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La Nueva Alianza por midhiel

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Capítulo Siete: La Propuesta De Celeborn



Regalo de cumpleaños para PrinceLegolas.


Mil gracias, Ali, por corregir.



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Horas después del anuncio, las águilas llevaron el mensaje a los distintos rincones de la Tierra Media.

Todos los reinos, tanto los de los elfos como los de los hombres, así como la Comarca y la tierra de los enanos, festejaron la noticia.

Los Reyes de Lothlórien organizaron un banquete para dejar en claro la importancia del anuncio para los elfos. Arwen asistió, y Galadriel se sorprendió de que lo hiciera.

Cuando levantaron las copas para brindar por el nacimiento de un varón, la joven apenas esbozó una sonrisa. Bajó la mirada hacia el contenido de su vaso y suspiró disimuladamente.

Los elfos brindaron y comieron con regocijo. Las copas se vaciaron pronto, al igual que los platos.

Al finalizar la cena, marcharon hacia un salón para recitar odas y cantar canciones. Arwen se excusó con gentileza y salió al bosque.

Celeborn, que no le había sacado los ojos de encima, esperó un rato y abandonó el recinto con discreción. Siguió los pasos de su nieta y se internó en la oscuridad de los árboles.

La joven llegó hasta un claro, se sentó en un banco de piedra y quedó en silencio, observando la luna. No tenía ganas de caminar, sólo buscaba distenderse y escapar del bullicio de la fiesta.

-Tu fortaleza causa admiración – exclamó Celeborn a sus espaldas -. Esta noche te desenvolviste con una soltura digna de tu linaje.

Arwen volteó, y vio a su abuelo, acercándose con elegancia. A pesar de que la joven buscaba la soledad, levantó el ruedo del vestido y le hizo lugar en el banco.

Celeborn era la única persona que le había confesado su disconformidad por la decisión del Consejo y la había apoyado en los últimos meses.

-No podía seguir ahí, abuelo. El aire me asfixiaba, tanta alegría – lanzó un suspiro -. No me sentía bien.

Celeborn se compadeció. La decidida Arwen, capaz de rechazar al Primogénito del Senescal de Gondor por el amor de un montaraz, se encontraba frente a él, sollozando.

-¡Es que la situación es injusta! – exclamó, sentándose a su lado -. Tú merecías gestar ese niño. Tú merecías ser la Reina de Gondor.

Arwen sacudió la cabeza. Ella no buscaba el trono de Gondor, sólo estar junto a su amado Rey.

Celeborn suspiró, su nieta sufría por una decisión que otros le habían impuesto.

-Debes extrañarlo mucho – comentó, acariciándole la mejilla -. Y él a ti, por supuesto.

-Lo veré en ocho meses – replicó, tratando de amortiguar el dolor con esa esperanza.

-Ocho meses es mucho tiempo para dos jóvenes que se aman. Deberías acortar la espera.

-No puedo – sonrió con tristeza -. La visita oficial ya está programada para esa fecha.

-¿Visita oficial? – repitió asombrado -. ¿Eso significa que viajarás a Minas Tirith para verlo?

Arwen asintió y empezó a jugar con los pliegos del vestido. Celeborn hizo un gesto de desaprobación que intrigó a la joven.

-Mi niña, es absurdo que se encuentren en la corte, llena de personas que aprueban la alianza de tu amado con ese Príncipe. ¿Y qué hay de ese elfo tan mezquino? ¿Crees que se quedará de brazos cruzados cuando te vea allí?

-Elessar es el Rey y, como tal, toma las decisiones en Gondor – afirmó convencida.

Celeborn se sorprendió por la confianza ciega que Arwen depositaba en su amado. No había dudas de que estaba profundamente enamorada de él.

-Elessar es el Rey y nadie duda del poder de su palabra – repuso con firmeza, mientras le tomaba la mano -. Pero ustedes deberían verse a solas, lejos de los hombres y de ese elfo que buscan separarlos. Arwen – le levantó la barbilla con la punta del dedo para que le prestara atención -, yo quiero que seas feliz, quiero que compartas la vida con el hombre de tus sueños, por eso voy a ayudarte.

Los ojos de Arwen se encendieron con una chispa de esperanza.

-¿Puedes hacerlo?

-Si confías en mí, lograré que, en un plazo más corto, tú y Elessar se encuentren en un lugar alejado de la corte y de cualquier reino élfico.

-¿Conseguirás que nos encontremos antes? – Arwen no podía dar fe a lo que escuchaba -. Pero, ¿cómo? Siguen mis pasos a toda hora. Además, la abuela desaprueba mi relación con él y nadie puede eludir su espejo.

-Galadriel no puede continuar imponiéndote lo que desee.

Arwen sonrió, al fin alguien se atrevía a desafiar a su poderosa abuela. Ella no tenía fuerzas para enfrentarla sola, necesitaba contar con el apoyo de alguien.

-Pequeña – Celeborn volvió a tomarle la mano para que lo atendiese -, no sigas sufriendo. Déjame que te ayude.

Arwen lo miró a los ojos y leyó el inmenso amor que le guardaba. Sabía que él era capaz de hacer lo que fuera por ella, sin importarle las consecuencias, sólo su alegría.

-¿Tú harías lo que fuera por mí?

-Sabes que sí, mi niña. Déjame ayudarte y conseguiré que te encuentres con Elessar pronto. No esperes ocho meses.

La joven bajó la mirada y volvió a jugar con los pliegos de su vestido. La propuesta le resultaba seductora, pero no quería complicar la vida de Celeborn. Lo conocía bien, él podía hacer lo que fuera por verla feliz; muchas veces, sin medir el daño que eso pudiera causar en otros.

-Cuando los demás festejaban el enlace, sólo tú te acercaste a hacerme compañía, abuelo – explicó con la voz clara y firme -. Sé que tus intenciones son buenas, pero no quiero que te involucres.

-¿Involucrarme en qué? – preguntó, confundido.

-En este asunto que sólo nos atañe a Elessar y a mí – fijó la mirada en Celeborn con los ojos húmedos pero tranquilos -. Veré a Elessar en ocho meses. Así se lo prometí antes de separarnos.

-Mi niña – sonrió amargamente -, tu dolor no es justo. Me preocupo por ti y deseo ayudarte.

-Si lo haces empeorarás las cosas para ti. Tú y la abuela están alejados. Esto sólo acarreará problemas y enturbiará aún más la relación de ustedes.

-Pequeña, ese es un asunto entre Galadriel y yo. Pero lo que te estoy ofreciendo tiene que ver contigo y Elessar. Piensa en la propuesta. Déjame ayudarte.

Arwen volvió a sacudir la cabeza.

Celeborn abrió la boca para responderle, pero fue interrumpido por las melodiosas voces de los elfos que salían del salón para entonar canciones en compañía de los árboles.

Así festejaban la venida de un nuevo ser: entonaban cánticos de alabanza, recorriendo el bosque.

La joven alzó la cabeza y escuchó que los árboles balanceaban sus ramas alegremente. La naturaleza se complacía por la concepción del hijo de Legolas y Aragorn.

-Arwen, debemos acercarnos y cantar con ellos – opinó Celeborn, levantándose del banco.

-Ve tú. Yo me quedaré un tiempo más aquí.

Celeborn le extendió la mano.

-Vamos, mi niña, si te quedas sola, no harás más que aumentar tu pena. Los cantos te alegrarán.

Arwen sonrió y tomó la mano extendida. El elfo la empujó suavemente para que se levantara.

Se dirigieron hacia los árboles. Arwen caminaba serena, ocultando en sus gráciles pasos el dolor que la estaba acosando.

Celeborn, que sostenía sus dedos, sentía cómo éstos temblaban.

-Abuelo, gracias por tu ofrecimiento, pero no quiero involucrarte. Deja que vea a Elessar en la visita oficial, como lo habíamos dispuesto. Sólo serán ocho meses.

-Mi niña, de veras puedo ayudarte.

Arwen se detuvo y le soltó la mano.

-Te lo agradezco pero no.

Celeborn quiso volver a tomarle la mano, pero ella se sacudió suavemente.

-Mi niña...

-No, gracias – replicó con dulzura y firmeza -. No deseo empeorar tu relación con la abuela.

Celeborn comprendió que no era conveniente insistir.

-Está bien, Arwen. Pero si te arrepientes, sabes que yo estaré aquí para brindarte ayuda.

-Y una vez más te lo agradezco, abuelo – alzó la cabeza hacia él y le besó la mejilla.

El elfo volvió a atrapar su mano y siguieron caminando. Las voces de los elfos colmaban el bosque.

Celeborn escuchó a Galadriel que cantaba y pensó en su matrimonio. Ellos estaban casados por motivos políticos, apresados en una relación fría. Era doloroso convivir con alguien a quien no se amaba, por eso él buscaba evitarle ese dolor a su nieta.

-De igual forma, quiero que lo pienses – repuso Celeborn -. Me gustaría que reflexionaras sobre mi propuesta aunque sea sólo una vez más – se detuvo de golpe y apoyó las manos en sus hombros para que lo mirara -. Piensa, Arwen, podrías reencontrarte con Elessar en pocos meses. Solos. Tú y él.

Arwen parpadeó conmovida, el ofrecimiento volvía a seducirla. No quería que su abuelo se involucrara en su relación. No quería traer problemas a aquellos que amaba. Sin embargo, la idea de encontrarse a solas con Aragorn, lejos de las intrigas de aquellos que los habían separado, le provocaba cosquillas en el pecho.

-¿Me prometes que el encuentro será sólo entre él y yo? ¿Me prometes que será lejos de la corte?

Celeborn asintió.

-No te miento, mi niña, nunca te he mentido.

La joven bajó la cabeza y acomodó los pliegos de su ropa.

-Déjame pensarlo – musitó.

-Claro, pequeña – sonrió -. Medita todo el tiempo que necesites.

Un viento fuerte sacudió las hojas, produciendo el tintineo de campanas. Arwen cerró los ojos y evocó el rostro de su amado.

-Arwen – el recuerdo de su voz la estremeció. Abrió los ojos y tomó la mano de su abuelo para seguir caminando.

Celeborn la empujó por la senda de los árboles. Los cantos ya se oían cerca.



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Dos semanas después.



Era casi media noche. Legolas lanzó un bostezo y corrió las sábanas de la cama para recostarse. Por lo general, no se quedaba despierto hasta tan tarde, los sanadores le habían advertido que debía descansar bien por el embarazo. Pero Aragorn le había prometido que pasarían la noche juntos y como no había enviado a nadie para avisar que no iría, su esposo lo seguía esperando.

Acomodó las almohadas contra el respaldo para sentarse confortablemente y releer la carta de su padre que había recibido esa mañana, donde le preguntaba por su salud y su estado. Legolas le había respondido que se sentía tranquilo y feliz. Su orgullo le impedía seguir sintiendo autocompasión por una realidad que no tenía más opción que aceptar. A partir del desahogo de aquella noche, había aprendido a resignarse y ahora sólo se dedicaba a disfrutar de la espera de su hijo.

Volvió a bostezar, no estaba acostumbrado a trasnochar hasta esa hora. Los elfos podían pasar días enteros sin dormir, pero ahora Legolas debía descansar más a causa del bebé.

Volteó hacia la puerta, no percibía pisadas en el corredor ni en los escalones. Le llamaba la atención que Aragorn no hubiese enviado a alguien para avisar que no lo acompañaría esa noche, pero necesitaba dormir por el niño y no podía seguir aguardándolo.

Dejó la carta sobre la mesita junto al lecho y sopló la vela que se encontraba allí. Se acostó en el colchón para conciliar el sueño.

Sintió un ligero espasmo en el parte baja del abdomen. El Sanador Real, que tenía conocimientos de medicina élfica, le había explicado que ese dolor era natural en los elfos varones durante los primeros tres meses de embarazo.

Su cuerpo se estaba adaptando para alojar y proveer de alimentos al bebé.

Legolas no contaba con un útero, por eso, un diminuto capullo se había creado para cobijar a la criatura. Sus músculos abdominales y órganos se estaban moviendo suavemente para hacer espacio a ese capullo, y su cuerpo empezaba a consumir más energía para alimentar al nuevo ser. Este era el motivo por el cual se sentía cansado y necesitaba dormir más tiempo.

Estos cambios le producían suaves molestias en el abdomen que Legolas debía aprender a sobrellevar durante el primer trimestre de embarazo. Después, le aseguraba el sanador, todo sería más tranquilo y no se cansaría tanto.

Se frotó el vientre con delicadeza. Una suave ondita de energía acarició sus dedos y lo hizo sonreír.

-Ya es tarde, bebé – susurró -. Descansa.

Pensaba mucho en el sexo de la criatura. La corte esperaba que diera a luz a un varoncito, pero Legolas se preguntaba cómo reaccionarían ante una niña. Él la adoraría con todo su corazón. ¿Pero qué sentiría Aragorn que no veía la hora de contar con un heredero para cumplir la promesa? Imaginó su rostro cuando le mostrase un niño, luego la misma imagen, entregándole una hija. ¿Qué haría el hombre? ¿La amaría igual?

Legolas frunció el ceño con determinación. Si el Rey no llegaba a quererla, él se encargaría de hacerla la princesa más feliz y amada.

-No te preocupes – adujo, mientras seguía acariciándose el abdomen -. Seas lo que seas, sientan lo que sientan por ti, ya sabes que cuentas con mi amor. Ahora y siempre.

Alguien abrió la puerta sin hacer ruido. Legolas se mordió el labio al reconocer las pisadas de su esposo. Sintió que se acercaba al lecho y descorría las sábanas para acostarse a sus espaldas.

-Perdona, Legolas – murmuró Aragorn, creyendo que el elfo dormía -. Aquí estoy.

Legolas giró para verlo de frente. El hombre se sorprendió de encontrarlo despierto.

-Pensé que estabas dormido. Perdona la demora, pero hubo un asunto importante que atender.

-Te estuve esperando y no aguanté más el sueño.

-Perdona – le besó la mejilla -. ¿Cómo te encuentras? ¿Te sigue molestando?

-Sí.

Aragorn tanteó la vela en la mesa y la encendió. Se sentó en el lecho y miró a su esposo.

-Cuando me lo comentaste me preocupé y por eso quise venir a hacerte compañía.

-No es nada grave – sonrió Legolas, cerrando los ojos -. Es algo natural con lo que tengo que aprender a lidiar en estos meses.

-¿Te duele mucho? – le acarició la mejilla, preocupado.

-No – replicó suavemente.

Aragorn lo observó compasivo. Legolas se veía hermoso a la luz de la vela y la serenidad con la que aceptaba ese ligero dolor, lo llenó de ternura.

Se volvió a recostar y lo abrazó. Legolas se sintió aliviado entre esos brazos tan firmes y colocó la cabeza sobre su pecho.

-Me gusta cómo te preocupas por nuestro hijo – musitó.

-Lo quiero mucho. Tú eres mi amigo, Legolas, también me preocupo por ti.

El elfo sonrió. Aragorn no reparó en ello y empezó a acariciarle la rubia cabeza.

-Faramir me pregunta todos los días cómo te encuentras y queda asombrado porque le comento hasta el último detalle – rió -. Cómo te sientes, qué comes, qué no comes. Si estás triste, alegre, de mal humor, de buen humor.

-Pero si sólo pasamos un corto tiempo juntos por la tarde o por la noche – exclamó Legolas, sorprendido.

-Los sanadores me cuentan todo, Legolas – el elfo levantó la cabeza y lo miró, boquiabierto. Aragorn rió con más fuerza -. ¿Qué? ¿Acaso crees que no me intereso por tu estado? No puedo pasar más tiempo contigo por mis obligaciones, pero este niño me importa mucho – quedó un momento en silencio y agregó -. Jamás pensé que me importaría tanto.

Legolas volvió a apoyar la cabeza en su pecho y musitó una plegaria de agradecimiento a Elbereth por el precioso milagro que llevaba en su seno.

-Quise venir a verte antes – confesó Aragorn -. Pero surgió un problema.

-Me pareció raro que no hubieras mandado a alguien para avisarme que no vendrías. ¿De qué se trata?

-¿Recuerdas a Lord Ecthil, uno de mis ministros?

-Lo juzgarán pronto por incrementar sus riquezas en manejos turbios.

-Así es. Ayer se recogieron nuevas pruebas que al parecer muestran cómo maltrata a la gente de sus tierras hasta degradarlos a la condición de esclavos.

-La esclavitud está prohibida en Gondor – comentó Legolas, frunciendo el ceño -. Sé que es un delito que castigas con severidad.

Aragorn suspiró y se frotó la sien.

-Él es uno de los pocos ministros que conservo del gobierno de Denethor. Defendió la ciudad con valor durante la guerra y, al reformar la corte, pensé en dejarlo en su función. Si las acusaciones resultan ciertas, no podré perdonarme ese error.

Legolas levantó la cabeza para mirarlo a los ojos.

-Todos nos equivocamos, Aragorn, no te culpes por ello.

-Tienes razón – musitó y le besó la frente. Legolas, una vez más, se acomodó en su pecho.

Permanecieron un largo rato callados. Aragorn seguía pensando en su ministro. Legolas notó su silencio y se levantó para mirarlo de frente:

-Hay algo más que te preocupa, ¿qué es?

Aragorn suspiró y se acomodó en el lecho:

-Antes de venir a verte, llegaron nuevas pruebas, esta vez a favor de Ecthil – hizo una pausa y agregó -. Parece que las acusaciones son falsas, que hay alguien que está queriendo hacerle daño. Por eso debemos investigar cautelosamente.

-¿Y por qué alguien querría causarle daño? – preguntó, intrigado.

-No lo sé.

Legolas sacudió la cabeza. Aragorn se incorporó en el colchón.

-Ustedes, los hombres, son extraños – suspiró el elfo -. No se manejan con la verdad, se lastiman mucho – bajó la mirada hacia su vientre -. Nuestro bebé crecerá aquí. No permitiré que aprenda o sufra la maldad de los hombres.

El Rey le tomó la mano para besarla con ternura.

-No temas, Legolas. También existe la bondad entre nosotros.

-Aragorn – musitó, manteniendo la vista en su abdomen -, si nuestro bebé es un niño se convertirá en tu heredero. Pero si es una niña – hinchó los pulmones de aire para buscar aliento y levantó la mirada hacia su esposo -, ¿la amarás?

Aragorn lo observó en silencio. Los ojos azules de Legolas titilaban, expectantes.

-Cuando llegaste a Minas Tirith, yo sólo quería engendrar un heredero contigo para mantener la alianza. No me preocupaba en cómo sería, ni en quién lo cuidaría. Pensaba que llegado en momento, darías a luz un varón, te marcharías de aquí, y yo dejaría la criatura en manos de otros – acarició el mentón de Legolas y sonrió -. Hace dos semanas, después de que me confesaste que habías quedado embarazado, fui al salón de reuniones y, antes de abrir la puerta, sentí que el tiempo se detenía. Cuando volvió a correr, percibí que todo estaba envuelto en un velo cargado de dicha y esperanza. Y a partir de ese momento, amé a este bebé con todo mi corazón.

Legolas trató de sonreír, pero la emoción lo superaba. Aragorn giró hacia la mesita y apagó la vela.

-Necesitas descansar – se echó de espaldas en el colchón y empujó al elfo con delicadeza para que hiciera lo mismo.

Legolas apoyó la cabeza en la almohada. Un nuevo espasmo lo sacudió, pero trató de no darle importancia, estaba demasiado feliz.

Aragorn le besó la mejilla y sintió que estaba temblando.

-¿Te duele otra vez? – le preguntó preocupado.

-Sólo un poco.

El hombre posó la mano sobre su abdomen y empezó a frotársela en círculos pequeños. Legolas suspiró con alivio, el calor de sus masajes relajó sus músculos y mitigó el dolor. Aragorn lo notó y siguió frotándoselo hasta que el elfo quedó dormido.

-Amo a este pequeñín – confesó -, más que a nada ni a nadie en el mundo.

Cerró los ojos y permaneció con la mano apoyada en el abdomen del príncipe, preguntándose, por primera vez, cómo sería esa criaturita. Un aguerrido varón con la agilidad élfica de su esposo; o una niña con sus ojos grises y la dulzura de Legolas.







TBC

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