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La Nueva Alianza por midhiel

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Capítulo Cuatro: Un Poco De Afecto


Éste fic es un regalito de cumpleaños para PrinceLegolas, que espero te siga gustando.


Muchas gracias, Ali, por corregirlo con tanta paciencia.

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Luego de un reconfortante baño, Legolas ingresó en su habitación, anudándose la bata de seda verde en la cintura. Tomó asiento sobre el lecho y observó a los pajaritos que jugaban entre las cortinas ondulantes del balcón. Ya habían pasado tres semanas desde el casamiento y Aragorn seguía visitándolo por las noches y cumpliendo su deber con la misma indiferencia que en la noche de bodas.

Pero Legolas ya no lloraba, y había prometido no derramar más lágrimas de autocompasión. Era su destino y debía aceptarlo, no podía seguir gimoteando como un elfito por la apatía del Rey.

Alguien golpeó la puerta con suavidad.

-Alteza, el Mithrandir os está esperando para el examen – comunicó un sirviente.

-Estoy listo – replicó el Príncipe, recostándose en el colchón -. Adelante.

La puerta se abrió y Gandalf entró con su sonrisa simpática.

-Disculpa que no pude venir a examinarte antes. ¿Cómo amaneciste?

-Bien – no sonó convencido.

El mago lo miró de soslayo y tomó asiento en una silla, junto al lecho. Legolas se desanudó la bata y se levantó la camisa gris para desnudar su abdomen.

-Bueno, Legolas. Veamos si hoy tenemos suerte. Aragorn vino a visitarte ayer, ¿verdad?

-Sí, lo hizo.

-Entonces, quizás hoy ya contemos con un hermoso bebé en camino – sonrió.

Legolas apoyó la cabeza sobre la almohada, resignado. Las yemas de los dedos de Gandalf le recorrieron el vientre y presionaron en algunas áreas. Cuando los elfos concebían, el nuevo ser era percibido a través de ondas de energía que manaban de su luz interior, algunas suaves, otras más fuertes. El mago probó en distintos sitios del abdomen para encontrarlas y luego sacudió la cabeza.

-No, no ocurrió nada aún – adujo y volvió a cubrir el vientre del elfo con la camisa.

-Gracias, Elbereth – suspiró Legolas, cerrando los ojos.

Gandalf frunció el ceño y enarcó una ceja, sorprendido.

-Legolas, ¿qué ocurre?

-No he dormido bien.

-Legolas, mírame – ordenó, levantándole el mentón con la punta del dedo. Los ojos del elfo brillaban por las lágrimas contenidas – Legolas – sonrió compasivamente -, dime qué te sucede.

Legolas hinchó de aire los pulmones y habló, dejando correr el llanto como un arroyo.

-No quiero engendrar un hijo así, Gandalf. No quiero que venga al mundo y sea tratado con el desprecio con que Aragorn se comporta conmigo.

-¿Aragorn te desprecia? – preguntó, asombrado.

El elfo bajó la mirada y con su silencio dio la respuesta. El mago se acomodó en la silla y cruzó los brazos a la altura del pecho.

-Pequeño, tenemos que platicar. ¿Por qué te sientes despreciado? ¿Aragorn te lastima? – interrogó con temor.

-No – adujo, anudándose la bata para desviar su atención de la pregunta.

-¿Entonces?

Legolas se mantuvo callado por un rato, jugando con los pliegos de la ropa.

-Aragorn no me lastima.

-Pero te sientes despreciado.

-Sí – suspiró despacito.

-¿Por qué?

El elfo observó los pajaritos que aún revoloteaban en el balcón y recordó a los que cuidaba de niño en los bosques de Mirkwood. Volteó hacia el mago que lo seguía mirando con afecto.

-No quiero conversar ahora, Gandalf.

-Pero deberías hacerlo. Hay algo en su actitud que te hace daño.

-Sí.

-Cuéntame, soy tu amigo, ¿recuerdas?

Legolas asintió y se incorporó en la cama. Lo que iba a confesarle era muy íntimo y se ruborizó por la vergüenza. Esperó un rato para acomodar las ideas y explicó, tembloroso:

-Aragorn es frío y distante. Tenemos relaciones por obligación – se secó las lágrimas con la mano e hipó -. Le pedí a Elbereth que me secase el vientre, no quiero tener hijos así.

Gandalf se sentó en el colchón y no pudo evitar abrazarlo, Legolas se sacudía como una ramita en invierno y lloraba como un elfito.

-Lo siento – gimió, estrechando la espalda del mago.

-No te disculpes, pequeño – replicó con ternura -. Lo que hiciste es comprensible.

-Debo gestar un hijo y no quiero, Gandalf – sollozó.

El mithrandir lo separó de su pecho y le levantó el mentón para mirarlo directo a los ojos. Legolas suspiraba y se mordía los labios para refrenar el llanto.

-Legolas, ustedes, los elfos, son seres sensibles y puros. Con sus emociones pueden controlar sus cuerpos.

-Me siento dolido por lo que pasa y mi cuerpo se niega a engendrar.

El mago asintió.

Legolas cerró los ojos, las lágrimas le seguían corriendo.

-No quiero que mi hijo sea concebido de una manera tan fría.

-Pero es tu deber traer al mundo al heredero – repuso Gandalf con dulzura.

-Lo sé – hipó bajito -. Si no concibo pronto, Aragorn querrá repudiarme.

El mago, conmovido, volvió a abrazarlo y le masajeó la espalda. Legolas apoyó la barbilla en su hombro, manteniendo los ojos cerrados.

-Legolas, hay cosas que nos cuesta mucho aceptar, te entiendo. Pero accediste a convertirte en el Príncipe Consorte y eso implica un compromiso.

-No quiero que mi hijo sea tratado con frialdad.

-No lo será – replicó, deshaciendo el abrazo para contemplarlo -. Recibirá mucho amor de ti, y estoy seguro que con el tiempo Aragorn también aprenderá a amarlo. Pero no debes continuar con esta actitud que vuelve tu vientre infértil e impide a ese niño venir al mundo. Tú quieres tener hijos, ¿no es así?

-Deseo tener hijos, pero no quiero concebirlos con tanto desamor. No merecen venir al mundo de ese modo. Sí Aragorn fuera más suave – suspiró hondo -. Si me tratase con más bondad.

Gandalf le secó algunas lágrimas con la punta de los dedos aunque Legolas seguía llorando.

-No engendrarás un hijo de la forma en que te está tratando, pequeño – adujo convencido -. La situación entre tú y Aragorn debe cambiar para que eso suceda.

-Pero es imposible que cambie.

El mago se acomodó en el colchón y se masajeó la sien.

-Legolas, lo que estamos platicando quedará en secreto – el Príncipe asintió -. Ahora quiero que me cuentes todo lo que te sucedió desde tu llegada a Minas Tirith. Habla que eso te sosegará y podré ayudarte.

Legolas desanudó la bata y volvió a enlazarla. Esperó unos minutos hasta sentirse un poco más tranquilo y fue confesando las verdades que lo lastimaban tanto: su ilusión al llegar, saboteada por el distanciamiento del Rey, la noticia de su relación con Arwen, la manera en que Aragorn lo eludía a diario, la frialdad de su noche de bodas. Comenzó a explicarle con timidez pero después se abrió y expuso cada sentimiento, cada palabra, cada momento.

Gandalf lo escuchó sin emitir opinión alguna, entendía que el elfo necesitaba desahogarse. Después se levantó del colchón y volvió a sentarse en la silla.

-Escucha, pequeño. Esto no puede seguir así, no es justo que estés sufriendo por el capricho de otros. Déjame que platique con tu esposo y...

-¡No! – exclamó Legolas, desesperado -. Me prometiste que no se lo dirías a nadie.

-Y mantendré mi palabra. Pero alguien debe decirle algunas cosas al Rey, hacerle entender que no está actuando de la manera correcta.

-Entonces, traicionarás mi secreto – susurró, mordiéndose el labio.

-Platicaré con Aragorn pero prometo no revelar ninguna de las intimidades que me revelaste. Aragorn no se extrañara de que le plantee este tema, si se ha mostrado visiblemente distante contigo ante todos, sabrá que no se necesita tener mis años de magia para darse cuenta de algo tan evidente.

Legolas lo miró en silencio, luego esbozó una sonrisa. Finalmente encontraba a alguien que podía ayudarlo a superar lo que estaba viviendo.

-Platicaré con Aragorn ahora mismo. Sabes que él no es malo, pero a todos muchas veces nos cuesta controlar los impulsos – se paró y sacó una larga pipa de su bolsillo ante la mirada divertida del elfo -. Y tú no te preocupes que existe una solución para cada problema.

-Había olvidado cuánto te gustaba fumar – rió Legolas, mucho más relajado luego de haberse desahogado. Después extendió el brazo hacia el mago -. Gracias por escucharme.

Gandalf sonrió con ternura y le tomó la mano afectuosamente.


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Con las manos cruzadas en la espalda, Aragorn contemplaba el jardín desde el patio, como lo hacía cada mañana cuando conseguía desocuparse de sus funciones por un tiempo. De esta forma podía despejarse de los fastidiosos asuntos de estado y meditar sobre temas que sólo a él le importaban.

Gandalf, sabiendo que lo encontraría en ese sitio, se dirigió hacia allí después de la plática con Legolas. El Rey lo vio llegar, caminado con prisa, y sonrió, creyendo que traía novedades referentes al estado de su esposo.

-Vaya, Gandalf. Creo que al fin conseguimos lo que tanto se espera – exclamó con una sonrisa que la mirada de piedra del mago borró al instante -. ¿Qué ocurre? – preguntó, frunciendo el ceño.

-Tú y yo debemos conversar ahora mismo – replicó lacónico. Aragorn lo observó, estupefacto, no lo había visto tan serio desde los tiempos de guerra cuando todavía dudaban de que vencerían al Señor Oscuro -. Es acerca de Legolas.

-¿Qué pasa con él? – preguntó con preocupación.

-Sé el motivo por el cual Legolas no concibe, Aragorn – hizo una pausa y agregó -. Tú eres ese motivo.

El Rey se quedó mirándolo fijamente a los ojos sin saber cómo reaccionar. Quiso largarse a reír, pensando que se trataba de una broma, pero la solemnidad del rostro de su interlocutor le indicó lo contrario.

-¿Yo soy la causa? – preguntó incrédulo.

-Tu frialdad es la causa – aclaró -. Te muestras distante y lo tratas como si fuera un objeto – el tono de Gandalf no demostraba ningún respeto hacia el monarca. Aragorn jamás permitiría que alguien se dirigiera a él de ese modo, sin embargo, el mithrandir era su amigo y podía tomarse ciertas atribuciones que no correspondían al resto de la corte.

-A ver si entendí, dices que me muestro frío y distante con Legolas. Pues te comento que desde que nos casamos no he hecho más que cumplir con mis deberes conyugales.

-Te refieres a visitarlo por las noches e ignorarlo durante el resto del día.

-Me aseguro de la efectividad de esas visitas nocturnas, Gandalf – aseveró, cruzando los brazos en actitud defensiva.

El mago comprendió que lo había fastidiado y decidió cambiar de estrategia.

-Aragorn, los elfos son seres muy sensibles – apaciguó el tono de voz para calmar al Rey -.Tú has sido criado con ellos y los conoces. Examiné a Legolas luego de cada encuentro y su vientre aún sigue vacío.

-¿Qué te hace pensar que es mi culpa?

-Legolas está entristecido, debiste haberlo notado. Él llegó a Minas Tirith con ilusiones que tú desvaneciste cuando le explicaste que todo se trataba de un simple negociado.

-¿Y acaso Legolas no sabía que se trataba de un negociado político?

Gandalf lo miró, enarcando una ceja. No cabían dudas de que la frustración había enceguecido al monarca.

-Él creyó que tú lo habías elegido para que se convirtiera en tu consorte.

-¿Y acaso su padre no le explicó la verdad?

-Conoces a Legolas, él jamás se opondría a la voluntad de su padre, ni le pediría explicaciones. Thranduil le comentó que había sido seleccionado para contraer matrimonio contigo y Legolas aceptó.

Aragorn se llevó la mano al mentón y se lo frotó, abstraído. Esas sí eran novedades. Gandalf suspiró aliviado, al fin el hombre empezaba a comprender el sufrimiento del elfo.

-Y ahora que conoce la realidad de su situación, se siente solo sin tu compañía – agregó el mago.

El Rey levantó la vista y lo miró directo a los ojos, su semblante recio había cambiado por uno más sereno.

-Entiendo su situación, Gandalf, pero yo también me siento decepcionado. Sabes bien que quería casarme con Arwen y el Consejo rechazó mi propuesta.

-Pero tú no te deprimiste y Legolas sí puede hacerlo.

-¿Estás afirmando que Legolas se deprimirá por mi culpa? – volteó hacia un costado con una mueca de fastidio y luego volvió a mirar al mago -. Legolas será sensible pero es un príncipe y como tal debería saber que en materia de enlaces, las razones políticas imperan sobre los sentimientos. Yo debí aprenderlo a los golpes y él también debería hacerlo.

-¡Por los Valar, Aragorn! – estalló Gandalf, asombrado por su obstinación -. ¿Es que no piensas abandonar tu actitud de caballero herido?

-Yo acepté mi realidad y Legolas también debería aceptar la suya – replicó con calma.

El mago sacudió la cabeza, decepcionado.

-Legolas es tu amigo y está sufriendo. Un simple cambio de actitud de tu parte podría alegrarlo y te sientes tan mancillado en tu orgullo que niegas la posibilidad de conseguirlo. Realmente te desconozco, Elessar.

Aragorn lo observó por un rato y bajó la cabeza. Reconocía que la imposición de los elfos había sido un puñal para su soberbia, pero que Legolas se sintiera tan triste por su frialdad, también le resultaba absurdo. Cuando le llegó la noticia de que Arwen había sido rechazada, nadie se había compadecido de él, y por esa razón pensaba que no debía sentir lástima por Legolas. Sin embargo, no podía evitar conmoverse al imaginar la solitaria pena del elfo.

-Está bien – respondió el Rey con cierto temblor. Gandalf se relajó, entendiendo que sus palabras lo habían tocado -. Me acercaré más a Legolas y trataré de no mostrarme distante. Quizás así consigamos pronto un heredero.

-Ese niño al que llamas heredero será tu hijo – la última palabra, enfatizada por el mago, sacudió al hombre -. Y espero que no lo culpes a él también por esa imposición que tú aceptaste.

Aragorn levantó la cabeza y se quedó mirándolo, todavía le costaba pensar en ese niño como su hijo. Gandalf estaba en lo cierto, él también sentía al pequeño como parte del arreglo, una pieza más de ese compromiso que Legolas simbolizaba.

-Los elfos no pueden concebir si no se sienten amados, Aragorn – explicó el Istari, más tranquilo -. La luz de los Eldar así lo exige.

-Trataré a Legolas con cariño esta noche, pero no esperes que lo ame – adujo con determinación -. El amor no puede imponerse como los tratados políticos.

Gandalf le sonrió sin responder, a Aragorn le llevaría tiempo amar al elfo, aunque el mago tenía la certeza de que algún día lo haría.



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Aragorn se quitó el anillo de Arwen, lo guardó en el bolsillo izquierdo del pantalón y abrió la puerta de los aposentos que compartía con su esposo. Entró indeciso, sin hacer ruido, y buscó al elfo con la mirada. Legolas se encontraba afuera, observando la luna, y volteó hacia el interior cuando escuchó los pasos del hombre.

-Legolas, ven, por favor – pidió amablemente mientras se sentaba en un sillón junto a la mesa -. Aún no cenaste – comentó al descubrir las fuentes con comida y la botella de vino cerrada.

El elfo ingresó y tomó asiento a su lado, acomodándose los pliegos de la túnica azul. Aragorn apoyó los brazos sobre la mesa y cruzó los dedos.

-Hablé con Gandalf esta mañana – explicó el hombre – y me comentó que te sientes incómodo – esperó un rato y agregó -. Me explicó que ese es el motivo por el cual no puedes concebir.

Legolas mantuvo la cabeza firme sin replicar. El Rey se inclinó hacia él y le tomó la mano para llamar su atención.

-Legolas – bajó la voz hasta un susurro -, no quiero que sigas sufriendo por esta situación, pero debes entender que este matrimonio es un asunto político. Tienes que tranquilizarte y tratar de concebir.

-No es tan sencillo – respondió sin bajar la mirada.

Aragorn le soltó la mano y se echó hacia atrás.

-Entonces, dime qué puedo hacer para ayudarte.

El Príncipe continuó callado, no sabía qué responder. Aragorn lanzó un suspiro, moviéndose ansioso; él reconocía que la obstinación era uno de sus defectos pero no pensaba encontrarla en el templado Legolas.

-Siéntate aquí, Legolas – corrió el sillón y palpó sus rodillas.

El elfo vaciló por un instante, luego obedeció y se acomodó, confundido. Aragorn tomó su mentón con la punta del dedo y lo miró directo a los ojos.

-Bésame – musitó el hombre. Legolas capturó sus labios con suavidad por varios segundos. Aragorn se relamió la boca, embelesado por el sabor a cerezas y almendras -. Ahora déjame besarte – succionó sus labios impulsivamente.

-Aragorn – murmuró cuando se separaron -, perdóname por lo del niño.

El hombre transportó el brazo por debajo de la túnica hasta su muslo.

-No te preocupes – sonrió -. Engendraremos al heredero esta misma noche.

La mano cálida de Aragorn fue ascendiendo por la pierna hacia su masculinidad. Legolas jadeó y sepultó la cabeza en su hombro cuando los dedos del Rey frotaron su miembro.

-¿Te gusta? – suspiró. El elfo respondió con gemidos.

Usando la mano que le quedaba libre, el hombre desprendió los botoncitos de la túnica y le recorrió la espalda con las yemas. Legolas, estremecido, empezó a desabrocharle la camisa. Desunió el lazo del pantalón, lo abrió y acarició su virilidad. Aragorn se irguió por el roce y levantó las rodillas para presionar al elfo contra su vientre.

Se desnudaron. Aragorn movió a su esposo para que se levantara y caminaron hacia el lecho. Legolas se arrodilló sobre el colchón y se aferró al respaldo con las piernas separadas.

-No - susurró el hombre -. Acuéstate boca arriba.

Legolas volvió a mirarlo perplejo, pero obedeció. Aragorn se sentó a su lado y le acarició las hebras extendidas sobre la almohada.

-Legolas, no puedo amarte – alzó un mechón dorado y lo besó -. Pero debes intentar concebir esta noche.

El elfo se mordió el labio y asintió, mientras trataba de relajar el cuerpo. Aragorn soltó el cabello capturado y paseó la lengua por su cuello, por su pecho, por su vientre. Los músculos se percibían tensos, Legolas seguía nervioso.

-Si no concibo, ¿me repudiarás?

-¿De qué hablas? – levantó la cabeza, sorprendido.

-Mi deber es concebir. Si no lo hago, me repudiarás, ¿verdad?

El hombre se acostó junto a él y lo observó de frente. Las pupilas de Legolas brillaban.

-No, no haré tal cosa – el elfo suspiró con alivio -. Trataremos de que concibas.

Legolas cerró los párpados y respiró profundo, su esposo volvió a lamerle la piel hasta llegar a su miembro. El príncipe despejó la mente de los temores y empezó a gemir. Aragorn levantó el rostro y separó las piernas del elfo con las rodillas.

-Alza las caderas – ordenó. Legolas se arqueó en el colchón. El hombre le acarició el sexo para relajar los músculos y lo penetró suavemente.

El elfo comprimió las sábanas, jadeante. Aragorn ingresó en él y comenzó a mecerse con lentos círculos. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás mientras Legolas presionaba su abertura para volver los movimientos más intensos. Pero el hombre siguió meciéndose con suavidad, no quería que una maniobra brusca hiriera a Legolas.

De a poco los sentidos se nublaron y la presencia del clímax los sacudió. Aragorn quitó su miembro del interior del Príncipe y se acostó, sudoroso. El elfo lo observó callado, el Rey no lo amaba pero esa noche había buscado darle placer, su actitud se asemejaba a un acto de lástima. Entreabrió los labios y murmuró una súplica a Elbereth, necesitaba concebir con urgencia. De pronto, sintió los brazos del hombre estrechándolo.

-Gandalf volverá a examinarte – musitó, besándole la frente -. Si no hay un niño, lo intentaremos mañana.

Legolas asintió y se acomodó sobre su pecho. Aragorn le acarició algunas hebras.

-¿Cómo te sentiste esta vez?

-Mucho mejor – alzó los ojos azules y lo observó con una sonrisa -. Gracias.

-Eres noble, Legolas.

-Tú lo eres – suspiró -. Temí que quisieras repudiarme.

-Legolas, mírame – pidió, levantándole la barbilla con el dedo. Lo miró directo a los ojos y agregó con firmeza -. No vuelvas a pensar en eso. Jamás te repudiaré.

El elfo se mordió el labio, emocionado. Aragorn le soltó el mentón y apartó las sábanas para cubrirse con ellas.

-Ahora debemos dormir, ¿no te parece? – sonrió el hombre mientras volvía a abrazarlo.

-¿Vas a dormir aquí? – preguntó, sorprendido.

Aragorn asintió y le besó la cabellera. Legolas cerró los párpados tranquilo, finalmente pasaría la noche con su esposo. El Rey lo observó sin dejar de sonreír, los elfos no dormían con los ojos cerrados.

-Ábrelos, Legolas, no me molestan – rió. Pero el Príncipe no le hizo caso y se durmió pronto.

Aragorn siguió mirándolo en silencio: su piel tersa y blanca, sus mejillas rojas, su cuerpo esbelto. A pesar de lo dura que le resultaba la imposición, no podía quejarse de la belleza de su consorte. Quizás, si no hubiese conocido antes a Arwen, pensó, hubiera elegido a Legolas. Lo contempló por un buen rato y después le besó la frente con suavidad para no despertarlo.

-Voy a pasar más tiempo contigo – susurró -. Te lo prometo.

En ese instante una chispita de energía resplandeció en el vientre del elfo. Era tan diminuta que ni siquiera Legolas la percibió y permaneció allí, centellando por un tiempo hasta quedar dormida.


TBC


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