejo. Como Legolas, él también había sufrido pensando en la inevitable realidad de que se tendrían que separar algún día. Bueno, ya no inevitable. No gracias a Erthadion y al amor que le profesaba. Y pensar que un año atrás, al conocer la decisión del Consejo, había decidido que dejaría a su hijo varón en manos de desconocidos. ¿Cómo había podido ser así de egoísta? Ahora no alcanzaba a explicarse esa actitud tan mezquina.

Se corrió lentamente hacia su esposo y lo abrazó.

-Regresaré luego para examinarte, Estel – anunció Elrond y se retiró, sin hacer ruido.

Aragorn besó la mejilla de su consorte y permaneció con los labios apoyados en la piel.

Ni su corona, ni su linaje, ni sus títulos, ni sus victorias podían hacerle sombra al orgullo que le provocaba su propia familia.

Nada en la Tierra Media podía compararse con su amor por Legolas y Erthadion.

Absolutamente nada.



.......................



Cuatro días después, los elfos se reunieron en el Bosque de Lothlórien, frente a un lago, para conmemorar el nacimiento de Erthadion. Era costumbre élfica que los recién nacidos fueran presentados a los árboles y a las aguas en una ceremonia comunitaria, como símbolo del nexo que existía entre su raza y la Naturaleza.

Los elfos del reino llegaron y formaron un semicírculo en las orillas del lago. Sólo Celeborn no asistió, corrían rumores que la noche anterior había discutido con su esposa y ésta le había ordenado finalmente que abandonara su reino. Nadie lo había vuelto a ver desde entonces.

Galadriel arribó al lago y, como Reina de Lothlórien, se colocó en el centro del semicírculo.

Legolas, vestido con una túnica blanca, llegó con su bebé en brazos, acompañado por su esposo. A su paso, los árboles balancearon sus ramas y dejaron caer hojas sobre el cuerpo de Erthadion como signo de bienvenida.

Los elfos abrieron el semicírculo para dejarlos pasar. Legolas se detuvo frente al lago y alzó a su hijo. Las aguas ondearon suavemente para saludarlo.

Galadriel, parada junto a ellos, recogió un puñado de tierra y lo esparció despacio sobre el cuerpo del niño. Erthadion tosió por las partículas pero siguió durmiendo.

Los elfos entonaron odas. Galadriel musitó una oración a los Valar y besó la mejilla del pequeño para darle la bendición en su nombre. Entonces el bebé abrió los ojos y le sonrió.

-Ya eres uno de nosotros– aseveró la elfa, devolviéndole la sonrisa -. Mae govannen, Erthadion.

Los elfos formaron una fila para saludar al bebé. Uno a uno se inclinaron junto a él y le besaron la frente.

Cuando la ceremonia terminó y los elfos se dispersaban, Aragorn advirtió a Arwen entre los presentes. Se sintió un poco perturbado, ya que aún le dolía la fría manera en que habían terminado.

Legolas, que acababa de conseguir que su hijo volviera a dormirse, también la vio y recordó la aliviante plática que había tenido con ella.

-Elessar, ve a saludarla – le dio un suave empujón -. El rencor no soluciona las cosas.

Aragorn miró vacilante a su esposo.

-Anda – lo incitó el elfo -. Yo volveré al palacio y te esperaré en el corredor principal.

El Rey la observó otra vez.

-De todas formas, tendré que hacerlo tarde o temprano – reconoció. Volteó hacia su esposo y le besó la mejilla -. Espérenme en el corredor. No me demoraré.

Legolas sonrió y tomó el sendero rumbo al palacio. Aragorn lo siguió con la mirada y después se encaminó hacia la elfa.

Arwen se encontraba con Haldir y sintió un frío vacío en el pecho cuando vio a su ex amante acercándose. Sin embargo, ella también entendía que no podían seguir escapándose uno del otro y que ya era tiempo de que platicaran.

-Vuelve al palacio – pidió al Capitán con un suave temblor -. Te alcanzaré luego.

El elfo vio a Aragorn y asintió.

-Veré si la Reina necesita algo – se excusó. Le dio un dulce beso en la boca y tomó un camino paralelo al de Legolas.

Arwen se acomodó los pliegos del vestido y respiró profundo. Aragorn llegó hasta ella.

-Llevas a Andúril contigo – acotó la elfa, sin saber cómo iniciar la conversación.

-El ritual determinaba que debía vestir mis ropas de guerrero – explicó Aragorn, mirándose la espada, abrochada a su cintura. Levantó la vista -. ¿Cómo te encuentras?

-Ahora bien – suspiró.

Aragorn se mordió el labio, había tantas cosas que decir y otras tantas que callar, no estaba muy seguro.

-Arwen – comenzó.

-Elessar, si vas a decirme que me amaste, créeme que ahora reconozco que no fue cierto.

-No es verdad – replicó perturbado -. Sí, lo hice.

-Creíste amarme, pero sólo sentías cariño, pasión tal vez.

-¿Eso es lo que piensas? Arwen, yo – cuidó el tono de la voz por lo que iba a confesar -. . . yo ya no te amo, pero te quise mucho. Y me dolió lastimarte.

-Sufrí mucho por ti.

-Yo también, pero te juro que nunca quise lastimarte. Imaginé cómo te sentirías y me sentí un monstruo. Lo de Legolas se fue dando de a poco. Tan es así que recién al volver de Drambôr descubrí lo que sentía por él.

-Me sentí humillada por todos. Además, estaba muy ilusionada con nuestro encuentro. Yo... – se detuvo.

-¿Sí? – preguntó para que continuase.

Arwen sacudió la cabeza y suspiró.

-Nos comportamos de una manera tan egoísta, Elessar; siempre lo hemos hecho. Yo no lo notaba, recién con Haldir me di cuenta. Volvemos a vernos después de lo que nos pasó y no hacemos más que enumerar los males que hemos sufrido. Siempre jugamos a ser víctimas, ¿no te parece?

-Pareciera que compitiéramos para descubrir quién de los dos sufrió más. No me había dado cuenta.

Arwen asintió, entristecida.

Aragorn le tomó las manos con cariño y las llevó a su corazón.

-No me guardes rencor, Arwen. Te lastimé mucho, pero quiero que sepas que jamás tuve la intención de hacerlo.

-No querías reconocer tu amor por Legolas. Decías que me amabas para esconder lo que sentías por él. No lo niegues más.

-Fui un cretino al comportarme así. A veces pienso que no merecí nunca tu amor o el de Legolas. Créeme que lo siento.

Arwen bajó la cabeza y se mordió el labio. Después de un instante, recién se atrevió a asentir.

Aragorn suspiró aliviado, con Legolas había aprendido que las heridas del amor dolían mucho más que las de la guerra.

-Quiero que seas feliz, Arwen.

-Estoy tratando de serlo. Pero todos me engañaron, Elessar. Quizás ya te hayas enterado que mi abuela fue quien nos separó.

-Ella trató de hacer lo mejor para ti.

-¿Cómo puedes pensar eso? – frunció el ceño.

-Hace unos días se acercó para pedirnos perdón a mí y a Legolas. Nos contó que estabas furiosa con ella y que recién ahora entendía tu dolor. Ella te ama, Arwen. Perdónala.

Arwen volvió a morderse el labio. El consejo de Aragorn le recordó al de Haldir, que también la incitaba para que la perdonase.

-Si hay algo que aprendí con Legolas – continuó Aragorn - es que todos tenemos posibilidades de cambiar, aún cometiendo los peores errores. No cierres tu corazón, Arwen. Tú no eres así.

-¿Quieres que te perdone a ti y a Galadriel?

-Quiero que seas feliz, te lo he dicho. Pero sólo lo conseguirás si no te encierras en tu rencor.

Arwen lo miró a los ojos y sonrió. Elessar la había lastimado mucho, pero también acababa de mostrarle lo que era el amor verdadero. ¿Acaso no se trataba de amar sin límites? Algo que estaba aprendiendo recién con Haldir.



.............................


Legolas llegó al corredor, adornado con columnas de mármol verde, y tomó asiento en un sofá para esperar a Aragorn. Erthadion continuaba dormido, pero su ada sabía que pronto volvería a tener hambre y tendría que llevarlo a la habitación para amamantarlo.

Con suavidad para no despertarlo, se levantaba del sofá cuando oyó una voz a sus espaldas:

-Aquí estás, Príncipe Legolas – Celeborn se le aproximó elegantemente, con las manos unidas a la altura del pecho. Legolas las miró de soslayo y creyó advertir algo que brillaba en ellas.

-Majestad – lo saludó, inclinado la cabeza.

El ex Rey se detuvo a una corta distancia y observó al bebé con una socarrona sonrisa.

-Es una pena que no haya podido asistir a la ceremonia, pero ya te habrán llegado rumores del motivo.

-No, en verdad no – replicó el Príncipe, confundido. Desde que naciera Erthadion, sólo se había dedicado a atenderlo y desconocía lo que estaba ocurriendo con el resto de la gente.

-Galadriel y yo peleamos. Quiere que abandone Lothlórien, algo que no estoy dispuesto a hacer.

-Lo siento, Majestad – musitó Legolas, extrañado por esa confesión tan íntima, ya que en toda su vida no había cruzado más que un par de palabras con Celeborn. Lo miró de frente y descubrió que sus ojos chispeaban como si hubiese perdido la razón -. Siento que las cosas terminaran así entre ustedes – dio un paso hacia atrás.

-Es una lástima casarse por motivos políticos, Legolas – el joven elfo se sorprendió de que pronunciara su nombre sin anteponer el título de Príncipe -. Sobre todo cuando se ha conocido el verdadero amor. Algo que también ocurrió con Elessar.

Legolas entendió hacia dónde se dirigía la conversación y decidió cortarla diplomáticamente. Bajó la mirada hacia su bebé y luego la alzó hacia Celeborn.

-Lamento lo que ocurrió entre usted y la Reina, Majestad. Ahora, si me permite, mi hijo despertará pronto y debo atenderlo – inclinó la cabeza, respetuoso, y dio media vuelta para alejarse.

-¡Tú no te marcharás a ningún lado, miserable embustero! – gritó, apretando los puños -. ¡Arruinaste la vida de una feliz pareja y no puedo permitirlo!

Legolas volteó hacia él con los ojos centellantes de indignación. Erthadion, que no estaba acostumbrado a que gritasen en su presencia, se asustó y comenzó a llorar.

-No respondo a sus acusaciones porque me parecen patéticas – habló, tratando de conservar la calma. No valía la pena demostrar enfado ante alguien que parecía no estar en sus cabales -. Pero no le perdonaré hacer llorar a mi hijo.

-¡Tu hijo es un bastardo, concebido en una unión política!

Legolas no aguantó más e intentó lanzársele. Sin embargo, se contuvo por el pequeño que aún gemía en sus brazos. Respiró profundo para serenarse y apaciguar al bebé, y dio media vuelta rumbo a las habitaciones. Ya arreglaría cuentas cuando hubiese recuperado la calma.

Pero Celeborn buscaba precisamente que se enfadase y, al verlo retroceder, comprendió que su plan se desmoronaba.

-¡Vuelve aquí, cobarde! – volvió a gritar, fuera de sí. Apretó con fuerza el puño que empuñaba el objeto brillante y se mordió el labio -. ¡Arreglarás este embrollo ahora mismo! ¡Vuelve aquí con tu bastardo!

-¿A quiénes llamas cobarde y bastardo? – preguntó la enardecida voz de Aragorn a sus espaldas.

-Rey Elessar – Celeborn volteó hacia él. Con temor vio que Aragorn tenía el rostro echando chispas y había desvainado a Andúril -. ¿Vienes a proteger a este rufián que te quitó lo que más amabas? – preguntó con recelo.

Aragorn no replicó enseguida y caminó hacia su esposo con la espada en alto. Al pasar junto a Celeborn, le apuntó a la garganta para demostrarle que si se atrevía a tocar a su familia, lo despellejaría allí mismo. El cobarde elfo retrocedió varios pasos.

-Soy indulgente con algunos agravios – exclamó, mirando fijamente los ojos de quien ya había perdido su posición de Rey -. Pero no tolero ninguno hacia los seres que más amo – sin bajar la espada, se paró junto a Legolas.

El Príncipe se mordía el labio mientras miraba a Celeborn con desprecio. ¡Por los Valar! ¡Cuánto deseaba tener él también un arma cerca para poner a ese bellaco en su lugar! Sólo se contenía porque estaba sosteniendo a Erthadion. Aspiró aire para relajarse y no inquietar más al bebé, y se inclinó hacia Aragorn.

-Elessar – le murmuró al oído, sin apartar la vista de Celeborn -. Mírale los ojos y observa cómo tiembla. No parece él mismo.

-No me importa – murmuró entre dientes, alzando más el arma -. Que no se atreva a tocarte porque lo mato.

Celeborn no se dio cuenta que murmuraban entre ellos y continuó con un tono desesperado:

-¿Dónde están tus promesas, Elessar? ¿Dónde está tu orgullo? Te estafaron, amabas a alguien más, y juraste que nunca la olvidarías. A mí también me ocurrió lo mismo y mira como terminé.

-Tu vida no es igual que la mía – replicó Aragorn, despectivamente. La desesperación del elfo no lo inmutaba ya que no podía conmoverse por alguien que había insultado a su familia -. Y prometo a los Valar que jamás lo será. Ahora márchate.

-¡No te atrevas a darme órdenes en mi propio reino! – gritó ásperamente.

-Entonces, compórtate como un soberano – replicó el Rey con la misma crudeza.

Rojo de ira, Celeborn volvió a apretar el objeto brillante. Ahora sí estaba dispuesto a usarlo.

Aragorn notó que se movía con más nerviosismo y atrajo a Legolas hacia él para protegerlo.

-Me las pagarás, Elessar – exclamó.

-¡No te aproximes! – ordenó Aragorn, desafiante.

Legolas acercó a Erthadion a su cuerpo. Después, observó el final del corredor y vio que Haldir se aproximaba por el lado opuesto. Celeborn reconoció sus pasos y empezó a temblar con más fuerza.

-Celeborn de Doriath – anunció el capitán, detrás del elfo. El ex Rey no se atrevió a girar -, la Reina ordena que abandone Lothlórien inmediatamente.

-¿Se dan cuenta de lo malvada que es? – Celeborn hizo una mueca de fastidio. Volteó hacia el Capitán y sonrió con desdén -. Ahora que es dueña y señora, lo primero que decide es echarme.

-Y me dio la orden que sea yo quien lo escolte hasta los límites del reino – concluyó el capitán, sin hacer caso al despectivo comentario.

Celeborn apretó el puño con más fuerza, pero en su cobardía entendió que no podía pelear. Ahora se enfrentaba a dos valientes guerreros armados y a uno más que defendería a su hijo con uñas y dientes. Suspiró hondo y bajó la mirada, demostrando que no ponía resistencia.

Al notar que el peligro disminuía, Aragorn soltó despacio a Legolas, pero no descendió a Andúril.

-¿Me encadenarás para llevarme, Haldir de Lórien? – bufó Celeborn.

-Era lo que más deseaba, pero le prometí a Arwen que no lo haría.

-Al menos alguien sigue preocupándose por mí – suspiró con desaliento.

Legolas bajó la mirada, perturbado, pero ni Aragorn ni Haldir se conmovieron. El capitán se le acercó para tomarlo del brazo.

-Espera – exclamó el Rey de Gondor -. Tiene algo en la mano derecha.

Antes que Celeborn pudiera reaccionar, Haldir le abrió el puño y sacó un pequeño cuchillo.

-¿Qué pensabas hacer con eso? – gritó enfurecido Aragorn, colocando a Andúril en posición de ataque.

-Elessar – Legolas se plantó frente a su esposo para detenerlo -. No vale la pena.

-¿Pensabas lastimar a mi familia? – Aragorn miraba a Celeborn, sin disminuir la ira ni el tono -. ¿Qué pensabas hacer con ese cuchillo?

-Ya nada – replicó Haldir, arrojando rápido el arma al suelo. Tomó a Celeborn por los brazos y lo empujó para que caminase -. La Reina ordenó que te marcharas – lo tuteó, demostrándole que ya no le guardaba respeto -, pero en vista de lo que acabas de hacer, te encerraré y esperaré nuevas órdenes.

Celeborn sacudió la cabeza como si volviese a recuperar el control de su mente. La excitación por recordar la cobardía con la que se había comportado con su antiguo amor, la bronca por verse despojado del trono, la humillación de ser expulsado por su arrogante esposa, un conjunto de cosas que le habían hecho perder los estribos. ¿Qué había pensado hacer con el arma? Ni él mismo lo sabía. Pero comprendía que ahora debería asumir las consecuencias.

Trató de erguir la cabeza para recuperar algo de su regia compostura, porque algunos elfos se habían aproximado y lo estaban observando con curiosidad.

-Vamos, Celeborn – ordenó el altivo capitán, dándole empujones para que se moviese más rápido -. Ya rendirás cuentas.

Aragorn seguía enrojecido de cólera y cuando Haldir pasó a su lado, dio a Celeborn una bofetada que lo arrojó al suelo. El elfo escupió sangre y se frotó el labio.

-¡Elessar! – exclamó Legolas, sorprendido.

-Agradece que no te rebano como a un queso – gritó el Rey de Gondor, alzando la pierna para patearlo.

-Elessar – repitió su esposo con firmeza -. Guarda el arma.

Aragorn vaciló por un momento y envainó a Andúril. Haldir levantó al elfo y siguió su camino.

Los curiosos cortesanos empezaron a cuchichear entre ellos.

-No hay nada que ver. Retírense – ordenó el capitán.

Los grupos se dispersaron lentamente, hasta que sólo quedaron Aragorn, Legolas y Erthadion.

-Vamos, Legolas – lo tomó de la cintura. Por su timbre, el elfo comprendió que ya no estaba tan enfurecido -. Creo que nuestro pequeñín pronto tendrá hambre.

..........................



Aragorn apoyó las manos sobre la cuna y observó, enternecido, a su hijo que dormía profundamente. Con delicadeza, le acomodó un mechoncito de la frente y lo arropó.

Erthadion era un niño precioso, ni en sueños había imaginado a alguien tan dulce y hermoso. Tenía las facciones de Legolas, aunque el elfo afirmaba que había heredado su mentón y sus ojos, por supuesto. También el tipo de cabello, ya que se podían percibir algunas onditas en él.

Aragorn le acarició la mejilla y suspiró. Aún se afligía al recordar que una vez, enceguecido por la obstinación, había jurado que jamás se enamoraría de su ada y que lo entregaría a tutores para que se encargasen de educarlo.

Que había rechazado la idea de una familia con Legolas, sólo porque se sentía humillado.

-Una vez, mi pequeñín, fui una persona ruin y cruel – musitó con dolor -. Lo más triste es que ni siquiera me daba cuenta.

-Pero esa persona desapareció – afirmó Legolas, abrazándolo por la cintura -. Ahora es una tierna y generosa, de la cual tú y yo estamos orgullosos, ¿verdad, Erthadion?

Aragorn volteó hacia Legolas con los ojos húmedos.

-¿De veras lo crees, Hoja Verde?

El elfo le besó la boca.

-Te amo, Elessar. Y nunca dudes que mereces mi cariño, ni el de Erthadion.

Aragorn sonrió y lo besó con más fuerza. Luego le tomó las manos y depositó los labios en cada dedo.

-Tú y él me han convertido en lo que soy. ¿Sabes? Cuando yacía tirado en la montaña, no pensé en la muerte ni en el dolor. Sólo pensé en cuánto los había defraudado. No volveré a comportarme así, te lo prometo.

Legolas le apretó las manos y miró a Erthadion que seguía durmiendo.

-Me preguntaba si ahora que nuestro hijo duerme y tú estás recuperado de tu herida, podrías pagar esa deuda – sugirió, con insinuante picardía -. Yo te advertí que te cuidaras y no me hiciste caso. Soy tu consejero y me desobedeciste.

Los ojos de Aragorn chispearon.

-¿Y cómo puedo pagártelo, mi Consejero Real? – preguntó, besándole el cuello apasionadamente.

-Conoces bien la manera, Majestad.

Aragorn le mordió la piel con suavidad y lo atrajo hacia su cuerpo. Legolas ronroneó al sentir su masculinidad endurecida. Su Rey era el ser más encantador que había conocido y nunca se cansaría de amarlo.

-Te la pagaré con creces –afirmó Aragorn, mientras lo alzaba para transportarlo al lecho y hacerle el amor con toda la fogosidad que sentía.


................







…ste es el capítulo final. Ahora sólo falta un breve epílogo que subiré mañana por la mañana.

Muchísimas gracias a todos los que leyeron este fic. Espero que les haya gustado.

Besitos

Midhiel

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).